MENSAJES TAIZE
1. Mensaje del H. Roger de Taizé a los jóvenes
Protestantes, católicos, ortodoxos! Son 80 mil jóvenes de toda
Europa, que han querido celebrar en la capital austríaca la llegada
del año nuevo de manera alternativa, con una vigilia de oración. Ellos
son la prueba más clara de que la juventud busca valores que la
sociedad no es capaz de ofrecer.
Se trata de la vigésima vigilia de fin de año que organiza la
comunidad ecuménica de Taizé. Ante una juventud que con
frecuencia presenta síntomas de indiferencia, el H. Roger Schutz, el
carismático fraile de 83 años que la dirige desde hace casi 60, ha
lanzado un mensaje de auténtico optimismo cristiano.
El mensaje para este año que, con el título "Alegría inesperada", ha
sido traducido a más de medio centenar de idiomas y ofrecemos a
nuestros lectores en esta última página, servirá de reflexión a los
miles y miles de jóvenes, procedentes de todo el mundo -entre ellos
cada año un grupo de nuestra diócesis, dirigidos por el Secretariado
de Ecumenismo-, que se reúnen en la localidad francesa de Taizé ,
donde peregrinan en busca de espiritualidad y de una vivencia
cristiana de unidad.
¡Felices los que aspiraran a avanzar hacia un tiempo de confianza y
de sencillez! Ellos no quieren ser "maestros de la inquietud", sino
"servidores d la confianza". Descubren que, en nuestras vidas, lo más
luminoso se descubre con una confianza muy sencilla. Algunos lo
saben: en el Evangelio hay una esperanza tan bella que quisieran
vivirla. No una esperanza que sea pura proyección de deseos
fugitivos, sino la que engendra el impulso creador hasta en las
situaciones aparentemente sin salida. Esta esperanza vuelve a
inventar el mundo.
Pero, ¿donde está la fuente? Está en la mirada de compasión que
Dios ponen en cada uno de nosotros. Dios da sentido en nuestra vida
a través de lo que en nosotros es vulnerable, "sin belleza ni
esplendor". Él hace que arda en nosotros una llama. Puede que sea
muy débil, pero ella ilumina ya nuestras oscuridades. Aunque pueda
haber momentos en los que la confianza se desvanece, quisiéramos
vivir de la promesa de Cristo y recordar que su Espíritu santo
permanecerá siempre en cada uno; Él será un apoyo y un
consolador.
¿Quién es este Espíritu Santo? Es el Espíritu de Cristo resucitado.
Semejante al viento, escuchamos su voz, pero no sabemos de dónde
viene vienen ni a dónde va. Es el soplo de Dios, siempre ofrecido,
siempre presente.
¿Dejarás que brote la oración interior que Él anima en ti? ¿Vivirás a
Cristo para los demás, acogiendo hasta el más humilde? Ante el
incomprensible sufrimiento humano, cada vez que alivias la prueba de
un inocente, es Cristo quien te visita. Buscar ser creador de
solidaridad y compartir, libera en ti fuerzas vitales que vienen
directamente del corazón de Cristo. Cuanto más saques de la oración
energías creadoras, más descubrirás una capacidad para construir
con los otros.
¿Lo presientes? Lucha y contemplación tienen una sola y única
fuente: si rezas es por amor, si luchas, asumiendo responsabilidades
para hacer que la tierra sea más habitable, es también por amor.
Cristo dirige una llamada nueva: "Amad a vuestros enemigos, rezad
por quienes os hacen mal". Y como amar significa perdonar, Dios
espera que vayamos lo más lejos posible en el camino del perdón. Ahí
se encuentra el secreto de una libertad. Quien aspira a una
reconciliación busca escuchar más que convencer, comprender más
que imponerse. Nosotros que quisiéramos seguir a Cristo, quizá en
nuestra infancia o a lo largo de nuestra vida hayamos sido humillados
o incluso rechazados.
Llega el día en que nos damos cuenta: yo no puedo quedarme ahí,
voy a ir hacia los que me han herido. Si nos rechazan, ¿dejaremos
que el veneno de la amargura paralice nuestras profundidades? No,
de ninguna manera. Descubriremos que cuando tomamos el riesgo de
la confianza, nuestro propio corazón se ensancha. Y brota lo
inesperado: la reconciliación se reconoce en nosotros por la paz y la
alegría que suscita. Cuando muchos cristianos han perdido la alegría,
la llamada a reconciliarnos nos interpela más que nunca.
Solos, separados, ¿cómo podríamos avanzar durante toda la vida
en una espera contemplativa? ¿Cómo perseverar en las
responsabilidades que hemos asumido por los demás? ¿Nos
olvidaríamos de que nunca estamos solos? En el Cuerpo de Cristo
hay una comunión en constante devenir que se llama la Iglesia.
