EL TEOCENTRISMO CRISTIANO

posibilidad -¿única? – de perdón y de vida

Jerónimo Bórmida

 

Ponencia para el Congreso anual de la

Sociedad Uruguaya de Teología.

22 de agosto 2002

Nota introductoria

Hay mucha reflexión tras este pequeño trabajo en torno al tema del sacramento de la penitencia en cuanto experiencia de perdón y de vida. Nadie discute que la práctica sacramental en general y la de la penitencia en particular está en crisis. Aquí apuesto a una de mis tesis, cada día más firmes en mi convicción, de que el antropocentrismo y el hamartiocentrismo de la tradición teológica latina están produciendo más muertes que vidas, más rupturas que reconciliaciones.

Divido este trabajito en tres partes.

En la primera expongo algunos datos de la realidad, comenzando por nuestro mundo enfermo de un antropocentrismo depravado y siguiendo por nuestra teología católica reducida a una doctrina para la salvación del hombre. Termino abriendo los ojos al horizonte de la tradición teológica espiritual del Oriente cristiano.

En la segunda parte presento algunas propuestas teológicas de fondo que pueden ayudar a repensar la teología y la praxis del sacramento. En primer término el gran axioma de la gratuidad de la autocomunicación divina: no se merece a Dios. Luego ahondaré en la dificultad de compaginar las ideologías antropocéntricas con la misericordia y la oferta de vida. Sigo con dos apartados en relación al tema del pecado, que no puede estar en el centro de la experiencia de fe. Termino con la difícil articulación entre ley y vida.

En la tercera parte lanzo algunas preguntas a la praxis sacramental. El primer nudo se refiere a la necesidad de poner el absoluto de Dios en el centro de la experiencia sacramental. La segunda urgencia: hacer que el proceso penitencial deje de ser exclusiva o predominantemente humano y centrado en la fuerzas del hombre. Luego manifiesto la perplejidad ante la permanencia de la moral de lo lícito o lícito, a pesar de la enseñanza clara de Jesús y de Pablo. Por fin lanzo el que a  mi entender es el desafío central para los sacramentos del nuevo milenio: ser la revelación del rostro de Cristo.

Concluyo con propuestas extremadamente audaces que nacen del magisterio fáctico  de Juan Pablo II. Allí el Absoluto de Dios se convierte en grito que abre el género humano al perdón y a la vida.

1. ESTAMOS

Enfermos en una cultura de la muerte

En la Evangelium Vitae (marzo 1995) de Juan Pablo II aparece más de diez veces la expresión “cultura de la muerte”[1]. Para entender cabalmente lo que él llama lucha dramática entre la "cultura de la vida" y la "cultura de la muerte" no basta detenerse en la idea perversa de una libertad para matar que parece ostentar orgullosamente el hombre contemporáneo. El centro del drama es el eclipse del sentido de Dios y del hombre.

Nuestro Occidente, sedicente cristiano, está gravemente enfermo, la naturaleza está enferma, el ser humano está enfermo. Más allá de los síntomas, fácilmente identificables en todo tipo de análisis de la realidad social, política, religiosa, ética y ecológica, la inter-relación entre los hombres, los pueblos, la naturaleza, se ha vuelto profundamente perversa. Tenebrosamente maligna porque fundada sobre premisas falsas: el hombre está en lucha depredatoria contra el medio ambiente, contra los otros hombres y contra Dios. Los individuos, las naciones, las empresas, las religiones, todos encontrados con todo, con la única y suprema ley de la competitivad que permite vencer en el mercado de la vida.

En la base de la depravación está nuestra autoconciencia soberbia de ser capaces de ensanchar indefinidamente las fronteras del saber y del tener. El hombre se siente seguro de su control unilateral del medio ambiente, de los procesos sociales y económicos: cree poseer suficiente tecnología para resolver todos los problemas. Este tipo de hombre, destructivo, depredador, irresponsable y arrogante, está amenazando seriamente la supervivencia de la especie humana y del mismo planeta tierra.

Hoy se toma cada día más conciencia de que el hombre y la sociedad son parte integrante de un sistema más amplio y englobante: la afirmación excluyente del sujeto hombre, puesto en el centro de la historia, propia de la que llamamos Civilización Occidental y Cristiana ha colocado al mundo actual en un callejón sin salida.

La cultura y la religión dominantes son patológicamente antropocéntricas. El hombre está decidido a saber siempre más sobre su propio “misterio”, y, por añadidura, se cree autónomo a la hora establecer la verdad absoluta. Esta cosmovisión propia de lo que llamamos modernidad no es una moda transitoria sino la culminación de un proceso plurisecular que arranca en el tardo medioevo del siglo XIV, pasa por el humanismo renacentista y culmina en el an­tropocentrismo radical y combativo de las ideologías de la industrialización.

Un antropocentrismo virulento permea todo, desde la política y la economía, hasta la refle­xión teológica y la piedad creyente. La teología moderna occidental es visceralmente antropocéntrica y tiene al hombre como primer sujeto y primer destinatario.

El siglo XX nos fascinó con corrientes teológicas de fuerte saturación antropocéntrica: teología de las realidades terrenas, del progreso, de la secularización, de la muerte de Dios, de la política, sin olvidarnos de nuestra Teología de la Liberación. Movimiento solo comprensible al interior de una verdadera centralidad antropológica propia de la teología católica latina.

El magisterio solemne no quedó inmune al virus: la constitución Gaudium et Spes del Vaticano II está orientada radicalmente a los problemas del hombre en su historia y puede ser considerada como acentuadamente antropocéntrica. Nuestras admiradas Encíclicas Sociales, han profundizado esta tendencia magisterial.

La ortopraxis capaz de transformar al hombre, a la iglesia y la sociedad entera se ha ido convirtiendo en la clave hermenéutica primera de las verdades de fe. La Salvación y el Salvador dejan de ser acontecimientos de índole escatológico para privilegiar su dimensión histórica, social, terrena y cósmica. El cristiano no basa su fe tanto en el Cristo de la unión hipostática, el Primogénito de la creación, sino en el Jesús que practica la liberación de los hombres (Lc 4, 17‑21, par).

El Reino de Dios hizo olvidar al Dios del Reino y las promesas de Dios oscurecieron el rostro del Dios de las promesas. El Reino de Dios de las iglesias cristianas de occidente fue demasiado cercano a los intereses de los Estados llamados cristianos. También en teología, espiritualidad, moral católicas corremos el riesgo de eclipsar del sentido de Dios y del hombre (EV 21).

