CRISTO,

PLENITUD DE LOS TIEMPOS



1. J/PLENITUD-TIEMPOS: 
Cristo es la plenitud de los tiempos (/Ef/01/10/23; /Ga/04/04). 
Esta expresión implica dos cosas: Cristo es la meta de los tiempos, 
Cristo es el contenido del tiempo. 

1. Cristo, meta de los tiempos 
a) Cristo es la meta de los tiempos. Todas las revelaciones 
precedentes han apuntado por encima de sí mismas a la revelación 
ocurrida en Cristo. Todas han aludido a El. Pues El recapitula todo 
lo anterior y revela su ultimo sentido de forma que sólo desde El 
puede ser entendido completamente. "Muchas veces y en muchas 
maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio 
de los profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo" 
(Hebr. 1, 1 y 2). Las ya aludidas genealogías del comienzo de los 
evangelios de San Mateo y de San Lucas tienen también el sentido 
de mostrar a Cristo como la meta de la autorrevelación de Dios que 
se mueve a través de los siglos, y de mostrar la continuidad entre el 
AT y el NT. Las figuras nombradas caminan, como los profetas de 
los pórticos medievales, en una gran procesión al encuentro de 
Cristo. ·Ireneo-SAN dice de la significación de los árboles 
genealógicos: "San Lucas muestra que la serie de generaciones 
que se retrotrae desde la generación del Señor hasta Adán 
comprende 72 generaciones. Une así el fin con el comienzo y 
atestigua que es El quien recapitula todos los pueblos que se han 
extendido sobre la tierra desde Adán, y todos los idiomas y las 
generaciones humanas junto con Adán" (Adversus haereses, III, 22, 
3). 

b) AT/PROFECIA/J J/CUMPLIMIENTO-AT: Cristo es el esperado 
a través de todo el AT. En el AT se habla de Cristo cuando se habla 
de uno que va a venir. El AT es la prehistoria de Cristo y en él se 
dibujan ya de algún modo los rasgos de su vida. Su figura proyecta 
sus sombras en el AT, en una rara inversión del ejemplarismo 
griego y del pensamiento natural, que sólo conocen las sombras de 
lo ya existente. Aquí la aurora es el reflejo del día (Hebr. 10, 1; 8, 5; 
Rom. 5, 14; Gal. 3, 16; Col. 2, 17). Todo el AT es un libro profético 
cuyas palabras encuentran su cumplimiento en Cristo 
El NT testifica también a Cristo como cumplimiento del Antiguo no 
sólo en algunos lugares, sino temáticamente. En el Evangelio de 
San Mateo, en la Epístola de Santiago y en la Epístola a los 
Hebreos esta idea es precisamente el leit motiv de la exposición. 
Todos los profetas y la ley han profetizado a Cristo (Mt. 11 13). El 
AT anunció a Cristo y su reino. Este hecho llena todas las escrituras 
del NT. Según San Marcos, tuvo que ocurrir lo que ocurrió en Cristo 
para que se cumpliera la Escritura (Mc. 14, 49, 15 28). En San 
Lucas leemos unas palabras de María según las cuales en la 
Encarnación se cumple la misericordia de Dios anunciada a los 
Padres desde Abraham (/Lc/01/54). En Cristo apareció lo que 
desearen muchos profetas y reyes sin verlo (/Lc/10/24). A los 
discípulos de Emaús, Cristo mismo les abrió el sentido de la 
Escritura y, empezando por Moisés y los profetas, les mostró que la 
Escritura había hablado de El en todo lo que dijo, y les demostró 
que Cristo, según las palabras de los profetas, tenía que padecer 
todas aquellas cosas para entrar en su gloria (Lc. 24, 25-32). El 
camino que Cristo siguió estaba predeterminado desde el principio 
en la Escritura (Lc. 23, 37). El Hijo del Hombre se va como está 
escrito (Mt. 14, 21). Si los judíos creyeron a los profetas, testigos de 
la revelación de Dios, también deberían creerle a El (Lc. 24 25-42). 
