PSICOLOGÍA DE LAS SEGURIDADES
FORMAS SANAS E INSANAS
LUIS
LOPEZ YARTO
Profesor de Psicología
Universidad Comillas. Madrid
H/CREATURA-INSEGURA INSEGURIDAD/SEGURIDAD
SEGURIDAD/INSEGURIDAD
Son muchas las zonas de su vida en las que el hombre siente
inseguridad, y son muchas las formas de esfuerzo que hace para
sentirse seguro. El objetivo de las lineas que siguen no es
descender a las profundidades de la persona donde se generan las
grandes patologías que afectan a la seguridad básica de la vida. El
propósito es más reducido y más concreto. Se trata de recorrer las
implicaciones de la constatación que hace la psicología, de que el
hombre, como ya decía Albert Camas, es una pobre criatura
insegura que pasa su vida esforzándose por lograr el
convencimiento de que su existencia no es absurda.
Comenzaremos por una ilustración. Existe un experimento ya clásico en
psicología social, realizado a fines de los años sesenta por Elaine
Walster, en el que presentó a diversos grupos de personas la
descripción de un accidente de tráfico. Se trataba del "caso" de un
ficticio Lennie B., que aparcaba su automóvil en una cuesta
bastante pendiente. Una vez puesto el freno y cerrada la puerta, se
iba a hacer un recado. Al poco tiempo, probablemente por un fallo
del cable del freno, el coche comenzaba a descender la cuesta
marcha atrás, hasta chocar y provocar un accidente. La diferencia
comenzaba aquí: unos grupos de sujetos oían que el accidente
había sido sumamente leve; otros, que todo había acabado,
desgraciadamente, en la destrucción casi total del vehículo. Al final
se preguntaba a todos ellos, unos y otros, por la culpa que, según
ellos, había tenido Lennie B. en todo este asunto del accidente.
Los resultados fueron interesantes: los sujetos que habían oído que el
accidente era grave achacaban más responsabilidad a Lennie, el
protagonista. Los que habían oído que, a fin de cuentas, apenas
había sucedido nada grave, le disculpaban del todo. Y eso que el
pobre Lennie se había comportado exactamente igual en ambos
casos.
Los autores del estudio se preguntan el por qué de la severidad en el
primer caso. ¿Por qué no pensar, sencillamente, que en ambos
casos esta persona tuvo, ni más ni menos, mala suerte? ¿Por qué
pensar con mayor dureza precisamente cuando se había producido
mayor dolor?
De entre las explicaciones formuladas, una nos resulta particularmente
interesante. M. J. Lernerl es quien la propone. Según él, todos
necesitamos pensar que vivimos en un mundo justo. Un mundo que
está bien hecho y en el que cada uno recibe lo que se merece. Si a
Lennie le ha sucedido algo tan grave como la destrucción de su
auto, probablemente algo habrá hecho para merecerlo. (La
psicología social maneja aún la terminología de la "hipótesis del
mundo justo" en más de una ocasión para hablar de la búsqueda de
seguridad). Por supuesto que el mecanismo actúa también en los
casos en que vemos que alguien tiene éxito. El mismo Lerner
mostraba hace años cómo tendemos a pensar que una persona es
"mejor" cuando recibe un premio, aun cuando nos conste que ese
premio le ha venido por puro azar. Y vuelve a deducir que el
hombre no puede soportar el hecho de vivir en un mundo en el que
cualquier cosa es posible y en el que estamos sometidos a la ciega
arbitrariedad de la casualidad. Esto supone para el hombre una
inseguridad demasiado fuerte.
1. La elaboración de sistemas de creencias
Es una tendencia radical del hombre, largamente comprobada, la de
poner orden en el inmenso cúmulo de datos que le llegan del
exterior. No todo puede ser percibido, ni todo puede ser retenido, so
pena de caer en la locura. El bombardeo es continuo y casi siempre
inconexo. Unas veces se trata de pequeños datos irrelevantes, pero
muy cercanos y ruidosos; y otras veces de noticias de enorme
magnitud, aunque nos lleguen con sordina. Lo terrible es que todo
ello nos sitúa en el centro de una algarabía de estímulos, en un
caos amenazador, del que tenemos que salir seleccionando lo que
vamos a hacer nuestro. Y sobre todo, imponiendo sentido en ese
caos de la mejor manará posible.
