HISTORIA OCCIDENTAL

Historia Occidentalis

Jacques de Vitry

Traducción de José María Lodeiro

CAPÍTULO XXXIV

LAS DIFERENTES ÓRDENES DE SECULARES Y EN PRIMER LUGAR, LA REGLA DE LOS SACERDOTES

Caballeros, comerciantes, campesinos, artesanos y cualquier otra categoría de las muchas que hay, tienen también sus reglas e instituciones propias  que se diferencian unas de otras, según los varios talentos que el Señor quiso confiarles. Así, con diferentes complexiones corporales y por diversos miembros,  cada cual con una función y diversidad específica, se construye el cuerpo de la Iglesia en la unidad, bajo la cabeza que es Cristo. Este verdadero José, es revestido de la túnica multicolor  y la reina, presente a su derecha, ornamentada con varias prendas, se dirige  a sus moradas en la Tierra de promisión.

Damos el nombre de regulares no sólo los que renuncian al mundo ingresando en religión, también podemos extender el nombre a los fieles de Cristo que le sirven bajo la regla del Evangelio y viven, según su ordenación,  bajo la autoridad de un primer superior. Tales son los clérigos y sacerdotes que viviendo en el siglo, tienen su Regla y también tienen observancias e instituciones propias de su ordenación. Asimismo existen personas casadas, viudas y vírgenes. No decimos en absoluto que alguna orden regular, por más estricta que  sea su vida, agrade, por eso, más a Dios que los sacerdotes que custodian fielmente su rebaño. El Señor les confió las llaves de su casa como a intendentes suyos y, de algún modo, los constituyó ecónomos de los domésticos, para alimentarlos en el momento oportuno. La misión que les tocó ejercer es la mejor. Dice el apóstol: Los sacerdotes que bien gobiernan, deben ser doblemente respetados.

Esta regla santa  y amada por Dios se compone de cuatro partes  y la eminencia de su tarea, también se expresa en cuatro oficios. Su primer deber consiste en suplir al Señor  en su provecho y de todo el pueblo de Dios; orar sin pausa  por los vivos y difuntos; ofrecer al Señor con devoción y humildad el rezo de las horas canónicas, como un sacrificio perpetuo de agradable olor.

LA PLEGARIA

Que el sacerdote  tenga en la mano un incensario que, a ejemplo de Aarón, ponga en él fuego del altar, y que, estando de pie entre los vivos y los muertos, ofrezca al Señor el incienso y ruegue por todo el pueblo. Que invoque el nombre del Señor, se eleve y mantenga siempre ligado a El. Que en tiempos del cólera, sea signo de reconciliación. Que se mantenga firme en la brecha ante el Señor, con tanta más  confianza, cuanto más grande es su benevolencia para con el pecador. El Señor no quiere la muerte del malo y no odia nada de lo que ha creado, por el contrario, espera una ocasión o un pretexto para perdonar. Según el profeta Ezequiel le fue dicho por Dios: Yo he buscado entre ellos un hombre que se interponga como un seto, se levante frente a mí, y no lo he encontrado. Que tenga una balanza para pesar sus palabras, que no turbe la armonía sino que dé más peso a su oración, sumándole una conducta recta. Tú has puesto delante de ti una nube, dice el Señor, para que la oración no pase. Y aún, según Isaías: Aunque multipliquéis  vuestras oraciones, yo no las escucharé pues vuestras  manos están llenas de sangre. Que el sacerdote cuide, entonces, de levantar manos sin manchas al Señor. Cuando el enviado  como intercesor se  enoja,   lo  invade la cólera, realiza lo peor. Puesto que Dios no atiende a los pecadores, el Señor no escuchará si ve la iniquidad en el fondo del corazón. Los que dicen Señor. Señor, no entrarán en el reino de los cielos.

