La idea de “creatividad” goza hoy de reconocido prestigio y
general aceptación. Se intenta fomentar la creatividad en la empresa,
en la investigación, en el arte, en la vida cotidiana. Se proclama
una y otra vez la necesidad de educar a niños y jóvenes para la
creatividad. Nada más acertado. Pero, ¿se sabe con precisión lo que
implica la actividad creadora, qué exigencias plantea, cuál es su
articulación interna?
Suele entenderse por actividad creadora aquella que da origen a
una realidad nueva y sobresaliente. En este sentido es calificada de
creativa la actividad de un gran artista, un buen poeta, un político
genial. Esta calificación es, sin duda, justa. Pero debemos precisar
dos puntos: 1) ¿cómo se articula esa experiencia creativa?, ¿brota
de la nada?, ¿se da a solas? o, por el contrario, ¿es dual, dialógica?,
¿basta unirse con cualquier realidad para realizar una acción
creativa?; 2) ¿puede darse una actividad rigurosamente creativa en la
vida diaria más sencilla?, ¿en qué condiciones?
Si contestamos adecuadamente a estas cuestiones, estaremos en
disposición de ampliar insospechadamente nuestras posibilidades de
desarrollo personal y revalorizar la vida cotidiana. Veámoslo
sucintamente.
La creatividad y el encuentro
Creatividad significa recibir activamente posibilidades
fecundas en orden a dar origen a algo nuevo que encierra un
valor. La creatividad es dual dialógica. Implica la apertura del
sujeto creador a realidades que son distintas de él, y en
principio distantes, externas, extrañas, ajenas, pero que pueden
llegar a serle íntimas, sin dejar de ser distintas. ¿Cómo
puede darse esa unión íntima con realidades distintas? Aquí entra
en juego el pensamiento filosófico. Empezamos a vislumbrar que para
comprender a fondo qué es la experiencia creativa se requiere pensar
con rigor. Más adelante descubriremos que pensar con rigor y vivir
creativamente se implican, se exigen y fecundan mutuamente[1].
En primer lugar debemos estudiar los diversos modos de unidad que
puede fundar el ser humano con las realidades de su entorno. Me uno a
la mesa, levanto la mano y ¿qué queda? Nada. No ha habido
creatividad alguna. El modo de unión que he fundado ha sido muy
pobre. De igual manera, le toco a un piano por fuera, admiro la
sedosidad de su material, disfruto de su calidad expresiva, pero, una
vez que termino la experiencia, me quedo a solas con el mero recuerdo
de la impresión sentida. En cambio, si sé tocar el piano, levanto la
consola, introduzco mis dedos entre las teclas y empiezo a interpretar
una obra. Fundo, así, un modo de unidad muy elevada con el piano,
como instrumento, con la partitura, con la obra, con su autor, su
estilo y su época. He sido creativo.
Esta forma de creatividad es posible porque he sabido recibir
activamente las posibilidades de recrear en el teclado las formas
musicales que me son ofrecidas por la partitura. La partitura me
ofrece tales posibilidades porque es más que un objeto. Presenta las
condiciones de los objetos, pero no se reduce a objeto. Tampoco
es un sujeto, en sentido riguroso, pero sí es un centro de
iniciativa. Constituye, por tanto, un “campo de realidad”, un
“ámbito”. El descubrimiento de los ámbitos nos va a permitir
fundar sólidamente la comprensión de la creatividad y de los valores.
Es una investigación en verdad apasionante.
