3.2. Dimensión social de la gracia

3.2.1. Gracia y estructuras sociales

La vida nueva de los creyentes no se limita al plano personal e individual. La gracia transforma al hombre en todas sus dimensiones. Y, sin duda, una de las dimensiones esenciales del ser humano es el ser con los demás, el convivir. La convivencia forma parte de la estructura de la identidad personal. Pero la presencia de los otros conlleva también problemas, dificultades, limitaciones. De ahí que, en las sociedades humanas se hayan creado una serie de normas que regulan y favorecen la convivencia, y una serie de instituciones que están al servicio de tal regulación social.

También los primeros cristianos se organizaron. Pero su organización estaba regulada e impulsada por la vida nueva que habían recibido: «Los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía... Todos eran muy bien mirados, porque entre ellos ninguno pasaba necesidad, ya que los que poseían tierras o casas las vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno» (He 4,32-35; cf 2,42-47). El amor de Dios no tiene más traducción humana que el amor al prójimo, el comportamiento fraterno, comportamiento que no puede quedarse en palabras, sino que se traduce en gestos concretos y visibles.

¿Se limitará, con todo, la vida de la gracia al grupo de los convertidos? ¿Tiene influencia en el resto de los hombres, en los asuntos sociales y políticos de la sociedad humana? Por de pronto, el texto de los Hechos que hemos citado nos indica que la vida nueva de los creyentes es llamativa: ¡eran bien vistos! Suscitaban, por tanto, un interrogante, provocaban una pregunta. No es extraño que Pedro recomiende a los creyentes que estén siempre dispuestos a dar explicaciones a quien las pida (1 Pe 3,15). Explicación que, como es el caso del texto de Pedro (1 Pe 2,12) puede que tenga que darse en circunstancias adversas. La vida de los creyentes es llamativa y puede provocar envidias y recelos, porque su manera de vivir es una instancia crítica para el medio ambiente: ¡Entre vosotros no sea así!, ¡no os acomodéis a los usos de este mundo! (Mc 10,42-45; Lc 22,25). La vida de los creyentes termina siendo una instancia crítica para el mundo, cosa que casi siempre es molesta.

Pero hay todavía más. Antes hablamos de la dimensión misionera de la Iglesia. Tal dimensión no tiene que entenderse en un sentido puramente espiritual. Jesús mismo se preocupaba de la integridad de la persona, también de sus aspectos corporales. Ese es el sentido de sus curaciones milagrosas. Pues bien, hoy el bienestar corporal y personal, y también el espiritual, pasa por la creación de instancias sociales que lo posibiliten. El creyente tiene algo que decir y algo que hacer al respecto. Por eso, ya en la época patrística se constituye toda una red de instituciones y costumbres al servicio de los hombres. La Iglesia administra y dirige, a partir de las leyes de Teodosio en el 391, hospitales, leproserías, casas de acogida para pobres, huérfanos y ancianos..., y llega a adquirir grandes propiedades, lo que conlleva también sus problemas, bajo el lema: bienes de la Iglesia son bienes de los pobres; bienes de los pobres son bienes de Dios 140. La práctica del amor se orienta según las más urgentes necesidades, interpretadas por los Padres en sus sermones y catequesis (sobre todo los padres griegos, entre los que destacan Juan Crisóstomo, Basilio, Gregorio Nacianceno). Los Padres condenan los excesos de las riquezas y del lujo, denuncian los abusos de los gobernadores locales, y recuerdan el misterio del pobre como presencia de Cristo.

