MEMORIA SUBVERSIVA

MEMORIA SUBYUGANTE

 

(Presentación de Jesús de Nazaret)

José I. González Faus, sj.

 

 

 

Sumario

Presentación

Introducción: cuatro testigos

1. Acercamiento a los hechos

1. Esbozo narrativo
2. La actividad de Jesús
Conclusión

2. El personaje: marginal, profeta, humano

1. "Abbá" y Reino
2. Una extraña libertad
3. Desde los márgenes
4. Una extraña dialéctica ante el ser humano
5. Su estilo
6. Inesperada conflictividad
Conclusión

3. Su destino

4. Conclusión

Apéndice: otros cuatro testimonio de hoy

1. Del mundo occidental
2. De Asia

Notas


PRESENTACIÓ

"Nació en una pequeña aldea, hijo de una mujer del campo.
Creció en otra aldea donde trabajó como carpintero
hasta que tuvo 30 años.
Después, y durante tres años, fue predicador ambulante.
Nunca escribió un libro. Nunca tuvo un cargo público.
Nunca tuvo familia o casa. Nunca fue a la universidad.
Nunca viajó a más de trescientos kilómetros de su lugar de nacimiento.
Nunca hizo nada de lo que se asocia con grandeza.
No tenía más credenciales que él mismo.
Tenía sólo treinta y tres años cuando la opinión pública
se volvió en su contra.
Sus amigos le abandonaron.
Fue entregado a sus enemigos, e hicieron mofa de él en un juicio.
Fue crucificado entre dos ladrones.
Mientras agonizaba preguntando a Dios por qué le había abandonado,
sus verdugos se jugaron sus vestiduras, la única posesión que tenía.
Cuando murió fue enterrado en una tumba prestada por un amigo.
Han pasado veinte siglos, y hoy es figura central de nuestro mundo,
factor decisivo del progreso de la humanidad.
Ninguno de los ejércitos que marcharon,
ninguna de las armadas que navegaron,
ninguno de los parlamentos que se reunieron,
ninguno de los reyes que reinaron,
ni todos ellos juntos, han cambiado tanto la vida del hombre en la tierra
como esta Vida solitaria".

Este poema anónimo, al que he añadido la frase en letra cursiva, describe perfectamente lo que constituye el asombro y la dialéctica del hombre Jesús de Nazaret, nacido y ejecutado en Palestina hace unos dos mil años. La misma dialéctica que expresa el título de este Cuaderno calificando su recuerdo como subversivo y subyugante. Ambos adjetivos son sólo una traducción moderna de otro juego de palabras, tomado de una frase bíblica que se aplicó varias veces a Jesús: la piedra desechada por los constructores, se ha convertido en piedra angular del edificio (1).

Esa dialéctica recubre a su vez toda la vida de Jesús, la cual puede ser calificada como "un debate sobre Dios". Debate mantenido con los representantes "oficiales" de Dios, en el que Jesús termina siendo acusado y condenado como blasfemo, para más tarde ser confesado como "Palabra" e "Hijo Único" de Dios.

Esa blasfemia consistió en anunciar, poner en práctica y hacer presente a un Dios que no era el dios de los poderes religioso o político, sino el Dios de los excluidos o marginados por esos poderes. De esta manera, aquel hombre anónimo, que no fue doctor, ni tuvo cargos ni escribió libros, acabó realizando la mayor revolución espiritual de la historia humana: dejó sentado que el camino hacia Dios no pasa por el Poder, ni por el Templo, ni por el sacerdocio, ni por la Ley, ni siquiera por la estética (a la que Jesús por otra parte era bien sensible), sino por los excluidos de la historia. Una revolución tal que quizá sea inasimilable para nosotros. Pero que "ahí está", para nosotros también.

Este Cuaderno intenta presentar someramente a ese personaje tan conocido y tan desconocido. Tarea difícil: pues de ningún otro individuo humano se han ocupado tanto los hombres a lo largo de la historia. Y esa infinita literatura ha dado lugar, inevitablemente, a una auténtica "babel" de teorías y de explicaciones las cuales, muchas veces, no estuvieron exentas de aquello que profetizaba el viejo Simeón: este niño va a "poner al descubierto muchos corazones" (ver Lc 2,35).

Es imposible, para este breve Cuaderno, adentrarse en esa babel. Por eso será mejor comenzarlo preguntando simplemente a varios de los primeros testigos, lo que fue Jesús para cada uno de ellos. Conviene que sean varios, por si nos sorprende la pluralidad de las respuestas. Pero quizá eso signifique que cada una tiene algo que decir y que ninguna puede decirlo todo.


 

INTRODUCCIÓN: CUATRO TESTIGOS

 

1. Pablo:
liberación de la libertad

Comienzo por Pablo porque, al igual que nosotros, no fue testigo inmediato de la vida de Jesús sino sólo de su Resurrección. Aquel fanático perseguidor de los cristianos, que acabó siendo uno de ellos y liderando a muchos de ellos, vivió obsesionado por comunicar su experiencia de Jesús que él resume así: la "verdad del evangelio" es "la libertad que tenemos en Jesús el Mesías" (ver Gal 1,5 y 1,4). Y esa libertad consiste en que "en Jesús el Mesías ya no hay judío o pagano, mujer o varón, libre o esclavo" (Gal 3,28). Mensaje de una radicalidad tal que ni veinte siglos de cristianismo han logrado darle realidad suficiente.

Esa libertad proviene de que el hombre ya no tiene que ganarse a Dios (ni reconciliarse con su propio superego) a base de su honorabilidad moral. Pues "el Mesías nos rescató de la maldición de la moral" (Gal 3,13), sin arrojarnos por eso a la esclavitud del deseo. Ello se debe a que en todo el acontecimiento de Jesús se ha revelado el amor incondicional de Dios a cada ser humano y Su estar decididamente de parte del hombre.

Ese amor incondicional devuelve al ser humano una dignidad y una tranquila fe en sí mismo, que Pablo expresa con la palabra tan jesuánica de "filiación": Cristo vino para hacernos hijos y su Espíritu clama en nosotros "Abbá" (Padre) (ver Gal 4, 5.6). Aludiendo a situaciones conocidas de su época, Pablo matiza que esa libertad filial: a) es la de hijo de la verdadera esposa y no de la esclava concubina. b) Es la dignidad del hijo adulto, ya no menor de edad. Y c) es plural: y Pablo podrá definirla como la libertad gloriosa de los hermanos (ver Rom 8,21 y Gal 5,13).