Existe la anécdota de aquella maestra inglesa que, tras la guerra
mundial, quiso hacer un gesto de conciliación enseñando a sus
alumnos algunas canciones del enemigo, para ir borrando
animosidades y acortando diferencias. Eligió la célebre canción
alemana de Navidad "O, Tannenbaum". Los niños transformaron,
ingenuamente, un sonido que no entendían, en otro con sentido
para ellos. La canción pasó a ser cantada así: "Atomic bomb, Atomic
bomb...", convirtiendo en un canto de guerra el pacífico "O,
Tannenbaum, O, Tannenbaum" del original.
Es muy fuerte la tendencia de nuestro mundo interior a lograr, como
sea, sentirse organizado. Necesitamos urgentemente que cada
paso dado, cada afirmación y toma de postura adoptadas, sucedan
en un marco de referencia que les haga cobrar sentido. A estos
marcos de referencia, mezcla de elementos racionales y afectivos
siempre, es a lo que llamamos sistemas-de-creencias. Así, la
afirmación anterior se puede reducir a la siguiente: todos
necesitamos, para sobrevivir en un mundo complejo en el que el
caos exterior es factor de inseguridad, elaborar nuestro propio
sistema de creencias que nos ayude a entender, a predecir, a dar
sentido a nuestra vida.
CREENCIAS/SEGURIDAD: Un autor, frecuentemente lleno de ironía,
pero que en este caso hace una aguda descripción de lo que
significa creer, va enumerando la función de elemento creador de
seguridad que tienen las creencias.
Citamos palabras de Erich Hoffer: "Creer libra de su futilidad a la vida y
la provee de sentido, sin que importe que ese sentido tenga mucho
fuste o poco 2; sobre todo, libra de frustraciones profundas y
defiende de la sensación de esterilidad, vacío e impotencia 3, logra
que el individuo se sienta integrado en un todo mayor que él mismo,
operando en él una cierta acción terapéutica 4 y satisfaciendo
necesidades muy profundas de pertenencia 5. Proporciona, en fin,
identidad, a los que carecen de una muy definida 6.
CREENCIAS/FORMACION: Podemos decir, como Smith, Brunner y
White7, que lo que los hombres creemos es siempre un compromiso
entre lo que nos impone la realidad, las exigencias del entorno
social y las necesidades de seguridad de nuestro mundo interior.
"Estas tres cosas son inseparables, y solamente teniendo en cuenta
las tres en su conjunto se puede llegar a tener una vaga idea de los
complejos reajustes que intervienen en la formación de las
creencias humanas".
Creer es algo positivo, creador y lúcido que nos lleva a elaborar la
realidad. Pero también es, con frecuencia, un acto defensivo que
nos protege de un mundo hostil y que salvaguarda algún íntimo
reducto de temor. Ello hace cierta la afirmación de Milton Rokeach
de que "nuestro mundo de creencias tiende a estar abierto a la
realidad todo lo posible, y a cerrarse a ella cuanto siente necesario
8.
Podríamos acabar este apartado subrayando con más fuerza el valor de
"fuente de seguridad" que nuestros sistemas de creencias pueden
llegar a tener. Bastaría, para hacerlo así, con traer la cita del joven
psicólogo americano J. K. George, que escribe: "Al intentar
compensar lo que ellos perciben como falta de seguridad, los
individuos pueden mirar a su alrededor y recurrir a alguna de las
pocas oportunidades que les quedan de ejercitar la seguridad en
sus propias vidas y sus propias personas. Y una de las
oportunidades que aún parece tener el hombre de tener seguridad
consiste en dominar su sistema interior de creencias" 9.