Esta práctica social de la Iglesia se ha continuado, con sus altibajos y problemas, hasta nuestros días. Pero hoy la situación económica, política y social es de una complejidad tal, que ya no basta con remediar los efectos, sino que si queremos ser efectivos es necesario atacar, denunciar y luchar contra las causas que los provocan. Ante tales planteamientos hay quien habla de politización de la teología, pero se trata más bien de salir de una teología política practicada inconscientemente y de llegar a una teología política con una conciencia crítica 141. FE/POLITICA FE/ESTRUCTURAS: Hoy, cualquier actitud que se adopta tiene repercusiones políticas y se intenta capitalizar en beneficio partidista. Más vale ser conscientes de ello que vivir en la inconsciencia bajo capa de piedad. Llegados a este punto, muchos cristianos argumentan que el Nuevo Testamento no se interesa realmente por las estructuras, porque la salvación y el anuncio del reino de Dios son una llamada al corazón, a la conversión interior. Justifican eso sí, la actividad caritativa de la Iglesia en sus formas «clásicas», como expresión individual de amor al prójimo, pero se niegan a ir más allá, a reconocer la necesidad de un análisis «crítico» de la sociedad en nombre de la fe, y menos aún a un compromiso activo, porque eso, dicen, es «meterse en política» y «no tiene nada que ver con la religión». Dejando aparte el concepto de «religión» que subyace en un planteamiento de este tipo (falso concepto que se reduce a lo puramente cultual cuando no a lo folklórico), conviene detenerse en el argumento de que tal acción social no encuentra apoyo en el Nuevo Testamento. Schillebeeckx se ha detenido en esta cuestión, y a nosotros nos basta con resumir su respuesta: los que así argumentan no tienen en cuenta hasta qué punto estuvo condicionada históricamente la postura práctica del cristianismo neotestamentario. Los cristianos se limitan a construir en sus comunidades una sociedad nueva en la que no dominan las injustas estructuras del mundo porque no pudieron ir más allá. Eran una minoría que no podía, ni siquiera parcialmente, modificar la estructura social y política de la época. Por eso comenzaron en el ámbito de sus propias comunidades. En unas circunstancias históricas distintas, la misma concepción de la gracia puede llevar a unas opciones cristianas igualmente responsables y también muy diferentes, hasta el punto de que hoy, debido a la influencia que tiene en el mundo el cristianismo, esto puede ser una exigencia cristiana de nuestra experiencia de la gracia 142.

Antes hemos hablado de la gracia como humanización. No hay que olvidar que el hombre, dada su estructura, sólo se humaniza plenamente en relación con el medio ambiente y en comunión con los demás hombres. De ahí que no se pueden contraponer persona e instituciones o estructuras. La mejora del ambiente y la búsqueda de estructuras en donde sea posible una convivencia pacífica y justa, sin opresión ni discriminación, forman parte de la llamada a la conversión. Tomás de Aquino se dio cuenta de la relación que hay entre la conversión interior y la situación externa que posibilita o favorece aquélla, cuando en un contexto muy distinto al nuestro escribió:

«El reino de Dios consiste principalmente en los actos interiores, pero también, y como consecuencia, en todo aquello sin lo cual no pueden existir dichos actos. Por ejemplo, si el reino de Dios es justicia interior, y paz, y gozo espiritual, necesario es que todos los actos exteriores que repugnan a la justicia, a la paz o al gozo espiritual repugnen también al reino de Dios y, por tanto, hayan de ser prohibidos en el evangelio del reino» 143.

Por otra parte, no hay que pretender que la repetición de las actitudes de Jesús y de los primeros cristianos es signo inequívoco de fidelidad. Pudiera ser la mayor de las infidelidades. Las actitudes tienen sentido dentro de su circunstancia. Las de Jesús y los primeros cristianos también. Por eso no pueden trasponerse tal cuales a nuestro contexto. Lo que debe importarnos es que el Nuevo Testamento deduce consecuencias éticas de la conversión religiosa, y no tanto las respuestas concretas que da, pues tales respuestas dependen del momento histórico y en él se deben valorar. De ahí la necesidad de preguntarse por la razón que en un momento dado provocó un determinado comportamiento, para asimilar esta razón, el propósito fundamental, y realizar en mi presente, con fidelidad, la acción que hoy corresponde mejor a tal propósito, lo que exige una «nueva creación», pues el contexto de aplicación es diferente, aunque el objetivo fundamental permanezca 144.

