EL OBJETIVO DEL DECÁLOGO
Libertad
En la introducción a la Gaudium et Spes se habla de «la situación de los hombres en el
mundo actual». Los autores quieren penetrar en los signos de los tiempos y aclararlos a la luz
del Evangelio. Y declaran: «Nunca como hoy han tenido los hombres un sentido tan agudo de la
libertad. Pero están surgiendo al mismo tiempo nuevas formas de esclavitud social y psíquica»
(GS, n. 4). Cuando se da esta doble característica, debería ser también importante para la
sociedad humana preguntarse en qué sentido habla la Iglesia (católica) de libertad. Apenas
existe otra palabra que se utilice en tantas acepciones y, muchas veces, con un significado tan
erróneo.
a) «Libertad», una divisa de la Revolución-Francesa
A partir de la Revolución Francesa de 1789, la divisa de la libertad (junto con las de
«igualdad» y «fraternidad») se utiliza continuamente tanto en el campo político como fuera
de él. El escritor y jurista Martin Kriele ha llamado la atención sobre la conveniencia de
diferenciar dos Revoluciones Francesas: una primera, en 1789, en la que se trataba de
conseguir la eliminación de la injusticia por medio de principios tales como «los derechos
humanos», «la división del poder» o «la democracia»; y una segunda, en 1792, en la que
ya no se trata de liberación a través del derecho, sino de liberación del derecho; y esta
«pieza adicional» fue la que hizo que se desembocara en el terror.
El mismo Kriele señala, además cómo estas dos maneras fundamentales de entender la
libertad y la liberación han proseguido su camino hasta nuestros días.
Desgraciadamente, este autor es injusto al referirse a la Teología de la liberación
latinoamericana y situarla, demasiado global e indiferenciada- mente, en el marco de la
segunda forma de «liberación». Por lo demás, considero que sus indicaciones son
importantes y dignas de consideración en nuestra situación social. Porque existe, un poco
en todas partes, una idea de libertad y liberación que produce, como efecto final, lo
contrario de lo que dice pretender. En una sensacional conferencia pronunciada en Harvard
en 1978, Alexander ·Soljenitsin-A prevenía acerca del hecho de que está extendiéndose
en el mundo occidental una libertad destructiva e irresponsable, muy apta para acabar con
los fundamentos de la sociedad.
b) La Iglesia, ¿abogada de la libertad? I/LIBERTAD
Históricamente observada, la Iglesia apenas puede designarse como «amante de la
libertad». Es frecuente asociar la palabra «Iglesia» con un concepto de libertad que levanta
sospechas. Y sin embargo, la libertad pertenece a los conceptos bíblicos fundamentales,
tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Aquí sólo podemos dar algunas
indicaciones, escogidas más o menos al azar, dejando aparte los párrafos que hablan
detalladamente de la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud egipcia.
En el salmo 66 se alaba a Dios: «¡Oh Dios, tú nos has probado y purificado como se
purifica la plata! Nos llevaste a situaciones difíciles y nos pusiste un peso abrumador sobre
los hombros. Dejaste que los hombres pisaran nuestras cabezas. Fuimos a través del fuego
y del agua, pero tú nos has conducido a la libertad.» (Sal 66, 10-12) .
De modo parecido se dice en el salmo 118, 5.14: «En las dificultades llamé al Señor, y el
Señor me ha escuchado y me ha liberado... Mi fortaleza y mi canto es el Señor, que se ha
convertido en mi libertador». Y en el salmo 32, 7 se encuentra la concisa pero magnífica
formulación: «Tú me liberas y me llenas de júbilo».
En el Nuevo Testamento, Jesús marca el programa de su obra con las palabras: «EI
Espíritu del Señor sobre mí..., me ha enviado... para dar libertad a los oprimidos» (Lc 4, 18;
cfr. Is 58, 6; 61, lss.). San Pablo aclara el mismo concepto y lo hace, precisamente, en
forma de himno: «También la creación debe ser liberada de la esclavitud y de la perdición,
para la libertad y la gloria de los hijos de Dios» (Rom 8, 21).
