El problema de la proximidad de la parusía
A propio intento hemos dejado para el final de este capitulo uno de
los más espinosos problemas de la escatología neotestamentaria: el
que se refiere a la proximidad de la parusía. Como nota
Schnackenburg,102 es en este punto donde la tentación de considerar
como creación de la comunidad textos incómodos es más aguda, y de
ella participan tanto defensores de los puntos de vista tradicionales,
como partidarios de la escatología consecuente.
Dado que a nivel exegético se está muy lejos de un acuerdo
(siquiera fuese sobre puntos no sustanciales) en la interpretación de
los textos, en el marco del presente libro sólo cabe una consideración
global del problema, a partir de los resultados obtenidos hasta ahora y
de los datos exegéticamente más fundados, para concluir que la tesis
de la escatología consecuente no se impone como la única
solución científicamente válida a las cuestiones que, en torno a
nuestro tema, nos plantea el NT. Es posible, en efecto, entender los
textos en la perspectiva de una escatología centrada sobre la tensión
del ya y el todavía no, y no sobre la expectación exclusiva de un fin
inminente.
Comencemos preguntándonos cuál era la mente de la Iglesia
primitiva, tal y como se manifiesta en las epístolas paulinas. Es
evidente que los primeros cristianos esperaron una parusía próxima,
dentro de su generación. Textos como 1 Ts 4, 15-17 y 1 Co 15, 51-52
son taxativos a este respecto; suponen que no todos los miembros de
la comunidad habrán muerto antes de «la venida del Señor Jesús»:
«no todos morirán» (1Co 15, 51); «nosotros, los supervivientes...»
(1Ts 4, 17).
Pablo está seguro, en este momento, de contarse él mismo entre
ese grupo privilegiado de testigos de la parusía. El hecho de que
morían cristianos antes del día del Señor fue sentido por estas fechas
como problema: I Ts 4, 13-15; 1 Co 11, 30. En 1 Co 7, 29-31, el verbo
systéllo (=encoger, replegar) está tomado del vocabulario marinero;
con el tiempo sucede ahora lo que con las velas de la embarcación
llegada a puerto, que se recogen una vez acabado el viaje. Romanos
13, 11-12 insiste todavía en la creciente aproximación de «el día»
portador de «la salvación» (consumada); cf. igualmente 8, 19-23.
El problema, sin embargo, no se resuelve con la simple verificación
de la existencia de una espera a corto plazo. Más importante es fijar
qué grado de interés teológico se atribuía a dicho plazo. Con otras
palabras: ¿entendió la comunidad primitiva que su esperanza
escatológica dependía esencialmente del advento próximo del fin?
Observemos, por de pronto, que esta tesis -defendida hasta
nuestros días por no pocos exegetas, y no todos defensores de la
escatología consecuente- hace de la comunidad cristiana una secta
judía más de las muchas que proliferaron en la Palestina del siglo I,
fuertemente sacudida por las corrientes apocalípticas. Si la esperanza
de los primeros cristianos se ha centrado, exclusiva o sustancialmente,
en la resolución inminente de la historia, en nada difiere de la
esperanza judaica. Ahora bien; a esta reducción se opone lo que se ha
dicho anteriormente sobre el ya de la salvación como elemento
constitutivo de la escatología en la Iglesia primitiva. ¿No será mas
cierto que es cabalmente la certidumbre de la salvación ya
acontecida lo que funda la intensidad y vivacidad de la expectación?