3.2.2. Gracia y proyectos humanos

El mensaje de la gracia debe enfrentarse con una pregunta que parece negarlo de raíz: ¿No ha llegado el hombre a una situación de conocimiento y de progreso tal que le resulta posible ir reduciendo gradualmente la miseria y enfrentarse con lo desconocido, con estos espacios antiguamente reservados al mundo de la superstición? ¿No es capaz el hombre actual de solucionar los más peliagudos problemas médicos, de alargar la vida y de proporcionar cotas de bienestar nunca sospechadas? ¿No tiene medios para dominar la naturaleza, para prever las catástrofes naturales? ¿No es capaz de proyectar y de llevar a cabo una sociedad «ideal» en la que reinen la paz y la justicia? Y si no lo hace, no es por falta de medios o de capacidad, sino por otras razones. Una vez superadas estas razones, ¿qué puede aportar el mensaje de la gracia? Hemos oído que la Iglesia ha ejercido una función supletoria, pero una vez asumidos por el Estado determinados terrenos ­sanitarios, asistenciales, educativos- con más competencia, rigor y medios que la Iglesia, ésta debe retirarse, dado que su papel ha caducado y sólo sirve para mantener posiciones retrógradas. En una palabra, ¿no se basta el hombre solo? ¿No es capaz de avanzar en todo lo auténticamente humano sin Dios? ¿No ha sido Dios una especie de barrera en los límites de la ciencia y de la sociología, que ha ido retrocediendo a medida que éstas avanzaban? ¿Cuál sería la aportación específica del cristianismo en una sociedad ideal en la que reinase la justicia, sociedad en la que Dios no tuviera ningún lugar, por innecesario? ¿Debería limitarse a ser una minoría, un resto, con preocupaciones únicamente escatológicas y sin nada que aportar en la construcción del mundo?

Son varios los problemas aquí implicados y, por tanto, varios los temas a dilucidar. En primer lugar: no hay que confundir la tarea del cristianismo con algo necesariamente original y que los demás no hacen o no pueden o no deben hacer. Ni hay que pretender que el cristianismo debe limitarse a hacer lo que le distingue de los demás, lo que constituye su «especificidad». Porque esta especificidad tiene una serie de consecuencias y derivaciones que, en determinados ámbitos, pueden coincidir con las pretensiones de los demás hombres: justicia, verdad, libertad, equidad. Más todavía: no cabe duda de que muchas actitudes que actualmente forman parte del ámbito de la cultura y son, por tanto, «seculares», han sido originalmente impulsadas o suscitadas por el cristianismo. El Nuevo Testamento, en una sociedad en la que el amo tenía derechos absolutos con su esclavo, se permite expresar sus reservas al indicarle al amo que no hay derechos sin contrapartida: «Amos, corresponded a los esclavos dejándoos de amenazas; recordad que ellos y vosotros tenéis un amo en el cielo y que ése no tiene favoritismos» (Ef 6,9; cf Col 3,25). Bastaría recordar aquí la labor que los misioneros dominicos y franciscanos hicieron en favor de los indios e incluso de los negros en la conquista de América. O que la democracia tiene sus orígenes en las órdenes religiosas medievales. O las palabras de Pablo VI al comienzo de su pontificado: los principios de la Revolución francesa ­libertad, igualdad, fraternidad­ bien que con un revestimiento anti-cristiano, «eran cristianos» 145. Democracia, igualdad, justicia, libertad, derechos humanos... todo esto pertenece al patrimonio común de la humanidad, y todo esto es profundamente cristiano. El creyente se alegra de todo esto. Y se alegra porque en todo ello «ve» la mano de Dios: «El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolución» histórica 146. «Cristo... obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre... alentando, pacificando y robusteciendo aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a ese fin» 147. «Quien se esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saberlo, por la mano de Dios» 148.

En segundo lugar: el mensaje de la gracia no está ligado a la miseria humana. La salvación no es un producto de reemplazamiento o un sucedáneo de los bienes terrenos que no se poseen. El evangelio se dirige al hombre, cualesquiera que sean sus condiciones y situación. En toda circunstancia, a tiempo y a destiempo, el mensaje de la gracia puede y debe ser anunciado, porque en toda situación tiene algo que decir. Por eso estamos de acuerdo con estas palabras de Bonhoeffer, siempre que se tenga en cuenta que tampoco el mensaje de la gracia está ligado a la «fuerza» del hombre:

«Siempre tengo la impresión de que al hablar de los límites humanos sólo tratamos de reservar medrosamente un lugar en el mundo para Dios. Pero yo no quiero hablar de Dios en los límites, sino en el centro; no en los momentos de debilidad, sino en la fuerza; esto es, no a la hora de la muerte y del pecado, sino en plena vida y en los mejores momentos del hombre» 149.

