LAS PARÁBOLAS DE LA IGLESIA




CAPITULO VIII. 
Edificio de Dios
La piedra angular
Sobre los Apóstoles
Piedras vivas
Templo del Espíritu 

 

CAPÍTULO VIII

EDIFICIO DE DIOS


Aunque ya en el Antiguo Testamento se emplea la metáfora de 
edificio de Dios, ésta nunca se aplica, de manera directa y propia, al 
pueblo de Israel. Toda teofanía santifica automáticamente el lugar en 
que se produce, que pasa a poder ser llamado morada de Dios 1. Pero 
casa de Dios es, ante todo, el lugar en que se hace presente Yahveh 
de una forma especial: el Santuario terreno, la Tienda de la fundación, 
el Templo. 

En un sentido más amplio, todo el quehacer de Israel, a fin de 
constituirse como pueblo, se describe como una obra de arquitectura. 
Ésta será tarea imposible sin la intervención divina: «Si el Señor no 
construye la casa, en vano se afanan los albañiles»2. 

En los escritos paulinos, la fórmula de casa de Dios se aplica 
directamente a la Iglesia del Dios vivo 3, formada por los que lo adoran 
en espíritu y en verdad 4. «Vosotros sois la casa que Dios edifica» 
(/1Co/03/09), dice San Pablo a la comunidad cristiana de Corinto. La 
comunidad viva, en su dimensión interior, es la nueva tienda de Dios 
con los hombres, el nuevo templo que Él edifica, la verdadera Casa del 
Rey, la ciudad santa. 

Con préstamos del Antig;uo Testamento 5, la literatura apostólica 
pasa a acentuar la presencia de Dios en el corazón de la comunidad, 
que lo ha aceptado como columna y como fundamento de la unidad. Él 
es quien construye y sostiene la nueva casa, preparada para una 
familia renovada desde sus raíces 6: «Nosotros somos templo de Dios 
vivo» (/2Co/06/16). 

En la Asamblea de los fieles, que ni es un templo material hecho por 
manos de hombre ni es una multitud de personas reunidas por su 
propia decisión, es donde Dios está y actúa de una forma dinámica. Es 
«la tienda de campaña que Dios ha montado entre los hombres. 
Habitará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con 
ellos» (Ap 21,3). Así como en Cristo inhabita la plenitud de la 
divinidad7, así en la Iglesia reside el mismo Dios, vivo y verdadero. Él 
es quien consolida la obra de la salvación, por medio de la trabazón de 
todos sus miembros, en la unidad de una sola familia. 

Para llevar a cabo esta novedosa forma de edificar el nuevo templo, 
que es la Iglesia, el Padre entrega la responsabilidad a su Hijo, 
Jesucristo, quien se convierte en el arquitecto sublime, que supera en 
honor a la casa misma 8. Cristo es el hijo puesto al frente de la nueva 
estirpe. La obra que Él realiza, más que una casa material, es el 
edificio compuesto por los creyentes, en los que habita el mismo 
Espíritu de Dios: «Su casa somos nosotros, siempre que mantengamos 
la confianza y el júbilo que proporciona la esperanza» (Heb 3,6). 
El nuevo edificio de Dios se inicia gracias a la sangre de Cristo. De 
ella recibe su fuerza, su consistencia y su cohesión. El proceso de 
crecimiento se irá obrando lentamente, en la medida en que la nueva 
estirpe lime las aristas que le impiden ser piedra viva y útil en el 
ensamblaje de la nueva casa de Dios: «Edifícase cantando; se cimienta 
creyendo; se levanta esperando; se concluye amando. Ahora, pues, 
hállase en construcción; la dedicación tendrá lugar al fin de los siglos» 
(SAN AGUSTÍN). 


La piedra angular

El acontecimiento de la muerte ignominiosa de Cristo es, 
paradójicamente, el momento en que Dios autoriza el comienzo de la 
edificación que ha de sustituir a los viejos lugares sagrados. Jesús de 
Nazaret, habitado por el Espíritu de Hijo de Dios para vivir la obediencia 
hasta las últimas consecuencias, se somete a que su cuerpo, el nuevo 
santuario de Dios, sea destruido y así pueda ser edificado en 
indestructibilidad al tercer día 9. Él es el verdadero templo, en el que 
reside la plenitud y donde se rinde a Dios el único culto agradable. 

Los defensores del viejo santuario son ciegos que sufren la 
incapacidad de comprender que la piedra que ellos desechan es la 
destinada por el Padre a ser la cabeza de ángulo de un nuevo templo, 
de naturaleza radicalmente distinta. 