¿Y no será precisamente esa nueva apreciación cualitativa del tiempo
(lo decisivo ya ha tenido lugar) lo que, intensificando el talante de la
espera, facilitó la transposición del mismo a una escala cuantitativa (la
espera será corta porque lo decisivo ya ha tenido lugar)? Pero
entonces este tipo de precisión cronológica es teológicamente
secundario, puesto que un eventual alargamiento del plazo no
introduciría ninguna mutación sustancial, ni en la comprensión del
tiempo ni en la actitud misma de expectación. 103
Quienes opinan, por el contrario, que el elemento «inminencia
cronológica» pertenece a la médula de la escatología cristiana
primitiva, tropiezan con el hecho, inexplicable desde sus supuestos, de
que no sólo la comunidad ha sobrevivido a la ruina de lo que
constituiría su persuasión fundamental (la parusía próxima), sino que
-cosa aun más sorprendente- ha sobrevivido sin renunciar a su
actitud característica de expectación. A partir de Romanos, Pablo
no vuelve a tocar el tema del fin dentro de su generación. Es posible
que haya renunciado a esta idea; es, en todo caso, seguro que ha
renunciado a contarse él mismo entre los que vivirán hasta entonces
(Flp 1, 21-23; quizá también 2 Co 5, 1-10). Y sin embargo, continúa
alimentando él mismo, y predicando a sus cristianos, la esperanza en
la parusía: Flp 1, 6.10; 2, 16; 3, 20-21. Escritos de fecha tardía
mantienen inmutada esta actitud: Col 3, 4 remite a una súbita
phanérosis de Cristo; 2 Tm 4, 1.8 exhorta a la esperanza en la
epifanía del Señor; lo mismo ocurre en Tit 2, 13. De la primera carta
de Juan se ha hablado ya.
Más notable todavía -y mas significativo- es otro dato que nos
ofrecen estos escritos tardíos. Pese a que en el momento de su
redacción ha debido demostrarse infundado el cálculo cronológico de
los primeros tiempos, se continúa hablando en términos de cercanía:
Flp 4, 5 sostiene que «el Señor está cerca» (ho kyrios engys); 1 Tm
4, I ss. y 2 Tm 3, I ss. mencionan «los últimos tiempos/dias»
refiriéndose obviamente al presente. Ap 22, 20 («vendré pronto»; cf. v.
7) reproduce el maranatha de I Co 16, 22. Es decir: el concepto de
«cercanía», que se remonta a 1 Ts y 1 Co (cuando se esperaba la
parusía dentro de la primera generación cristiana), sigue utilizándose
cuando este cómputo ha sido amortizado por la realidad. Es claro
que a dicho concepto no se le otorgaban los mismos contenidos en I
Ts y en Ap, por ejemplo. Si, con todo, se utiliza en estos dos
escritos-limite, es porque fundamentalmente se trata de un concepto
teológico, no cronológico. A la cercanía en que la esperanza
cristiana sitúa su objeto no parece obstar la dilación de la parusía.
No es que queramos negar que también en estos textos tardíos se
piensa en una proximidad temporal. Queremos decir simplemente que
la persuasión de dicha proximidad va superando victoriosamente todos
los sucesivos aplazamientos; no capitula ante lo que debería
considerarse como una serie ininterrumpida de decepciones, si lo
decisivo fuese cada vez el plazo prefijado, como piensan los
escatólogos consecuentes.104 Y este hecho sorprendente sólo puede
explicarse si la esperanza en el futuro no se funda sobre sí misma, sino
sobre algo anterior e irrefutable: el ya de la salvación.
Dos textos, pertenecientes a dos fechas extremas en el calendario
redaccional del NT, se esfuerzan por justificar (desde perspectivas
diversas) esta compatibilidad de un aplazamiento de la parusía con su
carácter de vecindad respecto del momento actual. En 2 Ts, Pablo
amonesta a los que han sobrevalorado sus opiniones acerca de la
proximidad del fin; no quiere que supongan «que está inminente el día
del Señor» (2, 2). O lo que es lo mismo: prohíbe a sus cristianos
reducir a términos de proximidad cronológica sus anteriores
manifestaciones (I Ts 4) en torno a la venida de Cristo. En lo que a
esta atañe, no es la fecha lo que ha de preocupar a los creyentes, sino
el estar preparados, pues llegará «como un ladrón» (1 Ts 5, 2.4), lo
que nos retrotrae a las advertencias de Jesús en los sinópticos. Es
decir; en lo tocante a la cronología, y a pesar de las apreciaciones que
Pablo haya podido hacer a título personal, lo que transmite como
doctrina de fe es la exhortación a hallarse siempre dispuestos porque
no se sabe cuándo acontecerá la venida. En efecto, en 2 Ts 2, 3-9 se
alude a las muy diversas vicisitudes que retardan el día del Señor y
relativizan los cálculos humanos del apóstol.
