José
Antonio Pagola
JESUCRISTO
Catequesis
Cristológicas
La
muerte de Cristo
1.
La ejecución de Jesús de Nazaret
2.
Jesús ante su propia muerte
3.
La muerte de Jesús interpretada desde la fe en la resurrección
- La muerte del Profeta
- La muerte de Justo
- La muerte del Siervo
4.
El valor redentor de la muerte de Jesucristo
5.
Sentido cristiano de la muerte y el sufrimiento
- La muerte cristiana
- Sentido cristiano del sufrimiento
Para
continuar el estudio de la muerte de Jesús
1. Lectura
2. Preguntas para una reflexión
3. Bibliografía
2.
LA MUERTE DE CRISTO
1. La Ejecución de Jesús de Nazaret
Jesús
no murió de muerte natural. Fue ejecutado como consecuencia de los conflictos
que provocó con su actuación. Pero ¿qué ha podido suceder para que haya sido
tan rápidamente denunciado, detenido por las autoridades civiles y religiosas?
¿ Como ha podido provocar una acción tan violenta?
Por
una parte, la actitud de Jesús ante la Ley de Moisés ponía en crisis toda la
institución legal sobre la que se apoyaba la autoridad religiosa y social de
los dirigentes de Israel. Con la libertad propia de un hombre que viene de Dios,
Jesús se coloca por encima de la Ley y da la última palabra al amor por encima
de todas las tradiciones fariseas, rabínicas, proféticas y apocalípticas que
se justifican en último término en el valor absoluto de la Torá.
Por
otra parte, Jesús anuncia a un Dios Padre, abierto a todos los hombres, incluso
a los extranjeros y pecadores, con lo cual está rechazando el carácter
privilegiado del pueblo judío y su alianza con Yavé. Jesús predica que se
acerca el Reinado de Dios pero no como un juicio para paganos y pecadores sino
como una Buena Noticia de perdón y de gracia. Este Dios que anuncia Jesús no
es el Dios de la religión oficial judía que ofrece su premio a los que
obedecen a la Torá. Jesús se presenta como un blasfemo que destruye la alianza
y contradice todas las esperanzas judías basadas en la pertenencia al pueblo
judío y en la obediencia a la Ley mosaica.
Además,
la actuación libre de Jesús frente a toda autoridad, su obediencia radical a
Dios por encima de cualquier señor o césar, su anuncio decidido del Reinado de
Dios, ponía en peligro la “paz romana”. Jesús se convertía en un
perturbador del orden socio-político establecido por Roma.
Y
sin embargo, tampoco el pueblo le defiende. Jesús ha decepcionado profundamente
la expectación política que su aparición ha podido despertar en grandes
sectores de la población. El pueblo esperaba algo más concreto, eficaz y
espectacular. Algo que condujera a Israel a la destrucción del imperialismo
romano y su sustitución por el Reino mesiánico judío.
2. JESUS ANTE SU PROPIA MUERTE
Jesús
ha visto venir su muerte y la ha afrontado con lucidez. No la ha eludido. No ha
emprendido la huida. No se ha defendido. No ha organizado una resistencia. No ha
modificado su mensaje. No ha querido deshacer los posibles malentendidos. Jesús
ha temblado ante su ejecución, pero se ha mantenido hasta el final fiel al
Padre, fiel a sí mismo y fiel a su misión.
Por
eso en la cruz podemos descubrir con más hondura algunos rasgos fundamentales
de Jesús.
Ahora
podemos conocer mejor la profundidad de la confianza
de Jesús en el Padre. Cuando todo fracasa y hasta Dios parece abandonarlo como
un falso profeta equivocado lamentablemente y condenado justamente en nombre de
la Ley, Jesús grita con fe: “Padre, en tus manos pongo mi vida” (Lc 22,
46).
Ahora
podemos descubrir mejor la radicalidad de Jesús y su libertad total para entregarse al servicio del Reino de Dios, Jesús
es libre no solo para enfrentarse a los que se oponen a su misión, sino
incluso, para entregar generosamente lo que más quiere todo hombre: su propia
vida.
Ahora
podemos comprender mejor la solidaridad
de Jesús con los hombres y su actitud de servicio. Jesús ha entendido su
muerte como el servicio último y supremo que él podía hacer a la causa de
Dios y a la salvación de los hombres.