Teología o soteriología

Nuestra teología, nuestra moral, nuestra praxis sacramental no está centrada en el absoluto de Dios. La teología dominante, de cuño casi exclusivamente soteriológico, parte de un hombre profundamente marcado por su miseria. El punto de partida es la experiencia del pecado, del dolor y del mal. La deficiencia del hombre es el factor que empuja al hombre a la búsqueda del Absoluto de Dios, y a convencerse que solamente en Él puede alcanzar su propia sanación, salvación, liberación. Dios equivale a salvación del hombre.

A pesar de que esa manera de teologizar típicamente latina culmine en la acción de gracias y en la adoración, merece, a mi entender el calificativo de antropocéntrica. El hombre es el punto de arranque y el punto de llegada, el que ocasiona la intervención, el beneficiario y el adorador.

Recordemos la pregunta que introduce Anselmo en Cur Deus homo: ¿si Adán no hubiera pecado, el Hijo de Dios se habría encarnado? En primer lugar se establece en la teología católica latina un horizonte hipotético (¿si...?), olvidándose del proyecto eterno, fiel de Dios (Ef 1, 3ss); en segundo término se pone al hombre como eje, centro y causa del obrar de Dios (si el hombre no hubiera...); y, por fin, se fija al pecado del hombre como razón de ser de la historia (hubiera pecado...).

La genialidad de Escoto fue simplemente poner de nuevo como punto de partida el hecho que, para la revelación cristiana, es fundante de toda la historia: el decreto eterno único y libérrimo de Dios. Dios es el único sujeto de una frase no hipotética sino afirmativa: Dios en su decreto eterno, libre, gratuito, amoroso, sabio, ha decidido desde toda la eternidad asumir por medio del Verbo al hombre Jesús, y esa es la causa del existir del hombre y de toda la creación.

Si hay que hacerse alguna pregunta sería: ¿existiría el hombre si el Verbo no existiera encarnado? Escoto rompe con el antropocentrismo y del hamartiocentrismo, y centra su reflexión en el centro mismo del misterio de la historia: la gratuita y libre vocación de la humanidad en Cristo a la vida eterna, querida por Dios en su bondad predestinante.

La teología latina ha convertido al cristianismo en una de las tantas religiones de salvación. Si queremos que nuestra presencia en el mundo sea hoy vivificante y reconciliadora, tenemos que volver a poner en el centro de la experiencia de fe la dimensión latréutica de la vida cristiana. Como decía el viejo catecismo nuestra razón de ser y nuestro fin es la adoración.

No olvidemos que si bien es cierto que en los evangelios Jesús de Nazaret aparece como el Hombre‑para‑los‑demás, se nos revela también e inequívocamente como el Hombre‑para‑el Padre.

Dios en el centro, al principio y al fin

La tradición del cristianismo oriental nos ha conservado y transmitido una perspectiva radicalmente diferente. La historia del hombre y la vida de Jesús son ante todo y sobre todo acción y revelación de Dios.

La crucifixión es, para la tradición latina, el símbolo de una gran alteración cósmica y de una inmensa lucha entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal, entre la vida y la muerte, que se hace hoy presente la lucha dramática entre la "cultura de la muerte" y la "cultura de la vida". En esta perspectiva antropocéntrica la Cruz se manifiesta como centro, sentido y fin de toda la historia y de cada vida humana (EV 50)

Paul Endokimov, en un librito precioso que he citado varias veces[2], contempla un icono de la crucifixión y nos abre a la contemplación maravillada de la desconcertante acción de Dios.

“El Padre es el Amor que crucifica, el Hijo es el Amor crucificado, el Espíritu Santo es el poder invencible de la Cruz”, ha dicho magníficamente el Metropolita de Moscú, Filaretes. En cierto sentido, es la Crucifixión común en la que cada Persona de la Trinidad tiene su propia manera de participar en el Misterio. La Cruz vivificante es la única respuesta al proceso del ateísmo en el reino del mal. Se puede aplicar a Dios la noción más paradójica, la de la debilidad, que significa la salvación mediante el libre amor: Dios se presenta y declara su amor, y pide que le paguen con la misma moneda;... rechazado, espera a la puerta... Por todo el bien que nos ha hecho no pide a cambio más que nuestro amor; como pago de nuestro amor, nos perdona todas nuestras deudas.

Frente al sufrimiento, frente a toda forma del mal, la única respuesta adecuada es decir que Dios es débil y que no puede sino sufrir con nosotros. Débil, en efecto, no en su omnipotencia, sino en su Amor crucificado...

Al contemplar el icono pensamos en la hermosa reflexión de Nicolás Cabasilas: En función de Cristo ha sido creado el corazón humano, cofre inmenso y suficientemente amplio para contener a Dios mismo... El ojo ha sido creado para la luz, el oído para los sonidos, todas las cosas para su fin, y el deseo del alma para lanzarse hacia Cristo.

Estamos tan incurablemente sumergidos en la, para mí blasfema, concepción de la cruz como opus occasionatum por el pecado del hombre, como necesidad satisfactoria que obliga a Dios a sacrificar a su Hijo, que nos rechina la contemplación de la acción de Dios que, como amante libre, toma la iniciativa en la suprema exaltación de la Cruz.

2.- PENSAMOS

A Dios no se lo merece

Pelagianismos y semipelagianismos están siempre al acecho en la teología y espiritualidad occidentales. El segundo Concilio de Orange[3], celebrado en el 529, deja claro que nadie puede consentir a la predicación del evangelio sin la iluminación o inspiración del Espíritu Santo, que da a todos suavidad en el consentir y creer a la verdad. Cita a 2Cor 3, 5: No que seamos capaces de pensar nada por nosotros como de nosotros, sino que nuestra suficiencia viene de Dios. Esta tradición la canoniza el Concilio de Trento en su IV sesión del 1547, en sus cánones sobre la justificación. Primero anatematiza a quien dijere que, sin la inspiración previniente del Espíritu Santo y sin su ayuda, puede el hombre creer, esperar y amar o arrepentirse, como conviene, para que se le confiera la gracia de la justificación. A renglón seguido extiende el anatema a quien afirme que el libre albedrío del hombre, movido y excitado por Dios, no coopera en nada a la moción divina. La iniciativa es de Dios que excita y llama. El hombre no se comporta de modo meramente pasivo, se dispone, prepara, colabora, es capaz de disentir. Pero, de todos modos, no estamos ante acciones meritorias de parte de hombres, sino ante frutos, efectos, respuestas humanas ante la iniciativa divina.

