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BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL
EUCARISTÍA
Y
CONFLICTOS
Pablo
Bonavía
I. INTRODUCCIÓN
1. La conocida afirmación de que la eucaristía 'hace' a la Iglesia y
la Iglesia 'hace' la eucaristía manifiesta no sólo una profunda realidad
teológica sino también una verdad sociológica. La celebración de la
eucaristía revela no sólo el modo de comprender la
Iglesia sino también una expresión socialmente relevante de la
salvación que ella anuncia y la imagen
de Dios que nos ha testimoniado Jesús. Por eso una reflexión acerca
de cómo vivimos los creyentes la celebración de la misa, -y cómo la
perciben los demás- no es para nada un tema marginal: apunta al corazón
mismo del seguimiento de Jesús y a la fidelidad de la Iglesia a su misión
evangelizadora.
[1]
2. En esta breve exposición sólo voy a tratar un aspecto, a mi
entender preocupante: para muchos la
eucaristía es una expresión religiosa que puede y debe vivirse totalmente al
margen de los conflictos que atraviesan la sociedad. La celebración euarística
ha quedado en buena medida atrapada al interior de un imaginario en el que la
comunión de los creyentes entre sí y con Dios suponen una total neutralidad
-y hasta ajenidad- respecto de los dolorosos y con frecuencia mortales
antagonismos que caracterizan a la convivencia humana.
3. Todos sabemos que, por razones históricas, la
doctrina y la devoción eucarísticas han estado centradas en cuestiones
tales como la presencia real de Cristo, el poder para consagrar de los
sacerdotes, el carácter sacrificial de la misa y la permanencia de Cristo en
las especies consagradas. A partir del medioevo y hasta el Vaticano II poco se
ha insistido en la dimensión eclesiológica y comunitaria de la eucaristía...
que tan intensa y relevante había sido en la época patrística. Al quedar
oscurecida la perspectiva comunitaria
quedó también en la penumbra su dimensión
social.
4. A ello debemos agregar que la misa es percibida como una instancia
en que la Iglesia discrimina
moralmente entre los que cumplen con los requisitos de la fe y los que no
lo hacen. Discriminación comprendida, también ella, desde la
perspectiva
del comportamiento estrictamente individual o, como mucho, familiar, pero sin
referencia alguna a la conducta social, a la práctica de la justicia y a la
defensa de los derechos humanos.
[2]
5.
A través de la eucaristía así comprendida se configura un imaginario en el
que la práctica de la justicia no aparece ni como condición, ni como
consecuencia ni como constitutivo de la celebración eucarística. Pues bien:
lo que yo quisiera poner de relieve es que de esta manera se comunica una
imagen del Reino de Dios, del Dios del Reino y de la verdadera comunión
eclesial no sólo unilateral sino contraria a lo que Jesús vive y anuncia. Me
parece imprescindible subrayar que cuando hablamos de la presencia
real de Jesús en la eucaristía hemos de recuperar algo aparentemente
obvio: se trata de la presencia real del
Jesús real. Desearíamos por eso rescatar
la concepción absolutamente original de Jesús acerca de la eucaristía y de
la comunidad cristiana que contrastan abiertamente con esta perspectiva.
Tomaré como punto de partida un texto reciente de Juan Pablo II que me
llamó la atención por su valentía y claridad. En su Mensaje para la
celebración de la Jornada Mundial de
la Paz de este año 1999, el Papa señala que la convivencia humana está
atravesada hoy por formas intolerables de violencia tales como la sacralización
del mercado, el desempleo, el hambre, los conflictos armados, el tráfico de
drogas y armas, los daños al ambiente natural, la falta de libertad
religiosa, los fenómenos de corrupción, la discriminación étnica. Pero
luego agrega:
"Ante tal actitud, ¿cómo podríamos excluir
a alguno de nuestra atención? Al contrario, debemos
reconocer a Cristo en los más pobres y marginados, a los que la
EUCARISTÍA, comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo ofrecidos por
nosotros, nos compromete a servir.
Como indica claramente la parábola del rico, que quedará siempre sin nombre,
y del pobre llamado Lázaro, 'en el fuerte
contraste entre ricos insensibles y pobres necesitados de todo, Dios
está de parte de estos últimos. También nosotros debemos ponernos de su
parte'".
