CREO EN JESUCRISTO RESUCITADO


Seguimos los artículos del "Credo" (Símbolo de los apóstoles). 


I. «Que fue concebido del Espíritu Santo,
nació de María la Virgen» 

La concepción virginal de Cristo (que se ha de distinguir de la 
inmaculada concepción de María) es un punto del Credo difícil de 
admitir por el pensamiento moderno. 
Algunos cristianos afirman: "Es una simple manera de hablar para 
decir que Cristo viene de Dios. Pero Cristo fue concebido como todo 
hombre." 
Es verdad que si José hubiera sido el padre de Jesús, tal hecho no 
hubiera impedido que Jesucristo fuera el Verbo de Dios encarnado. 
Además la afirmación del Evangelio sobre la concepción virginal de 
Jesús no es en ningún caso un desprecio de la sexualidad. 
Porque, en Israel, ser virgen no es una gloria sino una desolación. 
Con frecuencia se llama al Pueblo: "La Virgen de Israel" pero en un 
sentido pesimista: su Esposo, el Señor, la ha abandonado y no le da 
descendencia. En el texto de la Anunciación según el Evangelio de 
Lucas, María representa justamente al pueblo de Israel que parece 
abandonado de Dios, estéril. Se le anuncia la buena nueva: "Alégrate, 
el Señor es contigo". 
"El Espíritu Santo descenderá sobre ti." Estas palabras aluden a los 
primeros versículos del Génesis en que el Espíritu de Dios planea 
sobre las aguas antes de ordenar el mundo. El nacimiento de Jesús es 
una nueva creación, un nuevo comienzo de la Humanidad. 
Y esta idea queda bien subrayada, en efecto, por la ausencia de 
padre humano. Esto, por lo demás, era más chocante para la 
mentalidad antigua que para la nuestra. 
Los modernos saben que la concepción es el encuentro de dos 
células, varón y hembra. Los antiguos, por el contrario, pensaban que 
era el padre el que daba la vida, mientras que la madre, para ellos, no 
hacía más que recibir. A nosotros que hemos oído hablar de 
partenogénesis, este milagro nos parece menos milagroso. 
Así, es evidente, a nivel de los textos evangélicos, que la 
concepción virginal de Jesús (el hecho) tiene un sentido: una nueva 
creación. De esto concluyen algunos que sólo el sentido es importante, 
importando menos el hecho. Esto me parece contrario a la mentalidad 
general de los Evangelios. 
Los evangelistas están ante todo preocupados de la significación 
(¿qué quieren decir los milagros de Jesús?) y para subrayar el sentido 
de los hechos no dudan en retocar, suprimir, inventar detalles. Pero su 
libertad en la presentación no nos permite concluir: no ha pasado nada 
(por ejemplo, no ha habido milagros). Por el contrario, si los 
evangelistas insisten tanto en el sentido, es que ha habido hechos. La 
teología no suprime la Historia. 
Dicho esto, resta aclarar que para la concepción virginal de Jesús, 
lo importante no es ante todo el milagro. Yo creo, con toda la tradición, 
que hubo milagro. Pero lo que es importante no es la derogación de las 
leyes de la transmisión de la vida, es la significación de este milagro: 
"En Jesús, es Dios mismo el que interviene en la trama de la Historia 
humana, Dios se desposa con la Humanidad abandonada y le da un 
nuevo comienzo." 


II. «Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, 
fue crucificado muerto y sepultado, 
descendió a los infiernos» 