Está escrito: “Aquél que reza sin devoción llama el juicio sobre él.” Estando cerrada la puerta de los sentidos, ingresa a la cámara de un corazón sosegado, de miedo a que las moscas, muriéndose, no hagan perder al perfume su olor.  Yo rezaré, dice el apóstol, con espíritu y también, con inteligencia; cantaré un himno con espíritu y con inteligencia.

Que evite rezar con tal negligencia, que cuando reza deba repetirse. No tendría necesidad de repetir, si ha tenido cuidado de proferir las palabras sin estropear la dicción.  Que se cuide de robar al Señor sílabas, expresiones, y hasta oraciones enteras, llevado por el excesivo apresuramiento, como algunos sacerdotes  distraídos que, honrando al Señor con sus labios, vuelcan sin respeto su corazón hacia cosas inútiles y vanas. Si tú hablas de la mosca o de la pulga, piensas en ellas; pues bien, hablando al Señor o estando ante El, ¿no pensarás en El? ¿Cómo vendrá el amigo que has invitado si tú mismo huyes cuando está llegando? Así pues, para encontrar al Dios que has invitado, ten cuidado de que tu corazón no te abandone, no huya ante el rostro del Señor y que la lengua de tu corazón no se arrastre por la tierra, cuando estás dirigiendo tu boca hacia el cielo. No osarías hablar con tanta falta de respeto y apuro a un señor de este mundo. Maldito quien cumple la obra de Dios con negligencia.

He aquí lo que nosotros hemos oído contar por algunos. Un día nuestro enemigo, el acusador de los hermanos y el impío calumniador del género humano, se hizo presente a un piadoso religioso durante el canto coral de los monjes en el coro, aparentando estar pesadamente cargado. Al preguntarle el hermano qué llevaba en esa bolsa que cargaba, Satán le respondió: “Son las sílabas escamoteadas en la salmodia por estos monjes, así como las palabras  y versículos que, como ladrones, ellos sustrajeron esta noche al servicio de Dios  y de lo cual rendirán cuenta.

De éstos dice Salomón: El corazón del necio es como un vaso quebrado, no puede retener nada de la sabiduría. El vaso quebrado y cascado guarda el lodo, pero no  puede contener el agua limpia. Igualmente estos miserables vierten en su corazón cosas impuras e inmundas, pero no retienen el agua pura de la inteligencia espiritual,  semejantes al cernidor que deja pasar la flor de la harina, mientras que retiene y oculta el polvo, según lo dicho por Salomón: Como el polvo permanece en los agujeros del cernidor, así queda la duda en el pensamiento del hombre.

Como Dios es espíritu, conviene adorarlo en espíritu y verdad, no en charlatanería y adornos verbales, según lo dicho por el Señor en el evangelio: Cuando recéis, no os extendáis en discursos como hacen los paganos; ellos creen que serán escuchados por la cantidad de palabras. Y el bienaventurado evangelista Marcos:  Ellos devoran las casas de las viudas  bajo el pretexto de que hacen largas oraciones; ellos recibirán  una condena más rigurosa. “Es necesario orar en verdad, dijo San Gregorio, hacer oír los gemidos de arrepentimiento, no palabras afectadas. Es por esto que el Señor, hablando a Job, declaró:  Yo no les ahorraré nada porque pronuncien palabras fuertes y suplicantes.

Cuando el sacerdote reza, que haga dar vuelta la cabeza de la víctima sobre su propio cuello, es decir, el espíritu hacia la voz, de manera que la lengua sea reflexiva y el corazón hable según lo que está escrito: Mi lengua meditará tu justicia (Eclesiastés). La boca de los labios está en su corazón. Que atienda pues, a estar vigilante en la oración, para que cese todo cuidado de la carne. Que la intención sincera del corazón se eleve a Dios no sólo por el sonido de la voz, sino también por el espíritu, para arrojar del sacrificio a los pájaros inoportunos, como hizo Abraham.