Ahora
podemos entender mejor la fuerza con que Jesús denunciaba el odio, el egoísmo,
la injusticia, la mentira humana y su fe total en que solo el amor puede
conducir a los hombres a su liberación definitiva. Abandonado por todos, Jesús
muere creyendo hasta el final en el amor del Padre y en el perdón para los
hombres: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).
3 LA MUERTE DE
JESÚS
INTERPRETADA DESDE LA FE EN LA RESURRECCIÓN
La
resurrección de Jesús obligó a sus seguidores a reflexionar sobre la muerte
de aquel hombre abandonado por todos pero resucitado por Dios. A la luz de la
resurrección, se vieron obligados a descubrir el significado profundo encerrado
en la muerte de aquel hombre condenado en nombre de la Ley como blasfemo,
arreligioso, perturbador del orden público, peligroso para la sociedad_, pero
resucitado por Dios.
Si
Dios ha resucitado a Jesús, ¿por qué ha permitido su muerte? El Dios que ha
resucitado a Jesús ¿qué hacía en la hora de su ejecución? ¿Por qué lo ha
abandonado en la cruz? Los primeros creyentes han comprendido que la muerte de
Jesús no ha sido un accidente más, una injusticia cualquiera. Esta muerte ha
tenido que estar prevista en los designios de Dios. Esta muerte ha sido para la
salvación del pueblo y de la humanidad entera.
La muerte del Profeta
Los
cristianos han descubierto que la muerte de Jesús, resucitado ahora por Dios,
no ha sido la muerte de un blasfemo sino la muerte del Profeta. En Jesús se ha
cumplido el destino trágico que parece esperar a todo profeta que sabe luchar
por la justicia, la libertad y la dignidad del hombre.
El
profeta muere a manos del pueblo y dentro del pueblo. Pero, el profeta muere por
amor al pueblo y su muerte es un servicio a la comunidad ya que descubre en toda
su profundidad el pecado del pueblo y, de alguna manera, le posibilita su
conversión y redención.
Pero,
Jesús es más que un profeta. Los primeros creyentes han comprendido que la
muerte de Jesús tiene un valor único no solo para el pueblo judío sino para
la humanidad entera. En la muerte de Jesús, el mismo Hijo de Dios ha muerto por
amor a los hombres. Y su muerte es el mayor servicio a la humanidad, pues no
solo nos descubre la profundidad de nuestro pecado sino que al mismo tiempo nos
abre la posibilidad de salvación y perdón.
La muerte del Justo
Los
cristianos han descubierto que la muerte de Jesús, resucitado ahora por Dios,
no ha sido la muerte de un pecador impío, sino la muerte del Justo. La
resurrección les ha hecho ver que la justicia definitiva de Dios termina por
triunfar por encima de todas las injusticias de los hombres.
En
una sociedad injusta, el hombre justo resulta insoportable y su actuación es
condenada y perseguida incluso en nombre de la ley y de la religión. Pero Dios
no puede permitir que la justicia no triunfe y el sufrimiento del justo se
pierda inútilmente.
Ahora
los cristianos descubren que en la cruz ha muerto el Hijo santo de Dios, «aquel
que no conoció pecado» (2 Co 5, 21). No era Jesús el pecador. Somos nosotros
los pecadores. Pero la muerte de Jesús no ha sido inútil. La resurrección nos
descubre que la injusticia, el mal y la muerte no tienen la última palabra. La
resurrección del crucificado nos abre un camino de redención. Desde ahora
podemos esperar liberación si sabemos decir no a la injusticia con el mismo espíritu
de Jesús.
La muerte del Siervo
Los
cristianos han comprendido también que la muerte de Jesús no ha sido la muerte
de un revolucionario judío que pretendía hacerse con el poder, sino la muerte
del Siervo que ha vivido la obediencia al Padre y el amor a los hombres hasta el
extremo.
Inspirándose
en los cantos del Siervo de Yavé (sobre todo en Is 52, 13-53, 12), los
creyentes han visto en la muerte de Jesús el servicio salvador del Hijo de Dios
que ha querido “llevar sobre sí” los pecados de los hombres, sufrir por
nuestras injusticias y dar la vida por nuestra salvación.
