COMUNIDAD DE FE

 

La Iglesia tanto a nivel mundial, nacional, local diocesano, parroquial, o en la base como pequeña comunidad, es ante todo y sobre todo una comunidad de fe. El cristianismo es principalmente una buena noticia. El anuncio de que Dios, el mismo de todas las religiones, no sólo es el fundamento último de este mundo precario y frágil en que vivimos, sino que es un Dios activo, que toma la iniciativa de ponerse en contacto con nosotros (Yahvé), de hablarnos desde el antiguo testamento —palabra de Dios— y hacerse después uno de los nuestros en Cristo Jesús.

Jesús vivió en medio de nosotros, predicó el amor hasta las últimas consecuencias, lo que molestó y soliviantó a los poderes establecidos, que terminaron por ponerse de acuerdo entre sí para matarle. Pero al tercer día resucitó y sus seguidores, hasta quinientos de una vez, constataron que vivía. De lo que dedujeron que era el Señor sentado a la derecha del Padre. Esto es lo que la Iglesia viene anunciando durante veinte siglos.

FE/VERGÜENZA: Pero hoy estamos asistiendo, como dicen los obispos vascos en su pastoral «La Iglesia comunidad evangelizadora» de 1983, a un «ocultamiento de los cristianos presentes en ambientes descristianizados. Los jóvenes creyentes, dicen los obispos, ¿no ocultáis vuestra fe en los grupos de estudio, de trabajo o de ocio, ante otros jóvenes más despreocupados? Los adultos, ¿tenéis la preocupación de testificar por medio de vuestras opciones, de vuestro comportamiento y de vuestra palabra en el ambiente de trabajo la fe que profesáis? Los militantes y dirigentes políticos creyentes, ¿no os mostráis con frecuencia excesivamente "pudorosos" a la hora de expresar públicamente o en vuestros ambientes la fe cristiana? Los padres creyentes, ¿ponéis empeño en que la familia sea el primer espacio evangelizador de vuestros hijos? Los profesores cristianos de materias profanas ¿sabéis presentaros como lo que sois, y afirmar sobriamente, con respeto y sin complejos, ante los alumnos vuestra condición cristiana? ¿Qué es lo que os retiene a unos y a otros a la hora de confesar la fe? ¿Un pudor religioso? ¿un respeto de buena ley a la conciencia de los demás o un temor de ser rechazados como "agentes de la Iglesia"? ¿No es ésta una manera de privatizar una fe que está llamada a ser buena noticia para muchos? Si el evangelio ha de acercarse a estos estamentos y la comunidad eclesial experimenta especiales dificultades para acercarlo ¿no habéis de ser vosotros los enviados de Jesús y de la comunidad eclesial en estos ambientes? Estamos persuadidos de que el decrecimiento de esta inquietud apostólica rebaja notablemente el potencial evangelizador de la Iglesia. Y esperamos con confianza que un renacimiento de vuestras actitudes apostólicas actualice la fuerza penetradora del evangelio».

Las pequeñas comunidades cristianas en cuanto comunidades de fe tratan precisamente de asimilar el mensaje de Cristo y de retrasmitirlo a los que nos rodean. Lo que pretenden en este sentido las pequeñas comunidades cristianas es ayudar a sus miembros a pasar de una fe infantil a una fe adulta, responsable y misionera, en que se analiza lo que pasa en el mundo a la luz del evangelio.

1. Paso de la fe infantil a la fe adulta

FE/INFANTIL: La mayoría de los cristianos, pobremente evangelizados, tienen sólo una fe infantil. Creen más o menos en Dios. Son muy pocos los hombres del siglo XX que se abreven a afirmar críticamente que Dios no existe. Dios es para ellos como un seguro de vida trascendental.

Están bautizados, han hecho la primera comunión, se casan por la Iglesia y van de vez en cuando a misa. Pero no se toman en serio la eucaristía dominical, no viven coherentemente su fe, no la analizan en profundidad y no se les ocurre hablar de Dios y de Cristo a los demás con quienes conviven. Las pequeñas comunidades cristianas se proponen ante todo y sobre todo ayudar a sus miembros a pasar de una fe infantil a una fe adulta.

2. Análisis de lo que pasa en el mundo

Para el paso de una fe infantil a otra fe adulta lo primero que debe hacer la comunidad es analizar lo que ocurre en el mundo.

«La palabra única y permanente de Dios a su comunidad a través de la Escritura debe mezclarse constantemente con los acontecimientos de la historia del hombre, el otro espacio de "revelación" de Dios, aunque en la ambigüedad de los signos de los tiempos. La pequeña comunidad puede y debe esforzarse en ayudar a sus miembros a leer la Biblia a la luz de la propia vida, y leer la propia vida a la luz de la Biblia. Como símbolo, yo propondría que el cristiano tiene en su libro dos clases de hojas: la página de la Escritura y la página del diario; si quiere ser cristiano y continuar la encarnación de la palabra de Dios en el mundo, no puede prescindir de la una ni de la otra» 1.

El cristianismo debe interesarse por lo que ocurre en el mundo. No sólo vivimos en el mundo, sino que somos —queramos o no— una parcela del mundo. Y no podremos tomar en serio a Dios, sin tomar igualmente en serio al mundo, ya que Dios ha puesto en marcha al mundo sacándole de la nada y sosteniéndolo en su evolución para que no se aniquile reabsorbiéndose en la nada de nuevo. Por otra parte Dios ha venido al mundo haciéndose hombre como nosotros y como nosotros siendo él también una parcela del mundo. Los cristianos deben interesarse activamente por todo lo que pasa en el mundo de la familia, la cultura, el trabajo, la economía, la política nacional e internacional y la religión. Concretamente los cristianos, como dice la constitución «Iglesia en el mundo» del concilio Vaticano II, deben hacer suyas las alegrías y tristezas del mundo, todo lo que en concreto aparece como positivo o negativo en la marcha de la humanidad.

a) Problemas del momento presente

En este momento los problemas que ocupan y preocupan a la humanidad son ingentes. Unos vienen arrastrando desde hace siglos. Otros son propios de nuestra época: desajustes provocados por una industrialización y urbanización improvisadas y problemas en perspectiva que va a desencadenar con toda seguridad el amanecer de una nueva era, la posindustrial, que va a cambiar —ya está cambiando los hábitos y costumbres de los pueblos en muchos aspectos importantes de su vida.

Concretamente los problemas que más nos preocupan en este momento son:

—La ruina ecológica.

—Los atentados a la vida humana en sus diversas formas: (aborto, torturas, pena de muerte, guerra, carrera de armamentos, terrorismo, delincuencia común, secuestros, eutanasia).

—El hambre (cuantitativa y cualitativa).

—El desempleo.

—La opresión y violación de los derechos humanos (raza, sexo, infancia, tercera edad, subnormalidad, neoproletariado, derechos políticos y religiosos).

—La soledad.

—La depresión.

—El vacío existencial.

—La enfermedad, ancianidad y muerte.

b) Esperanzas del momento presente

No todo es negativo en nuestro tiempo. Todo lo contrario. Estamos en el umbral de importantes mutaciones evolutivas tanto de carácter biológico-genético-terapéutico, como socio-culturales.

Nunca como ahora la humanidad ha tenido tantos investigadores, tantos científicos, tantos técnicos, tantas cosas, al servicio del hombre y tanta conciencia del valor de la persona humana y de la solidaridad entre todos los hombres, tanta curiosidad por saber, tanta voluntad de futuro, tanta comunicación entre todas las regiones de la tierra por lejanas que estén unas de otras.