De este modo, "El Mesías nos liberó para que vivamos en libertad" (5,1) sin que esa libertad tenga nada que ver con la autofijación en sí, la cual sería otra esclavitud (Pablo la llama "carne"). Así, las obras que antes exigía la moral –y otras que van aún más allá– brotarán para Pablo del interior del ser humano, como respuesta espontánea a esa buena noticia del saberse amado por Dios.

El hecho de que Dios permitiera la muerte en Cruz de Jesús antes que acabar con sus asesinos (2) y de que Jesús actuara igual (sin recurrir a Dios para escapar de sus verdugos) revela hasta qué punto Dios y Jesús están de parte de los hombres. Por eso Pablo dirá provocativamente que no quiere presumir de nada más que de la cruz de Cristo (Gal 6,14) y que a él no le interesa saber otra cosa que "a Jesucristo y éste Crucificado" (1 Cor, 2,2). Pero el temperamento pasional de Pablo sabe que al hablar así es parcial, pues en esta misma carta propone la enseñanza más importante sobre la Resurrección, de todo el N.T. (1 Cor 15). Y en la anterior reconoce también que cuando "las cabezas de los apóstoles" ratificaron su evangelio de libertad, le recomendaron que no por eso "se olvidara de los pobres" (Gal 2,10), cosa que él confiesa haber cumplido con esmero. Aquí tenemos la posibilidad de pasar a un testigo nuevo.

2. Santiago:
los pobres señores del Reino (cf. 2,5)

Santiago, "el hermano del Señor" que no había creído en Él durante su vida, fue testigo de una aparición del Resucitado, y acabó creyendo en Jesús, y siendo líder de la comunidad cristiana de Jerusalén. Según parece, tuvo dificultades para integrar su fe en Jesús con su antigua religiosidad judía. Pero estas mismas dificultades, le sirvieron para subrayar, en su experiencia de Jesucristo, lo más válido y definitivo de la tradición del A.T.: la identidad entre Dios y la justicia.

En efecto: tras su encuentro con Jesús, Santiago escribe que "la fe en el Señor Glorificado" no es compatible con un trato mejor a ricos que a pobres en el interior de la comunidad, porque eso sería "blasfemar del hermoso Nombre que invocamos", ya que los pobres son "elegidos de Dios y herederos del Reino" (ver 2,1-7). Si esto vale al interior de la comunidad cristiana, le permitirá recobrar, para la sociedad civil, las diatribas de los profetas contra los ricos. Esos que viven diciendo: "iremos a tal ciudad, negociaremos allí y ganaremos dinero" han de saber que "el salario no pagado a los obreros, clama al cielo... y llega a los oídos del Señor"; que ellos no hacen más que "matar al Justo que no se resiste", pero que algún día se encontrarán con la venida del Señor (ver 4,13-5,8). Estos son prácticamente los únicos pasajes con alusiones "al Señor Jesucristo" (1,1) en esta carta llena de normas de conducta. Pero ellos le permiten remontarse hasta la esencia cristiana de la religiosidad: "la verdadera religión ante Dios consiste en atender a los excluidos e indefensos y no dejarse contaminar por los criterios de este mundo" (1,27) (3)

Ya desde Lutero, la teología creyó encontrar contradicción entre el moralismo de esta carta y la libertad de la fe paulina. Esta contraposición se atenúa mucho si atendemos al ejemplo expreso con el que Santiago critica la fe sin obras (2, 15-16): ésta sería como ver a un hermano hambriento y pasando frío, y limitarse a decirle: "abrígate y come bien", sin ayudarle en nada. Es decir: una libertad sin solidaridad es una burla de la libertad. Cosa que Pablo también acepta.

Curiosamente, este lenguaje recuerda mucho al del evangelio de Lucas (que era griego y discípulo de Pablo!), en su dureza contra los ricos y su bienaventuranza para los pobres. Ello puede mostrar que, aunque cada testigo ha procesado a su modo la experiencia de Jesús, se dan entre ellos concomitancias y transferencias, por su referencia a la misma Fuente (véase también lo que diremos de san Mateo, en el capítulo 2, apartado 3.1).

3. Juan:
el fin de la religión

Los escritos llamados joánicos no son de un único autor, sino de toda una comunidad, y han atravesado diversas fases en su redacción. En esta comunidad parece haberse dado la experiencia más intensa de Jesús. Ningún escrito del N.T. habla tan intensamente de Jesús. Pero, al hablar de Jesús, se habla de Dios y del amor a los hombres. El que no conoce al Hijo no conoce al Padre (1Jn 2,23; Jn 14,9 ). Pero al Hijo se le conoce "guardando su mandamiento" (vg. 15,10). Este mandamiento es el "amaos los unos a los otros". Aunque parece un mandamiento viejo (de hecho está presente en todas las religiones), para el seguidor de Jesús es un mandamiento "nuevo" (1Jn 2,7), porque Jesús lo ha convertido en experiencia de Dios. Por eso, si nos amamos "hemos pasado de la muerte a la vida y hemos conocido a Dios" (1Jn 3,14 y 4,7). Mientras que si alguien dice que ama a Dios (¡a quien no ve!) y no ama a su hermano (a quien ve y, a veces, experimenta como bien poco amable) es un embustero (1Jn 4,20). De ahí que la experiencia de Dios hecha a través de Jesús por esta comunidad, quedara resumida en la frase "Dios es amor" que no debe ser separada de la otra: "Dios es Luz" (1 Jn 4,7 y 1,5).

Advirtamos que no se puede reducir este evangelio a la frase de Jesús: "El Padre y yo somos uno", si no se le añade el mandamiento del amor. Porque la primera frase está dicha probablemente para marcar la diferencia entre Jesús y nosotros y la exclusividad de Cristo. Reducirla a una experiencia mística común, en la que luego se puede incorporar todo, tiene el peligro de incorporarlo todo menos las víctimas que no suelen caber en esas experiencias. La comunidad de Juan avisa expresamente contra esto: "si alguien que posee bienes de la tierra ve a su hermano en necesidad y le cierra el corazón, el amor de Dios no está en él" (3,17).

Y añadamos que es precisamente la experiencia del amor, la que deja abiertas la vida y la verdad cristianas a una gran creatividad; pues el amor (que es el Espíritu de Dios) ha de enseñar aún muchas cosas e ir conduciendo hacia la Plenitud inalcanzable de la Verdad. Curiosamente, la comunidad que más parece haber amado a Jesús (¡y al Jesús venido "en la carne"!), es la que queda menos atada a una mera mimética del Jesús histórico, por su seguridad en el don de Jesús que es El Espíritu.