2 P 3 contiene un alegato contra los que ridiculizan la actitud
cristiana de espera basados en que lo esperado no acaba de llegar:
«desde que murieron los padres (=los cristianos de la primera
generación), todo sigue como al principio de la creación» (v. 4). La
respuesta se articula en dos fases: a) relativización del tiempo de
espera, que no puede ser computado según los comunes módulos
humanos, pues «ante el Señor un día es como mil años y mil años
como un día» (v. 8). De suerte que no puede hablarse de un retraso
de la promesa (v. 9). Por lo demás, b) «el día del Señor llegará como
un ladrón» (v. 10); es decir: la nota característica de la parusía es su
imprevisibilidad. Como en 2 Ts, la propensión al cálculo
cronológicamente planificado es desautorizada por el autor, quien
apela a las conocidas exhortaciones de Jesús sobre la vigilancia. La
parusía está cerca, puesto que puede acontecer en cualquier
momento; su cercanía no puede medirse en días o años humanos,
porque esa medida es extraña a Dios; lo único que resta, y eso es lo
esencial, es vigilar y estar preparados.
A la vista de estos textos, apenas puede dudarse razonablemente de
que la Iglesia apostó1ica vivió esperando la parusía; calculando su
fecha en términos de corto plazo; precaviendo contra una excesiva
valoración del elemento puramente cronológico de la cercanía;
exhortando a la constante preparación, porque el fin puede sobrevenir
en todo momento; mas aún, llegará de improviso. Lo esencial aquí no
es la determinación del plazo, sino la certidumbre de que con Cristo ha
penetrado la salvación y, por consiguiente, estamos en «los últimos
días»; la parusía se producirá cuando menos se piense.105 Nada hace
pensar que el problema fundamental al que hubieron de enfrentarse
los autores del NT haya sido el creado por el aplazamiento de la
parusía, como afirma la escuela de la escatología consecuente. En los
escritos examinados no hay rastro de una grave decepción de la
comunidad a causa de tal aplazamiento (sólo 2 P 3 podría indicar algo
de esto, y tal vez Jn 21, 23); sí hay en cambio una constante actitud
esperanzada hacia el todavía no del télos, capaz de remontar, de
decenio en decenio, el progresivo desplazamiento del horizonte
parusíaco. 106 En suma; lo que señalábamos como nota especifica de
la escatología cristiana (la tensión entre sus dos momentos
constitutivos) no ha sido reabsorbido por las situaciones cambiantes.
E1 problema aquí no es tanto el de la Parusieverzögerung (= retraso
de la parusía), cuanto el de una recta comprensión de la
Naherwartung (= espera próxima), como alguien ha apuntado
agudamente.107
Una vez examinado nuestro tema en el ámbito de la comunidad
primitiva, queda ahora por dilucidar cómo se planteó en la conciencia y
la predicación de Jesús. Recordemos por de pronto que ni el presente
solo ni el porvenir solo integran su concepción escatológica, sino la
combinada tensión de ambos: el cumplimiento actual de la promesa y
la proximidad futura de la consumación. Desde esta perspectiva,
hemos rechazado ya la tesis de la escatología consecuente, por
cuanto elimina en Jesús el dato de la presencia del reino. Lo que
tenemos que examinar ahora es el otro extremo de la teoría de
Schweitzer (al que en este punto sigue Bultmann), a saber, si Jesús
previó el esperado futuro como coincidente con su muerte; si, por
tanto, no previó ningún margen de tiempo entre su muerte y la
parusía.
Esta hipótesis no parece demostrada ni demostrable. Lo que se
deduce de un examen desapasionado del material sinóptico más
verosímilmente autentico es que Jesús contó con un entretiempo antes
del fin, suficientemente largo para que tenga sentido hablar, también
en su caso, de tensión entre el ya de su vida terrena (con su muerte y
resurrección) y el todavía no de su parusía gloriosa. Muy
sintéticamente, mostraremos a continuación que Jesús ha hablado de:
a) la proximidad de la parusía; b) la imprevisión de su hora; c) la
previsión de un tiempo intermedio.