El hecho de que en determinadas circunstancias «límite» resulta inoportuno o sin sentido el discurso sobre Dios ­basta recordar La peste de A. Camus­ nos muestra que no es precisamente la miseria el contexto más favorable para la fe. Con todo, también ahí es necesario el discurso sobre la gracia, que a veces tomará la forma de un silencio respetuoso, de un dar la mano, o de un murmullo silencioso, que en el creyente significa: «A pesar de todo, Israel, espera en el Señor». El mensaje de la gracia es trascendente ­puede ser anunciado en toda situación­, pero nunca marginal, es un anuncio gozoso que revela al hombre la última dimensión de su vida.

Esta consideración nos introduce de lleno en la tercera observación que queremos hacer: el creyente vive en la historia, debe comprometerse con la historia, allí reconoce que actúa el amor de Dios y allí pone en práctica este amor, pero nunca confunde la salvación con los proyectos, aspiraciones y realizaciones de la historia. La gracia es histórica y trascendente al mismo tiempo. Prohíbe evadirse del mundo, pero también prohíbe absolutizarlo. En palabras del Vaticano II diríamos: «Aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios« 150.

La gracia del Espíritu no es ajena a los proyectos humanos de liberación. Pero si tales proyectos pueden ser el punto de inserción de la gracia, pueden también escapar a sus exigencias de universalidad, ausencia de discriminación y superación. En este sentido tales proyectos son ambiguos 151. Por eso, la gracia los confronta con las exigencias del ágape de Dios revelado en la cruz de Cristo. Todos necesitan ser iluminados por el evangelio. Así, la gracia del Espíritu actuará para suscitar tales proyectos allí donde faltan, para estimularlos en donde duermen, para rectificarlos en donde se desvían y siempre para elevarlos con su suprema inspiración, lo que significa excluir toda discriminación, toda manipulación, toda esclavitud, todo egoísmo, todo aquello que no se ordena a «lograr más justicia, mayor fraternidad y un más humano planteamiento en los problemas sociales» 152.

El hombre de hoy es capaz de planificar y realizar grandes cosas. En esta medida, el campo de acción de la gracia, pero también el campo de acción del pecado, es cada vez más amplio. Lo que la gracia pretende es liberar al hombre del pecado, del pecado de la humanidad y del pecado personal. Esta liberación exige hoy que se desvelen las formas concretas que reviste el pecado en la vida individual y social, así como el poner en práctica todos los recursos que pueden favorecer las formas auténticas de la existencia humana. La predicación de la gracia es más urgente que nunca. En suma, lo que pretende la gracia es humanizar al hombre, en todas sus dimensiones, y hacerlo desde dentro 153. Y si las aspiraciones, inquietudes y realizaciones del hombre se expresan por medio de la cultura, podemos decir que lo que pretende el mensaje de la gracia es exigir al hombre y a su cultura que sean lo que deben ser. Si es verdad que «la fe todo lo ilumina con nueva luz y por ello orienta la mente hacia soluciones plenamente humanas» 154, y Si es verdad que la cultura es lo que permite a la persona humana el «llegar a un nivel verdadera y plenamente humano» 155, entonces es claro que no puede darse oposición entre fe y cultura, pues persiguen el mismo fin: el hombre realizado en plenitud. Eso que la cultura pretende es lo que la fe cristiana ofrece y lo que nos estimula sin cesar a buscar.

3.2.3. El dinamismo de la gracia

Estamos viendo que la gracia tiende necesariamente a ser actual. Es una fuerza, un dinamismo interior, con repercusiones en la vida concreta y cotidiana del hombre. No es algo tan alejado, una especie de «ideal» que sólo se convierte en realidad en «otro mundo». Tiene repercusiones en el presente, en la concreta cotidianidad de nuestras vidas.

La gracia es dinámica.

