¿Fue necesaria la muerte de Jesús?

J/MU/NECESIDAD.
"TENIA QUE PASAR". Los cuatro evangelios nos describen 
pormenorizadamente la pasión y muerte de Jesús. Hay en los 
cuatro una deliberada minuciosidad en la narración que nos 
abruma con todo lujo de detalles. Gracias a ellos hemos podido 
reconstruir y escenificar en impresionantes espectáculos 
dramáticos y patéticos desfiles procesionales el acontecimiento de 
la muerte de Jesús. La Semana Santa, cuya puerta franqueamos 
entre ramos y palmas, nos enfrenta nuevamente a la Pasión.
Y hay en los cuatro evangelistas una resignación 
sobrecogedora, porque todo eso tenía que pasar (/Mt/16/21; 
/Mc/08/31; /Lc/09/22; /Jn/12/16). Las comunidades cristianas del 
primer siglo, después de haber meditado larga y seriamente los 
vivos recuerdos de los testigos oculares, habían llegado a la 
conclusión de que "tenía que pasar", tenía que ser así. Lo que no 
es una renuncia ante la inevitable fatalidad, sino el anuncio de una 
providencia que así lo había dispuesto. Porque todo eso -la pasión 
y muerte de Jesús- tuvo que pasar para que se cumpliera la 
Escritura, para que cumpliese la voluntad de Dios, para que así 
Cristo entrase en su gloria. Es decir, todo eso tuvo que pasar para 
que nunca más tuviera que pasar. Así lo confesamos los 
creyentes: "por nosotros y por nuestra salvación...".
Tal es el desafío cristiano de nuestro tiempo, el desafío de todos 
los tiempos a los cristianos. Esa es la difícil exégesis que hay que 
hacer con la lacerante realidad de nuestro tiempo, en el que se 
perpetúa el vergonzoso espectáculo de la injusticia contra los 
inocentes, que descalifica la justicia humana. Porque siguen 
siendo los inocentes los que recorren humillados el camino de la 
muerte -el Via Crucis- hasta la cruz que levantamos 
insensatamente.
Los recientes acontecimientos del Este europeo nos han 
deparado la aleccionadora revelación de la "perestroika": el 
sometimiento de pueblos enteros, el exterminio innumerable de 
hombres y mujeres, el doloroso Via Crucis de miles de niños... 
Pero en la mente de todos debe estar la triste y violenta historia 
de nuestra historia, salpicada de exterminios, genocidios, guerras 
civiles, masacres, atrocidades... Y en la conciencia 
contemporánea, que son los mass media, siguen las muertes 
inútiles, la prepotencia de los que dan orden de matar, la 
insolencia de los que recurren a la muerte como medio de 
persuasión, la indiferencia ante el hambre innecesaria, la pobreza 
injusta, la violencia gratuita, la víctima superflua.
Una ineludible cuestión zarandea la debilitada fe del hombre. En 
apariencia -por lo que se ve- la muerte de Jesús, en tanto que 
muerte que acaba con el despotismo de la muerte, se está 
mostrando inoperante. Es verdad que el último sentido del 
Evangelio trasciende el coto cerrado de la experiencia de los 
mortales. Hay que creer que también es necesario que el hombre 
muera para que así entre en la gloria. No lo entenderemos nunca, 
pero es posible aceptarlo con fe y con esperanza. Tiene que ser 
así, nos tiene que pasar.
Pero la cuestión así sólo se desplaza hacia la muerte del 
inocente. Es, por tanto, una cuestión que interpela la injusticia de 
los hombres, que no la justicia de Dios. La muerte del inocente por 
la violencia salvaje de que matan o por la violencia civilizada y 
democrática de los que dejan morir a los otros, por ejemplo, de 
miseria y de hambre, sigue siendo una cuestión ineludible. Y una 
interpelación a la fe de los creyentes. Porque creer en la pasión y 
muerte de Jesús no es sólo saber que Jesús murió, aunque 
también creamos que resucitó. Es creer que en la muerte de Jesús 
murió la muerte injusta y la violencia gratuita. Y porque creer en la 
otra vida es primero creer en ésta, sin la que no habría otra. Y es 
luchar y trabajar por ésta para desterrar todo cuanto atenta contra 
la vida.
Tenía que ser así. En el caso de Jesús, el sentido se nos revela 
en el Evangelio: para así entrar en la gloria. Tiene que ser así en 
el caso de los hombres, y su sentido se nos desvela en la 
Escritura. Pero no tiene por qué ser así, cuando el único sentido 
es el sinsentido de la violencia, del egoísmo y de la indiferencia de 
los hombres. Que el hombre muera tiene sentido para el que cree. 
Pero no tiene sentido que los hombres maten o que dejen morir 
por cualquier pretexto. Porque no hay ningún pretexto que pueda 
dar sentido a la muerte del inocente. 

LUIS G. BETES
DABAR 1990, 22