4. Pedro:
la no violencia de Dios

El autor de la primera carta de Pedro parece proyectar sobre los destinatarios su propia experiencia de Jesús, cuando les dice que "han gustado cuán bueno es el Señor" (2,3) y que por eso le aman y creen en Él sin haberle conocido (1,8). Pero quiere advertirles que esa bondad que aman convierte a Dios en débil y piedra de tropiezo en este mundo, como la piedra rechazada por los constructores (2, 6-7). Y quiere que este recuerdo capacite a sus lectores para soportar el "ser rechazados por el nombre de Cristo" o "sufrir por ser cristianos" (4, 14 y 16): porque así seguirán las huellas de Jesús que no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca, que al ser insultado no devolvía los insultos, ni respondía al maltrato con amenazas, y cuyas heridas nos han curado porque, –al morir por nuestros pecados– nos abrió el camino para morir nosotros a nuestros pecados y vivir para la justicia (2,22-24).

No sabemos si es Pedro el autor de esta carta, que parece transida de alusiones a la figura isaiana del Siervo de Yahvé. Pero se comprende que se la haya puesto bajo su nombre, para evocar tanto la conflictividad cristiana como el recuerdo de aquél que, ante esa conflictividad, había respondido con la espada y había acabado negando al Señor, para verse regenerado por Su perdón. En cualquier caso, el autor de la carta busca que esta actitud no violenta marque no sólo las relaciones sociales del cristiano (2,10ss), o sus relaciones familiares (3,1ss) y eclesiales (5,1ss), sino también su respuesta a la persecución. Porque, al participar en el rechazo de la piedra angular, se participa también en su destino final. Ello le permite formular que "hombres libres no son los que toman la libertad como un pretexto para la maldad", sino los que "obrando el bien tratan de cerrar la boca a los insensatos" (2,15 y 16).

EN CONCLUSIÓN

El recuerdo de Jesús, en algunos de sus primeros testigos, se revela como una verdadera sacudida en la religiosidad humana, y un auténtico debate sobre Dios. Jesús parece haber hablado poco sobre Dios. Pero puso en práctica un Dios Fundamento de libertad, Vindicador de lo excluidos, Presente en el fraterno amor a los hombres y voluntariamente Débil ante el rechazo humano. En adelante, optar por Dios habrá de implicar optar por el hombre. Y optar por el hombre habrá de implicar optar por el pobre. Pero esta triple opción deberá llevarse a la práctica en un marco de no violencia y de respeto a la libertad de los demás. Vale la pena que intentemos acercarnos a ver quién y cómo fue el autor de esa silenciosa revolución religiosa.

 

 

1. ACERCAMIENTO A LOS HECHOS

 

Jesús debió nacer hacia el año 5 antes de nuestra era. Uno de sus biógrafos, el que asegura haber investigado más minuciosamente, no teme contradecir el género literario de las biografías de grandes personajes, afirmando que nació en una cueva que servía de establo o de pesebre. Vivió de niño en Nazaret y, como era normal, aprendió la profesión de su padre, que hoy situaríamos en "el gremio de la construcción".

 

1. ESBOZO NARRATIVO

1.1. Expectativas

Debió escuchar la predicación de Juan Bautista puesto que acudió a ser bautizado por él. En esta predicación (o quizá en algún hipotético contacto con los esenios) se fue gestando en él una peculiar experiencia de Dios que llevaba aneja una particular conciencia de misión. La llamo peculiar porque no cabe en ninguno de los cuatro grupos religioso-políticos (4) que dividían la sociedad en que vivió: ni en la aristocracia saducea, ni en los observantes fariseos, ni en los "monjes" esenios, ni en lo que entonces sería el germen de los revolucionarios "zelotes" que aún no existían como movimiento organizado pero sí como sensibilidad ambiental. A lo más cabría decir que Jesús anduvo más cercano a estos dos últimos, de los que también se separó: del tercero por su negativa a despreciar a las masas y a considerarse del grupo de los "santos y puros". Y del cuarto por su rechazo de la violencia terrorista como medio liberador.

Del imperio romano, parece que lo que más irritaba a Jesús era la colaboración de la aristocracia sacerdotal (saduceos) con él, aún más que la misma dominación romano (5)

Finalmente, otro rasgo de marginalidad en aquella sociedad nos lo da el hecho de que Jesús nunca se casó.

Hacia los 28 años, y como fruto de la experiencia dicha, comenzó a recorrer los poblados de Galilea, Judea, Samaría y la Decápolis, anunciando la inminencia de una intervención divina en la historia, a la que él llamaba "reinado de Dios". También parece cierto que en ese recorrido Jesús eludía (¿deliberadamente?) las grandes ciudades.

Esa actividad parece haber estado marcada por algún "gesto inaugural". En primer lugar el bautismo por Juan, como un pecador más, y con un tipo de experiencia "filial" que confirmó su conciencia de misión. Pero quizá también algún discurso como el que cuenta Lucas 4 al comienzo del ministerio de Jesús, en la sinagoga de Nazaret, cuando Jesús lee el capítulo 61 de Isaías (suprimiendo quizá la frase que habla de venganza), y comenta que aquello "se está cumpliendo hoy ante vosotros", provocando un primer conflicto serio.

Su praxis no era sólo verbal. Iba acompañada por una serie de gestos "llamativos": curaciones, contactos y acogida de gente "impura", y comidas con los excluidos sociales. En cualquier caso, su actividad desata inmediatamente un éxito clamoroso en las masas, y una reticencia creciente en los ambientes "eclesiásticos". Los evangelios merecen crédito cuando describen a Jesús envuelto por "masas", "turbas", "multitudes", y cuando cuentan que esas masas se maravillaban del "poder de libertad" (eksousía) de sus palabras, que no eran como las de los escribas y fariseos. El comienzo de Marcos recoge, a la vez, ese éxito clamoroso, y una serie de conductas "sospechosas": en sólo dos capítulos Jesús toca a un leproso (= contrae impureza), llama a un publicano, quebranta dos veces el sábado y se atribuye el poder divino de perdonar pecados. Es casi normal que semejante arranque llevase a un veredicto negativo por parte de los "bienpensantes". (ver Mc3,6)

En esta situación tan contrastada, parece también históricamente cierto que Jesús rechazó la vía del poder, que algún evangelista describe como un intento de "proclamarlo rey".

1.2. Crisis

Hacia la mitad de su vida pública, se produce una crisis importante: sus discípulos reciben con frecuencia el reproche de no entender. El pueblo aparece también como desconcertado (y un evangelista pone en labios de Jesús este duro reproche: "me buscáis no porque habéis entendido mis signos sino porque comisteis hasta saciaros"). Los fariseos le exigen una prueba irrefutable que Jesús se niega a dar. La crisis le llevó a poner a sus discípulos en una situación de decisión. Parece cierto que fue gracias a una confesión impulsiva y generosa de Pedro, como los discípulos fueron resolviendo su desconcierto (6). Ellos y el pueblo seguirán tras él, pero mucho más atraídos por la fuerza de su irradiación, que por haberle comprendido plenamente.

