¿La fe católica no es demasiado exigente?


No somos héroes

Quizá recuerdes aquella gran película protagonizada por Orson Welles que se titula El tercer hombre

Una gran noria gira lentamente sobre los tejados de una Viena de posguerra, bombardeada y ocupada por las fuerzas internacionales, mientras debajo, como puntos lejanos, unos niños se entretienen en sus juegos.

El protagonista de la película es un adulterador de penicilina sin escrúpulos. Desde lo alto de la noria, su amigo le pregunta si ha llegado a ver personalmente la desgracia de alguna de sus víctimas, y éste le contesta cínicamente:

—No me resulta agradable hablar de eso. ¿Víctimas? ¡No seas melodramático! Mira ahí abajo: ¿sentirías compasión por algunos puntitos negros si dejaran de moverse? ¿Si te ofrecieran veinte mil dólares por cada puntito que se parara, me dirías que me guardase mi dinero..., o empezarías a calcular los puntitos que serías capaz de parar tú? Y... libre de impuestos. ¡Libre de impuestos! Hoy es la única manera de ganar dinero...

—Antes creías en Dios –le recordó su amigo.

El protagonista reflexionó un momento y dijo:

—¡Y sigo creyendo en Dios, amigo! Creo en Dios y en su misericordia; pero creo que los muertos están mejor que nosotros: ¡para lo que han dejado aquí...!

 

Afortunadamente, son pocos los que llegan a ese grado de cinismo. Pero, salvando las distancias, todos corremos el riesgo de ser seducidos por esa especie de ética de la normalidad, cuyos eslóganes más emblemáticos podrían ser:

  • "hoy día ya nadie piensa así";

  • "la vida es así";

  • "uno es como es, qué le vamos a hacer".

"No somos héroes", podría ser el santo y seña de los representantes de esta mentalidad. Una seducción que, de una forma u otra, todos experimentamos de vez en cuando. Y quizá entonces, como al tercer hombre, nos asalta ese pensamiento: "no nos pongamos melodramáticos", y apartamos la vista de aquello que no hacemos bien.

En esas ocasiones se comprueba
que para llevar una vida coherente y moral,
hace falta a veces
un cierto grado de heroísmo.

Para acabar con la esclavitud, o con la tortura, por citar dos ejemplos no muy lejanos, hubo un tiempo en que muchos hombres tuvieron que actuar con heroísmo. Y esto sería aplicable a cuestiones más sencillas, porque, realmente, pocos logros morales pueden alcanzarse si no se pone verdadero esfuerzo.

 

Razones para obrar en la adversidad

Como ha escrito Daniel Innerarity, hay que celebrar, sin duda, la actual aversión hacia el moralismo austero de otros tiempos, o hacia los desproporcionados sentimientos de culpa, o al castigo injusto. ¿Pero es posible vivir rectamente sin una adecuada noción de culpa?

Es verdad que, habitualmente, la generosidad, la buena voluntad y el comportamiento correcto compensan más que el egoísmo. Y un cálculo de conveniencias –al menos a largo plazo– suele señalar habitualmente el camino de la virtud frente al del vicio. Pero esto no siempre es así.

Y son precisamente esas situaciones
en las que lo bueno se presenta
rodeado de inconvenientes,
y lo malo nos atrae
con todo su cortejo de beneficios,
es entonces cuando se comprueba
el valor y la categoría moral de una persona.

Una ética bien fundada debe ofrecer razones para obrar en la adversidad.

Ése es quizá el punto débil
de la ética simpática y desdramatizada:
que nos deja en la estacada
cuando más la necesitamos.

¿Quién no se ha encontrado en la tesitura de elegir entre pasar por un pobre escrupuloso o bien ceder ante el dinero fácil, la mujer del vecino, la comisión habitual o la seducción de la mentira?

Se trata de situaciones que pueden presentarse a cualquiera, antes o después, con mayor o menor frecuencia. En esos momentos, la tentación puede presentarse envuelta en una retórica de superación de prejuicios y estrecheces mentales. Y será mucho más fácil que nos engañe si el propio discurso moral se reduce a corrección, buena voluntad, decencia... y ni el más pequeño sacrificio.

El sacrificio
es el gran tema de la ética.