2. Cuando las creencias se ven amenazadas
No podemos menos de sonreír con cierta conmiseración cuando leemos
acerca de la vieja costumbre, real o fantaseada, de
"matar-al-mensajero". Y, sin embargo, no es sino una forma
extrema del esfuerzo por evitar la terrible situación de tener que
soportar que hay una noticia que pone en peligro lo que hasta
ahora yo, con toda satisfacción, creía. Matar al mensajero es no
querer enterarse de que existe un dato que contradice mis
convicciones.
La fuerte necesidad de tener un mundo de creencias sólido e
inamovible, que nos sirva de marco de referencia y nos dé
seguridad interior, se ve sometida a prueba, sobre todo, cuando
nuestras creencias entran en conflicto con las de otras personas o,
en el peor de los casos, con lo que nos dice la realidad. Elliot
Aronson 10 escribía en su librito, aún vivo, El animal social, que
todos queremos "estar en lo cierto". Deseo legítimo, y que nos lleva
a poner confianza en lo que los demás nos dicen y nos aconsejan
con autoridad y buena voluntad. Pero, afirma también,
frecuentemente hay fuerzas que actúan contra esta conducta tan
racional. El hombre no es solamente un animal racional, sino que es
también, especialmente en situaciones de inseguridad, un animal
racionalizador. El hombre necesita estar en lo cierto; pero, si esto
no es posible del todo, se conforma al menos con "creer que está
en lo cierto". En algunos casos le basta para ir tirando.
Esta verdad nuclear es la que Leon Festinger —el psicólogo más citado
en Psicología Social en los últimos veinte años 11— llamó teoría de
la disonancia-congnoscitiva. Una teoría simple con importantes
consecuencias: cuando una persona mantiene simultáneamente
dos creencias (o actitudes u opiniones; dos cogniciones, en suma)
que son entre sí incompatibles, experimenta una tensión
displacentera que le impulsa a "hacer algo" por salir de esa
situación. Es decir, le impulsa a disminuir la disonancia.
Hay un ejemplo clásico que puede aclarar lo que es disonancia y los
mecanismos que desencadena. Si mi amigo me dice un día que ya
no cree en Dios, que la Iglesia Católica es un montaje absurdo, y
me da multitud de datos que apoyan esta sorprendente postura en
alguien hasta ahora creyente comprometido, yo entraré en
disonancia. Por una parte, él es bueno y es mi amigo. Por otra, su
mundo de convicciones ha dejado de ser el mío, y eso le sitúa de
algún modo en el campo enemigo. ¿Qué puedo hacer yo para
seguir viviendo sin aparecer ante mí mismo como absurdo, si soy
amigo y enemigo a la vez de alguien a quien estimo? Puedo romper
con mi amigo. Probablemente será doloroso, pero "hay cosas que
más vale solucionar de una vez por todas". Puedo negar el hecho:
"Está pasando una crisis", "yo mismo he pensado tantas veces que
perdía la fe..." "Su vida moral, su honestidad, dicen más claro que
sus palabras que sigue siendo un creyente, aunque quizá ni él
mismo lo sepa". Puedo, naturalmente, recurrir a una racionalización
que ponga en juego valores distintos: "Ahora me doy cuenta de lo
que quiere decir ser tolerante". "La amistad está por encima de
todo, y para mi su libertad es más valiosa que el hecho de que
pensemos y sintamos igual". Una última salida posible seria
renunciar yo mismo a la fe. De nuevo seríamos amigos como
siempre, de los que comparten ideas e ideales.
Con todo esto queremos decir algo bastante simple: Vivimos en un
mundo constantemente cuestionados en cambio. Cada noticia, cada
dato de los infinitos que nos llegan, puede poner en peligro
nuestros mundos de creencias y producir en nosotros el fenómeno
de la disonancia.
Quizá no sólo puede, sino que, de hecho, siempre y constantemente, si
estamos abiertos a la vida, sufrimos el dolor de la disonancia. Los
líderes en los que confiamos se nos muestran como inmorales; las
verdades que creemos contienen matices contradictorios; y, para
colmo, nosotros mismos, con demasiada frecuencia, nos percibimos
haciendo cosas bien disonantes con nuestras más defendidas
convicciones. A menudo pensando lo que no sentimos, sintiendo lo
que no hacemos y diciendo lo que ni pensamos ni hacemos ni
sentimos.
