ESPÍRITU SANTO

TEXTOS


1. ES/RV RV/ES: JESÚS ES EL EXEGETA DEL PADRE Y EL E.S. 
ES LA EXEGESIS DE JESÚS.LA HISTORIA, INCLUIDA LA DE JESÚS 
ES SIEMPRE AMBIGUA-OPACA. NECESITAMOS QUE EL E.S. NOS 
CONDUZCA A LA VERDAD /Jn/16/13 HT/ES/REVELA 
ES/HT/REVELA 
La historia, lugar por excelencia de la revelación de Dios, no es de 
por sí reveladora. La historia, incluida la de Jesús, es ambigua y 
polivalente, problemática. La historia es opaca.
"Nosotros hemos contemplado su gloria, la gloria del Hijo único del 
Padre"(Jn 1. 14). Esta es una afirmación de la fe, no una 
constatación inconfundible. Es un testimonio, no una prueba. Sólo el 
Espíritu guiará a los discípulos a "toda la verdad" (Jn 16. 13) 
librándoles, no sólo de las posiciones de incertidumbre o 
escepticismo, expresadas en la demanda de Pilato ("qué es la 
verdad" 18. 38), sino de un conocimiento carnal del acontecimiento 
JC.
El Espíritu enseñará a los discípulos a leer en profundidad la 
historia de Jesús, desvelándoles progresivamente todo el misterio de 
su persona. Del mismo modo que Jesús es el que hace conocer a 
Dios (su "exégeta", dice el texto griego /Jn/01/18), así el Espíritu es 
la exégesis de Jesús. La Palabra se ha hecho carne, pero esta 
carne, Jesús y su historia, deviene ambigua sin la exégesis del 
Espíritu Santo (7.39;16.7). Sólo Él contesta a la pregunta sobre 
quién es Jesús (/Jn/15/26;/Jn/14/26) y sólo Él hace posible la 
identidad profunda con el presente (/Jn/20/22).
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2. PENTECOSTÉS D/ES 
Es antes que todo y queda después de todo.
Te rodea infinitamente y sostiene tu intimidad, es más íntimo a ti 
que tú mismo.
No se ve, porque él es la visión. No se oye, porque en él se 
percibe todo.
No se muestra, se evidencia. No consiste, es la consistencia.
Es irreductible, indestructible, inefable.
Es sustantivo y verbo, sujeto y predicado, califica y determina.
Dices «yo» y hablas más de él que de ti.
Dices "amigo" o «hermano» y es él que te ha desbordado.
Odias o mientes y se refugia en la parte menos manchada de ti 
preparando tu retorno.
Cuando mueres de tus muertes, te acompaña y se va de ti un 
poquito después que tú, recogiendo la infinitud que él mismo puso en 
tu gemido ya irremediable.
Cuando sobrevives a tus miedos, no sabes muy bien si eres tú o 
eres él.
Engendró a Jesús en una tierra amor y virgen y luego lo clavó en 
todo ser: palabra y pan, agua, aceite y vino, perdón y fuerza, pastor 
y guía, universal y eterno.
Un día, ya interminable, creó la Iglesia para estar y salvar a sus 
anchas. La propaga, la guía, la renueva. En ella, como en María, 
engendra a Cristo.
Cuando se quiere decir todo esto, se dice: PENTECOSTÉS. EL ES 
EL ESPÍRITU.
(·Ceide-J)
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3. EP/EXPERIENCIA EXP/ES:
Experiencia del Espíritu 
Cuando se da una esperanza total que prevalece sobre todas las 
demás esperanzas particulares, que abarca con su suavidad y con 
su silenciosa promesa todos los crecimientos y todas las caídas, 
cuando se acepta y se lleva libremente una responsabilidad donde 
no se tienen claras perspectivas de éxito y de utilidad, 
cuando un hombre conoce y acepta su libertad última, que ninguna 
fuerza terrena le puede arrebatar, 
cuando se acepta con serenidad la caída en las tinieblas de la 
muerte como el comienzo de una promesa que no entendemos, 
cuando se da como buena la suma de todas las cuentas de la vida 
que uno mismo no puede calcular pero que Otro ha dado por 
buenas, aunque no se puedan probar, 
cuando la experiencia fragmentada del amor, la belleza y la 
alegría, se viven sencillamente y se aceptan como promesa del amor, 
la belleza y la alegría, sin dar lugar a un escepticismo cínico como 
consuelo barato del último desconsuelo, 
cuando el vivir diario, amargo, decepcionante y aniquilador, se vive 
con serenidad y perseverancia hasta el final, aceptado por una 
fuerza cuyo origen no podemos abarcar ni dominar, 
cuando se corre el riesgo de orar en medio de tinieblas silenciosas 
sabiendo que siempre somos escuchados, aunque no percibimos 
una respuesta que se pueda razonar o disputar, 
cuando uno se entrega sin condiciones y esta capitulación se vive 
como una victoria, 
cuando el caer se convierte en un verdadero estar de pie, 
cuando se experimenta la desesperación y misteriosamente se 
siente uno consolado sin consuelo fácil, 
cuando el hombre confía sus conocimientos y preguntas al misterio 
silencioso y salvador, más amado que todos nuestros conocimientos 
particulares convertidos en señores demasiado pequeños para 
nosotros, 
cuando ensayamos diariamente nuestra muerte e intentamos vivir 
como desearíamos morir: tranquilos y en paz,
cuando... podríamos continuar durante largo tiempo.

Allí está Dios y su gracia liberadora, 
allí conocemos a quien nosotros, cristianos, llamamos Espíritu 
Santo de Dios, 
allí se hace una experiencia que no se puede ignorar en la vida, 
aunque a veces esté reprimida, porque se ofrece a nuestra libertad 
con el dilema de si queremos aceptarla o si, por el contrario, 
queremos defendernos de ella en un infierno de libertad al que nos 
condenamos nosotros mismos.

Esta es la mística de cada día, el buscar a Dios en todas las cosas. 
Aquí está la sobria embriaguez del Espíritu de la que hablan los 
Padres de la Iglesia y la liturgia antigua y a la que nos esta permitido 
rehusar o despreciar por su sobriedad.
(·Rahner-KARL)
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4. ES/SEÑORIO-X/CR
El señorío de Cristo sobre los hombres, inaugurado por la 
Ascensión, no es todavía total ni pacífico. El hombre que le abre su 
intimidad, entra en la experiencia desgarradora del alumbramiento. 
Pablo sabe presentarnos esta nueva interioridad del hombre 
espiritual, desgarrado entre dos mundos, dos tendencias contrarias y 
contradictorias, porque era su propia interioridad agónica.
Pero sin embargo un cierto señorío de Cristo, a través del Espíritu, 
sobre el hombre ha comenzado ya. El hombre se «espiritualiza», deja 
de ver las cosas materialmente, carnalmente; deja de ser "síquico", 
dice Pablo. Y comienza a tener una nueva visión, una nueva mirada, 
la de Dios. Poseemos el Espíritu, pero no totalmente.
Hay que pedir por lo tanto, seguir pidiendo el Espíritu. Hay que 
mirar hacia arriba, hacia donde él habita, de donde él viene, con la 
esperanza de que Dios nos lo otorgará para llegar a la liberación 
plena, a la libertad completa; al señorío absoluto de nosotros 
mismos, sólo posible en el Espíritu, no desencarnado del cuerpo sino 
enseñoreado de él.
El Espíritu nos hace señores de nuestra persona, ayudándonos a 
vencer en la lucha de todos nuestros dualismos. Cristo nos lo ha 
prometido. Nos insta a pedirlo. Nos hace confiar en que el Padre nos 
lo dará, como un padre da de comer a su hijo.
Confiemos pues. El camino de nuestra plenitud personal en Dios 
está despejado, gracias al Espíritu que el Padre nos envía.
(·MALDONADO-1.Pág. 261)
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5. ES/VIENTO-CIMIENTO: 
El problema con respecto al famoso «olvido del Espíritu Santo» no 
se resuelve, por tanto, hablando más de él, sino activándolo más en 
nosotros: no de cualquier manera. por supuesto, ya que una de las 
razones que hacen peligroso hablar de él en el momento actual viene 
precisamente de un abuso de invocación sin seguimiento. El Espíritu 
Santo es el encargado de hacer presente y actuante a Dios en el 
mundo, de hacer contemporáneo a Jesucristo. La manera de 
averiguar si estamos activados por él o llevados por otros espíritus 
consiste en verificar si las metas de nuestra vida y el espíritu con que 
caminamos hacia ellas son homologables o no con el Proyecto de 
Dios sobre el mundo tal como lo actuó Jesús.
«Viento» es la metáfora de la imaginación y la libertad; también de 
la omnipresencia. «Cimiento» es la metáfora del fundamento y la 
cohesión. Viento y cimiento, por tanto, definen perfectamente la 
misión del Espíritu de Jesús sobre nuestra vida cristiana.
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6. ·Hilario-San, Comentario al evangelio de S. Mateo 2,6:

"En él quedan también patente la economía del misterio celeste. 
En efecto, una vez que se hubo bautizado y se abrieron las puertas 
del cielo, el Espíritu Santo es enviado y conocido visiblemente bajo el 
aspecto de una paloma, y de este modo queda bañado por la unción 
del amor paterno. Después una vez que venía del cielo se expresa 
así: 'Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy' (Lc 3,22; Salmo 2,7). 
Por medio de la voz y de la visión queda designado como Hijo de 
Dios y al pueblo infiel y desobediente a los profetas se envía de 
parte de su Señor el testimonio de la visión y de la palabra, para que 
por aquello mismo que se estaba realizando en Cristo conociéramos 
al mismo tiempo que, después del bautismo, el Espíritu vuela hacia 
nosotros desde los cielos y que quedamos bañados en la unción de 
la gloria celeste y que nos convertimos en hijos de Dios por la 
adopción de la voz del Padre, dado que la verdad ha prefigurado, 
por los mismo efectos de los hechos, la imagen del misterio así 
preparado para nosotros". 
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7.

Carta del Arzobispo

Un año para el Espíritu

Siguiendo el guión de la Visita pastoral, acudo, al amanecer del 
último domingo de noviembre, a los Laudes matutinos de un 
Convento de Clausura. Respiro a sus puertas un aire tan limpio, tan 
inmaterial y transparente, que casi pone en duda su existencia. Las 
Carmelitas de Talavera la Real lo tienen ya todo a punto, para 
entonar juntos las alabanzas a Dios y estrenar así el tiempo sagrado 
del Adviento, al par que el segundo año preparatorio del Jubileo del 
dos mil, el dedicado al Espíritu Santo. Alabamos a este Don de los 
dones, Soplo divino, Aliento de Dios creador, más puro, radiante e 
íntimo que el que acabo de respirar, poco antes, en la llanada 
amaneciente del aeropuerto.
¡Ven Espíritu divino! Damos por cierto que la iniciativa de bajar a 
nosotros nos viene de lo alto, aunque sea respuesta a nuestros 
anhelos, a nuestras llamadas, a nuestros gritos. El Espíritu nos es 
tan necesario como el oxígeno a los pulmones, que por eso la 
inhalación de la vida se llama respirar. La palabra espíritu, raíz de 
ese verbo, equivale en nosotros al alma, al sujeto personal que 
somos tú o yo, que nos da la identidad profunda y nos hace 
inteligentes, libres, responsables y dotados de los derechos 
humanos.
No, no se trata de un juego de palabras. Sabemos, por el Génesis, 
que Dios creó el mundo, todo el universo cósmico, de la nada 
absoluta. En cambio, a la pareja humana, la sacó, por decirlo así, de 
su mismo ser. "Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra 
semejanza..."Formó Yavé, pues, al hombre del polvo de la tierra y le 
inspiró en el rostro aliento de vida y fue así el hombre un ser 
animado" (Gen. 1,27 y 2,7). Así es que en el orden puramente 
natural, el hombre es portador de un hálito, de un soplo, de una 
huella divina.
De ahí su conciencia, su libre albedrío, su dignidad, su 
inmortalidad. Sobre esta dimensión espiritual de la persona humana 
se posaría después, de manera misteriosa, el Espíritu de Dios con 
mayúscula, el que habló por los profetas, inspiró el cántico de 
Zacarías y de Simeón, inundó el seno de Isabel, y ya antes había 
sido anunciado, por boca Gabriel a María, como autor divino de la 
Encarnación del Verbo.