Transformaciones en el modo de entender la libertad LBT/FORMAS
Con el correr de la historia, el concepto eclesial de libertad ha sufrido profundas
transformaciones. J. B. ·Metz-JB ha defendido la tesis de que la libertad bíblica ha sido, por
así decirlo, descubierta dos veces a lo largo de estos últimos siglos, y que pueden
diferenciarse claramente, entre los siglos XVI y XX, dos diferentes formas de entender la
libertad. En el siglo XVI, la Reforma protestante defendió, ante todo, la libertad individual de
cada cristiano. Frente a esto se impone actualmente en la Iglesia Católica, especialmente
en Latinoamérica, otra forma de entender la libertad que tiene en cuenta la solidaridad
social de los hombres (1).
a) La «libertad de los cristianos», ¿una limitación? LBT/LUTERO
En su obra «Sobre la libertad del cristiano» (1520), Martín ·Lutero-M hizo suyos
momentos bíblicos muy significativos referidos al tema de la libertad. Sin embargo, se
observa que, en su comprensión de la libertad, se basa casi exclusivamente en el Nuevo
Testamento, de un modo especial en las cartas a los Romanos y a los Gálatas y en las dos
cartas a los Corintios (aunque es cierto que de vez en cuando se encuentran
consideraciones sobre los salmos y los profetas, pero que apenas ejercen valor funcional
alguno). Además se observa -y esto es objetivamente más importante- que el concepto de
libertad de Lutero es muy individual y espiritualmente limitado. Por una parte, Lutero
acentúa la diferencia entre el hombre espiritual interior y el hombre activo exterior. El
hombre interior, espiritual, escucha la palabra de Dios, con la que se hace libre y señor de
todas las cosas; el hombre exterior, activo, está sometido, por el contrario, a todos los
hombres y a todas las cosas.
Tal vez pueda suponerse que este concepto de libertad, limitado y limitador, pudo estar
también relacionado con factores políticos. A fin de cuentas, el éxito de la Reforma
dependió en gran medida de la aprobación que quisieron otorgarle los gobernantes. Esto
resultó especialmente claro en los levantamientos campesinos de 1524 y 1525. Dichos
levantamientos ya habían tenido lugar en diversas comarcas desde 1476, de modo que
tenían tras de sí una larga historia.
Ya en el siglo XIV tuvo lugar un levantamiento similar en el que los campesinos lucharon
por sus libertades fundamentales. Exigían la restitución del derecho de caza y pesca, así
como del agua y de los pastos, y proclamaban la igualdad original de todos los hombres. En
la mayor parte de estos levantamientos, los campesinos invocaban la Biblia para corroborar
sus exigencias, manifestando estar dispuestos a retirar todas las exigencias que no
coincidieran con la Escritura.
El movimiento tuvo el apoyo de numerosos párrocos y pertenece a los capítulos trágicos
de la historia de la Iglesia el hecho de que los obispos (que eran al mismo tiempo los
príncipes terrenales), para reprimir esos levantamientos campesinos hicieron muchas veces
ahorcar públicamente a los párrocos, como cabecillas de tales levantamientos, antes de
que gran cantidad de campesinos rebeldes dieran sus vidas.
En esta situación exhortó Lutero a los campesinos, diciéndoles que era preferible
soportar la injusticia antes que imponer la fuerza de sus supuestos derechos. Que su
invocación de la Biblia era un abuso del nombre de Dios. Y seguían expresiones aún más
rigurosas contra los campesinos rebeldes.
En nuestro siglo, Herbert ·Marcuse ha criticado abiertamente el concepto de libertad
de Lutero, pues opina que dicho concepto acumula «todos los elementos que constituyen el
concepto específicamente burgués de la libertad y que acaban dando su fundamento
ideológico a la forma burguesa de entender la libertad: asignar la libertad a la 'esfera
interior' de la persona, al 'hombre interior', esclavizando al mismo tiempo al 'hombre exterior',
al sistema de la autoridad mundana...».