Ello nos empuja constantemente a reducir la disonancia para seguir
viviendo sin sensación de absurdo. El problema es que esta
delicada operación puede hacerse de maneras muy poco sanas.
Podemos intentar una somera enumeración.
Entre las formas menos sanas estarían las siguientes:
a) Recordar de forma selectiva. Jones y Kohler 12 notaron ya en sus
grupos la capacidad sospechosa de recordar los argumentos más
sensatos y racionales que apoyaban las creencias propias, y
también los argumentos más insensatos e irracionales que se
aducían en favor de las contrarias. Ya entonces comenzaron a
hablar de memoria selectiva de argumentos. La disonancia
disminuye, se restaura la tranquilidad (¿véis hasta qué punto lo
nuestro es sensato, obvio, y lo suyo absurdo?). No hay ninguna
necesidad de escuchar lo que nada va a aportar y que, por otra
parte, podría ser incómodamente cuestionante.
b) Subrayar el carácter irrevocable de nuestros compromisos. Es una
constatación, ya también antigua, que las personas que toman una
decisión tienden a estar más seguras de haber procedido
correctamente después de que todo ya está hecho y es irrevocable
13. Una forma poco sana de lograr seguridad es cegarse a toda
razón incompatible con decisiones ya tomadas "porque ya está
hecho, y no hay remedio".
c) Buscar una razón incuestionable para nuestra forma de pensar o de
obrar, que evite tener que indagar más en otras razones más
matizadas. En realidad, la sensación de disonancia solamente
amenaza a nuestras vidas con la sombra de la inseguridad y el
absurdo, cuando no tenemos buenas razones que aducir ante el
choque de parcelas de nuestro ser que parecen contradictorias. Es
fácil salir del conflicto con un "a mi me pagan por hacer esto", "es lo
que me han dicho; yo solamente obedezco". Aunque aquello por lo
que me pagan, o aquello por lo que obedezco, sea apalear
manifestantes o trabajar desde un gabinete de imagen para
promocionar rostros seductores de políticos corruptos.
Entre las formas más sanas podríamos citar algunas como éstas:
a ) Fomentar un concepto de uno mismo realista, positivo, y cálido. Ya
sabemos que la gran disonancia viene de una necesidad profunda
de no sentirse absurdo, de evitar que nuestro yo se vea amenazado
por la contradicción y la sinrazón. Aronson probó ya con muchos
datos experimentales cómo las personas que se aman y respetan a
si mismas entran menos en situaciones de disonancia, y cuando
una situación así les sobreviene la superan de forma más realista y
con menos engaño para si mismas 14.
b) Creer, hacer las cosas, por hondas y meditadas razones, abiertas a
la modificación con ulterior pensamiento y meditación. Lo que
equivale a alabar como sano un cierto grado de provisionalidad.
c) Disposición al cambio. En realidad, el único camino de salida
constructivo para situaciones en que mis creencias entran en
disonancia es superar el miedo a cambiar de perspectiva,
adoptando puntos de vista hasta ahora, quizá, ajenos. Un psicólogo
humanista diría que solamente aprendiendo a "escuchar con
empatía" y, por tanto, corriendo el riesgo de cuestionar nuestras
propias motivaciones y convicciones, podremos caer en la cuenta
de nuestras propias defensas y dar pasos en la solución de
nuestros conflictos.
3. Las inseguridades y el grupo
GRUPO/SEGURIDAD: Pertenecer a un grupo es fuente de muchas
satisfacciones para todos los miembros que de él forman parte. Eso
es precisamente lo que mantiene su pertenencia: las satisfacciones
que obtienen superan a los costos que esa pertenencia les origina.
Que nadie se asombre si el poder sentirse miembro de un grupo le
cuesta graves sometimientos y poco comprensibles renuncias. Todo
tiene su precio.