Un objeto es una realidad delimitable, mensurable, asible, pesable,
situable en el tiempo y en el espacio. Un ámbito de realidad no
presenta estas condiciones, pero no por ello es menos real. Una
persona puede ser fácilmente medible con una cinta métrica, pero lo
que ella abarca no queda delimitado por estas dimensiones. Veo por
primera vez a una persona y capto el perfil de su figura y lo que
abarca en cuanto realidad corpórea. Al mismo tiempo me hago cargo de
que su alcance personal no se reduce a lo que estoy viendo en este
momento. Esta persona abarca cierto campo en muchos aspectos: el
afectivo, el estético, el ético, el profesional, el religioso. Es un
centro de iniciativa que puede ofrecer posibilidades de un tipo o de
otro y recibir las que les son ofrecidas. Viene a ser, por tanto, un
campo de realidad, un ámbito. Lo mismo puede decirse de un barco y
del mar. Por una parte presentan las condiciones de los objetos: son
asibles, delimitables, situables. Pero, además de eso, ofrecen
diversas posibilidades, sobre todo las de pescar y navegar. En el
momento de la botadura, la madrina corta la cinta simbólica, arroja
la botella de champán contra el casco del barco, al tiempo que suenan
las sirenas y los obreros retiran los sacos terreros. Entonces, la
inmensa mole comienza a deslizarse hacia el mar. Inmediatamente se
produce un choque, por cuanto ambos, mar y barco, tienen un aspecto
objetivo. Pero, además de choque, ha tenido lugar aquí un encuentro,
es decir, un entreveramiento de ámbitos[2].
Este entreveramiento da lugar a una experiencia reversible[3].
Es éste un concepto extraordinariamente fecundo, por cuanto la vida
humana auténtica es un tejido de experiencias reversibles: el poeta
configura el lenguaje, y el lenguaje nutre al poeta; el jugador modela
el juego, y el juego inspira al jugador, le ofrece posibilidades en
orden a fundar jugadas con sentido; el hombre forma comunidades, y las
comunidades impulsan la vida del hombre; el intérprete configura la
obra musical, y la obra configura al intérprete. Son experiencias
reversibles, de dos direcciones, sumamente fecundas. La unidad que se
funda en ellas es de calidad elevadísima. Si interpreto al órgano un
coral de Bach, prodigio de paz y hondura, puedo unirme al autor, a su
estilo y a su época de forma más íntima y fecunda que al auxiliar
que roza mi hombro cada vez que pasa las hojas de la partitura.
Heidegger afirmó en cierta ocasión que quien habla propiamente no es
el hombre; es el lenguaje a través del hombre. En su línea, H.G.
Gadamer indica que en rigor no es el hombre el que juega, sino el
juego a través del hombre. A mi entender, ambos autores reducen estas
experiencias reversibles a experiencias lineales. Hombre
y lenguaje, jugador y juego colaboran por igual en la fundación de un
campo de juego, de una relación de encuentro[4].
El encuentro no es mera vecindad, fruto de la anulación de la
distancias. Ni es tampoco mero choque, producto de la colisión de dos
objetos. Es, sencilla y profundamente, un entreveramiento de dos ámbitos,
dos realidades que son centro de iniciativa. Es muy importante notar
que los objetos, por valiosos que sean, no pueden nunca encontrarse.
Su vecindad es mera yuxtaposición. Un objeto puedo manejarlo y
dominarlo, pero no puedo encontrarme con él, ni tampoco con un ámbito
reducido a objeto. De ahí la gravedad de la manipulación, que tiende
a reducir el rango de los distintos seres.
El encuentro, en sus diversas formas, plantea al hombre, para darse,
la adopción de una serie de actitudes vinculadas entre sí. Todas
arrancan de la actitud de generosidad. De ésta se deriva la apertura
de espíritu, la disponibilidad, la veracidad, la voluntad de estar a
la escucha, la “simpatía” (capacidad de vibrar con el otro), la
fidelidad, la lealtad, la paciencia, la magnanimidad, la sencillez.
Estas condiciones o exigencias de la creatividad, de la capacidad
creadora de auténticas relaciones de encuentro, se denominan virtudes.
Para los latinos, las “virtutes” eran capacidades en
orden al logro de algo importante. Hombre virtuoso es el que
modela su personalidad de tal forma que le es posible, e incluso fácil,
fundar modos valiosos de unidad. Hombre vicioso es el que se
configura de tal suerte que apenas acierta a crear tales modos de
unidad. Si las virtudes se derivan de la actitud de generosidad, los
vicios tienen su origen en la actitud de egoísmo.
Debemos cultivar las virtudes por una razón muy profunda y radical:
ellas son las que deciden que tratemos a las demás realidades como ámbitos
y no sólo como objetos, y con ello fundemos relaciones de
auténtico encuentro.