Es evidente que la última frase (descendió a los infiernos) no ha de 
entenderse como "padeció...". 
Los cuatro primeros verbos describen una historia con una 
indicación histórica (Poncio Pilato). El descendimiento a los infiernos es 
una evocación "mítica", vinculada a las imágenes del tiempo para 
destacar el hecho de que Jesús "descendió" realmente a la sima de la 
muerte. Comparte hasta el fin la condición humana: se encuentra con 
los muertos para arrastrar después consigo a toda la Humanidad en la 
"subida" de la Resurrección. 
El hombre judío tradicional no creía en la inmortalidad del alma. 
Quizá como reacción contra los cultos paganos de los difuntos, 
antepasados o héroes, la Biblia veía en la muerte el fin real de la vida. 
Es cierto que algo quedaba del hombre en la región de los muertos (el 
"sheol", traducido al español por los infiernos). Bajo la tierra, erraban 
las sombras en medio de las tinieblas. Quizá se podía decir que el 
hombre seguía existiendo, pero lo que era cierto es que ya no vivía. No 
era más que la sombra de sí mismo. Se piensa en ciertas salas de 
hospitales donde los viejos se sobreviven de manera casi maquinal. 
"Los infiernos" eran, pues, la suerte común. Había algunas 
excepciones brillantes: Enoch, Moisés, Elías, arrebatados "a los cielos", 
cerca del Señor. Por tanto, los judíos no creían en Dios para escapar a 
la muerte: Su fe en Dios tenía bases terrestres: Dios había "creado" a 
su pueblo. Había intervenido para salvarle y se estaba seguro de que 
seguiría interviniendo. Esta certidumbre de la intervención de Dios a 
favor de sus hijos llevó, poco a poco, a la fe en la Resurrección. "Tú no 
puedes dejar a tu amigo en la corrupción de la tumba." Dios nos hará 
levantar del "sheol", del abismo. La fe en la Resurrección nació de una 
experiencia del pueblo judío en cuanto pueblo: en el destierro de 
Babilonia había creído morir, había creído desaparecer de la Historia y 
Dios le había "resucitado" realmente Había vuelto a su país, 
enteramente nuevo. 
La Resurrección, para un judío, no es la inmortalidad de que 
hablaba Platón y la literatura griega. Para un griego, la parte espiritual 
de mi ser se prolonga más allá de Ia muerte. Y esto es natural, puesto 
que esta parte -el alma- es, por sí misma, inmortal. Para un judío, la 
Resurrección es el renacimiento de todo el hombre. El judío no hace 
distinción entre espíritu y cuerpo. El hombre es el hombre, resucitar es 
vivir conforme a la experiencia que yo tengo ahora de ello, espíritu y 
cuerpo inextricablemente unidos, pero de una manera totalmente 
nueva. Porque la Resurrección se asimila a la creación, por eso es una 
iniciativa de Dios que hace suyas las cosas. Se cree en la 
Resurrección porque se cree que Dios se manifestará y no porque se 
crea que el hombre es de suyo inmortal. El hombre, de por sí, es 
mortal, pero Dios puede hacerle inmortal. 


III. «Y al tercer día resucitó de entre los muertos, 
según las Escrituras 
—y subió al cielo— 
y está sentado a la derecha del Padre» 

Vamos a intentar dos esfuerzos que se ha de tratar de distinguir: 

a) comprender los textos (sobre todo este capítulo); 

b) ver lo que pueden significar hoy para nosotros (sobre todo el 
capítulo siguiente): en qué modo esta fe en la Resurrección transforma 
nuestra vida ya que, con esta doctrina, se trata de la esencia misma de 
la fe cristiana. 
La expresión: fe en la Resurrección, es incorrecta. Mejor: fe en 
Jesucristo resucitado: una persona y no una idea.
¿Qué encontramos en los textos del Nuevo Testamento que nos 
hablan de Jesús resucitado?
Encontramos: 

a) Unos ángeles
Dejemos de lado la cuestión de saber si existen o no. La mención de 
ángeles en los "relatos" de la "Resurrección" significa dos cosas: 
—En la Resurrección de Jesús, Dios interviene con fuerza. 
—El mundo esperado para el final de los tiempos está ya aquí (los 
ángeles están vestidos de blanco, color del mundo glorioso). 
Así, esta Resurrección de Jesús que llega en nuestra historia 
humana queda netamente descrita por el Nuevo Testamento como algo 
que supera la Historia. Es el final de la Historia y es el mundo de Dios 
que irrumpe. Puesto que se trata de un acontecimiento supra-histórico, 
es pues evidente que no se podrá utilizar para conocer este 
acontecimiento, los métodos de conocimiento histórico. Estar cierto de 
la muerte de Jesús supone la búsqueda histórica porque es un hecho 
de nuestra historia de hombres. 
Estar cierto de la Resurrección de Jesús supone otra certeza distinta 
a la de la Historia, porque si la Resurrección de Jesús brilló en nuestra 
historia, no es, sin embargo, de nuestra historia. No es un hecho de 
hombre, es un hecho de Dios. 

b) Unas contradicciones insuperables de los textos evangélicos a 
propósito de la Ascensión 
J/RS/CONTRADICCIONES: En Mateo no hay Ascensión (Jesús 
permanece invisiblemente con nosotros en su Iglesia). En Juan, la 
Ascensión, en modo alguno descrita, es el día mismo de la 
Resurrección (cf. el diálogo con María de Magdala). Juan tiende 
además a poner en la misma trayectoria espiritual: Muerte, 
Resurrección, Ascensión: es el mismo "paso" a la gloria de Dios. En 
Lucas todo sucede el mismo día (apariciones de todas clases y 
Ascensión: una jornada muy llena). Y en los Hechos se tiene derecho a 
una "descripción" y a una "fecha" (a los cuarenta días). 
Estas contradicciones nos hacen, pues, comprender que no se trata 
de una historia. Todos los detalles de los "relatos" de la Ascensión 
tienen un valor simbólico. La Ascensión no es un hecho sino un 
misterio que se puede expresar así: "Cristo pasa —todo entero— del 
mundo humano al mundo divino. En realidad, en la doctrina cristiana, la 
Ascensión no es más que un aspecto del misterio de la Resurrección. 
Es otra manera de proclamar: Jesús ha resucitado. Pero esta precisión 
("Ascensión") es importante. La palabra "Resurrección" (= levantarse) 
implicaba, en la mentalidad de un judío, subida de los infiernos y vuelta 
a la vida. E incluso ahora, resucitar equivale a "volver a la vida". Pero 
la Resurrección de Jesús no es una simple vuelta a la vida, es la 
entrada en Otra Vida, la vida animada por la vitalidad misma de Dios. El 
simbolismo de la Ascensión (una subida al cielo) expresa bien esta 
novedad absoluta de la Vida que se apodera de Jesús y le hace vivo a 
fondo y para siempre. Nuestra vida humana es una protesta continua 
contra la muerte pero en realidad se puede hablar como de una 
"derrota interminable" (Camús). La vida de Cristo resucitado es una 
vida definitivamente victoriosa. Ha eliminado la muerte en sí mismo. 
Un predicador se atrevía a describir el despertar de Cristo en el 
sepulcro. No hay ninguna descripción de este género en el Nuevo 
Testamento. El "paso" de Cristo (su Pascua) es indescriptible. 

c) Muchos "relatos" de apariciones
A propósito de las "apariciones" de Cristo resucitado pongo la 
palabra entre comillas ya que para los autores del Nuevo Testamento 
se trata de apariciones separadas. Todo judío creyente estimaba muy 
verosímiles las apariciones (de Dios, de los ángeles, de los santos) y 
Pablo habla fácilmente de tales apariciones en el Templo o en otra 
parte. La manera de hablar de su encuentro con Jesús resucitado y la 
manera con que los evangelistas hablan de la experiencia pascual de 
los apóstoles se sitúan de forma muy diferente. 
El primer punto sólido, es que los apóstoles no inventaron de 
ninguna manera su "visión" de Jesús resucitado. Se encontraron con El 
cuando no se lo esperaban. Su certeza de la Resurrección de Jesús no 
les vino de su fervor interior, de su simple meditación o reflexión de la 
muerte de Jesús. La muerte de Jesús había sido para ellos el puro 
absurdo. Y fue un choque diferente el que les hizo comprender que 
esta muerte era, por el contrario, la salvación. Algo les sucedió que les 
cayó de arriba: precisamente el encuentro con este Jesús que habían 
conocido bien y que reconocían, como nacido a una vida nueva, por 
tanto otro. No otro Jesús ("Es ciertamente El"), sino un Jesús distinto 
(tardan tiempo en encontrarlo). 
En apoyo de esta afirmación (los apóstoles no inventaron la 
Resurrección) se puede subrayar en los textos: la palabra griega 
ophtè: se hizo ver de Pedro... lo que acentúa bien la "pasividad" de 
Pedro (y de los otros), recibe la visita de Jesús; 
—la insistencia de Pablo en 1 Cor 15, 3-8 (el texto más antiguo) 
sobre los testigos de la Resurrección. Solamente hombres (las mujeres 
no podían ser testigos en un proceso y aquí se trata del mayor proceso 
de la Historia), son numerosos y todavía se les puede consultar; 
—en muchos de los relatos de aparición, se nota la duda de los 
interesados. La certeza brota muy lentamente. Las diversas 
experiencias del Señor Jesús se intercambian y se consolidan entre sí; 

—por otra parte, a medida que el Evangelio iba conquistando el 
mundo griego, muy refractario a la idea de Resurrección, los 
predicadores insistieron en "la realidad" de la Resucrección de Jesús. 
Su deseo de mostrar que no es una invención va a llevar a Juan a 
hablar de las llagas de Jesús que los discípulos ven. Lucas hablará de 
"tocar": "Tócame, un fantasma no tiene huesos ni carne..." Algunos 
exegetas se preguntan si no hay aquí un detalle un poco forzado por 
Lucas (porque de hecho, en los textos, ni Tomás, ni los discípulos 
tocan a Cristo). Lo que en todo caso es cierto, es que Lucas y Juan 
querían expresar su certeza de la "realidad" de las apariciones. Jesús 
se "muestra", se le "ve". 
Pero ¿se puede precisar un poco lo que fueron estas apariciones? 


IV. La experiencia pascual de los apóstoles

Esta parte es forzosamente más frágil y atrevida ya que los textos 
evangélicos sobre la Resurrección no nos cuentan las apariciones de 
Jesús resucitado. Hablan de ellas para iluminar a los cristianos, 
asegurarles en la fe, guiarles hacia el encuentro con Jesús resucitado 
vivo en la Iglesia. Este es el sentido primero de estos textos que 
estudiaremos para terminar. En cuanto a lo que "acaeció" en la vida de 
los apóstoles y de los discípulos desde la muerte de Jesús hasta los 
comienzos de la predicación en Jerusalén, lo podemos adivinar a 
través de los textos. Pero es una reconstitución muy aleatoria ya que el 
Nuevo Testamento no hace ni historia ni psicología. 
Las listas de testigos no concuerdan, es, por tanto, imposible 
coordenar las indicaciones de unos y de otros. Para Lucas, es en 
Jerusalén, para Mateo, es en Galilea. Esto dura un día (Lucas) o varias 
semanas (Juan). Ello prueba bien que los evangelistas se ríen de ellos 
totalmente. Utilizan las tradiciones, los testimonios de unos y de otros 
con un fin de enseñar. 
A pesar de ello, historiadores serios han intentado describir 
vagamente la historia de los apóstoles después de la muerte de Jesús 
(cf. las págs. 275-76 del libro de X. LéonDufour). Los discípulos 
habrían huido de Jerusalén hacia Galilea, a excepción de las mujeres y 
Pedro que habrían quedado en Jerusalén. Es aquí donde Pedro y las 
mujeres habrían visto a Jesús vivo. Todos se habrían encontrado en 
Galilea donde Jesús se les habría mostrado. Habrían vuelto, a 
Jerusalén, la primera comunidad se habría constituido aquí y aquí 
también se habría mostrado Jesús a ellos. 
Si se quiere precisar ahora la evolución interior de los apóstoles en 
su experiencia pascual, debemos contentarnos también aquí con 
algunos rasgos principales. 
Primeramente los apóstoles chocaron con algo que les desconcertó. 
El sepulcro vacío les ha desconcertado. La mención del sepulcro vacío 
no se encuentra en los textos más antiguos y de todos modos no se 
presenta nunca como una prueba de la Resurrección de Jesús. Hay un 
vacío: ¿qué puede querer significar todo esto? 
También las apariciones comienzan por desconcertarlos. Mateo 27, 
17; "...algunos, sin embargo, dudaron". Hay algo, alguien que se 
atraviesa en su camino. No comprenden nada, no saben relacionar 
esto con nada, como la palabra extraña de alguien a quien se cree 
conocer bien. Lo que acaba de decir (o de hacer) queda suspendido 
en el aire, y se pregunta si se ha entendido o visto bien. 
Así sucede con los apóstoles: sobre un fondo de muerte y de 
fracaso, un rayo surca su vida. "¿Qué es lo que nos está sucediendo?" 