La predicación primitiva de la Iglesia subraya esta idea, que 
denuncia las cerrazones de quienes han querido sujetar la fuerza 
divina entre cuatro paredes, por monumentales y hermosas que sean: 
«Jefes del pueblo y ancianos de Israel, Jesucristo Nazareno es la 
piedra rechazada por vosotros, los constructores, que se ha convertido 
en piedra angulan» (/Hch/04/08ss) 10. 

Cristo es el único que puede dar unidad y consistencia a la Iglesia, 
nuevo edificio levantado por la voluntad de Dios Padre sobre el 
cimiento de quien se sometió a la obediencia radical: «Nadie puede 
poner un cimiento distinto del que ya está puesto, y este cimiento es 
Jesucristo» (1 Cor 3,11). 

Los miembros de la Iglesia jamás podrán olvidar que están unidos 
vitalmente a la piedra fundamental que es Cristo. «No se puede tener 
acceso a Dios ni entrada en el templo sino por medio de aquel que lo 
edificó, Cristo, el constructor del templo grande y eterno que es la 
Iglesia» (LACTANCIO). Jesucristo es el punto de referencia obligado 
para cuanto la Iglesia pretenda. 

La conexión con El no podrá quedar reducida a la relación histórica 
que una ideología puede tener con su fundador. Por la fe en Él, viene 
sobre la Iglesia un influjo vital, que tiene sus fundamentos en la 
presencia permanente de Cristo a su lado 11. Sin Él, la comunidad 
cristiana será únicamente un edificio terreno, un cuerpo muerto, un 
poder fáctico en medio de las naciones. 

Jesucristo es, para el edificio vivo de la Iglesia, la piedra que hace de 
cabeza de ángulo y que le permite apuntar directamente hacia el cielo, 
de donde viene la gracia salvadora. 

Cristo es, para la nueva edificación de los hombres elegidos, la roca 
viva de la que mana el agua abundante que seca la sed, que fecunda 
la misión y que sostiene la esperanza 12. Es la peña abierta de la que 
mana el agua bautismal que hace hijos de Dios: «La casa está 
edificada sobre las aguas, porque vuestra vida se salvó por el agua y 
por el agua se salvará; mas el fundamento sobre el que se asienta la 
casa es la palabra del nombre glorioso y omnipotente, y se sostiene 
por la fuerza invisible del Dueño» (El Pastor de Hermas). 

Cristo es la roca firme sobre la que la Iglesia, cual constructor 
prudente, va construyendo su casa. Por su solidez, nada ni nadie 
podrán contra ella 13. Cristo, como Yahveh para el Pueblo de Israel, es 
la roca elevada, que se erige en baluarte de defensa segura de los 
que en ella se refugian 14. 

Por otra parte, Jesucristo, que es la piedra indispensable, termina 
siendo, para quienes se niegan a acoger la palabra y no son capaces 
de admitir su condición de cabeza de ángulo, la piedra de tropiezo y la 
roca donde se estrellan 15. 

El aviso de San Pablo de que «cada uno mire cómo edifica» 
(/1Co/03/10) está motivado, ya en los primeros tiempos de plantación 
de las Iglesias, por los pecados de quienes han sido llamados a 
colaborar en la construcción de la Iglesia. 

Habrá quienes quieran llevar a cabo la edificación sobre sí mismos, 
sobre las propias capacidades, lejos de la comunión con todos los 
demás hermanos. Habrá quienes pretendan encontrar la firmeza en el 
oro, en la plata y en las piedras preciosas de los poderes terrenos y de 
las influencias históricas. Habrá otros que, por el contrario, se 
acomoden a edificar con la madera, con el heno y con la paja de lo 
caduco, de lo imperfecto, de lo que no inspira confianza 16. Los habrá 
que aspiren a sustituir a la única piedra angular y a hacer, en nombre 
propio, un santuario impenetrable a la comunión, cerrado en el culto a 
la persona mortal, opaco para transparentar la mano del único 
arquitecto, sujeto a la fecha de caducidad marcada por la permanencia 
temporal en él. Existirán, en fin, quienes, acobardados por la exigencia 
de escuchar al único constructor y encogidos ante la grandeza de ser 
fieles a los únicos planos válidos, prefieran rendir vasallaje a otros 
templos, hechos por manos de hombres, y aun a los hombres mismos, 
siempre limitados y mortales. 