Es una ingenuidad pensar que se puede amar a alguien, repartir bienes escasos, respetar ideas distintas o proteger el medio ambiente... sin sacrificio.

Además, no basta con que la ética señale las exigencias mínimas indispensables para la vida social y democrática. Eso debe hacerlo, pero reducirse a eso sería un grosero reduccionismo, porque la ética es algo más que un tratado de buenas maneras o una variante del Código de la Circulación.

 

El riesgo de la mediocridad

El heroísmo por el que valdría la pena abogar está en la vida corriente.

Toda existencia auténtica
topa en no pocas ocasiones
con la contrariedad del bien arduo,
pues no siempre coincide lo bueno
con lo que más va en nuestro provecho
o nuestro interés.

—Estás describiendo la ética como algo muy cuesta arriba...

No quisiera teñir la virtud de un aspecto hosco o agresivo. La excelencia moral no debe perder su rostro amable y liberador, pues la virtud es un hábito bueno, y como tal, facilita los actos buenos y permite una atenuación progresiva del esfuerzo.

Aristóteles centró en el hombre libre y virtuoso el verdadero argumento en favor de la moral: la virtud no puede ser aprendida abstractamente, sino que es estimulada por la conducta del hombre excelente. La virtud es un gran ideal de vida.

 

Atascados con cuestiones menores

—Muchos tienen la impresión de que la Iglesia lanza continuamente mensajes negativos, de prohibiciones, de reacciones defensivas.

Esa impresión depende mucho según las diferentes culturas de las naciones. En tiempos de la opresión comunista en la Europa del Este la opinión pública percibía que la Iglesia anunciaba un mensaje de libertad, que transmitía una energía que también comunicaba fuerza a los no creyentes y les inspiraba grandes valores.

También en África se ve la Iglesia como una gran fuerza dinámica que sale en defensa de los derechos de todos y hace frente a las situaciones de injusticia y corrupción del Estado.

La Iglesia es también el mejor valedor del Tercer Mundo, donde emprende numerosísimas iniciativas y promueve sus derechos y libertades.

Y en Latinoamérica la perspectiva es otra. Si en Centroeuropa se ve a la Iglesia como una instancia severa, quizá se deba a que ahí precisamente denuncia muchas cosas que se aceptan sólo porque resultan cómodas.

Cuando la Iglesia habla, algunos sólo conservan en su memoria alguna prohibición moral –casi siempre en materia de sexo–, y les queda la impresión de que la Iglesia sólo se ocupa de juzgar y restringir la vida. Esto puede suceder por falta de acierto en algunas explicaciones, o por el enfoque o la selección de noticias que hacen los medios de comunicación, o por lo que sea. Pero las prohibiciones encuentran su sentido dentro de un contexto más amplio y positivo que es preciso conocer.

Es una lástima que en muchos ambientes, a veces también en algunos círculos eclesiásticos, el análisis y el debate intelectual se centre en unas cuantas cuestiones menores, mientras se descuidan los grandes retos de nuestro tiempo.

En muchos foros donde se habla o escribe sobre la fe o sobre la Iglesia se acaba discutiendo siempre sobre lo mismo: el celibato opcional, la ordenación de mujeres, el matrimonio de los divorciados, el uso de los preservativos y poco más. Se trata ciertamente de problemas importantes, pero hay muchas otras cuestiones de mayor preocupación para la Iglesia que apenas se toman en consideración: por ejemplo, qué podríamos hacer, como cristianos, para explicar nuestra fe al ochenta por ciento de la humanidad que espera aún el anuncio del Evangelio; qué podríamos hacer para entendernos mejor con ellos, para contribuir más a resolver los grandes retos morales que tiene la sociedad de hoy.

Hemos visto además cómo las iglesias protestantes tomaron hace ya tiempo una opción muy condescendiente en todas esas cuestiones morales tan debatidas, y la experiencia ha hecho evidente que sus problemas no se han resuelto –ni han disminuido– al aceptar esas prácticas que la Iglesia católica no admite.

Esas "soluciones" no han hecho más atractivo el Evangelio, ni han hecho más fácil ser cristiano, ni les ha mantenido más unidos. Tener claro esto es importante para no equivocar el diagnóstico de lo que sucede.

Gentileza de http://www.interrogantes.net para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL