Fue muerto por nuestros pecados

"Molido por nuestras culpas" (/Is/53/05). Jesús de Nazaret fue 
una víctima más de la maldad humana. "Este hombre va a ser 
entregado en manos de los pecadores" (/Mc/14/41). Fue 
entregado en manos violentas de hombres pecadores, en manos 
mezquinas, sucias, cobardes, ambiciosas de hombres pecadores. 
Una verdadera confabulación de injusticias, violencias, 
mezquindades y mentiras. La máquina pecadora del mundo, "el 
pecado del mundo", se puso en marcha contra el justo. Después, 
el gran pecado se fue repartiendo en pequeñas partículas, 
sembradas en los corazones de muchos. "Aquello de que fue 
víctima Jesús es una acumulación de pecados más o menos 
vulgares: la mentira, la envidia, el odio, el miedo, el interés... Esos 
pecados son de todos los tiempos y esos pecadores están en 
todas partes" (M. Gourgues).
Quiere decir que, si Cristo naciera hoy entre nosotros, sería 
igualmente eliminado. Quiere decir que la culpa no es de un 
pueblo, sino de todos. Quiere decir que tus pecados y los míos 
también mataron a Jesús. Quiere decir que, cuando se ofende o se 
hiere o se mata a un justo de cualquier tiempo y lugar, se está 
matando a Cristo. Quiere decir que el pecado del mundo mata la 
vida y mata a Dios.
Y, por otra parte, quiere decir que el hombre es capaz de todo: 
capaz de perseguir toda justicia, de machacar toda bondad, de 
asesinar lo más santo que se presente, capaz de crucificar el 
Amor.

-Murió por nosotros pecadores 
"El en su persona subió nuestros pecados a la cruz, para que 
nosotros muramos a los pecados". (/1P/02/24). Si es verdad que 
los pecadores mataron a Jesús, no es menos cierto que Jesús 
murió por los pecadores. Los pecados mataron a Jesús y Jesús 
mató a los pecados. Estos fueron a la vez la causa y el fin de la 
muerte de Jesús: nuestros pecados lo mataron, y él murió para 
quitarnos el pecado.
Hay algo más que una relación externa de Jesús con los 
pecadores. Podemos decir que el pecado penetra en la carne de 
Jesús, que sintió el aguijón del pecado en su espíritu, que cargó 
con nuestros pecados, sufriendo sus consecuencias, que "se hizo 
pecado", pero "por nosotros, para que viniéramos a ser justicia de 
Dios en él" (/2Co/05/21).
Cargado con nuestros pecados, como los animales de la 
expiación. Podemos poner todos en él nuestras manos y 
transmitirles nuestras maldades. Un peso insoportable. "Eran 
nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que 
soportaba (/Is/53/04). Pero todavía tuvo fuerza para subirlos a la 
cruz y dejarlos allí clavados, con su carne, como precio de 
redención y como trofeo de gloria. Tanto se solidarizó con los 
pecadores que quiso quitarles su peso, soportándolo él, para que 
fueran liberados, "para que muramos al pecado".
Importa ahora que no sigamos crucificando a Cristo, sino más 
bien que "vivamos crucificados con Cristo". (Gl. 2, 19) Importa que 
lleguemos a ser "justicia de Dios". Importa que seamos amor de 
Dios y presencia de Jesús entre los hombres de hoy.
-Los valores del Reino 
Pero surge un interrogante. ¿Cómo puede el Padre querer la 
muerte de su Hijo? ¿Cómo puede exigir su destrucción? 
El Padre no quiere la cruz, sino el camino que ha de llevar a la 
cruz. No quiere la sangre, pero sí la justicia, por la que será 
preciso derramar la sangre. No quiere el dolor, pero sí el parto de 
un mundo y un hombre nuevos, que no se producirá sino con 
mucho dolor. No quiere la muerte, pero sí un amor sin límites que 
llegue hasta la muerte.
El Padre quiere que el Hijo defienda los valores de su Reinado, y 
ésto chocará con los intereses de otros reinos. Quiere que 
defienda a los pobres, aunque los ricos no se lo perdonen. Quiere 
que acoja a los pecadores, aunque los profesionales de la 
santidad se sientan irritados y escandalizados. Quiere que 
proclame una ley nueva, templo vivo, pero los "viejos" le 
condenarán por ello. Así pues, la cruz no es lo directamente 
querido por el Padre, sino el término previsto y permitido adonde 
desembocaría una vida de entrega firme a su Voluntad.
-"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus 
amigos" (/Jn/15/13) 
Es otra dimensión de la muerte de Cristo. El ha querido abrir sus 
brazos y su corazón a todos los hombres, sin distinción de clases o 
razas; y de tanto abrirse, sus brazos quedaron extendidos y su 
corazón roto para siempre.

CARITAS
UN PUEBLO POBRE
CUARESMA 1985.págs. 91 ss.

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3.J/MU/P:
Por el pecado, el hombre, en cierto modo, se condenó a sí 
mismo a la muerte: se hizo sepulturero de su propia existencia y 
del orden terreno; Dios confirmó en su juicio de maldición lo que el 
mismo hombre había hecho: al dejarle morir y sufrir, Dios quiso 
que el hombre experimentara las consecuencias de su acción. En 
esto se muestra que Dios toma al hombre en serio; no le trató 
como a un niño que no supiera lo que hacía, sino que se enfrenta 
con él como con un adulto libre y responsable que tiene que 
cargar con las consecuencias de sus decisiones. En la muerte de 
Cristo en la Cruz adquiere su máxima seriedad este modo de 
comportarse Dios con el hombre; Dios le deja sentir con toda 
intensidad lo que fue su culpa. En la Cruz revela Dios al hombre lo 
que ha sido y es: un rebelde y condenado a muerte. Dios mismo 
da así la interpretación más auténtica del hombre. El que entienda 
bien la Cruz de Cristo no puede ya equivocarse cuando piense en 
la situación de la Humanidad caída. Dios mismo la desautoriza con 
toda su terribilidad.
Esta desautorización del hombre por parte de Dios aparece con 
más luz en la muerte de Cristo: el Hijo del Padre Eterno es 
condenado a cruz y matado por el pecador. No es que el hombre al 
huir de Dios se condenara a sí mismo a muerte y Dios se lo dejara 
ver, sino que se ha despertado en el hombre una inclinación a la 
muerte y a matar al rebelarse contra Dios y contra la relación con 
Dios, le ha nacido una tendencia a conquistar su gloria 
rebelándose contra Dios y matando a sus semejantes. Esta 
tendencia al crimen logró su más terrible posibilidad en la muerte 
decretada contra el Hijo de Dios hecho hombre. El abismo del 
pecado alcanza ahí su última profundidad. El hombre pecador 
quiere matar al mismo Dios; al pecar, lo que en el fondo se quiere 
es dejar a Dios a un lado, cuyo dominio es insoportable. Al enviar 
Dios a su propio Hijo y permitir que fuera condenado y ejecutado 
por los hombres, reveló la abyección del pecado y el verdadero 
rostro del hombre.

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA III
DIOS REDENTOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 329