LA MUJER EN EL CRISTIANISMO PRIMITIVO


I. Hermenéutica feminista y cristianismo primitivo
El tema de estas páginas requiere unas explicaciones previas que muestren su seriedad y lo 
planteen con rigor. Porque mucho me temo que suscite una sonrisa, entre condescendiente y 
escéptica, de quien piense que se trata de otra moda; o que alguien espere la apologética 
obligada del teólogo ante las críticas que buena parte del feminismo dirigen al cristianismo, 
como legitimador ideológico y moral de la opresión que la mujer sufre en nuestra sociedad. 

1. En buena medida el feminismo está introduciendo un nuevo paradigma científico y, por 
lo que afecta a nuestro tema, puede hablarse de una hermenéutica feminista de la historia 
cristiana y de los textos bíblicos. No es una afirmación exagerada. En la actualidad hay una 
enorme proliferación de estudios sobre la mujer procedentes de todas las ciencias humanas y 
sociales. También se producen muchos trabajos teológicos y exegéticos, sobre 
todo en Centroeuropa y Estados Unidos, con frecuencia de auténtico nivel científico, y 
expresiones tales como "teología feminista" y "hermenéutica feminista" están alcanzando 
reconocimiento incluso académico.

Una hermenéutica feminista es la que plantea a los textos y a la historia las preguntas 
por la condición de la mujer, por su papel, por sus movimientos de liberación y por sus 
sufrimientos. Nos alerta ante dimensiones de la realidad ocultas y ocultadas. Una 
hermenéutica feminista no es una empresa meramente teórica —para conocer mejor la 
historia real de las mujeres—, sino esencialmente práctica, porque está movida por la 
voluntad emancipadora en el presente. 

Lo que está en juego no es sólo recuperar la historia de las mujeres sino recuperar el 
cristianismo primitivo en su conjunto. Lo que se ventila siempre en la emancipación de la 
mujer es la causa de la integridad de la humanidad. Pienso que el estudio del papel de la 
mujer ofrece una perspectiva particularmente rica para conocer la naturaleza y evolución de 
todo el cristianismo primitivo. 

Y esto debe interesar no sólo a los que se acercan al fenómeno cristiano como 
creyentes, sino también a los grupos feministas como tales. No deben éstos renunciar a la 
importante historia de las mujeres, que se encuentra en las comunidades cristianas de los 
ss. I-III. Sería un error por su parte aceptar la visión del cristianismo proporcionada por la 
mentalidad patriarcal y no recuperar las posibilidades liberadoras de tan influyente 
fenómeno social. 

2. Pero este propósito encuentra una primera y grave dificultad. Las fuentes a nuestro 
alcance —fundamentalmente los textos escritos— transmiten una visión androcéntrica de la 
historia. Es una historia hecha por varones desde su propio punto de vista, y que 
consideran con toda naturalidad que el varón es el prototipo de la humanidad y la mujer es 
"lo otro", lo que se define por relación al hombre. Como dice ·Simone-de-Beauvoir, "el 
hombre se piensa sin la mujer, pero la mujer no se piensa sin el hombre... Ella se determina 
y se diferencia por relación al hombre y no éste por su relación a ella. La mujer es lo 
inesencial ante lo esencial. Él es el sujeto, él es el absoluto; ella es lo otro". 

Es curioso que esta relación entre los sexos se refleja en el calendario eclesiástico, que 
define a los santos varones por su función propia (obispo, pastor, confesor, mártir...); pero, 
en cambio, a las mujeres las define con frecuencia, por su relación al sexo y al hombre 
(virgen, viuda); es decir, define la relación de la mujer con Dios por su relación sexual con 
el hombre y a través de las estructuras patriarcales de la familia y de la iglesia. 

Dice Gustavo Gutiérrez que "la historia humana ha sido escrita por una mano blanca, por 
una mano de varón, por la clase social dominante. La perspectiva de las víctimas de la 
historia es diferente. Se han hecho intentos para borrar de su memoria el recuerdo de sus 
luchas. Esto sería privarles de una fuente de energía, de una voluntad histórica de 
rebelión".

El hacer la historia de las mujeres es ir a contrapelo de la historia oficial. La falta de 
fuentes sobre las mujeres es parte de la historia de las mujeres. Se requiere una 
"hermenéutica de la sospecha" que descubra la cara oculta de la historia, la historia escrita 
por mano negra, por mano de mujer, por las clases dominadas, la historia de las víctimas 
Mary Daly dice que las mujeres tienen "prehistoria", con lo que da a entender la 
diferencia entre la historia de los hombres y la de las mujeres. El estudio de los períodos 
prehistóricos es difícil, porque conocemos menos cosas que de los períodos de los que se 
conservan recuerdos escritos. Por eso, hacer la historia de las mujeres requiere unos 
métodos diferentes. Hay que fijarnos en indicios humildes, medio enterrados, que nos 
ponen en la pista del papel de las mujeres y que son como un iceberg que señala toda su 
historia escondida. 

Si las mujeres, la mitad del género humano, están ausentes de unas fuentes, podemos 
pensar que no nos proporcionan una pintura adecuada de la historia humana. La 
hermenéutica feminista es una hermenéutica crítica y de la sospecha. 

3. Pero ¿una hermenéutica feminista no será poco objetiva? 
Esta objeción surge mientras se acepta tranquilamente, como 
la objetiva, la visión de la historia hecha por los varones y desde su punto de vista. Son, 
quizá, estos presupuestos los que le traicionan al evangelista cuando dice que está 
hablando de hombres, "sin contar a las mujeres y a los niños" (Mt 14,21; 15,38). 

En realidad, la historia no es nunca neutra. Bultmann nos ha enseñado que es imposible 
la comprensión de un fenómeno si no partimos de una cierta precomprensión de él. En la 
percepción histórica siempre interviene la subjetividad humana y jamás es mero reflejo de 
hechos brutos. Toda labor historiográfica es una selección de datos del pasado realizada 
desde el horizonte del presente y con unos intereses determinados. 

El historiador, al seleccionar unos datos, los que le parecen relevantes les está 
adscribiendo significado histórico de acuerdo con el modelo teorético que ordena su 
información. 

J. Blank ha observado acertadamente que en los estudios sobre el cristianismo primitivo 
son palpables las preocupaciones actuales de los investigadores. Dice: "El interés para 
legitimar y también para criticar y reformar el cristianismo contemporáneo en todas sus 
formas y expresiones es probablemente un motivo esencial, incluso el más fundamental 
para el estudio de la historia del cristianismo primitivo". 

El conocimiento histórico, como reconstrucción del pasado, es inseparable de la 
anticipación del futuro. La visión del futuro que se posee alerta y sensibiliza para descubrir 
dimensiones del pasado; y las posibilidades del pasado que no prosperaron invitan a crear 
caminos nuevos en el futuro. 

La hermenéutica feminista se interesa por recuperar el pasado de las mujeres, ignorado 
por la historia hegemónica, con el deseo de enriquecer las posibilidades de las mujeres en 
el presente y en el futuro. Los actuales estudios feministas están cuestionando la 
objetividad y pretendida neutralidad de muchos de los esquemas intelectuales vigentes. 
Una hermenéutica feminista es una hermenéutica liberadora, porque está movida por el 
interés emancipador de la mitad del género humano. Y —como la teología de la liberación 
procedente del tercer mundo— reclama las ventajas gnoseológicas y la mayor coherencia 
evangélica de su peculiar punto de vista. 

4. Que la exégesis habitual es normalmente androcéntrica se pone de manifiesto en 
muchas ocasiones por la forma como se suelen interpretar, por autores muy acreditados, 
afirmaciones sobre las mujeres que aparecen en el NT. Se podría presentar una auténtica 
colección de perlas cultivadas, pero prefiero no alargar más esta primera parte y reservar 
algunos ejemplos para cuando, a lo largo de la exposición, nos encontremos con los textos 
concretos. 

Con todo, el problema radical no es que se den interpretaciones actuales androcéntricas 
de los textos, sino que los mismos textos del NT, en buena medida, son ya producto de una 
mentalidad y de una redacción androcéntrica. 

El que un texto sea canónico y que se le considere inspirado no 
elimina el que sea un producto humano y, como tal, condicionado histórica y culturalmente. 
Responde a la naturaleza específica de la revelación cristiana, que se da en la historia y a 
través de la historia. La hermenéutica feminista plantea un cuestionamiento muy radical, 
porque desvela condicionamientos culturales y antropológicos tan profundos que 
resultaban invisibles.

Pero hay que decir más. La misma delimitación del canon, el reconocimiento de unos 
libros como oficiales e inspirados, fue una operación condicionada por una mentalidad 
androcéntrica. Espero que esta afirmación se entienda mejor a lo largo de mi trabajo. 
Quiero decir que la canonización de los libros del NT fue realizada por la iglesia cuando se 
estaba consolidando su proceso de institucionalización, y se marginaron escritos 
provenientes de grupos en los que el protagonismo de las mujeres era mayor y que 
reflejaban este protagonismo. 

"El proceso de canonización del NT se hizo en medio de fuertes polémicas sobre el 
papel de la mujer en la iglesia. El canon refleja un proceso patriarcal de selección y ha 
funcionado para excluir a las mujeres del liderazgo eclesial". La vida eclesial de los ss. II y III 
está recorrida por fuertes polémicas, en las que se muestran muy activos grupos con un 
gran protagonismo de las mujeres. "Debemos a estas polémicas el que hayan sobrevivido 
unos pocos trocitos de informaciones históricas —aunque sean transmitidas en medio de 
prejuicios y discusiones— sobre el liderazgo de mujeres en varios grupos del cristianismo 
primitivo. 

