CAPITULO XXII: EL MANIQUEÍSMO.

Manes nació el 14 de abril del año 216 d.C. seguramente en Ctesifonte, capital parta Seleucia. Sus padres estaban emparentados con la casa de los príncipes persas de los Arsácidas. Su padre perteneció a la secta de los mandeos, en que la rigurosa abstinencia de carne y vino iba unida a múltiples ritos de purificación. Manes fue educado en esa secta. Un ángel le descubrió que estaba destinado para apóstol y heraldo de una nueva religión universal, cuyo contenido le fue comunicado en ulteriores revelaciones.

Emprendió un viaje a la India, donde predicó con éxito sobre todo en la región de Beluchistán. De vuelta a Persia obtuvo el favor del rey Sapor I (241-273) quien le permitió predicar libremente por todo el imperio de los Sasánidas. Él mismo y un grupo numeroso de misioneros llevaron la fe hasta Egipto y las provincias orientales de Irán. Sin embargo el rey Bahram I (274-277) desencadenó una persecución. Probablemente, los sacerdotes de la religión zoroástrica lo acusaron de planes revolucionarios y de herejía religiosa. Tras breve detención, Manes murió en la cárcel el año 277. Sus seguidores llamaron a su muerte "crucifixión " señalando así el carácter martirial. Una persecución les obligó a huir hacia occidente, la India y China donde existieron hasta el siglo XV.

Su predicación la consignó en una serie de escritos que alcanzaron pronto validez canónica: El gran evangelio de Alfa a Tau, que estaba provisto de un álbum de imágenes; el Tesoro de la vida, citado con frecuencia por san Agustín; el Libro de los misterios, en 24 capítulos y, finalmente, sus cartas halladas en el Alto Egipto.

Doctrina del maniqueismo. Le caracteriza un dualismo radical en la doctrina acerca de Dios:

  1. - Hay dos seres o principios supremos de igual orden o categoría, el principio de la luz y el de las tinieblas.

  2. - Ambos son ingénitos y poseen el mismo poder; pero se hallan en una antítesis o contraste irreconciliable, cada uno en su propio imperio, la región de la luz o del bien, situada en el norte, y la del mal, en el sur.

  3. - Ambos están sometidos a sendos reyes; el imperio de la luz, al Padre de la grandeza; el reino del mal, al príncipe de las tinieblas, que manda sobre numerosos demonios.

  4. - Entre los dos principios primeros y sus reinos respectivos se desencadena una guerra, en que el reino de la materia trata de devorar a la luz; para defensa de ésta crea el Padre de la grandeza el primer hombre, que, con sus cinco hijos, sale a campaña, pero es vencido juntamente con ellos por el mal.

  5. - El primer hombre se da cuenta de su destino o desventura y pide ayuda al Padre de la grandeza. Éste, después de una serie de emanaciones intermedias, desprende de sí al espíritu viviente, que libra al primer hombre de la materia mala y, así. lo redime.

  6. - Apenas el hombre se da cuenta de que es una mezcla de luz y de tinieblas, es decir, apenas se conoce a sí mismo, comienza su redención.

  7. - El Padre de la luz le ayuda a liberarse más y más de las tinieblas, que hay en él. Para ello envía a la tierra los mensajeros de la verdadera religión, que traen al hombre el verdadero conocimiento de sí mismo. Estos mensajeros son Buda, Zoroastro, Jesús y Manes. Antes de Manes a los heraldos del redentor maniqueo se les asignaron solamente partes limitadas del mundo, a las que tenían que llevar la verdadera gnosis: Buda actuó en la India, Zoroastro se ciñó a Persia, Jesús a Judea o, en todo caso, a occidente. Ninguno de estos tres fijó su mensaje por escrito; de donde resultó que las religiones por ellos fundadas, señaladamente la cristiana, decayeron rápidamente o fueron falseadas.

  8. - Manes es el último llamamiento a la salvación; al mundo no le cabe ya sino convertirse ahora o perecer para siempre.


La ética del maniqueismo se fundamenta en la abstención de todo lo que liga al hombre a la materia. Por esos el perfecto maniqueo renuncia a este mundo, no quiere poseer nada en él y combate en sí mismo todos los deseos o concupiscencias. Es decir, se abstiene de palabras y placeres impuros y repudia todo trabajo servil, pues por él es violado el mundo de la luz, cuyos fragmentos se hallan en todas las cosas visibles y palpables; practica la continencia absoluta y condena el matrimonio.

