PARA QUE NUESTROS HIJOS SEAN FELICES
JOSE LUIS OLAIZOLA
Escritor. Premio Planeta
Antes, como lo de tener hijos era algo natural, había menos
exigencias. Ahora, desde lo de la paternidad responsable, los hijos te
pueden pedir cuentas sobre si has sido suficientemente responsable
a la hora de tener determinado número de ellos.
La cuestión se formula en los siguientes términos: si usted tiene
demasiados hijos, no les puede dar lo mismo que si sólo tiene uno,
dos..., como mucho tres. Incluso hay sesudos sociólogos que
cuantifican muy bien el problema, hasta con fórmulas algebraicas. Por
ejemplo: si usted pertenece a la clase media, o es funcionario público,
o ejerce una profesión liberal, o es dueño de un establecimiento
comercial, y tiene dos hijos, podrá darles estudios superiores,
subvencionarles cursos de inglés en el extranjero y pagarles la
entrada de un piso de dos habitaciones, salón comedor y cocina. Es
decir, les facilita el ser felices de mayores. Pero si tiene tres, ya no
podrá pagarles la entrada del piso, y si tiene cuatro no digamos.
Esta digresión se me plantea como consecuencia de un artículo
escrito hace unos meses, en el que sostenía que no hacía falta que
nuestros hijos supieran montar a caballo, ni realizar múltiples
actividades extraacadémicas para que fueran felices. Pero cometí la
imprudencia de rematar el artículo con una interrogante: ¿Entonces
qué nos aconseja usted? Y efectivamente, algunas lectoras de
TELVA, con encantadora ingenuidad, me preguntan: ¿qué nos
aconseja usted para que nuestros hijos sean felices? Si yo fuera
capaz de contestar a esa pregunta, sería el hombre más sabio del
mundo. Para salir del paso suelo contestar que quererlos mucho y
que ellos se sepan queridos.
Pero en un coloquio en el que me tocó participar recientemente,
una de las asistentes, no conforme con tan elemental respuesta,
insistió en saber cómo había que quererles, y si se podía querer lo
mismo a muchos que a pocos hijos, y hasta qué punto el exceso de
hijos no limitaba sus posibilidades formativas, ni les privaba de un
razonable bienestar material. Un lío. Lo único que quedó claro es que
en los tiempos que corren el problema no es de exceso de hijos, sino
de defecto, sobre todo en España, en el que ustedes las mujeres
están quedando fatal en lo que a fecundidad se refiere, con una tasa
del 1,6, la más baja de la Comunidad Europea.
A tal extremo han llegado las cosas que, según una encuesta
realizada por la Universidad de Valencia, lo que más echan de menos
los niños españoles son hermanos con quienes jugar. Eso ya lo tenía
comprobado yo en mi familia, y en las familias colaterales que
arrancan del mismo tronco. Cada vez que alguna de las mujeres de mi
vida se queda en estado se produce una auténtica conmoción, y
cuando el niño nace, el estallido de alegría es épico. Una de mis hijas
mayores ha tenido dos hijos, y como tiene serios problemas para
tener más, ha iniciado complejos trámites para adoptar niños
colombianos. ¿Por qué colombianos? Porque hay más y hasta se
pueden adoptar de dos en dos. Esto último es lo que pretendía mi
hija, pero su marido le ha convencido que es mejor probar de uno en
uno. Los que más encantados están son sus dos hijos (de 14 y 12
años), ante la idea de tener un nuevo hermano. A mí, dado el amor
que tengo por aquellos países, no me desagrada la idea de
convertirme de la noche a la mañana en el abuelo de un indito
chibcha, guajiro o mulato.
¿Qué pasa?, podrían preguntarme, ¿es que es usted partidario de
la familia numerosa? En esta ocasión sí tengo respuesta: ni soy ni
dejo de ser, pero vivo inmerso en ella por los siglos de los siglos. Nací
el pequeño de nueve hermanos y, a su vez, he tenido nueve hijos. Por
tanto, sólo sé cómo se vive en el seno de familias numerosas, y mi
impresión es que no se vive mal del todo. A veces la convivencia
resulta compleja, ardua, pero en ningún caso aburrida.
Volviendo al tema que nos ocupa: ¿qué hace falta para que los
hijos sean felices? Pues, según la citada encuesta de la Universidad
de Valencia, ya hemos visto que hace falta que tengan hermanos,
pues si no, sobre todo en las grandes ciudades, se sienten aislados y
acaban buscando la compañía que menos les conviene: la de la
televisión indiscriminada. Pero según el mismo estudio, el 98 por 100
de los niños encuestados (entre 4 y 14 años) lo que más les atrae es
estar con sus padres. Y aquí viene la gran paradoja: muchos padres
bien intencionados, pero un tanto despistados, se pasan mucho
tiempo fuera de casa, trabajando, y no quieren tener más de uno o
dos hijos, para poder darles de todo. De todo menos lo que parece
ser que los niños quieren: más hermanos y más compañía suya.
José Luis OLAIZOLA