Papa
San Urbano V
EnciCato
Guillaume de Grimoard nació en Grisac, Languedoc, en 1310 y falleció en Aviñón,
el 19 de diciembre de 1370. Nacido en una familia noble, fue educado en
Montpellier y Toulouse, y llegó a ser monje benedictino en el pequeño priorato
de Chirac cerca a su hogar. Una aprobación papal de 1363 nos indica que tomó los
hábitos en la Abadía de San Víctor en Marsella, donde su amor por la Orden de
San Benedicto era tan profunda que aún cuando papa llevaba puesto el hábito de
la orden. Se ordenó en Chirac y luego de un largo curso de teología y derecho
canónico en las universidades de Toulouse, Montpellier, en París y Aviñon,
recibió un doctorado en 1342. Fue uno de los grandes canonistas de sus tiempos;
fue profesor de derecho canónico en Montpellier, y enseñó también en Toulouse,
París y Aviñon; en una fecha desconocida (antes de 1342) se desempeñó con mucho
éxito como vicario general de la Diócesis de Clermont y Uzes, filial de Cluny,
donde llegó a ser prior de Notre-Dame du Pré (un priorato dependiente de St.
Germain d’Auxerre), y en 1352 Clemente VI lo nombró abad de esa famosa casa. En
esa fecha comienza su carrera diplomática. Su primera misión fue para Giovanni
Visconti, Arzobispo y autócrata de Milán, lo cual lo realizó con éxito. En 1354
y 1360 trabajó en los asuntos de la Santa Sede en Italia. En 1361, Inocencio VI
lo designó a la Abadía de San Víctor de Marsella, pero en 1362, fue enviado
nuevamente a Italia, esta vez a la embajada de Juana de Nápoles. Mientras estaba
encargado de ese asunto fue que se enteró de la elección papal. Inocencio VI
había fallecido el 12 de setiembre y la elección de un candidato que no fuese
cardenal se debía a los celos dentro del Colegio Sagrado, lo cual hacía casi
imposible la elección de uno de sus miembros. Guillaume de Grimoard fue escogido
por su virtud, conocimientos y habilidades en los asuntos prácticos de gobierno
y diplomacia. Guillaume llegó a Marsella el 28 de octubre, tres días después
llegó a Aviñon y fue consagrado el 6 de noviembre, tomando el nombre de Urbano
porque según decía: “todos los papas que han llevado el nombre han sido
santos”.La satisfacción general de esta elección fue expresada por Petrarca,
quien escribió al papa: “Solo Dios es quien te escogió”.
El 20 de noviembre el rey Juan de Francia visitó Aviñon; su principal propósito
era obtener la mano de Juana de Nápoles, guardiana de la Santa Sede, para su
hijo Felipe, Duque de Touraine. En una carta con fecha 7 de noviembre Urbano ya
había aprobado el proyecto de matrimonio de Juana con el rey Juan de Mayorca, un
rey sin reino; haciendo eso, el papa salvaguardaba su propia independencia en
Aviñon, la cual había puesto en peligro el matrimonio de Juana, quien era
también Condesa de Provence, un pueblo unido a la corona de Francia circundante
al principado papal. Urbano escribió una carta a Juana el 29 de noviembre,
apresurando el matrimonio con Felipe, probablemente para apaciguar al rey de
Francia en vez de persuadirlo. La fiesta de compromiso de la reina de Nápoles
con Juan de Mallorca estaba fijada para el 14 de diciembre. El enorme rescate de
3.000.000 coronas de oro que Juan de Francia le debía a Eduardo III de
Inglaterra, aún no había sido pagado en gran parte, y ahora Juan estaba buscando
permiso para recaudar la décima parte de los ingresos del clero francés. Urbano
rechazó esta petición así como también otra para la nominación de cuatro
cardenales escogidos por el rey. Juan también quería intervenir entre el papa y
Barnabo Visconti, tirano de Milán. Su petición fue rechazada nuevamente, y
cuando Barnabo no apareció dentro de los tres meses permitidos en su citación,
el papa lo excomulgó (3 de marzo de 1363). En abril del mismo año Visconti fue
derrotado ante Bologna. La paz terminó en marzo de 1364; Barnabo restauró los
castillos que capturó, mientras Urbano retiró la excomulgación y garantizó el
pago de medio millón de florines de oro.
El papa benedictino era un amante de la paz y mucha de su diplomacia estaba
dirigida a la pacificación de Italia y Francia. Ambos países estaban invadidos
por bandas de mercenarios conocidas como “las Grandes Compañías”. El papa hizo
muchos esfuerzos para asegurar su dispersión y salida. Estas compañías hicieron
caso omiso a las amenazas de excomulgación y rechazaron unirse al rey de Hungría
en sus batallas con los turcos a pesar de que el emperador Carlos IV, quien
venía a Aviñon en mayo de 1365, garantizaba los gastos de sus viajes y les
ofrecía ingresos de su reino de Bohemia por tres años. La guerra entonces se
desencadenó entre Pedro el Cruel de Navarra y su hermano Enrique de Trastamare.