Una libertad interior puede crecer en nosotros cuando la Iglesia
mantienen abierta las puertas a una alegría y a una gran sencillez.
Incluso con casi nada, se hace acogedora, cercana a las penas
humanas, presentes en la historia, atenta a los más necesitados.
Cuanto más nos acercamos a la alegría y a la sencillez del
Evangelio, más se transmite la confianza de la fe. Elegir la sencillez
sostienen en el mundo una comunión universal en Cristo. Y lo
asombroso es que Cristo, el resucitado, no excluye a nadie, ni de su
perdón ni de su amor. Entonces pedimos la mayor alegría: "una
misma espera, un mismo amor, una sola alma". Es ante todo con un
testimonio de vida como podemos hacer creíble esta comunión de
amor con el Espíritu Santo. Y si Cristo nos preguntara: "¿Quién decís
que soy yo?" Quisiéramos responderle: Cristo, tu no has venido al
mundo para condenarlo, sino para que todo ser humano encuentre
un camino abierto por tu compasión. Tú eres quien me ama hasta en
la vida que no tienen fin. Tú lo sabes todo de mí, mi deseo de
comprender y ser comprendido, de amar y ser amado. Tú me abres el
camino del riesgo. El "no" en mí lo transfiguras, poco a poco, en un
"sí" de eternidad.
Cristo, presencia Misteriosa, tu rezas en mí, de día y de noche, sin
que yo sepa cómo. Encomendando mi espíritu a tus manos, no me
inquieto si mi oración es a menudo tan torpe. Tú me has buscado
incansablemente. Tú me sugieres: Vive lo que has comprendido del
Evangelio. Ven y sígueme" ¿Por qué he estado indeciso tanto
tiempo? No obstante, sin haberte visto, te amaba. Y, un día, me di
cuenta: tú me llamas a una decisión sin retorno. Quisiera ser
transparente contigo, no ocultarte nada de mi corazón, darte no
solamente una etapa, sino toda mi vida. El Evangelio nunca mira con
pesimismo al ser humano. Jamás invita a la melancolía. Al contrario,
despierta a una apacible alegría. Y cuando hay un sufrimiento, el
corazón puede estar roto, pero no endurecido.
Siglos antes de Cristo, un creyente descubría esto: "la alegría del
corazón es la vida del ser humano". la llamada a una alegría interior
nos pone ante una opción fundamental: ¿Sabremos en todo momento
tomar la decisión de vivir en el espíritu de alabanza? ¡Que se alegre
nuestro corazón! La belleza sencilla de la oración común es uno de
los lugares donde se renueva una alegría interior que es espíritu de
la alabanza. La oración cantada, ¿no es como uno de los primeros
dones de nuestra resurrección de aquí en la tierra? El Evangelio dice
que cuando Cristo rezaba se llenaba de gozo, pero también lloraba y
suplicaba. En nosotros puede haber resistencias, momentos de
oración en que nuestros labios permanecen cerrados. Pero "hay
también una voz y un lenguaje del corazónÉEsta voz interior es
nuestra oración cuando nuestros labios permanecen cerrados y
nuestra alma está abierta ante Dios. Nos callamos y nuestro corazón
habla; no para los oídos humanos, sino para Dios. Tenlo por seguro:
Dios sabrá escucharte".
H. Roger Schutz
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2. CONFIANZA/HNO-ROGER
Carta del Hermano Roger
Taizé, 1999-2001
Hay realidades que embellecen la vida y de las que se puede decir
que aportan como una plenitud, una alegría interior?... Sí, las hay.
Una de estas realidades se llama confianza.
¿Comprendemos que, en cada uno de nosotros, lo mejor se
construye a través de una confianza muy sencilla? Incluso un niño
alcanza a tener esta confianza.
Sin embargo, a cualquier edad, hay penas, abandonos humanos, la
muerte de seres queridos. En estos años, el futuro es tan incierto que
muchos pierden el ánimo. Entonces, cómo salir de la inquietud?.
La fuente de una confianza está en Dios, que es amor. Su amor es
perdón, luz interior.
La confianza no ignora el sufrimiento de tantos necesitados que a
través de la tierra no tienen trabajo ni de qué alimentarse.
Estas pruebas nos interpelan: sostenidos por una vida de comunión
en Dios, cómo asumir responsabilidades y buscar, junto con otros,
que la tierra sea más habitable?