3. Iluminación de lo que pasa en el mundo con el evangelio

El paso de la fe infantil a la fe adulta supone que los cristianos analizan lo que ocurre en el mundo, positivo o negativo, a la luz del mensaje de Cristo. Como cualquier hombre de buena voluntad, el cristiano debe interesarse por lo que pasa en el mundo, debe analizarlo objetivamente y críticamente, debe estudiar las causas y las consecuencias de los principales acontecimientos que afectan a la humanidad, debe sentirse protagonista de la historia y no sólo parásito de la misma. Pero además los cristianos —tarea exclusiva y especifica de ellos— deben iluminar todo eso con el evangelio en la mano. Sólo así serán coherentes con su fe y sólo así podrán ver el mundo y la historia en su auténtica dimensión trascendental. En este sentido y a propósito del mensaje de Cristo tenemos que distinguir entre: kerigma, catequesis, catecumenado, teología y homilía.

a) Kerigma o pregón evangélico

KERIGMA/QUE-ES: El cristianismo es ante todo y sobre todo una buena noticia: Jesús vive. Ha resucitado. Había muerto, pero ha vencido a la muerte. Es el único hombre que a lo largo de la historia ha conseguido realizar semejante hazaña. Lo hemos visto, dicen las mujeres, Pedro, los doce y hasta los quinientos de una sola vez. El último en constatarlo es Pablo.

Afectados en lo más profundo de su ser, los testigos de este trascendental acontecimiento lo anuncian a todo el mundo. Son como los antiguos pregoneros que transmitían acontecimientos decisivos para el país, tales como el nacimiento del príncipe heredero o una gran victoria militar. Lo hacían de pie, a trompetazo limpio, con pocas pero decisivas palabras, con una gran seguridad y convencimiento de lo que anunciaban y de la trascendencia que tenía su pregón.

El papel de los pregoneros es decisivo en estos casos. No es como cuando se trata de un adoctrinamiento o transmisión de ideas. En este caso basta ayudar a los alumnos a que reflexionen por ellos mismos, pues, en realidad, ellos por sí solos pueden llegar a percibir la idea que se trasmite. En el caso de los acontecimientos históricos, si no hay quien nos cuente lo que ha pasado porque él mismo lo ha visto o lo trasmite en cadena ininterrumpida, no podremos nunca saber lo que ha sucedido y seguiremos ignorantes del gran acontecimiento.

Esto es precisamente lo que pasa con el anuncio de Cristo. Si no hay quien trasmita a los hombres esta buena nueva, la gente no llegará a saber que Dios está cerca de nosotros y lo que Dios ha hecho por nosotros.

Es cierto que en los países cristianos, mal o bien, todos han oído hablar de Cristo. El domingo es el día del Señor, los años se cuentan a partir de Cristo, y todo el mundo sabe que el 25 de diciembre celebramos el nacimiento del Señor y en semana santa su muerte y resurrección. Pero para muchos este mensaje se ha convertido en letra muerta, sin resonancia vital. Más que un anuncio de algo impactante se ve por muchos como un elemento puramente folklórico de la vida social. Esto hace necesario volver a anunciar a muchos cristianos viejos el mensaje de Cristo, su buena nueva, como por vez primera. casi como si se tratara de paganos que no han oído hablar nunca de Cristo y con el inconveniente que ahora no nos vamos a encontrar con el factor sorpresa como en la evangelización misional, sino frecuentemente con muchos prejuicios y resistencias.

La Iglesia trata de anunciar a Cristo de diferentes formas. Algunos misioneros y especialmente los redentoristas, intentan hacerlo con las misiones populares, muy renovadas en cuanto al fondo y a la forma en los últimos años. Se anuncia la palabra de Dios por medio de asambleas populares en las casas y después en lugares públicos. Y se trata después de organizar, como consecuencia de la sacudida producida por el pregón, pequeñas comunidades cristianas, que sirvan de fermento al pueblo. «Las pequeñas comunidades releen el evangelio eterno desde su situación concreta, y así van balbuceando una nueva hermenéutica, una nueva catequesis, una nueva liturgia, una nueva espiritualidad. Nueva, pero no novedosa, nueva, pero no diferente, nueva. por renovada, actualizada, encarnada. Porque el Espíritu hace nuevas todas las cosas. Las pequeñas comunidades, en ósmosis mutua con teólogos y pastores, pueden ser una permanente fuerza de renovación eclesial, de vitalidad cristiana, de entusiasmo misionero, de testimonio significante ante el mundo no creyente, ante el mundo ateo, o ante el mundo simplemente indiferente»2.

Como dice Puebla, n. 1090 «sin descuidar la necesaria y urgente presencia de los medios masivos, urge intensificar el uso de los medios de comunicación grupal que, además de ser menos costosos y de más fácil manejo, ofrecen la posibilidad del diálogo y son más aptos para una evangelización de persona a persona que suscite adhesión y compromiso verdaderamente personal». En este sentido el cursillo de cristiandad con su fin de semana impacto es un verdadero pregón o anuncio de Cristo a trompetazo limpio. Y los ejercicios de san Ignacio, en silencio absoluto, constituyen un buen método para anunciarnos a nosotros mismos el mensaje de Cristo en un fructífero desdoblamiento del yo en soledad que nos hace estar especialmente predispuestos a oir la palabra de Dios.

b) Catequesis y catecumenado

En un segundo momento la palabra de Dios se convierte en catequesis-catecumenado. Una vez que el creyente llega a convencerse por el anuncio y el testimonio.de los pregoneros en cadena que Jesús vive, que ha vencido a la muerte y que es, por consiguiente, el Señor, sentado a la derecha del Padre, es decir, Dios, pasa lógicamente a preguntarse qué es lo que el Señor Jesús nos dijo que deberíamos creer y hacer. Esto es la catequesis y el catecumenado. El catequista no habla de pie, sino sentado. No trata de impactarnos con una buena nueva, sino de enseñarnos con calma y serenidad sin prisas, el contenido del mensaje cristiano. La catequesis es fundamentalmente pedagógica, clara, accesible y ordenada. El catequista no habla a trompicones y en un clima de entusiasmo contagioso, sino sistemáticamente, con calma y precisión. No ha de quedar lugar a dudas sobre lo que se quiere enseñar.

En realidad la catequesis debe prolongarse toda la vida. Porque la formación —no sólo la religiosa— ha de ser continua. El hombre crece y se desarrolla, pasa por situaciones distintas y por eso percibe el mensaje cristiano, a medida que transcurre el tiempo, desde puntos de vista diferentes. Por otra parte, el mismo mensaje cristiano con el correr de la historia, la maduración del hombre y el progreso de la ciencia y los medios de comunicación se siente obligado a reconceptualizarse para hacerse comprensivo a los hombres en cada etapa básica de su vida. En este proceso de formación catequética continuada hay que distinguir algunos momentos decisivos: la infancia, el paso a la mayoría de edad y la jubilación. Con la infancia el niño llega al uso pleno de la razón entre los seis y siete años y los doce o trece. No hay por qué dejar de bautizar al niño al nacer, aunque no podamos pedirle permiso para ello. NIÑOS/BAU: El bebé está absolutamente indefenso en ese momento y los adultos deben proporcionarle lo mejor que ellos creen tener objetivamente: lengua, cultura, comportamientos morales y religiosos. De no hacerlo, el niño no llegaría a ser de hecho "homo sapiens».

Otra cosa muy diferente será hacia los 17 ó 18 años. El niño se hace mayor de edad y ha de ser tratado como tal. Al niño hay que educarle de tal modo que al nacer se le proteja al cien por ciento y en su mayoría de edad se le pueda responsabilizar al cien por ciento. A eso debe orientarse el catecumenado de confirmación. El joven hacia los 18 años debería hacer un año o dos de catecumenado serio y profundo. Hasta entonces quizás ha creído en Dios y en Cristo porque se lo dijeron en casa, en el colegio o en la sociedad. A partir de ese momento es él y sólo él quien debe decir sí o no al cristianismo. Pero no puede hacerlo a lo loco, sin pensarlo, frívolamente o dejándose llevar simplemente de la inercia anterior o de la moda de ahora. Si concluye que no, mala suerte para él, porque Dios existe de verdad y Jesús es el Señor. Su vida sin Dios va a ser mas chata, más frágil y va a tener menos horizontes. Pero su opción será responsable y madura y eso es lo que cuenta desde el punto de vista personal. Y, si dice que sí, entonces tendrá la obligación de ser un cristiano coherente con su fe.

Entre los 60 y 65 años habría que poner otro catecumenado, el de la jubilación. Es un momento decisivo en la vida: llega la cesantía en el trabajo, los hijos se van de casa, comienzan los achaques y dolencias, y se comienza a pensar en la muerte como algo próximo e inminente. Hay mucho tiempo libre, pero no hay ilusión ni energía para dar sentido al ocio y llenarlo de contenido. Y tanto a los hombres como a las mujeres (a éstas quizás un poco menos porque se distraen con las labores caseras) empieza a pesarles la soledad.