Según Marcuse, esto significa la legalización de la verdadera falta de libertad, como fruto
de la libertad «interior» y de la igualdad asimismo «interior». Naturalmente que los teólogos
evangélicos, como es el caso de Eberhard Jungel, saben esgrimir argumentos adecuados
frente a esta crítica que se hace a Lutero; sin embargo, no puede negarse que el concepto
luterano de libertad estaba muy limitado a lo individual y a lo espiritual.
b) liberación por la fuerza del Evangelio EV/LIBERACIÓN
El segundo gran descubrimiento histórico y significativo sobre la idea bíblica de libertad
se ha realizado en nuestros días, de manera especial en la Iglesia latino americana,
aproximadamente desde 1965, y esta vez no sólo «desde abajo», sino apoyada al mismo
tiempo por todos, desde los obispos hasta los papas. (Lo cual no significa que la teología
de la Iglesia evangélica no haya defendido este proceso. Baste ver, únicamente a modo de
ejemplo, el escrito del teólogo reformado Jan Milic Lochman: «Orientación de la libertad.
Compendio de ética en la perspectiva del Decálogo». Sin embargo, parece que, en este
caso, la realización de los recién descubiertos conceptos de libertad se ha llevado a cabo
con más fuerza en el campo de la Iglesia católica).
Principalmente el redescubrimiento del Antiguo Testamento y la referencia a las
narraciones del Éxodo han llevado a entender la libertad en un sentido muy concreto y
colectivo: del mismo modo que Dios escuchó antiguamente el grito de su pueblo, también
ahora liberará a su pueblo de la esclavitud; y lo hará, más o menos, del modo siguiente:
haciendo que el pueblo reciba su propia tierra, con la que podrá, de acuerdo con su
dignidad humana, atender a su mantenimiento y desarrollar su humanidad.
CSO/FE:En relación con todo esto, es muy significativo el hecho de que los dos últimos
Papas, Pablo VI y Juan Pablo II, hayan adoptado como algo propio y de un modo realmente
intensivo el concepto latinoamericano de libertad. El concepto de libertad formulado por
Pablo VI en su Carta Apostó1ica de 1975 Evangelii nuntiandi (nn. 30-36) ha sido totalmente
confirmado por Juan Pablo II por ejemplo en su discurso a los obispos en Puebla. Ambos
Papas asocian de manera muy clara el concepto colectivo, al tiempo que muy concreto, de
liberación (refiriéndose, por ejemplo, a la propiedad de la tierra y a otras posibilidades de
desarrollo) y la interpretación espiritual e individual de dicha liberación, señalando con ello
la unidad inseparable entre espiritualidad y compromiso social. Así decía Juan Pablo II el 21
de enero de 1979, en su homilía en la catedral de la ciudad de México:
«La Iglesia necesita hoy día hombres que estén dispuestos... a ser fermento de
religiosidad, de justicia, de promoción de la dignidad del hombre en todos los ambientes
sociales, tratando de dar al mundo un suplemento de alma, para que sea un mundo más
humano y fraterno, desde el que se mira hacia Dios».
La síntesis de espiritualidad y compromiso social se manifiesta también en el capítulo
«Evangelización, liberación y promoción del hombre», del documento de la Conferencia de
Obispos Latinoamericanos en Puebla (especialmente los nn. 470-506). Allí, entre otras
cosas, se dice:
«Mutilamos absolutamente la liberación... cuando olvidamos la idea fundamental de la
evangelización liberadora, que proclama la conversión de los hombres en sujetos de su
propio desarrollo personal y social. Y la mutilamos igualmente cuando ignoramos la
dependencia y la esclavitud que violan los derechos fundamentales, que no han sido
concedidos por gobiernos o instituciones (por muy poderosos que sean), sino que tienen
por autor al mismo Creador y Padre.