a) La proximidad de la parusía. Además del anuncio inaugural («el
reino de Dios está cerca»: Mc 1, 15) entran en consideración aquí los
célebres lógia que han constituido desde siempre una crux
interpretum: Mt 10, 23; Mc 9, 1; 13, 30; 14, 62. No podemos entrar en
los complicados análisis exegéticos a que estos textos han dado
lugar.108 En principio, no hay razones de peso para impugnar su
autenticidad; su accidentada historia en la tradición sinóptica no
favorece la hipótesis de que estemos ante «creaciones de la
comunidad»,109 pues la comunidad los ha sentido como
problemáticos. Admitamos además que los nuevos planteamientos de
la dogmática católica en torno al saber humano de Cristo insisten, con
buenos motivos, en la limitación e historicidad (= permeabilidad
respecto a las ideas del tiempo) del mismo, superando el docetismo
psicológico o el neoapolinarismo larvado de las teorías
tradicionales.110 En este punto, pues, la exegesis no tendría que
sentirse vinculada por escrúpulos sistemáticos.111 Jesús bien pudo
sostener, a titulo de conjetura, que la parusía advendría pronto, no
más tarde de los límites de su generación. Este es el sentido obvio de
Mc 9, 1 y 13, 30; así se pueden entender también Mc 1, 15; Mt 10, 23;
Mc 14, 62, y el llamado apocalipsis sinóptico. En I Ts 4, 15, Pablo
introduce sus consideraciones sobre la parusía dentro de la
generación contemporánea con una alusión a un «dicho del Señor»,
que podría ser el de Mc 9, 1.1l2 El embarazo de la exégesis al
pretender sortear este sentido obvio es puesto de manifiesto por la
variedad de interpretaciones. Las dificultades desaparecen si se
acepta en principio la posibilidad de que Jesús haya aventurado su
opinión sobre uno de los temas más apasionadamente debatidos en su
medio ambiente: ¿cuándo será el fin? Pero el interés teológico no
reside en el hecho de una especulación de Jesús en torno a este tema.
Como decíamos antes a propósito de Pablo, lo teológicamente
relevante es la verificación del peso que otorgaba a su opinión al
respecto. ¿Consideró Jesús como dato esencial de su escatología esta
determinación cronológica del cuándo de la parusía?
b) La imprevisión de la hora de la parusía. A la pregunta anterior
ha de responderse negativamente. Cuantas veces le fue planteada
formalmente a Jesús la cuestión de la fecha del fin, rehusó dar una
respuesta. Y no sólo esto: Jesús habla del fin acentuando
sistemáticamente el carácter imprevisible de su advento, «sin hacer
revelaciones apocalípticas y sin predecir acontecimientos susceptibles
de cómputo».113
Los lugares en que Jesús desautoriza la legitimidad del cálculo o el
conocimiento de la fecha como elemento esencial de la esperanza
escatológica son /Lc/17/20 y /Mc/13/32. Ambos textos tienen de común
el contener una respuesta a la pregunta precisa sobre el cuándo: la
respuesta, en uno y otro caso, subraya lo improcedente de la
pregunta. En Lc 17, 20 (sobre cuya autenticidad no se registran
discrepancias), Jesús, contra la opinión de los fariseos, asevera que la
venida del reino no está sujeta a «observación» (paratéresis), es
decir, no es susceptible de cómputo como lo son los movimientos
astrales.114 La pretensión apocalíptica de predecir el momento del fin
con ayuda de señales y cálculos encuentra en este lógion un neto
mentís; el diálogo plantea la oposición entre dos actitudes frente al
futuro escatológico, y la respuesta tiende a erradicar el fundamento
mismo de la pregunta, esto es, la involución de la escatología en
apocalipsis.115
En cuanto a Mc 13, 32, las sospechas sobre su autenticidad se
estrellan contra el hecho palmario del carácter escandaloso del lógìon.
Que este creó problemas a la comunidad se evidencia en la mutilación
a que ha sido sometido en algunos códices del primer evangelio (Mt
24, 36) y en su supresión en el tercer evangelio. Ello excluye la
creación eclesiástica del lógion. Respecto a su interpretación, una
cosa es clara: Jesús hace una diáfana confesión de ignorancia acerca
del cuándo de la parusía. Pero la ignorancia puede ser relativa: sobre
la base de que el fin acaecerá dentro de la presente generación (v.