Poco
a poco y, cada vez con más claridad, irán descubriendo en la ejecución de Jesús
el gesto supremo de amor y reconciliación de Dios con los hombres. El Hijo de
Dios ha compartido nuestra muerte y nuestra perdición para abrirnos la
posibilidad de alcanzar la vida y la resurrección.
4. EL VALOR REDENTOR DE LA MUERTE DE JESUCRISTO
Jesús
ha vivido su muerte en una actitud de obediencia y fidelidad total al Padre y,
al mismo tiempo, en una actitud de amor y perdón a los hombres.
Por
eso, su muerte no ha sido una muerte de destrucción y de perdición, una
“muerte-ruptura”. La muerte de Jesús ha sido una muerte de reconciliación
y de amor. Una muerte que conduce a la resurrección y la vida.
La
muerte, que era la manifestación suprema del pecado y la ruptura entre Dios y
el hombre pecador, se ha convertido ahora en la manifestación suprema del amor
y la reconciliación entre Dios y los hombres. Vivida por el Hijo de Dios en
obediencia total al Padre y en comunión total con los hombres, se ha convertido
en fuente de vida para todos nosotros. “Nuestro Salvador Cristo Jesús ha
destruido la muerte y ha hecho irradiar luz de vida e inmortalidad” (2 Tm 1,
10).
A
lo largo de los siglos, los cristianos han empleado diversos lenguajes para
formular el valor salvador de la muerte de Cristo. Se ha visto la cruz como un
rito de sangre que ha apaciguado la ira de Dios, como el sacrificio de la única
víctima agradable al Padre, la pena con la que ha sido expiado el castigo
infinito merecido por nuestros pecados, el rescate ofrecido por nuestra redención,
la reparación necesaria para satisfacer a Dios, etc.
Es
indudable el valor y la verdad que se encierran en estas interpretaciones si son
bien entendidas. Sin embargo, nos pueden conducir a deformaciones más o menos
graves sobre la muerte de Cristo. Partiendo de estas interpretaciones fácilmente
podemos llegar a concebir a Dios como un Señor que exige previamente una
reparación y el pago de una deuda para poder luego perdonar al hombre.
Los
primeros creyentes no pensaron así. Ha sido Dios el que por propia iniciativa y
movido por un amor totalmente gratuito ha intervenido en la historia humana para
salvarnos. La muerte de Jesucristo es el gesto supremo en el que se nos revela
el amor reconciliador de Dios a los hombres. “En Cristo estaba Dios
reconciliando al mundo consigo y no tomando en cuenta las transgresiones de los
hombres” (2 Co 5, 10).
5. SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE Y EL SUFRIMIENTO
La
muerte de Jesús en la cruz no es un acontecimiento aislado y separado de su
vida. Es el gesto que resume y en donde culmina toda su vida. Es “terminar de
morir”. Jesús ha ido muriendo para el Padre y por los hombres día tras día,
“desviviéndose” por hacer la voluntad de su Padre y por liberar a sus
hermanos. Por eso, desde el seguimiento al crucificado vamos los cristianos
dando sentido al sufrimiento de cada día y a la muerte.
La muerte cristiana
La
muerte, sin perder su carácter trágico, ha cambiado de signo para el creyente.
La muerte ya no es el final de todo. El cristiano no muere para quedar muerto
sino para resucitar. La muerte ya no tiene la última palabra.
El
cristiano afronta la muerte y la asume libremente como un acontecimiento que
puede ser vivido en comunión con Cristo muerto y resucitado y en la misma
actitud que El adoptó.
El
cristiano, más que prepararse para una buena muerte, debe aprender a “morir
bien” en cada momento. Es decir, viviendo la vida diaria como Jesús,
“desviviéndose” por la construcción del Reino de Dios y su justicia. Desde
aquí el Bautismo cobra un sentido nuevo como el gesto sacramental en el que nos
comprometemos a vivir la vida “muriendo en Cristo”, y la Eucaristía nos va
ayudando a asimilar el morir de Jesús para participar también un día de su
resurrección.
Los
cristianos vemos desde Cristo con una esperanza nueva no solo nuestra muerte
sino también la muerte de los demás, las muertes grandes y las pequeñas, las
muertes valientes y las cobardes, las muertes significativas y las ridículas.
Desde esta misma esperanza aprendemos a afrontar con otro sentido el
envejecimiento y la muerte de las culturas, de las ideas, de la creación
entera_ Todo lo que vive, camina de alguna manera hacia la muerte. Pero Cristo
ha vencido a la muerte.
