HISTORIA OCCIDENTAL

Historia Occidentalis

Jacques de Vitry

Traducción de José María Lodeiro

CAPÍTULO XXX

LOS CANÓNIGOS SECULARES

Las diversas congregaciones regulares a la que nos referimos, han construido varias edificaciones bajo la regla de San Agustín y la dirección de arquitectos constructores. Después de su fundación, los ministros de las catedrales, o sea los canónigos seculares, sirvieron al Señor en humildad y pobreza, bajo las orientaciones de esa regla.

Ellos se dedicaban al oficio divino, a la lectura, la plegaria y a combatir en el ejército del Señor. Juntos en el refectorio se alimentaban convenientemente, fortaleciendo sus almas con lecturas y la escucha de las divinas Escrituras. Por la noche descansaban castamente en dormitorios comunes.

Vacante la sede episcopal, luego de orar, ayunar e invocar con lágrimas la asistencia del Espíritu Santo, elegían como superior a quien juzgaran más digno. No era fácil, con todo, encontrar a quien quisiera aceptar la peligrosa y ardua ascensión a la prelacía; por este motivo, frecuentemente las catedrales y matrices estuvieron vacantes muchos años.

En efecto, todos se juzgaban indignos e ineptos, a ejemplo del evangelista Marcos que se amputó el pulgar para no ser elegido obispo. Huían, ponían reparos y objeciones. rechazaban las dignidades bajo todo aspecto.

Hoy día, en cambio, se ven numerosos   canónicos, con razón llamados seculares, ¡qué quisieran tener cuatro pulgares para llegar a obispos!

LOS FALSOS CANÓNIGOS

Cuando no viven según la regla, están usurpando el nombre de canónigos, proyectando sombras sobre él y dejándolo sin contenido. Igual a lo que sucede con la imagen de una persona que no es ella misma o el dinero falso que no vale nada. Igual acontece con los canónigos regulares para quienes su regla es vivir sin reglas y cuya ley es seguir los deseos pecaminosos, vivir en el desenfreno, satisfacer la carne, vivir sin disciplina, ene el desorden y el vicio, recorriendo el ancho sendero que lleva al infierno, disipando en lujos o de cualquier manera, el patrimonio del crucificado.

El pobre Lázaro mendiga a la puerta, Cristo llora a la entrada, mientras que el payaso y el histrión cantan en la mesa. Hay muchos disfraces para exhibir la vanidad, mientras en las perchas, los pobres de Cristo son crucificados por el hambre y el frío. Aquéllos conservan en sus casas el calor de las ratas, no visten al Cristo desnudo con su patrimonio. Lo que El adquirió con su sangre, lo desperdician viviendo en la magnificencia; lo que ganó con ultrajes y golpes, lo gastan en fiestas y borracheras. Para el Señor, el establo; para ellos, las moradas: para aquél, los andrajos, para ellos las ricas vestiduras; para aquél, la cruz, para ellos las piscinas. La cruz sin título, sólo para esconder sus pasiones. Crucifican una vez más al Hijo de Dios y lo exponen al escarnio, multiplican sus riquezas, se inflan con prebendas y dignidades, se glorían en los honores, engordan con oro, plata y cofres rebosantes. Son los mismos que dijeron que el Señor era la parte de su herencia y que prometieron imitar su pobreza y humildad.

Por ese enorme y detestable sacrilegio, el patrimonio de Cristo y los bienes de los pobres se convierten al servicio de la propia vanidad, son un equipaje magnífico y viene con el título de caballero. Pero con más éxito representan todo esto, perros y pájaros, bufones y juglares, los jugadores de la noche, los cantores y adulones. En esta forma de vida envueltos en el resonar de los tambores, las notas de la flauta, el sonido de la lira, el tañir del címbalo; allí donde el parásito no se ruboriza porque lo injurien, ¿puede, acaso, haber lugar para el temor de Dios? Las almas de los difuntos se querellan ante el Juez supremo porque se han destinado a cosas inútiles las limosnas ofrecidas en sufragio de sus almas. Han cosechado donde no han sembrado; no vigilan a quienes tienen bajo su custodia las donaciones, ni les hacen rendir cuentas de su destino. Así el puerco se come las bellotas, no protege la encina, seca y pisotea las raíces. Hinchados de orgullo, sacudidos por la ambición, descansados en la ociosidad, ablandados por la pereza, inclinados a las disputas e injurias, suscitan discordias y crean fracciones entre los hermanos, sembrando cizaña en los capítulos y conspirando en las congregaciones. Dice Isaías: El niño se sublevará contra el anciano y el hombre rudo contra el noble.

Estos ingresaron en forma irregular, mediante dinero, servicios deshonestos, violencia de familiares, presiones de los poderosos. Y así como hicieron ellos, hacen lo mismo introduciendo en la Iglesia de Dios mediante violencia y fraude, a niños, parientes, gente impura semejante a ellos a la vez que sus secuaces. Cuando queda elección y elevación a una prelacía. son los primeros, se ponen delante de personas honorables y cultas. Edifican en Sión sobre la sangre para que se cumpla la palabra de Isaías: Yo les daré niños por príncipes y serán dominados por afeminados. Si hay entre ellos hombres justos y temerosos de Dios que lloran y se afligen ante el espectáculo de la abominación, son objetos de mofa, de ataques, se les humilla como indignos y son maldecidos. Los tratan como hipócritas y supersticiosos. Los marginan cual publicanos y pecadores; los denuncian porque se atreven a citar la palabra de la Escritura o el nombre de Dios. Estos maliciosos son como las zarzas ya que se entrelazan como bebedores, calumniadores, blasfemos y hasta aconsejándose mutuamente, parecen decirse: Coronémonos de rosas, antes de que se marchiten; que no quede rincón en el prado por donde no haya transitado nuestra lujuria. Comamos y bebamos puesto que mañana moriremos.

