IGLESIA, CUERPO DE CRISTO

TEXTOS

1. FE/I I/FE:
No sólo la fe en Dios que conduce la historia y hace que el mundo 
camine, sino también la fe en una Iglesia que es prolongación del 
Cuerpo celeste y glorioso de Cristo en la tierra y que conserva la 
posibilidad de actualizar su presencia y sus misterios para la 
construcción final del mundo.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 1
INTRODUCCION Y ADVIENTO
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 86

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2. A-H/EU  EU/CARIDAD 

Dice ·JUAN-CRISOSTOMO-SAN: "¿Qué es el pan? Cuerpo de 
Cristo. ¿Qué se hacen aquellos que lo reciben? Cuerpo de Cristo. No 
muchos cuerpos, sino un solo cuerpo. Si, pues, todos existimos por lo 
mismo y todos nos hacemos lo mismo, ¿por qué no mostramos luego 
también el mismo amor, por qué no nos hacemos también una sola 
cosa en este sentido?» (In ICor Hom. 24 en PG 61, 200).
EU/CUERPO-DE-CRISTO: Un hecho tan fundamental como el de 
nuestra unidad real con un cuerpo, debe tener también 
consecuencias reales en nuestra vida diaria. Dicho de otra manera: Si 
la esencia de la eucaristía es unirnos realmente con Cristo y unos con 
otros, quiere decir que la eucaristía no puede ser mero rito y liturgia; 
no puede en absoluto celebrarse por completo en el ámbito del 
templo, sino que la caridad diaria y práctica de unos con otros es 
parte esencial de la eucaristía y esa diaria bondad es 
verdaderamente «liturgia» y culto de Dios. Más aún, sólo celebra 
realmente la eucaristía quien la completa con el culto diario de la 
caridad fraterna. Ignacio de Antioquía lo expresa de manera inimitable 
cuando dice que la fe es el cuerpo y la caridad la sangre de Cristo 
(Trall 8,1), ¡inseparabilidad de liturgia y vida! Y una vez más es el 
Crisóstomo quien se atreve a decir que los pobres son el altar vivo del 
sacrificio novotestamentario, que se construye con los miembros de 
Cristo. «Este altar es más espantoso incluso que el altar de nuestra 
iglesia, y desde luego mucho más espantoso que el de la antigua 
alianza. El altar de aquí (el que está en el templo) es maravilloso por 
razón de la ofrenda que se pone sobre él; pero el otro -el altar de la 
limosna- no lo es sólo por eso, sino porque se construye con las 
ofrendas que opera esa santificación. Además, el altar es aquí 
maravilloso porque, aun siendo por naturaleza de piedra, es santo 
cuando sostiene el cuerpo de Cristo; pero aquel altar (= los pobres, 
pudiéramos decir, el prójimo en general) es santo, porque él mismo es 
cuerpo de Cristo» (In 2Cor Hom. 17,20, en PG 61, 540). Es decir, la 
liturgia de Cristo se celebra en cierto sentido con mayor realismo en el 
diario quehacer que en el acto ritual. Tomás de Aquino conservó esta 
intuición de los padres, al decir que el verdadero contenido de la 
eucaristía (res sacramenti) es la «sociedad de los santos» (Societas 
sanctorum en S. Th III, q. 80 a 4c). O cuando otra vez afirma: "En el 
sacramento del altar se designa una doble realidad: el verdadero 
cuerpo de Cristo y el cuerpo místico» (Ibid., q. 60 sed contra). Para 
los padres, digámoslo una vez más, la diaria caridad cristiana es de 
hecho una parte esencial del acto eucarístico y en ella empieza por 
cumplirse el que los cristianos sean cuerpo de Cristo, cosa que tiene 
en la celebración eucarística su centro determinante y cabalmente por 
ello también su centro exigente. 