La segunda parte de su camino, parece haber estado marcada por un horizonte más nublado. Aunque la crisis no altera las "entrañas conmovidas" de Jesús que eran el motor de toda su actividad, sí que se nota una búsqueda de caminos nuevos: menos apariciones en público, más dedicación a sus discípulos, y algunos períodos de refugio en el extranjero (7). El testimonio de los evangelios parece también creíble cuando, en esta segunda mitad, cuentan muchas menos curaciones y actos "milagrosos" de Jesús.

1.3. Desenlace

La confrontación sigue hasta que Jesús se decide a afrontarla subiendo a Jerusalén, para llevarla hasta el centro mismo de su fe judía. La estancia en Jerusalén tiene un esquema semejante al de la vida anterior: éxito clamoroso a la llegada (con el consiguiente miedo de los dirigentes religiosos), días de controversia en el atrio del Templo, unas palabras estremecidas de Jesús sobre Jerusalén, en las que definió a la capital religiosa como aquella que "mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados por Dios" y, por último, la decisión de los sumos sacerdotes de acelerar la "solución final". Según la cronología de los evangelios, menos de una semana en Jerusalén, y entre uno o dos años de actividad en Palestina. Hasta ese punto resultó molesto.

El empeño biográfico permite decir poco más. Pero, en contra de lo que suele pensarse, eso no es sólo una desgracia. Es también expresión de una cierta anonimidad pretendida. Uno de los más antiguos himnos creyentes en Jesús, proclama que su "condición divina" no fue obstáculo para que se presentara "como uno de tantos y actuando como un hombre cualquiera" (Fil 2,7ss). Una presentación de Jesús fracasaría si el lector no llega a imaginarlo como uno más: entre los pecadores que se acercaban al bautismo de Juan; caminando por las callejas como un hombre cualquiera, sin ningún tipo de carroza o "jesusmóvil" que le distinguiera de las gentes; vestido como los galileos de su época; usando los baños y piscinas públicas con la posibilidad de acercarse a quienes allí están (ver Jn 5, 2ss) y sin necesidad de construirse sus propias instalaciones exclusivas; tratando precisamente con aquellos con quienes nosotros no solemos tratar, y no con aquellos otros con quienes suelen codearse los grandes y los jefes de este mundo. La precariedad de su biografía es expresión de esa anonimidad que es factor esencial de su teología.

2. LA ACTIVIDAD DE JESÚS

No obstante, sí que es posible extraer del marco anterior algunas de las formas concretas de su actividad. En ese bienio escaso Jesús:

a) Comunicó y anunció (mejor que enseñar) lo que es el Reino de Dios que llega. A esto remite el asombro que su predicación despertaba (ver Mc 1,22), las bienaventuranzas, las parábolas etc. Ampliaremos este punto en el capítulo siguiente.
b) Compartió mesa, intereses y sentimientos con los excluidos de aquella sociedad (cf. Mc 2, 15ss; Lc 15,1; Mt 11,25ss).
c) Acogió y curó, entendiendo estas acciones como señales de la llegada del Reino (Lc 11,20).
d) Llamó a algunas gentes sencillas para que le siguieran en el estilo de vida que emprendía (8) Parece seguro que los envió a anunciar el Reino, y que trató de construir con ellos una especie de "comunidad alternativa" que no se rigiera por los criterios de la sociedad civil de aquella época, que Jesús resumía así: "los que gobiernan tiranizan, y encima se hacen llamar bienhechores" (ver Lc 22, 25ss: "entre vosotros no sea así").
e) Entró en conflicto con la teología oficial (en temas como el sábado, en qué consiste la pureza del hombre, con quiénes está Dios, cuál es el sentido y valor de la Ley...).
f) Entró en conflicto con el Templo y el culto oficial, permitiéndose incluso una acción de cierta dureza, al echar por tierra todo el montaje de ventas que posibilitaba el culto, y declarar que aquel Templo estaba llamado a desaparecer y ser sustituido por otro "no hecho de manos humanas".
g) Desató la necesidad de quitarlo de en medio violentamente y ejemplarmente. Necesidad que se justificó en nombre de Dios, pero que procedía de la sensación de amenaza que acompañaba a su anuncio del Dios del Reino.
h) Cuando ya vio venir el final, apostó por la esperanza hasta tal punto, que decidió celebrar una cena con los suyos. (9) En ella hizo un gesto simbólico, que las comunidades cristianas aún repiten: compartió el pan (símbolo de la necesidad humana) y pasó una copa de vino (símbolo de la alegría comunicada), dando a entender que en ese gesto de la necesidad compartida y de la alegría comunicada, se resumía su vida y Él se haría presente ente los suyos.

CONCLUSIÓN

Cerraremos esta rápida panorámica señalando que de los títulos que la investigación moderna da a Jesús (y que no pretenden ser títulos creyentes, sino "flashes" del personaje), los dos más satisfactorios son los que le califican como "un judío marginal" y como "profeta escatológico" o "del fin de los tiempos" (que, repito, no es un título creyente puesto que no se pronuncia sobre la veracidad de ese profeta). Estas instantáneas me parecen preferibles a otros títulos (un sabio, un santo, un revolucionario, un itinerante similar a los cínicos griegos...).

Quizá, a estos dos títulos elegidos, habría que añadir el de (hijo de) El Hombre: porque parece muy probable que es así como Jesús se designó a sí mismo, y porque entraña una ambigüedad muy del gusto de Jesús: puede aludir a "un hombre cualquiera" (cf. Fil 2) pero alude también a la plenitud utópica del ser humano (por eso lo escribo con mayúsculas). Todo esto se verá con más claridad si ampliamos un poco esas instantáneas en el capítulo siguiente.

 

 

2. EL PERSONAJE: MARGINAL, PROFETA, HUMANO

 

Lo que constituye a un ser humano es su conciencia humana. Pero a esta conciencia no podemos tener acceso inmediato. Sólo nos acercamos a ella a través de sus palabras, de su prácticas y de su estilo, sobre todo cuando son habituales.
Pero, dado que la noción antigua de historiografía no era exactamente la nuestra, el criterio para acceder al personaje no son textos aislados (aunque unos pocos tengan garantías muy serias) sino más bien la confluencia de textos que trazan un rasgo, aun cuando uno u otro de ellos pueda ser de historicidad discutible. Buscaremos el acceso a Jesús a través de los siguientes trazos.