También según los Hechos de los Apóstoles son los profetas 
quienes atestiguan que quien cree en Cristo recibe perdón de sus 
pecados (Act. 10, 43). San Pablo puede defenderse frente al rey 
Agripa afirmando que no dice nada más que lo que atestiguaron los 
profetas que iba a suceder (Act. 26, 2- 17, 2, 28, 23) San Pedro 
anunció en su sermón de Pentecostés que los profetas habían 
predicho tanto la vida terrena del Señor como su vuelta (Act. 3, 
19-25). Los hijos de los profetas y.de la alianza traicionan por tanto, 
sus propias cosas cuando rechazan a Cristo. Cuando confiesan a 
Cristo confiesan su propia historia fundada por Dios. Lo mismo 
ocurre en San Juan. Los discípulos reconocen en Cristo al Mesías 
del que escribieron Moisés y los profetas (lo. 1, 41. 45). Cristo 
mismo dice que El es Aquel de quien da testimonio la Escritura (lo. 
139). Por eso Moisés mismo acusará a los incrédulos judíos. Si 
creyeran a Moisés le creerían también a El, pues de El escribió 
Moisés (lo. 5, 45, 47). De El habló Isaías (lo. 12 41) San Pablo 
atestigua a los romanos que Dios proclamó antes por medio de los 
profetas el Evangelio que se hizo nuestro en Cristo (Rom. 1, 2). La 
ley y los profetas atestiguaron la salvación (Rom. 3, 21) Cristo es la 
meta de la ley (Rom. 10, 4). La ley es, por tanto, el pedagogo hacia 
Cristo (Gal. 3, 24), ya que mantiene despierta la conciencia de 
pecado y de impotencia y el anhelo y la disposición respecto al 
Mesías prometido por Dios. Cristo es la confirmación de las 
promesas dadas a los Padres (Rom. 15, 8). El AT fue escrito en 
último término por nosotros y por la Iglesia, para nuestro tiempo en 
el que el tiempo del mundo ha alcanzado su meta (I Cor. 10, 11; 9, 
9; Rom. 4, 23). El AT sólo puede ser, por tanto, correctamente 
entendido desde Cristo. Sólo es un libro de vida para quienes lo 
entienden como un testimonio de Cristo (lo. 5, 39). Sobre el corazón 
del pueblo judío hay, como dice San Pablo, un velo. Por eso no 
pueden comprender el sentido de sus propias escrituras sagradas. 
No se entiende a sí mismo porque no entiende su propia historia 
fundada por Dios. Quien separa el AT de Cristo lo malentiende 
necesariamente y lo deforma en un mito entre otros mitos 
(/2Co/03/13 y sigs). Todo ello aparece resumido en /1P/01/10-12: 
"Acerca de la cual (la salvación) inquirieron e investigaron los 
profetas que vaticinaron la gracia a vosotros destinada, 
escudriñando qué y cuál tiempo indicaba el espíritu de Cristo, que 
en ellos moraba y de antemano testificaba los padecimientos de 
Cristo y las glorias que habían de seguirlos. A ellos fue revelado 
que no a sí mismos, sino a vosotros, servían con esto, que os ha 
sido anunciado ahora por los que os evangelizaron, movidos del 
Espíritu Santo, enviado del cielo y que los mismos ángeles desean 
contemplar." 

c) Del mismo modo que el AT alude a Cristo en sus palabras, 
también sus figuras y acontecimientos tienen carácter de promesa. 
San Agustín dice del AT: "En la realidad misma, en los 
acontecimientos, no sólo en las palabras tenemos que buscar el 
misterio del Señor" (In ps. 68, s. 2, n. 6). De modo parecido dice el 
teólogo alemán Rupert von Deutz en la escolástica primitiva: "Los 
acontecimientos están llenos de misterios proféticos" (PL 167, 1.245 
D.). 

