JESÚS, HIJO DE DIOS
En vista de la incondicionalidad con que Cristo exige la entrega a
su persona, y en vista de lo absolutamente que dependen de El la
salvación y la condenación, se levanta más poderosa aún la antigua
cuestión: ¿Quién es ese que con gesto tan imperativo decide del
eterno destino de los hombres? Los Evangelios nos permiten
todavía una mirada sobre el misterio de ese hombre: es Hijo de
Dios, consubstancial al Padre. No siempre se entendió en su más
pleno sentido esa expresión. A menudo se llama al rey "hijo de
Dios", tanto en la Biblia como en la literatura extrabíblica del antiguo
Oriente. Incluso el Mesías Rey futuro es anunciado en el AT como
Hijo de Dios, en el sentido de una filiación divina adoptiva (Ps. 2, 7).
El AT no conoce la filiación divina metafísica. Tampoco todos los
textos del NT que se refieren al Hijo, de Dios aluden inmediatamente
al sentido metafísico. Así, San Lucas (1, 32 y 1, 35) da testimonio de
Jesús como del Mesías Rey que viene de Dios y está plenamente
santificado por Dios y que culmina la Historia Sagrada del AT. Pero
a tales textos siguen otros testimonios claros de la filiación divina
metafísica de Cristo. A la luz de éstos puede verse el contenido más
hondo de los primeros, que no son tan explícitos.
Cristo es consciente de ser Hijo de Dios en virtud de una filiación
divina íntima y esencialmente distinta de la de los demás hombres.
Se presenta con las exigencias imperativas y dominadoras con que
sólo Dios puede presentarse. Habla de Dios como padre suyo y de
manera completamente distinta a todos los demás "No todo el que
dice ¡Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre" (Mt. 7, 21). "Pues a todo el que me confesare
delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi
Padre, que está en los cielos" (Mt. 10, 32, cfr. Mt. 12 . 50). También
los demás hombres son hijos del Padre celestial (Mt. 5 16, 45, 48);
pero siempre distingue Cristo su filiación de la de los demás. El es el
único hijo predilecto de Dios (Mc. 12, 6), El es el Hijo (Mc. 13, 32).
Dios es para El lo que para los demás el padre y la madre. Todo lo
que hace y tiene se lo debe al Padre celestial.
El Padre por su parte le ha concedido lo que es propio del Padre
mismo. Cristo participa plenamente del ser del Padre. Es Dios por su
esencia misma. El hombre Jesucristo es divino del mismo modo que
el Padre. Por eso nadie puede entender al Padre como le entiende
Cristo y nadie puede entender a Cristo como el Padre le entiende.
Sólo el Padre puede entenderle. Y esto nos lleva de la mano al más
perfecto testimonio de sí mismo que da Jesús en los Sinópticos: a su
"grito de júbilo". Cuando volvieron los setenta y dos discípulos
enviados por Cristo y contaron que los demonios les obedecían al
mandarles en nombre de Jesús, vio Jesús confirmada la caída del
poder del demonio, e inundado del Espíritu Santo, es decir, a la luz
de Dios y en su virtud, prorrumpe en estas palabras: "Yo te alabo,
Padre, Señor del cielo y de la tierra; porque has ocultado estas
cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Sí,
Padre, porque tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido
entregado por mi Padre, y, nadie conoce quién es el Hijo sino el
Padre, y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo
quisiere revelárselo." (/Lc/10/21-22; /Mt/11/25-27). Sólo el Hijo es
capaz de conocer al Padre, y fuera del Hijo no puede ser de ninguna
manera conocido. Cristo mantiene este testimonio incluso ante la
amenaza de muerte (Mt. 26, 63-64; Mc. 14, 61-62; Lc. 22-70). Su
afirmación de ser Hijo de Dios es tenida por blasfemia, y por ella se
le hace reo de muerte. Dos veces confirma el Padre desde el Cielo
solemnemente este testimonio de Cristo (Mc. 1, 10-11 9, 7).