Sobre los Apóstoles

Cristo, la piedra angular y el cimiento de la Iglesia, nuevo santuario 
de Dios, asocia a su misión a algunos hombres. Estos realizarán, como 
Él y por estar unidos a El, la función vicaria de participar, también, de la 
categoría de ser eje de unidad y base de consistencia en el edificio. 
«Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas» 
(/Ef/02/20). 

La comunión eclesial, que brota del corazón de Cristo que busca la 
reconciliación universal, tiene como garantes a los Doce y a sus 
sucesores. La solidez y la estabilidad del edificio eclesial descansa 
sobre ellos. Son quienes, en nombre de Cristo y dando corporeidad al 
Señor, Única cabeza de ángulo, procuran situar las piedras, que son 
los cristianos, en el lugar oportuno que Dios les ha señalado con sus 
vocaciones y carismas. 

Evidentemente, la unidad, la hermosura y la consistencia de la Iglesia 
están condicionadas por la fidelidad que sus miembros presten a 
Cristo. Pero el Señor, cuando estaba a punto de volver al Padre, 
entregó su representación a los Doce y, en ellos, a los Obispos que 
habían de sucederles 17. Éstos, unidos a todo el colegio episcopal y al 
Romano Ponúfice, son en cada Iglesia particular vicarios de Cristo y 
apacientan en nombre del Señor a sus ovejas, como pastores propios, 
ordinarios e inmediatos 18. Fundadas en ellos, viven v se 
desenvuelven las Iglesias particulares o diócesis. 

Por ello, unidad, hermosura y consistencia dependerán del grado de 
docilidad, de adhesión y de obediencia que los miembros de la Iglesia 
presten a quienes representan la autenticidad de la Tradición eclesial. 
«El que los escucha, escucha a Cristo; el que, en cambio, los 
desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió (cf. Lc 10,16)» (LG 20). 


Su misión dentro del edificio de la comunidad es imprescindible; en 
ellos se manifiesta y se conserva la tradición apostólica en todo el 
mundo (SAN IRENEO DE LYON). Con ellos debe estar concertado el 
resto de los fieles, como lo están las cuerdas en la lira, para que la 
comunión suene en perfecta armonía (SAN IGNACIO DE ANTIOQUIA). 

Hay mil modalidades de romper o de empequeñecer la comunión 
jerárquica, que es tanto como descoyuntar el ensamblaje sólido del 
edificio de Dios. Resquebrajamos el templo de Dios cuando 
rechazamos o seleccionamos, según gustos, las orientaciones de la 
Jerarquía; cuando prescindimos, en la práctica, de la presidencia 
efectiva del Obispo propio; cuando vivimos la fe en grupos cerrados, 
configurados en torno a una persona, a unas doctrinas particulares o a 
unas preferencias ideológicas; cuando menospreciamos la función del 
Magisterio eclesial; cuando sustituimos la fidelidad a la Iglesia universal 
por el vasallaje a las ideologías, a las tradiciones e, incluso, a los 
intereses meramente humanos 19. «Tendremos que amar a la Iglesia 
tal como es; sólo entonces la amaremos de verdad» (ROMANO 
GUARDINI). 

Entre los Doce, Cristo eligió, de forma particular, a Pedro, para que 
fuera la piedra sobre la que había de edificar su Iglesia 20. «Lo que 
propiamente es la Iglesia de Cristo, eso es figuradamente Pedro en la 
piedra; y, en esta figura, Cristo es la piedra, y Pedro es la Iglesia» (SAN 
AGUSTÍN). 

En el mismo contexto bíblico se adivina que la Iglesia es descrita 
como una ciudad, cuyas llaves son entregadas a quien la tradición va a 
llamar Príncipe de los Apóstoles. «A fin de que el episcopado fuera uno 
y no estuviera dividido, (Cristo) puso a Pedro al frente de los demás 
Apóstoles e instituyó en él para siempre el principio y fundamento, 
perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión» (LG 18). 

En Pedro y en su unión con los demás Apóstoles está contenida la 
comunión del Papa con el Colegio episcopal. En el ministerio del 
Obispo de Roma y de los demás obispos ha de estar el eje que 
garantiza y verifica la eclesialidad de cuantos conforman el edificio de 
Dios. 