[3]
6. En un mundo que excluye sistemáticamente a los más débiles, la
celebración de la eucaristía -dice Juan Pablo II- no puede permanecer
enclaustrada en un espacio ajeno o pretendidamente neutral. Ella supone afrontar
ese conflicto omnipresente y multiforme que genera injusta exclusión y tomar
partido por los más débiles. Y ello no por una razón de carácter ideológico
o aún ético sino profundamente teologal: se trata de imitar
al mismo Dios que también toma partido por ellos. Comulgar supone pues
hacer propia la actitud solidaria de Jesús con los excluidos y su entrega por
nosotros. Una actitud que no busca la conflictividad ni asume la parcialidad
por sí mismas. Es precisamente su 'obsesión' y su entrega por la comunión
entre los hombres lo que lo obliga a afrontar la conflictividad; es su 'obsesión'
por la efectiva gratuidad y universalidad del amor de Dios lo que lo lleva a
tomar partido por los excluidos. Esto es lo que trataremos de considerar
ahora.
II.
"A JESÚS LO CRUCIFICARON
POR
SU FORMA DE COMER"
1.
Investigadores de la talla de J.Jeremias han insistido en que no se puede
aislar las palabras de la institución eucarística del contexto histórico
previo en el que tiene lugar: las comidas de Jesús con sus discípulos y con
toda clase de personas. La Última Cena será la expresión culminante de una
forma de anunciar la presencia de la salvación de Dios a través de una serie
de comidas que ponen de relieve lo más original y conflictivo del mensaje de
Jesús: la solidaridad de Dios con los débiles y marginados.
2.
Ya es significativo que la imagen que Jesús elija en sus parábolas para hablarnos
de lo que es central en su mensaje -el
Reino de Dios- no sea el ayuno sino el
banquete, la comunión de mesa. "Les aseguro que vendrán muchos del
oriente y del occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en
el Reino de los Cielos" (Mt 8,10). Algo ya en sí mismo conflictivo
porque para los hombres piadosos de su tiempo el medio para entrar en contacto
con lo sagrado era el aislamiento y la privación del alimento, no el comer
juntos. "Los discípulos de Juan ayunan a menudo y hacen oraciones, lo
mismo que los discípulos de los fariseos, y los tuyos, ¿por qué comen y
beben?"(Lc 5,33)
El ayuno, efectivamente,
expresa distanciamiento con respecto a la sociedad y a la convivencia humana.
Algo muy acentuado por el grupo del Bautista, que se va a vivir al desierto y
de los fariseos que, como su nombre indica, se consideran los 'separados'. Jesús
tiene otra concepción: no convoca a la gente al desierto ni funda una secta
separada sino que se dirige a todo el pueblo de Israel. Y no se expresa en
ayunos sino en la mesa compartida con toda clase de personas.
3. Pero Jesús no sólo habló en parábolas sino que obró
en parábolas. Sus comidas forman parte de su predicación: la
comunión
de mesa es una acción simbólica de tipo profético que expresa y realiza el
mensaje: son irrupción del Reino de Dios y su salvación. En este sentido
dice Jeremías: "Su acción simbólica más impresionante fue el permitir
que compartieran su mesa los despreciados (Lc 19,5s) y el acogerlos en su casa
(Lc 15, 1-2) e incluso en el círculo de sus discípulos (Mc 2,14). Estas
comidas con los publicanos son signos proféticos que, más impresionantes que
las palabras, anuncian de un modo que no puede pasar inadvertido: ahora es el
tiempo del Mesías, el tiempo del perdón."
[4]
Las comidas de Jesús muestran que la irrupción del amor incondicional
y gratuito del Padre significa cualquier cosa menos un acontecimiento neutro e
inofensivo: desencadena una verdadera revolución social y religiosa.
Cuestiona las fronteras étnicas, simbólicas y religiosas de la sociedad judía
del siglo I. Algo que los dirigentes de su tiempo captaron con gran lucidez:
la forma de comer de Jesús expresaba una nueva forma de concebir la salvación
y al mismo Dios. Por eso se ha podido afirmar que "a
Jesús lo crucificaron por su forma de comer".
