Cardenal Biffi: «La Resurrección es un hecho»
El arzobispo emérito de Bolonia, en el Pontificio Ateneo Regina Apostolorum

CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 25 noviembre 2004 (ZENIT.org).- «La Resurrección de Cristo es un hecho», afirmó el cardenal Giacomo Biffi el 23 de noviembre, en un diálogo mantenido en el Pontificio Ateneo Regina Apostolorum de Roma sobre el tema de la Resurrección.

Como cada martes, el purpurado intervino en un ciclo de lecciones sobre el tema «¿Quién es Cristo? El enigma de la existencia y el acontecimiento cristiano».

«A dar el primer impulso a la historia cristiana no fue algo que podamos considerar subjetivo. No hay una intuición perspicaz, una teoría genial, una experiencia psicológica, una fantasía estética, una autosugestión, una elaboración consoladora, no hay nada de todo esto, hay un hecho», constató.

El arzobispo emérito de Bolonia explicó que «sólo la solidez del hecho de lo que sucedió podía mantener un retorno aceptado a la misma escena de quien, según el parecer de todos, había sido vencido, humillado, aniquilado hasta la muerte y una muerte de cruz. Sólo un retorno físico, palpable del cuerpo vivo podía vencer el trauma de aquel cadáver, escrutado con ojos aterrorizados».

«Toda otra forma de retorno o encuentro no habría cambiado nada. Un Jesús que fuese un espectro no habría conseguido el objetivo», subrayó el purpurado.

En este sentido, el cardenal citó al escritor Vittorio Messori, quien sostenía que: «Para ningún judío una Resurrección sin cuerpo, sólo espiritual podía tener algún significado, era incluso impensable. Para que un judío se convenciera de un eventual hecho como éste tenía necesidad de tocar el cuerpo».

Quienes interpretan que en el origen de la fe hubo una equivocación psicológica, una visión, un fantasma, no saben que un judío no es un griego para quien la única inmortalidad posible es la del alma. Un judío auténtico, dice Messori, era por ejemplo Tomás. Este dijo: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto la mano en su costado, no creeré».

«Esta era la mentalidad que podía ser vencida sólo con un hecho concreto», subrayó Biffi.

«El relato evangélico es inequívoco a este respecto, mientras que pensaban que veían un fantasma los apóstoles podían sentirse sólo estupefactos y atemorizados, no desde luego creyentes y mucho menos testigos. Por ello, el Resucitado se ve obligado a exhibir las pruebas de su nuevo ser».

El cardenal aludió al capítulo 24 del Evangelio de Lucas, en el que se lee que «Jesús dijo: ¿Por qué os sentís turbados y surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies, soy yo. Tocadme y mirad, un fantasma no tiene carne y huesos como veis que tengo yo. Diciendo esto, les mostró las manos y los pies».

Pero esas palabras no bastaron para diluir todas las perplejidades. Jesús se somete a un segundo examen. Es también Lucas quien lo relata: «debido a que por la gran alegría, todavía no creían y estaban estupefactos, dijo: ¿Tenéis algo para comer? Le ofrecieron un pedazo de pescado asado. Lo tomó y lo comió ante ellos».

«El evento pascual de Cristo es una propuesta de cambio total, un cambio que, más allá de los pensamientos, sentimientos y esperanzas, toca la sustancia profunda de quien se abre a su provocación», reconoció el purpurado italiano.

Biffi citó al filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein (1889-1951), el cual aun no siendo creyente, en 1937 anotaba lo siguiente: «Pienso que el cristianismo no es una doctrina, no es una teoría de lo que ha sido y lo que será en el porvenir humano, sino una descripción de un acontecimiento real».

Así mismo el filósofo y teólogo danés Soren Aabye Kierkegaard (1813-1906) decía que «el cristianismo no es una doctrina sino una comunicación de la existencia».

«El cristianismo --añadió el cardenal Biffi--, ya desde su contenido primordial es es algo único, decisivo, incomparable. Porque el cristianismo, antes que una religión, una moral, un culto, una filosofía, es un acontecimiento de la Resurrección de Jesús de Nazaret que se hace principio de la renovación de los hombres y de las cosas».

«Esta es la razón por la que el cristianismo no podrá nunca tener un tramonto, porque las doctrinas nacen, hacen cultura, encantan por decenios, quizá por siglos, luego decaen y mueren. El acontecimiento cristiano queda porque es el hecho, y este permanece independientemente de la acogida y del número de las adhesiones que recibe», concluyó el cardenal.