30), se ignoraría la fecha. O bien se trata de una ignorancia absoluta:
la determinación de «el día» antonomástico esta reservada al
conocimiento exclusivo del Padre. Como nota Schnackenburg, esta
última interpretación es la que se impone; por una parte, la vecindad
de los vv. 30 y 32 es redaccional (no se remonta a Jesús); además, el
tono categórico de la afirmación cuadra mejor con un no saber
absoluto; por último, el contexto general de las declaraciones de Jesús
abunda en este sentido.116
En efecto; además de Lc 17, 20, las parábolas de vigilancia
confirman la impresión de una indeterminación absoluta en cuanto al
momento de la parusía; en ellas se especula indiferentemente con la
doble posibilidad de una llegada más pronta (parábola del mayordomo
infiel) o más tardía (parábola de las diez vírgenes) de lo que se
esperaba. El lógion «no sabéis ni el día ni la hora» (que se repite
continuamente en la predicación de Jesús sobre las ultimidades)
subraya, en fin, de modo elocuente que Jesús proclama, consciente y
reiteradamente, la imprevisión del cuándo como una de las constantes
de su escatología, en contra de la tendencia dominante que otorgaba
a este dato un rango prioritario. El no saber de Mc 13, 32 aparece, en
suma, como una declaración de principio e incluye, por tanto, una
indefinición general,I" a cuya luz ha de ponderarse el valor teológico de
los lógia sobre la parusía dentro de una generación.
c) La previsión de un tiempo intermedio. Dentro de esta
imprevisibilidad genérica del fin, de la que acabamos de hablar, hay
que hacer una salvedad. Es seguro que, aun desconociendo el
momento preciso de la parusía y desinteresándose de su cálculo,
Jesús previó un tiempo intermedio entre su muerte y la consumación. O
dicho negativamente (contra la escatología consecuente): Jesús no
pensó que su muerte sería el prólogo de un final de la historia
inmediatamente subsiguiente. Ya las parábolas del crecimiento
postulan el entretiempo: la vida de Jesús es el momento de la siembra,
de la puesta en marcha de un proceso; se necesita paciencia y
perseverancia para disfrutar de su plenitud. La creación de un
discipulado, las instrucciones al mismo sobre sus modos de
comportamiento en el mundo y, sobre todo, la asignación de una tarea
misional a esos discípulos están suponiendo en Jesús la certeza de
que el fin no vendrá con su muerte, pues entonces nada de esto
tendría sentido. Como no lo tendrían los constantes llamamientos a la
vigilancia, con la ética escatológica en ella implicada, que constituyen
uno de los rasgos más característicos de la predicación de Jesús.118
Al mismo resultado (previsión de un tiempo intermedio) nos
conducen los lógia antes citados sobre la proximidad de la parusía; en
ellos se supone, al menos, el espacio de una generación antes del fin.
A este respecto, se ha llamado la atención principalmente sobre
/Mc/09/01: sólo algunos de la presente generación verán el reino
viniendo en poder. Este «algunos» (que nos recuerda el «no todos
moriremos» de I Co 15, 51) parece indicar que Jesús conjeturaba el fin
en el límite extremo de su generación.119 Otros lógia que excluyen la
tesis del escatologismo consecuente son el de la unción en Betania
(«pobres tendréis siempre con vosotros...; a mi no me tendréis
siempre»: Mc 14, 7) y el del ayuno (los discípulos «ya ayunarán
cuando el esposo les sea arrebatado»: Mc 2, 19-20). Ambos suponen
la prolongación del tiempo más allá de la muerte de Jesús. No hay
razones para rechazar la autenticidad de estos dos pasajes.120
Sintetizando los resultados conseguidos, podemos afirmar: la tensión
entre el ya y el todavía no deriva del mismo Jesús; no hay ruptura en
este punto entre su doctrina y la de la comunidad primitiva. La
persuasión de la presencia operativa del reino en su persona no ha
impedido a Jesús dirigir la mirada al futuro, del que aguarda la
consumación. En cuanto a este, encontramos en él las mismas notas
que recogíamos de los escritos apostólicos: proximidad de la parusía,
irrelevancia teológica de la cuestión de su fecha, necesidad de una
continua vigilancia. Es asimismo irrenunciable la función de un tiempo
intermedio, puesto que sin él no se darían elementos sustantivos de la
doctrina evangeliza: una comunidad escatológica, una tarea misional,
una ética exigente, un talante de expectación. Que ese tiempo
intermedio se haya ampliado mas allá de lo previsto por la ciencia
humana de Jesús no modifica la estructura de su concepción
escatológica, como no la ha modificado en Pablo o en los restantes
autores del NT. Salvado un plazo suficiente para que esos elementos
sustantivos se realicen históricamente, el alargamiento de la
perspectiva escatológica (hecho, por lo demás, comprobable en el AT,
según hemos visto en otro capítulo) deja intacta a la escatología
misma; tal alargamiento es, diríamos, un fenómeno cuantitativo, no
cualitativo.