Que a ejemplo del Señor, el sacerdote escale la montaña  para poner en alto hacia el Señor, los corazones. Antes de rezar que prepare su alma para no tentar a Dios. Mientras rezaba, dijo  el evangelista Lucas del Señor, su rostro parecía otro. Si pensamientos vanos e inútiles vienen volando como moscas de Egipto, alrededor de los ojos de tu espíritu, disponte a perseverar más aún en la oración. Como leemos en el evangelio respeto del ciego que gritaba hacia el Señor; más lo reprendía la multitud para hacerlo callar, más fuerte gritaba él. Si el espíritu de quien tiene poder se alza  sobre él, no deje su lugar, mas como Jacob, luche toda la noche con el Señor hasta que sea bendecido por él acercándose el amanecer, de manera que el fin de la plegaria sea mejor que su comienzo.

Si el Señor finge un día  alejarse, hay que obligarle a permanecer con nosotros. Si la viuda del evangelio gracias a su insistencia obtuvo lo que pedía ante el juez inicuo que no temía a Dios, con más razón el maestro piadoso y misericordioso, cuando reposa en su habitación con sus niños, a quien  persevera llamando a su puerta, seguramente le dará los panes que necesita. Que pida con fe sin vacilaciones, velando celosamente de que su conciencia  no esté acusándolo o reprendiéndole por sus pecados.  Que no rece para pedir cosas terrestres sino bienes espirituales  y eternos, de modo que el incensario de su corazón  cerrado a lo  mundano, esté abierto a lo alto. Está prescripto que, puestos los panes de la proposición  sobre la patena de oro, el incienso  se queme bajo la mirada del Señor.   Según lo que dijo el sabio del Eclesiástico: La ofrenda del justo colma el altar y sube al Altísimo como un aroma excelente. Porque también está escrito:  la oración de un hombre que se humilla atravesará las nubes; no se consolará hasta que llegue a Dios, no se alejará hasta que el Altísimo lo mire. Como el hombre que ve  su miseria y no como el fariseo que hace alarde de sus  méritos, se prosterne en oración ente el Señor, con espíritu de humildad y corazón contrito, a fin de que el verdadero Eliseo  llene los vasos vacíos.

Para que el ministro de Cristo vigile con el mayor esmero sobre su oración, debe tener  suspendida ante los ojos del alma, como un perpetuo memorial, el valor inapreciable y la permanente intercesión del justo, el poder y la eficacia de la plegaria sin mancha. Esta nace de un corazón perfecto y de una conciencia sin dolo. Aquél es el mensajero enviado; ésta logra situarse lejos de los cuidados de la carne. Así como el guerrero que afronta un combate sin armas, así pasa con el cristiano que está ante el peligro sin la oración. Somos purificados por la oración e instruidos por la lectura; son dos ejercicios excelentes si ambos pueden hacerse; en caso negativo, es preferible la oración a la lectura. La oración aplaca a Dios, las lágrimas lo conmueven. Estas suavizan; aquéllas horadan. Cuando un cristiano reza atentamente, los agresivos demonios pierden su fuerza y huyen desconcertados. Las oraciones del apóstol  Santiago, como el fuego, reducen a cenizas los espíritus del mal. Moisés en oración sobre la montaña con las manos elevadas, triunfó sobre Melquisedec. Por la oración de los apóstoles, la suegra de Pedro fue curada de la fiebre y la hija de la cananea librada del demonio- Gracias al ruego de varios, el Señor curó al paralítico y el sordo y el mudo recobraron la salud. Por la oración de Marta y María, Lázaro volvió a la vida; gracias a la oración de Ana, el profeta Samuel fue concebido. El Señor dijo a los amigos de Job: Mi siervo Job ruega por vosotros y yo lo miraré favorablemente para que vuestras necedades no os sean imputadas. El apóstol Santiago exhorta: Si alguno de vosotros cae enfermo, llame a los sacerdotes de la Iglesia para que recen por él.

