LA REVALORIZACION DE LA PATERNIDAD:
EL PAPEL DEL PADRE HOY
Antonio del Cano
Una proporción nunca vista de niños crece hoy en familias sin
padre, a causa del divorcio, la maternidad en solitario, los cambios de
pareja... De modo que no tendrán la oportunidad desconocer un
modelo masculino y un estilo de conducta paterna. Al mismo tiempo, la
psicología subraya que el padre no es un elemento pasivo en el
desarrollo del niño, sino que desempeña un papel específico y
esencial en el proceso educativo de los hijos. Algunos libros recientes
ofrecen sugerencias prácticas para ayudar al padre en esta tarea.
Aaron Hass es profesor de Psicología y Psiquiatría en la
Universidad de Los Ángeles, dedicado a la terapia familiar durante
más de dos décadas, y padre de dos hijas. Su experiencia profesional
y familiar se condensa en El don de ser padre (1), un libro muy
sencillo, en el que muestra con muchos ejemplos cómo el padre
puede establecer una relación abierta y cordial con los hijos. De lo
contrario, advierte, "cuanto más crezca el niño sin que usted haya
creado un vínculo con él, más incómodos se sentirán los dos cuando
estén juntos, y cuanto más incómodos se sientan, menos deseos
tendrán de pasar tiempo juntos". Para conseguir la confianza entre
padre e hijos, Hass subraya la importancia del refuerzo positivo; la
inutilidad de los largos sermones; la necesidad de abrirse a los hijos
contándoles las cosas que nos ocupan y nos preocupan; el error de
los "nunca haces bien", etc.
El trabajo como excusa
Espléndido el capítulo sobre la adicción al trabajo, donde describe a
esos hombres que disfrutan más de su trabajo que de su familia o de
su ocio, con un tremendo miedo al fracaso, a la incertidumbre
económica o a no ser debidamente considerados. por sus iguales.
Hombres inseguros que se quedan horas y horas en la oficina (o en la
cafetería con los amigos) huyendo de su casa, evitando la intimidad o
los conflictos con su esposa. Hombres cuyo trabajo es en su vida la
única fuente de autoestima, pero que sin embargo le dicen a su
familia: "hago todo esto por vosotros".
Frente a este abandono de la responsabilidad paterna, el autor
explica la necesidad de organizarse, y de "robar tiempo para la
familia". Un ejemplo: "durante la cena apague el televisor, y no
malgaste sus energías distrayéndose en una batalla con su hijo
acerca de los guisantes y las zanahorias".
Aunque no lo dijera Haas, cualquier padre intuiría que no es posible
una familia coherente y una educación eficaz si no hay esfuerzo por
mejorar cada día el matrimonio. Pero no todos los padres son
consecuentes con esta convicción. Cuántos matrimonios, cuando
empiezan a tener hijos, ponen el "piloto automático", reduciendo casi
todos sus intercambios a cuestiones de orden práctico: "¿Llevaste a
los niños?, ¿llamaste al fontanero? ¿Te acordaste de avisar a tus
padres? ¿Puedes llegar hoy antes?". Y es que el afecto y la
aceptación no bastan; los hijos necesitan orientación, ejemplo, apoyo.
Y eso requiere esfuerzo por parte de los padres. Así, por ejemplo, no
es fácil ser un padre con autoridad, con hijos seguros de sí mismos,
lejos del padre autoritario, con hijos temerosos y ansiosos, o del
permisivo, cuyos hijos tenderán a ser blandos y manipuladores.
Prevenir y curar
Al ser Haas experto en recomponer situaciones deterioradas en la
familia, es fácil que olvide cuánto mejor y más sencillo es prevenir que
curar. Y de ahí las limitaciones del libro. Se trata mucho de
autoestima, de relación, de compensaciones, etc., y muy poco de
educar, de trasmitir valores. Se detallan las técnicas para establecer
una relación abierta y cordial con los hijos, pero sin que se sepa muy
bien con qué objetivo. Más bien da la impresión, tan generalizada hoy
en día, de que se trata sólo de lograr una vida familiar con los menos
disgustos y frustraciones posibles. Sin más. También llama la atención
que no se mencione el papel del ejemplo en la educación, aunque se
trate al padre como un "proveedor de valores".
Y, en algunos casos, aspectos importantes resultan desvalorizados
en el análisis de Haas. Así, las páginas dedicadas a la formación
sexual están ancladas en un relativismo naturalista que puede resultar
hasta chocante: así, la recomendación de andar desnudos por la casa
si eso nos resulta "natural y cómodo", o la falta de valoración ética de
la masturbación.