Cuando tiendo a tratar las realidades como objetos, me despeño por el
proceso de vértigo. Si las trato como ámbitos, me oriento
hacia el proceso de éxtasis. Es decisivo conocer a fondo ambos
procesos porque el de vértigo anula la creatividad al máximo, y el
de éxtasis la fomenta[5].
Los procesos de vértigo y éxtasis
Si soy egoísta, polarizo en torno a mí todos los seres del entorno,
los satelizo, los tomo como medios para mis fines. Cuando tropiece con
una realidad que me ofrece grandes posibilidades de satisfacción
individual, me dejaré sin duda seducir por ella, es decir, intentaré
dominarla y ponerla a mi servicio. Cuando esté a punto de
conseguirlo, sentiré euforia, exaltación interior, pensaré que
estoy alcanzando una planificación rápida y conmovedora. Esa euforia
primera se traduce inmediatamente en una devastadora decepción, ya
que dicha realidad (pensemos, por ejemplo, en una persona
especialmente atractiva para mí) puedo dominarla y reducirla a
objeto, pero, al hacerlo, me condeno a no poder encontrarme con
ella. Hoy nos dicen la Biología y la Antropología más cualificadas
que el hombre es un “ser de encuentro”[6],
un ser que comienza a vivir propiamente como persona, se desarrolla y
perfecciona como tal al crear toda suerte de encuentros. Al tomar
conciencia de que no me estoy encontrando con la persona dominada,
siento decepción y tristeza. En vez de orientarme hacia mi plenitud,
me estoy vaciando de cuanto necesito para ser plenamente hombre. Al
asomarme a este vacío interior siento vértigo espiritual, es
decir: angustia. La angustia, cuando es irreversible porque soy
incapaz de cambiar la actitud inicial de egoísmo, degenera pronto en desesperación:
la conciencia amarga de haberme cerrado todas las puertas hacia la
plenitud personal. Esta amargura me lanza hacia la destrucción, la mía
o la de otros, la física o la moral. (Me refiero en este proceso de vértigo
a las personas que, en perfecto estado de salud, optan por dominar lo
que enardece sus instintos. En ningún modo aludo a quienes, por
sufrir una enfermedad psíquica, se hallan sometidos a procesos
depresivos, con sus correspondientes riesgos).
El vértigo es un proceso espiritual que al principio no pide nada,
sino que se deje uno llevar de pulsiones instintivas. Lo promete todo
y lo quita todo al final.
Veamos ahora la otra parte del díptico: la experiencia de éxtasis
o creatividad. Si soy generoso, reconozco que también los demás son
centros de iniciativa como yo. Por eso los respeto en lo que son y en
lo que están llamados a ser. Este respeto se traduce en colaboración.
Al colaborar, me encuentro con ellos. Cuando tomo conciencia de
encontrarme y estar consiguientemente desarrollándome como persona,
siento alegría. La alegría florece en entusiasmo cuando
el encuentro es muy valioso. Si interpreto al piano una obra genial de
Mozart, me entusiasmo porque asumo activamente unas posibilidades
creativas tan valiosas que me veo elevado a lo mejor de mí mismo,
como músico y como persona. Esta elevación es lo propio del éxtasis,
que implica una salida de sí, pero no para perderse (como sucede en
el vértigo) sino para alcanzar una alta cota de realización. El entusiasmo
me conduce a la felicidad interior. Me siento
verdaderamente feliz cuando estoy bordeando mi plenitud como persona.
La felicidad se traduce en paz, amparo, júbilo festivo.
Los procesos de vértigo y éxtasis son opuestos entre sí por su
origen, su desarrollo y sus consecuencias. El vértigo, primeramente,
amengua la capacidad de encuentro y, en medida correlativa, el poder
creativo, ya que toda forma de creatividad se da a través de algún
modo de encuentro. Segundo, ciega paulatinamente la sensibilidad para
los valores más altos. Tercero, dificulta la creación de modos
elevados de unidad. Por el contrario, el éxtasis fomenta el encuentro
y la creatividad; aviva la sensibilidad para los grandes valores;
dispone al hombre para alcanzar las formas más valiosas de unidad.