ES/CREADOR/NO-REPITE: La gracia es la vida nueva del Espíritu. El Espíritu de Dios es «Espíritu creador», «dador de vida», y sigue «hablando por los profetas». Es un Espíritu siempre actual, por eso no necesita repetirse. Me atrevería a decir que la repetición material de determinadas experiencias «espirituales» atestiguadas en algunos textos del Nuevo Testamento, no es signo de la presencia del Espíritu, precisamente porque el Espíritu es creador, dador de nueva vida, y porque la repetición de un mismo gesto en contextos y situaciones diferentes no es lo mismo, no significa lo mismo. De hecho, una repetición es ya interpretación. Por eso, puestos a interpretar, hay que hacerlo teniendo en cuenta todos los datos del problema y, por tanto, los planteados por las nuevas situaciones.

El signo más claro de la presencia del Espíritu es la edificación de la comunidad (cf 1 Cor 12,7). Para edificar es necesario tener en cuenta a los que son edificados. ¡Qué bien lo supo entender este gran humanista cristiano, Tomás de Aquino, al relativizar las formas que son cambiantes, y siempre al servicio de lo esencial! Así, hablando de la oración, dice:

«La medida de las cosas se determina por su fin, como la medicina por la salud. La oración, de igual modo, debe durar lo que conviene para excitar el fervor del deseo interior. Si ha rebasado la medida suficiente, de tal modo que su continuación produciría tedio, no se debe prolongarla... E igual que hay que tener en cuenta esta advertencia en la oración particular respecto al espíritu del que ora, también hay que tenerla en la oración común respecto a la devoción del pueblo« 156.

Hay un texto del Nuevo Testamento en el que se habla claramente de la acción del Espíritu en términos de futuro:

«Mucho me queda por deciros, pero no podéis con tanto ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os irá guiando en la verdad toda, porque no hablará en su nombre, sino comunicará lo que le digan y os interpretará lo que vaya viniendo. El manifestará mi gloria porque tomará de lo mío y os lo interpretará. Todo lo del Padre es también mío, por eso digo que tomará de lo mío y os lo interpretará« (Jn 16,12-15).

La gracia actúa teniendo siempre presente un doble polo: «el tomar de lo mío» y el «interpretar lo que vaya viniendo». El interpretar, debido al contexto contemporáneo en que se vive el mensaje y en el que actúa la gracia, que siempre es gracia encarnada y vivida en una situación: si nos olvidamos de esto la gracia es inefectiva. Y el tomar de lo mío: porque se trata de seguir viviendo, en otras situaciones, pero con el mismo espíritu y la misma vida nueva. El recuerdo de lo que Jesús dijo, escribe Congar, se cumple en lo inédito de la historia, en respuestas nuevas 157. La gracia del Espíritu nos orienta hacia el futuro, clarificando qué cosa es seguir a Jesús y continuar su acción y qué cosa es arqueología. La imagen impresa en nuestros corazones no es una copia exterior, sino algo más serio, íntimo y exigente: es la participación en un destino, la asimilación de una actitud. Y esto es actuar con fidelidad creadora: el que cree en Jesús hace obras mayores que las suyas (Jn 14,12), luego «otras obras». De hecho, los hombres de espíritu, los que han dejado huella en la historia del cristianismo, esos que hoy presentamos como modelos en los que la gracia ha actuado con fuerza, han sido creativos, novedosos para su tiempo. El mismo Espíritu sigue actuando en otros tiempos, en otros caminos, los de hoy. Lo fácil es el camino hecho: imitación de gestos y repetición de fórmulas, lo que exime del esfuerzo de pensar ­la nueva penitencia de hoy­ y del sufrimiento de buscar las necesidades de los otros por debajo de sus apariencias y reacciones desconcertantes. Lo difícil es el camino por hacer: preocuparse de la verdadera causa de Jesús. Y lo grave de la repetición no es que sea lo fácil. Ni siquiera que sea lo anticuado. Lo grave es que resulta inadecuada y, por tanto, infiel.

Por eso la gracia es una luz. Luz que no dispensa de pensar ni de utilizar todos los recursos al servicio del hombre y de la humanidad nueva, pero que ilumina al creyente y le señala el camino que debe recorrer. La gracia no es una ley, no es una solución, no nos dice lo que tenemos que hacer, ni nos dispensa de pensar y de buscar. No es un producto de reemplazamiento o de sustitución. Es el impulso para buscar soluciones en una dirección. Por eso la gracia libera, porque orienta nuestra vida en su más auténtica dimensión, la dimensión de la verdad, y la verdad hace libres (Jn 8,32).