Pues bien, de las muchas satisfacciones que un grupo proporciona, la
mayor es que infunde seguridad. Un hombre no tiene cómo tomarse
las medidas de su propio valer ni de su propio ser. Solamente para
caer en la cuenta de sus atributos más físicos le basta el entorno
material que le rodea. Mirando a su alrededor puede saber si es
alto o bajo, porque puede alcanzar eso que está sobre el armario
de la cocina. Para conocer si es sabio o necio, si es bueno o malo y,
sobre todo, si está o no en lo cierto, necesita la comparación con un
grupo de semejantes 15. Es cruel la historia de John-Stuart Mill, el
filósofo, educado en tal aislamiento de otros niños por un padre
absorbente hasta la exageración, que llegó a ignorar la precocidad
y la enorme capacidad de su talento privilegiado. La falta de grupo
creó en él, sin duda, y al menos en cierta edad, una difusión
dolorosa de la propia identidad.
La gran gratificación que proporciona un grupo es, efectivamente, la de
aumentar en nosotros en algunos grados el sentimiento de certeza.
Es el gran aval de nuestra personal cosmovisión. Un grupo es
placentero porque acerca a un consenso sobre lo bueno y lo malo,
sobre lo que está bien y lo que está mal, sobre lo que es acertado o
desacertado. Esto explica algo importante: la amenaza que supone
para muchos grupos el personaje del desviado.
GRUPO/DESVIADOS: El desviado es aquel que, perteneciendo al
grupo, se desliga internamente de él en algún aspecto. Desobedece
las normas y las pone en cuestión. Unas veces recibirá el nombre
de "independiente", otras el de "oveja negra" o, quizá,
sencillamente, de "personaje original que tiene sus cosas". Pero, de
hecho, tras de estos nombres se esconde la misma realidad:
alguien que pone en cuestión el sentido de la realidad del grupo,
que produce dudas y sensación de incertidumbre y que puede
llegar incluso a teñir con los colores de la duda los valores
inamovibles.
Traemos aquí al desviado como personaje clave, porque su presencia y
el trato que recibe pueden servir de medida de las "seguridades"
que el grupo busca (seguramente porque carece de ellas).
Aquellos grupos que poseen una identidad no defensiva, que les nace
de su propia historia y de una estructura de creencias sanamente
poseída en paz, son más benevolentes con el desviado. Ello no
basta para que toleren sin más su atípica pertenencia al grupo.
Pero, si acaso son intolerantes con él, es porque les parece mejor
para el sujeto mismo y para su desarrollo personal, no por falsos
temores a que con su manera de comportarse destruya una
realidad grupal bien consolidada.
Los grupos defensivos no pueden permitirse tanta amplitud. Cualquier
desviación de la norma común (¡tan clara!) puede hacerles entrar
en pánico. Y el pánico engendra casi siempre crispaciones
condenatorias que tratan de restaurar el orden, y, con él, la vieja y
amenazada seguridad.
4. Es imposible vivir dentro de la pura seguridad
MADUREZ/RIESGO: Al comienzo de estas páginas
decíamos que son muchas las zonas de su vida en las que el
hombre siente inseguridad. Incluso llegábamos a citar la frase
existencialista que imagina al hombre en constante carrera de huida
ante la inseguridad del absurdo. Luego hemos ido mostrando cómo
hace intentos por paliar o suprimir su inseguridad.
Y, en verdad, un marco de seguridad es necesario. Todos los que
hemos podido ver las famosas películas de los pequeños monitos
Harlow, neuróticos y empavorecidos cuando habían carecido de una
fuente materna de seguridad, tenemos evidencias experimentales
de que ello es así. Pero también es verdad que una persona que
haya polarizado toda su vida alrededor de la necesidad de proteger
su yo nunca va a crecer. (Y lo que afirmamos de una persona
singular sirve igual para el sistema humano complejo que es un
grupo).
Para crecer es necesario vivir el riesgo, aunque sea el riesgo del error,
que impulsa a ensayar, a tantear, y, a veces, a saltar en el vacío.