 

1. "ABBÁ" Y REINO

Hay dos palabras de las que ningún crítico discute que fueron repetidas por Jesús con notable frecuencia: la invocación a Dios como Abbá (Padre), y la irrupción cercana del Reinado de ese Dios. Jesús invitaba a los suyos a llamar también a Dios Abbá. Pero lo que significa esa paternidad, sólo podemos entenderlo a través de lo que entendía Jesús como el Reinado de Dios. He aquí algunas vías de acceso a ese "Reino" que revela a Dios.

1.1. Testimonios ambientales

En primer lugar la descripción que hace el salmo 145. Allí se enumera una situación humana de libertad, justicia, superación de la enfermedad y de la carencia, bondad y acogida del débil. Cuando esto ocurre "Dios reina".

Hay además dos textos útiles en los evangelios apócrifos: "el Reino del Padre está extendido sobre la tierra y los hombres no lo ven" (Evangelio de Tomás 113). Y este otro: "Quien conozca a Dios se encontrará el Reino, porque conociéndole a Él os conoceréis a vosotros mismos y entenderéis que sois hijos del Padre. Y a la vez sabréis que sois ciudadanos del cielo. Vosotros sois la ciudad de Dios" (Pap Oxyr. 654) (10).

Dos textos muy ricos cuyas palabras subrayadas dan para meditar un momento.

Elijo estas citas no porque tengan más garantía de historicidad (dadas sus fuentes no es posible afirmarlo), sino porque resumen muy bien la enseñanza de los evangelios sobre el Reino. Podemos añadirles estas otras dos citas de Pablo: "el Reino de Dios no es comida ni bebida sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rom 14,17), es decir: igualdad entre los hombres, reconciliación con uno mismo y referencia de todo eso a la Gratuidad. Y "el Reino de Dios no viene por las palabras sino por su propia fuerza" (1 Cor, 4,20), en la línea del evangelio de Tomás, antes citado.

1.2. La praxis de Jesús

En segundo lugar el mismo Jesús parece haber interpretado su tarea curativa como una "señal de que el Reino de Dios está llegando", y no como una demostración de poder sobrenatural que garantice su Divinidad. Esta última interpretación, aunque parece más tradicional, procede de nuestra Modernidad. Los fariseos no cuestionaban ni las curaciones de Jesús ni su carácter "extraño". Por eso buscan más bien atribuirlas a artes mágicas o al demonio. Y ello dio ocasión a que Jesús explicara como las entendía él (ver Lc 11,20).

1.3. Sus parábolas

En tercer lugar destaquemos dos rasgos de las parábolas:

a) el Reino de Dios se parece a un tesoro escondido. Quien lo descubra tendrá tanta alegría que dará gustoso por él todo lo que tiene (Mt 13, 44ss): es como una semilla que, bien cuidada, va creciendo por si sola, aunque el labrador duerma (Mc 4, 26ss). Y sin embargo

b) vuelve a aparecer aquí la conflictividad: en ese Reino no entran las gentes "morales" (fariseos y escribas), sino los excluidos por su inmoralidad ("publicanos y prostitutas"). Pues la moralidad del (des)orden establecido es una moralidad insolidaria que, al excluir, fuerza a muchas gentes a esas conductas inmorales.

Pongamos un único ejemplo de ello en la parábola de los que asisten al banquete (Lc 14, 15-22). Los banquetes públicos de los ricachones eran práctica conocida en tiempos de Jesús, y él recurre a ella para visibilizar el Reinado de Dios, pero cambiando los comensales. Nosotros entendemos que los que no quisieron asistir fingían excusas.

En realidad puede tratarse de justificaciones válidas. La posibilidad de un buen negocio es una excusa razonable para no asistir a un banquete, entonces y hoy. El haberse casado era tenido también como excusa razonable puesto que, en el mundo de Jesús, los banquetes no eran para mujeres sino sólo para varones. Y el que está en plena luna de miel se comprende que no pueda renunciar a ella...

En esta parábola (como en otras muchas (11)) Jesús denuncia que las conductas moralmente plausibles suelen acabar siendo conductas que justifican o enmascaran la insolidaridad con los débiles y excluidos. Mientras que los que no pueden e xhibir esas conductas quedan más abiertos a escuchar la llamada de la solidaridad.

Comenzamos a encontrar aquí cómo el anuncio del Reino es a la vez, subyugante y subversivo. El anuncio de Jesús sobre el Reino de Dios podría retraducirse hoy así: "la Revolución de Dios esta ahí. Creed esta buena noticia y cambiad de mentalidad" (cf. Mc 1,15). El mismo carácter subversivo y subyugante tiene el Dios que ese anuncio revela. La paternidad de Dios no es una broma: no sólo porque se trata de una paternidad de hombres adultos, sino porque es una paternidad de todos (12).

2. UNA EXTRAÑA LIBERTAD

La sociedad por la que anduvo Jesús era notablemente cerrada. En cientos de años no se había movido una tilde ni un ápice en materia de costumbres. Jesús tampoco parece haber tenido contacto con el judaísmo de la diáspora, más crítico y más ilustrado, por el influjo griego.

Sorprende por eso que desde los comienzos, y sin renunciar por ello a sus prácticas de judío observante, actúe con una desconcertante libertad, en temas tan serios como la guarda del sábado, los usos sociales de trato con la mujer, las normas de pureza, o el contacto con paganos y samaritanos. O que se manifieste en contra de lo que él consideraba permisividad de la ley mosaica en cuestiones como el repudio de la esposa, alegando que Moisés había transigido con la dureza de corazón del hombre, pero que ése no era el plan original de Dios sobre la pareja humana (13).

2.1. Libertad que da autoridad

Los evangelios califican esta libertad de Jesús con la palabra eksousía. Es una palabra que significa a la vez autoridad (o poder) y libertad. Y que aparece con ambos significados en el N.T. Por eso antes la he traducido como "el poder de su libertad". Es el único poder que pretendió tener Jesús. Por eso se comprende el comentario extrañado y repetido (pero no precisamente crítico) con que las gentes comentaban sus palabras: "¿de donde le viene a éste esa autoridad, si no ha estudiado con ningún maestro?... Un rasgo que también parece confirmar el cuarto evangelio: "nadie ha hablado jamás como este hombre" (7,48).

2.2. Libertad en favor del necesitado

De toda esta libertad no cabe aquí más que un ejemplo. Elegiremos el del sábado, por lo que significaba en el mundo judío, y por la abundancia de testimonios sobre él en los evangelios. Jesús quebrantó repetidas veces el sábado, sobre todo para curar, desoyendo el consejo prudente de esperar a otro día de la semana, y alegando que no podía estar prohibido hacer bien en sábado porque el día sagrado fue hecho para el hombre y no al revés.

