CAPÍTULO X:

LA REFORMA PASTORAL DE GIAN MATTEO GIBERTI

No podemos decir que el episcopado italiano antes de Trento fuese un cenagal, para transformarse después en una galería de retratos luminosos. El elenco de obispos animados por el espíritu de reforma es largo. Aquí hablaremos más extensamente de uno de ellos, del cual vinieron muchas sugerencias para la renovación pastoral de la Iglesia.

I. El político al servicio de la Santa Sede

Gian Matteo Giberti (1495-1543) era hijo ilegítimo de un mercader genovés. Nacido en Palermo, siguió a su padre, que había llegado a clérigo y protonotario apostólico al servicio de Julio II. Tomó parte de la corte del cardenal Julio de Medici. León X lo legitimó y así desapareció todo obstáculo para su carrera. Hábil y astuto, aprovechó su posición para acumular cargos, tanto que fue definido “acaparador” o “avaro por abarcar”.

Muy pronto llega a eminencia egregia de la Curia romana, tanto que le fue confiada la correspondencia diplomática. En 1517 fue nombrado vicecanciller y favoreció un acercamiento de la Santa Sede a España. No obstante el éxito de su carrera, no tuvo dificultades para un serio empeño espiritual. Estuvo, de hecho, asociado al grupo del Divino Amor y a san Cayetano de Thiene.

La elección de su protector al solio pontificio, con el nombre de Clemente VII, reforzó enormemente su posición. Le fue confiada la Dataría, que era el dicasterio que controlaba los beneficios. En agosto de 1524 fue nombrado obispo de Verona, que gobernó por medio de un obispo auxiliar. Favoreció la reforma de la Iglesia, obteniendo para Carafa, de Clemente VII, el breve (24 de junio de 1524) que le autorizaba a la renuncia de sus dos episcopados para poder fundar los teatinos.

Siendo muy poderoso, favoreció un acercamiento a Francia, cosa que irritó muchísimo a Carlos V, y se puso a tejer la trama de la Liga de Cognac. Durante el sacco di Roma, del que también fue responsable, cayó rehén de las tropas invasoras. Desde allí encomendó a Carafa, seguro en Venecia, ocuparse de su diócesis. Logró huir del palacio en el que estaba detenido y, unido al papa en Orvieto, le pidió permiso para marchar a Verona.

II. El pastor

El 18 de enero de 1528 Giberti llegaba a Venecia, encontrando a Carafa y otros amigos del partido reformista. De allí alcanzó Verona. Su primer gesto fue la renuncia a todos los beneficios con aneja cura de almas, teniendo para sí sólo los beneficios simples. Después organizó su vida de pastor para servir de ejemplo. Su tiempo estaba dividido entre el trabajo y la oración. Severo consigo mismo —lo criticaban por su vida “frailuna”—, esto le servía para poder exigir a los demás.

1. Visita pastoral

Para mejor realizar su programa comenzó la visita pastoral. Visitó personalmente la ciudad en cuatro ocasiones, así como el resto de la diócesis en dos ocasiones; por medio de vicarios, las visitas fueron repetidas en otras cuatro veces en Verona y otras dos en toda la diócesis.

No le importaba la fatiga. En las iglesias quería ver todo, saber todo. Se interesaba por el modo de vivir de los eclesiásticos, el estado del edificio sagrado y las estancias de los presbíteros. A los indignos e incapaces los alejaba; a los otros les ponía en regla.

Para conocer mejor el estado de su diócesis no se limitó a interrogar a los presbíteros, sino que se volvió también a los laicos. Era benevolente con la gente simple y ruda. Sin embargo, cuando había escándalos, era severísimo, llegando incluso a la excomunión o a la pública reprensión. Impuso en cada parroquia un registro de las almas.

2. Reforma del clero

La visita no bastaba si después el clero no respondía a las necesidades del pueblo. La reforma del clero se articuló en una serie muy nutrida de disposiciones...

El primer problema era el de la residencia. Pidió que Roma anulase todas las dispensas acordadas por el cúmulo de beneficios con ajena cura de almas en una sola persona.

El segundo problema era el de la formación. En 1530 publicó un folleto que se titulaba Breve recuerdo. Las propuestas relativas a los comportamientos no son tan importantes como las prescripciones sobre la cultura. Ésta debía abastecerse de la Sagrada Escritura, los Padres de la Iglesia, aparte de cuanto concierne a lo que podríamos llamar como “teología pastoral”. El sacerdote debía estar preparado para predicar el domingo, de manera sencilla, clara, sin elucubraciones abstractas. También indicaba una lista de libros necesarios al sacerdote. Además impulsó la Escuela de acólitos, fundada en la catedral de Verona en 1440, en la que los candidatos al sacerdocio eran educados en la gramática, la música y las ciencias sagradas.