El número 28 de la Evangelium vitae recuerda que el Deuteronomio propone a cada uno la opción entre felicidad-vida o muerte, bendición o maldición (Dt 30, 15.19), así también hoy estamos llamados cada día a tener que decidir entre la "cultura de la vida" y la "cultura de la muerte". En el pensamiento deuteronomista estamos confrontados ante hechos gratuitos de parte de Dios y no merecidos por parte del hombre. Vida, felicidad, bendición no son efecto de actos meritorios del hombre, son regalos de Dios que causan la vida y la felicidad.

No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene… (Dt 7, 7-8).

La Dives in Misericordia (noviembre 1980) deja en claro que no se pueden contraponer teocentrismo y antropocentrismo porque Cristo ha unido ambas dimensiones de manera orgánica y profunda. Él nos revela la «filantropía» de Dios que no es producida en Dios por las obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino por su propia misericordia (Tit 3, 4.).

Por este camino podríamos traducir bien el theologúmeno ex opere operato, clásico en la sacramentología. En los cánones 7 y 8 de los sacramentos en general, el Concilio de Trento enseña que Dios siempre y a todos da la gracia por medio de los sacramentos. Es Cristo quien bautiza, Cristo quien perdona, quien celebra, quien infunde el Espíritu… No es mérito del sujeto ni capacidad del celebrante sino acción misma de Dios mediante el sacramento. En los sacramentos la gracia no se merece, se recibe de regalo.

Antropocentrismos y misericordia

En la Dives in misericordia se nos dice que la tragedia de la mentalidad antropocéntrica es que tiende a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. El que desplaza a Dios del centro parece no dejar espacio a la misericordia. Eso implica renegar de la misión de Cristo que se identifica con la revelación del Padre en cuanto amor y misericordia.

No hay encuentro verdadero con el Dios de Jesús que no sea un encuentro con su misericordia, con el amor maternal del Padre de Jesús a los hombres. El libro del profeta Oseas es la revelación veterotestamentaria de la exasperación del amor de Dios a los hombres. No cuentan todas las prostituciones y todos los engaños. Es Dios que toma la iniciativa, el que sale a buscar a la perdida, para amarla sin condiciones, como si fuera de nuevo joven y virgen. Si bien es importante para el hijo el levantarse y volver a la casa paterna, para el Padre que espera paciente esto no cuenta: está siempre a la espera y toma la iniciativa: lo vio de lejos y se enterneció; salió corriendo, se le echó al cuello y lo cubrió de besos e hizo fiesta. No cuentan los méritos por parte del hijo, es el mismo padre que le vuelve a regalar el mejor traje, anillo y sandalias. El banquete se celebra porque el hijo ha vuelto a vivir; se había perdido y se le ha encontrado. No hay méritos de parte del hijo, sólo misericordia gratuita de la madre Dios. 

Dios no se complace en la muerte de nadie, sea quien fuere, él solo quiere la vida (Ez 18, 32; 33, 11).

La conciencia de pecado

El encuentro verdadero con Dios produce también en el hombre un encuentro con su propio pecado. Pero este camino de conversión es fruto no causa del amor y del perdón. Dice la Dives in misericordia:

El auténtico conocimiento de Dios, Dios de la misericordia y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición estable, como estado de ánimo. Quienes llegan a conocer de este modo a Dios, quienes lo «ven» así, no pueden vivir sino convirtiéndose sin cesar a El. Viven pues in statu conversionis; es este estado el que traza la componente más profunda de la peregrinación de todo hombre por la tierra in statu viatoris.

La primera carta de S. Juan, el librito de la Biblia donde más alto se proclama el amor de Dios hasta definirlo como tal, y afirmar que sólo amando se puede conocer a Dios, o sea experimentar quién es Dios, ese librito contrapone al amor la conciencia del pecado.

Si decimos: "no tenemos pecado", nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, ¡fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia! Si decimos: "no hemos pecado", le hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros. Hijos míos, les escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre, a Jesucristo, el justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. (1 Jn. 1 8-10; 2,1-2)

Creación, absoluto de Dios y pecado

El primer relato de la creación tiene como telón de fondo un exilio babilónico poblado de ídolos. Nos presenta el acto creador de un Dios soberano que hace todo lo que existe mediante su Verbo (dabar es masculino), palabra pronunciada en un caos primordial empollado por su Espíritu (ruah es femenino). Tres verbos se suceden: Dijo, hizo, vio. El relato sacerdotal especifica una serie de creaturas buenas: el sol, la luna, la estrellas, los monstruos marinos, los animales del campo… El texto revela que los ídolos a los cuales están sometidos los pueblos con los que convive Israel son apenas creaturas de Dios y por lo tanto buenas. Los dioses de los otros pueblos no tienen, pues, ningún poder sobre el hombre que ha recibido el mandato de dominarlos. En la creación que tiene a Dios como único absoluto no existe la efusión de sangre, todos los vivientes han de ser vegetarianos.

El segundo relato está enmarcado por las monarquías davídicas y denuncia el pecado de los monarcas, que está en la raíz de toda la maldad de todo régimen político. La raíz de la que brota todo otro pecado de los gobernantes es la pretensión ser dios para sus conciudadanos. El hombre –monarca o súbdito - no tiene derecho a apoderarse de la decisión última de lo que está bien y de lo que está mal. La ley moral es objetiva, está fuera del hombre, en la estructura dada por Dios a todos y cada uno de los seres.

Para poder generar vida y no muerte el hombre tiene que saber mantener vigente el absoluto de Dios en la historia, tarea que el mismo Dios le ha encomendado. Véase en paralelo el texto del Génesis 3-4 y el de Filipenses 2. 6 ss

Adán usurpa la dignidad divina que no le corresponde, Jesús renuncia a la divinidad que le es propia. Adán toma la forma de un Baal (de un déspota, de un tirano) para la mujer, Jesús se anonadó, tomó la forma de esclavo. Adán es desobediente, Jesús aprendió a obedecer. El camino del primer Adán culmina en el asesinato de otro hombre por cuestiones de poder (Caín y Abel), Jesús engendró la vida entregándola por su propia muerte en Cruz.

