LA MUJER Y LA ÉTICA CRISTIANA
1. MUJER/VALENTÍA MUJER/ÉTICA
La ética de las mujeres en relatos bíblicos
A modo de ilustración y confirmación de cuanto está sacando a la luz la psicología de las
mujeres, queremos aludir a varios casos de comportamiento moral subversivo en el AT y
en el NT.
- Desobediencia civil de las mujeres (/Ex/01/15-22 /Ex/02/01-10). El comienzo de la
liberación de Israel, y su acceso a la identidad de pueblo, pasa por unos textos con
protagonistas mujeres. Y. curiosamente, todo esto tiene como base una cadena de
comportamientos desobedientes en unos textos de fina ironía. Primero están las parteras
egipcias que desobedecen al faraón abiertamente dejándolo sin palabra (Ex 1,18-19); luego
están la madre y la hermana de Moisés, desafiando normas y leyes dadas por el faraón (Ex
1,22-2,2), y por último está la princesa que con su compasión también desafía a su padre el
faraón, a los sistemas vigentes y a la valoración de las personas en función de diferencias
étnicas y sociales (Ex 2,6b). Una complicidad femenina, en la desobediencia,
impresionante. Y Dios está de parte de ellas. Son mujeres de dos pueblos, de dos etnias
distintas y de diferentes status sociales: mujeres libres (parteras egipcias), oprimidas
(hebreas) y una mujer del status opresor (princesa). Ellas, con sus sucesivas
desobediencias, controlan al controlador. Los valores que subyacen a unos y otras están
en oposición, y por la parte del faraón en un contexto irónico: con un mandato quiere
eliminar lo que considera valioso y siente como amenaza, los niños varones hebreos, y
dejar vivas a las niñas que no valen, y que sin embargo pueden estar al servicio del poder
opresivo. El faraón no percibe la peligrosidad de las mujeres porque no entra en su
sistema, sino que las ve desde el suyo. La lógica de estos valores es la lógica que ha
regido y rige la historia acerca del control de la producción, reproducción y expansión
territorial. Está dentro del derecho de los pueblos, y los conflictos se manejan con rupturas,
separaciones y violencia reguladas. La lógica de las mujeres implica un mundo de valores
diferente y un manejo de los conflictos distinto. Estas desobediencias son la salida al
conflicto entre reglas y sistemas de valores. Ellas se rigen por la moral de la
responsabilidad, del cuidado y de las relaciones interpersonales. Y uno de sus instrumentos
es el de la comunicación. Y lo que es desobediencia desde la ética del derecho y la
justicia, digno de sanción y castigo, es un valor ético en la ética de la responsabilidad y el
cuidado. Las parteras salvan a todos los niños sin excepción, igualando así por inclusión el
valor de lo humano. No entran en el sistema de separaciones de sexos, de etnias y de
status. La gran ironía es que esta desobediencia funda los comienzos de la libertad de
Israel, está dentro de los planes de Dios.
- El juez juzgado (/Gn/38). Las palabras de Judá cuando reconoce que la prostituta a la
que él visitó era su nuera Tamar pueden llamar a engaño. No se trata de que Judá exprese
la comparación entre su nuera y él porque reconozca la doble moral. El sistema no se altera
en absoluto. El no se siente culpable de haber acudido a una prostituta, sino sólo de haber
sido injusto con ella por no haberle dado a su hijo Selá como marido, faltando así a la ley
del levirato. Y. además, su reconocimiento culpable no le lleva a la enmienda, puesto que
no le da a su hijo. Su gracia para con ella es no lapidarla. Es decir, no hacer cumplir la ley
que él había argüido contra ella por el adulterio. Judá sigue sin entender lo que ha hecho
Tamar, no entra en la lógica de su sistema de valores. La juzga por haber quebrantado una
ley, la más estricta que debe obedecer toda mujer por el simple hecho de ser funcional a la
familia patriarcal y la legitimidad de sus hijos. La gran ironía del relato es que Tamar
consigue ese propósito justamente saltándose las leyes. Es la moral del cuidado y la ética
de la responsabilidad que encuentra una salida a un conflicto determinado (35), en esta
ocasión con una conducta sexual subversiva.