La liberación se realiza mediante el Evangelio, con su especial fuerza actuadora, y no
recurre a violencia de ningún tipo ni a la dialéctica de la lucha de clases, sino que se apoya
en la energía vigorosa y en la obra de Cristo, que movida por el Espíritu quiere responder al
grito de millones y millones de hermanos.
Como pastores de Latinoamérica, tenemos motivos especialmente serios para incitar a la
evangelización liberadora, no sólo porque es preciso rememorar los pecados personales y
sociales sino también porque, desde Medellín hasta hoy, la situación ha empeorado en la
mayor parte de nuestros países» (cfr. también los nn. 321-329).
Sería peligrosamente falso enfrentar los conceptos de libertad individual y de liberación
colectiva, los del Antiguo y el Nuevo Testamento, o los de lo concreto y lo espiritual. Se
trata de diversos momentos que están tan relacionados entre sí como el misticismo y el
compromiso, la lucha y la contemplación. El avance efectuado en Latinoamérica desde
1965 a partir de esta síntesis no debería deplorarse. Porque no se trata de eliminar el
concepto espiritual de libertad, sino de comprender el concepto bíblico y llevarlo a la
práctica en toda su plenitud y sin ningún tipo de limitaciones.
Claro que, de esta forma, no se puede contar con apoyo alguno para emplear la violencia
en orden a provocar la transformación de las situaciones. Pero esto mismo será, a la larga,
una mejor victoria.
c) Un intento de profundización
Todo lo dicho hasta ahora sobre nuestras ideas acerca del concepto central de libertad
debe ampliarse y profundizarse, de forma que la significación de dicho concepto sirva para
un entendimiento adecuado del Decálogo.
Deseo subrayar los siguientes motivos:
1. Participar en la libertad divina
D/LIBERTAD:El Dios que se manifestó al pueblo de Israel no desea vivir su vida para sí
mismo, sino que los hombres participen de su vida. Dios es libre -una cualidad
frecuentemente olvidada en los catecismos- y desea que el hombre, su imagen fiel,
participe de su libertad. El hombre imagen fiel de Dios, debe poder vivir «en la libertad de
Dios». El Dios de la Biblia no quiere que unos hombres deterioren la libertad de otros, ni
que la libertad de los hombres sufra menoscabo por sus propias falsedades sino que está
profundamente interesado en que los hombres consigan una vida libre. De acuerdo con
esto, el Decálogo hace referencia a aquellas formas de comportamiento equivocadas que el
pueblo de Dios no debe tolerar si no quiere perder su identidad de pueblo liberado por
Yahvé, así como el carácter de símbolo y promesa que con ello se le otorgó.
Muchas de las dificultades que surgen en la comprensión y en la realización de la libertad
se basan en el hecho de que una y otra vez surge la idea de que la libertad de los unos
impide y perjudica la libertad de los otros. Y así se piensa no sólo respecto a las relaciones
entre los seres humanos, sino también respecto a la relación de los hombres con Dios. En
contraposición a esto, sería importante recalcar que la libertad, entendida bíblicamente,
sólo se realiza en la comunicación; tanto en la comunicación de los hombres entre sí como
en la comunicación de los hombres con Dios. La libertad, según el concepto bíblico, es una
realidad comunicativa.
La libertad de Dios no es la libertad de elegir entre lo bueno y lo malo, sino la libertad
para un amor eterno. «Dios es, en su amor, liberador; y en su libertad, amante». En esta
libertad, que no es limitada ni egoísta, deberían poder participar todos los hombres.
También para los hombres es válida la afirmación de que «la libertad que Dios os ha dado
es libertad para el amor». La libertad de que aquí se trata es la libertad para colaborar en
aquello que Dios ha comenzado con su acción liberadora.
