HISTORIA OCCIDENTAL

Historia Occidentalis

Jacques de Vitry

Traducción de José María Lodeiro

CAPÍTULO XXVII

UNA NUEVA FORMA DE VIDA RELIGIOSA Y DE PREDICACIÓN: LOS CANÓNIGOS BOLONIA

Hay otra congregación de canónigos regulares en las afueras de la ciudad de Bolonia, que libran batalla en el campo del rey eterno, obedeciendo a un solo superior con fervor de espíritu y elevación del alma, y así están al servicio del Señor con mucha devoción y humildad.

Prontos a seguirle, desnudos de sí mismos, se recluyen lejos del mundo, de sus afanes y bienes temporales, mientras tienen por desperdicio las cosas que perecen, para ganar sólo a Cristo. Sabiamente creen y la experiencia se lo enseña, que si cada día tiene su prueba, no deben afanarse por el mañana y aceptar la limosna de los fieles en la medida de lo estrictamente necesario para sobrevivir. Hasta tres días por semana comen carne en el refectorio si se les ofrece; para dormir usan el dormitorio común. Según la regla de San Agustín, reunidos en la iglesia, celebran al Señor con cantos y jubilosas acciones de gracia y ofrecen el sacrificio de alabanza al Altísimo en unidad de voces. 

Por inspiración divina han reunido a jóvenes que, por motivos de estudio, viven en Bolonia. A diario asisten a las lecciones de las divinas Escrituras bajo la maestría de uno de los canónigos. A su vez, vuelcan esa doctrina en la predicación que los días festivos imparten a los fieles de Cristo, según lo autorizado por el Soberano Pontífice y las normas de la Iglesia romana. Mediante la predicación y la observancia, ligan y embellecen la regla canonical a la saludable observancia de los regulares, la orden de Predicadores a la de los Canónigos. Tan feliz unión de bienes, incita a gran número de hombres a imitarlos, abrasados y movidos por su ejemplo. Esta santa y honorable congregación de estudiantes de Cristo, aumenta cada día en número y se ensancha por la caridad. Ningún sacrificio es más agradable a Dios que el celo y la salud de las almas, según aquello: quien colma, será colmado; quien da de beber, será abrevado. Diligentes ante estas palabras, los esforzados atletas de Jesucristo, recogen los mejores frutos de la tierra que en ricas fuentes los ofrecen a los hombres. Estas aguas son distribuidas por las plazas y, derivadas hacia los campos del Señor, producen frutos centuplicados. Con un solo corazón trabajan  para arrancar de las garras de Leviatán las almas de los pecadores. Así, luego de comunicar su ciencia a muchos, brillarán como estrellas por la eternidad.