En todo caso, y garantizada la previsión de un cierto tiempo
intermedio, el hecho de la presencia actual del reino, la aseveración
reiterada del desconocimiento de la hora, la tenaz insistencia en su
índole repentina que obliga a una vigilancia indeclinable, son factores
que habían de relativizar, en la misma conciencia de Jesús,
eventuales manifestaciones sobre un fin dentro de su generación; por
otra parte, esas mismas razones justifican -e incluso imponen- el
lenguaje de «proximidad» con que se habla de la parusía. Pues la
certidumbre de que el destino de la historia se ha decidido ya en la
persona, la vida y la muerte de Jesús implica que nada importante nos
separa todavía del fin; por consiguiente, este puede acaecer en
cualquier momento. Los días presentes están marcados, de forma
indeleble, para «el día del Señor»; ellos constituyen, en rigor, «los
últimos tiempos».
....................
N O T A S
102 Reino..., 179. Vid, para cuanto sigue RATZINGER J., 46-53; AGUIRRE, R.,
Reino, parusía y decepción, Madrid 1984; GRAESSER, E., 28 ss., 34 ss.; ZEDDA,
S., L'escatología... II. 176-192; SINT, J. A., «Parusie-Erwartung und
Parusie-Verzögerung im paulinische Briefcorpus», en ZKhT (1964), 47-79.
103 CULLMANN, O., Christ..., 60 s.
104 Tanto éstos como Conzelmann y varios otros discípulos de Bultmann
deberían al menos explicar cómo es posible que Lucas escriba sus dos libros
para «periodizar» la historia, esto es, para ofrecer a los cristianos un sucedáneo
de la decepcionante expectación parusíaca, con la justificación de su indefinido
aplazamiento, mientras que por otro lado otros escritores (los autores de Flp, 1 y 2
Tm, 1 Jn, Ap, 2 P.) continúan anunciando una parusía cercana. Me parece que
esta paradoja exige una buena dosis de cautela a la hora de enjuiciar los pasajes
neotestamentarios posteriores a Lc y Hch que mencionan la proximidad de la
parusía.
105 CULLMANN, O., La Historia..., 242. Esta misma línea interpretativa es, con
mucho, la predominante en la teología sistemática; vid. BRUNNER, E., Das Ewige
als Zukunft und Gegenwart, München 1965, 140-143.
106 CULLMANN, O., La Historia, 268-289.
107 GNILKA, J., Parusieverzögerung und Nahervvartung in der synoptischen
Evangelien und in der Apostelges- chichte», en Catholica (1959), 277-290 (pp. 281
s.). En términos parecidos se expresa SMALLEY, S. S.: en la proclamación
kerigmática de la proximidad, no es tanto la ubicación temporal de la parusía lo
que cuenta, cuanto la aserción de que ya estamos en el ultimo eón». Pensar el fin
en términos de décadas o de siglos es una cuestión marginal, y en ningún caso
devalúa la tesis de su proximidad, que ejerce una permanente presión moral
sobre los cristianos (a. c., pp. 52 ss.).
108 La bibliografía es prácticamente inabarcable. Como orientación general,
vid. SCHNACKEN- BURG,R., Reino..., 187-190; CULLMANN,O., La historia....
234-241; SCHELKLE, K. H., 690 ss.; LOHFINK, G., en GRESHAKE, G.-LOHFINK,
G., 38-81; GRAESSER, E., 17 ss.; FEUILLET, A., «Parousie», 1340-1343. Una
recensión de las distintas interpretaciones entre los católicos la ofrece ZEDDA, S.,
L'escatología... 1, 311-320. Para Mt 10, 23, vid. DUPONT, J., «Vous n'aurez pas
achevé les villes d'Israel avant que le Fils de l'homme ne vienne (Mt X, 23)», en NT
(1958), 228-244; SCHUERMANN, H., «Zur Traditionsund Redaktionsgeschichte
von Mt 10, 23», en BiblZeits (1959), 82-88; FEUILLET, A., «Les origines et la
signification de Mt 10,23b», en Cath. Bibl. Quart. (1961), 182-198. Para Mc 13,30,
MEINERTZ, M., «'Dieses Geschlecht' im Neuen Testamenb, en BibZeits (1957),
283-289; MUSSNER, F., «Christus und das Ende der Welt» en VV. AA., Christus vor
uns, Frankfurt a. M. 1966, 12-18. Sobre Mc 14, 62, FEUILLET, A., «Le triomphe du
Fils de lEomme d'après la déclaration du Christ aux Sanhedrites», en La venue du
Messie..., 149-171; GLASSON, T.F., «The Reply to Caiphas (Mark XIV, 62)», en
NTSt (1960-611 88-93. Los articulos citados sobre Mc 13, 30 y 14, 62 se ocupan
también de Mc 9, 1.