Las libertades divina y humana no están en conflicto la una con la otra, sino que, muy al
contrario, la libertad de Dios es el fundamento de la libertad del hombre, la cual se
experimenta como libertad recibida gratuitamente y agradecida.
Según la opinión de Roger ·Garaudy-R, la
libertad de los hombres no viene dada tanto por la autonomía del individuo cuanto por obra
de la realización de una relación transcendente que libera. De lo cual se desprende, para el
propio Garaudy, que «elegir la libertad como el fundamento más importante de la realidad,
significa creer en Dios». Si este paso no es dado en la trascendencia, terminarán por
imponerse principios determinísticos, condicionamientos, alienaciones y absolutismos. Y
cuando esto sucede, debería servir de recordatorio el que en las sociedades ateas, sin
excepción, la libertad de los hombres está siempre amenazada en su base, a pesar de todo
lo que pueda aseverarse en contra.
La característica del Reino de Dios es que los hombres no sean oprimidos, sino
liberados. «El Reino de Dios construye, en medio del mundo antiguo, un mundo nuevo»,
dice el Nuevo libro de la fe; «este nuevo mundo se caracteriza porque los hombres
empiezan a vivir en el mundo viejo y, además, sin temor, llenos de esperanza y de
consolación, santificados y sanos; en otras palabras: libres». Esta afirmación es válida
tanto para el Antiguo como para el Nuevo Testamento.
2. Libertad y experiencia de la sociedad La libertad así entendida se
realiza no sólo en la comunicación con Dios, sino también en la comunicación de los
hombres entre sí. Libertad significa soberanía frente a todas las presiones que limitan la
voluntad, frente a la presión de la avaricia, de la indiferencia, de la limitación del propio yo.
La experiencia satisfactoria de tal libertad sólo puede ser realizada por el hombre en
sociedad y, en cuanto la ha experimentado, se siente empujado a compartirla con otros. El
otro no es, por tanto (como siempre ha creído el individualismo occidental), la frontera, sino
la condición de mi libertad.
La pedagogía moral ha tenido que luchar continuamente con la creencia errónea de que
libertad y autonomía son incompatibles con el amor al prójimo o al menos, ciertamente con
la obediencia. Por esa razón, el discurso sobre la libertad tiene siempre que soportar la
carga de un dilema aparentemente insoluble. Pues «quien exige el reconocimiento de su
propio yo libre debe reconocer también el yo libre de cada uno de los demás». Contra este
dilema sólo aparente, aclara Auer: «El concepto de libertad está inserto en el campo mental
de la comunicación: un hombre solitario no puede ser libre».
3. Libertad desde la fuerza del perdón P/LIBERTAD:
No es posible ignorar, ciertamente, que el concepto de libertad que hemos explicado
hasta ahora no es fácil de llevarlo a la práctica. La realización de esta libertad queda
destruida una y otra vez por el poder del pecado. J. B. ·Hirscher-JB, moralista del siglo XIX
(muerto en 1865), describió el pecado como la renuncia al Espíritu de Dios que libera y, por
ello, como un caminar hacia la falta de libertad. Según el concepto bíblico, el pecado es una
creciente falta de libertad. El abuso de la libertad significa también, para quien lo practica,
no un aumento de su propia libertad, sino el perjuicio y deterioro de ésta. Aunque es verdad
que esto no siempre resulta patente a primera vista.
La Biblia cuenta muy concretamente con la posibilidad de que se abuse de la libertad y
se la desfigure, del mismo modo que cuenta con la posibilidad de que, en su andadura, la
historia de la libertad engendre maldad, cuyas víctimas serán los hombres y las cosas.
Dicha maldad no puede eliminarse nunca por completo, pero no es que sea algo fatal e
ineludible. El hombre participa de forma responsable en ese proceso en virtud del cual
puede dominarse la maldad y llegar a la libertad.