El sacerdote deberá evitar por sobre todo, que su oración no se convierta en pecado, pues, si se va en pedidos venales, su lenguaje se estará arrastrando sobre la tierra. Si no tiene otro objetivo que la iniquidad y la avaricia, el Señor no lo escuchará sino que le responderá con el profeta: Vuestro incienso me es abominable. El que ora debe tener sus pies calzados con las sandalias del fervor que se dirige a Dios en lo alto, mientras por debajo están adheridas al suelo. El bienaventurado Gregorio testimonia con estas palabras: “La ofrenda de alabanza que persigue la prosperidad material no es querida por Dios”. Y el bienaventurado Agustín dice: “Quien pide a Dios otra cosa que no tenga otra finalidad que su avaricia, no será escuchado”.

LAS HORAS CANÓNICAS

Los sacerdotes absorbidos por sus cargas pastorales, pueden omitir oraciones y súplicas particulares, pero no deben dejar las horas canónicas. Otras oraciones son voluntarias, no están mandadas. Debe cuidar, pues, tanto como se lo permita la atención asidua del rebaño a él confiado, que el oficio nocturno sea celebrado por la noche y el diurno durante el día, según las horas prescriptas; no debe fundir ambos, ni cambiar la noche por el día. Sin embargo, se concede a los sacerdotes por las muchas obligaciones del ministerio, anticipar a veces por precaución las horas, aunque no suprimirlas por ser una obligación grave e imperativa.

Es buena cosa además que rece también las horas de la bienaventurada Virgen María, como devoción voluntaria. Tampoco debe olvidar el oficio por los difuntos, a los que tiene obligación de sufragar por las limosnas que reciba con ese fin. Su cumplimiento lo obliga en conciencia. El socorro a los difuntos es tanto más urgente, cuanto que ellos no pueden hacer nada por sí y deberán pagar su precio en el fuego del purgatorio.

Como el Señor pidió para sí el cántico nocturno y prometió la corona a quienes velen, los sacerdotes se levantan a media noche para celebrar el nombre del Señor. El liberó a media noche a los hijos de Israel hiriendo a los primogénitos; por nosotros nació a media noche; también a media noche fue hecho prisionero por los judíos y vendrá a juzgarnos en la media noche. Al amanecer es conveniente ofrecer  regularmente al Señor las Laudes de la mañana, a fin de que por la bendición, nos adelantemos al sol y le ofrezcamos un sacrificio de alabanza, a la hora en que resucitó entre los muertos.

Seguidamente, como obrero enviado a la viña del Señor, no callará su alabanza a Dios ya sea a la hora prima, tercia, nona y al atardecer. Así como se alzó temprano para pedir en primer término la llegada del Reino de Dios, ofreciéndole el sacrificio matutino en la primera hora, así también cuidará de finalizar el día con el rezo de Completas, de manera que su ofrenda vaya desde el principio hasta el final. No se limite a considerar las horas en sí mismas, sino que las vea en las causas y fines que persiguen. A primera hora el Señor fue conducido ante Pilato; a la tercera fue condenado a muerte; a la sexta fue crucificado; a la novena murió en la cruz; al atardecer fue bajado de la cruz y amortajado. A la hora de Completas, fue cuando terminada la cena, se dirigió con sus discípulos más allá del torrente Cederrón; allí comenzó su agonía orando insistentemente, A esa misma hora, los soldados se dirigieron a custodiar el sepulcro.

EL OFICIO DE LA MISA

En la misa el sacerdote se pone ante el Señor y reflexiona atentamente sobre esos profundos misterios, tanto más cuanto este sacrificio supera incomparablemente a todos los otros. El se ofrecen súplicas, plegarias y acciones de gracias tanto por los vivos como por los difuntos: súplicas con promesas, plegarias de alabanza sin promesas, en particular para alejar los males; se hacen pedidos para obtener gracias y se da gracias por los bienes recibidos.