La creatividad convierte los dilemas en contrastes
El proceso de éxtasis crea formas diversas de encuentro. Cada
encuentro constituye un campo de juego, y en éste se supera
felizmente la escisión entre el aquí y el allí, el dentro y el
fuera, lo anterior y lo exterior, lo cerradamente mío y lo
crispadamente tuyo. La creatividad convierte los dilemas en contrastes.
No hace falta, por tanto, escoger dilemáticamente entre el aquí
y el allí, el dentro y el fuera, lo interior y lo exterior. En un
canto polifónico, ejemplo modélico de campo de juego creador, no
puede decirse que la voz de bajo está aquí al fondo de la partitura
y la soprano allá arriba, y que la una se halla fuera de la otra.
Todas las voces son distintas, independientes y autónomas, y, al
mismo tiempo, actúan en perfecta solidaridad, y el fruto de la misma
es ese maravilloso fruto de la creatividad humana que es la armonía
musical[7]. Este alto
logro del hombre sólo es posible cuando se acierta a interpretar
ciertos dilemas como contrastes.
Advertir esta fecundidad de la creatividad en orden a entender el
sentido de los esquemas mentales es decisivo para tener madurez,
porque la vida humana es vertebrada por tales esquemas. Si no
comprendemos su sentido en cada instante, no podemos orientar
debidamente la vida. Comprender como dilemas los esquemas que
no son sino contrastes desgarra la vida del espíritu y ciega
de raíz la fuente de la creatividad[8].
Si se da por supuesto, por ejemplo, que el esquema
“libertad-norma” es un dilema, se agota la vida creadora en su raíz,
porque somos creativos en cuanto asumimos como una voz interior
realidades distintas de nosotros (y en principio distantes,
externas y extrañas) que encauzan y regulan nuestra actividad.
Esto queda nítidamente de manifiesto en una obra musical que el intérprete
quiere volver a crear. La obra lo impulsa, lo orienta, lo configura,
encauza su dinamismo, y, al hacerlo, le confiere libertad para ser
creativo. A solas, nadie, ni la persona más dotada, puede realizar
una actividad creadora. Beethoven indicó que cuando salía al campo
las ideas musicales lo asaltaban y todo su trabajo consistía en
asumirlas, seleccionarlas y articularlas. Se trataba de una actividad reversible,
receptivo-activa[9].
Concepción relacional de la realidad
Al entender los esquemas mentales antes dichos como contrastes,
estamos en disposición de dar a los conceptos libertad para vivir su
vida, interrelacionarse, cargarse de sentido, adquirir todo su alcance
y riqueza. Si pensamos una realidad, no nos quedamos presos en ella,
en su figura más a mano, como si se tratara de un mero objeto;
nuestra atención se dirige hacia todas las realidades que en tal
realidad confluyen. He aquí un trozo de pan. ¿Es un mero objeto? Lo
parece, porque presenta las condiciones de los objetos. Pero veámoslo
genéticamente, es decir, sigamos su proceso de elaboración. El pan
se elabora con frutos del campo, por ejemplo, el trigo. El grano de
trigo no es producido por el campesino; es fruto de una
confluencia múltiple, armónica y fecunda, de realidades. El
campesino recibió de sus mayores, como un don, el arte de laborar la
tierra y unas semillas. Deposita éstas confiadamente en la madre
tierra, y espera. Espera a que se produzca la confluencia benéfica de
diversos elementos: las semillas, la tierra, las sustancias nutritivas
de ésta, la lluvia, el viento, el sol que dora las mieses. Un
sencillo grano de trigo es el fruto de un “encuentro”. De ahí su
poder simbólico, ya que se presta perfectamente para simbolizar el vínculo
afectivo entre un anfitrión y su huésped, al que invita a compartir
en su casa el pan de la amistad. El padre de familia parte el pan, lo
reparte y lo comparte como signo de amistad, porque ya el pan de por sí
es el fruto de un encuentro múltiple. Si fuera un mero objeto,
producto de un proceso fabril, ¿tendría tal poder simbólico?
Evidentemente no.
Hay una profusa tendencia actualmente a considerar todas las
realidades como objetos y utilizar constantemente los verbos tener
y hacer. Por eso la relación interhumana suele pensarse con el
esquema “yo-ello”. Martin Buber, F. Ebner y los demás pensadores
dialógicos subrayaron enérgicamente la necesidad de sustituir este
esquema por el esquema “yo-tú”, el único adaptado a la relación
entre personas. A mi entender, se trata de una precisión acertada,
pero este esquema debe ser complementado con el esquema “yo-ámbito”,
pues buen número de realidades que integran el entorno humano no son
ni objetos ni personas, sino ámbitos de realidad.
