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EL "EFECTO GALILEO" Y OTROS MITOS SOBRE RELIGIÓN Y CIENCIA

PEDRO ROSSO

Era la mañana del día 22 de junio de 1633. Arrodillado ante los miembros del Santo Oficio –congregados en el convento de Santa María sopra Minerva– el anciano Galileo abjura de sus “herejías y errores” y promete que no volverá a propagar ideas contrarias a la fe. Había sido acusado de creer y sostener “una Doctrina falsa y contraria a las sagradas y divinas escrituras, ... que el Sol es el centro del Universo, que no se mueve de este a oeste, que la Tierra se mueve, y que no es el centro del Universo”. El eco de estas palabras aún resuena en los ámbitos de la historia de la ciencia, donde, a pesar del tiempo transcurrido, el caso Galileo continúa motivando interés y generando controversias. Para muchos pensadores, desde Voltaire hasta Bertrand Russell y otros, la suerte de Galileo simboliza el oscurantisimo de la Iglesia Católica y el abismo infranqueable que separaría fe y razón.
Aún con los atenuantes que la perspectiva histórica puede otorgar al caso, las indignidades sufridas por Galileo por parte del Santo Oficio, siempre incomodaron a los intelectuales católicos y, durante mucho tiempo, obstaculizaron las relaciones de la Iglesia con el mundo de la ciencia. Por esta razón, la iniciativa del Papa Juan Pablo II, en el año l979, de invitar a la comunidad científica a participar en una serena y objetiva reflexión sobre todo lo concerniente al caso Galileo, fue recibida con gran entusiasmo. De acuerdo al cardenal Garrone, coordinador de esa tarea, la Iglesia no se proponía revisar o revalidar hechos pasados, sino someterlos a un análisis histórico riguroso. El valioso esfuerzo resultante, en el que participaron distinguidos académicos de diversos países y credos, ha permitido aclarar una serie de circunstancias relativas al caso Galileo, algunas de ellas muy poco conocidas. Lamentablemente, ninguna de estas investigaciones abarcó un aspecto que continúa siendo parte prominente de la “historia oficial” galileana, cual es la supuesta vinculación entre la condena del físico y la decadencia de las ciencias en Italia. Al respecto, en círculos académicos europeos y norteamericanos prevalece la idea que la sanción impuesta al sabio toscano marca el inicio de la pérdida de vitalidad científica de esa nación y, probablemente, del resto de los países católicos. Aún más, diversos autores atribuyen esa pérdida de vitalidad al ambiente intelectualmente opresivo impuesto por la Iglesia. Sin embargo, como se verá a continuación, cuando ambas tesis son contrastadas con los hechos el número de incongruencias resultantes es significativo.

Ptolomeo, Copérnico y la Biblia: razones del conflicto
El elemento central del conflicto que motivó el enjuiciamiento de Galileo fue la oposición del Santo Oficio a la teoría copernicana. Las dificultades surgían de una interpretación sesgada de un pasaje del libro de Josué, el cual refiere que el Sol y la Luna se detuvieron en el cielo hasta que las fuerzas israelitas pudieron vengarse de sus enemigos (cf. Josué 10, 12-13). Esta descripción parecía coincidente con la tesis ptolomeica, formulada en el siglo II de nuestra era, de un Sol girando en torno a la Tierra, pero no con la copernicana, la que suponía un Sol inmóvil. En consecuencia, el Santo Oficio consideraba que la tesis ptolomeica era la correcta y, por lo tanto, la copernicana debía ser falsa y además herética, ya que contradecía a las sagradas escrituras. Es necesario aclarar, sin embargo, que la jerarquía eclesiástica no se negaba a que la teoría copernicana fuese discutida por los astrónomos o enseñada en las universidades; sólo exigía que se estipulara su condición de mera hipótesis, es decir, su carencia de fundamentación científicamente válida. Esta actitud aparece descrita en una carta de San Roberto Bellarmino dirigida al padre Paolo Antonio Foscarini. En el año 1615, este sacerdote carmelita había enviado al Superior General de su orden una larga misiva, en la cual fundamentaba su convicción que la teoría copernicana era verdadera y congruente con los textos bíblicos. San Roberto Bellarmino, en esa época cardenal integrante del Santo Oficio y versado en astronomía, manifiesta en la mencionada carta que de existir “...una prueba verdadera de que el Sol está en el centro del Universo, ... entonces, al interpretar los lugares de las Escrituras que parecen enseñar lo contrario, deberíamos actuar con la mayor circunspección