La Encarnación del Hijo de Dios en forma masculina y la lógica de la kénosis

 

J/KENOSIS ENC/FEMINISMO  
De todos modos, desde el punto de vista de la figura histórica de 
Jesús, subyace y persiste la pregunta: ¿Por qué la Encarnación 
tuvo lugar en un varón y no en una mujer? La teología feminista se 
pregunta por qué un Dios Padre y un Hijo... Cierto que la 
investigación y la recuperación de la figura del Dios-Sophía y el 
Hijo-Sophía son una contribución riquísima para toda la cristología. 
Pero subsiste la forma histórica masculina de un «salvador» y no 
una «salvadora»... 
Y, sin embargo, si observamos bien la teología de la elección en 
la Biblia, llama la atención que hasta ahora la teología feminista no 
haya visto la respuesta más sencilla y evidente: la que responde a 
la «lógica de la kénosis». A través de toda la Biblia, la preferencia 
de Dios siempre ha sido por lo más pequeño, lo vulnerable y lo 
débil, unida siempre a una exhortación a ser fieles a esa condición. 
De Israel, su pueblo, el pueblo que le es consagrado, leemos: «No 
porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha 
prendado Yahvé de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos 
numeroso de todos los pueblos...» (Dt 7,7; cf. 10,15; 14,2). Entre 
los hijos de Isaac, elige a Jacob sobre Esaú, en esa misma lógica 
de elección: «...el mayor servirá al pequeño» (Gn 25,23); entre los 
hijos de Jesé, también se escoge a David, el más pequeño (1 Sam 
16,11); Belén es la más pequeña de las ciudades de Judá (Miq 
5,1); e incluso... «¿de Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46). 
Hasta lo que quedará de ese pueblo pequeño (Dt 7,7)... es un 
pequeño resto... (Sof 2,3). Es lógico, pues, que la Encarnación 
haya seguido esta «lógica de lo pequeño». 
Pablo, retomando el himno cristológico más antiguo conocido 
(Flp 2), dice que «se abajó, tomando forma de siervo» (con todo lo 
que ello evoca y contiene de la figura del Siervo Sufriente, que no 
es agradable de ver: cf. Is 53). Y el mismo Pablo dirá que en Cristo 
ya no hay ni griego ni judío, ni esclavo ni libre, ni varón ni mujer 
(Gal 3,28), planteando así las grandes divisiones socioculturales 
de la época. Lo interesante para nuestro punto de vista es que la 
Encarnación se hace desde la posibilidad de anular la división, de 
asumirlo todo. Dicho de otro modo: podía haber sido griego y fue 
judío; podía haber sido libre y fue esclavo (perteneciente a un 
pueblo sometido al dominio político del Imperio Romano); y por eso 
es lógico que podía haber sido mujer, pero eligió ser varón. 
Guarda así la lógica de lo más pequeño, de lo vulnerable, de lo 
débil en todos los ámbitos: el cultural y el religioso, el político y el 
antropológico. Asumir el vértice invertido de un cono es la 
posibilidad de asumirlo todo. No se trata de una encarnación en la 
cumbre de una pirámide..., ni de la tribu de Leví ni de la casta 
sacerdotal; ni fue emperador romano ni filósofo griego... En esa 
lógica de lo subordinado en el orden cultural, social y político, 
buscó lo pequeño en lo antropológico. Por eso asumi6 la 
naturaleza humana en su forma de «lo más pequeño». 
Esta posición no ha sido trabajada en la teología feminista15. Si 
se tratara de encontrar «razones» para la encarnación y la 
masculinidad de Jesús, ¿acaso no es una buena lógica? Aunque al 
principio la tomemos con una "pizca de sal y sentido del humor" es 
razón antropológica de encarnación masculina. 
Hay otra «razón» para una encarnación masculina, una razón 
sociocultural e histórica, del orden del mínimo de credibilidad de fe 
que podía ser capaz de suscitar la Buena Noticia. Si al Hijo de Dios 
no le creyeron, si ni siquiera los Once creyeron en la Resurrección, 
sino que tomaron las palabras de las mujeres por un desatino (Lc 
24,11), ¿quién habría creído, en ese contexto sociocultural, a una 
mujer que hubiera comenzado a predicar, a hacer milagros, a 
anunciar el Reino, etc. etc.? Ni siquiera habría podido hacer nada 
que hubiera causado la persecución... o la crucifixión. 
Sencillamente, nadie la habría escuchado. Es de todo punto 
imposible, en ese contexto, imaginar una encarnación en femenino. 
Si a eso le agregamos el hecho de la conducta tan absolutamente 
NUEVA de Jesús para con las mujeres, llegamos justo a la 
afirmaci6n contraria: era muy conveniente la encarnación 
masculina para la salvación de las mujeres. Si hubiera sido una 
mujer que hubiera tratado a las mujeres como seres humanos e 
hijas de Dios, ¿dónde habría estado lo culturalmente llamativo y 
profético? La encarnación en forma masculina, unida al trato 
absolutamente único de Jesús para con las mujeres, nos permite 
afirmar, en la lógica paradójica del misterio, que, cuando el Verbo 
se encarna en el pueblo más pequeño, los puede salvar a todos; 
que, cuando lo hace en el estado sociopolítico de sometimiento, 
anuncia la liberación más amplia; que, cuando asume la naturaleza 
humana en su forma más necesitada de ayuda (cf. Gn 2,18), la 
Redención es absolutamente universal. 
Y la lógica de lo pequeño ¿no hacía madura, por otro lado, la 
plenitud de los tiempos para Belén y Nazaret, y la masculinidad 
como forma kenótica del Verbo de Dios? Es tan válido el 
planteamiento de esta pregunta como lo ha sido durante siglos la 
afirmación indiscutida de lo contrario. 
Y, sin embargo, lo fundamental sería que el fruto más maduro de 
esta búsqueda fuera capaz de abrir a una teología de 
contemplación y al misterio de la Trascendencia. Todo lo cual nos 
tendría que llevar a una cristología apofática, en perspectiva de 
adoración, sin querer dar razones que no tienen más autoridad 
que la de «una» época, «una» lectura, «una» interpretación... El 
resultado de esta búsqueda tendría que llevar a una verdadera 
«admiración» del misterio de la Encarnación del Verbo, sin 
argumentaciones que enseguida hacen caer en la cuenta de lo 
ridículo que resulta querer «explicar» lo entrañable de un 
Dios-Amor-Infinito que se hace creatura limitada. 
Hoy estamos frente a desafíos antropológicos de cultura, de 
género, que plantean temas para los que ni siquiera hay muchos 
elementos en la tradición. Es el desafío de una «Nueva Síntesis». 
Si el segundo milenio ha sido el milenio de la división, el tercer 
milenio, a través de la aportación de la mujer -ser humano con 
especial carisma de comunicación y capaz de comunión-, ¿podrá 
ser el milenio de la construcción de la comunión eclesial?