INTROITO

En el introito de la misa el sacerdote considera con gran devoción la entrada de Cristo en el mundo o la alegría de quienes esperan el regreso previsto por numerosos reyes y profetas que aguardaron contemplar la venida de Cristo en su carne y no llegaron a verlo.

KYRIE ELEISON

La triple invocación, con el rezo del Gloria y la alabanza de la Trinidad de las personas, nos recuerdan los deseos y plegarias de los antiguos Padres. Por el canto de Kyrie eleison se implora la misericordia del Señor, antes de su advenimiento. Es como si el sacerdote dijera: que el Señor se apiade de nosotros, estamos atentos, según el anuncio del profeta. Señor tú te levantarás y usarás piedad con Sión, pues se cumplieron los tiempos para hacerlo. Esta invocación se repite nueve veces a fin de que el pueblo fiel se una a los nueve coros de ángeles. El orden de las invocaciones contemplan primero al Padre, luego al Hijo y en tercer lugar al Espíritu Santo.

GLORIA A DIOS

Cuando se canta “Gloria a Dios en lo más alto de los cielos”, los ojos del espíritu deben estar vueltos hacia el ángel que anuncia el nacimiento del Señor, mientras el coro continúa respondiendo, para que el numeroso ejército celeste que acompaña al ángel, pueda ser escuchada atentamente. Por esta misma razón, mientras se sigue cantando este himno por el hallazgo del dracma perdido, el pío sacerdote, invadido de gozo por alabar al Señor, le da gracias. 

EL SEÑOR ESTE CON VOSOTROS

Las palabras: El Señor esté con vosotros” o “La paz sea con vosotros”, no sólo saludan al pueblo, pues no se contentan en desear paz y salud desde lo profundo del corazón, además  están viendo al gran sacerdote que, entra  a este mundo para traernos paz y salvación. En el decurso de la misa siete veces saluda al pueblo; es que quiere, luego de expulsar a los siete vicios capitales, implorar del Señor la gracia septiforme del Espíritu Santo.

ORACIONES

Llegado el momento de las oraciones o colectas, el sacerdote tiene presente su misión: interceder por el pueblo reunido y por todos; poner ante la mirada del Señor los pedidos y necesidades de todos por igual. Debe recordar su papel de mediador ante Dios y los hombres; constituirse en nuestro intercesor. El Señor, en tiempos de su vida mortal, ofreció con gran grito y lágrimas, sus oraciones y súplicas a quien podría liberarlo de la muerte y fue escuchado por su humildad. Cuando el sacerdote concluye diciendo:  Por Jesucristo nuestro Señor, tiene grabado en su mente  lo que dice Jesús en el Evangelio: Si pedís algo en mi nombre, el Padre os lo concederá. Temiendo cansar al pueblo, no reza más que siete oraciones, según lo que dice el Señor en el Evangelio: Cuando oréis no os vayáis en muchas palabras, como hacen los paganos.

Según diga el sacerdote  una o tres oraciones, piensa  en el misterio de la unidad divina o en la Trinidad, El número de cinco, es contra los cinco pecados de los sentidos y evoca, además, los cinco momentos de la pasión del Señor. Si dice siete es tanto por los siete pecados capitales, como  para implorar los siete dones del Espíritu Santo.

Cuando en el decurso de la oración eleva las manos a Dios en busca de las cosas del cielo, tiene ante los ojos del alma a Cristo rezando por nosotros con las manos extendidas sobre la cruz.   Mientras el verdadero Moisés alzaba las manos, Amalec sucumbía en el combate.

EPÍSTOLA   

 Con la lectura de la epístola antes del evangelio, se recuerda a los discípulos del Señor enviados  de dos en dos, para preparar como en el caso del Precursor, los caminos que El recorrería después. Así como la sombra precede a la luz, así también la Ley ha precedido al evangelio.