El catecumenado de la tercera edad debe valorar a la luz del evangelio el papel del ocio, de la soledad, de la experiencia adquirida con los años, de lo mucho que los mayores pueden aportar con su consejo y a nivel de servicios humanos y apostólicos. Y sobre todo tiene que poner de relieve la realidad del más allá, el sentido de la evolución trascendental y de ese nuevo parto que es la muerte, que es ciertamente doloroso como el primer parto, pero que nos permite iniciar la vida en plenitud.

c) Teología

La tercera forma de la palabra de Dios es la teología. Teología es la ciencia de Dios y sobre Dios. Cuando el mensaje divino es recibido en ambientes más o menos cultos, surge necesariamente la teología. A veces hablamos de teología popular, pero es un uso incorrecto de la palabra. Existe una fe popular muy importante y básica, porque la fe no es patrimonio exclusivo de los sabios, sino todo lo contrario. Pero la teología es ciencia y toda ciencia tiene unos requisitos y unas exigencias que no se dan a nivel popular. La teología deberá tener más en cuenta la fe popular, deberá partir de ella, como la antropología cultural debe partir de las costumbres del pueblo, pero ella en sí misma es ciencia y debe comportarse rigurosamente como ciencia.

Es evidente que el objeto de la teología es Dios y todo lo demás en cuanto de una manera u otra dice relación a Dios y tiene por lo mismo algo de divino. Ya hace años hemos superado los extremismos de la teología radical de la muerte de Dios. Sin Dios -así de sencillo- no hay teología.

El campo de la teología es, según eso, trascendental y amplísimo, hasta el punto de que casi todas las ciencias de un modo u otro tienen algo que ver con la teología y especialmente la hermenéutica, la historia y la filosofía.. Sin negar la autonomía de las ciencias, la teología se sirve de ellas y ella misma se configura rigurosamente como ciencia para garantizar últimamente el mensaje cristiano y para descubrir todas las virtualidades del mismo a medida que los cristianos lo van viviendo a lo largo de los siglos. En este sentido es correcto distinguir entre lo que dice literalmente el texto o palabra de Dios y lo que no está dicho, pero sí pensado. El descubrimiento de estas virtualidades está previsto en los escritos del nuevo testamento. Precisamente el Espíritu que nos envía Jesús tiene la tarea de hacernos entender poco a poco el mensaje de Cristo en toda su plenitud. En un principio somos niños que no pueden comer alimento sólido, sino sólo leche y miel. Más tarde podremos tomar alimentos propios de los adultos.

Por eso los teólogos no pueden contentarse con repetir monótonamente lo que se ha dicho antes. Tienen que investigar, que abrir nuevos caminos, aunque para eso a veces ronden el precipicio. Pero, eso si, siempre que sean muy rigurosos científicamente, siempre que se dejen interpelar con humildad por los otros teólogos en un clima de diálogo constructivo y siempre que se haga un esfuerzo de parte y parte entre el magisterio de la Iglesia y los teólogos para integrar adecuadamente esos dos carismas necesarios e imprescindibles para servicio del pueblo de Dios.

d) La homilía

Es quizás la forma más difícil de presentar la palabra de Dios y, por otra parte, constituye un medio extraordinario que tiene la Iglesia para llegar al pueblo de Dios. Gracias a la homilía dominical millones y millones de cristianos oyen todas las semanas la palabra de Dios. Nadie quizás en el mundo tiene la misma oportunidad. Como decía un dirigente comunista, ya quisiéramos para nosotros tener esa extraordinaria capacidad de convocatoria.

Pero la homilía es un género oratorio extraordinariamente difícil. En primer lugar el que hace la homilía sabe que cuenta con poco tiempo. La homilía es una parte integral de la eucaristía. Por eso mismo no debe ocupar una parte desproporcionada de la misa. El ideal es que no pase de una tercera parte de la misma, es decir, 10 ó 15 minutos como máximo. El sacerdote debe, pues, acostumbrarse a dar un mensaje en poco tiempo. La homilía debe ser una pequeña filigrana muy bien trabajada: tres o cuatro ideas básicas bien ordenadas entre si, una frase estimulante para empezar y otras más o menos de impacto para terminar. El final debe venir a pico y no planeando cansonamente, lo que siempre pero especialmente en una breve alocución como es la homilía, resulta especialmente oneroso. Las ideas deben ser claras y estimulantes y, si es posible, han de estar salpicadas de fulgurantes expresiones metafóricas, tal como ocurre en los evangelios.

El contenido de la homilía es básicamente la palabra de Dios igual que en el kerigma o pregón, la catequesis o la teología. Pero en la homilía la palabra de Dios tiene una esencial intencionalidad. Mientras el pregón tiende a impactar y sorprender promoviendo un si a Cristo, la catequesis se orienta a presentar la enseñanza de Jesús de un modo sistemático y completo y la teología aspira a profundizar científicamente en la palabra de Dios, la homilía tiende a aplicar la palabra de Dios a una situación determinada. Quien hace la homilía debe estar al tanto de lo que afecta existencialmente a quienes participan en la eucaristía, tanto a nivel internacional, nacional, social, eclesial, de grupo y personal. En la homilía no se trata de repetir otra vez la palabra de Dios que se acaba de leer, sino de iluminar con ella lo que pasa en el mundo, lo que les pasa a los participantes, ayudándoles con la palabra de Dios en la mano a ponerse en marcha con entusiasmo para seguir a Cristo en las buenas y en las malas, poniendo mucho empuje en la empresa y optando por la fe, la esperanza a toda prueba y un amor llevado hasta las últimas consecuencias.

Son muy pocos los sacerdotes que saben hacer la homilía. Deberían prepararse mejor en cuanto al fondo y a la forma. Ciertos locutores de radio, que hacen comentarios breves y enjundiosos sobre los acontecimientos del día, nos podrían servir de modelo. Y quizás no estaría mal que diéramos a algunos seglares bien preparados la oportunidad de hacer la homilía. Seria quizás un éxito.

e) Aplicación a las pequeñas comunidades cristianas

Tanto el kerigma, como la catequesis-catecumenado, la teología y la homilía tienen una gran importancia para la buena marcha de las pequeñas comunidades cristianas y al mismo tiempo quedan profundamente afectadas por ellas. La comunidad de vez en cuando debe dejarse interpelar por la palabra de Dios como si fuera la primera vez que oye hablar de Cristo. Un retiro en el silencio de vez en cuando puede ser decisivo y trascendental.

Al mismo tiempo la comunidad puede convertirse en misionera para pregonar el mensaje de Cristo por medio de asambleas populares o, incluso, en actos públicos. Respecto a la catequesis-catecumenado, las pequeñas comunidades cristianas tienen que someterse a un proceso de formación continua con el fin de actualizar constantemente en ellas la palabra de Dios. Y, por otra parte, deben ofrecer comunitariamente a sus niños una adecuada catequesis y un catecumenado a los jóvenes de la comunidad y a los que inician su tercera edad. Esta comunitarización de la catequesis y el catecumenado podría constituir una interesante aportación a la Iglesia. En cuanto a la teología ésta es de suma importancia para el futuro de las pequeñas comunidades. Sin una buena base éstas terminarán necesariamente por empobrecerse. Es necesario que algunos miembros de las comunidades estudien teología en serio, sea escolarmente o a distancia, y retrasmitan al resto de las comunidades el fruto de su aprendizaje.

Por otra parte, las comunidades deberán ofrecer a la teología científica una base existencial imprescindible a partir de lo que ocurre en el mundo y en la historia visto desde la base y de una práctica cristiana que se ocupa más de la ortopraxis que de la ortodoxia aunque sin descuidar a ésta última. Sólo así y solamente así podremos hablar de una teología popular hecha por el pueblo y desde el pueblo.

