LAS PARÁBOLAS DE LA IGLESIA




CAPITULO III. 
Pequeño rebaño 
En medio de lobos
El buen pastor
Las ovejas de Pedro
En el redil

 

CAPÍTULO III

PEQUEÑO REBAÑO


No podía menos de ser así: una cultura con raíces en el nomadismo 
y en la trashumancia ganadera, a través de los eriales del Oriente 
Medio, obviamente tenía que servirse de la imagen del rebaño, para 
ser aplicada metafóricamente al Pueblo de Israel, primero, y a la 
Iglesia, después. 

Los planes divinos, traducidos a lenguajes poéticos y proféticos, son 
expresados por medio de la parábola de un pastor que se preocupa y 
ocupa de su rebaño. Él es el que conduce el hato a pastos fértiles, de 
aguas tranquilas; repone sus fuerzas y aparta de valles tenebrosos; 
concede seguridad y ahuyenta temores 1. Él es quien reúne 
amorosamente a la grey, lleva en sus brazos a los corderos y conduce 
con delicadeza a las ovejas recién paridas 2. Él es quien, en persona, 
busca a sus ovejas dispersadas en días de densos nubarrones, las 
lleva a la majada, busca a las extraviadas, trae a las descarriadas, 
venda a las heridas, robustece a las flacas y cuida de las robustas 3. 

La finura de Dios en el Antiguo Testamento se encarna en 
Jesucristo, que llega a la historia para conducir, con cayado de 
misericordia, a las gentes que viven, asustadas e indigentes, en la 
dispersión. Siente compasión por ellas, porque las ve como ovejas sin 
pastor 4, y se decide a desterrar la orfandad de una humanidad que 
sufre, consciente o impensadamente, la carencia de rumbo y de 
fraternidad. 

Por eso, elige un exiguo grupo de personas, que participan de la 
misma disgregación que las demás, al que constituye en primer 
destinatario de su delicadeza y primer colaborador en la tarea de 
conseguir un solo rebaño, bajo el cayado de un solo pastor 3. En una 
perla, que parece extraída del tesoro joánico, les dirá: «No temas, 
pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha querido daros el Reino» 
(/Lc/12/32). 

Este pequeño rebaño ya no podrá ser, en modo alguno, un calco 
exacto del viejo rebaño de Israel, que fue reunido en repetidas 
ocasiones, para sufrir, a continuación, nuevas y más dolorosas 
disgregaciones. 

Este hatillo, que es la Iglesia, va a ser pastoreado directamente por 
la fuerza divina. Ésta lo recompondrá a partir de las divisiones y de los 
espantos; lo conducirá a las praderas apropiadas, para que crezca y 
se multiplique; y pondrá sobre él pastores que lo apacentarán y que 
contribuirán a ahuyentar los temores y los riesgos de llegar a perderse 
una vez más 6. 

Será el rebaño de los últimos tiempos, al que todas las ovejas están 
invitadas a pertenecer, sea cual sea su origen y sean cuales sean las 
causas de su descarrío. 


En medio de lobos

Pero este rebaño escogido deberá estar alerta, porque es enviado 
como ovejas en medio de lobos 7. El misterio del mal, escondido en los 
abismos de la humanidad, estará al acecho para, desde fuera, 
abalanzarse, de mil formas, sobre una Iglesia peregrina, cuya 
condición será caminar «entre las persecuciones del mundo y los 
consuelos de Dios» (SAN AGUSTIN). 
La vigilancia, que no es sospecha, invitará también a atisbar, con 
serena lucidez, los posibles peligros que tengan su origen en el interior 
del mismo rebaño. Éste habrá de mostrar especial cuidado en escapar 
de las dentelladas que puedan llegar, y llegarán, de parte de los falsos 
profetas, disfrazados de ovejas, pero que, por dentro, son lobos 
rapaces 8. Igualmente habrá de estar precavido frente a aquellos 
pastores haraganes que se apacientan a sí mismos, en lugar de cuidar 
del rebaño 9. 

Unos y otros serán fáciles de identificar: «El fruto revela el cultivo de 
un árbol y la palabra del hombre descubre su corazón» (Eclo 27,6). En 
efecto, las acciones externas, que nacen en el corazón y en la mente, 
son argumento firme para reconocer la calidad de las personas 10. 

