CREO EN JESUCRISTO


Parece que la cuestión histórica de Jesús interesa menos a las 
generaciones jóvenes. Las generaciones más antiguas 
consagraron al problema demasiado tiempo. Pero no se puede 
pasar en silencio: Jesús es un personaje de la Historia. Si ahora es 
de siempre y de todas partes, primeramente fue de un lugar y de un 
tiempo. 


I. Un primer acercamiento

¿Quién era este Jesús de Nazaret? 
J/PERSONALIDAD: Antes la respuesta parecía simple: "Abrid los 
Evangelios y conoceréis a Jesús." Quiero pensar que este consejo 
tiene todavía su valor de cara a un primer descubrimiento 
(aproximativo) de la personalidad de Jesús. Por ejemplo, buscar en 
un Evangelio aquellas palabras que describen a Jesús. Con el 
Evangelio según San Mateo, se llega a un retrato de este tipo: un 
hombre que se desplaza que llega hasta la gente y se deja abordar 
por todo el mundo, un hombre que habla y que predica, un hombre 
que manda, que amenaza, reprende, un hombre que se emociona, 
que admira, se indigna, un hombre que llama, interroga y envía. En 
resumen, un hombre de la palabra, un ser sensible y que se impone 
por su personalidad, un hombre público que no teme a la 
muchedumbre. Todo lo contrario de un eremita, de un tímido o de 
un soñador.


II. Una observación importante

Pero no podemos quedarnos aquí porque el gran descubrimiento de 
las ciencias religiosas modernas es que los Evangelios no nos 
hablan de Jesús de Nazaret. No son una biografía de Jesús sino 
una profesión de fe en el Señor Jesucristo Resucitado y presente 
en la Iglesia. Como dice San Pablo "Cristo según la carne no me 
interesa". Cuando se abren los Evangelios, encontramos ante todo 
la experiencia espiritual de la comunidad. La atención al Jesús 
histórico, apareció relativamente tarde, probablemente contra los 
herejes del final del siglo primero (los gnósticos): estos pretendían 
que el Verbo de Dios no se había encarnado verdaderamente. Y 
resulta una paradoja constatar que el Evangelio según San Juan 
que parece el Evangelio menos histórico es, en realidad, el que, 
quizá, da los detalles biográficos más seguros. 
En todo caso, antiguamente se tenía la impresión de que el 
Evangelio era un espejo fiel de la vida, de las palabras y de los 
hechos de Jesús de Nazaret. No, es un espejo deformante: los 
evangelistas nos hablan de Jesús a través de una fe vivida durante 
años y años. 
Evidentemente, semejante afirmación exigiría un largo estudio que no 
tiene cabida en estas páginas. Remito a las obras citadas al final de 
este capítulo, que exponen con amplitud las razones de esta 
evolución capital en la lectura de los Evangelios. Damos solamente 
un ejemplo para mostrar este cambio de óptica: el relato de la 
tempestad apaciguada no nos dice lo que pasó en el lago de 
Galilea, nos dice lo que pasa en la Iglesia (la barca de Pedro) 
cuando la persecución (la tempestad) sacude la Iglesia y cuando el 
Señor Jesús parece dormir. En realidad, El está ahí, y nuestra fe 
debería ser lo suficientemente fuerte para creerle ("Hombres de 
poca fe... " ~, porque no está muerto, no, está de vuelta, resucitado 
y habla al mal (representado por el mar) y las fauces del abismo no 
podrán devorar a la Iglesia conducida por su Señor. 
¿Debemos concluir de esto que es una historia completamente 
inventada y que Cristo no subió sobre una barca que...? La mayor 
parte de los especialistas de la Biblia no concluyen absolutamente 
tal cosa: sucedió ciertamente algo, pero el fin de San Mateo (por 
ejemplo) no era contarnos esa cosa. Se servía de un episodio y lo 
presentaba para iluminar la experiencia espiritual de la comunidad, 
para reforzar su fe en medio de las dificultades. De golpe, además, 
no dudaba en cambiar los detalles, en modificar las palabras e 
imponer una presentación que hiciera clara su intención de 
predicador y no de historiador. 
Conclusión: No es imposible llegar hasta Jesús de Nazaret, al hombre 
histórico de Palestina. Pero es un intento arriesgado, quizá ilusorio 
y con frecuencia temerario que supone al menos hacerse guiar por 
personas competentes. 
Algunos dicen: "Es una empresa inútil querer encontrar al Jesús 
histórico que vivió 'bajo Poncio Pilato'. Lo único que cuenta para la 
fe es la unión con Jesús resucitado." 
No estoy de acuerdo. Me inclino a pensar que la mayor parte de los 
católicos contemporáneos no creen verdaderamente en la 
humanidad de Cristo. Ahora bien, esto es decisivo para la fe y los 
Padres del siglo IV lo han comprendido así (San León en 
particular). Si Cristo no es verdaderamente hombre ¿en qué se ha 
transformado nuestro destino? Si ha volado por encima de la plebe 
a la manera de un supermán, hemos de reconocer que es un bello 
espectáculo pero no una salvación real. Tenemos que detenernos 
en la humanidad de Jesús, encontrarnos frente a este campesino 
de manas callosas, frente a este advenedizo muy caracterizado, 
este joven que se lanza, que fracasa y a quien se liquida según 
métodos muy experimentados y siempre válidos (una plebe 
aterrorizada, un poder cómplice y unos esbirros decididos) 