Necesitan tiempo para "darse cuenta" de esta provocación, para 
comprender las palabras del Desconocido que se mueve ante ellos, 
volviendo a adquirir vida en su espíritu sin desfallecimiento. Después la 
luz se abre camino y germina lentamente, aceptan ser enseñados, 
revisar su visión de las cosas. Se abren a lo Imprevisible. 
Es la fe sola la que reconoce presente a Jesús. Tomás quería tocar, 
ya no trata de palpar, confiesa su fe. 
Muchos de nosotros no llegan a superar una concepción bastante 
estrecha de este encuentro de los apóstoles con Jesús resucitado. 
"¿Le han visto o no le han visto? Si le han visto, el problema es 
simple." Ahora bien, precisamente el problema no es simple. Jesús 
resucitado está en este mundo pero no es de este mundo. Los 
apóstoles "vieron" a un Desconocido y es prácticamente imposible 
determinar cómo le vieron. Pero es un impulso salido de lo más hondo 
de sus corazones (la fe) lo que les ha puesto en presencia de Jesús 
resucitado. "Es El ciertamente." Su experiencia del resucitado es a la 
vez interior y exterior, adquiere todo su ser. 
Semejante afirmación (que no es más que una actitud prudente) no 
es absurda. El conocimiento profundo de un ser no puede ser 
puramente exterior. La afectividad y el espíritu participan tanto como 
los ojos y las manos. Conocer a alguien supone un compromiso y una 
receptividad de todo el ser, corporal y espiritual. Cuando un cristiano 
exige "pruebas" tangibles de la Resurrección de Jesús, da 
efectivamente pruebas de un materialismo bastante estrecho. ¿Desde 
cuando basta con palpar a uno para reconocerle? Si esto es verdadero 
del reconocimiento ordinario, lo es todavía mucho más del 
reconocimiento extraordinario del Resucitado. 
PABLO/COMO-VIO-A-J: Nos falta lugar para hablar de la 
experiencia particular de San Pablo que no conocía a Jesús de Nazaret 
y que, por tanto, no pudo reconocerle. Pero, su experiencia, a sus ojos, 
tiene tanto valor como la de los demás apóstoles. Y para nosotros es el 
único testigo directo que habla de lo que ha vivido. La manera de 
hablar es muy variada: "He visto al Señor." "Se hizo ver de mí." "Dios 
me ha revelado a su Hijo." "He sido alcanzado por Cristo." Pablo se 
encontró frente a una presencia que le cogió de cerca, en el momento 
en que no estaba preparado para ella de ninguna manera. No nos 
describe este encuentro, le parece indescriptible. Da testimonio de él 
como de un acto de Dios, de una iniciativa de Cristo que ha recibido en 
la fe y que ha trastornado su vida de arriba abajo. 


V. ¿Qué nos quieren decir los textos evangélicos de la 
Resurrección? 

EXP-DEL-RESUCITADO: "Bienaventurados los que creen sin haber 
visto." Los apóstoles son los testigos de la Resurrección y su 
testimonio permanecerá en la Iglesia hasta el final. Con una finalidad 
precisa: ayudar a los cristianos de todos los tiempos a encontrar 
también ellos a Jesucristo resucitado. 
El testimonio de los apóstoles pone nuestra fe en marcha, pero no 
nos dispensa de realizar nuestra propia experiencia pascual. Nos 
predican la fe en Jesucristo Señor, pero no nos la dan. Sólo el Espíritu 
que resucitó a Jesús de entre los muertos, nos le hace reconocer 
también a nosotros realmente presente si bien invisiblemente a nuestro 
lado. A condición de que nosotros también tengamos fe, es decir, esta 
apertura a lo imprevisible, esta capacidad de acoger lo inaudito, lo 
inesperado. Si nos mantenemos en lo que sabemos, si queremos 
criticar la acción de Dios según nuestra experiencia humana, es 
evidente que no llegaremos a alcanzar a Jesucristo resucitado ya que 
El es la Novedad Absoluta, cosa que no podíamos ni imaginar ni 
prever. 
Necesitamos, pues, una disponibilidad total que se llama la fe. La fe 
que no es ingenuidad puesto que acepta las críticas, busca los 
intercambios y las confrontaciones. Pero acoge lo que supera la 
experiencia humana. 

El mensaje de Marcos (16, 1-8; los vv. 9-20 no son de Marcos. Son 
un resumen añadido). No menciona ninguna aparición. Nada que diga 
el sepulcro está vacío: Jesús no está aquí. Parece más bien que 
Marcos nos quiere decir: "Aceptad el misterio. Si no comprendéis lo 
que puede ser la Resurrección, permaneced en silencio, permaneced 
ante este vacío. Esperad sin comprender. Volved a vuestra vida, hacia 
vuestros hermanos. Allí encontraréis al Resucitado." 
Este mensaje paradójico correspondería a la atmósfera del 
Evangelio según San Marcos en que ante Jesús la mejor reacción es el 
silencio: "¡Dejad que el misterio se revele poco a poco. No tengáis prisa 
en ver la luz. Vivid esperando o si queréis esperad viviendo." 

El mensaje de Mateo. Todo su "relato" está centrado en torno a la 
idea de misión: "Id a decir... Yo estoy con vosotros todos los días." "Al 
difundir el Evangelio, tendréis la experiencia de mi presencia, me veréis 
nacer y crecer en el corazón de los convertidos. Al ver surgir la fe y 
ensancharse la esperanza sabréis que la muerte ha sido vencida: la 
piedra ha sido quitada, el sepulcro está vacío, la muerte se ha 
convertido en transito." 