Piedras vivas

En el templo del Dios vivo no hay seres inertes. La piedra angular 
que es Cristo, plena de vitalidad por su resurrección, transmite energía 
y vida a todos los demás componentes del nuevo edificio de Dios, en el 
que se le adora en espíritu y en verdad. Cristo sigue siendo el factor 
determinante. «Acercándoos a El, piedra viva rechazada por los 
hombres, pero escogida y preciosa para Dios, también vosotros, como 
piedras vivas, vais construyendo un templo espiritual dedicado a un 
sacerdocio santo, para ofrecer, por medio de Jesucristo, sacrificios 
espirituales agradables a Dios» (1 Pe 2,4-5). «Cuando Pedro llama a la 
Iglesia casa espiritual, es porque todo lo que arranca en la Iglesia 
tiende a la vida espiritual y que su mayor gloria es interior, y, también, 
porque no se trata de una casa hecha de cal y de arena, sino de una 
casa mística, de piedras vivas, donde la caridad hace las veces de 
cemento» (SAN FRANCISCO DE SALEs). 

En la estructura del edificio de Dios nadie es extraño o advenedizo 
21; todos, sin distinción, son llamados a ensamblar el santuario 
perfecto de la Iglesia de Cristo. 

Uno solo es el edificio de Dios, porque uno solo es el Señor y una 
sola es la fe 22. La comunión eclesial, que es hija del Misterio y se 
convierte en Sacramento, es regalo y es exigencia. 

Participantes del amor unificante de la Trinidad, los cristianos 
estamos obligados tanto a limar en nosotros todas las aristas que 
impidan componer una Iglesia bien trabada, como a poner en juego 
todas las virtudes que sean necesarias para abrir caminos a la 
restauración de la unidad, lamentablemente rota, y para hacer crecer, 
con mayor rapidez y donaire, una Iglesia que, primeramente, es 
comunión y signo de comunión. 

«Padre, que sean uno, como Tú y yo somos uno, a fin de que el 
mundo crea» (cf. Jn 17,21), nos dijo el Señor Jesucristo. La unidad del 
edificio eclesial es la primera causante de su hermosura y de su 
solidez, del equilibrio de sus partes y de la justa colocación de las 
piedras vivas que son sus miembros. De este modo, la cohesión del 
cuerpo arquitectónico es signo y sacramento de la unión de todo el 
género humano, asegurada por la piedra angular que es Cristo. Y, de 
esta suerte, una Iglesia fuertemente unida por los lazos del amor (los 
únicos irrompibles) tiene en sí la garantía de la autenticidad y aparece, 
en medio del mundo, como argumento de credibilidad, que invita a la 
aceptación del Evangelio. 

Los miembros de la Iglesia somos piedras vivas en la casa que Dios 
construye. De la piedra cabeza de ángulo recibimos la vitalidad y la 
fecundidad. Somos miembros empapados del agua bautismal, que nos 
habilita para ejercer el sacerdocio común de todos los fieles y nos 
compromete con todo el entramado eclesial, del que somos 
corresponsables. 

Como piedras que, además, somos diferentes entre nosotros, los 
cristianos estamos vocacionados para realizar los ministerios y las 
funciones que el Espíritu nos encomienda, y para acoger los diferentes 
carismas, que habrán de servir para consuelo y para dinamismo de la 
totalidad, porque «a cada cual se le concede la manifestación del 
Espíritu para bien de todos» (1 Cor 12,7). 

Todos los miembros hemos de tener conciencia de que estamos 
cimentados sobre las mismas bases de la fe y del amor 23. Son las 
virtudes que Dios nos regala para evitar las grietas de la división y para 
fortalecer la cohesión unificadora 24. 

Fe y amor vienen de Dios, que es quien restablece, fortalece, 
robustece y consolida el edificio terreno de la Iglesia 25 mientras ella 
peregrina. Fe y amor son las virtudes que sostienen la esperanza 
eclesial de que, aunque se desmorone esta tienda que sirve de 
morada perecedera, Dios nos prepara en los cielos una morada 
eterna, no construida por manos de hombre 26. 

El símbolo del edificio se distorsiona levemente si pensamos que a él 
también se le conmina a un crecimiento permanente. Este forzamiento 
de la metáfora se justifica si se tiene en cuenta que es en Cristo, piedra 
angular, en quien la construcción eclesial va creciendo hasta formar un 
templo consagrado al Señor. En El, cada cristiano se integra con el 
conjunto, para llegar a ser, por medio del Espíritu, morada de Dios 27. 



Templo del Espíritu

«¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios 
habita en vosotros?» (1 Cor 3,16) 23, El primer templo en que habita el 
Espíritu de la divinidad es el cuerpo de Cristo, resucitado de la muerte 
29. A su cuerpo glorioso está incorporada la Iglesia, que, en virtud de 
la asistencia del Espíritu, será indestructible 30. 