La propensión a tomar todas las realidades como objetos que pueden
ser hechos y son, en consecuencia, disponibles viene
inspirada por la tendencia a dominar, poseer y disfrutar. A su vez,
esta tendencia arranca del hecho de tomar como ideal en la vida el
servirse a sí mismo, cerrarse en sí, considerar como una meta la
exaltación del propio yo. Al cambiar este ideal por el ideal de la
unidad, la solidaridad, el encuentro, se adopta una actitud de
flexibilidad en el pensar, y se tiende a ver cada realidad no como un
objeto dominable sino como un ámbito capaz de iniciativa, de ofrecer
posibilidades y recibir las que se le ofrezcan. Es una realidad capaz
de encuentro.
Al orientarse hacia este ideal, se gana una visión nueva, más amplia
y rica, de cuanto constituye nuestro entorno humano. Este deja de
estar constituido por una serie de objetos para estar tejido
por una trama de ámbitos.
Este ideal creativo nos lleva a pensar con rigor, que no significa sólo
proceder con lógica, precisión y coherencia; implica hacer justicia
a la realidad, penetrar en ella, captar todo su alcance. Cuando se
piensa con rigor, las realidades adquieren una especial vibración,
porque aparecen más bien como nudos de relaciones que como objetos
aislados. Con frecuencia se ha dicho, para marcar su independencia
respecto al sujeto creador, que una obra de arte y un poema son un
objeto. Ciertamente, un poema y una obra de arte se independizan de
quien los ha creado y viven una vida propia en relación con todo
aquel que tenga sensibilidad suficiente para recrearlos de nuevo. Pero
esta independencia no indica que sean meros objetos. Son ámbitos.
Aprenda un poema de memoria. La memoria, bien entendida, es una
facultad creativa, no un recurso de mero almacenaje. Re-cordar es
volver a pasar algo por el corazón, traerlo de nuevo a la existencia
en una perspectiva distinta. Aprenda el poema, modélelo una y otra
vez, cambie el ritmo y los acentos para adecuarlos a su verdadero
sentido, no sólo a su significado, y verá que, al cabo de poco
tiempo, tiene la impresión de que el poema le brota del interior, que
es suyo, que, sin dejar de ser distinto de usted, se le ha vuelto íntimo.
Intimidad no indica que una persona se pierda en la otra, como parecen
sugerir los grandes poetas Antonio y Manuel Machado, cuando dicen,
respectivamente, que “los hombres debieran quererse como masas”, y
“yo quisiera convertirme en líquido y verterme en las venas de mi
amada”. Si uno se fusiona con la persona amada, deja de quererla,
porque el amor exige ser distinto, mas no distante. Intimidad indica
que dos personas se hallan en un mismo campo de juego, en el cual se
da la aparente paradoja de que lo distinto se torna íntimo sin dejar
de ser distinto.
La creatividad y la cultura
Según la Academia Francesa, “la creatividad es la palabra clave de
la cultura actual”. Nada más cierto, a condición de que entendamos
la actividad creadora en toda su profundidad y su alcance. Según
hemos dicho, la creatividad consiste en asumir activamente
posibilidades para actuar con pleno sentido. Tales posibilidades son
los valores. Cuando los negros emigrantes del Alto Volta musitaban una
melodía con una flautita casera mientras caminaban sobre una tierra
resquebrajada hacia un porvenir incierto, estaban alimentando su vida
interior con una forma de actividad creativa. Esa creatividad les
elevaba el ánimo. La sencilla melodía y el rústico instrumento les
ofrecían un elenco de posibilidades que ellos asumían activamente,
las hacían suyas, y en su interior brotaba un impulso que les hacía
sentir que vivían, que se movían en un plano espiritual,
superior al meramente vegetativo.