Aronson, al que tantas veces hemos citado ya, hablando de las
situaciones de disonancia afirma algo importante 16: si un individuo
está siempre intentando reducir la disonancia, nunca admitirá sus
errores. Al contrario, los esconderá bajo la alfombra o, peor aún, los
transformará en virtudes. Esto le irá sumergiendo en un mar de
autojustificaciones y autoapoyos que crearán alrededor suyo una
tupida red de inautenticidad.
No es fácil responder a la pregunta, a veces dirigida al psicólogo, de si
se puede aprender a ser más tolerante con la ambigüedad. Lo que
si es claro es que un grado de esta rara forma de tolerancia es
dolorosamente necesario. Necesitamos saber mantenernos en
algunas obscuridades, a la espera de la verdad que no llega.
Necesitamos saber soportar las ambiguas discusiones inacabables,
a la espera del consenso (¡cuando tan fácil es decidir de una vez
por métodos más autoritarios y eficaces!). Necesitamos sentarnos
en el duro banco de la escucha, dejando abiertos todavía nuestros
sistemas de creencias a la recepción de aportaciones más insólitas,
aunque ya nos duela la urgencia del descanso que proporciona la
clausura final.
CONCRETANDO:
1. Es importante que comprendamos nuestra fuerte tendencia a
defendernos más allá de lo necesario. Que conozcamos nuestras
tendencias a imponer dentro de nosotros mismos demasiado orden,
consonancia y seguridad.
2. Es importante adquirir el convencimiento de que ser inconsecuentes,
o inmorales incluso, por una vez, no nos destruye para siempre ni
nos convierte en seres absolutamente despreciables.
3. Es importante desarrollar suficiente fuerza en nuestro yo como para
tolerarnos errores, incertidumbres y temor.
4. Es importante vivir la experiencia de que, con frecuencia, el progreso
personal y grupal viene del conflicto, más que de la paz total.
[Todas éstas son, con toda probabilidad, triviales simplificaciones.
Reducir a recomendaciones de botica es siempre peligroso. Pero
¿no vamos a permitirnos aquí, sin que sirva de precedente, el
riesgo de cometer una estupidez?].
Luis
López-Yarto-Elizalde
SAL-TERRAE/91/01
...................
1. LERNER, M. J., "Evaluation of Performance as a Function of Performer's Reward
and Attractiveness", Journal of Personal and Social Psychology (1965/1),
355361.
2. HOFFER, E., The true believer, N. Y. 1951, pág. 32.
3. ibid., pág. 38.
4. Ibid., pág. 44.
5. Ibid., pág. 45.
6 Ibid., pág. 54.
7 SMITH, M. B., BRUNNER, J. S. y WHITE, R. W., Opinion and Personality, N. Y.
1956, pág. 67.
8. ROKEACH, M., The Open and Closed Mind, N. Y. 1960, pág. 68.
9. GEORGE, J. K., The Motivation of Closed Minded People, Ohio St. Unív. 1974,
pág. 87.
10. ARONSON, E., El Animal social, Madrid 1982, pág. 100.
11. Cfr. "Who's Who in Social Psychology", Personal and Social Psychology Bulletin
(1978), 242-246.
El libro inicial de Festinger, La teoría de la Disonancia cognoscitiva (CEC Madrid
1975), ya clásico, sigue vigente aún.
12. JONES, E. y KOEHLER R., "The Effects of Plausability on the Learning of
Controversial Statements": Tours. of Abn. and Soc. Psychology 57 tl958),
315-320.
13. KNOX, R. e INKSTER, J., "Postdecision Dissonance at Post-Time": Journal of
Personal and Social Psychology (1968/8), 319-323.
14. ARONSON, E. y METTEE, D., "Dishonest Behavior as Function of Different Levels
of Self-esteem", Journal of Personal and Social Psychology 1968.
15. FESTINGER, L., "A Theory of Comparison Pr ocesses": Human relations 7,
117-140.
16. ARONSON. E. El animal social. Madrid 1982 248.