Curiosamente, hoy podemos adivinar que, con esta práctica transgresora, devolvió al sábado su verdadero sentido teológico. En sus orígenes el sábado había sido una institución social, no cúltica: perseguía el descanso del asalariado y del esclavo, y lo fundamentaba (como era frecuente en muchas prescripciones del mundo antiguo), declarando "sagrado" el día festivo: en él "había Dios descansado de su creación" (Gen 2,2). Se podía deducir de ahí que el descanso de Dios es precisamente el alivio del necesitado. Y por eso Jesús entiende que dar alivio al enfermo no es quebrantar el sábado sino cumplir su intención más profunda: eso es lo que significa que el sábado había sido hecho para el hombre. Y así lo entiende también el cuarto evangelio cuando le hace decir a Jesús, en contra de la literalidad de la Biblia que "Mi Padre sigue trabajando" (Jn 5,17)... mientras quede un enfermo por curar.

La objeción de que sería mejor esperar a otro día de la semana, visto que no se trataba de curaciones urgentes, no tuvo fuerza para Jesús, aunque ello significase echar piedras contra su propio tejado, puesto que desautorizaba sus curaciones precisamente por estar hechas transgrediendo la Ley ("este hombre no viene de Dios porque no guarda el sábado"). Al rechazar este modo de argüir, Jesús parece dejar claro que lo importante de sus curaciones no era el protagonismo del taumaturgo, sino el protagonismo del enfermo.

Finalmente, al atribuir la curación a la fe del enfermo, y no a sus propios poderes, Jesús saca el binomio enfermedad-curación del campo de lo sobrenatural o de lo mágico, y lo devuelve al campo de la creación, que está en manos del hombre. De ahí el comentario de los Padres de la Iglesia: Jesús curaba no para que viésemos cuánto poder tenía, sino para que sepamos que también nosotros podemos curar.

3. DESDE LOS MÁRGENES

Junto a la "eksousía", la otra palabra que los evangelios más usan para calificar a Jesús es la de las "entrañas conmovidas". Frente a los enfermos, frente a los mil sufrimientos humanos, frente a algunas situaciones personales, frente a las multitudes, los evangelios repiten un conocido verbo griego que significa "se le conmovieron las entrañas" (14)

De modo que con el "Abba", el Reino, la autoridad de su libertad, y las entrañas conmovidas, puede tejerse una rápida tabla impresionista, que echa raíces en lo que con más certeza puede garantizar la critica histórica.

3.1. Marginación social...

Las entrañas conmovidas dan razón de que la vida de Jesús se moviera no en el centro y desde el centro, sino desde la marginalidad, desde todos esos núcleos y personas que el afán de afirmación individual va arrojando a las cunetas de la historia. Es muy de fiar el texto en que Jesús declara que no se siente enviado más que "a las ovejas perdidas de la casa de Israel"(Mt 15,24). Y, probablemente, no debemos buscar en Él una pretensión de misión universal ya desde el principio. Sin que ello obste para que luego, la explícita exclusión que hacía la religión judía ante los de fuera, le llevara a poner mil gestos de acogida hacia los paganos, en los que la iglesia primitiva encontraría fundamento para ir ella al mundo entero. Sus entrañas conmovidas pusieron una bomba de largo alcance en el corazón del particularismo judío. Y quizá nos sirvan a nosotros, en momentos en que tanto hablamos de universalismo y de "globalización": los fatuos imperios de esta tierra deberían saber que la globalización no consiste en cerrar las propias puertas e imponer los propios productos o la propia cultura. No puede haber verdadera globalización, si no se empieza por "globalizar la propia casa", y por integrar a todas su ovejas perdidas, antes de pretender conquistar mundos y mercados.

Las "entrañas conmovidas" permiten a Mateo superar el problema de la relación entre Antiguo y Nuevo Testamento, con una frase del profeta Oseas que marca la pervivencia del primero más allá de todas las rupturas: lo que Dios quiere es "misericordia y no culto" (Mt 9,13 y 12,7). Y, porque eso es lo que Dios quiere, en el juicio último del hombre ante Dios, valdrá lo que se ha hecho inmediatamente al hermano hambriento o enfermo, pero no lo que se ha querido hacer inmediatamente a Dios (15). De este modo, la frase antes citada de Santiago sobre la religión verdadera, la reformula Mateo con una frase de Jesús: "si al ir a presentar tu ofrenda al altar, recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja el altar y ve a reconciliarte con tu hermano" (5,22-24). Tendría poco sentido discutir si esa frase es palabra literal de Jesús o procede del evangelista, puesto que, en este segundo caso, sería aún más seria para nosotros porque ya no podríamos desautorizarla diciendo que se refiere al culto veterotestamentario. Y dado que cuando los evangelistas modifican palabras de Jesús, suelen más bien suavizarlas, habría que preguntarse qué intensidad debió tener la experiencia de Jesús que Mateo hizo cuajar en semejante frase, a la cual ni siquiera los cristianos hemos sabido dar vigencia en veinte siglos.

3.2. … fundamentada religiosamente

Esa ley de gravedad hacia los márgenes podríamos simbolizarla en un gráfico que consta de dos flechas cruzadas (vertical y horizontal), cuyos extremos señalan cuatro dinámicas de exclusión y de marginación: arriba y abajo, a un lado y a otro: enfermos, pobres, mujeres y extranjeros. En una sociedad que se confiesa fundada por Dios y declara tener a Dios en su centro, esas líneas centrífugas aparecerán como brotando de Dios y sancionadas por Él. Y así ocurría en el mundo de Jesús.

— Pecadores eran los enfermos, y ello justificaba muchas veces su marginación social, cerrando un círculo vicioso que dificultaba su curación: "impuros" eran los leprosos y por eso había que apartarse de ellos; y ante el ciego de nacimiento los apóstoles preguntan a Jesús quién había pecado, si él o sus padres, para que estuviera así. Jesús, en cambio, curaba no para mostrar su divinidad, sino la fuerza del Reino en el ser humano ("tú fe te ha salvado"). La apologética tradicional fue bastante ciega en este punto.

— Pecadores eran también los pobres, "esa masa que no conoce la Ley y están bajo maldición" (Jn 7,49), porque no tenían tiempo más que para endeudarse, hasta que su misma deuda acababa llevándolos a entregarse como esclavos, o a huir a las montañas, hasta cuajar en el movimiento zelote (16). Si en las parábolas de Jesús aparecen banquetes y deudas, no es casualidad sino reflejo de la condición de su sociedad. Sólo que Jesús invierte los términos: en el banquete del Reino los protagonistas son los que nunca habían asistido a una de las comilonas saduceas. Y las deudas son perdonadas, salvo a aquellos que no perdonen a su vez a sus deudores.