Sin embargo, a pesar de que los discípulos de Cristo podemos ser 
considerados como ovejas llevadas al matadero 11, nada ni nadie 
habrá que pueda apartarnos del amor de Cristo 12, ya que «si Dios 
está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8,31). 

Sucederá que a aquella diminuta grey le sobrevendrán días, ya 
preanunciados por los Profetas, en que ocurrirá que el pastor sea 
herido y se produzca la desbandada. La ruptura de la comunión sólo 
será un espejismo pasajero, porque la compañía del Resucitado, que 
parte la Palabra y el Pan 13, reconducirá a los dispersos al calor de la 
comunidad y al gozo de la esperanza. 

La Iglesia conoce, por la experiencia de siglos, que la mansedumbre 
de oveja no acalla ni crueldades ni vesanias. La tensión y el conflicto, 
que se anuncian como compañeros inseparables de la gestación del 
Reino 14, estallarán, de cuando en cuando, en sangre derramada 
injustamente, que se unirá a la sangre del Cordero que quita el pecado 
del mundo 15. 

Para entonces, que es ahora, los discípulos habrán pasado por la 
experiencia de comprobar, entre penumbras, que la asistencia del 
Señor Resucitado no es, ni mucho menos, una promesa inane, 
escogida para cerrar hermosamente el Evangelio de Mateo. 

El «sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de 
este mundo» (Mt 28,20) es para la Iglesia, peregrina en esta tierra, una 
afirmación tajante, que sustenta la plena seguridad de su 
cumplimiento. Por cuanto el Señor y Mesías lo dejó dicho, el poder del 
abismo nunca podrá con la fragilidad del rebaño 16; podrán pasar 
cielos y tierras, pero sus palabras jamás pasarán 17. 

EP/PEGUY: Habrá nacido definitivamente, en el corazón manso de 
las ovejuelas de Cristo, la virtud de la esperanza, «esta niñita 
esperanza que atravesará los mundos; esta niñita de nada, ella sola, 
que es la que atravesará los mundos llenos de obstáculos» (CHARLES 
PÉGUY). 


El buen pastor

La esperanza se sostiene en el cayado del buen pastor, el 
Resucitado, que, por la sangre de la alianza eterna, vino a ser el gran 
pastor de las ovejas 18. 

Él está en el origen de la Iglesia; es el dueño del rebaño, la puerta 
del redil, el pastor que es capaz de dar la vida por sus ovejas. Es 
pastor convertido en cordero inmolado en favor de las ovejas 19, para 
darles la vida 20. Su aliento ahogado y su sangre derramada son 
transfundidos, para constituir la Iglesia, el pequeño rebaño, al que Él 
alimenta con su propia carne de cordero sacrificado 21. 

Pero su grey, la conquistada con su muerte, no queda reducida a un 
grupo de selectos. Hay otras ovejas que no son de su redil. Las hay de 
todos los colores, edades y subespecies, pero todas tienen en común 
la no pertenencia al rebaño. 

Algunas son extrañas, porque nunca estuvieron en el aprisco y ni 
siquiera saben que existe; otras lo son porque nunca lo sintieron como 
propio, aunque, durante algún tiempo, hayan estado con el resto; hay 
otras que lo son porque, a plena conciencia, prefirieron alejarse en 
busca de otros pastos. A todas ha de llegar la tutela del pastor y todas 
han de tener reservado un espacio cálido en el seno del rebaño. 

A estas ovejas, ajenas o descarriadas, se dirige el mimo de las 
destrezas del mayoral y, a su semejanza, las de los otros pastores que 
colaboran con él e, inclusive, de las mismas ovejas que son claramente 
conscientes de su pertenencia al hato. 

El primer pastor, con escándalo de quienes no saben de cariños, se 
echa a los senderos de la vida, deja al resto del rebaño a buen 
recaudo y busca, por todas las veredas de la vida, a quienes no están 
en el redil. Su gozo, cuando las halla y las conduce junto al resto, es 
inmenso, porque ha cumplido así su misión de que no se pierda ni uno 
solo de los pequeños que le han sido encomendados por el Padre 22. 


La Iglesia se debe inspirar en esta pedagogía divina, para hacer de 
los pecadores y de los equivocados el objeto de sus preferencias y de 
sus sudores apostólicos, al modo como el Hijo del Hombre vino a 
buscar y a rescatar lo que estaba perdido 23. 