TEOLOGIA/DEBE-SER: Lo que ocurre en las comunidades puede convertirse de este modo en teología narrativa. La teología, dice Urs von Balthasar, debe ser sentada (académica), de rodillas (oración) y en marcha (compromiso con la praxis). Finalmente la homilía en la pequeña comunidad cristiana tendrá siempre la ventaja en las eucaristías domésticas de hacerse en forma participada y dialogal y de adaptarse a las vivencias concretas de los participantes, que se conocen con el nombre y comparten vida. Por otra parte los miembros de las comunidades, acostumbrados a este modelo de homilía, fuertemente existencial y concreta, podrían en ocasiones participar fructuosamente en las homilías parroquiales.

4. Distinción entre lo esencial y lo accidental

Algo muy importante que ha de hacer la comunidad, si quiere llegar a una fe adulta, es ayudar a sus miembros a distinguir entre esencial y accidental. Hay un núcleo en el mensaje cristiano que es esencial y que se trasmite por eso mismo de generación en generación, aunque expresado con lenguaje diferente para adaptarse a los tiempos. En cambio hay otros elementos sobreañadidos puramente socio-culturales y que son característicos de una época determinada y terminan por eso desapareciendo cuando dejan de ser interesantes y útiles. Finalmente nos encontramos en el mensaje cristiano con elementos fronterizos entre lo esencial y accidental, en una especie de tierra de nadie.

Los cristianos maduros —la comunidad debe aspirar a que sus miembros lo sean— son aquellos que no asumen fanáticamente lo accidental como esencial (ultraconservadores), que saben dudar humildemente sobre las cuestiones fronterizas y que defienden como no negociables los elementos esenciales de la revelación tal como han sido transmitidos de generación en generación bajo la guía de la Iglesia. Este trabajo de discernimiento en la fe no es nada fácil y exige una gran madurez de espíritu y no pequeña formación. Es lo que intenta precisamente hacer la hermenéutica. En efecto, la misma cosa puede expresarse de maneras diferentes. Y así, por ejemplo, no es exactamente igual la imagen inicial de Cristo o la que más tarde nos ofrece Pablo, después los sinópticos y últimamente Juan. Como dice Schillebeeckx «quien quiere comprender un texto debe estar dispuesto a aceptar lo que dice». Esto se basa en principios hermenéuticos universales y es válido para todo texto: de la literatura profana, de la sagrada Escritura o de documentos conciliares. Un pensador educado hermenéuticamente debe permanecer abierto a priori a la posibilidad de que el texto no responda a sus propias concepciones, deseos y esperanzas...

Pero somos conscientes de que marchamos hacia el texto partiendo de una intelección previa. Por tanto, es de importancia fundamental para la hermenéutica la idea de que el hombre, a causa de su historicidad, se encuentra esencialmente en una tradición. El hallarse inmerso en una tradición, reactivándola, constituye la esencia del hombre y sólo existe una tradición viva si lo ya expresado se interpreta de nuevo a la luz del presente y con una orientación hacia el futuro.

Cuando se quiere que una antigua verdad permanezca de acuerdo con su intención originaria debe ser formulada a partir del presente e interpretada de manera distinta. Por ejemplo, en Mt 19, 1-9 el hombre, de acuerdo con la mentalidad judía a la que responde este evangelio, puede pedir el divorcio y la mujer no. En cambio en Mc 10, 10-12 tanto el hombre como la mujer pueden tomar la iniciativa de divorciarse de acuerdo con las costumbres romanas. Al exponer la mentalidad de Jesús contraria al divorcio, el evangelista tiene que referirse necesariamente a la diferente situación de los lectores si no quiere traicionar el mensaje. En las situaciones cambiantes debe cambiar también la forma de comprender. De lo contrario no se entiende lo mismo. En el presente y a partir de él, llega el texto transmitido a su plenitud interna. En definitiva, hermeneia o interpretación significa literalmente «traducir» algo que nos llega en una lengua extraña 3.

 

5. Síntesis de la fe

FE/SINTESIS: Es, pues, de capital importancia que las pequeñas comunidades cristianas puedan ofrecer a sus miembros una síntesis de los elementos esenciales del mensaje cristiano expuestos en un lenguaje accesible a sus miembros. Las comunidades cristianas comprometidas EAS lo han expresado así: «Dios existe. Dios es comunidad de amor, por la que el Padre y el Hijo se entregan mutuamente en el Espíritu Santo, de un modo total y para siempre. Dios ha creado el mundo sacándolo de la nada y dando sentido profundo y radical a las cosas y a la historia de la humanidad.

Dios se ha hecho uno de los nuestros en Cristo Jesús, para vivir desde dentro nuestra experiencia humana con todas sus consecuencias, exceptuando el pecado. Cristo nos ha anunciado, como mensaje original suyo, el mandamiento nuevo de la amistad entre todos los hombres sin distinción de sexo, raza o condición social, y ha muerto y resucitado por nosotros y con nosotros.

El día del Señor o domingo nos reunimos en su nombre, desde hace veinte siglos, para dar gracias a Dios en la eucaristía por la muerte y resurrección de Cristo, para transmitirnos esta buena nueva unos a otros y para hacerla presente en nuestras vidas. Siempre que nos reunimos en el nombre del Señor allí está él dando fundamento y consistencia a la Iglesia, que es comunidad de fe oración y amor a todos especialmente a los más pobres y necesitados.

El pueblo de Dios cuenta para la realización de su vocación en la tierra con el Espíritu santo y el servicio del ministerio sacerdotal y Jerárquico. De este modo, la vida humana es una marcha difícil y dolorosa, pero llena de esperanza en que todo lo que hacemos y somos llegará a su plenitud al final de los tiempos, cuando con Cristo y nuestros hermanos y especialmente María, la madre del Señor, venzamos definitivamente a la muerte e iniciemos el cielo nuevo y la nueva tierra que el Señor nos tiene preparados desde toda la eternidad. Amén>. A continuación daremos algunas pistas para hacer en comunidad esta síntesis de la fe y para desarrollarla en profundidad.

a) ¿Existe Dios si o no?

¿Dios es algo que nos hemos inventado los hombres para consolarnos ante la precariedad de la vida humana, porque somos infantiles, incapaces de mirar de frente a la nada, que nos amenaza, y de ser nosotros mismos lo que somos, seres destinados a la muerte, o existe realmente Dios y podemos probarlo críticamente con recursos razonables? Después de estudiar todo lo que han dicho los agnósticos (piensan que el hombre no puede probar la existencia o no existencia de Dios), los antropoteistas (creen que lo que Dios tiene de absoluto. de divino, es propiedad del hombre que lo ha proyectado en la divinidad) y los nihilistas (están convencidos de que tanto Dios como el hombre son en realidad nada de nada), nosotros en cambio pensamos que el hombre puede perforar la superficie de nuestra existencia precaria y conocer a Dios a partir del mundo probando críticamente que Dios existe.

El hecho de que todos los pueblos, absolutamente todos, desde que aparece el homo sapiens, incluso en períodos de ateísmo oficial y persecución religiosa, hayan creído siempre en Dios, pone de relieve que el sentimiento religioso no es un producto meramente sociocultural, una moda, sino algo, como el amor, enraizado en lo más profundo de la existencia humana, algo radicalmente verdadero. Por otra parte, cuando el hombre se siente existencialmente acorralado, amenazado como está por el hambre, la opresión de otros hombres, la soledad y el miedo a la muerte, y tiene la tentación de pensar que nada ni nadie tiene sentido, empieza a palpar, a ciegas, en lo más profundo de sí mismo, allí donde todavía no funciona estrictamente la lógica, una especie de confianza primordial que le empuja a continuar siempre adelante, a pesar de todos los pesares, porque la existencia tiene radicalmente sentido, un sentido que nada ni nadie puede hacer tambalear: Dios.

Finalmente, y en un nivel puramente metafísico, sea de carácter popular y metafórico, el mito, o de carácter sistemático y abstracto, la filosofía, el hombre llega a encontrar debajo del algo, no la nada, que seria lo absurdo, sino el todo. «No hay nada más grotesco, dice Heidegger, que pregonar la ruina de la metafísica y al mismo tiempo servirse de ideas para abrir caminos tomados de esta supuesta ruina» 4. Cuando el hombre, siguiendo la duda metódica de Descartes, lo cuestiona todo: Dios, el mundo, los otros, se da cuenta que a si mismo no se puede cuestionar, porque él es precisamente quien se cuestiona: «Pienso, luego existo». Zubiri da un paso adelante: Pienso, luego existo fundadamente sobre un fundamento incuestionable: «El hombre y Dios» 5. Al darme cuenta que existo, -esto es incuestionable- me percato que existo no colgado en el aire. Esa «y» que une al hombre con Dios no es cuestionable.