Libertad y responsabilidad están íntimamente relacionadas, al igual que lo están la
libertad y las llamadas de atención a las posibles culpas. Quien piense que el lenguaje de
«culpa/conversión» ha de omitirse por amor a la libertad humana, no es realista y, a la
larga, puede resultar hasta inhumano. El Sínodo Episcopal alemán se manifestó con la
siguiente frase: «Una libertad que insista en la inocencia del egoísmo natural... no liberará,
sino que más bien reforzará aún más la soledad y la falta de comunicación de los hombres
entre sí». En el mismo Sínodo dijeron también los obispos que eran muy conscientes de
que una predicación cristiana basada exclusivamente en la culpa y el pecado había llegado
a provocar la impresión de que «es necesario luchar contra la predicación que la Iglesia
hace de la culpa, si es que se desea prestar un servicio a la libertad real de los hombres».
Subrayan, por tanto, que los cristianos han de preocuparse de que el discurso cristiano
sobre la culpa «no ponga en peligro la libertad», sino que «descubra y salve esa misma
libertad». Esta preocupación brillará allí donde, en virtud del perdón de Dios a los hombres,
la fe sea más fuerte que el recelo reiteradamente manifestado de que «nuestro poder de
destruir y humillar sea, en resumidas cuentas, mayor que nuestra capacidad de apoyar
positivamente y de amar».
La libertad dada y hecha posible por Dios está siempre en peligro: pero el Dios de la
Biblia se manifiesta como el que constantemente se preocupa por la restauración y la
extensión de la libertad. Esto está magníficamente expresado en el salmo 81, un texto
catequético para la celebración de la fiesta de los Tabernáculos. El puesto principal no lo
ocupa la ira de Dios que habrá de alcanzar a los hombres en el caso de que infrinjan sus
mandamientos, sino la preocupación amorosa de Dios por su pueblo. De esta preocupación
surge la decepción de Dios con respecto al pueblo «que no le ha aceptado», así como su
queja de que este pueblo se arruine a sí mismo, en lugar de aceptar los beneficios que Dios
ha querido hacerle. Se aprecia claramente que no es Dios, en realidad, quien castiga, sino
el propio hombre quien se castiga a sí mismo al apartarse de Dios:
«Escucha, pueblo mío, yo te advierto,
¡oh, Israel, si quisieras escucharme!
No haya en ti dios extranjero,
no te postres ante dios extraño;
yo, Yahvé, soy tu Dios,
que te hice subir del país de Egipto;
abre toda tu boca y yo la llenaré.
Pero mi pueblo no escuchó mi voz,
Israel no me quiso obedecer;
por eso les abandoné a la dureza de su corazón
para que caminaran según sus designios.
¡Ah, si mi pueblo me escuchara,
si Israel siguiera mis caminos...!
AL punto abatiría yo a sus enemigos,
volvería mi mano contra sus adversarios.
Los que odian a Yahvé le adularían,
y su tiempo estaría para siempre fijado;
y a él le sustentaría con la flor del trigo
y le saciaría con la miel de la rosa» (Sal 81, 9-17)
El ethos bíblico, en el que es característico el momento del perdón, manifiesta un gran
realismo. Todos necesitamos ser siempre perdonados, porque todos fallamos
continuamente. Esto significa que la libertad, tal como la ve la Biblia, es una realidad que se
alimenta de la fuerza del perdón. En una sociedad carente, como la nuestra, de caridad y
de consideración, es muy importante captar y vivir conscientemente esta relación. La
conversión es una acción de salvamento de la libertad; es la oposición autocrítica no sólo
contra los propios deseos de adaptarse a unos criterios morales con muy bajos niveles de
exigencia, sino también contra los estados colectivos de opinión que tienden a exagerar los
niveles éticos de los hombres.
...................
1. Cfr. METZ, J. B., Más allá de la religión burguesa, Sígueme, Salamanca 1982).
(·EXELER-ADOLF-1._PRESENCIA-TEOLÓGICA.Págs. 49-63)