Por eso Dios esclavizó Adán a sí mismo y a toda criatura y a Jesús lo exaltó, le dio el nombre y todas las criaturas le están sometidas.

Es muy difícil hacer del evangelio la base de la moral cristiana propia de una civilización o cultura occidental y cristiana.

La ley no da la vida

Me parece que en la revelación evangélica el pecado no es nunca mera trasgresión de una norma legal o ritual, sino opción entre vida y muerte, entre Dios y el ídolo.

Jesús reduce los mandamientos de la ley a un han oído que se dijo a los antepasados… (Mt 5, 21 y ss). Su oyentes habían leído en la Torah que, después de hablar con Moisés en el monte Sinaí, Yahveh mismo le dio las dos tablas del Testimonio, tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios (Ex 31:18). Por una parte Jesús desdiviniza la ley (han oído que se dijo), por otra su yo en cambio les digo se identifica con el mismo dedo de Dios, su Padre, y con la autoridad de Dios mismo dicta otra ley. En la bienaventuranzas Jesús se revela como aquél que tiene la misma naturaleza que Yahveh, el único legislador.

Jesús ha sido muy duro frente a los que en vano rinden culto a Dios enseñando doctrinas que son preceptos de hombres. El precepto de Dios se ha convertido apenas en tradición de los hombres que solo sirve para violar el mandamiento de Dios (Mc 7,7 ss, Mt 15, 9). Los defensores intérpretes y propietarios de una ley humana hecha por hombres, legitimada por su atribución a Dios, matarán para defender esa ley pensando que dan culto (latreia) a Dios (Jn 16:2).

Estamos ante unos de los grandes temas de Pablo: la ley sólo tiene capacidad para matar, sólo el Espíritu de Dios da vida: el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso (Rom 7,12‑13).

Jesús anula la ley del sábado para que sus discípulos aplaquen su hambre (Mc. 2, 23-28), o para sanar a uno con la mano seca (Mc 3, 1-6).

El es necesario (dei) de Mc. 8 31 parece señalar que la muerte de Cristo fue determinada por Dios y no por las autoridades. Esto puede inducir a pensar que el asesinato de Cristo fue no solo legítimo no sólo en el plano legal sino también correcto moralmente. En la reflexión eclesial Jesús se va convirtiendo en un segundo Isaac que acepta complacido que su padre le mate y la cruz ya no es un crimen cometido por las autoridades que abusan de su poder, ejemplo típico de la ley que mata, para convertirse en la propuesta de San Anselmo en un sacrificio de un inocente. En un crimen deseado por Dios con el objetivo de restablecer su autoridad y su honor ofendido por la creatura humana.

Pablo pone a Abraham como padre de los cristianos, saltándose así el dominio de la ley de Moisés (Rom. 4). Sin condenar la ley, no apuesta por una especie de espontaneísmo vital que rechaza como mala toda autoridad humana. Pero si bien la ley no es mala es radicalmente incapaz de dar vida. Además el problema más grave de la las autoridades y las instituciones es que en base a la ley matan sin conciencia de culpa. Las autoridades judías matan a Esteban creyendo servir al Dios de Moisés y defender la ley de Moisés (Hech. 7).

Ser seguidor de Jesús es vivir por el Espíritu, y el que vive por el Espíritu no puede ser siempre sumiso a la ley, y mucho menos puede ser un magistrado encargado de hacer cumplir la ley. Para el que vive por el Espíritu, el amor a la vida del prójimo cancela cualquier ley. Por eso perdona las deudas que no se pueden pagar en vez de cobrarlas.

El problema es muy serio: el ordenamiento social necesita de leyes y las autoridades necesitan poder recurrir al uso legítimo de la violencia contra sus transgresores.

Si el Reino de Dios se hiciera realidad, se impondría la lógica maldita de la ley que sirve de medio para que el pecado haga su obra de muerte.

La implementación de cualquier sociedad nueva y alternativa (piénsese en el llamado socialismo real) no podrá escapar a la maldición de la ley. Requerirá, como cualquier sociedad, de leyes, y se servirá de estas leyes para matar. Si se sirvió de la ley del Dios del éxodo, igualmente se servirá de las leyes de cualquier estado, sea cual fuera la ideología o la religión que lo sustente.

Los cristianos solidarios con los movimientos populares tenemos que soñar sin ilusiones. Sabemos que en la sociedad sin clases donde la vida de las mayorías sea la máxima prioridad, también la autoridad ejercerá violencia.

3.- ME PREGUNTO

Absoluto de Dios y Sacramentos de la iglesia

Reconozco que los sacramentos son sacramentos de la iglesia y que están en manos de la comunidad de los creyentes. El sentido de fe de los fieles, guiado por el ministerio y magisterio de los pastores va haciendo progresar la tradición sacramental que deriva de los apóstoles. El magisterio y ministerio está siempre a la escucha de la acción del espíritu que actúa en la contemplación y el estudio de los creyentes y en la percepción íntima que éstos experimentan de las cosas espirituales (DV  nº 8).

Pero también advierto que los sacramentos están más allá de la comunidad de los creyentes miembros de la iglesia católica. Son sacramentos de la nueva ley, al decir de Trento, que reconoce la acción de Dios en los ritos de la ley antigua. El catecismo de la Iglesia Católica (Nº 1399) reconoce que algunas Iglesias orientales separadas tienen verdaderos sacramentos, y que una cierta comunión in sacris no solamente es posible sino aconsejable... en circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica (UR  nº 15).

En las iglesias orientales, de venerable antigüedad, brilla la tradición de los padres, que arranca desde los Apóstoles, tradición que constituye una parte de lo divinamente revelado y del patrimonio indiviso de la Iglesia universal. Por lo que la iglesia romana no tiene derecho a introducir cambios en los ritos litúrgicos y derecho sino por razón del propio y orgánico progreso de dichas iglesias. (OE  nº 1,6)

La Unitatis redintegratio observa que algunos, o mejor, muchísimos y muy importantes caminos de gracia y edificación de la iglesia pueden encontrarse fuera del recinto visible de la Iglesia católica. Los actos de culto de los cristianos separados pueden, sin duda alguna, producir la vida de la gracia, y hay que confesar que son aptos para dejar abierto el acceso a la comunión de la salvación. Los criterios pastorales del documento son: * guardar la unidad en lo necesario, * observar la debida libertad, en las diversas formas de vida espiritual y de disciplina, en la diversidad de ritos litúrgicos, e incluso en la elaboración teológica de la verdad revelada. * en todo practicar la caridad (UR  n°3).