III. Un estudio «histórico»

Tratemos, pues, de 'encontrar" a Jesús con la ayuda de historiadores 
serios, situándole dentro de la mentalidad de su tiempo para de 
esta manera captar mejor su originalidad. 
¿Cual era el entorno de Jesús? Por el lugar que ocupan los milagros 
y los exorcismos que encontramos en los Evangelios, se desprende 
que Jesús vivía en un mundo muy religioso. Dios y el diablo eran 
vecinos, lo natural se bañaba en lo sobrenatural, pero esta 
distinción incluso llega hasta nosotros. Para los contemporáneos de 
Jesús, las fronteras eran porosas: todo era signo del más allá, del 
más allá del cielo o del más allá del infierno (por ejemplo, la 
creencia de que las enfermedades nerviosas o los desequilibrios 
mentales eran forzosamente casos de posesión"). 
A través de todas las diatribas de Jesús contra los fariseos se capta 
un segundo rasgo del entorno de Jesús: un mundo muy moralista, 
con una moral legalista puritana. La vida del hombre queda inserta 
en un abanico de leyes y esto para su bien: hay que estar 
encorsetado para comportarse bien, es necesario un buen sistema 
de señalización para no perderse. El hombre debe progresar, debe 
caminar hacia su perfección. Esta atmósfera muy voluntarista ("la 
alegría en la disciplina") se encuentra en el mundo contemporáneo 
(por ejemplo, en el librito rojo del Presidente Mao). Este ideal de 
perfección a fuerza de puños lanzaba y lanza siempre con bastante 
facilidad o hacia el elitismo (la casta de los puros para aquellos que 
son capaces de ello) o hacia la hipocresía (para los que se 
contentan con las apariencias). 
Tercer rasgo del entorno de Jesús: la efervescencia política. El 
pueblo judío no es más que un pobre peón en el inmenso tablero 
del imperio romano. Pueblo ridiculizado por otra parte y seriamente 
agitado. La desproporción entre la realidad romana y la utopía judía 
es pasmosa. El imperio romano está en la cumbre de su poder, no 
cuenta más que con su fuerza, su poder de organización y su 
inteligencia. La religión romana es un triunfo de civilización entre 
otros. ¿Quién podía adivinar seriamente la desaparición o incluso el 
debilitamiento de este coloso? Y, sin embargo, en el pequeño 
pueblo judío hierve una esperanza demencial: sí, todo puede 
cambiarse, los engañados pueden convertirse en reyes, el mundo 
puede cambiar de capital y Roma puede ceder el paso a Jerusalén. 
El Mesías está para llegar, todo cambiará. 
Una lectura atenta de los Evangelios muestra que Jesús tomó sus 
distancias frente a estas tres corrientes. Y lo que es más 
sorprendente todavía en la personalidad de Jesús es verle al mismo 
tiempo perfectamente enraizado en ese mundo judío y 
perfectamente libre frente a esta religión, a esta moral y a esta 
política. 
Jesús da testimonio de que los poderes infernales no deben impedir 
que el hombre viva. El mal que paraliza al hombre le hace mudo y 
frenético. Jesús le rechaza o le impone su ley. (Este testimonio no 
es indiferente al mundo moderno que, de buena o mala gana, se 
encuentra obligado a contar con estos poderes infernales, incluso 
secularizados, entre sus habitantes.) 
Se enfrenta también Jesús de rechazo con el gusto por lo 
sobrenatural, esta invasión de lo divino en el espíritu de sus 
contemporáneos. Para decirlo con mucha precisión, no se 
satisfacerá con su ansia de milagros y esa reserva le costará su 
popularidad. Ante la plebe que reclama un mago, Jesús quiere ser 
el hombre de las manos desnudas. Es la fe sola la que cuenta; la 
confianza infantil en Dios y el gusto por lo sobrenatural, el fervor 
religioso deben estar sometidos a la fe. 
J/CONTESTATARIO: El mayor escándalo causado por Jesús será su 
libertad hacia la ley, hacia la moral codificada. Lo que debe ser el 