Nota 15.Tuve oportunidad de exponer algo de este punto en el 
Congreso sobre «Fundamentos Filosóficos y Antropológicos para 
lo masculino y lo femenino», en Marianum, Roma, Noviembre 1994 
(volumen del Congreso en preparación). A lo largo del congreso y 
de las distintas intervenciones fue quedando en evidencia que 
hasta ahora la filosofía no ha proporcionado instrumentos para un 
discurso sobre la diferencia. Es reciente la aportación 
interdisciplinar (biológica, somática, antropológica, 
neurofisiológica...) que habla de que las «superioridades» a nivel 
de cerebro, neurotransmisores, longevidad, fortaleza, resistencia, 
etc., etc., parecen estar del lado del sexo fuerte, que parece ser el 
femenino... No sabemos aún lo que nos revelará la ciencia, y todo 
parece anunciar que no sería extraño descubrir una superioridad 
biológica de la mujer. En este sentido, es necesario señalar los 
estudios del antropólogo americano Ashley MONTAGU, en especial 
su libro The Natural Superiority of Women. De hecho, y en relación 
a la edad del casamiento, en casi todas las culturas se asume que 
el varón necesita más tiempo de maduración que la mujer; también 
se admite que los viudos son mas dependientes que las viudas; 
etc. Es éste un terreno muy nuevo de investigación.

M. T. PORCILE
SAL TERRAE 1995/03.Págs. 197 ss.