El mensaje de Lucas y de Juan se centra más sobre la liturgia. 
Diversas apariciones de Jesús se sitúan el domingo. Y Jesús se hace 
presente a la asamblea de los hermanos, les saluda a la manera del 
celebrante . `'La Paz sea con vosotros." 
Lucas y Juan quieren decirnos que en la reunión litúrgica Jesús está 
aquí realmente. No es una invención. Pero no se ha de querer tocarle, 
tener de El una experiencia sensible, inmediata. Hay que escucharle 
cuando nos habla a través de su Evangelio. Es su Palabra la que nos 
le hará conocer. Y nos introducirá en esta relación única con Jesús: 
una presencia espiritual en la ausencia aceptada. No queremos 
pruebas ni emociones abrumadoras Dejamos en suspenso nuestra 
imaginación, nuestro razonamiento y nuestra afectividad. Aceptamos la 
paz de su presencia asegurada: "Soy Yo, no temáis." Hay, pues, que 
dejar un cierto Jesús demasiado amigo, demasiado palpable, 
demasiado ligado a nuestro deseo, a nuestra sed afectiva para 
reconocer a "mi Señor y mi Dios". El que se establece en el centro de 
mi ser, el que da al mundo los colores de la vida y que hace de la vida 
una aventura válida. Volvemos a encontrar la palabra favorita de San 
Lucas: "el Viviente", el que se ha apropiado la Vida y que está aquí 
para hacernos vivir. 
Se ve, pues, por el mensaje de los evangelistas que no hay 
separación entre la experiencia de los apóstoles y la nuestra. La 
originalidad de los apóstoles es la aparición-choque: Jesucristo se 
atraviesa en medio de su desesperanza y ellos han de reconocerle, 
encontrarle más allá de su segundo nacimiento. ("Jesús primogénito de 
entre los muertos".) 
Para nosotros en lugar de la aparición está el anuncio de la Iglesia: 
"Cristo ha resucitado." Están los signos visibles de una presencia 
invisible: las comunidades cristianas celebran el Bautismo y la 
Eucaristía (dos sacramentos vinculados directamente a la 
Resurrección). 
Pero nuestro proceso espiritual es parecido al de los discípulos. Y 
esto es lo que ha querido hacer comprender San Lucas en la famosa 
página de los discípulos de Emaús. No es verdaderamente un relato. 
Partiendo de una aparición "privada" (hay apariciones a grupos) San 
Lucas construye una mediación en forma de narración: cómo 
reconocer a Jesús resucitado. Parte del absurdo, de la esperanza 
negada y rota por la muerte. Y he aquí que un hombre da su testimonio 
en sentido diametralmente opuesto: "¿Quién habló de fracaso? ¿Y si la 
muerte se cambiase en nacimiento? ¿Si la humillación tuviera un rostro 
escondido de victoria? " Se acepta revisarlo todo, volverlo a leer de 
otra manera, se presta a lo inimaginable. 
Algo reluce en lo hondo a lo que no se llega a dar un nombre, como 
un suspiro que no expresa su pesar, una sonrisa que sigue velando su 
amor. Hay que ir más lejos, retener al interlocutor, pasar de un lado a 
otro del camino frente a frente de la mesa. Pero no hay nada más que 
aprender, la Verdad que trae la Palabra se revela ahora en los gestos, 
en el acto de participación, del don, de la fraternidad. La Verdad es 
una Persona cuya presencia es iluminación, alegría, certeza. La 
Verdad es la Vida. La vida que invade a los dos discípulos, les vuelve a 
dar el gusto de reemprender el camino, de alcanzar a los otros y de 
anunciarles que hay que vivir. 
Se ve, pues, cómo San Lucas ha construido su relato para iluminar 
la experiencia de sus lectores: Cuestiones sobre la vida —catequesis— 
deseo de ir más lejos -encuentro con el Cristo vivo en la mesa de la 
Eucaristía- y —experiencia de alegría que no dura, sino certeza que 
permanece— apostolado en medio de los demás. 

PAUL GUERIN
YO CREO EN DIOS
Las palabras de la fe, hoy
Edic. MAROVA. MADRID 1978. Págs. 59-72

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LIBRO UTILIZADO PARA ESTE CAPITULO
Xavier LÉON-DUFOUR: Résurrection de Jésus et message pascal, 
Le Seuil, París, 1971. Edición castellana: Sígueme, Salamanca.