— Pecadores eran los extranjeros y los paganos, de los que ya hablamos en el capítulo anterior. Pero aquel judío piadoso no tenía reparo en acudir a casa de un pagano que sufría (17). Y Él, que tanto valoraba la fe y tantas veces reprocha a los suyos su "poca fe", sólo en dos pasajes de los evangelios alaba públicamente la fe de alguien. Y las dos veces se trata de paganos (el centurión romano y la mujer sirofenicia).

— Y si no pecadoras, inferiores eran las mujeres, tanto en la sociedad griega como en la judía, incapacitadas en ésta para ser testigos y para aprender la Ley. Este punto merece mayor explicación, porque hoy es muy difícil que podamos percibir lo subversivo de la conducta de Jesús.

A parte de algunos trazos ya citados, resultaba extraño verle caminar al lado de ellas, en una sociedad en la que hasta la esposa debía caminar detrás de su marido cuando ambos salían a la calle. Quienquiera que sea, era un buen conocedor del mundo judío aquel que escribió que (hasta sus apóstoles) "quedaron sorprendidos de verle hablar con una mujer" en público (Jn 4,27). Así caminó el Galileo: enseñando la Ley de Dios también a mujeres y aclarando que también para ellas, esta era "la mejor parte" (Lc 10,24). O entablando con varias de ellas una relación de profunda amistad igualitaria, más llamativa en aquél que enseñaba que la entrega al Reino y la pasión por él, pueden llegar a "incapacitar" a algunos seres humanos para una relación conyugal normal, y que "el que pueda, que entienda eso" (ver Mt 19,12).

Junto a las mujeres, hoy convendría decir otra palabra sobre los otros seres "inferiores" de aquella sociedad: los niños. Las palabras de Jesús sobre "recibir el Reino como niños", o "hacerse como niños para entrar en el Reino", no deberíamos entenderlas desde los rostros infantiles, sonrientes y encantadores, que pueblan tantos espacios de nuestra vida social. Están mejor contextuadas entre los meninos da rua brasileños, o los niños que trabajan. "Hacerse como ellos" significa situarse en los márgenes sociales para poder acceder al Reino. Añadiendo el otro rasgo típico de la infancia: el niño sabe (y lo saben aún mejor los ejemplos que hemos citado) que todo lo que tiene es recibido. Gratuidad y marginalidad no se oponían en la mente de Jesús.

Ahí, en los márgenes, encontró a Dios aquel judío marginal y libre. Eso le hizo exultar de alegría y bendecir a Dios (ver Mt 11,25ss). Desde ellos lo proclamó, y desde ellos invitó a todos a preparar su Reino. Por eso muchos no pudieron entenderle. Y por eso (como veremos), murió "fuera de las puertas de la ciudad" (Heb 13,12).

4. UNA EXTRAÑA DIALÉCTICA ANTE EL SER HUMANO

Es dato conocido y lamentado, que los evangelios dan muy pocas pinceladas sobre lo que pasaba en el interior de Jesús. Por eso merecen atención estas duras palabras de un evangelista: "muchos creyeron el Él, pero Jesús no se fiaba de ellos... Ni tenía necesidad de que se le informara acerca de los hombres, pues Él conocía lo que hay en el hombre" (Jn 2, 23-25). Sorprende entonces que este hombre desconfiado sea precisamente el que más ha exigido y esperado de los seres humanos. Es probable que la expresión "os haré pescadores de hombres" que es el único programa que presenta a sus seguidores cuando los llama, no tenga un sentido numérico de proselitismo, sino el de sacar la mejor calidad humana de esa mar turbia de inhumanidad que solemos ser los humanos. Sacar "la mejor versión posible" de cada persona, en línea con lo que habían anunciado los Profetas: "cambiar el corazón de piedra en un corazón de carne", o sacar ese ser humano libre y con las entrañas conmovidas al que cabría calificar como "hombre del Reino", en correspondencia con el Reino de Dios anunciado por Jesús.

Jesús era consciente de que muchas conductas moral o religiosamente correctas no hacen más que enmascarar autocomplacencia, dureza y falta de solidaridad, afán de ser vistos. Creía que los hombre tienen una medida muy distinta cuando se trata de juzgar a los demás (donde no dejan escapar ni una paja) y de juzgarse a sí mismos (donde son incapaces de ver auténticas vigas), sabía que con frecuencia los más ciegos se erigen en guías de ciegos, contaba con que los seres humanos pueden matar "pensando que hacen un servicio a Dios" (Jn 16,3). Y debió usar bastantes veces palabras como "hipócritas o hipocresía" que, en todo el NT sólo aparecen (y con frecuencia) en labios de Jesús.

Pero de todo este balance, que podría firmar Maquiavelo, Jesús no extrajo la conclusión del florentino (sacar partido de la miseria humana en provecho propio), sino que pide a los suyos que no teman, "porque el Padre se ha complacido en vosotros". Creo que es posible afirmar sin ninguna clase de apologética que, aunque conoció la traición y la decepción como todo el mundo, ningún ser humano ha sacado tanto de los hombres como Jesús. Realmente parece haber sido un auténtico "pescador de hombres". Pero no hay que entender estas frases en un sentido falsamente "sobrenatural", sino desde aquel encuadre del N.T. que describía a Jesús "presentándose como uno de tantos y actuando como un hombre cualquiera" (Fil 2,7).

A la vez, este hombre aparentemente duro resultaba escandalosamente comprensivo cuando se trataba, no de lo que él detestaba como hipocresía, sino de la simple debilidad humana (ver Jn 8,1ss). Salvo el calificativo de "zorro" dirigido al tiranuelo de turno, nunca aparece en sus labios un juicio negativo sobre individuos concretos. Jesús se ensaña con grupos o formas de ser humano que caben en dos apartados: a) aquellos ricos que "como amaban el dinero se reían de Él" (Lc 16,14), a los que Jesús pide ingenuamente poner todo lo que tienen al servicio de los pobres (ver Lc 12,33); y b) esos fariseos a los que Jesús acusa de tener el corazón no ya duro sino "necrosado" (Mc 3,5), ciego. En esta ceguera de corazón que siempre encuentra razones sólo para lo que le conviene, parece ver Jesús la raíz de aquella hipocresía que tantas veces denuncia. Pues ella frenaba la innegable "capacidad de encuentro" que parece haber tenido aquel hombre, y que hacía que su acogida a los demás resultara para muchos interlocutores fuente de paz consigo mismos, de autoestima, de salud anímica, de expulsión de los propios demonios, y señal del perdón de Dios. A esa capacidad de encuentro parece referirse Oscar Wilde cuando escribe que, para Jesús, no existían leyes sino sólo excepciones. Pero, otra vez en contraste con las denuncias de ese fondo posesivo e hipócrita del ser humano, aparece la invitación de Jesús a "tener unos ojos limpios" porque, si los ojos son limpios, todo el cuerpo parece volverse transparente e ilumina con su luz (ver Lc 11,34-36). Y así podría seguir nuestra dialéctica. Pero quedan aún capítulos pendientes.