En las constituciones sinodales impresas en Verona en 1542 dictó normas para el clero. Se ocupó del hábito, el cual debía ser digna muestra de su oficio pastoral; asimismo, exhortó a sus sacerdotes a la gravedad, a evitar la embriaguez y a no frecuentar tabernas.

Hasta fundó una imprenta en el palacio episcopal, llegándose a publicar obras de los Padres de la Iglesia. Instituyó las reuniones mensuales del clero y subdividió la diócesis en vicariatos foráneos. A los predicadores les alentó a predicar en todas partes la palabra de Dios, para lo cual fundó un centro especial denominado Academia Gibertina.

3. Religiosos

Uno de los problemas siempre emergentes de los programas de reforma era el de las relaciones con los religiosos. Durante la misa festiva parroquial prohibió otras celebraciones concomitantes en iglesias y santuarios de religosos. Todo el que predicase en la diócesis debía ser autorizado por el obispo y estar de acuerdo con el párroco. Ordenó que los parroquianos asistieran a la misa en sus respectivas parroquias. Asimismo limitó la construcción de iglesias y capillas privadas.

Sin embargo, semejantes procedimientos no iban a la raíz. Además el obispo tenía las manos atadas por las exenciones y privilegios de los religiosos. Pidió, entonces, la facultad de delegado de la Sede Apostólica, abriendo una vía que sería recorrida por el concilio de Trento. Uno de los abusos que encontró lo constituían las limosnas recogidas con ocasión de la predicación de las indulgencias. También para este caso obtuvo de Roma la anulación de las facultades concedidas por la Santa Sede.

4. Reforma de las monjas

Más difícil y delicado es la relación con la vida religiosa femenina. En seguida comenzó la visita canónica a los monasterios femeninos. Frecuentemente llegaba de improviso, preguntaba y, si encontraba abusos, actuaba. Si era presionado, no titubeaba a tomar procedimientos drásticos. Suprimió algunos monasterios, en otros introdujo la reforma, haciendo fuerza sobre elementos sanos e imponiendo normas rigurosas, de cara a reprimir el despuntar de los abusos.

Todo esto suscitó un avispero de reacciones. Las monjas recurrieron al consejo de la ciudad, que, en una deliberación de 1534, intervino a su favor. En el futuro, el obispo no podría decidir nada sin la presencia y el consenso de cuatro ciudadanos miembros del consejo de los Doce y de los Quinientos.

5. Reforma del pueblo

Para favorecer la vida espiritual del pueblo, impuso en 1542, en todas las parroquias, la erección de la Cofraternidad del Santo Sacramento. Dio, por otra parte, normas sagaces para el canto —con el fin de cortar cantinelas populares y a veces lascivas; hablaba de no impostar artificiosamente la voz, de evitar la teatralidad e intentar la coherencia de vida en los cantores—.

Giberti se ocupó también de la instrucción religiosa de los niños. Se trataba de recogerlos en la iglesia los días de fiesta para instruirlos en la santas disciplinas y hacerles familiar el libro de las preguntas, que había sido impreso para el uso de maestro y discípulos. Los jovencitos de la escuela de catecismo debían confesarse al menos una vez al mes, de modo que fuesen alejados del mal y confirmados en el bien. Al humanista Tullio Crispoldi, ya miembro de la Compañía del Divino Amor, dio el encargo de compilar un catecismo para el pueblo.

El obispo se preocupó también de la asistencia a los pobres, creando una “Sociedad de la caridad”, y exhortando a todos los rectores y capellanes de las iglesias de la ciudad y de la diócesis a que amonestasen a sus subordinados para mantener y desarrollar tal Sociedad, estimulando a  hacer llegar a ella limosnas con los ojos vueltos a aquéllos de los cuales habían recibido lo que poseían. Objetivo de la asociación era visitar a los pobres a domicilio, llevándoles alimento y vestido, así como encargándose del cuidado de sus necesidades espirituales.

6. Relación con el cabildo

El ambiente en el que encontró mayor resistencia el obispo Giberti fue paradógicamente aquél que le era más cercano, el cabildo de su catedral. Obtuvo de Roma la abolición de la exención del cabildo de la autoridad del obispo. Además, Clemente VII sustrajo al patriarca de Aquileya toda jurisdicción sobre la diócesis de Verona y confirió a Giberti el título de legatus natus. Pero fue todo en vano. Cuando el obispo quiso intervenir en la disciplina del cabildo, los canónigos hicieron un cisma clamoroso, marchándose a otra iglesia y apelando a Roma, la cual dio la razón al obispo; pero no se logró aplacar el conflicto.

Giberti, durante todo este período, no descuidó los usos humanísticos. Cuidó los contactos y promovió la cultura. En 1542 envió a Pablo III la colección de sus normas y prescripciones pastorales, las cuales fueron elogiadas. Se quiso convocar el Concilio para que el camino de la reforma llegase a ser savia vital para la Iglesia. Gian Matteo Giberti moría en Verona el 30 de diciembre de 1543, en vísperas del Concilio que él había anticipado.

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