Consideraciones finales 
Demos ahora brevemente una ojeada de conjunto a los diversos 
elementos reunidos hasta ahora. Partiendo de lo que acabamos de 
decir, se ve claro que la celebración eucarística da ciertamente a la 
noción de cuerpo de Cristo su apoyo concreto, salvándola de diluirse 
espiritualmente al situarla en un orden visible, en una realidad 
«corpórea». Pero es igualmente claro que excluye toda fosilización 
jurídica y ritualística, y empuja con poderosa energía al cumplimiento 
interior y personal del ser cristiano. Aquí no hay ya en realidad 
separación entre caridad y derecho, entre Iglesia visible e invisible, 
sino que se alcanza el verdadero corazón de la Iglesia, en que se 
unifican ambas realidades, tantas veces disociadas de hecho.
EU/JERARQUIA No sería difícil deducir esos dos 
lados de la existencia eclesiástica y señalarles aquí su punto de 
fusión. Cómo derivan de aquí el concepto y exigencia de la caridad y 
sólo aquí cobran su pleno sentido, lo acabamos de indicar por medio 
de algunos textos patrísticos, que fácilmente pudieran multiplicarse. 
La caridad, que constituye la esencia espiritual del cristianismo, se 
enraiza en el dato más concreto de éste: en la celebración del cuerpo 
de Cristo, y quien de este centro la desprende, la convierte en frase 
humanitaria sin fuerza, que nada tiene que ver con la caridad 
enseñada por Cristo. Pero de una puntual consideración de la 
celebración eucarística no se sigue sólo la exigencia de la caridad, 
sino también el imperativo del orden. Es precisamente Pablo, en quien 
no cabe sospechar apetencias jerárquicas (se ha querido y se quiere 
todavía encontrar en él una Iglesia espiritual, sin jerarquía), quien, al 
tratar de la celebración eucarística entre los corintios, hubo de sentar 
con todo énfasis el imperativo del orden. Así, una Iglesia que se 
entiende a sí misma por la eucaristía como cuerpo de Cristo, no es 
sólo una Iglesia de los que aman, sino con la misma necesidad una 
Iglesia de orden sagrado, una Iglesia ordenada jerárquicamente 
(jerarquía = orden sagrado). De hecho, también aquí, en la 
celebración eucarística, que se entendió como el vínculo de unidad 
de la Iglesia, hay que buscar el más antiguo punto de partida de la 
idea del primado, que parece abrirnos a la vez de la mejor manera el 
verdadero sentido del primado papal y su adecuado lugar teológico. 
Según los estudios do Ludwig Hertling, la Iglesia antigua entendió la 
forma concreta de su unidad, poco más o menos, así: sintiéndose la 
comunidad de la cena. Cada comunidad local particular se veía como 
la representación, como la manifestación de la Iglesia una de Dios y 
celebraba el misterio del cuerpo de Cristo bajo la presidencia del 
obispo y su presbiterio. La unidad entre las «iglesias particulares», 
que se sentían como representación de la Iglesia universal, no era de 
naturaleza administrativa, sino que consistía en que «comulgaban» 
entre sí; es decir, admitían a la comunión con ellas recíprocamente a 
los miembros de otras comunidades que estuvieran presentes. Con 
los herejes (ora individuos, ora comunidades enteras), no se 
comulgaba, no se los admitía a la sociedad de comunión de las 
iglesias ortodoxas, quedando excluidos de la Iglesia y declarados 
como herejes. A la inversa, los grupos heréticos formaban entre sí 
sociedades semejantes de comunión, que comulgaban por su parte 
entre sí, pero no con la gran Iglesia. Pero ¿cómo saber si un forastero 
o peregrino pertenecía o no realmente a la sociedad ortodoxa de 
comunión? Aquí actuaba el principio episcopal de orden para la 
celebración eucarística. El cristiano que viajaba a otra comunidad 
recibía de su obispo la carta o letras de comunión, que lo acreditaban 
como miembro de la sociedad de comunión de la gran Iglesia. Para 
este procedimiento cada obispo poseía listas con las comunidades 
miembros de la gran comunión ortodoxa. En este punto, empero, 
Roma fue siempre tenida, por decirlo así, como el exponente de la 
recta sociedad de comunión. Era axioma que quien comulgaba con 
Roma, comulgaba con la verdadera Iglesia, aquel con quien Roma no 
comulga, no pertenece tampoco a la recta comunión, no pertenece en 
pleno sentido al «cuerpo de Cristo». Roma, la ciudad de los príncipes 
de los apóstoles Pedro y Pablo, preside la comunión general de la 
Iglesia, el obispo de Roma concreta y representa la unidad, que 
recibe la Iglesia de la cena del Señor.
Así la unidad de la Iglesia no se funda primariamente en tener un 
régimen central unitario, sino en vivir de la única cena, de la única 
comida de Cristo. Esta unidad de la comida de Cristo está ordenada y 
tiene su principio supremo de unidad en el obispo de Roma que 
concreta esa unidad, la garantiza y la mantiene en su pureza. El que 
no está en concordia con él se separa de la plena comunión de la 
Iglesia indivisiblemente una. De todo lo cual se sigue que el lugar 
teológico del primado es a su vez la eucaristía, en la cual tienen su 
centro común oficio y espíritu, derecho y caridad, que aquí hallan 
también su punto común de partida. 
Así pues, las dos funciones de la Iglesia -ser signo y misterio de fe- 
tienen su lugar en la eucaristía. Según eso, la Iglesia es pueblo de 
Dios por el cuerpo de Cristo, entendiendo aquí «cuerpo de Cristo» en 
el sentido pleno, que hemos tratado de elaborar en el presente 
trabajo. La tarea siempre nueva de los cristianos será luchar para que 
nunca se pierda la verdadera plenitud de la Iglesia: la caridad en que 
cada día se cumple de nuevo el misterio del cuerpo del Señor. 

JOSEPH RATZINGER
EL NUEVO PUEBLO DE DIOS
HERDER 101 BARCELONA 1972.Págs. 99-102

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3. CULTO/RIQUEZA:
"Ante los casos de necesidad no se debe dar preferencia a los 
adornos superfluos de los templos" (·JUAN-PABLO-II, SRS n. 
31:_SOLLICITUDO) 
San Juan CRISOSTOMO decía: «No pensemos que 
basta para nuestra salvación presentar al altar un cáliz de oro y 
pedrería después de haber despojado a viudas y huérfanos. 
¿Queréis de verdad honrar el Cuerpo de Cristo? No consintáis que 
esté desnudo. No le honréis en el templo con vestidos de seda y fuera 
le dejéis perecer de frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: Este 
es mi cuerpo, dijo también: Me visteis hambriento y no me disteis de 
comer. Y: Cuando no lo hicisteis con uno de esos más pequeños, 
tampoco conmigo lo hicisteis. Cristo anda errante y peregrino, 
necesitado de techo; y tú te entretienes en adornar el pavimento, las 
paredes y los capiteles de las columnas, y en colgar lámparas con 
cadenas de oro. Al hablar así no es que prohíba que también se 
ponga empeño en el ornato de la Iglesia; a lo que exhorta es a que 
juntamente con eso, o, más bien, antes que eso, se procure el 
socorro de los pobres. A nadie se culpó jamás por no haber hecho lo 
primero; pero por no hacer lo otro se nos amenaza con el infierno».
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