El algo puede transformarse en otro algo —esta es la fascinante historia durante 18.000 millones de años de la evolución de la materia y de la vida—, pero nada ni nadie en el mundo puede hacer de nada una mota de polvo o reducir esta mota de polvo a nada. Solo el todo, o sea, Dios, puede hacer que se produzca el salto de la nada a la energía o materia inicial, y que ésta no se reduzca a la nada, abandonada a su suerte. Si Dios no estuviese en la base del algo, éste se aniquilaría reabsorbiéndose en la nada.

b) ¿Por qué Dios ha creado al mundo y al hombre?

A primera vista resulta una cosa extraña. Dios no gana nada creándonos. Eso está claro. El es el todo y nosotros el algo. Todo lo que puede haber de positivo en el algo, es decir, en el mundo y en la humanidad, está incluido en el todo. La creación del mundo y del hombre no es una operación egoísta de Dios. Esto ha de ser excluido drásticamente. Entonces ¿qué ha ocurrido? El mundo ha sido ciertamente creado por Dios, porque ni una mota de polvo puede salir por si de la nada. La evolución de la materia y de la vida empezó a partir de la energía inicial hace 18.000 millones de años. Y antes ¿qué? Dios, pues, crea al mundo. Pero ¿por qué y para qué? Por amor. Egoísticamente él no ganaba nada. Pero algo había en Dios, precisamente porque era Dios, que le empujaba -no necesariamente- a darse por amor a otros, a compartir con ellos su plenitud. Dios no ganaba nada cualitativamente creando al mundo y a los hombres, pero sí cuantitativamente abriendo a otros la plenitud del ser.

c) ¿Qué relaciones tiene Dios con el mundo una vez que lo ha creado?

Dios, continuamente, sustenta al mundo desde la raíz de su ser, impidiendo que caiga en la nada, ya que tanto el mundo como el hombre son seres radicalmente precarios que no se sustentan ni pueden existir por sí mismos. Pero esto vale a nivel radical del ser. En su superficie y manifestaciones fenomenológicas, el mundo y el hombre tienen absoluta autonomía y cambian de algo en algo de acuerdo a un proceso evolutivo que tiene explicación en si mismo. El hidrógeno se convierte en helio y así sucesivamente hasta llegar a los metales más pesados y complejos como es el uranio y lo mismo ocurre con la vida a partir de sus elementos primordiales procedentes de la energía inicial. Desde el principio, pues, la materia y la vida se hacen cada vez más complejas y no sabemos todavía a dónde vamos a llegar.

¿A qué reglas se ajusta este proceso de evolución? ¿Es todo producto de una programación meticulosa de Dios prefijada a priori? ¿O todo se reduce a una pura casualidad? ¿Hasta qué punto el hombre podrá un día modificar con su ciencia y su técnica este proceso? Es evidente que existe una cierta programación. Si cogiéramos todas las letras que componen El Quijote y las tiráramos al aire es prácticamente imposible, según el cálculo de probabilidades, que, al caer al suelo, formen El Quijote tal cual con puntos y comas. Aunque matemáticamente es posible en teoría, no lo es de hecho en la práctica. Que a base de puras casualidades exista hoy el hombre es realmente imposible. Madariaga decía que una simple hoja de perejil supone una programación previa de la energía inicial y de la vida desde sus comienzos.

Pero eso no quiere decir que Dios haya hecho una programación milimétrica del mundo y del hombre. Y mucho menos que haya creado cada cosa y cada especie vegetal o animal una por una tal como existen en la actualidad. Se diría que Dios ha marcado la dirección general a la energía y a la vida, pero no los caminos concretos. La evolución marcha hacia adelante gracias a un programa genérico de base, que en virtud después de mutaciones más o menos casuales privilegia a los más fuertes y a los que mejor se adaptan a las circunstancias ambientales. Por eso, de existir vida en otros planetas -y hay muchos donde realmente podría darse ésta- sería en parte parecida a la nuestra y en parte muy diferente. Si el primitivo negroide del África Oriental no hubiese emigrado a las regiones frías del norte, no existiría hoy el hombre blanco y rubio que se adaptó a la falta de sol eliminando melanina.

¿Qué es lo que el hombre por su cuenta puede hacer para intervenir en el proceso de la evolución cósmica y biológica? Hasta hace bien poco —unos 12.000 años— el hombre era un parásito de la naturaleza. Vivía a costa de ella recolectando hierbas y cazando o pescando, sin intentar apenas modificarla o sólo de una manera muy elemental. Pero desde que aparece la cultura estrictamente dicha hace unos 12.000 años el hombre inicia un período de creciente intervención en la naturaleza, que desde un principio se consideró una violación de la misma y especialmente ahora cuando los estragos ecológicos empiezan a preocupar seriamente a los hombres más responsables de nuestro mundo.

Es evidente que el hombre está llamado a dominar la naturaleza con la ciencia y la técnica como se ha visto a lo largo de estos últimos 12 milenios. El hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios y por eso. a diferencia de los otros animales. está llamado a ser protagonista de la evolución y no sólo objeto de la misma. Es cierto que, a diferencia de Dios, no puede sacar de la nada ni una mota de polvo. No puede crear en sentido estricto, pero puede cambiar el algo en otro algo, puede transformar las cosas y el mundo, modificando decisivamente el proceso de evolución que constatamos en el cosmos. Pero ese dominio de la naturaleza debe respetar la programación básica del mundo, pues de lo contrario contribuiría a su destrucción. El hombre ha de manejar con mucho cuidado y mimo la ecología para no romper el difícil y precario equilibrio a que ésta ha llegado a lo largo de los siglos. Por ejemplo, una industrialización y urbanización alocada de la Amazonia podría dejar a la humanidad sin oxígeno suficiente para su supervivencia.

d) ¿Cómo es posible que exista el mal si Dios que es bueno es quien ha creado el mundo?

MAL/OMNIPOTENCIA-D: Que Dios es bueno no nos cabe la menor duda. De lo contrario Dios no sería Dios y habría dejado de existir. Pero, por otra parte, tampoco cabe la menor duda de que existe el mal, tanto físico, como moral. Basta echar un vistazo a la historia y a lo que pasa a nuestro alrededor para convencernos de ello. ¿Cómo explicar, pues, ese dilema? Es evidente que, si Dios hubiese podido crear un mundo sin mal, lo habría hecho, pues de lo contrario sería él el responsable y por lo tanto sería un Dios malo, lo que es la cuadratura del círculo. Entonces, si existe el mal, es porque Dios no puede evitarlo; ¿cómo explicar esto? En apariencia este hecho se nos presenta como algo odioso. Pero es perfectamente explicable. Un mundo sin mal querría decir que el mundo es ilimitado y perfecto, esto es, igual a Dios.

Ahora bien, Dios no puede haber más que uno. Por lo tanto o Dios no nos creaba o, si Dios quería crearnos, tenía irremediablemente que aceptar que el mundo fuese limitado, es decir, que hubiese mal en él. ¿Pero esto le podía compensar a Dios? Todo depende si nos compensaba a nosotros. ¿Qué era mejor para el hombre, no existir o existir aunque fuese con limitaciones? Creo que en la practica todos los hombres, si les presentamos la alternativa, preferirían existir a pesar del mal inherente a la vida a no existir en absoluto. Claro que se le podría preguntar a Dios si no hubiera podido evitar el paso por la tierra poniéndonos inmediatamente en el cielo, donde, como dice Apocalipsis 21, «no habrá muerte, ni llanto, ni gritos, ni fatigas, porque el mundo viejo habrá pasado». Pues, no. Dios quería, como parece ser que es así, hacer de nosotros hombres libres y responsables, alguien y no algo. En efecto, si el cosmos iba a llegar a la cumbre del homo sapiens en su evolución, debería existir para el hombre la posibilidad de decir libremente sí o no. Y esto es precisamente la historia, lo que le permite al hombre ser dueño de sus destinos, hacerse a sí mismo y en definitiva ser él mismo, o sea, la cumbre del proceso evolutivo en un mundo lleno de posibilidades, y, en último término, ser el hijo predilecto de Dios.