Aunque Cristo se llame a sí mismo Hijo de Dios y sea respetado y
reconocido como tal por sus discípulos, hay que entender tal
expresión sólo en sentido analógico. No quiere decir que en Dios
haya una especie de diferenciación sexual. Como veremos, la
imagen de Dios anunciada por Cristo está determinada de muy otra
manera, supera toda determinación sexual, a diferencia de las
divinidades míticas. Tampoco dice la palabra "Hijo" que Cristo en su
existencia eterna tenga carácter masculino y no femenino. Sólo dice
analógicamente que debe a Dios su ser divino, su vida, su voluntad,
conocimiento y amor divino. Como lo único a que alude es a la
relación entre el que da y el que recibe, podía haber usado, también
en sentido análogo, la palabra "Hija". El hecho de llamarse "hijo"
podría tener su razón en que el papel de publicidad que tiene en la
historia humana se expresa con tal palabra. La publicidad en la vida
le corresponde al hombre, así como corresponde esencialmente a la
mujer la intimidad y ocultamiento,
Por ser Hijo de Dios, Cristo es distinto de todos los enviados de
Dios, distinto de todos los demás hombres.
Por ser Hijo de Dios, Cristo es señor de la ley del AT, de las
ordenaciones divinas viejotestamentarias. Por su propio poder las
deroga y exige la justicia perfecta en lugar de la santidad mandada
por la ley (Mc. 7, 1-23; 10, 1-12). En la fórmula solemne y repetida
"se os dijo... pero yo os digo" (Mt. 5, 21-28) se manifiesta su
conciencia de ser no sólo el plenipotenciario de Dios, sino el Señor
que tiene poder para disponer de las cosas e instituciones creadas
por El. Es más que Jonás y más que Salomón (Mt. 12, 41- 42) y más
que el templo (Mt. 12, 6). Es señor de su antepasado David (Mc. 12,
35-37). Y ahora se ve la más profunda razón de que sea señor del
Sábado, que Dios mismo había dispuesto (Mc. 2 28). Se arroga el
poder de interpretar y determinar el precepto del sábado diciendo lo
que está o no está permitido. Tiene poder para perdonar pecados y
suprimir la lejanía entre Dios y el hombre (Mc. 2, 15). Con autoridad
divina envió a predicar a sus discípulos (Mt. 10, 16; Lc. 10, 1-16), y
pudo prometerles que siempre estaría con ellos (Mt. 28, 20). Y los
suyos pudieron confiar en su promesa porque sus palabras tienen
validez eterna (Mc. 13-31). Por ser hijo de Dios, las promesas de
Cristo, sus mandatos y sus amenazas son legítimas. Es competente
para todas las cosas quo se refieren a la salvación. Es el Yo en el
que se deciden y determinan todos los caminos y todos los tiempos,
los espíritus y los destinos; en torno a El se reúnen todos los que
aman a Dios; contra El lucha Satanás hasta el fin de los caminos de
Dios; por amor a El se hará y se seguirá lo bueno; por El se vivirá y
se morirá (Lc. 18, 22- 21, 12; Mc. 9, 21; 13, 13; Mt. 18, 5). (Cfr.
Stauffer, en Kittels Woerterbuch zum NT II 346.)
Jesús tiene desde el principio conciencia de ser Hijo de Dios. No
hay ninguna evolución en ella. A los doce años lo sabe con tan
evidente seguridad como a los treinta (Lc. 2, 41-52). Y esa
conciencia no es resultado de cierta experiencia excepcional, sino
expresión de un hecho. San Lucas (1, 35) no dice que Jesús es Hijo
de Dios por haber nacido de una Virgen, del mismo modo que la
mitología griega llama "hombres divinos" a los que nacen
engendrados por un dios y una mujer humana. Cristo no es Hijo de
Dios por haber sido milagroso su nacimiento, sino viceversa: su
nacimiento es milagroso por ser Hijo de Dios.
TEOLOGIA DOGMATICA III
DIOS REDENTOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 252 ss.