5. SU ESTILO

El texto que abrió ese Cuaderno proclamaba que Jesús "no fue a la universidad ni escribió libro alguno". No obstante se percibe en los evangelios un claro contraste entre la belleza de muchas palabras puestas en labios de Jesús, y el estilo más bien rudo de los evangelistas.

Su lenguaje estaba hecho de observación de detalles, de colorido meridional y de dialéctica. Entran en él la levadura con que amasa una mujer, el tamaño mínimo de algunas semillas que luego crecen más de lo que parecía posible, o los dos centavos que da de limosna una anciana insignificante, y en los que Jesús se fija más que en los cheques que dan los señores de este mundo: porque en aquellos centavos iba todo el corazón de la anciana; y en los cheques no va más que un expediente para quedarse tranquilos o llamar la atención (ver Mc 12,41ss). Entra también ese modo gráfico de pintar la hipocresía como "colar el mosquito y tragarse el camello". Y esa doble mano de ser sencillos como las palomas y "largos" como las serpientes, o de "hacer un cosa pero sin olvidar la otra".

Sus frases más profundas no lo eran porque fuesen inaccesibles a la gente sencilla, sino porque tienen diversos niveles de lectura según la profundidad del oyente. Al revés de la sabiduría griega, Él prefería hablar más de las cosas que vemos que de las esencias que no vemos; pero el oyente se sentía llevado a éstas a través de aquéllas. Recurrió mucho al género narrativo, probablemente porque tanto a Dios como al sufrimiento (y aunque por razones diversas), no se puede acceder a través de nociones abstractas sino sólo a través de la narración.

Y sus palabras funden con frecuencia el radicalismo ético del lenguaje de los profetas de Israel, con el tono sapiencial del que sabe buscar lo que más le conviene: de modo que la opción por los pobres, la no violencia, el hambre de justicia, la misericordia, la limpieza de corazón, el trabajo por la paz y hasta la persecución, no eran para él duros imperativos del exterior, sino caminos inesperados de felicidad: "dichosos los tales". Este es uno de esos juegos bruscos de luz que hacía que muchas de sus palabras produjeran vértigo. Y ante ese vértigo, Él se limitaba a remitir a los hombres al poder de Dios.

Da la sensación de que, hacia el final de su vida, su lenguaje se endureció algo. Esto tiene que ver con el último punto que vamos a presentar.

6. INESPERADA CONFLICTIVIDAD

El hecho y la intensidad de esa conflictividad ya fueron citados en el capítulo anterior. Para decir una palabra sobre sus contenidos, añadiremos ahora que la figura y la palabra de aquel hombre supusieron una amenaza inesperada para todos los bienestantes de su sociedad, quizá también una decepción para todos los que, a los principios, se habían entusiasmado con Él. La reacción y la decisión de acabar con él fueron increíblemente rápidas. Quizá porque nada vuelve al ser humano más agresivo ni más innoble que el pánico. Y aquellos hombres intuyeron pronto que el Reino de Dios y el Dios del Reino anunciados por Jesús, suponían el fin de sus privilegios.

Por otro lado, había algo en aquel hombre "manso y humilde de corazón", que desataba su agresividad. Y era ver falsificado el Nombre de Dios, utilizándolo como razón para no hacer el bien, o sirviéndose del culto a Dios como fundamento de diferencias de trato entre los hombres (entre judío y gentil, entre mujer y varón, entre laicos y sacerdotes). Esta parece haber sido la razón del escándalo que provocó en pleno Templo cuando su primera visita a Jerusalén, y después de haber llorado sobre la ciudad como cualquier seguidor suyo debería llorar hoy sobre el Vaticano. La "expulsión de los mercaderes" del Templo no fue una mera denuncia de (¿inevitables?) abusos económicos, sino la desautorización de una forma de culto que consagraba esas diferencias entre las personas. En estos momentos Jesús, literalmente, saltaba. Y no es que, para Él, Dios no hiciera diferencias: pero la única parcialidad de Dios era la parcialidad radical hacia los márgenes y sus moradores.

Es un hecho que los evangelios están jalonados por dardos bien agudos, lanzados por Jesús a los "eclesiásticos" de su época, y que los evangelistas quisieron conservar después, para que no se repitieran en la Iglesia cristiana: "Quebrantáis la voluntad de Dios acogiéndoos a vuestras tradiciones... Devoran los recursos de las viudas con la excusa de rezar por ellas... Pagáis el diezmo de la menta y el comino, y ‘pasáis’ de aquello que Dios más desea: la justicia y la misericordia... Matan a los profetas enviados por Dios, y luego presumen de ser hijos suyos... Se visten de símbolos religiosos ("filacterias") como si Dios mirase lo exterior... La casa de mi Padre no es una cueva de ladrones..." (ver en Mt los caps. 15, 23, 6 y 21).

Así, "suelta la crin y la ternura suelta" (P. Casaldáliga), Jesús luchó contra las falsas imágenes humanas de Dios, deformadas por el miedo o por el interés. Por eso quizá tenga razón el japonés E. Susaku, cuando afirma que en Jesús era perceptible un dejo de tristeza. Pues en este mundo, el amor verdadero no puede menos de verse afectado por el peso de una cierta tristeza.

Los evangelios parecen testificar también que, hacia el final de su vida, disminuye el lenguaje del Reino, y Jesús echa mano de un género de su época llamado "apocalíptico", que describe o anuncia calamidades, no tanto como un vaticinio sino como una advertencia, y para proclamar que, a pesar de ellas, Dios sigue siendo Señor de la historia. Pero ese lenguaje apocalíptico parece prefigurado en una de las frases más serias (y más olvidadas) de los evangelios, que revela cómo Jesús (a pesar de esa confianza en el hombre que antes veíamos) era plenamente consciente de la conflictividad de su mensaje: el anuncio del Reino de Dios no cabe en los envases de este mundo; sería como meter vino nuevo en odres viejos, o poner un remiendo de paño nuevo en un tejido ya viejo y deshilachado (ver Mt 9,16ss). O se alterará el sabor, o se desgarrará el recipiente.

Tomado de Cuadernos CRISTIANISMO I JUSTICIA