GRADUAL, ALLELUIA, TRACTO

Cuando llega el gradual, el sacerdote evocará  a los apóstoles dispuestos a seguir a Cristo, luego de la predicación de Juan. El gradual sigue a la Epístola, introduce el  gemido de los penitentes que, en el valle de lágrimas, buscan elevarse desde lo profundo del corazón, para avanzar en la virtud. Juan y sus discípulos predicaron la penitencia para la remisión de los pecados.

El Gradual se llama responsorio pues  se deberá responder a la predicación de Juan, con actos de penitencia y no sólo con palabras.

Después del Gradual viene el Alleluia, canto de alegría que sigue a la penitencia; la gloria de la contemplación, después del abajamiento de  la humildad; el consuelo, después del duelo; el reposo  interior, después del ejercicio de la acción; todo ellos así expresado, se hace más júbilo que canto. 

En el Tracto se evoca la miseria y extranjería  del actual exilio. Por eso  las notas del canto traducen estos sentimientos mediante la aspereza de las voces, en un marco de armonía.

EVANGELIO

En la lectura del evangelio el sacerdote deberá atender no ya a los profetas  y sus palabras, sino al mismo Cristo  y su predicación. La lectura se realiza a la izquierda del altar, recordando que no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores. El que siguiendo los pasos de Cristo  reza  o lee el evangelio, ante sí tiene cirios encendidos  y la cruz, o sea, la luz de la gracia y la Pasión  del Señor; la fe   y el fuego de la devoción. El subdiácono sostiene el libro, un bien material que utiliza, para que el diácono esté sólo dedicado  a sembrar las palabras del bien espiritual. El beso que éste imprime luego al libro abierto,  es porque le fue dado conocer  el misterio del reino de los cielos.

CREO EN DIOS

Con el canto del símbolo después del evangelio, el sacerdote expresa que cree lo que acaba de proclamar: se debe creer de corazón para ser justificado y confesar  la fe para ser salvo. El símbolo es llamado colección (collectio) pues los artículos de fe están reunidos en él (colliguntur). El símbolo fue compuesto por los apóstoles, contribuyendo cada uno de ellos con su parte:

PEDRO: Creo en Dios Padre Todopoderoso creador del cielo y la tierra.

ANDRÉS: Y en Jesucristo, nuestro Señor.

SANTIAGO: Que fue concebido por el Espíritu Santo, nació de María Virgen.

JUAN: Padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado.

FELIPE: Descendió a los infiernos, al tercer día resucitó entre los muertos.

BARTOLOMÉ: Subió A los cielos, está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso.

TOMAS: De allí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.

MATEO: Creo en el Espíritu Santo.

SANTIAGO: En la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos.

SIMÓN: La remisión de los pecados.

TADEO: La  resurrección de la carne.

MATÍAS:  La vida eterna.

OFERTORIO

Así como la fe sin obras está muerta, así la ofrenda sigue al símbolo de la fe, significando que nosotros mismos nos ofrecemos  a Dios con todo lo que tenemos. En tanto se canta pues, lo que se ofrece, es un sacrificio de alabanza. Mientras escuchabas para creer, ahora porque crees te conviertes en hostia.

PREFACIO Y CANON

Lo que sigue se refiere al memorial de la Pasión y Resurrección del Señor, pues El dijo en la Cena: Haced esto en memoria mía. El sacerdote, durante el Canon, debe tener siempre en su corazón, la muerte de Cristo. Lo expresa el apóstol: Cada vez que comáis de este pan y que bebáis de este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor hasta que vuelva. De esta manera se acerca a la mesa del Señor con devoción y respeto, cual si lo viera inmolarse ante sus ojos, recordando la Pasión, la Resurrección  y todo lo que se realiza en el mundo  ya sea en palabras o en signos.

Cuando se hace el primer silencio, se conmemora  el que, próximo a la Pasión, el Señor se alejó de la ciudad  para ir a la aldea de Efraín, seguidamente  reafirma su propósito  de ir a Jerusalén y orar en el Templo.  Esta es la razón por la que el sacerdote  diga el prefacio en voz alta. Entretanto el coro canta: “Santo, Santo, Santo el Señor Dios de los ejércitos celestiales”, para que sean convocados las alabanzas y el honor  manifestados a Cristo por los niños hebreos que salieron a su encuentro.