CANÓNIGOS DIGNOS DE SU NOMBRE

Los canónigos de conducta honorable, religiosos dignos de este nombre, son heridos por las espinas venenosas y desgarrados por las lenguas emponzoñadas, cual aguijones de Satán. Pero cuanto más son probados en las aguas de la contradicción y sometidos a la lengua de los calumniadores, más fuertes son y menos temor tienen de disgustar a estos hombres de Belial, hijos de la perdición y se disponen a complacer más al Señor que les dice: ¿ Quién se levantará para defenderme contra los inicuos? ¿Quién se mantendrá firme a mi lado contra los que hacen la maldad? Serán confundidos quienes buscan complacer a los hombres, porque éstos serán despreciados por Dios. El que agrada a todos, desagrada a todos. Si el Apóstol hubiera agradado a los hombres, no habría sido servidor de Cristo. Para agradar a Dios estos hombres no se preocuparon por agradar a los malos, aunque vivieron siempre en paz con todos. Dicen con el profeta: No debes odiar a quienes te odian.

Tienen presente ante los ojos el temor del Señor por el talento que les ha sido confiado y observan puntualmente las prescripciones de la regla. Aplicados al desarrollo y prestigio de sus iglesias, se dedican con celo a las actividades sea espirituales que corporales, asegurando un servicio humilde y devoto, como verdaderos ministros del culto en el templo de Salomón: Feliz el pueblo que sabe aclamarte, asiduo en trasponer el umbral de su iglesia. No dejan nunca las horas canónicas a las que están obligados, ni las olvidan por negligencia o falta de devoción, sino que día y noche claman al Señor con su propia voz, no como vicarios a sueldo o mercenarios. Presentan el sacrificio de alabanza y la ofrenda de sus labios con himnos, salmos y cánticos espirituales. No son arrastrados ni seducidos por amor al dinero; no los anima la codicia, como si soñaran en llenar las manos con los repartos diarios, así cual lo hacen los réprobos que confunden la mano derecha con la izquierda y sirven no al Señor sino al dinero, acudiendo al servicio nocturno no por devoción sino por el pago. Como Nadab y Abiú depositan sobre el altar del Señor un fuego profano y así reciben su salario en esta vida. Si pueden alabar en grande con la lengua, sus vidas, en cambio, es una blasfemia. No sirven a Dios por El mismo y por tanto no están para ser salvados. ¿Qué retribución pueden esperar del Señor, quienes ocupan para su propia condena, muchos beneficios de iglesias y lugares de pobres? Quien recibe no teniendo necesidad, roba al que verdaderamente la tiene, sobre todo cuando no depositó ni sembró y recoge con la guadaña de la codicia, los frutos que otros sembraron.

LAS IRREGULARIDADES DE LAS CANONESAS SECULARES

En Hainaut de Bravante y en algunas provincias teutónicas y alemanas, hay mujeres llamadas canonesas seculares que, se dedican a imitar a los canónigos mencionados. No aceptan que se les considere monjas, así como los canónigos no son monjes. Estas mujeres eligen a sus seguidoras, no admitiendo en la comunidad (collegium), sino sólo a hijas de caballeros y de nobles; prefieren la nobleza profana, a los méritos religiosos y morales. Visten de púrpura, usan ropas de lino, pieles grises y otras prendas del tiempo en que exhibían sus encantos. Se adornan de varias formas, rizan sus cabellos, se cubren de objetos preciosos, como si fueran templos. Se divierten con los divertidos, son muy libres en sus modales y la hospitalidad que hacen es por demás amplia. Usan las más finas pieles de cordero y todo lo más delicado que encuentran. Si alguna desea usar velo, signo de humildad, la tratan como miserable, vil, hipócrita, e inútil, por desprestigiar su nobleza. Rodeadas de clérigos y jóvenes que están a su servicio, realizan en sus mansiones lujosos y honorables festejos. No faltan a la mesa sus parientes de primer grado que ellas llaman  sus primos (cognati). Por la noche reposan en el dormitorio próximo a la iglesia, pero si están débiles, enfermas o con un malestar pasajero, obtienen fácilmente permiso para ser asistidas, visitadas y aún quedar con ellas, para parientes y amigos.

Los días solemnes y festivos, las canonesas concurren a las mismas iglesias de los canónigos regulares: en otro lado del coro, éstos cantan con ellas esforzándose por responderles exactamente en la modulación de las voces femeninas. En verdad, estas sirenas están anunciando el canto del placer en los templos de la voluptuosidad, hasta fatigar a los mismos canónigos que, al fin, rehúsan ser dominados. En las procesiones también, según un rebuscado ceremonial, avanzan cantando los canónigos de un lado y las damas (domine) del otro.

Algunas después de haber vivido del patrimonio de Cristo, abandonan prebendas e iglesias para casarse, traen al mundo sus hijos y se convierten en madres de familia. Personalmente sabemos de cierta congregación cuyos miembros han seguido un consejo más razonable: huyeron de Ur de Caldea, de Babilonia y de los incendios del mundo y tomaron el hábito de la orden cisterciense, llegando así a la cima de la perfección. La mayor parte de quienes vivieron con los cistercienses buscando la salud de su alma en la santidad y la humildad, fueron agradables a Dios y no fueron consumidos por el fuego.