- La culpa de mirar por sí (/Lc/08/40-56). Una mujer con hemorragia irrumpe en la vida
y el ministerio de Jesús contraviniendo unas normas conscientemente. Su situación de
impureza legal le impide tocar y ser tocada. Aprovecha la ignorancia de los otros en medio
de la gente y busca la ropa de Jesús para tocar contaminando lo menos posible. Mira por sí
misma ante el fracaso de los cuidados de otros, los médicos por ejemplo. Intuye que se
puede salvar si logra comunicarse con Jesús, pero, paradójicamente, para dejar de ser
impura, para dejar de ser amenaza para los demás y para crecer a sus propios ojos, debe
contravenir las normas de pureza, y tocar. Las otras formas de comunicación le están
vedadas. Jesús lo percibe, porque percibe su respuesta, y es entonces cuando se inicia
todo el proceso de dignificación y sanción positiva que sigue a la curación. De detrás, esta
mujer pasa adelante. De una conducta oculta y marginal, pasa a una conducta abierta y
explícita. De la utilización del lenguaje no verbal, accede al lenguaje verbal. Jesús responde
positivamente a ese cuidar de sí de la mujer, aun cuando ella tiembla, culpable, por haber
sido cogida en falta. Pero, sobre todo, Jesús anuncia públicamente el valor de fondo que,
más allá de todas sus necesidades y de la forma de su actuación, ha llevado a la mujer
ante Jesús: la fe. Jesús no entra a discutir su situación, ni apela a las reglas -justamente la
mujer estaba en perpetua regla saltándosela su cuerpo- sociales o religiosas de pureza,
sino que va derecho al valor y motivación que ha generado la conducta de la mujer. Y eso
la dignifica y la libera de culpas ante sí misma y ante la gente que rodea a Jesús. De nuevo
encontramos que la mujer advierte el conflicto ante la ley y la responsabilidad, en este caso
ante sí (36), y busca la solución apelando a la forma de comunicación que tiene a mano,
pero esto, al ser descubierto, no le ahorra el temor y el temblor porque se piensa
descubierta en culpa. Así quedan contrapuestos los dos sistemas éticos en conflicto. Jesús
se sitúa de parte de la mujer y no entra para nada en la ética del derecho o de las reglas.
La mujer y los principios de la ética cristiana
Elijo los tres principios que me parecen nucleares en la ética cristiana, para retomar su
reflexión teológica desde la perspectiva de la mujer, aunque es necesario precisar, una vez
más, que esta reflexión está enmarcada en un contexto de primer mundo, occidental y de
raza blanca (37). Esos tres principios son: el ideal de perfección absoluta que se centra en
el amor (38), el de la exigencia de crecimiento continuo, y por último el que tiene por centro
el reino y el seguimiento de Jesús (39).
- Ideal de perfección absoluta. :Sería falso pensar que las
mujeres son más evangélicas o mejores por el hecho de haber centrado sus vidas en la
tarea del amor. En primer término, hay que poner bajo sospecha una idea generalizada del
amor, que ha tenido como consecuencia histórica una deficiente realización de las mujeres,
que, además, no lograba influir en la marcha de la historia, estando ellas detrás
inevitablemente de todos sus acontecimientos. ¿Cómo es posible que más de la mitad de la
humanidad haya puesto en ejercicio tanta energía de amor, y la historia no esté marcada
por ello? Por lo menos es necesario admitir la sospecha y distanciarse críticamente de
ciertos tópicos. Lo podemos plantear de otra manera: ¿se pueden identificar
inmediatamente el amor de las mujeres, estrechamente ligado a los roles tradicionales de
esposa y madre, y el amor cristiano? A juzgar por los efectos, ciertamente no. Y puesto que
no es el lugar para el desarrollo de una adecuada comparación entre uno y otro, nos
reduciremos a las cuestiones críticas sobre las que poder realizar en otro momento dicho
desarrollo. Nos resulta útil, de nuevo, acudir a la psicología. Algunas autoras han estudiado
rasgos de las mujeres que tienen que ver con las relaciones afectivas, o la vivencia del
amor y el núcleo de la identidad, y el elemento perturbador de las llamadas dependencias
femeninas (40).