En el silencio que sigue se  recordará el que guardó  en medio de sus discípulos, entrar en agonía y  redoblar sus plegarias. Puesto que permitió que se le traicione y clave en la cruz, ahora el cáliz y la hostia son elevados; luego el sacerdote  se golpea el pecho, en recuerdo del golpe de pecho de quienes estaban presentes  cuando el temblor de la tierra y de otros prodigios.

Al final del silencio, el sacerdote dice:  “por los siglos de los siglos”, recordando el grito de Cristo y sus oraciones en la cruz. Descubrir el cáliz es  interpretar las Escrituras  cuando se rasgó el velo del Templo. Al descubrir el cáliz por segunda vez, el sacerdote debe tener presente que el cuerpo de Cristo fue envuelto  para la sepultura, con mortaja de lino. Aquí el cáliz descubierto es figura de la sepultura que se abre. Levantar el corporal  indica que la piedra  de la tumba ha sido desplazada. En cuanto  a la patena  (su nombre proviene de padecer), indica la anchura  del corazón y la abundancia de la caridad; descubriéndola  luego y cerrándola, trae a la memoria la fuga y posterior escondrijo de los apóstoles. Seguidamente el sacerdote toma la patena y la besa: Cristo  ha recobrado la oveja perdida y en medio de sus discípulos les dice: La paz sea con vosotros.

COMUNIÓN

Durante el silencio que sigue a la plegaria del sacerdote, tiene presente  en espíritu el clima de silencio que rodea al sepulcro. Dice enseguida: La paz del Señor  y en la iglesia hay intercambio del beso de paz En efecto, Cristo resucitado  ha dado la paz que luego se extendió a toda la Iglesia.

El antiguo canto después de la comunión  se hace en acción de gracias por los bienes recibidos; evocan la alegría  que invadió a los apóstoles por la resurrección: los discípulos experimentaron gran  gozo al ver al Señor. El cuarto silencio, después de la comunión, trae a la memoria la expectativa de los apóstoles que están esperando la venida del Paráclito.

Las siguientes oraciones representan las súplicas de éstos reunidos en el Cenáculo. Ahora, después de saludar al pueblo, el sacerdote dice:  “Ite, missa est”. Al momento de ascender al cielo, el Señor después de haber saludado a los discípulos, los libra para que vuelvan a Jerusalén  y esperen allí ser revestidos  de la fuerza que lo alto.

Mientras el coro responde: “Deo gratias”, el sacerdote recuerda que los apóstoles volvieron a Jerusalén  con la alegría de la acción de gracias.  Tenemos  la posibilidad de volver a la Jerusalén celestial, gracias a la ofrenda  hecha al Padre.

El oficio sagrado es llamado “misa”, del verbo “dimittere”, pues finalizado, los fieles son enviados a sus ocupaciones. En la conclusión del final, el sacerdote bendice al pueblo: Cristo bendiciendo a sus discípulos con las manos elevadas, se vuelve al cielo.

LAS CEREMONIAS DE LA MISA

En el santo y venerable oficio de la misa, nada está vacío de misterio. La memoria de la Pasión del Señor, es convocada tanto por las palabras como por los signos. Se  hace a menudo en el canon la señal de la cruz, correspondiendo al sacerdote  poner mucha atención a su número. Cuando hace tres signos de la cruz debe recordar que Cristo fue entregado en tres ocasiones: entregado por un discípulo, por el Padre y por los Judíos, a Pilato. Estos, además, gritaron tres veces contra El: Crucifícalo.

Cuando hace cinco signos de la cruz debe evocar las  cinco heridas de Cristo.

Si hace dos, tener ante sus ojos las ligaduras y las varas o el agua y la sangre.