Pedro fue excomulgado por sus crueldades y persecuciones del clero; y Bernard
Duguesclin, vencedor de Cocherel, dirigió las compañías a Navarra, visitando de
paso Aviñon y amenazando al papa. La guerra española terminó rápidamente, y
Urbano volvió a su plan anterior de utilizar a las compañías contra los turcos.
El Conde de Savoy era el encargado de dirigirlos hacia el rey de Ciprés y al
imperio del Este. Sin embrago, este plan tampoco funcionó. Los esfuerzos de
Urbano tampoco dieron frutos en Italia, donde el país completo estaba invadido
por bandas dirigidas por los famosos condottieri , conde alemán de Landau y el
inglés Sir John Hawkwood. En 1365, después del fracaso de un plan para unir
Florencia, Pisa y las comunidades italianas entre ellas, el papa nombró a
Albornoz para convencer a estas compañías a unirse al rey de Hungría. En 1366,
el papa los excomulgó solemnemente, les prohibió su contratación y convocó al
emperador y a todos los poderes del Cristianismo a unirse para su extirpación.
Todo fue en vano, aunque una liga de ciudades italianas se formó en setiembre de
ese año, se disolvió quince meses después debido al celo florentino del
emperador.
Roma había sufrido terriblemente por la ausencia de sus pontífices, y era
aparente que si Urbano permanecía en Aviñon, el trabajo del cardenal militar
Albornoz en restaurar al papado de los Estados de la Iglesia estaría incompleto.
El 14 de setiembre de 1366, Urbano informó al emperador su deseo de volver a
Roma. Todo el pueblo se alegró con la noticia, excepto los franceses; el rey
entendió que su partida de Aviñon significaría una disminución de la influencia
francesa en la Curia. Los cardenales franceses no querían que Urbano deje
Francia. El 30 de abril de 1367, Urbano dejó Aviñon; el 19 de mayo navegó desde
Marsella y después de un largo viaje, llegó a Corneto donde se encontró con
Albornoz. El 4 de junio, los romanos le dieron las llaves de San Ángelo en señal
de bienvenida, los Jesuitas llevaban ramas en sus manos y dirigidos por su
fundador, Santo John Colombini, precedían al papa. Cinco días después, llegó a
Viterbo, donde permaneció en una ciudadela. El estado desequilibrado de Italia
hizo imposible que Urbano llegue a Roma hasta que reunió un considerable
ejército; así que no fue hasta el 16 de octubre que ingresó a la ciudad
liderando una cabalgata bajo la escolta del Conde de Savoy, el Marqués de
Ferrara y otros príncipes.
El retorno del papa a Roma fue visto como un gran evento y una gran acción
religiosa. Ahora el papa trabajaba para mejorar la condición material y moral de
su capital. Se restauró y decoró los palacios y basílicas papales, y se
distribuyó el tesoro papal, el cual se había preservado en Assisi desde el
tiempo de Bonifacio VIII, entre las iglesias de la ciudad. Los desempleados
consiguieron trabajo en los jardines abandonados del Vaticano, y se distribuyó
maíz en tiempo de escasez; al mismo tiempo se restauró la disciplina del clero y
se estimuló la frecuencia de los sacramentos. Uno de los primeros actos del papa
Urbano fue cambiar la constitución romana, pero sería cuestionada si “el
sacrificio ofrecido al pontífice como premio a su retorno fuera la libertad de
la gente” (Gregorovius).