Conclusión

Jesús es la piedra rechazada por los constructores, por los leguleyos, cancerberos y justicieros de todos los tiempos; por aquellos que piensan y obran como si la verdad estuviera en una parte, en la suya; y el error, la hipocresía y la injusticia, en otra, en la del vecino. Por aquellos que toman partido o se alinean bajo un estandarte. Por los que «perdonan pero no olvidan». Por los que están satisfechos con lo que hay, por los que tienen patria, por los que tienen mentalidad de propietarios. Por todos esos que no tienen más futuro que su presente.

Esta piedra es precisamente piedra angular, roca de salvación, alimento de los peregrinos, camino de los insatisfechos, vida de los sin derecho. En él y sólo en él (ni en la patria ni en el rey) está la vida. En él y sólo en él (ni en el partido ni en el sistema) está la verdad. En él y sólo en él (ni en el dinero, ni en el prestigio, ni en el poder) está la salvación. Eso lo saben los que le han encontrado. A esos no hay quien les detenga. Pasan por la vida como si no pasasen. Trabajan como si no trabajasen. Luchan como si no luchasen. Votan como si no votasen. Protestan como si no protestasen. Porque esperan una patria mejor. La esperan porque ya la ven y la saludan de lejos. Los que no le han encontrado no les pueden comprender. Les tachan de locos, de ilusos, de soñadores de sueños imposibles. Pero los creyentes siguen adelante como si no siguiesen. Porque para ellos tan importante es el luchar y el seguir como el «como si no luchasen« o el «como si no siguiesen».

La grandeza del hombre depende de la amplitud de su esperanza, de la categoría de su fe y de la generosidad de su amor. Unos se aman a sí mismos, otros aman al hermano, otros aman a Dios y son los más grandes, porque es imposible amar a Dios sin encontrarse consigo mismo y con el hermano. Unos esperan lo posible, otros esperan lo difícil, pero los hay que esperan lo imposible, y así se encuentran con Dios y con todo lo posible, porque nada es imposible para Dios. Unos creen en sí mismos, otros creen en el mundo, otros creen en Dios y son los más grandes: nadie les puede derrotar porque Dios es siempre el más fuerte. Es tan fuerte que actúa en la debilidad, demostrando así que su debilidad es más fuerte que todas las fuerzas de los hombres.

MARTÍN GELABERT BALLESTER
SALVACIÓN COMO HUMANIZACIÓN
Esbozo de una teología de la gracia
PAULINAS.Madrid-1985.Págs. 144-189

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140. Cf A. ROUET, Risques et espoirs de la charité. Le Centurion, París 1976, 85-92.

141. Cf J. M. MARDONES, La asunción de la crítica ideológica en la teología, en «Estudios Eclesiásticos», (1981) 559.

142. Cf o.c. en nota 16, 545-553, 556, 566, 570-571.

143. Suma Teológica, I-II, 108, l, ad 1.

144. Sobre esto hemos escrito más extensamente en Experiencia humana y coinunicación de la fe, Paulinas,

Madrid 1983, 69-70.

145. Cf Doc. Cath. LX, 1963, 1.372.

146. Gaudium et spes, 26.

147. Gaudium et spes, 38, cf 34

148. Gaudium et spes, 36.

149. D. BONHOEFFER, Resistencia y sumisión, Ariel, Esplugues de Llobregat 1969, 163.

150 Gaudium et spes, 39.

151. En la segunda parte del libro («la experiencia de la ambigüedad del mundo») expresamos nuestras reservas ante una concepción excesivamente optimista de las posibilidades del hombre y de la cultura.

152. Gaudium et spes, 35.

153. Cf Gaudium et spes, 58 y 59; también JUAN PABLO II, discurso del 16 de enero de 1984 en «Ecclesia» 2.160 (1984)137.

154. Gaudium et spes 11.

155.Gaudium et spes, 53; cf JUAN PABLO II, Discurso a la Organización de las Naciones Unidas, Paris; 2 de junio de 1980: «El hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura».

156. Suma Teológica, II-II, 83, 14.

157. O.c. en nota 12, 87.