Tampoco podemos olvidar que estamos explorando el campo de la antropología profunda. El hombre es un ser sacramental; a nivel religioso expresa sus relaciones con Dios en un conjunto de signos y símbolos; Dios, igualmente, los utiliza cuando se comunica con los hombres. Toda la creación es sacramento de Dios porque todo fue hecho por, en y para Cristo, sacramento primordial y radical del Padre. Los sacramentos tienen sentido en cuanto sacramentos de la Iglesia que a su vez es sacramento de Cristo (DP 920-922)

Es por eso que la Nostra Aetate n°2 reconoce la acción de Dios en los sacramentos de las religiones no cristianas.

En el Hinduismo los hombres investigan el misterio divino y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes esfuerzos de la filosofía, y buscan la liberación de las angustias de nuestra condición mediante las modalidades de la vida ascética, a través de profunda meditación, o bien buscando refugio en Dios con amor y confianza. En el Budismo, según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable y se enseña el camino por el que los hombres, con espíritu devoto y confiado pueden adquirir el estado de perfecta liberación o la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos apoyados con el auxilio superior. Así también los demás religiones que se encuentran en el mundo, es esfuerzan por responder de varias maneras a la inquietud del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados.

Acepto y creo lo que Clemente VI en 1351 exige aceptar y creer al Católicon de los armenios: el Romano Pontífice tiene total autoridad acerca de la administración de los sacramentos de la Iglesia, salvo siempre lo que es de la integridad y necesidad de los sacramentos (DZ 570 m).

Pero no quiero dejar de diferenciar los ritos de hombres para hombres, queridos libre y gratuitamente por la admirable “condescendencia” de la sabiduría eterna, “para que conozcamos la inefable benignidad de Dios, y de cuánta adaptación de palabra ha uso teniendo providencia y cuidado de nuestra naturaleza” (DV 13), del absoluto trascendente de Dios: porque no puede afirmarse tanta semejanza entre el Creador sin afirmarse mayor desemejanza (IV Concilio de Letrán, 1215 DZ 432). 

Resumiendo. No tengo problemas en convivir, a veces con tensiones, con la disciplina penitencial y sacramental en general de la iglesia. Creo que la teología profesional, por llamarla de algún modo, en sus diversas disciplinas tiene hoy la urgente tarea de recordar a la comunidad creyentes, fieles y jerarquía, que el Dios y padre de Jesucristo que quiere dar su vida mediante los sacramentos no se ve encerrado ni limitado por los ritos y por el derecho de las instituciones, por santas y exclusivas que éstas se consideren. El perdón y la vida de Dios se expanden por el cosmos, sin limitaciones institucionales de ninguna especie. Si la iglesia quiere hoy engendrar perdón y vida tiene que gritar proféticamente el absoluto de Dios, sin fronteras institucionales de ningún tipo.

No hay paz sin justicia, ni justicia sin perdón, decía el papa en su último mensaje en el día mundial de la paz. Nunca más matar en nombre de Dios, repite en cada ocasión propicia. Creo que la iglesia corre serios riesgos de seguir matando en nombre de Dios cuando acota tanto el perdón hasta no concederlo, cuando confunde sus productos humanos con instituciones divinas. 

Proceso penitencial, camino del hombre para el hombre

En la Reconciliatio et paenitentia Juan Pablo II recuerda la urgencia de traducir en el lenguaje de los hombres de nuestro tiempo las palabras de Jesucristo: "Convertíos y creed en el Evangelio", esto es, acoged la Buena Nueva del amor, de la adopción como hijos de Dios y, en consecuencia, de la fraternidad.

Los pastores se han de caracterizar por el ansia por conocer y comprender mejor al hombre de hoy y al mundo contemporáneo, por descifrar su enigma y por desvelar su misterio.

El papa reconoce que estamos ante un mundo en pedazos, pero, por más que el mundo puede parecer incurable y que esta realidad de pecado afecta también a la iglesia, no podemos desconocer el deseo de los hombres de buena voluntad y de los verdaderos cristianos de recomponer las fracturas, de cicatrizar las heridas, de instaurar a todos los niveles una unidad esencial, una verdadera nostalgia de reconciliación, que podría convertirse en la palanca ideal para un verdadero cambio de la sociedad.

La iglesia como institución y organización tiene que encontrar caminos para un cambio profundo del corazón del hombre bajo el influjo de la Palabra de Dios y en la perspectiva del Reino. Esta transformación (metanoia-penitencia) implica dar frutos dignos de penitencia en un continuo caminar hacia lo mejor, un esfuerzo concreto y cotidiano del hombre, sostenido por la gracia de Dios. Claro que esta reconciliación, llena de toda clase de esfuerzos, es ante todo un don misericordioso de Dios al hombre. No podemos nunca olvidar que es el Padre quien reconcilia gratuitamente, La reconciliación es un don de Dios, una iniciativa suya.

La parábola del hijo pródigo, más que camino del hijo, es la acogida festiva y amorosa del padre al hijo que regresa, signo de la misericordia de Dios, del gran amor de un padre -Dios- que ofrece al hijo que vuelve a Él el don de la reconciliación plena.

Tampoco podemos dejar en segundo plano que la reconciliación con Dios es dada gratuitamente por la pasión y muerte de Jesús renovadas sacramentalmente en la eucaristía, verdadero sacrificio de reconciliación, liberación del pecado y comunión con Dios.

La iniciativa de Dios rico en misericordia, que espera, busca, encuentra, llama a reunirse en torno a su mesa, se concreta y manifiesta mediante el ministerio de la Iglesia, que es sacramento por su existencia reconciliada, por la Sagrada Escritura, por los sacramentos, por la oración, la predicación y la acción pastoral.

Reconocer el propio pecado, reconocerse pecador, es el principio indispensable para volver a Dios. El pecado es obra de la libertad del hombre que quiere ser fuerte y poderoso sin Dios, o incluso contra Dios. De hecho el pecado es y ha sido siempre exclusión de Dios, ruptura con Dios, desobediencia a Dios. 