Los grupos subalternos suelen estar presentes en literaturas marginadas más que en la 
hegemónica y oficializada. Por eso una hermenéutica feminista no puede limitarse al canon 
del NT, sino que tiene que considerar la literatura proveniente de los grupos cristianos 
marginados, una literatura que se conoce poco, porque precisamente por ser marginal tuvo 
siempre dificultades para editarse y difundirse. 

"El estudio histórico de las mujeres no puede limitarse al cuerpo de literatura canonizado 
por hombres o elevado al nivel de normatividad por hombres. Esto significa que quienes 
deseen estudiar la historia de las mujeres en el cristianismo primitivo no pueden limitarse al 
canon del NT y no pueden excluir a las iglesias cristianas primitivas consideradas heréticas 
por otras ramas del cristianismo primitivo". Asimismo no hay que confundir lo que piensan 
sobre las mujeres los varones que han redactado los textos (1) y el papel efectivo que las 
mujeres desempeñaron. 

Bultmann habló de la desmitologización del NT, entendida como la interpretación 
actualizada y aceptable para una mentalidad racional y científica del lenguaje mítico de la 
biblia. Hoy hay que hablar de una interpretación despatriarcalizadora, que recupere el 
genuino mensaje bíblico más allá de sus condicionamientos patriarcales. "Si estamos hoy al 
final de la cultura patriarcal, entonces es razonable que se planteen críticamente cosas que 
hasta ahora parecían evidentes e indiscutibles" 

II. La mujer en el movimiento de Jesús 
¿Cómo se ha llegado a la patriarcalización de las estructuras eclesiales y a la 
legitimación cristiana de la sociedad patriarcal? ¿Es un proceso necesario e irreversible? 
¿Se realizó sin tensiones? ¿No hay otros modelos y otras posibilidades en la primitiva 
tradición cristiana? 

1. ¿Cuál era la situación de la mujer en el movimiento de Jesús? Es necesariamente el 
primer paso de nuestro recorrido histórico. 

Hay que notar que me pregunto por el movimiento de Jesús y no por el Jesús histórico. 
Es un planteamiento más correcto del asunto, que no puedo justificar ahora en toda su 
extensión. Es mucho más difícil e hipotético conseguir la precisión histórica sobre una 
personalidad concreta, que no describir sociológicamente un movimiento social. 

Ciertamente, son mucho más precisables los rasgos genéricos del comportamiento de un 
grupo social, que no las palabras concretas de una personalidad del pasado. Más aún, será 
el comportamiento del grupo lo que más nos pueda enseñar sobre la persona que está en 
su origen. Metodológicamente es éste el camino más adecuado, cuando se conocen las 
enormes disparidades y el escepticismo final a que llegó la ingente investigación sobre el 
Jesús histórico del s. XIX y primera parte del XX. 

Por movimiento de Jesús entendemos al grupo formado por Jesús y sus discípulos en Palestina antes de su muerte y que continúa hasta la destrucción de Jerusalén del año 70. 
Desde un punto de vista sociológico, el movimiento de Jesús es un movimiento de 
renovación intrajudío, contracultural, que cuestiona las dos instituciones sociales y 
religiosas centrales, la Ley y el templo. Ahora bien, el movimiento de Jesús, a diferencia de 
otros fenómenos similares contemporáneos —p. ej., los esenios del Qumrán— no es de 
carácter exclusivo, sino inclusivo. Es decir, no se restringe a una élite de puros, que se 
margina de los demás, sino que convoca a todos, de manera especial a los excluidos por el 
sistema vigente de la Ley y del templo. Los que veían confirmada religiosamente su 
discriminación social —es decir, "los pecadores", los publicanos, los niños, "los leprosos", 
los pobres, las mujeres— encuentran acogida y se reconocen en el movimiento de Jesús. 
Así se explica el papel central desempeñado por las mujeres en el movimiento de Jesús. 
La misma disposición material del templo reflejaba un sistema religioso discriminatorio. 
Había un patio al que podían acceder los paganos, pero no podían ir más allá. En otro atrio 
se permitía la entrada a las mujeres judías, que, sin embargo, no tenían acceso al recinto 
de los varones. Podríamos hablar aún de la separación entre laicos y sacerdotes e, incluso, 
de la existente entre Dios —en su Santo de los Santos— y el pueblo en general. Con una 
terminología moderna se diría que el sistema religioso del templo era racista (separación 
judíos-paganos), sexista (hombres-mujeres) y clasista (clero-laicos). 

También es evidente la marginación de la mujer en la Ley: en principio, el divorcio es 
una prerrogativa del hombre, la circuncisión, señal de pertenencia al pueblo judío, es un rito 
absolutamente machista e imposible para las mujeres; las normas de pureza legal 
controlaban la vida de las mujeres más que la de los hombres y determinaban 
restrictivamente su acceso a Dios. 
En el movimiento de Jesús se resitúa a Dios, caen las discriminaciones, se abre el 
acceso a Dios a todos los miembros del pueblo, y especialmente a aquellos que, a causa 
de su situación, tenían menos posibilidades de experimentar a Dios en el templo y en la 
Ley. 
La participación de las mujeres en el movimiento de Jesús no se puede reducir al eco 
que encuentra entre los pobres. La superación de las estructuras patriarcales está presente 
en el anuncio del reino de Dios y, por eso, la mujer se siente interpelada en cuanto mujer. 
El Dios de Jesús restituye su dignidad a las mujeres, igual que a los hombres. A esta luz 
hay que entender la prohibición absoluta del divorcio. La misma pregunta —"¿Puede el 
marido repudiar a su mujer?"— muestra ya la ventaja del hombre. La ley antigua permitía el 
divorcio "por la dureza de vuestro corazón", por lo arraigado de vuestra mentalidad 
patriarcal. Pero para Jesús las cosas tienen que ser de otra manera. "Dios los hizo varón y 
hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola 
carne. Lo que Dios unió, no lo separe el hombre". La intención última de las palabras de 
Jesús no es establecer una ley ni, menos, una casuística, sino denunciar una ley injusta, 
que discriminaba a la mujer, y promover la relación entre personas iguales. De ahí que la 
falta del hombre que abandona a su mujer y se une con otra no consista en la ofensa 
contra el propietario de la que ha tomado, sino en la injusticia contra la que ha abandonado, 
que no es un mero objeto de posesión, sino un sujeto personal, con quien se establecen 
relaciones recíprocas (/Mc/10/11; Mt 19,9 y /Mt/05/32; /Lc/16/18). Así se explica la reacción 
absolutamente machista de los discípulos ante estas palabras tan nuevas de Jesús: "Si tal 
es la condición del hombre respecto de la mujer, no trae cuenta casarse" (Mt 19,10). 
La reciprocidad total de las relaciones entre el hombre y la mujer, basada en la igualdad 
de su condición personal y ante Dios, es una novedad que Jesús introduce y que estaba 
llamada a tener hondas repercusiones históricas. 

2. J/MUJER: Una consideración, que podríamos llamar de mínimos según los más 
exigentes criterios de crítica histórica y, por eso, de mucho valor: los evangelios están 
escritos en un momento en que el proceso de patriarcalización está decididamente en 
marcha en la iglesia; pero, sin embargo, jamás se atribuye a Jesús nada que pueda resultar 
lesivo o marginador de la mujer. La iglesia no puede basarse en Jesús para justificar sus 
comportamientos patriarcales y recurre a la Torah o a pasajes del AT (Gén 2,3), lo que es 
notable porque normalmente intentaba justificar sus comportamientos recurriendo a 
sentencias de Jesús. 
"Es un contraste instructivo que Jesús nunca pinta a la mujer como algo malo, ni en 
ninguna parábola se la ve con luz negativa, ni se advierte nunca a sus discípulos de la 
tentación que pueda suponerles una mujer. Dicho brevemente, Jesús se diferencia de sus 
colegas judíos y de la mayoría de los maestros religiosos de antes y de después de él, 
tanto orientales como occidentales. Y actuando así, Jesús ignora incluso afirmaciones 
despectivas para la mujer, que se encuentran en las propias Escrituras, como /Si/07/25-30, 
/Sb/19/02; /Sb/22/03 y /Sb/42/14". 

3. El anuncio del reino de Dios rompe las estructuras patriarcales e implica una forma 
nueva de valorar a la mujer, que no la restringe a la maternidad y a las tareas del hogar. 
Le dicen a Jesús: "Tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan". Él les responde: 
"¿Quién es mi madre y mis hermanos?... Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi 
hermano y hermana y madre" (Mc 3,31-35 Mt 12,36-50; Lc 8,19-21). Es notable que prevea 
no sólo la vinculación de los hombres como hermanos, sino la de las mujeres como 
hermanas, lo que no venía exigido por la afirmación de los circunstantes. El movimiento de 
Jesús crea unas vinculaciones alternativas a las vigentes una fratria de iguales en que las 
mujeres tienen las mismas posibilidades que los hombres. 
Se confirma por otro pasaje: "Jesús respondió: Yo os aseguro: nadie que haya dejado 
casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mi y por el evangelio 
quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, 
madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el tiempo venidero, vida eterna" (Mc 
10,29-30). Los discípulos de Jesús rompen sus vinculaciones anteriores (2) y encuentran 
en la comunidad cristiana una nueva familia, en la cual, sin embargo, no se menciona la 
existencia del padre. La comunidad de Jesús no reproduce las relaciones patriarcales 
vigentes, sino que es una alternativa fraterna ante ellas. 
El fundamento último radica en que la aceptación de Dios como el único Padre es la 
subversión critica de todas las estructuras de dominación, incluidas las patriarcales: 
"...vosotros sois todos hermanos. No llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, porque uno 
solo es vuestro Padre... El mayor entre vosotros sea vuestro servidor. Pues el que se 
ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado" (Mt 23,8-12). El "padre" Dios de 
Jesús hace posible la fraternidad o, quizá mejor, la hermandad negando el derecho a la 
existencia a todo otro "padre" y a todo patriarcado. Ni los "hermanos" ni las "hermanas" 
pueden reclamar la "autoridad del padre" en la comunidad cristiana, porque significaría 
reivindicar un poder que sólo a Dios pertenece. 
Y esto, lejos de ser periférico o marginal, pertenece a lo más especifico del proyecto de 
Jesús. El reino de Dios invierte los valores y las estructuras hegemónicas en el mundo. Las 
palabras de Jesús al respecto son tan importantes que se han transmitido bajo siete formas 
diferentes en la tradición sinóptica (Mc 10,42-45; Mt 20,26-27; Lc 22,24-27; Mc 9 35-37; Mt 
18,1-4; Lc 9,48; Mt 23,8-11). Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones las 
gobiernan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de 
ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros será 
vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será esclavo de todos" (Mc 
10,42~4). 
Por eso en el movimiento de Jesús —movimiento contracultural y alternativa radical— se 
reconocían los pobres, los marginados de varias clases, y entre ellos las mujeres. 
Encontraban allí esperanza y acogida. 

