EL MISTERIO DE LA MUERTE DE JESÚS

He aquí la muerte de Dios por amor del hombre que lo 
rechaza. Dios va hasta el fondo con su ofrecimiento, y al ver 
rechazada su oferta, este ir hasta el fondo supone la muerte.
Como decíamos al comienzo, aquí cesa cualquier palabra, 
porque ¿qué sabemos nosotros de la muerte de Dios en Jesús? 
¡Nada! Como tampoco sabemos nada de ninguna muerte. La 
muerte es el momento de la incomunicabilidad absoluta y, a 
medida que la persona se acerca a la muerte, nosotros sabemos 
siempre menos de lo que está sucediendo. Imaginamos, 
suponemos, pero cada vez más entendemos menos, y se entra en 
la absoluta incomunicabilidad, en la absoluta incapacidad de dar o 
de recibir.
Toda muerte tiene este signo de misterio absoluto, del que 
nacen luego los usos, las costumbres de los hombres, nuestro 
modo de reaccionar ante la muerte de los otros o ante la muerte 
que nos toca. ¿No nos ha sucedido acaso a cada uno de nosotros, 
cuando sentimos alguna muerte grave, que nos toca de cerca, ver 
cómo los otros, prácticamente, tienen casi miedo de nosotros, 
pasan cerca y dicen una palabra de condolencia siempre la misma 
y luego se van, pronto, aprisa, porque no saben qué más hacer?.
Ninguno de nosotros sabe cómo comportarse en estas 
circunstancias; solamente una grande amistad, una grande 
confianza puede permitir que entremos un poco más en estas 
cosas, pero generalmente se tiene miedo, se dicen palabras de 
conveniencia que hay que decir, que se cree conviene decir en 
ese momento, pero luego todos se sienten un poco impactados, 
incómodos por esta experiencia incomunicable. Se deja que pase 
un poco de tiempo, que la cosa se olvide, porque no se puede vivir 
con este misterio de incomunicabilidad.
Ahora bien, si no se puede comprender la muerte del hombre, 
¿cómo podremos comprender la muerte de Jesús y el misterio que 
ella encierra? Esta muerte, que, como decíamos citando al teólogo 
Urs Von Balthasar, tiene de por sí carácter de algo definitivo, no 
es un experimento que Jesús hace de entrar en la muerte para 
luego volver a salir, como uno que se echa por debajo de agua y 
luego sale. Es un dejarse caer en el mar de la muerte y, por tanto, 
es un terminar como tal; sólo el poder de Dios puede hacer lo que 
es absurdo para el hombre, es decir, hacer salir de este mar.
Pero cuando Jesús muere, muere como cualquier otra persona, 
para siempre, definitivamente, se deja tragar por este mar de los 
Infiernos. No decimos acaso en el Credo: ¿bajó a los Infiernos? No 
sabemos bien qué quiera decir exactamente, pero detrás está esta 
experiencia absoluta, irrepetible, incomunicable, como 
experiencia de la no experiencia, del fin, que no podemos 
comparar con nada, sino por analogía.
Cuando abandonamos un lugar que no es querido y sentimos 
que no vamos a volver, palpamos la separación: en efecto, se dice 
que "partir es un morir", precisamente porque sentimos que hay 
una cesación. Pero inmediatamente nos consolamos con otras 
cosas que son presentes y, por tanto, se trata siempre de una 
analogía lejana. Ninguno de nosotros puede decir qué es la 
experiencia como cesación de toda experiencia.

CARLO M. MARTINI
EL EVANGELIO ECLESIAL DE S.MATEO
EDIC. PAULINAS/BOGOTA 1986.Pág. 197ss

........................................................

2.J/MU/P P/MU-J 
Sin embargo, el pueblo judío no ha sido rechazado. La maldición 
misma de Dios es un misterio de su amor. La muerte del Hijo de 
Dios no pesa como un crimen sólo sobre aquellos a quienes dice 
San Pablo: "Habéis matado al autor de la vida" (Act. 3, 15). La 
muerte de Cristo es un misterio, sólo comprensible por la fe. El 
incrédulo ve en la ejecución de Jesús un proceso semejante a 
otros muchos ocurridos en la historia humana. El creyente ve la 
obra del pecado. Según la inescrutable voluntad justiciera y 
salvífica de Dios, el poder del pecado debía agotar sus 
posibilidades sobre Cristo. La muerte de Cristo fue causada por el 
pecado de toda la humanidad. No sólo el judío, sino todos 
debemos confesar que fue por nuestra culpa. El pueblo judío hizo 
una acción de la que toda la humanidad era responsable; no hizo 
todo lo que hizo ni lo hizo solo. No lo hizo todo, porque fueron sus 
jueces quienes antes que nadie quisieron deshacerse de Jesús. El 
pueblo dio su consentimiento movido por la propaganda del grupo 
directo. Dios mismo, por boca de Cristo, nos dice que no saben lo 
que hacen, aunque no por ello dejan de ser responsables, pues 
necesitan perdón. La oración de Cristo: "Padre, perdónales" tiene 
más fuerza que el grito del pueblo ignorante y fácilmente seducible: 
"Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos." Tampoco 
lo hizo solo: el poder romano de ocupación tuvo parte esencial. Si 
se cree en una providencia divina, hay que decir que faltó poco 
para que la condenación de Cristo fuera obra del gobierno militar 
pagano; en todo caso, hubiera sido imposible la ejecución de 
Cristo sin su aprobación. En esta participación aparece como de 
hecho toda la humanidad, el judío y el gentil son responsables de 
la muerte de Cristo; en realidad, fue el poder del pecado, que a 
todos nos toca, el que levantó la cruz. Dios no pudo vivir en aquella 
humanidad, sino que tuvo que morir por ser ella como era. 

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA III
DIOS REDENTOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 426