Numerosas obras culturales (sobre todo literarias y cinematográficas)
destacan la necesidad de la actividad creativa, entendida de esta
forma radical. La vida espiritual de Gregorio Samsa, protagonista de
La metamorfosis, de F. Kafka, pendía de la ilusión que le
producía el ayudar a su hermana a perfeccionar en el Conservatorio
sus conocimientos de violín. La afición de la hermana a la música y
los pequeños ahorros que él tenía le ofrecían posibilidades en
orden a realizar una acción fecunda. El las asumía en su vida, y ésta
adquiría a sus ojos un sentido, una razón de ser, una finalidad
noble. Esta finalidad revertía, en forma de ideal, sobre cada uno de
los momentos de su vida y los impulsaba, por menesterosa que fuera su
situación. Cuando la hermana declara que “eso” que hay en
la habitación contigua ya no es “Gregorio” sino que es un
“bicho”, Gregorio Samsa desaparece de la escena, se volatiza, deja
de existir como ser personal, porque deja de recibir la posibilidad de
llevar a cabo la acción que daba sentido a sus ahorros, a su trabajo,
a su vida entera.
“Un solo ser os falta y todo queda despoblado”. Este verso del
gran Lamartine destaca con acierto que lo que dota a nuestra vida de
sentido es la existencia del ser o los seres que nos ofrecen
posibilidades para vivir creativamente. Se ciega esa fuente y todo se
vuelve anodino. Nada me importa que a mi alrededor pululen millones de
seres de todo orden si a mí no me facilitan posibilidades para
realizar un juego creador. Falta el encuentro, y las realidades
circundantes dejan de existir para uno en el aspecto lúdico, es
decir, en cuanto a la creación de ámbitos. Por eso, el
anularse la posibilidad de encuentro, todo se torna oscuro, pues no
hay a la vista vía alguna de realización personal. “Es de día
cuando estamos juntos. Es de noche cuando nos separamos”, decía
bellamente el ciego a su lazarillo Marianela, en la obra homónima de
Pérez Galdós.
Grabémoslo bien. La creatividad es fuente de luz y va unida al
encuentro. Para conocer los seres valiosos no basta verlos, oírlos,
tocarlos; hay que encontrarse con ellos. El sentido de un poema, por
ejemplo, lo vamos iluminando a medida que lo vamos re-creando. El
tiempo de una obra musical lo descubrimos al hilo de la interpretación
misma, que es un juego creador, una experiencia reversible, un
encuentro. Vemos ahora ya con claridad que pensar con rigor y vivir de
forma creativa se exigen mutuamente, se potencian y enriquecen entre sí.
La creatividad nos permite orientar certeramente la vida
Cuando pensamos con rigor y vivimos creativamente, tendemos a ver las
realidades en todo su alcance: no como objetos cerrados en sí mismos,
sino como “nudos de relaciones”. Una obra literaria, por ejemplo,
la consideramos como fruto del encuentro del autor con ciertas
realidades, no como el mero producto de su esfuerzo. Todo encuentro
auténtico es un proceso creativo, y se rige por leyes muy distintas
de las que encauzan los procesos productivos. En éstos manda la causa
eficiente sobre la causa material, la formal y la final. En aquéllos,
nadie manda sobre nadie. Todos se configuran mutuamente en una actitud
de respeto y colaboración. El intérprete no domina la obra, o
viceversa. Ambos se configuran entre sí. El intérprete configura
perfectamente la obra cuando se deja configurar del todo por ella.
Lo que más nos une a los seres humanos es la colaboración
promocionante. Tal colaboración, insistamos en ello, se da entre ámbitos,
no entre objetos. De ahí que la clave para interpretar fielmente los
fenómenos más importantes de la vida humana sea elevarnos al nivel
de los ámbitos, aspectos de la realidad que se dan integrados con los
objetos, pero no se reducen a ellos.
Para moverse en nivel de ámbitos y no de objetos se requiere optar
por el ideal de la unidad. No tender a ese ideal sino al del dominio y
la posesión lleva a la subversión de valores. Esta subversión es la
mayor revolución que está aconteciendo en el momento actual una
revolución tan solapada como disolvente. El ideal de la posesión
orienta hacia el vértigo, que enceguece para los valores más altos.
Por el contrario, el ideal de la unidad y generosidad aviva la
sensibilidad para tales valores, en cuya cima se halla, como clave de
bóveda, la unidad, el amor bien entendido. Al entrar en el campo de
imantación de este valor, se gana una energía creadora insospechada.
En un campo de refugiados de la última guerra mundial, apareció un día
un hombre corpulento, vestido de blanco, que venía a aportar ayuda en
nombre de un Dios que es amor. Entre los macilentos internos del campo
se hallaba una niña de diez años, que actualmente se consagra en la
India como religiosa al servicio de los más pobres. La historia de su
vocación la narró ella con estas palabras: “Hasta ese día yo
nunca había oído hablar del amor. A mi alrededor se apiñaban la
miseria y el odio. Al ver el gesto de generosidad de quien consagraba
la vida a ayudar a desconocidos, que hasta poco antes habían sido sus
mortales enemigos, vislumbré que había allí un valor muy grande. Y
decidí consagrarme a realizarlo en mi existencia”. El
descubrimiento de un valor eximio nos abre un horizonte definitivo en
la vida y nos llama a responder positivamente. Esa respuesta decide
nuestra vocación.
La creatividad configura un nuevo Humanismo
Nada más importante hoy día que analizar a fondo lo que es e implica
la creatividad humana, ya que existe en el hombre occidental desde
comienzos de siglo un afán tenaz por moverse en el plano de la vida
infracreadora, infrarresponsable[10].
Este alejamiento de la vida espiritual
-que es la vida de encuentro- lleva a pensar con frecuencia que la
paz, el amparo y la serenidad sólo puede obtenerlos el hombre en el
plano de la vida animal y vegetal. Recordemos el caso del gran pintor
alemán Franz Marc, quien se negó a pintar el rostro humano y se
redujo a legarnos bellísimas imágenes del mundo animal y vegetal por
la convicción de que en el hombre sólo se encuentra la falsedad,
mientras en el animal y vegetal florece la veracidad. Ciertamente, el
espíritu humano puede alejar al hombre del entorno y enfrentarlo con
él hasta el caso extremo de provocar hecatombes bélicas. Pero eso no
debe llevarnos a la vana ilusión de que la autenticidad de la vida
humana puede lograrse abdicando del privilegio de ser creativo. La
enemistad expresa o larvada contra el espíritu constituye una posición
contraria a la verdadera creatividad. Insta al hombre a no cultivar
los valores más altos.
Estamos actualmente en un momento de encrucijada. Desde el final de la
Primera Guerra Mundial se clama en Europa, y en general en todo
Occidente, por un cambio de ideal. El ideal del dominio y la posesión
debe ceder el puesto al ideal de la ayuda y la solidaridad. Cuando
recibió en Amsterdam el premio Erasmo al mejor humanista europeo,
Romano Guardini, un pensador de frontera, un lúcido vigía cultural,
advirtió con énfasis que a lo largo de la Edad Moderna, Europa supo
crear una cultura del dominio, y su tarea actual consiste en crear una
cultura del servicio. Este cambio de ideal no lo ha realizado todavía
la sociedad de Occidente. De no hacerlo, seguiremos encontrándonos en
una situación inestable, temiblemente ambigua, ya que el ideal que
impulsó a la llamada Edad Moderna -y halló una expresión neta en el
llamado “mito del eterno progreso”- hizo quiebra trágicamente en
los dos conflictos mundiales. Hoy la sociedad sigue viviendo de un
ideal en el que ya no podemos creer. De ahí la tan decantada apatía
de las jóvenes generaciones.
Urge abrirse de nuevo a los grandes valores mediante la orientación
de la vida hacia el ideal auténtico del ser humano, que es la fundación
de los modos más altos de unidad. A esta tarea se consagra la Escuela
de Pensamiento y Creatividad, que estoy promocionando desde hace unos
años. En el primer curso de la misma (El arte de pensar con rigor y
vivir de forma creativa, 25 sesiones en video y un libro-guía)
intento poner las bases de una vida auténticamente creadora, abierta
a los grandes valores y fundadora de unidad y de cultura, y,
consiguientemente, superadora del nihilismo y del absurdo. La actitud
nihilista nos hace ilusos. La actitud creativa nos permite vivir
ilusionados. Formar en la creatividad y en los valores no es tarea fácil;
requiere todo un aprendizaje, ya que implica un proceso de maduración.