[5]
4. Porque el partir el pan no es un simple alimentarse. Acoger a una
persona en la propia mesa es una muestra de respeto, de confianza y de
reconciliación: es una comunión de vida con profundo impacto social. Desde
un punto de vista sociológico, las diferentes maneras de comer nos hablan de
la forma de estratificarse una sociedad, de diferenciarse hacia adentro y
hacia afuera. Por eso la comida de Jesús con pecadores y publicanos es algo
tan removedor. Cuestiona el sistema de pureza en que se basa la coherencia
interna del pueblo y su delimitación hacia afuera, impulsa la transformación
del orden establecido mediante la reintegración de los excluidos.
5. Y ello en nombre de Dios. Contra lo que piensan los fariseos (cf.Lc
7,36-50) Jesús es sí un profeta. Pero de un Dios que se afirma como
misericordia y no como lejanía; que se acerca con su perdón, del que todos
necesitan, y que es mejor aceptado por quien tiene conciencia de su pecado y
no se atrinchera en su pretendida pureza y justicia. La integración
expresada en las comidas de Jesús
es la forma más intensa de anunciar la gratuidad y la universalidad de la
amistad que el Padre ofrece generosamente a todos. En Cristo Dios sale a
la encrucijada de nuestros caminos para 'invitar a los pobres, los lisiados,
los ciegos, los cojos... hasta que se llene la casa'(Lc 14, 21-22).
Y nos invita a hacer lo mismo:
"Cuando des una comida o una cena no invites a tus amigos ni a tus
hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; no sea que te inviten
ellos para corresponder y quedes pagado. Cuando des un banquete invita a
pobres, lisiados, cojos y ciegos; y dichoso tú entonces porque no pueden
pagarte" (Lc 14,12-14)
6. La acusación de agitador y blasfemo, su acorralamiento y su condena
a muerte se hallan en el centro mismo de la Ultima Cena y de la Eucaristía.
El conflicto que llevó a Jesús a su muerte no se refiere tan sólo a una
concepción interior o mística de la salvación sino que es el resultado de
una trayectoria histórica en una sociedad real. Por eso ésta remite a los
cristianos a los conflictos históricos en que se encuentran metidos. Les
indica que es precisamente en esos conflictos y en esas crisis donde se puede
discernir quién es Dios y cuál es el Dios de Jesús. Y es allí donde
deben 'tomar partido' como nos decía Juan Pablo II.
7. Las primeras comunidades cristianas continuaron y aún radicalizaron
la forma de 'partir el pan' de Jesús y sus consecuencias. Para ellos no era
un mero alimentarse biológico sino una
forma de comer que formaba parte de una forma de vivir en la comunidad y en la
sociedad. El reunirse para
compartir el pan era inseparable del hacer memoria y continuar la práctica de
Jesús de sentarse en una misma mesa con los excluidos dentro de la comunidad
y en la sociedad. (cf.Hechos 2, 42s.) El partir el pan iba unido a una
preocupación porque comieran los pobres y desposeídos de la comunidad y esto
no sólo por una razón humanitaria sino por la exigencia de formar la
Iglesia. Estaban convencidos de que donde no se respeta la fraternidad no se
celebra la cena del Señor. Por eso San Pablo en la carta a los Corintios
declara que si el partir el pan no constituye la expresión sacramental de un
estilo de vida solidario en el que se comparte lo que se es y se tiene
"eso no es la cena del Señor" (1Cor 11, 21).
La fracción del pan no era un rito evasivo sino un compromiso y una
toma de posición frente a una sociedad dividida en puros e impuros,
observantes y pecadores, nacionales y extranjeros. En el pasaje de Hechos
10-11 a Pedro se le acusa de que ha entrado en casa de incircuncisos y ha
comido con ellos. El compartir la mesa con los impuros de Israel
cuestionaba las fronteras étnicas de propio pueblo y creaba las condiciones
de posibilidad para el paso posterior, de compartir la mesa -y la comunidad,
por tanto- con los impuros paganos.
Jesús había curado al centurión pagano (Lc 7, 1-10) pero no había entrado
en su casa. Pedro va más allá.
III.
EUCARISTÍA,
COMUNIÓN
ECLESIAL Y SOLIDARIDAD
1. Ciertas manera de celebrar
la eucaristía no asumen en su integridad la historia concreta del crucificado
en la medida en que evitan el mostrar cómo se vio arrastrado Jesús
-'obsesionado' por la comunión- a los conflictos suscitados por su práctica.