El libro dedica dos capítulos a los efectos del divorcio en las
relaciones paternofiliales. Aquí también el terapeuta se olvida de lo
más básico. "Por el bien de los hijos -afirma-, los padres que se
separan tienen que cooperar". Lo paradójico es que se anime a los
padres divorciados a sacrificarse por el bien de los hijos, coordinando
su actuación, apoyándose mutuamente, aguantándose, pero no se
haga la misma insistencia en el esfuerzo para evitar la ruptura. Con la
aceptación cultural del divorcio como un fenómeno normal, parece
también normal que en este libro se analicen con extraordinario
detalle la situación posterior al divorcio (custodia, visitas, dineros,
etc.), pero no la anterior, aceptando sin más la catástrofe.
Educar la voluntad
Una sensación distinta nos dejan otros dos libros, que abordan las
mismas situaciones, pero con un enfoque radicalmente diferente.
Cómo educar a tus hijos y Cómo educar la voluntad (2), escritos
ambos por Fernando Corominas, son obras de lectura fácil y amena,
con abundantes casos prácticos, que trasmiten al lector la estimulante
responsabilidad de involucrarse de verdad en la educación de sus
hijos.
De un modo optimista se hace ver que los hijos no "tocan" en algún
ignoto sorteo: si los padres ponen esfuerzo e interés, lo normal será
que logren hijos bien educados, alegres, trabajadores y generosos.
Pero si por desidia se desentienden, si por falta de formación no
saben cómo educarlos, es posible que algún día acaben
preguntándose cómo ha sido posible que su angelito se haya
trasformado en ese ser egoísta, grosero y maleducado.
Fernando Corominas insiste en ideas muy sencillas y concretas,
pero extraordinariamente eficaces: no se trata de conseguir sin más
que nuestro hijo sea ordenado, sincero o estudioso, sino de lograr
que él quiera ser ordenado, sincero y trabajador. Y esto supone
educar la voluntad. Trasplantado al campo de los estudios, se trata de
que quieran estudiar, y de que sean constantes y ordenados. Si esto
se consigue, no habrá problemas con el saber: "si quieren estudiar y
tienen hábitos de orden, constancia y responsabilidad, las buenas
notas serán una consecuencia y los títulos académicos otra". La
persona quiere por medio de la voluntad, que es educada
básicamente en el seno de la familia.
¿Y cómo se educa la voluntad? Con el ejemplo, y de un modo
personalizado y motivado, con premios y castigos que se
correspondan con lo que queremos premiar y castigar: "Premiar con
algo material -dinero o cosas- una buena acción, un buen
comportamiento, produce en el hijo deseo de ganar más dinero en vez
de ganas de ser mejor". Y por medio de la educación temprana,
basada en el conocimiento de los denominados "períodos sensitivos",
que en los primeros años de la vida de nuestros hijos les facultan
para aprender de un modo fácil y atractivo: "En los ocho primeros
años se desarrolla el 90% del cerebro, y en esos años quedan
definidos los cimientos sobre los que crecerá la persona". Y también
la educación efectiva, que se apoya en la actitud positiva del
educando, la sinergia positiva, que potencia los resultados obtenidos:
"No basta que los hijos sepan que deben ser ordenados: hace falta
que ordenen su cuarto, que lo ordenen bien y además que lo hagan
porque quieran hacerlo. Solamente así empezarán a mejorar como
personas".
Llegar antes
Pero quizás las páginas más ilustrativas de estas dos obras sean
aquellas en las que el autor habla de la educación preventiva:
"Educar en futuro es adelantarse en el bien, es llegar antes con el
hábito bueno, es, en una palabra, prevenir. Es triste adquirir un mal
hábito por ignorancia, empezar a hacer el mal sin saberlo". Es
preferible llegar antes, aunque sea un año antes, que un día
después.
Antes de los diez años es fácil hablar con los hijos y ser escuchado;
a partir de los doce, si no se han creado los canales adecuados, si no
se ha establecido un clima de confianza y comunicación, es mucho
más difícil. Si, por ejemplo, queremos que nuestros hijos sean
sinceros, y nos esforzamos por trasmitírselo en el momento adecuado,
lo lograremos con bastante facilidad. Pero si nos encontramos con un
hábito ya establecido de mentir, tendremos doble trabajo: desarraigar
el vicio y trasmitir el valor.