La mujer, afirman, tiene el núcleo de su identidad organizado en torno a las relaciones
afectivas, de forma que su yo es, ante todo, un yo-en-relación. Y esta organización
psicosocial de la personalidad explica la experiencia de fracaso que tanto desconcierta en
mujeres de hoy que tienen un mundo cultural y profesional amplio, rico y exitoso, cuando
tienen problemas en el ámbito de las relaciones interpersonales, en particular si se refieren
a la pareja o a la familia. El yo-en-relación no significa, de entrada, previos juicios de valor,
y menos aún juicios inmediatamente positivos. No sólo porque no responde siempre a la
experiencia de muchas mujeres, sino sobre todo porque esta organización psicológica tiene
sus lados negros y sus lagunas desde el planteamiento ético, en particular en perspectiva
cristiana.
El amor cristiano, que es amor de ágape, no excluye a la propia persona
que ama. Y menos todavía podemos decir que la destruye. El amor cristiano es inclusivo. Y
la entrega de la vida olvidándose de sí, o la dimensión de cruz que encierra, supone un
acordarse. Sólo olvida el que antes ha recordado. Sólo se entrega quien se tiene y se sabe
un bien a entregar. Sólo puede dar la vida quien, como Jesús, puede afirmar que la posee y
hacer de esa entrega un acto libre por encima de las mismas circunstancias. La mujer, sin
embargo, ha sido socializada como un yo-en-relación, y la inmensa mayoría, al centrar sus
vidas en las relaciones afectivas, ha cumplido el rol que las propias y ajenas expectativas le
exigían, sin haber tenido oportunidad de plantearse la elección y la motivación del alto valor
ético del amor. Amor cristiano y afectividad no se identifican. Y junto a los elementos
conscientes que un determinado número de mujeres ha llevado a elegir la vía de amor
como la de la realización del ideal cristiano, otro gran número ha vivido desde instancias
inconscientes unas actitudes, exigencias y urgencias que no responden precisamente al
ideal del amor cristiano. No es fácil encontrar un amor ligado a valores como la libertad, la
verdad o la sana autonomía. Más bien, el amor, vinculado a las relaciones afectivas de las
mujeres, ha resultado para ellas en muchas ocasiones motivo de tiranía, esclavitud,
frustración, autoanulación, destrucción, etc. Raramente ellas han escogido consciente y
voluntariamente el amor cristiano como motivo y razón de sus vidas. Y, como decía antes,
¿por qué un valor tan constructivo, aunque pase por la cruz, no ha cambiado radicalmente
nuestro mundo desde hace veinte siglos? Los mismos análisis psicológicos de muchas de
las patologías psíquicas de las mujeres arroja un balance negativo desde el punto de vista
ético (41). Logros y deficiencias pueden ayudar a las mujeres a buscar la autenticidad del
amor cristiano en especial en la lectura de los evangelios, que muestran las relaciones de
Jesús con ellas, en donde, a la par que esta socialización para las relaciones
interpersonales y el amor las situaba en sintonía con él y su mensaje, aparecen los
correctivos que Jesús iba poniendo explícita o implícitamente en sus vidas y sus
motivaciones.
Y el tema se complica cuando a toda esta realidad ambigua se le añade lo relativo a la
sexualidad, que la llevaba a contradicciones internas entre el deseo y la represión del
mismo, y externas entre lo que la sociedad patriarcal dice que es la sexualidad de la mujer y
la vinculación con el amor o con el afecto.
Los sentimientos de culpa, el afán perfeccionista, el Super Yo rígido y la represión que
han caracterizado antes y ahora la vivencia psicológica del amor en tantas mujeres, hacen
que la misma ética cristiana reflexione sobre ello e introduzca la variable género no para
segregar, ni para crear una moral aparte y mucho menos para condenar, sino para ofrecer
un poco de luz que despeje parte de esta ambigüedad. Y, por otro lado, supone que las
mismas mujeres tomemos distancia crítica que ayude a la reflexión y que, a la par, mengüe
las enormes resistencias que tienen los hombres para entrar, en la práctica, en este ideal
cristiano que dicen valorar tanto, y al que llamamos amor. Esto también forma parte de la
obligación moral de las mujeres por la toma de conciencia que supone, por la necesidad de
la comunión y por la posibilidad de influir, de verdad, en una historia tan insolidaria y
carente de amor (amor cristiano constructivo), como es la nuestra.
Desde una perspectiva más positiva, es necesario decir en defensa de la mujer, y a
pesar de los elementos condicionantes de su socialización, que ellas, desde el texto de Mt
25,31-46, bien pueden ser llamadas «benditas de mi Padre» por Jesús en el juicio final,
puesto que de ellas se puede decir con toda verdad que, a sabiendas o de forma
inconsciente -«¿Señor cuándo te vimos sediento...?»-, a lo largo de la historia, por la ética
humanista de la responsabilidad y el cuidado en ámbito interrelacional, han dado de comer
a los hambrientos, de beber a los sedientos, han vestido a los desnudos, han visitado a los
presos y acogido a los peregrinos, realizando en los pequeños la identificación con Jesús.
Y en definitiva, es el juicio cristiano de la historia. Tal vez lo importante de estas relaciones
de cuidado en las que se activa y concreta el amor, en las que el otro es el centro de
atención, es que Jesús hace normativo este principio, el único por lo demás, ofreciendo así
a las mujeres, más cercanas y empáticas a ese mundo de valores, la posibilidad de
convertir la capacidad dada en sistema de valor que construye el reino.
- La exigencia de crecimiento continuo. Este segundo principio ético que se deriva del
Antiguo y Nuevo Testamento puede ser un adecuado revulsivo a las mujeres que no se
sienten suficientemente motivadas y un alivio para aquellas que, por esta exigencia, se
mantienen en una dura constancia de superación contra viento y marea, en especial en lo
que a la Iglesia y la teología se refiere. Es coherencia moral la aspiración a un adecuado
protagonismo eclesial y comunitario y, con ello, una revisión de lo que significa el poder en
perspectiva ética cristiana. Porque esta exigencia de crecimiento que implica el ideal de
perfección no se debe entender sólo desde una perspectiva individual, sino incluyendo la
dimensión colectiva o social. Y la participación consciente de las mujeres en la construcción
de nuestra sociedad y nuestra Iglesia pasa por el protagonismo de las mismas
responsablemente asumido. Y. como decía, esto roza el tema del poder del que ciertas
tendencias quieren excluir a las mujeres, bajo un concepto negativo del mismo, del que nos
quieren descontaminadas. Y lo mismo que era necesario advertir acerca del amor, es
preciso hacerlo con respecto al poder poniendo de relieve su ambigüedad. No se puede
hablar de las mujeres como de un colectivo no contaminado por el poder. También ellas lo
han tenido y lo han utilizado, el poder del débil, por lo que cabe preguntarse si el poder del
impotente que se sirve de vías oscuras para conseguir sus propósitos, «que presiona de
forma lateral desde las zonas que considera sus reductos, que intuitivamente entiende y
manipula bien» (42), es en verdad un poder ético o la alternativa al otro poder que detentan
los hombres. Desde el marco cristiano tendríamos que decir que el poder que hace a las
mujeres sujetos conscientes de su necesaria colaboración en la construcción de sí mismas,
la sociedad y la comunidad eclesial, está redefinido por Jesús, pero no deja de ser poder.
Por tanto, es preferible no engañarse. De nuevo es necesaria la sospecha. Nadie tiene el
derecho de abdicar de sus responsabilidades. Tampoco las mujeres, aunque eso suponga
situar la exigencia de perfección en otro lado, sospechando de ese pretendido no-poder
con el que nos excusamos con demasiada facilidad.
La exigencia del ideal de perfección supone para las mujeres asumir los retos que
conlleva en el evangelio dicha exigencia. Por ejemplo la relación con la verdad y con la
libertad. Pide, por tanto, un esfuerzo de autoconsciencia que rescinda los miedos a
sabernos y a saber. No es posible pasar desapercibidas cuando el ocultamiento, o es
ignorancia consentida, o es miedo a correr los riesgos que requiere asumir
responsabilidades acerca de sí y de otros. Más de sí que de los otros. Y con ello la
obligación de una formación que nos haga sujetos conscientes y libres para tomar
decisiones.
- El reino y el seguimiento de Jesús. Todo el evangelio es una invitación al
seguimiento de Jesús y, con él, a la construcción del reino. La ética cristiana adopta este
principio que deriva de todo el Nuevo Testamento. Tiene que ver con el mundo de las
motivaciones. Si la ética racional cuenta, por ser tal, con un sistema de sanciones que
refuerza las motivaciones desde instancias no sólo intrasubjetivas, sino intersubjetivas y
sociales, con la ética cristiana no ocurre menos. Y esto tiene mucho que ver con las
mujeres, con su tendencia a los sentimientos de culpa y con la adquisición de un sistema
motivacional que las libere por exceso de gratuidad. Con frecuencia, las mujeres ceden en
sus responsabilidades por motivos de seguridad afectiva. Esto explica que determinadas
mujeres continúen viviendo en condiciones duras, y lo prefieran, antes que perder ese
poquito de afecto que de vez en cuando les ofrecen aquellos que las mantienen en dichas
condiciones. El evangelio presenta al Padre de Jesús y al mismo Jesús como a aquel que
valora al ser humano por serlo, gratuitamente, sin pedir nada a cambio. Y esto es
precisamente lo que motiva a la fe y lo que lleva al compromiso en la construcción del reino.
Poner el acento en esta realidad gratuita liberaría a muchas mujeres cristianas de la culpa
de la ley establecida por hombres que, al regular, no han tenido en cuenta este principio. Ni
la seguridad y salvación de las mujeres puede estar sometida a la gratificación afectiva más
o menos directa -y esto bien lo fomentan muchos hombres del clero-, ni al cumplimiento de
la ley con la que tranquilizar la conciencia proclive a la culpa. Tal vez sea necesario pasar
por el sentimiento de culpa asumido para descubrir, más allá, motivaciones más nobles y
gratuitas que den sentido a la vida, actitudes y conductas. Seguir a Jesús, como se deriva
de los evangelios, libera de la culpa y de la angustia, y permite acceder a la motivación de
la causa que motivaba a Jesús: la construcción del reino.
(·NAVARRO-MERCEDES._10-MUJERES.Págs. 281-291)
Mercedes Navarro Puerto
Doctora en psicología por la U. P. de Salamanca y licenciada en ciencias bíblicas por el
P. I. Bíblico de Roma, es profesora de psicología religiosa en el I.S.CC.RR. y C. San Pío X
de Madrid y de Biblia en el l.T.V.R. de Madrid. Es miembro fundador de la Asociación de
Teólogas Españolas. Pertenece al Instituto de las H. H. Mercedarias de la Caridad.
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N O T A S
35. Cf. para más detalle de las implicaciones que tiene para ambos, Tamar y Judá, la utilización de la sexualidad,
mi breve artículo: Tamar: la justicia de Dios: Misión Abierta 2 (1992) 42-43
36. Con lo que podemos decir que la búsqueda activa de la propia identidad, y todo lo que conlleva esta
búsqueda, es el primer mandato moral para las mujeres.
37. Adopto estos principios, pero soy consciente de que en un segundo momento de reflexión sería necesario
superarlos en cierto sentido. La ética cristiana tiene una base evangélica, de la que ella misma deriva y a la
que está siempre referida, que es básicamente superación de toda ley. Cuando Jesús sitúa el amor en el
lugar de la ley, y Pablo, sobre todo en Romanos, lo desarrolla en su contexto, está proponiendo la misma
superación de la ley, como ha puesto de relieve el interesante trabajo de J. N. Aletti, Comment Dieu est-il
juste? París 1991. Por tanto, lo único que de verdad queda es la gratuidad. Pienso que esto todavía está sin
desarrollar, que la misma ética cristiana apenas si ha rozado este planteamiento y sus posibles
consecuencias. La cancelación de toda deuda que supone la pascua de Jesús y la gracia que llega con el
Espíritu Santo suponen un orden nuevo cuya incidencia en la vida práctica cotidiana apenas ha cuajado,
salvo si pensamos en determinados testimonios de la Iglesia primitiva del siglo primero. Pero, como digo,
esto necesitaría una reflexión que yo aún no tengo hecha. Por eso, de forma transitoria y dejando el tema
abierto, desarrollo aquellas que aceptamos en teología moral y sobre las que he reflexionado.
38. Incluye asimismo y de forma especial el sermón del monte, pero no podemos verlo todo, por eso nos
centramos en el amor.
39. Cf. M. Vidal, Moral de actitudes, I. Madrid 1981, 94.
40. Para ambos temas pueden consultarse las siguientes obras: M. Burin y col., Estudios sobre la subjetividad
femenina. Buenos Aires 1987; E. Dio Bleichmar, La depresión en la mujer. Madrid 1990, S. Orbach y E. L.
Eichembaum, ¿Qué quieren las mujeres? Madrid 1990.
41. Cf., en este sentido, muchas de las reflexiones que hay en la obra de E. Drewermann, en especial
Psicanalisi e teologia morale. Brescia 1992 (orig. alemán: Maguncia 1982-1983-1984).
42. C Amorós, o. c., 108.