Cristo no es simplemente un hombre bueno que invita a compartir y amar a los
demás sino que vive hasta el fondo -y en los conflictos- su confianza en el
Padre y en los seres humanos. El Dios revelado en Jesucristo y celebrado en la
Eucaristía no es simplemente, por tanto, un Dios que ama, sino un
Dios que se mete de lleno en las tensiones humanas. Cuando la Eucaristía
hace realmente memoria de Jesús, crucificado entre delincuentes está
cuestionando a la comunidad cristiana e interrogándola acerca de los lugares
en los que Dios se manifiesta hoy día. No está haciendo 'moral' sino
ayudando a vivir la confrontación con el Jesús histórico, que vive
constantemente en el pueblo de Dios.
2.
Reconocer al Señor en el partir el pan no puede ser un rito que encubre la
conflictividad de nuestra historia sino la celebración de su presencia en
medio de nosotros para construir la mesa de la comunión y la solidaridad. Reconocer
al Señor es asumir el compromiso que le costó la vida. Supone la
exigencia de reconciliación y
reconstrucción de un mundo roto, haciendo saltar las barreras que nos
dividen y distancian. Pero para que
esta solidaridad sea real debemos aceptar participar de algún modo en el escándalo
provocado por las comidas de Jesús al acercarnos a los excluidos de nuestro
mundo en fidelidad a Alguien que también fue condenado por su mundo.
3. La eucaristía en un mundo destrozado por antagonismos económicos,
culturales, políticos buscará siempre recrear la comunión eclesial pero esa
comunión será 'cristiana' en la medida en que asume la solidaridad con los
excluidos. La comunión con las víctimas de los procesos de exclusión
social será lo que capacite para generar una comunión -y una división-
cristianas. La discriminación que hace la Iglesia no es entre buenos y malos
o entre justos y pecadores. Todos somos igualmente pecadores. Los publicanos y
las meretrices eran tan pecadores como los fariseos. Pero Cristo se puso
contra éstos y a favor de aquéllos. Estuvo con el que estaba excluido no
porque tuviera 'razón' sino porque estaba excluido. Y donde estuvo Cristo allí
debe estar la Iglesia.
4. No cabe por eso de decir que porque 'la Iglesia es de todos' no
caben discriminaciones. Al contrario: precisamente porque es de todos ha de
discriminar a favor de los pobres. Y en aceptar esta 'parcialidad' consiste la
única posible catolicidad. La única posible reconciliación propiamente
cristiana. Y eso no por razones ideológicas sino porque es el mismo Dios de
Jesús el que toma partido, el que 'divide': así lo profetizó Simeón (Lc 2,
34-35), y así lo señaló el propio Jesús: "vine a traer la espada y no
la paz" (Mt 10, 34), "he venido al mundo para un juicio: para que
vean los que no ven y queden ciegos los que ven" (Jn 9, 39).
5. Por lo que sabemos las comunidades cristianas de los primeros
tiempos no pretendieron directamente
transformar las estructuras sociales del mundo en que vivían. Su primera
preocupación era construir la fraternidad y reflejar en su interior los
valores nuevos del reino de Dios. Algo que siempre se vivió en medio de
tensiones y contradicciones internas, experimentando una y otra vez que el
trigo y la cizaña crecen juntos.
Por eso también para nosotros la comunión cristiana es una difícil y
permanente construcción mientras caminemos en la historia y sus conflictos
hacia el banquete definitivo que
anticipamos en cada Eucaristía.
Pablo
Bonavía
NOTAS
[1] Como todos sabemos esta convicción es señalada por el Concilio
Vaticano II al afirmar inequívocamente que la celebración de la eucaristía
es "la fuente y cumbre de la vida cristiana". (Lumen Gentium n.11)
[2] De ahí que nos encontremos con muchas personas que señalan la
contradicción de que la Iglesia sea tan exigente en cuanto a ciertas
conductas personales y en cambio muestre tanta tolerancia respecto al
comportamiento social. Es el caso de misas en las que comulgan
tranquilamente personas que han atropellado los derechos humanos o mantienen
conductas claramente discriminatorias y que para nada están dispuestos a
pedir perdón por ello.
[3] JUAN PABLO II, El secreto
de la paz verdadera reside en el respeto de los derechos humanos,
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1º de Enero de 1999,
n.13.(Subrayados míos)