Persecución
EnciCato
I. GENERAL
La persecución puede definirse en términos generales como la coerción ilegal de
la libertad de otro o su castigo ilegal, ya que no todo castigo puede ser tomado
como persecución. Para nuestro propósito, debe estar aún más limitada a la
esfera de la religión, y en ese sentido, la persecución implica una coerción
ilegal o un castigo en nombre de la religión.
La Iglesia ha sufrido muchas clases de persecución. El crecimiento y la continua
existencia de la cristiandad han sido obstaculizados por el paganismo culto y la
barbarie salvaje. Y, en tiempos más recientes, el agnosticismo ha perseguido a
la Iglesia en los diferentes estados de América y Europa. Pero la más deplorable
de todas las persecuciones han sido aquellas que el catolicismo ha sufrido de
otros cristianos. Con relación a esto debe considerarse que la propia Iglesia ha
apelado a la fuerza, y que lo ha hecho no solamente en su propia defensa, si no
también en ataque no provocados. Por ejemplo por medio de la Inquisición (q. v.)
o de las guerras religiosas ella misma fue el agresor en muchos ocasiones
durante la Edad Media y en tiempos de la Reforma. Y aún si la explicación era
que ella estaba defendiendo su propia existencia, la replica parece bastante
plausible de que los poderes paganos y bárbaros estaban actuando solamente en su
propia defensa cuando prohibían la propagación de la Cristiandad. La Iglesia
podría de esta manera parecer extrañamente inconsistente, ya que mientras
reclamaba tolerancia y libertad, ella había sido y aún permanece intolerante a
todas las demás religiones.
En respuesta a esta objeción, podemos admitir el hecho y también negar la
conclusión. La Iglesia reclama llevar un mensaje o mejor un mandamiento de Dios
y ser el único mensajero de Dios. En realidad es sólo en años recientes cuando
se supone que la tolerancia se ha convertido en dogma, que los otros “campeones
de la Revelación” han abandonado sus reclamos similares. Que ellos hayan
abandonado su derecho a ordenar lealtad es una consecuencia natural del
Protestantismo; mientras es el derecho de la Iglesia el ser el embajador
acreditado e infalible de Dios el que justifica su aparente inconsistencia.
Dicha intolerancia, sin embargo, no es lo mismo que persecución, por la cual
entendemos el ejercicio ilegal de coerción. Toda corporación legalmente
constituida tiene el derecho a forzar a sus subordinados dentro de límites
debidos. Y aunque la Iglesia ejerce ese derecho en gran parte por sanciones
espirituales, nunca ha renunciado al derecho de utilizar otros medios. Antes de
examinar este último derecho a la coerción física, debe introducirse la
importante distinción entre paganos y cristianos. Regularmente, la fuerza no se
ha empleado contra los paganos o los judíos: “Pues ¿por qué voy a juzgar yo a
los de fuera?” (I Cor., v, 12); ver JUDÍOS Y JUDAÍSMO: El Judaísmo y la
Legislación de la Iglesia.
Ejemplos de conversiones forzadas como tales que han ocurrido en diferentes
periodos de la historia de la Iglesia deben atribuirse al celo impropio de
individuos autocráticos. Pero la Iglesia sí reclama el derecho de coaccionar a
sus propios miembros. Sin embargo, de nuevo debe hacerse una diferenciación. Los
católicos no cristianos de nuestros días son, estrictamente hablando, miembros
de la Iglesia; pero en su legislación ella los trata como si no fueran sus
miembros. El “Ne temere”, por ejemplo, de Pío X (1907), reconoce el matrimonio
de los protestantes como válido, aunque no sea contraído de acuerdo a las
condiciones católicas: y las leyes de abstinencia no son consideradas
obligatorias para los protestantes. Así, con relación a su derecho de usar la
coerción, la Iglesia solamente ejerce su autoridad sobre aquellos a quienes
considera personal y formalmente apóstatas. Un protestante moderno no está en la
misma categoría con los albigenses o wickliffitas. Estos fueron retenidos por
ser personalmente responsables de su apostasía; y la Iglesia ejerció su
autoridad sobre ellos: es cierto que en muchos casos los herejes también se
rebelaban contra el Estado; pero el reclamo de la Iglesia de usar la coerción no
está limitado a los casos de desorden social. Aún más, su propósito no era
solamente proteger la fe de los ortodoxos, si no también castigar a los
apóstatas. La apostasía formal era vista entonces como una traición contra Dios
– un crimen mucho más atroz que la traición contra un gobernante civil, el cual,
hasta tiempos recientes, era castigado con gran severidad. (ver: APOSTASÍA;
HEREJÍA.) Era un envenenamiento de la vida del alma en otros (Santo Tomás de
Aquino, II-II, Q. xi, artículos 3, 4)
No cabe duda, entonces, de que la Iglesia reclamó su derecho a la utilización de
la coerción física en contra de los apóstatas formales. Por supuesto, ella no
ejercería su autoridad de la misma manera en la actualidad, aún si hubiese un
Estado católico en el cual los cristianos fuesen personal y formalmente
apóstatas. Ella adapta su disciplina a los tiempos y circunstancias para que sea
posible cumplir su propósito beneficioso. Sus propios hijos no son castigados
con multas, prisión, u otros castigos temporales, si no a través de dolores
espirituales y sanciones, y los herejes son tratados del mismo modo como ella
trató a los paganos: : "Fides suadenda est, non imponenda" (la Fe es un asunto
de persuasión, no de fuerza) – un sentimiento que se remonta a san Basilio ("Revue
de l'Orient Chrétien", 2a serie, XIV, 1909, 38) y a san Ambrosio, en el siglo
cuarto, este último lo aplico incluso al tratamiento de apóstatas formales.