Los fieles maniqueos son divididos en escogidos (electi) y oyentes (audientes). Los últimos sirven a los elegidos, les procuran comida y vestidos y así esperan nacer un día en el cuerpo de un elegido i alcanzar luego la salvación.

Al frente de la iglesia maniquea está un superior dotado de suprema autoridad, el cabeza de los apóstoles o rey de la religión, que tiene su residencia en Babilonia. Evidentemente el primero fue Manes. A él está subordinada una jerarquía muy escalonada, que, en grados varios, comprende 12 apóstoles, 72 obispos o maestros de la verdad y 360 presbíteros; a éstos, como diáconos, se junta el resto de los elegidos, hombres i mujeres.

Los fieles maniqueos se reunían en sus templos para celebrar su liturgia, que consistía en lectura de los escritos maniqueos y canto de himnos propios. Los ritos externos son rechazados, pues en ellos actúa el hombre ligado a la materia, cuando sólo la verdadera gnosis opera la salvación.

Relación del maniqueismo con el cristianismo. Al comienzo de sus cartas, Manes se llama enfáticamente a sí mismo "apóstol de Jesucristo ". Este Jesús apareció sobre la tierra como un eón celestial en un cuerpo aparente, para instruir a la humanidad sobre su origen real y verdadero camino de la redención. Jesús fue guía de las almas, al que los fieles maniqueos bendicen en numerosos himnos, que suenan en algunos trozos como oraciones puramente cristianas. Este Jesús finalmente envió al Paráclito por Él prometido, a fin de preservar su doctrina de toda falsificación. El Paráclito descendió sobre Manes y le reveló los misterios ocultos. Luego Manes se hizo uno con él, de suerte que ahora puede presentarse y enseñar como el Paráclito prometido. Por boca de Manes habla el Espíritu enviado por Jesús.

Coincidiendo con Marción no reconoce al Dios del Antiguo Testamento con Dios de la luz; pero los ángeles de la luz han consignado también verdades sueltas en la Biblia de los judíos. Los evangelios y cartas paulinas aunque estén también penetrados de errores judaicos, sin embargo en ellos se halla parte del mensaje de Jesús sobre las más profundas conexiones del mundo, sobre el sentido del destino humano, sobre la lucha de la luz y las tinieblas y sobre la liberación del alma de las cadenas de la materia.

Oposición al maniqueismo. Muy rápidamente se propagó la religión maniquea por Mesopotamia; desde allí penetró en Siria y Arabia, y halló una base firme sobre todo en Egipto, que se convirtió en centro de propaganda para las tierras del Mediterráneo.

El emperador Diocleciano dictó al procónsul de África un edicto muy riguroso contra los maniqueos (297). Se funda en quejas oficiales de autoridades de aquella zona. Ordena sean quemados vivos en la hoguera los dirigentes del movimiento; sus partidarios han de ser decapitados; los ciudadanos romanos de alta clase serán condenados a trabajos forzados en las minas.

Bajo el papa Melcíades (311-314) se señala su presencia en Roma, y de aquí emprende sin duda el camino hacia la Galia, Hispania los Balcanes. Los concilios del siglo IV se refieren reiteradamente al maniqueismo. Una ley del emperador Valentiniano I (372) ordena confiscar las casas donde se reúnen. Teodosio II aumenta las sanciones contra ellos y Justiniano I castiga de nuevo con pena de muerte el credo maniqueo. En África el maniqueismo cautiva a muchos, entre ellos al propio Agustín durante un decenio. Los vándalos en el siglo V les persiguieron también. Las corrientes neomaniqueas de la Edad Media sobre todo en los Balcanes atestiguan la vitalidad del maniqueismo.

Theonas, obispo de Alejandría (300) previene a sus fieles cristianos de las doctrinas maniqueas acerca del matrimonio. También se opusieron al maniqueismo obispos como Cirilo de Jerusalén, Afrahates y Efrén en oriente, y posteriormente León Magno en occidente. La Iglesia mandaba que se pusiera especial atención, cuando un maniqueo quería convertirse al catolicismo; por medio de fórmulas precisas de abjuración, había que asegurarse de la sinceridad de la conversión. Agustín mismo hubo de suscribir una de esas fórmulas.

Algunos autores antimaniqueos: el obispo Serapión de Tmuys. Dídimo de Alejandria con un trato especial "Katá manijimon ", el obispo árabe Tito de Bostra y las Acta Archelai, Hegemono de Siria, Eusebio de Emesa, Jorge de Laodicea y Diodoro de Tarso.