resorte de la vida humana, no es la virtud sino el amor. El amor, 
venido de Dios y transmitido a los demás, he aquí el único 
dinamismo digno del hombre. "¿Cuál es el mayor mandamiento? 
Déjate amar de Dios y estate atento a tus hermanos." 
Finalmente, Jesús afirmará su libertad frente a la aspiración política, 
y de modo particular frente a la impaciencia política. De la misma 
manera que Jesús no desprecia nunca ni la religión ni la moral, 
tampoco desprecia la acción política. Niega que la política sea un 
absoluto. Ha de estar al servicio de una esperanza más profunda: la 
liberación de todo el hombre y de todos los hombres. 
Uno se queda maravillado ante la actualidad de la acción histórica de 
Jesús. Fue el gran contestatario tanto de la religión y de la política 
como de la moral. Respetaba profundamente estos tres registros 
fundamentales de la actividad humana pero se negaba a admitir 
que la religión, la moral y la política fueran absolutos. La religión 
debe estar dirigida hacia la fe, la moral hacia el amor y la política 
hacia la esperanza. Los únicos absolutos dignos del hombre son la 
fe, la esperanza y el amor. 
Si continuamos situando a Jesús encontramos que en los Evangelios 
el paralelismo Juan Bautista-Jesús es también muy revelador (cf. Lc 
7, 18-35; o Mt 11, 2-19). Juan anunciaba un Mesías justiciero y un 
Dios bastante vengador y se encuentra completamente 
desconcertado ante la no violencia de Jesús. En efecto, el 
Dios-Padre revelado por Jesús, es un Dios paciente, sanador y no 
justiciero, un Dios desconcertante ("Dichoso el que no se 
escandalice en este Dios..."). 
Es el Dios tan familiar que Jesús le llama "Abba" "mi querido padre". 
Jesús habla de El con una total naturalidad. Frente a Dios, no 
siente ningún temor, ningún miedo, ninguna reserva. Jesús se deja 
atravesar de parte a parte por la mirada de Dios y él mantiene 
apaciblemente esta mirada del Amor Absoluto que todos los demás 
místicos han descrito como un Amor terrible. No terrorífico sino 
majestuoso, tan poderoso que no se le puede recibir más que de 
rodillas. Jesús es "el Hijo", por eso se mantiene de pie. 
Históricamente es cierto que Jesús de Nazaret es un hombre 
totalmente aparte. No es un aerolito ni mucho menos. Es judío 
ciento por ciento, hasta el punto de que no atraviesa las fronteras 
de su país ni siquiera lo más mínimo. No se encuentra cómodo más 
que en su casa. Pero sobre este fondo de cultura judía que lo 
penetra hasta la medula, destaca con toda precisión y fascina por 
su originalidad. 
Sus exigencias hacia sus compatriotas y particularmente hacia sus 
discípulos son, también, singulares, en el sentido riguroso del 
término. Llama a sus interlocutores a una decisión radical: optar por 
o contra el Reino de Dios. Pero concretamente, esta decisión ha de 
tomarse frente a su persona: hay que optar por o contra Jesús. 
Jesús llama a sus discípulos a aceptarle a El, incondicionalmente. 
Muchos judíos le rechazaron porque no responde a la idea que se 
hacían del Mesías. Y el mérito de los apóstoles, a la cabeza de 
Pedro, será aceptar a Jesús en bloque, de seguirle sin condiciones, 
a él, a la vez tan fascinante y tan desconcertante. En efecto (y esto 
está subrayado sobre todo por Marcos) Jesús rechazará todas las 
ideas que se habían formado de El ("Yo no soy el que esperáis...") 
y exige hacia su persona la fe que los judíos entregaban a solo 
Dios. 
En resumen, a través de esta encuesta histórica, descubrimos en 
Jesús de Nazaret a una personalidad eminentemente contestataria 
de todas las seguridades, a alguien que hace brillar en lo alto todas 
las esperanzas humanas. Descubrimos una libertad total que llama 
a una decisión total. 


IV. Un ensayo de comprensión de Jesús

Me gustaría ir más lejos en la comprensión de Jesús. Este camino es 
bastante más difícil que el anterior. Se trataría de saber cómo ha 
vivido Jesús su destino en su conciencia de hombre. Es un ensayo 
muy atrevido 

1. porque los Evangelios dan un lugar muy reducido a la psicología. 
Esta no les interesaba en absoluto; 
2. porque la hipótesis avanzada aquí parece contraria a la hipótesis 
del pensamiento católico tradicional. 

Hay, pues, que tomar estas líneas por lo que son: un pensamiento 
personal que tiene muy poca autoridad. No obstante, gentes 
competentes (J. Guillet, H. Urs von Balthasar...) han ensayado el 
mismo esfuerzo. 
Es una necesidad de cristiano moderno. El hombre moderno tiene el 
sentimiento de estar "embarcado" en la existencia. La mayor parte 
de las coordenadas de su vida le son impuestas: es lo que llama el 
destino. Pero no renuncia a su libertad. La grandeza de su libertad 
consiste precisamente en desplegarse en medio de estas 
necesidades, para hacer retrasar un poco los límites de lo posible y 
sobre todo para dar un sentido positivo o negativo al conjunto de su 
vida y del curso del mundo. No es dueño del viento pero es, en 
parte, dueño de la vela. Se puede avanzar contra el viento. 
Inevitablemente el cristiano moderno hace la pregunta a Jesús: 
"Tú, que te dices hombre perfecto, ¿cómo te has enfrentado a tu 
destino?" Si Cristo escapa completamente a esta pregunta; si a su 
vez, la pregunta no se formula porque la palabra "destino" le sería 
completamente extraña, entonces, nos es difícil decir a Cristo: "Tú 
eres nuestro hermano, Tú eres de nuestra raza." Nuestra condición 
fundamental de hombre es conocer los obstáculos pero no el 
resultado, de creer sin saber, de esperar arriesgando. Queremos 
admitir de grado que Cristo tuvo triunfos que nosotros no 
poseemos. Que era un genio de la fe, un hombre para quien el 
amor era tan accesible como la música para Bach y Mozart. Pero 
nosotros, cristianos modernos, nos resistimos a creer que Jesús 
fuera verdadero hombre si lo supiera todo, si caminara en la vida 
con la perfecta seguridad de guía de turistas al abrigo de toda 
sorpresa. Jesús ciertamente iba muy por delante de nosotros por el 
camino de la tierra, pero tenía los pies en el camino, y lo mismo a El 
que a nosotros el horizonte le ocultaba el futuro, al menos este es 
mi modo de ver. 
J/SE-EQUIVOCO: Historiadores serios (Jeremías entre otros) dicen: 
"Jesús creía en el próximo advenimiento del Reino de Dios." Y 
cuando Jesús proclama: "El Reino de Dios está aquí, a la puerta", 
hay que entenderlo de esta manera: "El poder del Amor se va a 
desencadenar inmediatamente. Mirad, surge ya a través de los 
milagros y de las expulsiones de los demonios. Los pobres van a 
encontrar su dignidad porque son los primeros y las lágrimas van a 
cambiarse en alegría." ¿Es imaginación creer que Cristo esperaba 
la conversión de todo el pueblo ante esta buena nueva? ¿Quedó 
decepcionado por el escepticismo de los sabios y la indiferencia de 
la plebe? En todo caso, las imprecaciones contra las ciudades del 
lago (Lc 10, 13-15) resuenan como el lenguaje de un hombre 
terriblemente decepcionado. 
Le vemos vuelto cada vez más hacia el grupo de sus discípulos. 
¿Siguió la táctica clásica del líder que va de la masa a la élite? En 