La misión que el Padre encomienda a Jesucristo, y que Este entrega, 
a su vez, a la Iglesia, es poner toda la industria necesaria, a fin de que 
llegue a haber, en el día que sólo el Señor de cielos y tierra sabe, un 
solo rebaño, bajo la guía de un solo pastor 24. Este rebaño, por fin 
reunido, podrá pastar para siempre en los recuperados verdes campos 
de un Edén de permanente primavera. 


Las ovejas de Pedro

Hasta que llegue el momento último, el lugar del mayoral ha de estar 
ocupado por otros pastores, vicarios suyos, elegidos por él, que 
habrán de tener, en la vida y en las actitudes del Buen Pastor, la única 
escuela autorizada para convocar y congregar al rebaño de Dios. Al 
frente de ese grupo de pastores, el primer pastor coloca a Simón 
Pedro, que en otro tiempo fue pescador de peces y ahora es pescador 
de hombres, para que cuide de ovejas y corderos, con maestría 
minuciosa y entrañable, después de sufrir en cabeza propia el dolor de 
la infidelidad 25. 

La primera lección del Buen Pastor es el ejercicio de la generosidad 
sin límites, de la capacidad inmensa de comprensión y de la donación 
de un perdón manirroto hacia el mismo Pedro y, en él, hacia cuantos, 
en la historia, hayan pasado por la tortura de haberle negado ante 
cualquier público 26. 

De este modo, la Iglesia, el pequeño rebaño, cada uno de quienes 
formamos parte del redil, sea cual sea nuestro ministerio, carisma o 
función, sabremos hacer el camino en el tiempo arrastrando, por un 
lado, la conciencia de la infidelidad y disfrutando, por otro, de la 
seguridad de la indulgencia gratuita. 

Ambas disposiciones serán el salvoconducto necesario para escapar 
de presunciones y no caer en desesperanzas. Pedro, los demás 
pastores y aun las mismas ovejas del rebaño, experimentaremos en 
carne propia que llevamos un tesoro increíble en unas vasijas de frágil 
barro 26. 

Esta experiencia primera de Pedro le autorizará a compartir con los 
demás la necesidad de ejercer la vocación de apacentar al rebaño no 
a la fuerza, sino de buen grado, como Dios quiere; no por intereses 
torcidos, sino con animo generoso; no como tiranos, sino como 
modelos del rebaño 28. 

En la miseria del pecado y en la debilidad de la naturaleza, por parte 
del ser humano, y en la misericordia, por la de Jesucristo, se 
fundamenta que Simón, el hijo de Juan, sea llamado, desde entonces, 
«Piedra». Así, él y sus sucesores reciben la misión de confirmar en la 
fe a sus hermanos y de servir de referencia visible a la comunión 
universal de los discípulos. «Donde se halla Pedro, allí se halla la 
Iglesia» (SAN ANIBROSIO) 

El ministerio del Obispo de Roma continúa en el tiempo siendo 
fuente de unidad y garantía de fidelidad al Maestro y Señor. 

El carisma de Pedro de ser «servidor de los servidores de Dios» lo 
convierte en el dulce Cristo en la tierra, en el Vicario universal de 
Quien se dignó dejar en manos humanas la capacidad para ser 
instrumentos de reconciliación y de esperanza. La Iglesia universal, 
rebaño de Cristo, que entrega a Pedro la misión de apacentar 
corderos y ovejas, ve en el Obispo de Roma el principio y fundamento 
perpetuo y visible de unión. El Primado de Pedro sirve de vínculo de 
amor y de paz entre todos los creyentes. El1 Papa preside la Asamblea 
universal de los fieles en la caridad, protege las diferencias legítimas y, 
al tiempo, cuida de que la pluriformidad sirva a la comunión eclesial, en 
lugar de dañarla 29. 

Los Obispos, sucesores de los Apóstoles, que presiden y sirven a 
las Iglesias particulares, se unen al sucesor de Pedro, Obispo de 
Roma, para formar con él un colegio que asume la solicitud universal 
por todas las Iglesias. 


En el redil

El pequeño rebaño de Cristo, que, aunque diminuto, nunca podrá 
renunciar a su vocación de universalidad, recibe la cohesión entre sus 
miembros de la misma persona del pastor, uno, único y primero. Habrá 
de ser un solo rebaño, acogido en un único redil, mimado por las 
caricias de un Buen Pastor. 