Cuando se inciensa el altar, que recuerde como la casa ha sido invadida  de perfume, después que fuera quebrado el vaso de alabastro. Al inclinarse,   el sacerdote evoca la humillación de Cristo en el acto de la encarnación. Besar el cuerpo de Cristo, designa el beso de Judas, el traidor. Cuando se besa el altar, el libro y el ministro, se significa con ellos la triple paz del tiempo, de corazón y de la eternidad. Se comienza a la derecha del altar, pasa a la izquierda  para retornar a la derecha, es decir, Cristo, atravesando las naciones, retornará al pueblo judío al fin de los tiempos. El sacerdote se lava las manos para mostrar que se limpia de la mancha de los vivos. Antes de ofrecer la hostia, se lava las manos una segunda vez,  con las palabras: Lávame una y otra vez  de mi iniquidad. Tomado el sacrificio, se lava una tercera vez, proclamándose indigno de tan grandes misterios. Fue dicho:  Cuando hayáis cumplido todo esto decid: Somos servidores inútiles.

LAS VESTIMENTAS DE LA MISA

No sólo lo dicho, también contribuyen a embellecer la casa del Señor  e incitan a la devoción, las vestimentas de la misa que reviste el sacerdote.  Con su simbolismo enseñan  a  proveerse de armas espirituales en el combate contra el espíritu del mal. Como dijo el apóstol: Las armas de nuestra milicia no son materiales, pero sí poderosas  para derribar lo que se le opone. A la par de la reina, adecuadamente ceñida de sus diversos ornamentos, el sacerdote adornado exteriormente con las vestimentas sagradas, debe  cuidar que su interior, su alma, esté revestida de buenas costumbres, según lo escrito:  Que los sacerdotes estén revestidos de justicia.

Que se coloque al principio el amito como un casco de salvación y que descienda sobre sus hombros. Esto indica que no debe adormecerse en la ociosidad sino consagrarse fortalecido a las buenas obras  y, además, demuestra que deberá tomar  para sí las cargas. Que ligue los cordones del amito sobre el pecho, recordando que esta acción a punto de comenzar, que es buena por su intención  y el objeto perseguido, se lleve a cabo  según el querer de Dios.

A continuación el sacerdote adaptará convenientemente el alba e torno a su pecho, para evitar las superfluidades en su vida y costumbres. Que el alba sea blanca, resplandeciente por la pureza de sus obras; amplia  para la justicia, a fin de dar a cada uno lo que es debido; sus riñones sean ceñidos por un cordón, para que comprometido en el camino estrecho, no caiga en la lujuria y que no se sienta entorpecido por la embriaguez y la glotonería.

Para volver a encontrar la vestimenta de la alegría y la inmortalidad, y llevar con paciencia el yugo del Señor, poniendo la estola sobre el cuello, que lleve con paciencia el yugo del Señor: es por la paciencia que se posee el alma. Que esté atento a su derecha y a su izquierda, así como él debe  estar fortalecido en ambos lados con las armas de la justicia, y sea exaltado por la prosperidad o abatido por la adversidad.

En el brazo izquierdo donde coloca el manípulo o  pañuelo, una vez rechazadas la languidez  y cansancio de la vida presente, que pueda enjugar, en cierto sentido, el sudor  de su espíritu con el lienzo de la vigilancia  y sacuda la torpeza de su corazón. Los ministros del Señor no deben desanimarse ante el trabajo:  tengan siempre presente en el espíritu, que luego volverán  alegremente cargando sus manojos (manipulus).

Por último se reviste de la casulla que es la vestimenta nupcial, designa a la caridad  y cubre la multitud de los pecados. El sacerdote debe desbordar de caridad, extendiendo los dos brazos, en gesto de amor, a derecho e izquierda, hacia Dios y hacia el prójimo. Y así adornado de todas las virtudes, por sobre ellas ponga  el lazo de una perfecta caridad. De esta manera, con la gracia del Señor, podrá obtener lo que pide.