d) Destaquemos algunas particularidades (según E. Stauffer, 
Theologie des NT, 77 y sigs.). El patriarca Adán es el tipo del futuro 
y segundo patriarca, Cristo (Rdm. 5, 14). Sobre sí mismo apunta al 
segundo Adán. En un punto de la historia se decidió la marcha 
hacia la desgracia, en un punto de la historia se decidirá hacia la 
salvación (Rom. 5, 12-21, I Cor. 10, 6. 11; 15, 21. 45. 55; Gal. 4, 21 
y sigs.). San Pablo trata con especial extensión el carácter de 
promesa de la historia de Abraham (Gal. 3, Rom. 4). Si Adán es una 
prefiguración de la futura ciudad de Dios en sentido negativo, 
Abraham lo es en sentido positivo. Sobre sí mismo y sobre toda la 
época de la ley apunta a la justificación por el signo de la cruz (Gal. 
4, 3; 3, 14; 11 Cor. 5, 14). También Jonás es una prefiguración del 
Hijo del Hombre (Lc. 2, 29 y sigs; lo. 3, 14; 6, 31 y sigs.). 
ALIANZA/PROFECIA: Se hace especia]mente claro el carácter de 
promesa del AT en uno de sus acontecimientos más centrales, en el 
establecimiento de la alianza. En él se revela Dios. Pero ocurren 
distintos estadios sucesivos, cada uno de los cuales conduce por 
encima de sí mismo al grado siguiente. La alianza con Noé está 
ordenada a la alianza con Abraham, en la que se funda la elección 
de Israel. Encuentra su cumplimiento provisional en la alianza del 
Sinaí con su orden fundado en el libre amor y dominio de Dios. La 
alianza es recogida por los profetas, por Amós, Isaias, Jeremías, 
Ezequiel. Precisamente en ellos se ve que la alianza no ha 
encontrado todavía su figura definitiva. Está todavía abierta. Debe 
ser esperada del futuro. Por tanto, todo lo dicho por la alianza debe 
ser entendido con perspectiva. Cada alianza implica la espera de 
una alianza todavía más perfecta. Ninguna, ni siquiera la del Sinaí, 
se ofrece como la última y definitiva. La alianza por antonomasia 
parece estar más allá de todas las figuras de alianza que 
encontramos en el AT. Por tanto, la alianza del AT sólo es 
entendida correctamente cuando su realidad se ve como una 
extensión a través de siglos con su culminación en Cristo. 
Cosa parecida ocurre con los demás acontecimientos y figuras. Y 
así, con el viejotestamentario pueblo de Dios, la antigua Israel 
(·Barth-K, Die kirlhliche Dogmatik, I, 1 (1935), 105 y sigs.) "es 
aludida en primer término la totalidad de la descendencia de los 
hijos de Jacob, con quien se hizo la alianza en el Sinaí. Pero la 
división de las diez tribus del norte respecto a las dos tribus del sur 
indica ya que aquella superficial visión del pueblo no es resistente 
para lo que hay que entender cuando se habla en el AT del pueblo 
de Dios, del pueblo elegido. El pueblo aludido en la alianza con Dios 
y partícipe de su cumplimiento será un pueblo dentro del pueblo por 
así decirlo. Pero nos encontramos todavía en una concepción 
superficial si consideramos ahora a las tribus de Judá y Benjamín 
como el pueblo junto al que la Israel del norte desaparece de la 
historia con el tiempo. Tampoco las tribus de Judá y Benjamín son el 
pueblo, sino como dicen justamente los profetas, un resto santo 
convertido y reconciliado en la justicia de Judá y Benjamín. ¿Quién 
pertenece a este resto? ¿Quién es ahora el pueblo de Dios? ¿Los 
pertenecientes a una comunidad profética de discípulos? ¿Una 
comunidad de creyentes que se reúne en torno al templo? ¿Los 
pocos justos que viven según los mandatos de Yavé? Si y no. Sí, 
porque de hecho y en primer término se puede ver tal pueblo; no, 
porque la advertencia y la esperanza profética no se queda en este 
pueblo, porque precisamente los profetas tardíos, como Jeremías v 
el Deutero-Isaías, hablan de nuevo de un pueblo, de Jerusalén e 
incluso de Israel como totalidad. El pueblo dentro del pueblo, la 
auténtica Israel no se identifica con la totalidad de la descendencia 
de Jacob ni con cualquiera sección de esta totalidad, sino que la 
auténtica Israel elegida por Yavé, llamada y finalmente bendecida, 
prefigurada en ambas, está como meta más allá de la historia de 
ambas. Este pueblo es, en el sentido más estricto, futuro para sí 
mismo. Tiene que aparecer y demostrarse cuál es ahora 
propiamente este pueblo." Es la nueva Israel creada en Cristo. 