El lenguaje tradicional de la Iglesia sigue vigente (pecado mortal y pecado venial, "blasfemia contra el Espíritu Santo, irremisible…). Es mortal el pecado que, si no ha sido perdonado, conlleva una pena eterna; es venial el pecado que merece una simple pena temporal (o sea parcial y expiable en la tierra o en el purgatorio). Esta terminología tiene que ser clarificada y purificada en fidelidad a la palabra de Dios y sin atenuar el sentido del pecado. Pío XII decía que el pecado del siglo XX “es la pérdida del sentido del pecado".

Resumo:

La encíclica apunta a una crisis de la conciencia y del sentido de Dios provocada por el secularismo que privilegia e independiza los resultados de la ciencia humana (psicología, sociología, antropología cultural) que limitan tanto la responsabilidad del hombre que no le reconocen la capacidad de ejecutar verdaderos actos humanos y, por lo tanto, la posibilidad de pecar.

Pero recordemos que el secularismo de la modernidad es efecto no causa. El tema aparece cuando los estados modernos se apropian de las posesiones eclesiásticas. Pasan a la órbita secular (se secularizan) los bienes que pertenecían a Dios por ser de la Iglesia. La Gaudium et Spes (véase los números 19-21 sobre el ateísmo y el número 36 sobre la justa autonomía de la realidad terrena) acota un fenómeno de una modernidad que puede estar buscando el verdadero absoluto de Dios rechazando a los antropocentrismos absolutizados de las religiones.

Son antropocéntricas tanto las teocracias absolutistas musulmanes, como los teocentrismos absolutistas católicos. Los absolutos creados por los hombres y luego apropiados por las instituciones humanas matan, no dan vida. La Evangelium vitae Nº 56. reconoce que acerca de la pena de muerte, tanto en la Iglesia como en la sociedad civil, hay una tendencia progresiva a limitarla e, incluso, a su total abolición. El Catecismo de la Iglesia católica Nº 2266 sigue reconociendo la legitimidad de la pena de muerte y de la guerra defensiva… la enseñanza tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento del derecho y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte.

Habría que ayudad a la conciencia eclesial a eliminar de todos sus ámbitos la pena de muerte que aún está en vigor en la moral y en el derecho.

La misericordia de Dios, lo lícito e ilícito

Juan Pablo II comienza auspiciosamente su “Misericordia Dei”. Dios Padre es el sujeto de la reconciliación, y la razón de su gesto gratuito es su misericordia. Parece que entramos en el terreno del absoluto libre de Dios.

Pero inmediatamente la carta se conecta al centro antropológico. La finalidad no es la gloria de Dios sino la salvación de los pecados, y, más aún, define la salvación como redención. El pecado es más poderoso que Dios, porque impide la amistad con Dios, esclaviza al hombre que por él perdió la libertad de los hijos de Dios (cf. Rom 8,21). En este contexto la misión de los Apóstoles se centra más en el Reino que en la misericordia de Dios, más en la conversión del hijo que en la oferta del padre amante.

Pero, apenas dejada esta introducción, de algún modo centrada en Dios, el documento pasa al campo humano. Siguen una serie de normas eclesiales basadas fundamentalmente en el Derecho canónico.

En ministro tiene en su manos el discernimiento de los penitentes y el poder de absolverlos o no. El fiel no es perdonado sin más, tiene que hacer una serie de actos humanos para merecer el perdón (son los clásicos: conciencia de los pecados, dolor, la voluntad de no recaer más, y confesión de los pecados). Ni el ministro ni Dios perdonan y dan vida si faltan los actos del hombre.

La razones: declaraciones de Trento: es necesario de derecho divino confesar todos y cada uno de los pecados mortales. La Carta sobre la Misericordia de Dios reitera que la confesión completa de los pecados graves es por institución divina parte constitutiva del Sacramento.

Y, sin más, la carta sigue con una serie de normas canónicas que olvidan totalmente al Dios de la misericordia. Si no se observa el derecho humano se pierde la fidelidad a la configuración divina del Sacramento.

El documento recuerda que la obligación de la confesión individual e íntegra y la absolución constituyen el único modo ordinario para recibir el perdón y ser reconciliados. Cercena al máximo la práctica de la absolución a más de un penitente o la absolución general. Al final, cegando todos los resquicios de la vida, vuelve a mencionar el clásico lugar y la sede para la celebración

El documento acerca de la Misericordia de Dios cita 10 veces la Escritura, 4 veces el Concilio de Trento, una el de Florencia, dos veces el Vaticano II, dos veces vez el Catecismo de la Iglesia Católica, otra el Misal Romano, dos veces a las Congregaciones romanas, dos veces sus propias encíclicas… y 14 veces el Código de Derecho Canónico.

Resumo:

Me conecto con las ideas del apartado anterior. Creo que al revisar la teología de los sacramentos a la luz de la misericordia de Dios que da la vida gratuita y libremente, por su amor y sabiduría, la iglesia debe rever su antropocentrismo enfermo y enfermante y dejar lugar al absoluto del Dios de Jesús.  

El rostro de Cristo

Entre los temas privilegiados por la Novo Millennio está el de la contemplación del Rostro de Cristo, que califica como el núcleo esencial de la gran herencia jubilar (Nº 15). El sacramento de la penitencia tiene como finalidad hacer descubrir el rostro de Cristo (Nº 37) que se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura (Nº 17). De esta contemplación tiene que nacer una nueva teología y una nueva praxis del sacramento de la reconciliación para que sea capaz de perdonar y dar vida.

Si verdaderamente hemos contemplado el rostro de Cristo, queridos hermanos y hermanas, nuestra programación pastoral se inspirará en el "mandamiento nuevo" que él nos dio: "Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13,34). (Nº 42)

En este camino necesario, si queremos resignificar nuestros sacramentos, la Iglesia y sus ministros deben dar también testimonio de humildad, ante todo en sí mismos, lo cual se traduce en la capacidad de un examen de conciencia, a nivel personal y comunitario, para corregir en los propios comportamientos lo que es antievangélico y desfigura el rostro de Cristo. (Redemptoris Missio, Nº 43).

La Iglesia tendría que tener el coraje de volver a anunciar el núcleo del Evangelio.