4. En efecto, la participación y el protagonismo de la mujer en el movimiento de Jesús 
fue notable, aunque para detectarle tengamos que rastrear los indicios textuales que se han 
salvado de la censura patriarcal de la iglesia posterior. He aquí dos datos de interés, 
aunque no son los más decisivos. 

a) Cuando los textos hablan genéricamente de "los discípulos" o de la gente que sigue a 
Jesús, hay que incluir, al menos en muchos casos, a mujeres. Es un reflejo androcéntrico 
pensar sólo en varones. De hecho, en varias ocasiones surge de entre la gente el gesto o 
la palabra de unas mujeres (Mc 5,25-34; Lc 11,27), cuya presencia —como la de otras 
muchas— se presupone como algo obvio. 

b) Lucas informa que en un momento determinado Jesús designó "a otros setenta y dos 
discípulos y los envió de dos en dos delante de si" (10,1). ¿Por qué pensar que todos estos 
discípulos eran varones? Nos traicionaría, otra vez, el presupuesto androcéntrico de 
nuestra cultura. Parece lógico que entre estos setenta y dos discípulos hubiera mujeres e, 
incluso, matrimonios. ¿No conocemos con certeza la existencia de parejas de esposos, 
ambos activos misioneros, en las primeras iglesias de Asia Menor y Roma? Recordemos a 
Priscila y Aquila, a Andrónico y Junia (Rm 16,7) o lo que Pablo dice de los apóstoles, los 
hermanos del Señor y Cefas, que iban acompañados de una mujer creyente —su mujer— 
durante sus itinerarios apostólicos (1 Cor 9,5). 

5. Pero el testimonio decisivo sobre el seguimiento de Jesús por parte de un grupo de 
mujeres lo encontramos en los textos de la muerte de Jesús y de los acontecimientos 
pascuales. Aquí hay un recuerdo tan importante e insólito, que no ha podido ser borrado. 
Los evangelios coinciden en decir que a los pies de la cruz de Jesús se encuentra un 
grupo de mujeres, mientras que los varones se han escapado. Y los sinópticos afirman "que 
eran muchas y que le hablan seguido desde Galilea" (Mc 15,40; Mt 27,55; Lc 23,49). Son 
discípulas, porque "seguir" a Jesús (akolouthein) es el comportamiento típico de los 
discípulos. Estas mujeres han roto con su situación anterior, se han entregado a la causa 
del reino de Dios y llevan la vida itinerante y desinstalada del grupo de Jesús. Lucas nos lo 
dice explícitamente en un momento del ministerio de Jesús y nos da el nombre de varias de 
estas mujeres, entre las cuales sobresale María Magdalena (8,1-3). 
Un gran estudioso de los evangelios, muy conocido y acreditado en el mundo exegético, 
Schürmann, dice las siguientes palabras: "Que Jesús admitiese mujeres en su seguimiento, 
es ciertamente un comportamiento muy escandaloso en el contexto palestino, que debía dar 
un estimulo inicial para la situación social y religiosa de la mujer en la iglesia y fuera de 
ella... Con su comportamiento sin prejuicios Jesús libera fundamentalmente a la mujer para 
una consideración social... Las mujeres están presentes con toda naturalidad en las 
reuniones de los discípulos de Jesús; tienen en la vida de la comunidad tareas 
importantes". 
Son un grupo de mujeres los testigos de la muerte de Jesús y de su sepultura ("se 
fijaban dónde era puesto": Mc 15,47, Mt 27,61; Lc 23,55); son ellas también quienes 
primero descubren la tumba vacía y reciben el anuncio pascual (Mc 16,1-8; Mt 28,1-8; Lc 
24,1-8); e incluso, en los evangelios de Mateo y Juan, el Resucitado se aparece en primer 
lugar a estas mujeres. Y hay que notar que son precisamente estos hechos —la muerte de 
Jesús, la sepultura, la resurrección y su aparición— los que se confiesan en el credo 
cristiano más primitivo (ICor 15,3-S). De ellos son testigos un grupo de mujeres. 
Este protagonismo de las mujeres es imposible que haya sido inventado y responde a 
los requisitos de los más exigentes criterios de crítica histórica. En primer lugar, al criterio 
de atestación múltiple, pues, como hemos visto, se transmite en todas las fuentes 
evangélicas. Y, en segundo lugar, al criterio de discontinuidad, porque este protagonismo 
de la mujer choca con la mentalidad judía, para la cual el testimonio de la mujer no tenía 
valor jurídico alguno pero tampoco se explica como proyección de la iglesia posterior, que 
tiende a reducir su papel en beneficio del de los apóstoles varones. 
Hay ciertas fluctuaciones en los nombres de las mujeres en las diversas listas de los 
evangelios, pero siempre se menciona a María Magdalena. Ella es testigo de la muerte de 
Jesús y de su sepultura, la que descubre la tumba vacía y recibe el anuncio pascual, la que 
primero proclama la buena nueva de la resurrección y la que primero se encuentra con el 
Señor resucitado. Sin duda, esta mujer, María Magdalena, tuvo en los orígenes del 
cristianismo una importancia tan grande como Pedro, si no mayor. Es significativo y 
elocuente que los textos canónicos —la literatura oficial— hablen mucho de Pedro y muy 
poco de María Magdalena, mientras que la literatura cristiana marginal -apócrifos- mantiene 
muy vivo el recuerdo de esta mujer. 
Si María Magdalena hubiese vivido en el seno de una familia judía, lo normal es que se 
le hubiera designado por la adición del nombre de un pariente varón (cf María la de 
Santiago, María la de José). Por el contrario, se la conoce por su origen Magdala, localidad 
en la ribera occidental del lago Tiberíades. El nombre indica que había abandonado su 
pueblo, que no vivía ya en él, pues difícilmente los habitantes de Magdala la hubieran 
llamado Magdalena. Era así conocida por judíos de dentro y de fuera del movimiento de 
Jesús. Es decir, se trata de una mujer que participa de la vida itinerante del grupo de Jesús 
y que no estaba, en aquel momento vinculada a un marido. 
Ahora bien, muy pronto comienza un proceso de relegación del papel decisivo de las 
mujeres en el origen para favorecer el protagonismo de los apóstoles varones, y 
especialmente el de Pedro. La institucionalización eclesiástica fue de la mano de un 
androcentrismo creciente. 
Voy a señalar algunos detalles de cómo se presentan las cosas en los textos canónicos. 
En los evangelios sinópticos las mujeres reciben el anuncio pascual y son las encargadas 
de darlo a conocer a los demás discípulos. En el evangelio de Lucas el sinóptico más 
tardío, se dice que anunciaron "a los once y a todos los demás" (24,9), que no creen a las 
mujeres "porque todas estas palabras les parecían desatinos" (v. 11; cf v. 24); el mismo 
Lucas presupone una aparición a Simón —que suplanta la más antigua a las mujeres (Mt 
28,9-10, Jn 20,11-18)— y que, además, sí tiene valor y es digna de crédito (24,34). En el 
evangelio de Juan, posterior a los sinópticos, las mujeres no reciben el anuncio pascual en 
la tumba y no se atreven a entrar en ella; van respetuosas a dar la noticia a Pedro y al 
discípulo amado, para que sean ellos los primeros que testifiquen del sepulcro vacío. Por 
fin, Pablo transmite una fórmula oficial del credo y en ella se dice que "Cristo murió..., fue 
sepultado..., resucitó..., se apareció a Cefas y luego a los Doce... " ( I Cor 15,35). Aquí ya 
han desaparecido totalmente las mujeres, que, sin embargo, habían sido los primeros 
testigos de todos los hechos confesados. Pero su testimonio no tenía valor, podía ser hasta 
contraproducente, y su puesto ha sido ocupado por "Cefas y los Doce". 