Cuando en el AT se habla de la tierra primero prometida y 
después regalada a este pueblo, "hay que entender, sin duda, por 
ello, en primer término, la tierra de Caná prometida por Dios a los 
Padres. Pero de nuevo esta magnitud geográfica, sean cuales sean 
sus propiedades, parece no agotar en cuanto tal y en todos los 
sentidos el contenido significativo aludido con el concepto de tierra 
prometida. Alargando la mirada en la línea del país en que mana 
leche y miel, siguiendo las promesas que se anudan a esta 
representación (en tiempos en que en este país realmente no todo 
iba tan bien), hay que mirar hacia el paraíso perdido y recuperado 
que será el lugar de este pueblo, e incluso a la tierra 
maravillosamente renovada en que vivirá algún día en medio de los 
demás pueblos pacífica y felizmente unidos. Por tanto, es cierto que 
es aludida Palestina, pero no es menos cierto que con este país se 
alude al país completamente distinto que, por tanto, en la historia de 
Israel no es visible realmente, porque es su meta, porque está más 
allá de él. Este país espera a aquél" (K. Barth, 106). La tierra 
esperada es la nueva tierra comenzada por la resurrección de 
Cristo. 
AÑO-RECONCILIACIÓN RECONCILIACIÓN-AÑO: El año de la 
reconciliación representa en primer término un suceso dentro de la 
historia del viejotestamentario pueblo de Dios. Según /Lv/25/08 y 
sigs., debe ser celebrado cada siete veces siete años. Empieza con 
el día de la reconciliación del último de los cuarenta y nueve años. 
Es anunciado con trompetas por todo el país. Durante el año jubilar 
no se debe sembrar ni recolectar. En tal año todo varón podrá 
volver a poseer, pagando barato, lo que hubiera perdido durante 
los cuarenta y nueve años. Ya Isaías ve en el año jubilar un año de 
gracia del Señor que debe pregonar el ungido de Dios: "El espíritu 
del Señor, Yavé, descansa sobre mí, pues Yavé me ha ungido. Y 
me ha enviado para predicar la buena nueva a los abatidos y sanar 
a los de quebrantado corazón, para anunciar la libertad a los 
cautivos y la liberación a los encarcelados. Para publicar el año de 
la remisión de Yavé y el día de la venganza de nuestro Dios. Para 
consolar a los tristes y dar a los afligidos de Sión, en vez de ceniza, 
una corona; el óleo del gozo en vez de luto; la gloria en vez de la 
desesperación. Se los llamará terebintos de justicia, plantación de 
Yavé para su gloria" (Is. 61, 1-3). Este año de gracia recibió su 
sentido último en el tiempo de gracia introducido por Cristo. El gran 
día de la reconciliación es, según /Rm/03/25, una prefiguración del 
día de la reconciliación de toda la historia, del Viernes Santo, que 
produjo una nueva situación en el mundo (Hebr. 9). 
SCDO/AT AT/SACERDOCIO: El sacerdocio, la monarquía y el 
profetismo del AT se trascienden, en consecuencia, hacia un futuro 
profetismo, sacerdocio y realeza. De la realeza se hablará en la 
próxima sección. El sacerdocio viejotestamentario se realizó en 
cuatro figuras. La tarea fue transmitida por el precedente al que 
seguía. Bajaron al sepulcro un sacerdote tras de otro. 
Continuamente se necesitaron varones que se hicieran cargo del 
oficio para que no enmudecieran las oraciones y el sacrificio por el 
perdón de los pecados. Sin embargo, aunque la cadena transcurrió 
ininterrumpida, jamás hubo uno en la serie que pudiera conceder 
realmente el perdón de los pecados implorado. En todas las 
oraciones y sacrificios se mantiene despierta la esperanza en un 
tiempo futuro. Al final de la serie está Cristo como sacerdote al que 
todos los precedentes aludieron, en quien se realiza todo lo llamado 
sacerdocio. El tiene un sacerdocio perfecto (Hebr. 7). 