Es anuncio de un Dios vivo y cercano, que nos llama a una profunda comunión con El y nos abre a la esperanza segura de la vida eterna; es afirmación del vínculo indivisible que fluye entre la persona, su vida y su corporeidad; es presentación de la vida humana como vida de relación, don de Dios, fruto y signo de su amor; es proclamación de la extraordinaria relación de Jesús con cada hombre, que permite reconocer en cada rostro humano el rostro de Cristo; es manifestación del "don sincero de sí mismo" como tarea y lugar de realización plena de la propia libertad. (Evangelium Vitae, Nº 81)

4. FIN

Magisterio: dicho y hechos

Glosando a la Dei Verbum Nº 4 podríamos decir que el Magisterio, como la revelación bíblica y como la revelación en Cristo, se ejerce no solamente con discursos y documentos, sino con los hechos. El Papa es Maestro con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras. Los hechos del Papa son cada vez más claros en el sentido de la afirmación del Absoluto de Dios.

Cuando en la década de los 80 se reunió en Asís a rezar por la paz en comunión con todas las religiones del planeta era difícil aceptar lo que se estaba viendo, al menos si el televidente era cristiano cultivado o buen teólogo católico. Reunidos en círculo, sin que nadie estuviera en un escalón superior al otro, sin presidencia visible, todos rezando al Uno y Único, escuchandose y reverenciándose: sólo Dios, el absoluto de Dios, en el medio del círculo orante. Cuando llegó el turno a los cristianos el papa rezó el padrenuestro al unísono con otros hermanos “separados”.

Estoy convencido de que este hecho es una de las causas de la Dominus Jesus. De hecho para el segundo encuentro en Asís, los creyentes de la s varias religiones se vieron conducidos a recintos diferentes para rezar cada cual a su Dios diferente. El Absoluto de Dios había dado lugar al Dios relativo.

En la primera lección el magisterio es perfectamente coherente con el grito del Papa en el mensaje del 1 de enero del año en curso:

Este llamamiento se dirige, ante todo, a cuantos creen en Dios, en particular a las tres grandes religiones que descienden de Abraham, judaísmo, cristianismo e islam, llamadas a rechazar siempre con firmeza y decisión la violencia. Nadie, por ningún motivo, puede matar en nombre de Dios, único y misericordioso. Dios es vida y fuente de la vida. Creer en él significa testimoniar su misericordia y su perdón, evitando instrumentalizar su santo nombre.

La segunda opción, en la que Dios deja de ser el absoluto para ser el relativo a la fe de los hombres, deja latente y agazapado el peligro de la muerte fratricida.

El mismo Juan Pablo, que revolucionó las relaciones con los judíos visitando una sinagoga de Roma en 1985, dijo que era hora de dar la vuelta a la página también con el Islam y en mayo del 2001 se convirtió en el primer papa de la historia que visitó una mezquita, y no precisamente como turista. Como adorador del Absoluto escuchó con veneración el Corán y lo besó, tal como se hace con la Biblia en la liturgia católica.

Inmediatamente antes y también por primera vez, ahora desde el cisma de Oriente de 1054, un Papa de Roma pisaba Grecia para promover la unidad entre la Iglesia católica y la ortodoxa.

Los medios de comunicación griegos se sorprendieron al escuchar el mea culpa por históricas culpas y agresiones de los católicos contra sus hermanos cristianos ortodoxos. Gestos que rompieron una incomunicación de casi un milenio entre iglesias hermanas. Juan Pablo no tuvo miedo de purificar la memoria de las iglesias, ni de mencionar la vergonzosa cuarta cruzada. No tuvo miedo porque su acto estaba fundado no en la defensa de las instituciones sino en el absoluto de Dios. Desde este absoluto, dijo el papa, la reconciliación entre ortodoxos y católicos es posible.

Estas actitudes, sin meterme ahora en moral, derecho o liturgia, quisiera encontrar en la teología del sacramento de la reconciliación. Si se mantiene encerrado en su antropocentrismo occidental y latino no podrá ofrecer a los hombres y mujeres de nuestro tiempo la reconciliación que necesitan y ansían. No creo que hoy por hoy el sacramento de la penitencia sea capaz de generar el perdón y la vida encomendados por Cristo a su Iglesia.

El tema de la visibilidad se sustenta en la analogía con el Verbo encarnado que introdujo la Lumen Gentium.

LG.  n°8  [La Iglesia visible y espiritual a un tiempo] 

Cristo, Mediador único, estableció su Iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y de caridad en este mundo como una trabazón visible, y la mantiene constantemente, por la cual comunica a todos la verdad y la gracia.  Pero la sociedad dotada de órganos jerárquicos, y el cuerpo místico de Cristo, reunión visible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada de bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas, porque forman una realidad compleja, constituida por un elemento humano y otro divino.  Por esta profunda analogía se asimila al Misterio del Verbo encarnado.  Pues como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como órgano de salvación a El indisolublemente unido, de forma semejante a la unión social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica, para el incremento del cuerpo (cf.  f.  4,16).

Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica, la que nuestro Salvador entregó después de su resurrección a Pedro para que la apacentara (Jn.  24,17), confiándole a él  y a los demás apóstoles su difusión y gobierno (cf.  Mt.  28,18), y la erigió para siempre como “columna y fundamento de la verdad” (1 Tim.  3,15).  Esta Iglesia constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, permanece en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él , aunque pueden encontrarse fuera de ella muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, inducen hacia la unidad católica.

Mas como Cristo efectuó la redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia es la llamada a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación.  Cristo Jesús, “existiendo en la forma de Dios, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo” (Fil.  2,69), y por nosotros, “se hizo pobre, siendo rico” (2 Cor.  8,9); así la Iglesia, aunque el cumplimiento de su misión exige recursos humanos, no está constituida para buscar la gloria de este mundo, sino para predicar la humildad y la abnegación incluso con su ejemplo.  Cristo fue enviado por el Padre a “evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos” (Lc.  4,18),

“para buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc.  19,10); de manera semejante la Iglesia abraza a todos los afligidos por la debilidad humana, más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en aliviar sus necesidades y pretende servir en ellos a Cristo.  Pues mientras Cristo, santo, inocente, inmaculado (Heb.  7,26), no conoció el pecado (2 Cor.  5,21), sino que vino sólo a expiar los pecados del pueblo (cf.  Heb.  21,7), la Iglesia, recibiendo en su propio seno a los pecadores, santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación.

La Iglesia, “va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”, anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que El venga (cf.  1 Cor.  11,26).  Se vigoriza con la fuerza del Señor resucitado, para vencer con paciencia y con caridad sus propios sufrimientos y dificultades internas y externas, y descubre fielmente en el mundo el misterio de Cristo, aunque entre penumbras, hasta que al fin de los tiempos se descubra con todo esplendor.