Perfil del Espíritu Santo
A lo largo del Evangelio se van delimitando los perfiles personales 
de este ser santísimo, que lleva a Jesús al Desierto, que se posa 
sobre El en la orilla del Jordán, que Jesús exhala sobre los once en 
el Cenáculo, otorgándoles poder para perdonar y retener pecados. 
Sobre el Espíritu Santo versaron también las mejores catequesis de 
Jesús, presentándonoslo como abogado y defensor, como Espíritu 
de Verdad, como garante de la fe de los apóstoles y del testimonio 
de estos sobre su Resurrección.
Mas, sin duda, la más alta revelación de Jesús sobre el Espíritu 
Santo, consiste en la promesa -y en el cumplimiento de la misma- de 
enviarlo a su Iglesia el día de Pentecostés. Como viento recio, como 
fuego ardiente, como don de lenguas. Y, aún más, en incluirlo como 
Tercera persona de la Trinidad augusta en su mandato 
evangelizador: "Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el 
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt. 27,19). A partir 
de entonces, la Iglesia naciente, y la que vendrá tras ella en una 
cadena de siglos, queda al cuidado del Espíritu que le infunde 
santidad, garantiza su verdad, sostiene su unidad, empuja su 
profetismo, ilumina su esperanza. En Jerusalén, en Samaria, en 
Éfeso, los apóstoles primero predican, luego bautizan, después 
imponen las manos. Completan así, con el sello sacramental del 
Espíritu, los dones bautismales. Es la plenitud cristiana de la 
Confirmación.

Una lluvia de carismas
¿Resultados? El brote alegre por doquier de los dones y de los 
carismas, que nos describen las Cartas paulinas y enriquecen a las 
nuevas comunidades. Hay diversidad de dones, pero un mismo 
Espíritu. Cada uno recibe los propios, pero todos los carismas están 
destinados al bien de la comunidad. No confundirlos, por favor, con 
el exhibicionismo, con las novelerías arbitrarias, con los liderazgos 
paralelos, con el profetismo desafinado Siempre se ha considerado 
en la Iglesia como carisma superior el de la discreción de espíritus, y 
como carisma institucional de los sucesores de los apóstoles el 
discernimiento y el ordenamiento adecuado de los demás dones 
comunitarios.
"No apaguéis el Espíritu" les dirá san Pablo a los tesalonicenses 
(5, 19) y esa debe ser una consigna permanente de la Iglesia, lo 
mismo para sus estamentos jerárquicos que para sus comunidades 
de a pie. La historia demuestra que de los estratos más humildes, de 
las personas menos relevantes pueden salir santos insignes o 
lumbreras de la Iglesia. Cristo mismo daba gracias al Padre porque 
ha ocultado cosas de mucho valor a los sabios y prudentes de este 
mundo y las ha revelado a los sencillos. De lo cual tampoco hay que 
concluir que el magisterio de la Iglesia sofoca la creatividad, o que la 
autoridad en su seno coarta la libertad de los hijos de Dios. La 
infalibilidad del Papa es un carisma singular, asegurado por la 
asistencia superior del Espíritu. Lo mismo los dones sacramentales 
del episcopado y del sacerdocio, para el buen régimen de las 
comunidades de todos los niveles. Nada tan erróneo ni tan dañino 
como oponer en la Iglesia carisma a institución, santidad a disciplina. 
La humildad, la docilidad, la unión con los hermanos, la comprensión 
de los demás, suelen ser signos patentes de la autenticidad de los 
carismas. Todo lo que segrega, divide, engríe o aisla, es difícil que 
pueda asegurar o expresar la presencia del Espíritu de Dios.

El Año del Espíritu
El Espíritu nos purifica. El entra en nosotros por el bautismo 
barriendo en nuestro ser las sombras del pecado de Adán y se nos 
infunde gratis en todos los sacramentos, limpiándonos de errores y 
pecados. Y, lo más grande de todo, habita en nosotros. No inactivo, 
sino como un río de agua viva, en lo más hondo del yo, de donde 
brotan la vida teologal y hasta las experiencias místicas.
Ahora, en el camino trienal de la Iglesia hasta la cumbre jubilar del 
año dos mil, subimos el segundo escalón con el Año del Espíritu 
Santo. Hay que dejarlo moverse en nuestros corazones y en 
nuestras comunidades. Aunque el Espíritu sopla donde quiere (Jn. 
3,8), lo más normal es que, como dije antes, responda a nuestras 
llamadas. Baste recordar a los apóstoles con María, de retiro en el 
Cenáculo, anhelando el momento de Pentecostés. El Paráclito, ya lo 
sabemos, por donde pasa remueve y renueva. Sacude inercias, 
desmonta estructuras mentales, empuja las ansias del bien. 
"Disponnos siempre, como reza la oración papal, a acoger los signos 
de los tiempos, que Tú pones en el curso de la historia".
·MONTERO-ANTONIO
_IGLESIA-EN-CAMINO
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
No. 232 - Año V - 30 de noviembre de 1997