También todos los profetas son precursores y mensajeros de 
Cristo (Stauffer, 81). Son los proclamadores de la palabra de Dios 
que en Cristo alcanzó su resumen y su punto culminante (Hebr. 1, 1 
y sig.). Su destino prefigura el destino de Cristo. Su pasión es la 
introducción de la pasión de Cristo. Los hijos de Israel despreciaron 
a los mensajeros de Dios y se rieron de sus palabras y aumentaron 
su petulancia con sus profetas (II Par. 36, 16; lll Reg. 19, 2 y sig.; 
Ex. 17, 4; 32, 9; Nam. 14, 10; 17, 14; Jr. 6, 10; 9, 25; 11, 19; Is. 40 y 
sigs.). Mataron a todos los profetas, desde Abel a Zacarías (Lc. 11, 
49 y sig.). En todos ellos fue prefigurada la cruz. Todo lo que los 
profetas prefiguraron de Cristo fue resumido por Juan. Lo mismo 
que Moisés sólo vio desde lejos la tierra prometida, Juan sólo vio el 
reino desde lejos (Lc. 7, 28; lo. 3, 27 y sigs.). El último y más grande 
representante del AT está en pie y saluda desde lejos al prometido 
y muere. Es precursor por su manifestación, por su palabra y por su 
muerte: prefiguración sangrienta de la cruz a la salida de la Historia 
Sagrada del AT, al comienzo de la nueva época. Y así, el Bautista 
del altar de Isenheim apunta con un dedo larguísimo hacia el 
crucificado: El tiene que crecer, pero yo disminuir. Como Cristo es 
más que todos los mensajeros de Dios, la lucha contra Dios, 
prolongada a través de toda la Historia Sagrada, alcanza su punto 
culminante y su máximo triunfo en la muerte de Cristo. Sin embargo, 
entonces se agotó la paciencia de Dios (Mc. 12, 1 y sigs.; LC. 21, 
50; 13, 45; Act. 7, Hebr. 11-12). 
(...). AT/NT NT/AT: Por tanto, el AT, por cualquier parte que se le 
abra, es una prehistoria de Cristo orientada de palabra y de obra 
hacia la cruz. ·León-MAGNO-san (Sermón 54, 1) habla así a sus 
oyentes: "Queridos, de todo lo que desde el comienzo ha hecho la 
misericordia de Dios para la salvación de los mortales, nada es más 
admirable ni más sublime que el hecho de que Cristo fuera 
crucificado por el mundo. A este gran misterio sirven todos los 
misterios de los siglos precedentes, y todo lo representado en los 
diversos sacrificios. en las prefiguraciones proféticas y en los 
preceptos legales, según santa disposición, fue una anunciación de 
esta decisión y una promesa de su cumplimiento, para que ahora 
que se han acabado los signos y las imágenes nuestra fe en lo 
cumplido se fortalezca con la esperanza de las anteriores 
generaciones." Según ·Agustín-san, en el AT estaba ya escondido 
el Nuevo, y sólo en el Nuevo se revela el Antiguo. De la sinagoga no 
convertida dice: "El judío tiene el libro en el que el cristiano funda su 
fe. Y así se han convertido en nuestros biblióforos (De 
catechizandis rudibus, 5; cfr. in ps. 56, 9.2. 