I/ES ES/I: El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia: «Lo que nuestro 
espíritu, es decir, nuestra alma, es para nuestros miembros, eso mismo 
es el Espíritu Santo para los miembros de Cristo» (SAN AGUSTÍN). 

El Espíritu es quien rejuvenece a la Iglesia, la renueva sin cesar y la 
lleva a la unión perfecta con su esposo 31. Es, además, quien reaviva 
constantemente el recuerdo de su origen y de su identidad: «Lo que en 
la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, 
solamente por obra suya puede ahora surgir de la memoria de la 
Iglesia» (DometViv 51). 

El Espíritu actúa de múltiples maneras en la edificación de todo el 
santuario de la caridad32: por la Palabra divina, que tiene el poder de 
construir el edificio 33; por el Bautismo, mediante el cual va 
conformando el ensamblaje del templo de Cristo 34; por todos los 
demás sacramentos, que hacen crecer y curan a las piedras vivas de 
la Iglesia; por el ministerio de los apóstoles; por las virtudes que hacen 
obrar según el bien; por los carismas especiales, que preparan para 
asumir diversas tareas, las cuales contribuyen a renovar y a 
robustecer, más y más, la Iglesia 35. 

El edificio total de la Iglesia y el cuerpo propio de cada uno de sus 
miembros está inhabitado por el Espíritu. Este posibilita y motiva la 
filiación divina 36, habilita para dar al Padre el único culto digno de Él, 
conduce a la comunión con Dios y con los hermanos, y es fuerza 
fecundante que promueve y mantiene la abundancia de los frutos 37. 

Al ser la Iglesia templo del Espiritu, los que somos en él piedras vivas 
estamos obligados, con su asistencia y en virtud de su vigor, a 
disfrutar, con gozo, del don de la salud, a compartir la vida dentro de 
una comunidad que lucha por ser sana en actitudes y 
comportamientos, y a ser instrumento sanador de todas las 
enfermedades terrenas, corporales y espirituales. 

De ahí que la Iglesia y cada cristiano seamos como un gesto 
cariñoso permanente de Dios hacia este mundo. En nosotros y por 
nosotros, se manifiesta el Espíritu, Señor y dador de Vida. «Donde está 
la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; allí está la Iglesia y la totalidad de 
la Gracia» (SAN IRENEO DE LYON). 
........................
1. Cf. Gén 28,16s, Ex 34,26. 
2. Cf. Sal 127,1. 
3. Cf. 1 Tim 3,15.
4. Cf. Jn 4,23. 
5. Cf. Gén 28,22; 31,13; Jdt 18,31; 1 Sam 10,3; 1 Re 12,27; Is 56,7; etc. 
6. Cf. Heb 3,4. 
7. Cf. Col 2,9. 
8. Cf. Heb 3,3. 
9. Cf. Mc 14,58; Jn 2,19-22. 
10. Cf. Sal 118,22; Mt 21,42 y par. 
11. Cf. Mt 28,20.
12. Cf. Ex 17,5-6; 1 Cor 10,4.
13. Cf. Mt 7,24-25. 
14. Cf. 2 Sam 22,2; Is 17,10; Sal 31,4. 
15. Cf. Is 8,14; Lc 20,18; Rom 9,33; 1 Pe 2,8. 
16. Cf. 1 Cor 3,12. 
17. Cf Mt 28,18ss. 
18. Cf. LG 27; ChD 11. 
19. Cf. TDV 39. 
20. Cf. Mt 16,18. 
21. Cf. Ef 2,19. 
22. Cf. 1 Cor 12,4ss; Ef 4,5-6. 
23. Cf. Col 1,23. 
24. Cf. 1 Cor 8,1; Ef 3,17; 4,16. 
25. Cf. 1 Pe 5,10. 
26. Cf. 2 Cor 5,1. 
27. Cf. Ef 2,21-22 
28. Cf. 2 Co 6,16; Ef 2,21. 
29. Cf. Jn 2,21-22. 
30. Cf. Mt 16,18. 
31. Cf. LG 4; RM 21. 
32. Cf. Ef 4,16. 
33. Cf. Hech 20,32. 
34. Cf. 1 Cor 12,13. 
35. Cf. LG 7.12; AA 3; CATIC 798. 
36. Cf. Gál 4,6. 
37. Cf. Jn 15,5.8.16.

ANTONIO TROBAJO
LAS PARÁBOLAS DE LA IGLESIA
BAC 2000. MADRID 1997