HISTORIA OCCIDENTAL

Historia Occidentalis

Jacques de Vitry

Traducción de José María Lodeiro

CAPÍTULO XV

LAS MONJAS CISTERCIENSES

Al principio de la Orden, el sexo femenino no estaba preparado para iniciarse en el rigor de una disciplina tan severa y de aspirar a la cima de la perfección: un tal fardo parecía excesivamente pesado y casi insoportable para hombres probados. Sin embargo, a fuerza de oración y fervor espiritual, las vírgenes y las santas mujeres rogaron a Dios evitar el naufragio en el mundo y poder ingresar al puerto tranquilo de la orden cisterciense. Y así tomaron el hábito regular en ella, pues rechazaban hacerlo en otras congregaciones de monjas, por la vida disipada que llevaban. Estas en efecto, habían caído en la corrupción y no podían ser refugio seguro. Tanto o más difícil era conservar la castidad con ellas, por sus trampas y maleficios, que estando en contacto con las mujeres impúdicas del mundo. En cualquier parte, públicamente, olvidando su pobreza, exigían dinero a quien deseara entrar en su monasterio, osando cometer el peor crimen de simonía, y así convertían la casa del Señor en un mercado de intercambio. Era común mantener los bienes propios y merecer la misma reprobación que el Señor tuvo para Ananía y Safira.

Los hombres santos y temerosos de Dios de la orden Premonstratense, instruidos que fueron por un ejemplo, consideraron con sabiduría los graves inconvenientes y el peligro de tener que custodiar a sus propios custodios y resolvieron entonces no recibir mujeres en sus casas. Desde entonces, la comunidad religiosa de los santos monjes de la orden cisterciense se multiplicó como las estrellas del cielo, se acrecentó por la bendición del Señor que dijo: creced y multiplicaos, llenad el cielo. Se fundaron comunidades, se levantaron monasterios, los claustros se llenaron, las vírgenes afluían, acudían las viudas y las casadas; en acuerdo con sus maridos cambiaban el matrimonio por la unión espiritual. Llegaban de otros monasterios para tomar este hábito, volaban hacia los frutos de una vida mejor, de mayor rigor. Mujeres nobles, poderosas según el mundo, despreciaban las herencias y posesiones, prefiriendo abajarse ante el Señor, a vivir en la tienda de los pecadores. Vírgenes de ilustre cuna desdeñaban los matrimonios que les presentaban, dejaban su familia y las engañosas delicias del siglo, los adornos y lujosas vestimentas, uniéndose a Cristo, esposo de las vírgenes, en pobreza y humildad. Le servían por el rigor de una vida muy dura, mudaban las riquezas y gozos temporales por los bienes espirituales. Sin tener en cuenta otros monasterios y congregaciones de santas religiosas que nacían por doquiera, hemos visto fundar y construir, en breve tiempo, siete abadías de monjas de esa orden sólo en la diócesis de Lieja donde las casas se honraban de santas  mujeres que brotaban como florido vergel de azucenas y violetas.

Si se hubieran triplicado las abadías y monasterios de la orden en esta provincia agradable a  Dios, abundante en vírgenes santas, no habrían dejado nunca de florecer sus místicos jardines. Por el contrario, con alma pronta y deseo ardiente, se habrían ofrecido al Señor en holocausto como exquisito aroma, en total holocausto, despreciando por amor el reino del mundo y todo su esplendor,  para refugiarse bajo la tienda de la Alianza, servir a Dios con reposada devoción, escapar al incendio de un mundo que se consume. Según la palabra de Isaías, estarían a la sombra y abrigo del calor durante el día y a cubierto de las tempestades y las lluvias. No fue sólo en Occidente, también en las provincias de Oriente, Constantinopla, Chipre, Antioquia, Trípoli y Acre, esta misma orden, viña del Señor, extendió los retoños de la bendición, con la construcción de nuevos monasterios femeninos.