El mal es el costo inevitable de la construcción del hombre y del mundo. Y Dios no ha dudado en pagar este precio que le ha permitido ni más ni menos abrirse a otros seres semejantes a él y compartir con ellos, después de un período de tiempo erizado de problemas, una eternidad fascinante y maravillosa.

e) ¿Quién es Jesús el Cristo?

El Dios judeocristiano es el mismo de las otras religiones, es decir, el fundamento último y absoluto en que se apoya la existencia precaria del mundo y de los hombres. Pero, mientras que en las otras religiones, Dios es un ser silencioso y pasivo a quien el hombre busca, pero que él mismo no toma la iniciativa de buscarnos —de ahí la proliferación de intermediarios o dioses subalternos— en cambio el Dios judeocristiano es un Dios activo, que sale a nuestro encuentro, que está con nosotros, que nos habla y sobre todo que se hace uno de los nuestros con Cristo Jesús, en quien habita la plenitud de la divinidad. Cristo es el hombre Jesús, hombre de carne y hueso como nosotros y que se comporta desde todos los puntos de vista como verdadero hombre. Pero un hombre extraordinario que ha tenido una influencia histórica trascendental en la marcha de la humanidad.

No es sacerdote profesional, no es teólogo, no es político, pero predica el amor hasta las últimas consecuencias. No sólo no hay que quitar la vida a los otros, nos dice, pero ni siquiera se les puede llamar idiotas y además hay que ayudar a cuantos tienen necesidad. Debemos dar pan a los hambrientos, cuidar a los enfermos, consolar al triste, liberar al oprimido, anunciar a todos la buena nueva. Más, hay que hacer un esfuerzo para ser amigos de los que están más cerca de nosotros, conociéndonos personalmente por el nombre, ayudándonos en las dificultades, perdonándonos, y dando, si es preciso, la vida por ellos. Esto hace de Jesús un subversivo, no a nivel periférico —Jesús no se mete directamente con las estructuras sociopolíticas o eclesiásticas— pero ataca la raíz última de la injusticia y del egoísmo en lo más profundo del corazón humano. Resulta así una especie de subversivo trascendental.

Nada de extraño por eso que los poderes fácticos se pongan de acuerdo, por una vez al menos, para eliminar violentamente a Jesús. Jesús muere ajusticiado en la cruz. Pero resucita al tercer día. Pedro, los doce, las mujeres y hasta quinientos discípulos de una vez y por fin Pablo «constatan», a iniciativa del mismo Jesús, que vive, aunque sea con otro modo de existencia, «gloriosamente», al que tenia con anterioridad. Los discípulos están con él, hablan con él, comen con él, le abrazan y le tocan. No es un fantasma, ni un recuerdo o mitificación del Jesús histórico, es el mismo Jesús a quien los discípulos siguieron en su vida pública, que vive realmente aunque de un modo diferente al de antes. Su cuerpo no es el de antes, un cuerpo terrestre. Por eso Jesús ahora ya no volverá a morir otra vez y por eso, después de hacerse ver y constatar, desaparecerá, pues su vida es gloriosa y trascendental. Esto es lo que quiere decir Pablo, en abstracto, con la expresión «cuerpo celeste» o glorioso. Y esto es lo que más tarde querrán decir los sinópticos y Juan al hablar del «sepulcro vacío» y de que en un primer momento «no le reconocían», empleando expresiones más concretas y plásticas. Este hecho trascendental de que Jesús ha vencido a la muerte y vive hace preguntarse a los discípulos: ¿quién es realmente Jesús más allá de sus apariencias humanas? Gracias al Espíritu de Dios que está con nosotros hasta el final de los tiempos, los seguidores de Jesús reconocen que éste es el Señor, el Cristo, sentado a la derecha de Dios y por lo tanto hijo de Dios y Dios como él.

Desde el primer domingo de pascua en que Jesús resucitado cena con los discípulos, anonadados por el hecho impactante de que Jesús vive, los seguidores de Jesús se reúnen domingo tras domingo para transmitir en cadena la buena nueva de la resurrección de Cristo y para hacerla realmente presente en nosotros, que ya desde ahora, en unión con los demás hombres y con el mismo mundo que nos sirve de plataforma, tenemos que resucitar poco a poco hasta la plena manifestación de Cristo al final de los tiempos. La eucaristía dominical es esencial al cristianismo y compromete mucho a los cristianos. En toda eucaristía debe ocurrir realmente algo. Después de compartir con Cristo muerto y resucitado, no podemos seguir viviendo como si nada hubiera pasado. Algo ha ocurrido y trascendental que debe marcar nuestra vida ahora y después de nuestra muerte.

I) ¿Qué es la Iglesia y para qué sirve?

I/QUE-ES/PARA-QUE: La Iglesia es una agrupación religiosa —la más numerosa del mundo y la que más impacto ha tenido en la marcha de la humanidad— que está compuesta por los seguidores de Jesús, un hombre, judío, que vivió hace veinte siglos en Palestina, que predicó de una manera espontánea y no institucionalizada el amor hasta las últimas consecuencias, que fue ejecutado por los poderes fácticos de su tiempo, temerosos de las consecuencias últimas de esta doctrina y que resucitó al tercer día como pudieron constatar muchos de sus discípulos. El cristianismo más que algo (una doctrina, una liturgia, una moral o una estructura social) es alguien: Jesús. Ser cristiano es dar a Jesús un «si», reconociendo que es el Señor y tomando en serio su mensaje de amor hasta las últimas consecuencias. La Iglesia es el sacramento de Cristo. A través de ella Cristo se hace visible en medio de nosotros. Porque «donde están dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy yo» (Mt 18, 20).

A lo largo de la historia la Iglesia ha constatado tener ininterrumpidamente el Espíritu de Jesús: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). La Iglesia, es cierto, a pesar de tener el Espíritu de Jesús con ella, está formada por hombres de carne y hueso. De ahí sus limitaciones históricas que no son pocas. Con frecuencia los cristianos hemos dado excesiva importancia a elementos periféricos y socioculturales del mensaje cristiano. Muchas veces hemos sido incoherentes con nuestra fe. No hemos tomado en serio a Dios o hemos abusado de su nombre haciendo guerras o guerrillas en su nombre o justificando como respeto al orden establecido la rutina en el amor, la opresión social y la falta de creatividad y empuje. Y, lo que ha sido más escandaloso y decepcionante, los cristianos se han peleado entre sí incluso sangrientamente dividiéndose en un sin número de iglesias y sectas, la mayor de las cuales está representada por el catolicismo, que es la que mejor parece responder a la tradición evangélica, aun cuando en las otras confesiones, como la ortodoxa, el anglicanismo y varios grupos protestantes, existen importantes valores cristianos. Pero, a pesar de estas limitaciones y gracias al Espíritu de Jesús, la Iglesia se ha mantenido firme a lo largo de los siglos, aunque haya sido en medio de enormes dificultades, cosa que no ha ocurrido en ninguna otra institución humana de esa complejidad.

El futuro de la Iglesia está garantizado por Jesús, aunque a estas alturas, parece claro que se trata sólo de una garantía en orden a los elementos esenciales del cristianismo y no de los accidentales y puramente coyunturales. Tampoco esta garantía exime a la Iglesia de las dificultades, de los pasos en falso, de las equivocaciones y de no pocos errores como vemos en el caso de Galileo y otros muchos. Lo que está garantizado es que el cristianismo subsistirá hasta el final de los tiempos en sus lineas esenciales. La Iglesia, sin renunciar a lo esencial, ha sabido adaptarse a todas las épocas históricas y a todos los pueblos, con una mezcla increíble de fidelidad a la tradición y de flexibilidad creadora, al menos en la mayoría de los casos, lo que le ha permitido sobrevivir en situaciones a veces extraordinariamente difíciles y adversas, como en los primeros siglos del cristianismo y ahora en la Unión Soviética y algunos de los países satélites. Hay incluso quienes se preguntan si esta Iglesia histórica después de tantas adaptaciones responde a los planes de Jesús y si él y los apóstoles serian capaces de reconocerla tal como existe en la actualidad. Es evidente que si san Pedro levantara la cabeza, quedaría estupefacto al ver el Estado Vaticano construido precisamente sobre su tumba. Pero también quedaría atónito al ver la televisión, los aviones y la desintegración del átomo.