El 17 de octubre de 1368, el emperador se unió al papa en Viterbo. Antes de
dejar Alemania, el emperador había confirmado todos los derechos de la iglesia,
y Urbano esperaba su ayuda contra los Visconti, pero Carlos se permitió
sobornarlo. El 21 de octubre, el papa y el emperador llegaron a Roma juntos, el
segundo dirigiendo humildemente la mula del pontífice. El 1 de noviembre, Carlos
actuó como diácono en la misa en la que Urbano coronó a la emperatriz. Por más
de un siglo el papa y el emperador no habían aparecido en forma amical. Un año
después, el emperador del este, Juan V Palaeologus, llegó a Roma buscando ayuda
contra el infiel; había renunciado al cisma y fue recibido por Urbano en los
pasillos de la iglesia de San Pedro. Estos emperadores del este y de oeste eran
sombras de sus grandes antecesores, y sus visitas eran triunfos que podían
parecer pequeños logros para Urbano V. El sentía que su posición en Italia era
insegura. La muerte de Albornoz (el 24 de agosto de 1367) quien había hecho
posible su regreso a Italia, fue una gran pérdida para Urbano. Se demostró la
inquietud de los pueblos con la sublevación de Perugia, la cual tuvo que ser
retenida a la fuerza, cualquier posibilidad de ataques podría deshacer el
trabajo del gran legado. En el fondo también el papa sentía mucho cariño por su
país y su séquito francés lo instaba a regresar a Aviñon. En vano fueron las
protestas de los enviados a Roma, los cuales habían ganado “mayor calma y orden,
una afluencia de riqueza, un renacimiento de importancia” desde su estadía, en
vano fueron las amonestaciones de Santa Brígida, quien vino desde Roma a
Montefiascone para advertirle que si regresaba a Aviñon, moriría pronto. La
guerra se había desatado nuevamente entre Francia e Inglaterra y el deseo de
traer la paz fortaleció la determinación del papa. El 5 de setiembre de 1370,
Urbano, “triste, sufrido y profundamente afectado” embarcó a Corneto. En una
aprobación papal del 26 de junio, le había dicho a los romanos que su partida
era motivada por su deseo de ser útil a la Iglesia Universal y al país al cual
iba a ir. Podría ser también que el papa vio que el próximo cónclave sería
abierto en Aviñon y no en Italia. Carlos V gustosamente envió una flota de
galeras adornadas a Corneto; sin embargo el papa no sobreviviría mucho a su
llegada a Aviñon (el 24 de setiembre). Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de
Notre Dame en Aviñon pero removido dos años después, de acuerdo con sus propios
deseos a la Iglesia Abadía de San Víctor en Marsella. Se multiplicó los milagros
en su tumba. El rey Waldemar de Dinamarca ordenó su canonización y Gregorio XI
lo aseguró a comienzos del año 1375, pero no se dio lugar debido a los
desórdenes de ese tiempo. Pío IX aprobó su culto en 1870.
Urbano fue un hombre cuyos motivos no pueden cuestionarse: su política ayudó a
la paz europea; poco antes de su muerte, había dado órdenes de preparativos que
harían posible visitar y reconciliar a Eduardo III y a Carlos V. Había mostrado
gran entusiasmo por la Cruzada. El 29 de marzo de 1363, Pierre de Lusignan, rey
de Ciprés, y rey titular de Jerusalén, llegó a Aviñon para buscar ayuda contra
los turcos, y el 31 de marzo (Viernes Santo), Urbano predicó sobre las Cruzadas
y le dio la cruz a los reyes de Francia, Dinamarca y Ciprés; el caballeroso rey
Juan, quien debía ser jefe del comando, murió como prisionero en Londres en
1364, y aunque el rey de Ciprés tomó Alejandría (el 11 de octubre de 1365), fue
incapaz de mantener la ciudad. El espíritu de las cruzadas se acabó en Europa.
En una época de corrupción y simonía, Urbano logró la pureza y el desinterés en
la vida eclesiástica: hizo mucho por la disciplina eclesiástica y logró que se
mantuvieran muchos concilios provinciales; rechazó otorgar posiciones o dinero a
sus parientes e incluso hizo que su padre devolviera una pensión que el rey de
Francia le había otorgado. Su hermano, a quien le sugirió el cardenalato, fue
reconocido por todos por ser un hombre lleno de dignidad. La vida privada del
papa fue religiosa y siempre estaba listo para aquellos que necesitaban ayuda.
Sin embargo, Urbano fue un patriota francés, un defecto en el padre universal
del Cristianismo. Alejó al rey de Inglaterra con ayuda de su rival, y aumentó la
hostilidad en Italia por los favores mostrados a los hombres de su propia raza a
quien hizo representantes en los Estados de la Iglesia. Urbano fue un gran
patrono del aprendizaje, fundó universidades en Cracovia (por medio de una
aprobación papal de 1364) y en Viena (por aprobación papal de 1365), e hizo que
el emperador creara la Universidad de Orange; revisó los estatutos de la
Universidad de Orleáns y ayudó mucho a la Universidad de Aviñon y Toulouse. En
Bologna apoyó el gran colegio fundado por Albornoz y pagó los gastos de muchos
estudiantes pobres a quienes envió a ese lugar. También fundó un studium en
Trets (después fue trasladado a Manosque), pero sus mayores fundaciones
estuvieron en Montpellier. Sus edificios y restauraciones fueron considerables,
especialmente en Aviñon, Roma y Montpellier. Aprobó las órdenes de las
Brigidinas y los Jesuitas, y canonizó a su padrino, San Eleazar de Sabran.
RAYMUND WEBSTER
Transcrito por Carol Kerstner
Traducido por Virginia Guillinta Vallejos