Las técnicas descritas no son muy distintas de las que
recomendaba el Dr. Hass; pero el tono, el trasfondo y los objetivos
son muy diferentes. Apenas se nos habla de autoestima, de
relaciones gratificantes o de compensaciones adecuadas. Pero
mucho de optimismo, de educar en futuro, de formar personas con
capacidad para ser felices, libres y responsables.
Algo muy similar aparece en el pequeño volumen (3) que recoge los
trabajos del X Congreso Nacional de Orientación Familiar. Este
congreso, que reunió a orientadores familiares de toda España,
estuvo centrado en la Familia y la Educación Permanente. Los centros
de Orientación Familiar, diseminados por toda España desde hace ya
más de dos décadas, centran su esfuerzo en ayudar a los
matrimonios a descubrir el lado positivo y eficaz de sus
responsabilidades como esposos y educadores. Tras unos años en la
década de los ochenta de cierto declive, en parte por la lógica
jubilación de sus primeros promotores, han vuelto a renacer con
renovados bríos en los últimos años, centrados sobre todo en
cuestiones de relaciones conyugales y educación temprana.
Primeros Pasos
Destaca en este sentido la ponencia de Javier Vidal Cuadras,
director del programa "Primeros Pasos". Este programa, dirigido a
padres con hijos entre cero y tres años, ha sido desarrollado hace
apenas cinco años por el FERT, el centro de Orientación Familiar de
Barcelona. Impartido ya, además del FERT, por otros centros de
Orientación Familiar, como por ejemplo ITEFA en el norte de España,
se ha demostrado muy eficaz para ayudar a miles de jóvenes
matrimonios a descubrir en los bebés grandes capacidades de
estímulos y afectos.
Los progresos de las investigaciones pedagógicas y neurológicas
han dejado ya suficientemente asentado que la etapa infantil es
extraordinariamente pródiga en recursos. Parece ya algo fuera de
discusión que cuanto más y mejor estimulación reciba el niño en sus
primeros años, más rápida y más completa será su organización
neurológica y por tanto mayores serán sus capacidades.
El reto actual, que asumen el FERT, ITEFA y tantos otros, está en
llevar a los padres el convencimiento de que sólo en el ámbito familiar
esta educación es eficaz y respetuosa. Porque posiblemente la
prioridad de muchos padres no estriba en que sus hijos interpreten al
violín a Mozart a los cuatro años (lo que ya sucede en colegios en los
que se han desarrollado proyectos siguiendo estas tendencias), sino
en conseguir que sus hijos adquieran, ya desde estas edades
tempranas, aquellos hábitos y valores básicos que más adelante les
faciliten ser personas maduras, libres y responsables.
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(1) Aaron Hass. El don de ser padre. El verdadero significado del
amor paterno. Javier Vergara Editor. Buenos Aires (1 995). 209 págs.
T.o. The Gift of Fatherhood.
(2) Ferñando Corominas. Cómo educar a tus hijos. Palabra. Madrid
(1 996). 5' edición. 256 págs. Cómo educar la voluntad. Palabra.
Madrid (1993). 4' edición. 248 págs.
(3) Familia y Educación Permanente. X Congreso Nacional de
Orientación Familiar. Asociación FERT. Barcelona (1997).
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EL PADRE BUENO Y EL BUEN PADRE
Padres buenos hay muchos, buenos padres hay pocos. No creo
que haya cosa más difícil que ser un buen padre. En cambio no es
difícil ser un padre bueno. Un corazón blando basta para ser un padre
bueno; en cambio la voluntad más fuerte y la cabeza más clara son
todavía poco para ser un buen padre.
El padre bueno quiere sin pensar, el buen padre piensa para
querer. El buen padre dice que sí cuando es sí, y no cuando es no; el
padre bueno sólo sabe decir que sí. El padre bueno hace del niño un
pequeño dios que acaba en un pequeño demonio. El buen padre no
hace ídolos; vive la presencia del único Dios.
El buen padre echa a volar la fantasía de su hijo dejándole crear un
aeroplano con dos maderas viejas. El padre bueno amanteca la
voluntad de su hijo ahorrándole esfuerzos y responsabilidades.
El buen padre templa el carácter del hijo llevándolo por el camino
del deber y del trabajo.
Y así, el padre bueno llega a la vejez decepcionado y tardíamente
arrepentido, mientras el buen padre crece en años respetado,
querido, y a la larga, comprendido.