¿La Iglesia de hoy responde a los deseos de Jesús o constituye más bien una traición a lo que Jesús esperaba de nosotros? Parece cierto que lo mismo que Jesús niño creció y se desarrolló transformándose en adulto, sin ser infiel a si mismo, también su Iglesia, su cuerpo místico, ha crecido y se ha desarrollado a lo largo de los siglos adaptándose a las nuevas realidades históricas. Si el niño Jesús no hubiese crecido, se habría convertido en un monstruo y un desadaptado social. Lo mismo le hubiese pasado a la Iglesia si se hubiera quedado como hubiesen querido algunos cristianos con mentalidad arqueologizante tal como estaban los doce apóstoles y los discípulos a la muerte de Jesús. Sin ese crecimiento y desarrollo la Iglesia seria hoy algo monstruoso, mejor dicho, no existiría, porque los cuerpos vivos que no se adaptan, terminan por desaparecer metiéndose en un callejón sin salida. Y Jesús quería que la Iglesia existiese hasta el final de los tiempos.

Esto no quiere decir que Jesús estaría plenamente satisfecho con lo que la Iglesia en estos momentos piensa, siente, hace, tiene y es. Los cristianos, como los demás hombres, somos pecadores y la Iglesia también lo es. Por eso precisamente necesitamos convertirnos. Hay muchas cosas que cambiar en nuestra fe, en nuestra oración, en nuestra liturgia, en nuestra vida y quehaceres y en las estructuras de la Iglesia. Pero, a pesar de eso, estamos convencidos, tenemos garantía de tres cosas de importancia trascendental para la Iglesia: una, que la Iglesia como comunidad de creyentes va a subsistir hasta el final de los tiempos; dos, que en lo esencial va a existir una transmisión correcta del mensaje de Jesús, y tres, que los cristianos en su conjunto van a seguir ayudando a los hombres a tener cada día más conciencia de su dignidad y de sus tareas en el mundo y de su trascendencia más allá de la muerte.

En este sentido parece que seguirá jugando un extraordinario papel el equilibrio entre la estructura central de la Iglesia y la periférica. Este bipolarismo eclesial entre una fuerte centralización universalizadora de la Iglesia en Roma y una base tremendamente concreta en los rincones más perdidos de la tierra, constituye una enorme riqueza sin parangón con ninguna otra institución social. Y tiene una gran importancia sobre todo ahora cuando el mundo se nos está quedando pequeño gracias a los medios de comunicación y a la interpelación geopolítica. Por otra parte, es también extraordinariamente útil a la Iglesia poder contar con dos tipos de líderes y servidores de la comunidad, unos de carácter asentado y territorial: los obispos y los sacerdotes diocesanos, y otros de carácter itinerante y universal, los religiosos y religiosas, fuertemente especializados y muy importantes como fuerzas de choque en tareas tan calificadas como las misiones extranjeras y populares, la contemplación, la investigación teológica y los servicios humanos y sociales, sobre todo, en el campo de la educación y de la salud.

En este momento, finalmente, parece haber sonado la hora de los laicos y de las pequeñas comunidades cristianas, que desde la base de la Iglesia y del mundo, parecen estar llamadas a ofrecer importantes servicios al pueblo de Dios, al mismo tiempo que dan testimonio de una comunidad cristiana centrada en Cristo y fuertemente personalizada.

g) El más allá

ESCA/SINTESIS: El hombre es el único animal que sabe que tiene que morirse. Los otros animales también se mueren y presienten que se van a morir cuando la muerte les amenaza pero no antes. En cambio. el hombre desde que tiene uso de razón. sabe que un día se morirá. Todo lo demás puede ser objeto de discusión. La muerte no. Ante la muerte todo el mundo tiene que agachar la cabeza y reconocer que existe sin género alguno de dudas. Queramos o no, nos vamos a morir. Y pronto, porque en este momento la media de esperanza de vida en los países desarrollados es de unos 75 años. Y, por mucho que aumente esta esperanza, nadie se hace ilusiones pensando que los hombres alcanzarán un día la inmortalidad.

No hay, pues, duda alguna de que nos vamos a morir. Pero ¿qué pasa después de la muerte? En «El Séptimo Sello», una escalofriante película de Bergmann, el protagonista, que ha vivido siempre angustiado con el tema de la muerte, jugándose la vida con ella al ajedrez, cuando recibe jaque mate de la muerte, la pregunta a ésta, representada por la gran actriz Liv Ulmann, qué hay detrás de ella, y la muerte le contesta que lo único cierto es que va a morirse y que lo que sucederá después es un enigma: «El Séptimo Sello». Y, sin embargo, ésta sigue siendo la máxima cuestión que se ha planteado y continúa planteándose el hombre. En efecto, ¿de qué nos sirve vivir, si la existencia pasa volando y en un instante se acaba todo con la muerte? Esta es la gran cuestión. ¿Continuamos existiendo después de la muerte como alguien, fulanito de tal, o nos descontinuamos, para ser algo, una pequeña e insignificante cantidad de elementos fisico-químicos, que después de servir a mi yo, retornan sin pena ni gloria a la plataforma material de la que proceden? Responder a esta cuestión es de suma trascendencia para el hombre. Pues no es lo mismo continuar existiendo siempre como personas o dejar en cuanto tales de existir. E, incluso, ahora cuando vivimos, no es igual pensar que estamos destinados finalmente al todo o a la nada.

Comprendemos a los que dudan si hay un más allá. En el fondo, tienen miedo a ser estafados y no quieren hacerse ilusiones sin fundamento. Pero somos muchos los que estamos convencidos que hay un más allá y que tenemos razones válidas para afirmarlo. Todos los pueblos, de una manera u otra, han afirmado la supervivencia después de la muerte. Los enterramientos, las ofrendas a los difuntos y el culto a los antepasados son prueba fehaciente de ello. Es cierto que no todos llegan al mismo nivel de personalización. Y algunos pueblos hablan sólo de supervivencia para los buenos o los señores, como en el caso del Egipto antiguo. Pero poco a poco se universaliza, y, por decirlo así, se democratiza el más allá. Todos los hombres, por el hecho de serlo están llamados a existir siempre, incluso, después en el más allá.

¿Qué razones tenemos para afirmarlo? Muchas. Veamos algunas. Si existe Dios, seria una verdadera canallada por parte de él crear un alguien, el hombre, que desea visceralmente existir siempre, y condenarlo después a la nada. El hombre sería ni más ni menos un ser absurdo y monstruoso. Y Dios no puede hacer sinrazones.

Y, si Dios no existe. como piensan los ateos, el hombre es simplemente un algo camuflado de alguien, pero que no es alguien en realidad. como dicen los estructuralistas radicales, y. al morirse, se manifiesta en lo que es realmente. algo, y entonces lógicamente el alguien es una pura ficción. un sueño imposible, y la dignidad humana una palabra vacía de contenido y sin fundamento en la realidad.

Pero no. Nosotros sabemos que tanto el algo como el alguien son indestructibles en su raíz. Lo mismo que nadie puede reducir algo a nada por grande que sea su furor y rabia aniquiladora, igual ocurre con el alguien. Nada ni nadie puede hacerlo desaparecer. Se puede tranformar un algo en otro algo, pero nunca podrá convertirse en nada. Igualmente el alguien se puede transformar cambiando profundamente, pero no puede llegar a convertirse en nadie. Ahí precisamente estriba la radical dignidad de la persona humana. Con la muerte empieza para el hombre una nueva vida. El alguien al morirse comienza a ser un hombre nuevo. Pero en su raíz seguirá siendo él mismo. El mismo yo, que he sido en la vida, seré después de la muerte, aunque en un contexto existencial distinto.