Los miembros del rebaño vivirán profundamente unidos, sin 
renunciar a su propia identidad y a las peculiaridades diversas, que 
contribuyen al enriquecimiento de la totalidad. Sin embargo, la 
comunión mutua de almas y corazones, sin más excepción que las 
preferencias puestas en los menos dotados o en quienes tienen más 
dificultades para integrarse en la comunidad, es, a la vez, regalo del 
Buen Pastor y tarea del rebaño. 

La unidad sólida, como resultado de gracia divina y de esfuerzo 
humano, será un atrayente reclamo para quienes aún no han 
traspasado la puerta del redil, ni saben de las caricias del Buen Pastor, 
ni han degustado la alegría de la concordia. 

Por otra parte, la unidad no es, en el rebaño, razón que justifique el 
yugulamiento de la libertad de todos o de cada uno. Tal vez lo haya 
sido o lo pueda ser para quienes no han llegado a entender la fe como 
un obsequio de fidelidad a Cristo, que fue capaz de ser el cordero 
inmolado por amor a sus ovejas, apacentadas y conducidas por El 
hacia fuentes de aguas vivas 30. No se puede concebir que, en el 
seno del rebaño, falte la autonomía indispensable para poder llegar a 
vivir en la libertad de los hijos de Dios. Esta libertad es el don que se 
hace a quienes han buscado sinceramente la Verdad y han sido 
poseídos por ella 31. 

La Iglesia, sin nada que empañe su origen en el amor trinitario, 
deberá esforzarse por ser un espacio intelectualmente habitable, 
donde todos los hombres de buena voluntad puedan comunicar la paz 
y la palabra, tengan la posibilidad de aportar su habilidad y su 
quehacer, y gocen de la satisfacción de saberse escuchados, 
comprendidos, perdonados, acompañados y queridos. 

Los rebaños de la antigüedad bíblica eran trashumantes, como aún 
lo son algunos entre nosotros. No es ésta una cualidad secundaria o 
irrelevante a la hora de trasladar su significado a la Iglesia. La 
comunidad cristiana sabe que no tiene aquí patria definitiva. Se 
desgajó del corazón de Dios y a su regazo ha de volver, mientras 
ocupa su tiempo terreno en colaborar a que se incorporen a su 
comunión cuantos, por el camino, aparecen como ovejas sin pastor, 
desorientados a lo largo y ancho de las trochas de la vida. 

Más de una vez, el largo peregrinaje y los sinsabores del camino 
habrán empujado al rebaño, o a parte de él, a buscar apriscos 
cómodos, que pudieran erigirse como oasis definitivos. Esta tendencia 
es renovar, de diversos modos, la vieja inclinación pecaminosa de 
negarse a hacer de la vida un éxodo permanente hacia la Tierra 
Prometida y de querer construir, con las seguridades y comodidades 
de este siglo, un paraíso decisivo. Los cristianos han de saber que 
«habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en 
todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra 
extraña es para ellos patria, y toda patria es tierra extraña» (Carta a 
Diogneto). 
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1. Cf. Sal 23. 
2. Cf Is 40,11. 
3. Cf. Ez 34,11-16. 
4. Cf Mt 9,36; Mc 6,34. 
5. Cf. Jn 10,16. 
6. Cf Jer 23,2-4. 
7. Cf. Mt 10,16. 
8. Cf. Mc 7,15. 
9. Cf Ez 34,8. 
10. Cf Mt 7,16; Lc 6,43-44 
11. Cf Sal 44,23; Rom 8,36. 
12. Cf Rom 8,35. 
13. Cf. Lc 24,13-35.
14. Cf Mt 11,12. 
15. Cf. Jn 1,29. 
16. Cf. Mt 16,18. 
17. Cf. Mt 24,35. 
18. Cf. Heb 13,20. 
19. Cf Ap 5,6. 
20. Cf. Jn 10,11-16. 
21. Cf. Jn 6,54-56. 
22. Cf. Mt 18,12ss, Lc 15,4ss. 
23. Cf. Mt I8,11. 
24. Cf. Jn 10,16. 
25. Cf. Jn 21,15ss. 
26. Cf. Jn 18,15-18.25-27; Lc 22,61-62. 
27. Cf. 2 Cor 4,7. 
28. Cf. 1 Pe 5,2-3. 
29. Cf. LG 18.22-23. 
30. Cf. Ap 5,6; 7,14-17 
31. Cf. Jn 8,32; Rom 8,21.

ANTONIO TROBAJO
LAS PARÁBOLAS DE LA IGLESIA
BAC 2000. MADRID 1997