6. Es muy interesante seguir este proceso a través de la literatura apócrifa. Lo señalo a 
grandes rasgos. 
En varios apócrifos María Magdalena ocupa un lugar muy importante, en alguna ocasión 
en compañía de los apóstoles. En el famoso Evangelio de Tomás (no posterior a mediados 
del s. II) está presente el antagonismo entre Pedro y María Magdalena. Hay un momento en 
que Pedro llega a decir: "¡Que se aleje María de nosotros, pues las mujeres no merecen la 
vida!" [114] (3). 
En Pistis Sophia, escrito gnóstico del s. III, María Magdalena tiene un puesto 
preeminente entre los discípulos. Ella pregunta treinta y nueve de las cuarenta y seis 
cuestiones que se dirigen a Jesús y tiene también un papel destacado a la hora de dar 
interpretaciones. La hostilidad que le tiene Pedro es patente (36,146), el cual llega a 
exclamar: "Señor mío, no podemos soportar a esta mujer, porque habla todo el tiempo y no 
nos deja hablar a nosotros". María Magdalena, a su vez, se queja y apenas se atreve a 
hablar, porque Pedro, que "odia a las mujeres" [72], la intimida. Pero Jesús dice que quien 
recibe la revelación y la gnosis debe hablar y da lo mismo que sea hombre o mujer. Más 
aún, Jesús la declara bienaventurada y afirma que María puede hablar francamente, 
porque su corazón está dirigido al cielo más que el de los otros discípulos [17]. Es claro que 
esta discusión entre Pedro y la Magdalena refleja el debate existente en la primitiva iglesia 
sobre el papel de las mujeres en la transmisión de la revelación y la tradición. 
Pero es, quizá, el Evangelio de María (que se refiere, evidentemente, a la Magdalena) el 
texto que mejor refleja la polémica existente en la iglesia primitiva en torno al papel de las 
mujeres. Es una obra breve, que no se conserva en su totalidad, procedente del s. II. La 
primera parte consiste en una revelación de Cristo resucitado que pronto desaparece. En la 
segunda, María Magdalena se presta a descubrir la verdad. Lo mejor es que leamos el 
texto que sigue. Después de haber escuchado a esta mujer, Andrés dice: "Decid lo que 
pensáis sobre lo que ella ha dicho. Yo, por mi parte, no creo que el Salvador haya proferido 
cosas semejantes" [15]. Pedro, igualmente, se interroga: "¿El Salvador ha hablado con una 
mujer a escondidas de nosotros? Pero ¿es que debemos ponernos a la escucha de ella, 
como si fuera preferida a todos nosotros?" [16]. María se echó a llorar y se dirigió a Pedro: 
"Hermano mío, Pedro, ¿qué piensas? ¿Crees, quizá, que me he inventado estas cosas o 
que digo mentiras en lo que respecta al Salvador?" [17]. Entonces Leví, tomando la 
palabra, responde a Pedro: "Pedro, tú siempre eres colérico. Observo que tratas a las 
mujeres como si fuesen enemigos. Si el Señor la ha hecho digna, ¿quién eres tú para 
rechazarla? Ciertamente el Salvador la conoce muy bien. Por eso la ama más que a 
nosotros. Es mejor que nos avergoncemos, nos revistamos del hombre perfecto, nos 
formemos (o ¿nos separemos?) como él nos ha mandado y prediquemos el evangelio, sin 
imponer más mandato o ley que lo dicho por el Salvador" [18].
Evidentemente, para nada importa saber si se dio alguna vez históricamente un diálogo 
de este estilo entre Pedro y María Magdalena. Lo que está claro es que en el s. II había un 
sector de la iglesia que reclamaba la autoridad de Pedro y que marginaba el papel de la 
mujer, mientras que otros grupos cristianos reivindicaban su protagonismo y pensaban ser 
así más fieles al Señor. 

lll. La tradición paulina
Por razones de claridad he anticipado el desarrollo de la patriarcalización del 
cristianismo. Hemos visto cómo se disimula primero y se margina después el papel que la 
mujer tuvo en el movimiento de Jesús. A la vez, hemos vislumbrado las tensiones y 
polémicas que esta cuestión suscitó en la iglesia primitiva. 
Ahora es necesario describir más concretamente este proceso y, sobre todo, revelar las 
causas que lo movieron. Esto implica estudiar la tradición paulina. Es en ella donde se 
acuña la forma hegemónica de cristianismo, la que marca la historia posterior. Además, 
todos los textos neotestamentarios que subordinan a la mujer pertenecen a la tradición 
paulina y —excepto en el caso de I Pe— reclaman la autoridad del apóstol Pablo para esta 
postura. 
¿Se puede decir que es Pablo quien encamina al cristianismo por una línea patriarcal y 
androcéntrica? Para estudiar ordenadamente la cuestión hay que distinguir los siguientes 
pasos: 1) El movimiento misionero cristiano en Asia Menor y Roma, en el que Pablo 
participa decisivamente, pero que es anterior a él. 2) La actitud del mismo Pablo reflejada 
en sus cartas auténticas ( I Tes, Gál, Flp, I y 2Cor, Rom, Flm). 3) Las cartas de la 
Cautividad (Col, Ef, a las que podemos adjuntar 2Tes), que no proceden de Pablo, sino de 
su círculo, a las que se pone su nombre para acreditar su valor; las denominaré 
pospaulinismo. 4) Las cartas Pastorales (I y 2Tim, Tito), que son también un caso de 
pseudonimia (atribución "falsa" a un autor escondiéndose el verdadero) y que reflejan un 
momento posterior y más institucionalizado de la iglesia; las llamaré deuteropaulinismo. 

1. EL MOVIMIENTO CRISTIANO MISIONERO. El cristianismo comenzó a difundirse por 
la cuenca del Mediterráneo antes de la actividad de Pablo. En este momento inicial, la 
nueva fe tiene un carácter carismático y entusiasta, no institucionalizado, que permite 
hablar sociológicamente de "movimiento cristiano misionero". Mientras el movimiento 
palestino de Jesús era de renovación intrajudía, el que ahora nos ocupa se dirige también a 
los gentiles, se difunde fuera de Palestina y aspira a una renovación sin ningún tipo de 
fronteras étnicas. Conocemos este movimiento a través de las cartas paulinas. Nos 
encontramos con un fenómeno social muy entusiasta y carismático, que se entiende como 
la ruptura con las antiguas formas de vida y el inicio de una nueva humanidad. San Pablo 
nos transmite su gran proclama, sin duda, una fórmula bautismal, que existía en su 
comunidad y que él repite: "Cuantos habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido 
de Cristo. No existe judío ni griego, no existe siervo ni libre, no existe varón y hembra, pues 
todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gál 3,27-28). Es una magnífica expresión del 
entusiasmo del rito de iniciación, de la entrada en una forma nueva de existencia. Esto 
chocaba frontalmente con los valores dominantes en la sociedad helenista. 
MACHISMO/GRATU-SER-H: Existía un tópico retórico sobre "los tres motivos de gratitud", 
que se atribuían a Tales o a Platón, que decía: "porque he nacido ser humano y no bestia, 
hombre y no mujer, griego y no bárbaro". Este dicho fue adoptado por los rabinos del s. II 
d.C. y parece que incluso entró en la liturgia sinagogal: "R. Judá dice: se deben decir 
diariamente tres bendiciones: bendito seas porque no me hiciste gentil; bendito seas 
porque no me hiciste mujer; bendito seas porque no me hiciste esclavo".
Lógicamente, en el seno de las comunidades cristianas se rompían las diferencias que 
separaban a las personas en la sociedad estamental greco-romana y se vivía una singular 
igualdad y fraternidad. Parece claro que una característica peculiar, en relación a su 
ambiente, era su heterogeneidad: el esclavo, el liberto, el ciudadano, el artesano, las 
mujeres... participan en pie de igualdad. Se explica que estas comunidades —como 
también otros cultos orientales— ejerciesen una singular atracción sobre muchas mujeres 
en el imperio: encontraban en ellos unas posibilidades de participación y protagonismo, que 
se les negaba en la sociedad en general. El terreno era propicio, porque en este tiempo 
existían fuertes tendencias que pugnaban por un mayor reconocimiento del papel público 
de la mujer y de sus derechos; pero, a la vez, otros sectores se oponían ferozmente a estos 
deseos. Sin duda, la situación social de la mujer era una cuestión candente y debatida, lo 
que no se puede decir de los esclavos, pues no existen en este tiempo corrientes de 
opinión relevantes ni, menos aún, fuerzas sociales que pugnen por cambiar su situación. 
Estas tendencias emancipatorias se daban, preferentemente, entre mujeres de cierta 
posición social. Hay bastantes casos de mujeres emprendedoras en los negocios, que 
hacen dinero, y que encontraban en cultos no oficiales y de origen extranjero el 
reconocimiento y protagonismo que se les negaba en la vida pública. Se comprende así por 
qué "el problema femenino" fue una cuestión clave cuando el cristianismo comenzó a 
extenderse por el imperio.
Los datos que podemos espigar, sobre todo en las cartas de Pablo, indican que las 
mujeres participan muy activamente en el movimiento cristiano, al mismo nivel que los 
varones, y ejercen funciones misioneras, de enseñanza y de liderazgo de las comunidades 
(4). 
Los Hechos de los apóstoles nos informan de la conversión de muchas mujeres de 
buena posición (He 17,4-12). En efecto, encontramos varias mujeres que han fundado y 
sostenido iglesias domésticas. Por las cartas de Pablo conocemos a Apfia, que, junto con 
Filemón y Arquipo, era líder de una iglesia en Colosas (Flm 1-2); Ninfa tiene en Laodicea 
una iglesia en su casa (Col 4,15); Priscila, con su marido, Aquila, son los jefes de una 
iglesia en Éfeso, primero (ICor 16,19), y en Roma, después (Rm 16,3-5); Lidia fue la 
primera convertida en Filipos, y parece que en su casa radicaba una iglesia doméstica (He 
16,15). De la iglesia de esta ciudad, de Filipos, conocemos el nombre de dos mujeres, 
Evodia y Síntique, que debían de ser muy importantes, porque a san Pablo le preocupan 
las repercusiones que podía tener para la comunidad la rivalidad que ha surgido entre ellas 
(Flp 4,2-3). 
El matrimonio formado por Priscila y Aquila precedió a Pablo en la tarea misionera, 
colaboró con el Apóstol, pero nunca estuvieron subordinados a él. Se les menciona siete 
veces, y en cuatro ocasiones se nombra en primer lugar a la mujer (ICor 16,19, Rom 16,3-5, 
2Tim 4,19; He 18, 2-3.18.26). Además, Priscila siempre es nombrada por su nombre y no 
por el de su marido. Probablemente fue una misionera muy destacada y más conocida que 
Aquila Parece, incluso, que era una mujer instruida, porque intervino en la enseñanza 
cristiana de Apolo, que es presentado como un hombre culto (He 18,26). Prisci!a y Aquila 
aparecen en Corinto, Efeso y Roma. Su trabajo profesional —eran, como Pablo, 
constructores de tiendas de campaña— les daba independencia económica y les permitía 
viajar y ser misioneros. Conocemos por su nombre a buen número de mujeres de la iglesia 
de Roma, por las menciones que Pablo les hace al final de la carta que dirigió a los 
cristianos de esta ciudad. El Apóstol saluda a cuatro mujeres —Maria, Trifena, Trifosa y 
Perside—, de las que dice que "han trabajado mucho en el Señor" (Rm 16,6-12). 
El verbo griego que usa —kopiao (trabajar, fatigarse)— es el mismo con que designa el 
trabajo apostólico de los que tienen autoridad en la comunidad (cf ICor 16,16 y ITes 5,12); o 
su propio trabajo apostólico (ICor 15,10; Gál 4,11; Flp 2,16; Col 1, 29.
Saluda a la madre de Rufo (16,13). Una mujer, Junia, es llamada apóstol sin ninguna 
restricción (5). Pablo le saluda a ella y a Andrónico probablemente su marido, de los que 
dice que son cristianos y misioneros antes que él mismo (Rm 16,7). 
Saluda a otras dos parejas —Filólogo y Julia, Nereo y su hermana— que, 
probablemente, son también dos matrimonios, quizá igualmente misioneros (Rm 16,15). No 
sólo tenemos el caso de Priscila y de Aquila, sino que sabemos que los hermanos del 
Señor y Cefas misionaban acompañados de sus respectivas mujeres ( I Cor 9,5) (6). 
Por fin, hay que mencionar a una mujer, Febe, que probablemente es la portadora de la 
carta a los Romanos, de la cual Pablo dice que es diácono y patrona o presidente de la 
iglesia de Cencreas (el puerto de Corinto: Rom 16,1-2). Como se trata de una mujer, con 
frecuencia, los intérpretes intentan rebajar el sentido de estos títulos. Pero el prejuicio 
androcéntrico queda patente ante las normas filológicas más elementales. La raíz griega de 
la palabra que traduzco como patrona o presidente es usada por Pablo para designar las 
tareas de los que gobiernan la comunidad (I Tes 5,12; Tim 3,4, 5,17). Cuando llama a Febe 
diácono no es correcto entenderlo como si de una función eclesial subordinada se tratase, 
p. ej., de atender a los pobres, a los enfermos y ayudar a vestir y desvestir a las mujeres en 
su bautismo. Así sería en los siglos posteriores el papel de las diaconisas. Pero en el 
sentido paulino el diácono es responsable de toda ia iglesia e implica el oficio eclesial de 
misionar y de enseñar. 
En resumen, en el movimiento cristiano misionero encontramos muchas mujeres y muy 
activas. Aparecen, a veces, colaborando en pie de igualdad con Pablo, enseñando como 
misioneras itinerantes; se las designa apóstol, diácono, protectora o dirigente. En este 
momento encontramos mujeres en todos los ministerios y responsabilidades eclesiales 
mencionadas (7). 

2. EL APÓSTOL PABLO.
a) La ambigüedad creativa. Muchos responsabilizan a Pablo de lo que se considera el 
secular antifeminismo cristiano; en cambio, para otros es el gran promotor de los derechos 
de la mujer. 
En cualquier caso, está fuera de duda su importancia para la historia del cristianismo 
posterior. ¿Cuál fue la actitud del Apóstol ante la mujer? Prescindamos por el momento de 
la tradición posterior que reivindica su nombre. 
Pienso que las ideas y las actitudes de Pablo sólo se pueden entender cuando se las 
relaciona con su estrategia pastoral, con su forma de implantar las iglesias y de 
relacionarse con la sociedad del imperio. Con frecuencia los estudios sobre Pablo son 
ideológicos en exceso, muy condicionados por las polémicas surgidas en la reforma, pero 
pierden de vista el contexto real de quien, sin duda, fue también un fino estratega, a juzgar 
por el éxito de su tarea. 
No sólo en la actualidad, sino siempre se han dado interpretaciones muy contrapuestas 
de Pablo. Y se explica porque entiende de una manera radicalmente ambigua la relación 
del cristiano con el mundo. Pablo se mueve sociológicamente entre la secta, que se cierra 
en sí misma y es hostil al mundo, y la iglesia que se abre y hasta se acomoda a él. Por una 
parte, usa un lenguaje afectivo, que subraya las relaciones internas de la comunidad y crea 
una barrera con "los de afuera"; pero, a la vez, le preocupa mucho lo que éstos puedan 
pensar y descubrir en la comunidad cristiana. Considera que los cristianos no deben 
recurrir a los tribunales paganos, sino a sus propias instituciones, para dirimir los conflictos 
existentes entre ellos (ICor 6,1-6); pero, a la vez, echa puentes —en la cuestión de los 
matrimonios y de la participación en banquetes con carnes sacrificadas— para que sea 
posible su relación con la sociedad pagana. 
Pablo mantiene una actitud ambigua, inestable, y por eso mismo muy creativa. Así se 
explica que la tradición paulina —y no sólo los comentaristas posteriores— se bifurcase en 
direcciones muy distintas. Pues bien, esta ambigüedad se refleja también en la actitud del 
Apóstol ante la mujer. Lo voy a señalar brevemente. 

b) El matrimonio como reciprocidad total varón/mujer y el celibato como subversión del 
orden patriarcal. Por la I Corintios sabemos que en la comunidad de Corinto se plantearon 
graves problemas en torno a las mujeres y a las relaciones entre los sexos. Se daban 
desde tendencias ascéticas, que, al parecer, negaban el matrimonio, hasta tendencias 
libertinas, para las que toda promiscuidad sexual "era licita" (5,1-8; 6,12-20; 7; 11,2-16). 
Pero la raíz es común: un entusiasmo incontrolado que se manifiesta como ruptura de lo 
que se considera el orden natural, como ruptura de las convenciones sociales por un lado y 
por el opuesto, lo que crea serios problemas internos y en la relación con la sociedad. 
Pablo afronta el problema, sobre todo, en el c. 7 de (Corintios, que es un prodigio de 
equilibrios. Desarrolla los tres miembros de la proclama de Gál 3,28: judio/gentil (vv. 18-19), 
esclavo/libre (21-23), hombre/mujer. Son las relaciones de este último las que desarrolla 
más por extenso. Las otras o ya están claras en Corinto (la relación judio/gentil) o no 
presentan aún problema (la relación esclavo/libre). El problema radica en la consideración 
de la mujer y sus relaciones con el hombre. Curiosamente, en ICor 12,13 repite la fórmula 
de Gál 3,28, pero amputada de su último miembro: "En un solo Espíritu hemos sido todos 
bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres". No 
habla ya de varón y hembra. Pablo se da cuenta de que el primitivo mensaje de libertad 
provoca unos movimientos muy problemáticos entre las mujeres. Y usa ahora un lenguaje 
más cauto. 
Es interesante observar que una carta posterior de la tradición paulina, la carta a los 
Colosenses, reproduce también esta fórmula bautismal, en la versión censurada: 
"Despojaos del hombre viejo con sus obras y revestíos del hombre nuevo..., donde no hay 
griego y judío circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo 
es todo en todos" (Col 3 9-1 1). 
Pablo es inflexible y no cede en la superación de toda diferencia entre circuncisión e 
incircuncisión, entre judío y gentil. Llega a tener, por este motivo, un duro enfrentamiento 
con el mismo Pedro (Gál 2,11-14). Y es que en este tema se jugaba Pablo la universalidad 
del cristianismo y la viabilidad de su proyecto misionero. Ante la mujer mantiene una actitud 
muy diferente y no se empeña con el mismo rigor en sacar todas las consecuencias de su 
declaración inicial. Al contrario, el mismo interés de la extensión del cristianismo, la 
viabilidad de su proyecto misionero, le llevan a amortiguar la conflictividad que la actitud de 
muchas mujeres cristianas provocaba en aquellos momentos. 
Pero la postura de Pablo es muy compleja. En primer lugar, proclama la ventaja de 
permanecer sin casarse, en lo que coincide con los interlocutores del c. 7. "Mi deseo sería 
que todos los hombres fuesen como yo" (v. 7). "Yo os quisiera libres de preocupaciones. El 
no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se 
preocupa de las cosas del mundo..." (vv. 32-34). A los jóvenes les recomienda que no se 
casen. 
Dos observaciones para comprender a Pablo en este punto: 

1. Situado en su contexto histórico, este consejo es una verdadera subversión del orden 
social. Lo que está en juego no es la renuncia al sexo, sino la liberación de las estructuras 
patriarcales. La situación de las vírgenes Vestales de Roma se consideraba un privilegio, y, 
aunque tenían una vida muy regulada, bajo muchos aspectos eran las mujeres más 
emancipadas (8). Augusto había introducido una severa legislación sobre el matrimonio 
para fortalecer la familia patriarcal tradicional. Favorecía el alto número de nacimientos y de 
hijos; imponía sanciones y fuertes tasas a los solteros, a una viuda sólo se le permitía que 
permaneciera sin volverse a casar si había cumplido ya los cincuenta años de edad. Al final 
del s. I, Domiciano reforzó aún más esta legislación. El consejo de Pablo de permanecer 
libre de los vínculos del matrimonio era un ataque frontal a la ley existente y a los valores 
culturales dominantes, sobre todo teniendo en cuenta que se dirigía a personas de los 
centros urbanos del imperio (9). 
Podemos imaginarnos cómo tenía que sonar el celibato cristiano, leyendo el duro ataque 
de Epicteto a los epicúreos por no casarse: "En el nombre de Dios, ¿puedes imaginar una 
ciudad epicúrea? Uno dice: 'yo no me caso'. 'Ni yo tampoco', dice otro, 'la gente no debería 
casarse'. 'No tengas hijos, no cumplas tus deberes de ciudadano'. ¿Qué te imaginas que 
sucedería entonces? ¿De dónde vendrían los ciudadanos?, ¿quién los educaría? Trae un 
joven y edúcale según tus doctrinas. Tus doctrinas son malas, subversivas de la ciudad, 
destructoras de la familia, malas para las mujeres. Renuncia a estas doctrinas... ". 