Sentido cristiano del sufrimiento
Seguir
a Jesús es seguir a Alguien que ha terminado ejecutado por los hombres. Ser
fiel a Alguien que ha sido perseguido y condenado por el escándalo provocado
con su mensaje y su actuación.
Seguir
al Crucificado no es buscar y amar el sufrimiento. Jesús no lo ha amado ni para
él ni para los demás. Seguir al Crucificado es proseguir su obra, construir el
Reinado de Dios, defender la causa del hombre, ofrecer gratuitamente el perdón,
servir al hermano y saber que esta actuación nos traerá sufrimiento.
El
creyente, pues, no ama el sufrimiento, pero tampoco evade el problema del mal de
manera ligera y superficial. El cristiano toma en serio la inseguridad, el
sufrimiento, la soledad, la alienación, el dolor, el lado oscuro y negativo de
la vida. Pero con Cristo y desde Cristo descubre que también ahí puede haber
salvación y liberación. Desde Cristo trata de descubrir cuál es la manera más
humana y liberadora de asumir y vivir el sufrimiento propio y ajeno.
El
creer en el Crucificado no suprime el mal. El mal continúa siendo algo malo e
inhumano, pero se puede convertir en el lugar más eficaz, realista y
convincente de vivir la fe en el Padre y la solidaridad con los hombres. Por eso
el cristiano cree no solo en la acción sino también en la pasión. Desde su fe
cristiana va descubriendo que incluso el sufrimiento puede ser liberador cuando
se vive con el espíritu del Crucificado.
La
cruz nos purifica y libera, pues es lo que más directamente se opone a la
esclavitud del pecado. Pecar es buscar egoístamente nuestra propia felicidad
rompiendo con Dios y con los hombres. Vivir la cruz como Jesús, es,
precisamente, todo lo contrario: buscar la fidelidad a Dios y al servicio a los
hombres, incluso en la ausencia de felicidad.
Quizá
sea necesario descubrir de manera concreta nuevas posibilidades de seguir hoy al
Crucificado, v.gr.: preferir sufrir injustamente antes que colaborar con la
injusticia; saber sufrir el mal antes de hacer el mal; compartir el sufrimiento
de los injustamente maltratados; aceptar la inseguridad y los riesgos propios de
una vida consecuente con la fe cristiana; aceptar las consecuencias dolorosas de
una defensa clara y firme de la justicia, la verdad y la libertad; aceptar la
inseguridad, la falta de poder y la debilidad del que quiere actuar con honradez
humana y sencillez evangélica; saber comprender el valor de una vida austera y
equilibrada en medio de nuestra sociedad de consumo y bienestar.
PARA
CONTINUAR EL ESTUDIO DE LA MUERTE DE JESUS
1. Lectura
Estudiar
los relatos evangélicos de la pasión de Jesús, tratando de descubrir la enseñanza
de los evangelistas (Mt 26-27; Mc 14-15; Lc 22-23; Jn 18-19).
2. Preguntas para una reflexión
-
¿Qué significado puede tener todavía hoy la cruz de Cristo en nuestra
sociedad?
-
¿Cuál te parece la actitud más humana ante el sufrimiento y la muerte? ¿Por
qué?
-
¿Qué puede significar hoy concretamente para ti el tomar la cruz de Cristo
cada día?
3. Bibliografía
H.
COUSIN, Los textos evangélicos de la pasión.
(Estella,
1981). Ed. Verbo Divino
Sugestivo
estudio sobre los relatos de la crucifixión, la muerte de Jesús y el sepulcro
abierto.
X.
LEON-DUFOUR, Jesús y Pablo ante la muerte.
(Madrid,
1982). Ed. Cristiandad.
En
la primera parte de la obra se nos ofrece un estudio lleno de interés sobre la
postura de Jesús ante su muerte inminente y su actuación en la cruz.
L.
BOFF, Pasión de Cristo. Pasión del mundo.
(Santander,
1981). Ed. Sal Terrae.
Interesante
obra donde se nos ofrece un buen resumen sobre la muerte violenta de Jesús, las
interpretaciones de esa muerte en las primeras comunidades cristianas y el
desarrollo posterior de la teología de la redención.