todo caso, Jesús fue ciertamente muy lúcido sobre su decisión, una 
vez pasado el momento de entusiasmo popular demasiado 
superficial. Había lanzado al público un mensaje que no tenía nada 
de demagógico. Había intentado, con toda la fuerza de su pasión 
de tribuno, de arrastrar al pueblo hacia una fe muy pura y 
universalista. La plebe no le sigue más que de lejos, no soñando 
más que en la libertad política y en el triunfo inmediato. Habiendo 
perdido su apoyo popular, Jesús va a conocer, y El lo sabe, la 
suerte trivial de los agitadores: la eliminación física por la coalición 
de todos los poderes en juego: sacerdotes del Templo, escribas y 
prefecto romano. Esta iluminación resulta molesta, la razón de 
Estado más la razón de la religión tienen prioridad. 
Los evangelistas nos han dejado varias frases en que aparece la 
lucidez de Jesús ante este futuro trágico. No se adelanta a El, pero 
tampoco lo huye. 
Es aquí donde me permito imaginar la reacción interior de Jesús a 
partir de algunos índices ofrecidos por los Evangelios. Cuando 
Jesús supo claramente que la muerte le esperaba seguramente en 
Jerusalén, su fe y su esperanza quedaron intangibles. Había 
siempre creído y dicho que Dios iba a venir a cambiarlo todo, y ello 
en la misma linea de la predicación de los antiguos profetas. Estaba 
íntimamente persuadido de que toda la acción de Dios en favor de 
la Humanidad culminaba en la acción con El. Todas las promesas 
de Dios a los hombres estaban en sus manos en El, en Jesús. Se 
sabía más que un profeta, El era el Hijo, el que había de infundir al 
mundo toda la fuerza del amor de Dios. En el sentido fuerte de la 
palabra, era el plenipotenciario de Dios. Dios le había confiado todo 
en sus manos. Lo que El hiciera, sería decisivo para el futuro de la 
Humanidad. Por este motivo había obrado, hablado, exhortado, 
caminado, sudado, llorado, gritado. Se había entregado totalmente 
a su tarea y había fracasado lamentablemente. 
El debía hacerlo todo y no tenía que hacer otra cosa más que 
responder a un interrogatorio de la policía, someterse a una 
comedia de juicio y dejarse ejecutar. 
Exteriormente, no tenía nada más que hacer. Todos los que leen 
atentamente la Pasión notan el silencio desconcertante de Jesús. 
El, que hablaba como nadie, se calla. Ya no habla a los hombres 
porque toda su energía se va a concentrar en un diálogo interior 
dramático con Dios. 
El se deja llevar, es un juguete. "Es entregado." Pero sigue creyendo 
que Dios vendrá. Puesto que Dios no ha venido al centro de la 
acción, de la lucha, Dios vendrá al vacío del fracaso, del silencio, 
de la desesperación y de la muerte. Jesús no piensa: "Voy a morir, 
pero mi ideal sobrevivirá." Piensa: "Se va a realizar la promesa de 
Dios de que el Reino de Dios llega conmigo. No puede dejar de 
realizarse. Va a realizarse en mi muerte. Mi muerte va a ser la 
venida del Reino de Dios." "Veréis al Hijo del Hombre en la gloria de 
Dios..." 
Jesús acepta ser desposeído de todo, de la amistad, del éxito, del 
consuelo espiritual ("Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"). Es 
el silencio y el vacío completos pero su fe permanece intacta. 
Espera la acción de Dios. Y yo pienso que de esta manera es como 
Jesús nos ha salvado, es decir, ha roto los límites de nuestra vida 
cerrada. Por su fe, por su confianza incondicional en Dios. 