Muchos se dicen: «Yo creería en el más allá si alguien que ha muerto se me presenta vivo y me dice que realmente no todo acaba con la muerte». Pues esto es precisamente lo que ha ocurrido. Hace veinte siglos Jesús muere en Palestina y resucita al tercer día. Sus discípulos constatan que vive. Y se reúnen precisamente para eso, para decir al mundo entero lo que han visto. Y por cierto lo han visto con sus propios ojos. Están tan seguros de ello que se juntan, se van hasta el confín de la tierra y dan la vida —los mártires— por defender lo que dicen, lo cual es prueba de su radical veracidad.

Se puede, en efecto, morir fanáticamente por una idea, pero dejarse matar por una mentira, es decir, por sostener un hecho en el que no se cree y que es falso, esto no lo hace absolutamente nadie. Sería perder todo, la vida, para conseguir algo. Pero ¿podrían haberse sugestionado? No es posible. El engaño sería de tal categoría y de tamañas consecuencias -es el hecho que más ha influido en la historia de la humanidad- que se trataría de una verdadera paranoia, como cuando alguien se cree el Espíritu santo o Napoleón Bonaparte. Y ningún paranoico ha hecho nada importante desde el punto de vista social.

Jesús, pues, vive en realidad de verdad. Y, como dice san Pablo en la primera carta a los corintios, capítulo 15, «Si Cristo vive, también viviremos nosotros». No hay la menor duda. Todos somos solidarios en un destino común. ¿Qué pasa entonces en el momento de morir? Si continuamos existiendo después de la muerte, es natural que la humana curiosidad nos lleve a preguntarnos por lo que ocurre en el más allá.

La muerte es instantánea. Un minuto antes se vive y un minuto después no. Con la muerte termina para nosotros el tiempo, es decir, la duración como algo fluido con un pasado, un presente y un futuro, y empieza la eternidad. En realidad no tenemos experiencia de ella. Lo único que sabemos es que es una duración atemporal, sin cambios, sin sucesión de unos momentos detrás de otros. La eternidad es una existencia en bloque, compacta, de una vez para siempre. La muerte, como decíamos, es instantánea. Con la muerte termina la vida terrestre y empieza el más allá. Ese instante trascendental es simultáneamente el fin del tiempo y el comienzo de la eternidad.

En cuanto final del tiempo ese instante hace el papel de lo que metafóricamente se ha llamado el juicio y el purgatorio. En efecto, al encontrarse el hombre cara a cara con Dios, es decir. con el todo que le ha hecho salir de la nada y le ha sostenido para que no se reabsorbiera en la nada, el hombre, sin las ataduras y los condicionamientos de la vida temporal, toma conciencia clarísima de las cosas que ha hecho mal y de las buenas que podía haber hecho y no ha hecho. Esto es el juicio. Según sea más o menos negativa esa conciencia, tanto mayor o menor será la sensación de vergüenza, dolor, repulsa y arrepentimiento del difunto. En eso precisamente consiste el purgatorio. Pero, al mismo tiempo, que el instante de la muerte pone fin al tiempo y a la existencia terrestre, da comienzo a la eternidad y a la vida gloriosa. En ese preciso momento, no antes ni después, el hombre toma la decisión más trascendental de toda su vida: decir sí o no a un Dios fascinante y maravilloso que lo ha hecho todo por amor a nosotros. Si el hombre le dice que sí a Dios, entonces llegará a la máxima plenitud y felicidad a que puede aspirar y es posible en su caso. Y, si dice que no, nunca más podrá llegar a la plenitud y para siempre se verá privado de Dios, porque en la eternidad no hay cambio posible.

Esto es precisamente el infierno. La palabra es metafórica y corresponde a la antigua visión cósmica de los antiguos basada en los cuatro elementos: arriba, en el cielo, estaría la luz, símbolo de Dios. En medio la tierra y el agua, la patria de los hombres y abajo (infra) el fuego volcánico, lugar privativo de los malos. Esta metáfora ya no tiene uso hoy día. Tampoco otra expresión también metafórica y empleada por los romanos, según la cual, el infierno seria la pena de muerte eterna que Dios aplica a los pecadores. Hoy, cuando estamos en contra de cualquier atentado a la vida humana, incluida la pena de muerte, no resulta afortunado este lenguaje para hablar del infierno.

El infierno es un dogma de fe. No hay la menor duda al respecto. Pero entonces ¿cómo llamarlo hoy? Quizás la mejor manera de hablar en nuestro tiempo del infierno seria decir que el cielo es libre, que Dios no obliga a nadie a estar con él y que el que quiera puede decirle que no. Según eso el infierno es una posibilidad, una hipótesis de trabajo. Ese es el dogma de fe. Lo que no es dogma es que en el infierno haya muchos condenados porque en el momento de morirse le han dicho a Dios a ciencia y conciencia que no. Esta es una cuestión opinable y hay para todos los gustos. Y según las opiniones se usan unos u otros textos bíblicos que son extraordinariamente complejos a este respecto. Unos piensan que se condena la mayoría, otros que mitad y mitad, otros que unos pocos y algunos que nadie.

No parece procedente que Dios nos haya creado sabiendo de antemano que se iba a condenar la mayoría de los hombres. Tampoco es aceptable lo de mitad y mitad. Es demasiado costo social. ¿Podrían ser unos pocos? Cabe, aunque una sola persona humana es tan valiosa que todavía nos sigue preocupando esa posibilidad. Personalmente creemos más bien que, aunque es posible decirle a Dios que no, nadie de hecho al encontrarse cara a cara con él, lo va a hacer. Nuestros noes en la tierra aunque libres, están tremendamente condicionados por un sinfin de circunstancias adversas. En la hora de la muerte nuestra opción por Dios será a cara descubierta, sin rodeos y sin subterfugios. Y en ese contexto no parece probable que nadie diga que no.

Entonces, se preguntarán muchos, si todo al final va a ser igual para unos y para otros, ¿qué más da lo que hagamos en la tierra? Esto, según ellos, provocaría una verdadera desmoralización en los creyentes. Sin embargo, no creemos que esto vaya a ocurrir. Al hombre, en efecto, le estimula mucho más el amor que el miedo. Un Dios, que nos ama como nos ama el Señor, al final de cuentas nos resulta mucho más exigente que el Dios del garrote y del castigo.

Por otra parte, hay algo que está claro en el nuevo testamento y es que cada uno recibirá según sus obras. Todos tendrán en el cielo la plenitud de sus posibilidades, pero éstas serán distintas según lo que cada uno haya hecho y sido en esta vida. Es como si hubiese que llenar un recipiente. No es lo mismo la plenitud de un dedal, de un vaso, de un tanque, de un superpetrolero de 500 mil toneladas o del océano.

El cielo no es un premio extrínseco en relación a nuestro comportamiento en la tierra, como puede ser, por ejemplo, la recompensa que se da a un buen estudiante. El coche, o el viaje o cualquier otro premio de este tipo no tiene nada que ver con el estudio. En cambio, el cielo es, ni más ni menos, la plenitud de todo lo bueno que aquí hemos hecho o sido. Y esto es tremendamente estimulante. Si aquí soy ordenado, puntual, trabajador, creativo, solidario, generoso; si hago felices a los más posibles; si tengo muchos amigos por quienes daría la vida. Todo eso y todas las personas que para mi son importantes formarán parte de mi más allá dentro del nuevo cielo y la nueva tierra que a todos nos tocará vivir.

«La ciudad (el cielo) no necesitará de sol ni de luna que la ilumine, porque la gloria de Dios la iluminará, y su lumbrera será el cordero (Cristo); a su luz caminarán las naciones, y los pobladores de la tierra llevarán a ella su brillo. Sus puertas no se cerrarán de día, pues allí no habrá nunca noche y llevarán a ella el brillo y el honor de todos los pueblos ...y los hombres reinarán por los siglos de los siglos» (Ap 21, 23.26; 22, 5).

(·HORTELANO-ANTONIO-1. Págs.60-86)

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1. A Iniesta, o. c., 14.

2. Ibid., 48.

3. E. Schillebeeckx. Dios futuro del hombre. Salamanca 1971, 16-57.

4. M. Heidegger Zur Seinsfrage, Frankfurt 1956, 36.

5. X. Zubiri, El hombre y yo, Madrid 1985.