2. Para Pablo es necesario ser célibe para poder ser plenamente misionero cristiano, 
porque el casado y la casada no tienen más remedio que "ocuparse de las cosas del 
mundo" (ICor 7,32-34). Afirmación que resulta contradictoria, porque, como ya hemos visto, 
Pablo menciona a varios matrimonios que son misioneros de su mismo rango. 
Pero Pablo no sólo afirma las ventajas del celibato. Defiende el matrimonio contra las 
tendencias ascéticas que lo negaban. El énfasis y reiteración con que subraya la 
reciprocidad y la igualdad de las relaciones entre los sexos es notabilísimo y no encuentra 
parangón ni en la sociedad judía ni en la pagana de su tiempo (cf ICor 
7,3.4.5.10-11.12-14.16). En esto Pablo parece recoger muy fielmente la tradición de Jesús. 
Y, por cierto, nunca pone la unión entre el varón y la hembra en función de la procreación. 
PABLO/MISIONERO: Pablo hace más aún. Defiende la estabilidad del matrimonio, 
incluso cuando uno de los cónyuges se hace cristiano y el otro no. "Si un hermano tiene 
una mujer no creyente y ella consiente en vivir con él, no la despida. Y si una mujer tiene un 
marido no creyente y él consiente en vivir con ella, no lo despida" (/1Co 7, 12-13). Sorprende, 
porque el judaísmo consideraba roto el vínculo en estas circunstancias. ¿Por qué esta 
actitud de Pablo?
Hay un objetivo misionero: no se puede perder la esperanza de convertir a la parte no 
cristiana (v. 16). Pero esto no lo explica todo. Hay, además, el intento de mostrar que en 
toda circunstancia se puede ser cristiano. Por eso repite que "cada uno permanezca en el 
estado en que le encontró el Señor" (vv. 17.20.24). Responde al plan misionero de Pablo 
de hacer del cristianismo una realidad viable, posible en diversas situaciones, y, por tanto, 
con capacidad de extensión. Ésta es la razón del éxito histórico de la forma paulina de 
cristianismo. 
Pero hay una clave sociológica que subyace a la opción de Pablo por la estabilidad del 
matrimonio: su deseo de que los cristianos respeten la casa patriarcal tradicional, que era la 
estructura básica de aquella sociedad. Quiere evitar al cristianismo las acusaciones que se 
le dirigían de romper las casas, perturbar a las mujeres y, por tanto, subvertir el orden 
social. 
Pablo reconoce diversas posibilidades de existencia cristiana. Pero hay que decir más. 
Su proyecto pastoral contenía una ambigüedad latente en su relación con el mundo, en su 
relación con las estructuras patriarcales, en su consideración de la mujer. EL pensamiento 
y la actitud de Pablo se pueden desarrollar en sentidos distintos y hasta contrapuestos. 

c) El velo de las mujeres (ICor 11,2-16) (10). La ambigüedad de Pablo se pone de 
manifiesto en la solución que da a un problema concreto y muy candente que le presentan 
los corintios: el de la actitud de algunas mujeres en el culto. Se trata de un texto 
enrevesado, en el que se combina el Pablo judío, que hace un midrásh a partir de los 
textos del Génesis sobre la creación del hombre, y el Pablo cristiano, que promueve unos 
valores nuevos y alternativos. 
Hay un dato indiscutible: algunas mujeres oran y profetizan en el culto como dirigentes 
oficiales (v. 5). Pablo lo admite como algo obvio. El problema es que las mujeres realizan 
estas tareas con la cabeza descubierta (sin velo) y, quizá, con el pelo suelto. 
Y aquí surge el problema. La forma de vestir y el porte en general tienen un alto valor 
simbólico. Las mujeres corintias rompían las convenciones sociales y expresaban su 
conciencia de libertad e igualdad. Es decir, sacaban las consecuencias de la fe en la que 
les habían instruido: "En Cristo no hay varón y hembra" (Gál 3,28). Pero esto resultaba 
enormemente perturbador y escandaloso. Se crean problemas en el desarrollo de la 
asamblea y se escandaliza a los no cristianos, a los que, Pablo dice, debe admitirse a las 
reuniones para que conozcan a la comunidad (14,23). 
Ante esto, el Apóstol quiere que se respeten las convenciones sociales y que las 
mujeres se cubran la cabeza. Hace un argumento que resulta un tanto artificial. Le sale a 
Pablo el escriba que es y comenta Gén 1-2 "No procede el hombre de la mujer sino la mujer 
del hombre. Ni fue creado el hombre por razón de la mujer sino la mujer por razón del 
hombre" (vv. 8-9). Parece que admite una cierta subordinación natural de la mujer al 
hombre y quiere que este orden se mantenga y la mujer se vele. Pero después sigue el 
Pablo cristiano y dice: "Pero en el Señor —es decir, en la comunidad cristiana, según los 
valores del evangelio— ni la mujer sin el hombre, ni el hombre sin la mujer. Porque si la 
mujer procede del hombre, el hombre, a su vez, nace mediante la mujer, y todo proviene de 
Dios " (vv. 11-12). 
En toda esta sección (cc. 11-14) Pablo habla del orden de las asambleas y considera 
como criterio básico "la edificación de la comunidad" es decir, la extensión y consolidación 
de la iglesia. Reconoce desde un punto de vista cristiano, la igualdad radical de los sexos y 
admite las funciones dirigentes de las mujeres en las asambleas, pero les exige prudencia y 
que no hagan ostentación de su libertad con un comportamiento externo que planteaba 
graves problemas a la comunidad en su vida interna y en su relación con la sociedad. A 
diferencia de la actitud que mantiene en el problema de las relaciones con los paganos, 
aquí pide a las mueres flexibilidad y sumisión a determinadas normas patriarcales. La 
actitud del Apóstol es muy matizada y no diluye la capacidad de innovación histórica de la 
fe. El problema estará en cómo va a ser desarrollado muy pronto por la tradición que lleva 
su nombre (11). 

3. LA TRADICIÓN POSPAULINA 
El pensamiento de Pablo es desarrollado en línea totalmente patriarcal por la tradición 
canónica y oficial que reclama su nombre. Esta posibilidad estaba presente en el Apóstol 
pero no era la única, y, de hecho, otra tradición lo va a interpretar de forma radicalmente 
distinta, pero esta tradición no va a ser oficializada, sino combatida por la iglesia. Y así se 
ha condicionado la comprensión posterior que del mismo Pablo ha existido. 
Se pueden distinguir dos estadios en la tradición paulina canónica, que denomino 
pospaulinismo y deuteropaulinismo. Por tradición pospaulina entiendo unos escritos 
cercanos al Apóstol, pero que no proceden de él, aunque sí de su círculo. Se trata de las 
cartas a los Colosenses y a los Efesios, a los que se puede añadir I Pedro. 
Encontramos en ellas los famosos "códigos domésticos", que, en sustancia, legitiman la 
estructura patriarcal de la casa y el puesto del paterfamilias como señor, padre y amo. 
"Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos... Hijos, obedeced en todo a vuestros padres... 
Esclavos, obedeced en todo a vuestros amos..." (Col 3,18-4,1; Ef 5,21-6,9; I Pe 2,18-3,7; 
5,1-5). Cierto que aparece una cierta reciprocidad de comportamientos, pero las referencias 
teológicas se usan abrumadoramente para inculcar la docilidad de la parte sometida y 
apenas nada para la benevolencia del señor. 
Estos códigos recogen una tradición griega muy antigua sobre la oikonomia u orden de 
la casa, que inculcaba la moral patriarcal. Las relaciones del paterfamilias con la mujer, con 
los hijos y con los esclavos era el núcleo de la casa, que, a su vez, constituía la piedra 
angular de toda la sociedad. La ciudad-estado no era sino la extensión de la casa. 
Por tanto, alterar la casa era alterar la polis, subversión política. Por eso cuando la 
iglesia acepta los códigos domésticos y legitima la subordinación de la mujer, tiene, al 
mismo tiempo, una pretensión política latente, que bien pronto iba a aflorar. Se estaban 
poniendo las condiciones para hacer del cristianismo la ideología del imperio. La 
patriarcalización y la institucionalización, de hecho, eran aspectos de un mismo proceso. 
En I Pedro se da un paso más y se percibe con claridad: 1) que el código tiene una 
intención apologética y pretende evitar las críticas que contra la iglesia se dirigen. Para ello 
las mujeres deben aceptar el orden patriarcal: "Tened en medio de los gentiles una 
conducta ejemplar a fin de que, en lo mismo que os calumnian como malhechores, a la vista 
de vuestras buenas obras den gloria a Dios en el día de su visita" (2,12, cf 3,15. Entre 
ambas afirmaciones está el codigo de 2,18-3,7); 2) que el código va unido a la exhortación 
a ser sumisos a las autoridades políticas: "Sed sumisos, a causa del Señor, a toda 
institución humana: sea al rey, como soberano; sea a los gobernantes, como enviados por 
él..." (2,13-14). Es decir, se explícita la función de legitimación socio-política del código 
patriarcal. 

4. LA TRADICIÓN DEUTEROPAULINA.
Se trata de las cartas pastorales, escritas en nombre de Pablo pero que reflejan una 
situación eclesial bastante posterior. No están dirigidas, como las cartas paulinas 
auténticas, a comunidades, sino a líderes individuales. El proceso de institucionalización 
está bastante avanzado y, lógicamente, también el de patriarcalización. La mujer debe oír la 
instrucción en silencio, no puede enseñar (ITim 2,11-12), lo que se opone a la praxis 
admitida por Pablo, debe someterse sumisa al marido. Se justifica diciendo que "Adán fue 
formado primero y Eva en segundo lugar. Y el engañado no fue Adán, sino la mujer que, 
seducida, incurrió en transgresión" (vv. 13-14). Pero el Pablo auténtico no veía nunca a la 
mujer ni como tentación para el hombre ni como responsable del primer pecado (Rm 
5,12-19) (12). Acaba restringiendo el papel de la mujer a la mera maternidad (v. 15), función 
que Pablo, en su discusión sobre la relación entre el hombre y la mujer en lCorintios, nunca 
menciona. 
La legitimación del orden patriarcal va acompañada de la aceptación sin reservas del 
orden político del imperio (I Tim 2,1-2; Tit 3,1). 
Hemos visto que en la tradición pospaulina se justificaba la casa patriarcal. La tradición 
deuteropaulina va más allá: el modelo de la casa patriarcal sirve para configurar la vida y 
las relaciones internas de la comunidad cristiana. Se patriarcaliza la iglesia, que es llamada 
la "casa de Dios" (Tm 3,15). Por eso hay que elegir para episkopos a un paterfamilias 
probado y de buena casa ( ITim 3,2-7; Tit 1,7-9). Lógicamente, la mujer va siendo relegada 
también en el interior de la comunidad cristiana. 
En la tradición deuteropaulina se plantea el problema de "las viudas" (ITim 5,2-16). Hay 
que entender por tal grupo el formado por mujeres cristianas no vinculadas a varón y que 
contaban con un reconocimiento eclesial. Quizá se pueda hablar de "comunidad cristiana 
de mujeres". A medida que la patriarcalización progresaba, el grupo de las viudas crecía, 
porque muchas mujeres lo veían como el único medio para mantener una forma de vida 
relativamente emancipada. Pero este grupo de mujeres incordiaba y creaba problemas. Por 
eso, el autor quiere que se reduzca su número. Para ello ordena que todas las jóvenes se 
casen. Es decir, contradice frontalmente a ICor 7, donde recomendaba la virginidad. Pero la 
experiencia ha demostrado que este tipo de mujeres creaba demasiados conflictos. Más 
aún, sólo podrán admitirse como vírgenes "inscritas" a las mayores de sesenta años (para 
respetar la ley de Augusto), y que hayan dado previamente buena cuenta de su aceptación 
de los valores de la sociedad patriarcal (ITim 5,9-10). 
Las mujeres no pueden enseñar en la iglesia; sin embargo, las ancianas pueden instruir 
a las jóvenes, precisamente y sólo en los valores domésticos tradicionales, para que sean 
"amantes de sus maridos y de sus hijos..., sumisas a sus maridos, para que no sea 
injuriada la palabra de Dios" (Tit 2,3-5). 

IV. La cuestión femenina, 
problema central en el cristianismo de los ss. ll-III 

1. DE LA MARGINACIÓN A LA DISIDENCIA. El conflicto suscitado por las mujeres en la 
vida interna de la iglesia y en sus relaciones con la sociedad no amainó a lo largo de los ss. 
I-III. La patriarcalización de la vida eclesial no se realizó sin oposición y tuvo que 
sobreponerse a una teología y a una praxis que reconocía el protagonismo y liderazgo de 
las mujeres. El cristianismo primitivo encontró un eco particular entre ellas. Algunas de las 
acusaciones en su contra son, precisamente, que corrompe a las mujeres (13). 
El conflicto es especialmente virulento en Asia Menor, donde el papel de !a mujer es muy 
activo. De esta región proceden las Pastorales que combaten reiteradamente "doctrinas 
extrañas", que tienen una gran aceptación entre las mujeres y que, quizá son propagadas 
por ellas mismas. Doctrinas que —dice I Tim 4,3— "prohíben el matrimonio" y que, por eso, 
eran vistas por muchas mujeres como liberación de la sumisión patriarcal. En el mismo 
contexto se tacha a estas doctrinas de "cuentos de viejos" (4,7), lo que puede ser indicio de 
que no sólo calan entre mujeres sino de que ellas son quienes las difunden. Además, si las 
Pastorales prohíben con tanta fuerza a las mujeres enseñar es porque lo hacían, y esto 
molestaba. 
Las Pastorales reivindican la autoridad de Pablo para combatir estas doctrinas. Pero 
también estas "doctrinas extrañas" reclaman el nombre de Pablo. El pensamiento del 
Apóstol es ambiguo, e interpretaciones opuestas reivindicaron su nombre y su autoridad. Lo 
que ha sucedido es que la tradición deuteropaulina, la más androcéntrica y acomodaticia al 
imperio, prevaleció y fue canonizada. Y esto ha determinado decisivamente la comprensión 
posterior de Pablo, que ha sido leído a la luz de las Pastorales. Probablemente, en el 
mismo círculo en que se escriben las Pastorales se introducen los versículos ICor 
15,33b-35 (que responden a ITim 2,11-15, pero que son opuestos al pensamiento paulino 
auténtico) para llevar al Apóstol a su campo e impedir que sus adversarios puedan recurrir 
a él. 
Un escrito muy interesante, Los Hechos de Pablo y Tecla, apócrifo del s. II y procedente 
de Asia Menor, es un exponente de la tradición paulina emancipadora de la mujer. Las 
doctrinas combatidas en las Pastorales son las defendidas en estos Hechos apócrifos, que 
también pretenden basarse en la autoridad de Pablo. Una mujer, Tecla, después de 
escuchar a Pablo, decide no casarse, lo que es considerado un delito, y por dos veces la 
condenan a muerte; los hombres gritan contra Pablo: "Ha corrompido a todas nuestras 
mujeres"; Tecla, que es enviada a predicar por Pablo, suscita un enorme entusiasmo entre 
las mujeres, y muchas se convierten. Es muy significativo que esta obra fuese tenida en 
mucha consideración, e incluso reconocida como canónica, en varias iglesias. De su influjo 
informa Tertuliano cuando cuenta que hay quienes reivindican la autoridad de Tecla para 
reconocer a las mujeres el poder de enseñar y de bautizar. 
Pero iban a ser, sobre todo, grupos considerados heréticos los que seguirían utilizando 
los Hechos de Pablo y Tecla. Y es que a medida que la mujer fue quedando marginada en 
la gran iglesia, su papel y protagonismo aparece en grupos cristianos disidentes. Marción 
permitía a las mujeres administrar el bautismo y realizar funciones oficiales. Montano 
promueve un movimiento espiritual y profético acompañado de dos mujeres, Maximila y 
Priscila, en el que otras mujeres desempeñaron un papel eminente. Tanto los marcionistas 
como los montanistas pretenden basarse en la teología de Pablo. El autor del Apocalipsis 
se enfrenta con una profetisa de Tiatira, a la que en plan denigratorio llama "Jezabel", y 
cuyo influjo no puede contrarrestar. Es significativo que, más tarde, esta ciudad de Tiatira 
se convirtiese precisamente al montanismo. También entre los gnósticos tuvieron un gran 
papel las mujeres: Marcos, de la escuela de Valentín, tiene especialmente mujeres entre 
sus seguidores y les permitía celebrar la eucaristía. Frimiliano, obispo de Cesarea, en 
Capadocia (s. III), escribe sobre una mujer que bautizaba y celebraba la eucaristía 57. 
Epifanio dice que una profetisa llamada Quintila fundó una secta en Pepuza (Frigia) en la 
que mujeres eran obispos y presbíteros, "como si no hubiera diferencia de naturaleza''. 
A la vez, en la gran iglesia la polémica denigratoria contra la mujer se acentuaba. Juan 
Crisóstomo reconocía que al principio había mujeres misioneras itinerantes pero 
—explicaba— esto era posible por "la condición angélica" del momento 54. No es raro que 
se acuse a la mujer de la tentación del hombre e, incluso, que se vea en ella el principio de 
todas las herejías. 
Sin embargo, también el cristianismo ortodoxo siguió manteniendo durante estos 
primeros siglos una atracción especial para las mujeres. Son mujeres los primeros 
miembros del orden senatorial que ingresaron en la iglesia, y son también matronas 
romanas las donantes de las primeras "iglesias titulares". Los ejemplos se podrían 
multiplicar. Un historiador ha llegado a decir que, "vista desde afuera, la iglesia de la época 
patrística se parecía sospechosamente a un grupo dominado y regulado por mujeres". 
Pero, en realidad, muy pronto se les cerró lo institucional, y su protagonismo se centró en lo 
ascético y carismático, y aun en esto no tardaron en surgir los sistemas patriarcales de 
control. 

2. PERVIVENCIA Y LEGITIMIDAD DE LAS TRADICIONES EMANCIPATORIAS. El 
conocimiento del pasado abre perspectivas de futuro y se debe traducir en operatividad en 
el presente. Quienes reclaman una modificación sustancial de la situación de la mujer en la 
iglesia tienen buenos argumentos en la historia de los orígenes cristianos. Se impone 
reconocer los condicionamientos culturales y políticos de la historia del cristianismo y 
recuperar las posibilidades perdidas en lo que fue la disidencia cristiana. Es decir, se 
requiere una consideración de la herejía no sólo como el error desechado, sino también 
como la opción que perdió y la oportunidad que se sofocó. Hay que reconocer que 
históricamente, a veces, bajo capa de legitimación teológica se han encubierto prejuicios e 
intereses bien opuestos a la causa del Dios de Jesús. El sentido teológico del estudio 
histórico del cristianismo no es la búsqueda de autojustificación, sino de conversión. Quiero 
acabar con una última observación. La iglesia que escribe la carta a los Colosenses se 
acomoda a la sociedad patriarcal y pide la sumisión de los hijos, de los esclavos y de las 
mujeres, al mismo tiempo, y paradójicamente, escribe el evangelio de Marcos y recupera 
las tradiciones radicales de Jesús. Y este evangelio es un esfuerzo catequético por hacer 
comprender a unos discípulos "que tienen los pensamientos de los hombres" la inversión de 
los valores del poder y del prestigio. Los niños son los preferidos (10,13-16). Jesús se hace 
como un esclavo (10,41-45). Cuando todos los discípulos abandonan a Jesús (14,50), son 
unas mujeres las que le siguen hasta el final (15,47). En los discípulos del evangelio de 
Marcos, que no acaban de comprender ni de entender (8,16ss; 6,52), está reflejada una 
iglesia que se acomoda a la sociedad patriarcal y para la cual Jesús es una instancia crítica 
radical. 
El hecho de que se canonizasen tanto las cartas Pastorales como el evangelio de 
Marcos nos indica la complejidad de la vida de la iglesia primitiva. No es posible admitir 
ambas tradiciones —y su unidad eventual— sin reconocer la tensión existente entre ellas. 
Pero el hecho de que la iglesia haya puesto en primer lugar los evangelios y los haya 
rodeado de una estima muy particular indica que reconoce los principios carismáticos de 
Jesús como su norma fundamental y legitima la crítica institucional desde ellos. 
Ciertamente, de este proyecto de Jesús surgen exigencias emancipatorias de la mujer muy 
críticas para la sociedad y para la iglesia. Estamos legitimados y obligados a promoverlas. 
(·AGUIRRE-R. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 1402-1425)
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1 Es posible que se considere con demasiada facilidad que todos los autores de las primitivas obras cristianas 
son varones. Harnack apuntó en varias ocasiones la posibilidad de que Priscila fuera la autora de la carta a 
los Hebreos. 
2 El seguimiento de Jesús supone la ruptura de las anteriores vinculaciones sociales, entre ellas las de 
carácter patriarcal, pero no de la vinculación entre el hombre y la mujer. Cf Mc 10,29-30; Mt 19,29. En 
cambio, Lucas, que es el posterior entre los sinópticos, también habla de la ruptura de la vinculación entre el 
hombre y la mujer: 14,26 (diferente, Mt 10,37 y 18,29). Contra lo que se suele pensar con frecuencia, Lucas 
es el sinóptico más hipotecado por una redacción androcéntrica. 
3 A lo que Jesús responde: "He aquí que yo la atraeré para hacerla hombre. Así también ella se convertirá en 
Espíritu viviente, semejante a vosotros hombres. Toda mujer que se hace hombre entrará en el reino de los 
cielos" [114]. Evidentemente, esta respuesta de Jesús plantea problemas sobre la consideración de la 
mujer, en que no puedo entrar ahora. Se parte de una dualidad entre el principio masculino y el femenino, 
entre el pneuma y el nous, pero ambos principios se dan tanto en la mujer como en el varón. 
4 La declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la "Cuestión de la Ordenación de Mujeres 
al Sacerdocio Ministerial", del 15 de octubre de 1976 (Doct. Cath., 74 [1877] 158-164), dice que el texto de 
Gal 3,28 "no se refiere en absoluto a los ministerios: afirma solamente la vocación universal a la filiación 
divina, que es la misma para todos" (p. 164). Pero es muy claro que, al principio por lo menos, la 
proclamación de Gál 3,28 se entendía como estimulo a unas relaciones intracomunitarias fraternas y 
alternativas, de modo que las mujeres podían participar en las responsabilidades eclesiales en pie de 
igualdad con los hombres. Y este factor no es ajeno al indudable atractivo que el primitivo cristianismo 
ejercía entre las mujeres, W. A. Meeks acaba su excelente articulo, con las siguientes palabras, que se 
refieren a Gál 3,28: "Después de unos pocos intentos meteóricos de apropiarse su poder la declaración de 
que en Cristo ya no hay varón y hembra se degradó en una metáfora inocua, quizá esperando la llegada de 
su momento oportuno".
5 Muy pronto el prejuicio androcéntrico consideró intolerable que se llamase apóstol a una mujer, y los 
comentaristas, con frecuencia, convirtieron a Junia en varón, lo que no es sostenible. Otras veces, cuando 
aceptan que se trata de una mujer, dicen que es apóstol, pero "en sentido amplio".
6 En Rom 16,15 habla de "Nereo y su hermana", como en Cor 9,5 de una "mujer hermana", que acompaña a 
Cefas y a los hermanos del Señor. Hay que entender que se trata no de una hermana de sangre, sino de 
una cristiana, que es probablemente su mujer.
7 En los evangelios las mujeres juegan un papel decisivo en el mismo inicio de la misión a los gentiles. En Mc 
7,24-30 es una mujer pagana, en la región de Tiro, la que provoca con su actitud el acercamiento de Jesús a 
los no judíos. En Jn 4,1-42, una mujer samaritana es la primera misionera en la región de Samaria (4,39, 
comparado con 17,20: equiparación de la fuerza misionera de la palabra de la samaritana con la de los 
apóstoles). Es bien conocida la importancia que tuvo la misión en Samaria, como transición hacia el mundo 
helenista. Cf He 8,1-25. Es significativo de la redacción androcéntrica de Lucas, que ya he señalado, el 
hecho de que en el relato de Hechos sea Felipe el primer evangelizador de Samaria (8,5ss). E 
inmediatamente Pedro y Juan van a inspeccionar esta misión (8,14). La preocupación institucional fue, de 
hecho, acompañada de un androcentrismo creciente.
8 L. Pinkus, Il mito di María. Un approccio simbólico, Roma 1986, 138: "Sabemos que en la antigüedad, sobre 
todo en las religiones de Asia, en el triángulo comprendido entre el Tigris y el Éufrates, como también en el 
Mediterráneo oriental y después en la India, la virginidad sacra significaba, ante todo, autonomía de lo 
masculino y, también, del conformismo con los valores y comportamientos de las culturas respectivas. No 
es una casualidad que las vírgenes sacras rompiesen a menudo con modalidades que a nosotros nos 
resultan paradójicas (prostitución sagrada), las redes de sujeción a las normas sociales de la relación 
hombre-mujer y de la sexualidad".
9 La virginidad como libertad de las estructuras patriarcales, en Cipriano, De habitu Virg 22 (CSEL 3,1, p. 203), 
y Leandro de Sevilla, De institut. virg. prefacio: PL 72,880 A. Es notable la figura de Tecla, que aparece en 
los Hechos de Pablo y Tecla, que renuncia al matrimonio, lo cual es considerado una subversión intolerable 
e intentan matarla. Muchos reproches se dirigieron a la iglesia primitiva de alterar el orden social por la 
repercusión de su doctrina en muchas mujeres.
10 Con muchos intérpretes actuales considero que no es de Pablo, sino una interpolación posterior, ICor 14, 
33b-35: 1) porque el "cállense las mujeres en las asambleas" es contradictorio con el papel que Pablo 
reconoce a las mujeres, que pueden orar y profetizar oficialmente (I Cor 11,5); 2) estos versículos no son 
coherentes con el contexto; 3) coinciden con ITim 2,11-15, que es un texto claramente deuteropaulino. 
11 El velo es lo que esconde, protege, oculta, hace públicamente invisible. Se ha asociado siempre en las anti- 
guas culturas orientales con el silencio, anonimato y modestia, que corresponden a las mujeres. En la 
cultura cristiana han sido, sobre todo, las monjas quienes han personificado esta imagen de la mujer. Aun 
hoy "tomar el velo" sirve para expresar la entrada en la vida religiosa. En tiempos muy diferentes, 
movimientos de mujeres han visto en el velo el símbolo de lo que se opone a su desarrollo como personas. 
Las religiosas, que han llevado tanto tiempo el velo de forma silenciosa y sumisa, cuestionan ahora el hábito 
y ia forma de vestir. Y cuentan con la oposición, bien patriarcal, por cierto, de superiores eclesiásticos 
varones. No son pequeñeces, pues tienen gran valor simbólico y, en el fondo —entre otras cosas—, 
plantean el derecho de la mujer a su autodeterminación y emancipación.
12 Pablo también conoce la historia de la seducción de Eva por Satán "disfrazado de ángel de la luz", pero 
mientras ve en Eva el tipo de toda la comunidad en peligro de ser seducida por los falsos maestros (2Cor 
11,2-6. 12-15), el autor de ITim extrae del relato una conclusión general sobre la debilidad eterna de la mujer. 
Esta forma de justificar la subordinación de la mujer se encuentra en el AT (Si 25,24-25). El considerar a la 
mujer principio de tentación para el hombre ha dado pie a innumerables aberraciones y curiosidades. P. ej., 
los monjes ortodoxos del monte Athos han expulsado siempre de éste incluso a los animales hembras, y 
recientemente han prohibido el acceso a los hombres con pelo largo, porque parecen mujeres.
13 Celso, en Orígenes, C. Cel., 3.55, Porfirio, en S. Agustín, De civit. Dei, 19,23. Es muy interesante observar 
que Marción transmite una variante de Lc 23,2 según la cual a Jesús le acusan de que "corrompe" a las 
mujeres y a los niños.