2. Cristo, contenido de los tiempos 
Cristo es la plenitud del tiempo todavía en otro sentido. Llena la 
época empezada por El con la salvación prometida en el AT. San 
Pablo resumió las promesas divinas en su Epístola a los Efesios de 
la manera siguiente: "Bendito sea Dios y Padre de Nuestro Señor 
Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual 
en los cielos; por cuanto que en El nos eligió antes de la 
constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados 
ante El y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por 
Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza 
de la gloria de su gracia. Por esto nos hizo gratos en su Amado, en 
quien tenemos la redención por la virtud de su sangre, la remisión 
de los pecados según las riquezas de su gracia, que 
superabundantemente derramó sobre nosotros en perfecta 
sabiduría y prudencia. Por ésta ros dio a conocer el misterio de la 
voluntad, conforme a su beneplácito, que se propuso realizar en 
Cristo en la plenitud de los tiempos, reuniendo todas las cosas, las 
de los cielos y las de la tierra, en El, en quien hemos sido 
heredados por la predestinación, según el propósito de Aquel que 
hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad a fin de 
que cuantos esperamos en Cristo seamos para alabanza de su 
gloria" (Eph. 1, 3-12; cfr. 3, 9 y siguientes). Inmediatamente 
después del pecado levantó Dios los velos de su plan salvador. La 
fe en sus promesas salvadoras fue continuada por las figuras 
primitivas de la humanidad. No pereció en las aguas oscuras del 
pecado. Continuamente fue despertada por Dios. Las promesas 
ganaron en claridad figurativa y plenitud a medida que avanzaba el 
tiempo. Los patriarcas fueron los portadores de la revelación divina 
en la que Dios anunció tanto sus exigencias de imperio como su 
voluntad salvadora. Ellos fueron los garantes de la seriedad y 
lealtad de la fidelidad y bondad de Dios. En la alianza Dios erigió 
una ley de gracia. La meta de la alianza de Dios es imponer el 
reinado divino, que es un reino del amor. La revelación de la divina 
voluntad salvadora alcanza su punto culminante en los salmos y en 
los profetas. En los salmos enseña el Espíritu Santo a los piadosos 
a confesarse pecadores, a implorar gracia, a confiar en la 
misericordia de Dios. Las palabras de admonici6n y consuelo, las 
amenazas y advertencias de los profetas, desasosiegan 
continuamente a los creyentes viejotestamentarios y los sacan del 
reposo en que quieren aislarse para hacer una vida intramundana 
cerrada en una existencia aprisionada en la naturaleza o en la 
cultura. Por sombrías que sean las amenazas que Dios dirige al 
pueblo por medio de los profetas, sus exigencias son en el fondo 
misericordia y amor. También la justicia de Dios sirve a la salvación. 
Sirve a la restauración de su honor y de su santidad. Hace que toda 
la tierra esté llena del esplendor de Dios (ls. 6, 3) y el nombre del 
Señor sea de nuevo temido entre los pueblos (Mal. 1, 14). En la 
significación y temor de Dios logra el hombre su salvación. 
En Cristo apareció la salvación prometida a través de los siglos. 
El es realizador del plan salvífico de Dios; en vista de El contuvo 
Dios el cáliz de su ira, para que Cristo lo bebiera para la salvación 
del mundo perdido (Rom. 3, 15 y sigs.). Antes de Cristo, los tiempos 
estaban cerrados en el pecado. Por El ocurrió el gran cambio. En la 
Epístola a los Romanos es pintada con negros colores la época 
precristiana. Después, el Apóstol irrumpe en júbilo: pero ahora es 
otra cosa (/Rm/03/21). La época que empieza con éste ahora es 
como un vaso lleno del amor de Dios. Desde ese ahora miran San 
Pablo, San Pedro y San Juan hacia el antes. En otro tiempo había 
tinieblas, pero ahora es luz (Eph. 5, 8). Ahora ha llegado la 
reconciliación, ahora ha llegado la salvación (Rom. 5, 9, 11, 14 y 
sigs.; 13, 11; Eph. 2, 13; 3, 5; Col. 1, 26. Il Cor. 5, 14; 6, 2). En otro 
tiempo los hombres estaban lejos de Dios, ahora El los ha llevado 
cerca de sí (l Pet. 2, 10). En otro tiempo estaban bajo el imperio de 
los poderes antidivinos, ahora su imperio ha quebrado (lo. 4, 23; 11, 
50, 52; 12, 31,; 18, 14). En otro tiempo imperaba la muerte, ahora la 
muerte ha sido derrotada (l Cor. 15, 20). La resurrección del Señor 
ha introducido una nueva época. Ya no pertenece la última palabra 
a la caída y caducidad, sino a la vida que está sustraída al ataque 
de la muerte. La muerte tiene que servir ahora a la vida. 

TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 1961
.Pág. 69-78