La creatividad y los valores no pueden “enseñarse” como una
materia más de la enseñanza. Se trata de otro tipo de enseñanza,
que consiste en adentrar a las gentes en el campo de imantación de
los valores. El resto lo hacen los valores mismos, que son quienes se
hacen valer. Esta labor, lenta y fecunda, se realiza a través de las
sesiones de dicho curso, que tiene un carácter interactivo. Quienes
lo sigan animosamente ganarán una capacidad especial para colaborar
en la configuración de una época verdaderamente postmoderna,
caracterizada por un nuevo Humanismo, el Humanismo de la unidad y la
solidaridad. A esta nobilísima labor podemos y debemos todos
contribuir, ya que, según se colige de lo dicho, la capacidad
creadora no es sólo privilegio de las personalidades geniales; puede
muy bien ser desarrollada por toda persona que se esfuerce en abrirse
a los valores, asumirlos activamente y realizarlos en su vida.
El gran científico y humanista Albert Einstein nos legó esta
observación sobrecogedora: “La fuerza desencadenada del átomo lo
ha transformado todo, excepto únicamente nuestra forma de pensar. Por
eso caminamos hacia una catástrofe sin igual”. A lo largo de este
artículo espero haber dejado en claro un punto decisivo:
nuestra forma de pensar se cambiará de manera fecunda si optamos
por el ideal de la unidad. En ese caso, en lugar de despeñarnos
hacia una catástrofe, configuraremos un Humanismo en el que valga la
pena vivir y morir.
[1] Este descubrimiento se
realiza de forma sistemática y amplia en la obra El arte de pensar
con rigor y vivir de forma creativa (un libro y doce videos), PPC,
Madrid, 1993.
[2] Una descripción
pormenorizada de los “ámbitos” puede verse en mis obras El
arte de pensar con rigor y vivir de forma creativa, pp.81 y s.; Estética
de la creatividad, Promociones Publicaciones Universitarias,
Barcelona 1987, pp.163-351; Cómo formarse en ética de la
literatura, Rialp, Madrid, 1994, pp. 27-35.
[3] En El arte de pensar...
pp. 171-297, se muestra de cerca lo que son e implican las
experiencias reversibles y se pone de manifiesto que estas
experiencias decisivas en la vida humana sólo pueden ser vividas con
plenitud cuando se descubren los diversos modos de realidad que
integran el ser humano y su entorno. Entre ellos figuran los
“objetos” y los “ámbitos”. Por eso dicha obra consagra sus
cinco primeros capítulos a consolidar ese descubrimiento.
[4] “El sujeto del juego
–afirma Gadamer- no son los jugadores, sino que es el juego el que
se manifiesta a través de los jugadores”. “Para el lenguaje, el
auténtico sujeto del juego no es evidnetemente la subjetividad de
alguien que, entre otras actividades, también juega, sino el juego
mismo”. “Aquí se reconoce la primacía del juego respecto al
jugador...” (Cf. Wahrheit und Methode, Mohr, Tubinga 1965,
pp.97-100; versión española: Verdad y método, Sígueme,
Salamanca 1977). “El lenguaje – afirma Heidegger- es el “señor
del hombre” (Holzwege, Klostermann, Frankfurt 1950, p.190).
“Porque el lenguaje es la casa del ser, nsotros accedemos al ente en
canto que nos movemos con
[7] A mozart
le entusiasmaban las armonías. A su juicio, es una ventura que los
hombres no conozcan profundamente la música, pues de lo contrario
abandonarían sus tareas cotidianas y la vida se alteraría gravemente.
[8] “Uno de los signos
cardinales de la mediocridad de espíritu es ver contradicciones allí
donde sólo hay contrastes” (G. Thibon: El pan de cada día,
Rialp, Madrid 1952, p.63)
[9] Un amplio análisis de
estos temas puede verse en El arte de pensar..., pp.299-401.
[10] Cuál fue el origen y
la incidencia de esta nostalgia es explicado con cierta amplitud en mi
obra El secuestro del lenguaje. Tácticas de manipulación del hombre,
PPC, Madrid 1991, pp. 68-91.
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