109 Entre los cató1icos, VOEGTLE, A., «Exegetische Envagungen uber das
Wissen und Selbstbewusstsein Jesu», en VV. AA., Gott fn Welt. Festgabe K.
Rahner I, Freiburg i.B. 1964, 608-667, admite la autenticidad de Mc 13, 30 (pp. 652
ss.), pero atribuye a la comunidad Mt 10,23 y Mc 9, 1 (pp. 641-650).
110 Ha sido Rahner quien dio un impulso decisivo al tema; vid. su articulo
«Ponderaciones dogmaticas sobre el saber de Cristo», en ET V, 221-243. Una
buena monografia sobre la cuestión es la de RIEDLINGER, H., GeschfchtiEchket
und Vollendung des Wissens Chrfsti, Freiburg i. B., 1966.
111 Esta es la sensación que se percibe leyendo no pocos comentarios
católicos a los pasajes que nos ocupan. Una excepción la constituye RIGAUX, B.,
«La seconde venue de Jésus», en La venue du Messie..., 173-216. C£ también el
articulo de Voegtle antes citado.
112 DAVIES, J. G., «The Genesis of Belief in an Imminent Parousia», en JThSt
(1963), 104-107, interpreta el en lógo Kyriou como término técnico para designar
un oráculo profético. Esta interpretación no ha prosperado; cf. HOFFMANN, P., Die
Toten in Christus, Munster 19692, 218 s.
113 SCHNACKENBURG, R., Reino..., 182; cf. GOGUEL, M., «Eschatologie et
apocalyptique dans le chris- tianisme primitif», en RHR (1932), 383 («el
pensamiento de Jesús ha sido escatológico, no ha sido apocaliptico»);
GRAESSER, E., 29 («sencillamente Jesús no era un apocaliptico»); BRAUN, H.,
Jesús, el hombre de Nazaret y su tiempo, Salamanca 1975, 73 («Jesús no quiere
instruir sobre el fin inminente, quiere apelar ante el fin próximo»); BLAZQUEZ, R.,
Jesús, el evangelio de Dios, Madrid 1975, 387 ss., GONZÁLEZ DE CARDEDAL, O.,
Jesús de Nazaret, Madrid 1975, 387 ss.
114 Parateresis es el vocablo que designa la observación de los astros, el
cálculo de sus revoluciones.
115 SCHNACKENBURG, R., Reino..., 121 s.; 190 s.
116 Ibid, 191 s.
117 CULLMANN, O., La Historia..., 230; GNILKA, J., 285-290. Puede recordarse,
en fin, Hch 1, 7: el conocimiento del momento final incumbe en exclusiva (como en
Mt 13, 32) a la exousia del Padre.
118 CULLMANN, O., La Historia..., 244-246. De modo distinto opina
GRAESSER, E., 89 s., 102-124, 127, quien no nos explica cómo entender
entonces la legitimidad de los orígenes de la Iglesia y su radicación en la persona
de Jesús.
119 CULLMANN, O., La Historia..., 236.
120 CULLMANN 0., ibid, 247 s. Sobre la importancia del tiempo intermedio en
la conciencia escatológica de Jesús, vid. ID., «Parusieverzogerung und
Urchristentum», en TLZ (1958), 1-12, y GNILKA,J., 284s., quien insiste en la idea
de «pueblo de Dios» como concepto clave del entretiempo.
LA OTRA
DIMENSIÓN
ESCATOLOGÍA CRISTIANA
Presencia Teológica, 29
SAL TERRE. SANTANDER-1986. Pág 140-150