Existen evidentemente serias objeciones a esta ''hipótesis'' 

1. "Entonces, ¿Jesús no sabía que iba a resucitar?" 
Ciertamente, Jesús, cómo todo judío, creía en la Resurrección al 
mismo tiempo que creía en la venida del Reino de Dios. Las dos 
cosas iban juntas en la creencia judía. Pero los anuncios precisos 
de su resurrección personal en los Evangelios deben ser los 
retoques de los primeros cristianos y no las palabras auténticas de 
Jesús. Pienso que Jesús se entregó a la muerte absolutamente 
seguro de encontrar la mano de Dios sin saber de manera clara lo 
que le sucedería a El mismo. Creía firmemente que su muerte sería 
la victoria del amor de Dios. No sabía, pienso yo, cómo brillaría esta 
victoria del amor. 

2. "Pero Jesús sabía que era Dios. Por tanto, lo sabía todo."
No pienso que Jesús tuviera una conciencia absolutamente clara de 
que era el Verbo de Dios encarnado. Evidentemente, Jesús, para 
mí, es desde su concepción el Hijo de Dios encarnado. Decir lo 
contrario, es salir de los límites de la fe cristiana. Y no se ve claro 
cómo Jesús-hombre hubiera podido en un momento dado 
convertirse en hijo de Dios, incluso en su resurrección. Pero sigo 
pensando que había en Jesús el desfase que hay en cada hombre 
entre lo que es (la imagen de Dios) y la conciencia clara que tiene 
de eso mismo. Pienso que Jesús tenía una plena conciencia de ser 
el Mesías, que todo el proyecto de Dios reposaba enteramente 
sobre El. Tenía, pues, plena conciencia de estar aparte de todo el 
resto de la Humanidad, pero enteramente responsable de toda la 
Humanidad. Tenía la experiencia única de una intimidad única entre 
Dios y El. Nada detenía el Amor que pasaba del Padre a El y de El 
al Padre. Pero Jesús-hombre quedaba en la condición humana, no 
se despegaba de la condición humana, que no es nunca claridad 
pura sino presentimiento, esperanza y progreso. 
Yo pienso, por el contrario, que en su Resurrección, Jesús tuvo 
conciencia deslumbrante de lo que era desde su concepción, lo 
mismo que tendremos nosotros en nuestra resurrección conciencia 
clara de hijos adoptivos (1 Jn 3, 2). 
Pienso que esta manera de imaginar la psicología de Jesús es en 
todo conforme al dogma de la Encarnación: el Verbo de Dios al 
tomar una humanidad no aminoró en nada esta humanidad. Jesús 
era, pues, un hombre parecido en todo a los otros hombres, 
excepto en el pecado, es decir, la falta de fe en Dios. Además, la 
expresión "una sola persona en Jesús" ha de entenderse 
correctamente. Ello no quiere decir en absoluto: una sola 
conciencia. La conciencia de Jesús (en el sentido psicológico de la 
palabra) no era una conciencia divina, sino una conciencia humana, 
genial, única, insospechada, pero humana. La expresión "una sola 
persona" es una expresión filosófica que considera el ser de Jesús 
y no su conciencia. Quiere decir que en fin de cuentas, la 
humanidad de Jesús era la humanidad del Verbo de Dios. El Verbo 
se había adueñado de este hombre pero respetando totalmente su 
condición de hombre.

PAUL GUERIN
YO CREO EN DIOS. Las palabras de la fe, hoy
Edic. MAROVA. MADRID 1978
. Págs. 33-44

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LIBROS UTILIZADOS PARA ESTE CAPITULO
Vocabulario de teología bíblica. Artículos: "Jesús", "Hijo del Hombre", 
"Hijo de Dios", "Hombre". 
Jacques GUILLET, Jésus devant sa vie et sa morí, Aubier, París, 
1971. 
Xavier LÉON-DUFOUR, Les Evangiles et l'histoire de Jésus, Le Seuil, 
Paris, 1963. Edición castellana: Estela. Barcelona, 1968. 
—Etudes d'Evangile, Le Seuil, Paris, 1965.