Lejos de huir de las responsabilidades, una profunda confianza
permite permanecer allí donde las sociedades humanas están
quebrantadas o dislocadas. La confianza permite asumir riesgos,
avanzar incluso cuando sobreviene el fracaso.
Y acontece algo bello y asombroso: una confianza así nos hace
capaces de amar con un amor desinteresado, que en ningún caso es
acaparador.
Hoy, en el mundo, muchos jóvenes buscan subsanar los desgarros
en la familia humana. Su confianza puede hacer que la vida sea
hermosa a su alrededor. Saben que en ellos una esperanza irradia
incluso aunque no se den cuenta?
La confianza y la esperanza se obtienen en la misteriosa presencia
de Cristo. Desde su resurrección, Cristo vive en cada uno de
nosotros, por medio del Espíritu Santo; es más, está "unido a todo ser
humano sin excepción".
Cristo en nosotros, aunque no lo sepamos
Multitudes de seres humanos ignoran que Cristo está unido a ellos
y desconocen su mirada de amor puesta sobre toda vida.
No obstante, él está en cada uno, como un humilde de corazón.
Llega el día en que algunos perciben su voz: "Reconoces el camino
de esperanza abierto para ti?Te preparas para adentrarte en él?"
Entonces, cómo no decir a Cristo: quisiera seguirte toda mi vida,
conoces mis fragilidades?
Desde el Evangelio, él responde: "Conozco tus pruebas y tu
pobreza... Para perseverar en la fidelidad durante toda la vida,
piensas no tener nada, o casi nada. Sin embargo, estás colmado.
Colmado de qué? De la presencia del Espíritu Santo... Su compasión
ilumina hasta las sombras de tu alma."
Si la fidelidad para seguir a Cristo supone una atención constante,
esta fidelidad nos aporta a su vez tanta alegría, tanta paz y
claridad...
El que busca una comunión en Dios se deja trabajar por unas muy
nítidas palabras del Evangelio: "Dios no nos ha dado un espíritu de
temor, sino de fortaleza, de amor y de templanza."
Cristo conoce nuestro combate para permanecer fieles. Nos dice
una y otra vez: "Abandónate! Confíame tus temores!".
El nos saca fuera de nuestro aislamiento y hace posible que nos
apoyemos en el misterio de una comunión de amor que se llama
Iglesia.
Quisiéramos recordar siempre que Cristo es ante todo comunión. El
no ha venido a la tierra para crear una nueva religión, sino para
suscitar una comunión de amor en Dios.
Cuanto más acoge la Iglesia con simplicidad, más se acerca a
nuestros frágiles corazones.
Sin duda palabras y también el silencio, somos llevados a vivir de
Cristo para los demás.
Si fuera posible sondear el corazón humano, qué encontraríamos?
Lo sorprendente sería descubrir que , en lo más hondo de la
condición humana, están la espera de una presencia y el silencioso
deseo de una comunión.
En esta espera, algunos dicen: "Quisiera abrirme a Dios tal como
soy, pero mi oración se desorienta y mi corazón se dispersa." El
Evangelio responde: "Dios es más grande que tu corazón".
Si tenemos la impresión de rezar con casi nada, no es Dios un
Padre que acoge a todos con ternura? La última oración de Cristo en
la tierra nos lo recuerda: "Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu."
Cuando la oración se expresa con palabras simples
La oración solitaria es a veces ardua; pero no olvidemos que existe
la belleza de la oración común. Cuando la oración se expresa con
palabras simples, con himnos y cantos, llega a tocar el fondo del
alma.
El que sigue los pasos de Cristo, permanece al mismo tiempo junto
a Dios y a los demás. La oración es una fuerza serena que trabaja al
ser humano, lo remueve y no lo deja adormecese ante el mal, ni ante
las rupturas que tantos padecen. De la oración se sacan las
indispensables energías de la compasión.
El que busca abandonarse a Cristo y darle toda su vida, con un
corazón decidido, tiene que hacer una opción, tomar una decisión.
Cuál? Dejar que brote en él un infinito agradecimiento a Dios.
Este agradecimiento es una actitud fundamental, es una apacible
alegría que el Espíritu Santo reanima siempre en nosotros. Es el
Espíritu de alabanza, que nos hace mirar con esperanza a las
personas y sus aspiraciones.
Dios nos quiere felices...De nosotros depende presentir las
realidades del Evangelio que embellecen la vida: la confianza, el
espíritu de la alabanza, la generosidad de corazón , una alegría
renovada en todo momento...
En el Nuevo Testamento, Pedro, el apóstol, nos lo asegura:
"Todavía no habéis visto a Cristo pero la amáis; sin verlo creéis en él,
y os alegráis con un gozo inefable y radiante que ya os transfigura."