Esta correspondencia –similitud y diferencia- entre Cristo y la Iglesia la desarrolla Tomás de Aquino. Mientras que la humanidad sacramental de Cristo es un “instrumentum conjunctum divinitate in persona”, la iglesia –podríamos extender la analogía a la humanidad en cuanto tal- es un “instrumentum separatum”. La sacramentalidad de Cristo es netamente diferente a la sacramentalidad de la iglesia porque está fundamentada en la Unión Hipostática. 

Véase STh III, q 6 a 5 c; q 4 a5 c. Para explicar el “instrumento separado” Tomás usa el ejemplo del bastón y la mano

Credibilidad

DP.iglesia  243 El fuego que vivifica la Familia de Dios es el Espíritu Santo. El suscita la comunión de fe, esperanza y caridad que constituye como su alma invisible, su dimensión más profunda, raíz del compartir cristiano a otros niveles. Porque la Iglesia se compone de hombres dotados de almas y cuerpo, la comunión interior debe expresarse visiblemente. La capacidad de compartir, será signo de la profundidad de la comunión interior y de su credibilidad hacia afuera (Cfr. Jn. 1~, 21). De allí la gravedad y el escándalo de las desuniones en la Iglesia. En ella se juega la misión misma que Jesús le confió: su capacidad de ser signo y prueba de que Dios quiere por ella, convertir a los hombres en su Familia.

IIº  La situación actual del mundo, vista a la luz de la fe, nos invita a volver al núcleo mismo del mensaje cristiano, creando en nosotros la íntima conciencia de su verdadero sentido y de sus urgentes experiencias. La misión de predicar el Evangelio en el tiempo presente requiere que nos empeñemos en la liberación integral del hombre ya desde ahora, en su existencia terrena. En efecto, si el mensaje cristiano sobre el amor y la justicia no manifiesta su eficacia en la acción por la justicia en el mundo, muy difícilmente obtendrá credibilidad entre los hombres de nuestro tiempo.   Sínodo de obispos 1971, La  justicia en el mundo.

IIIº  Por lo que se refiere a los bienes temporales, cualquiera que sea su uso, nunca ha de ser tal que haga ambiguo el testimonio evangélico, que la Iglesia está obligada a ofrecer. El mantenimiento de ciertas posiciones de privilegio debería ser subordinado constantemente al criterio de este principio. Y aunque en general es difícil determinar los límites entre lo que es necesario para el recto uso y lo que es exigido por el testimonio profético, no hay duda de que este principio debe ser firmemente mantenido: nuestra fe nos exige cierta moderación en el uso de las cosas y la Iglesia está obligada a vivir y a administrar sus propios bienes de tal manera que el Evangelio sea anunciado a los pobres. Si, por el contrario, la Iglesia aparece como uno de los ricos y poderosos de este mundo, su credibilidad queda menguada.   Sínodo de obispos 1971, La  justicia en el mundo.

 

El Capítulo franciscano primigenio

1ª Celano

Capítulo XII  Cómo envió a sus hermanos de dos en dos y cómo poco tiempo después se reunieron nuevamente

29.  Por este mismo tiempo ingresó en la Religión otro hombre de bien, llegando con él a ser ocho en número. Entonces, el bienaventurado Francisco los llamó a todos a su presencia v platicó sobre muchas cosas: del reino de Dios, del desprecio del mundo, de la negación de la propia voluntad y del dominio de la propia carne; los dividió en cuatro grupos de a dos y les dijo: "Marchad, carísimos, de dos en dos por las diversas partes de la tierra, anunciando a los hombres la Paz y la penitencia par a remisión de los pecados. Y permaneced pacientes en la tribulación, seguros, porque el Señor cumplirá su designio y su promesa. A los que os pregunten, responded con humildad; bendecid a los que os persigan; dad gracias a los que os injurien y calumnien, pues por esto se nos prepara un reino eterno".

Y ellos, inundados de gozo y alegría, se postraban en tierra ante Francisco en actitud de súplica, mientras recibían el mandato de la santa obediencia. Y Francisco los abrazaba, y con dulzura y devoción decía a cada uno: "Pon tu confianza en el Señor, que El te sostendrá". Estas palabras las repetía siempre que mandaba a algún hermano a cumplir una obediencia.

30.  Por este tiempo, los hermanos Bernardo y Gil emprendieron el camino de Santiago; San Francisco, a su vez, con otro compañero, escogió otra parte del mundo; los otros cuatro, de dos en dos, se dirigieron hacia las dos restantes.

Mas poco tiempo después, deseando San Francisco ver de nuevo a todos, rogaba al Señor, que reúne a los dispersos de Israel, que se dignara, en su misericordia, reunirlos prontamente. Así sucedió al poco, conforme a sus deseos: sin que nadie los llamara, se juntaron al mismo tiempo, dando gracias a Dios. Una vez congregados, celebran, repletos de gozo, ver al piadoso pastor y se maravillan de haber tenido todos el mismo deseo. Cuentan luego las bondades que el Señor misericordioso ha obrado en ellos, y, por si han sido negligentes e ingratos en alguna medida, humildemente piden corrección y penitencia a su santo Padre y la aceptan con amor.

Así acostumbraban hacerlo siempre que se llegaban a él, sin ocultar el más insignificante pensamiento, ni aun los primeros movimientos de su alma; y, cuando habían cumplido cuanto se les había ordenado, se consideraban siervos inútiles. Era así como toda aquella primera escuela del bienaventurado Francisco estaba poseída del espíritu de pureza: sabían realizar obras útiles, santas y justas, pero desconocían del todo gozarse en ellas vanamente. El bienaventurado Padre, abrazando a sus hijos con gran caridad, comenzó a exponerles sus propósitos y les dio a conocer cuanto el Señor le había revelado.

 

 


 

[1] EV, números 12.19.21.24.26.28.50.64.87.95.100

[2]           El arte del icono, Teología de la belleza, Madrid 1991. Amplíese en mi libro Teología Fundamental; Montevideo 1999, 220-222

[3]           Uno de esos ejemplos paradigmáticos de la “receptio”. Un Concilio regional de las Galias pasa a ser patrimonio de la iglesia universal – al menos la latina – como referente obligado en el tema de la gratuidad de Dios y de sus dones.