También debe recordarse que cuando la Iglesia ejerció su derecho a hacer uso de
la fuerza física sobre los apóstatas formales, tal derecho era universalmente
admitido. El clero tenía, naturalmente, las ideas de su época acerca de por qué
y cómo deberían inflingirse las sanciones. Además, la Inquisición Romana (q. v.)
fue muy diferente de aquella de España, y los papas no aprobaron los severos
procedimientos de esta última. Más aún, tales ideas de coerción física en
asuntos espirituales no fueron característicos de los católicos (ver:
TOLERANCIA). Los Reformistas no fueron menos, si no tal vez, más intolerantes
(ver INQUISICIÓN). Si la intolerancia del clero es censurable, entonces la de
los Reformistas lo es doblemente. Desde su propio punto de vista, fue
injustificada. Primero, se rebelaron contra la autoridad establecida de la
Iglesia, y segundo, ellos difícilmente podrían hacer uso de la fuerza para
obligar a los reacios a someterse a su propio principio de juicio privado. Con
esta clara demarcación del juicio privado de los Reformistas de la autoridad
católica, difícilmente sirve a nuestros propósitos estimar la violencia relativa
de los gobiernos católicos y protestantes durante la época de la Reforma. Y
también conviene recordar que los métodos de la difamada Inquisición en España e
Italia fueron mucho menos destructivos de la vida que las guerras religiosas de
Francia y Alemania. Sin embargo, lo que sí sirve a nuestros propósitos es hacer
notar la abierta intolerancia de los líderes protestantes; ya que ella le dio a
la Iglesia un derecho adicional para apelar a la fuerza. Ella estaba castigando
sus miembros rebeldes y, al mismo tiempo, defendiéndose contra sus ataques.
De esta manera, tal coacción al ser utilizada por una autoridad legítima no
puede llamarse persecución, ni sus víctimas llamarse mártires. No es suficiente
que aquellos que son condenados a muerte pudieran estar sufriendo por sus
opiniones religiosas. Un mártir es un testigo de la verdad; mientras que
aquellos que sufrieron el castigo extremo de la Iglesia eran, a lo sumo,
testigos de su propia sinceridad, y, por lo tanto, infelizmente, nada más que
pseudo-mártires. No necesitamos extendernos sobre la segunda objeción, la cual
pretende que un gobierno pagano pueda estar justificado al perseguir misioneros
cristianos al punto de considerar a la cristiandad como subversiva a la
autoridad establecida. La revelación cristiana es el mensaje sobrenatural del
Creador a Sus criaturas, contra la cual no puede haber resistencia legal. Sus
misioneros tienen el derecho y el deber de predicarla en todas partes. Aquellos
que murieron en la propagación o mantenimiento del Evangelio son testigos de
Dios para la verdad, sufriendo persecución en Su nombre.
II. RESUMEN DE LAS PRINCIPALES PERSECUCIONES
El pequeño resumen de las persecuciones contra la Iglesia presentado aquí sigue
un orden cronológico, y es poco más que un catálogo de los ataques violentos
formales y públicos contra el catolicismo. No toma en cuenta otras formas de
ataque, por ejemplo, persecución social y literaria, alguna forma de sufrimiento
en nombre de Cristo siendo una nota segura de la Verdadera Iglesia (Juan, xv,
20; II Tm., iii, 12; Mat., x, 23). Para un recuento popular general de las
persecuciones de católicos previas al siglo IXX ver Leclercq, “Les Martyrs” (5
vols., París, 1902-09).
Persecuciones Romanas (52-312)
Las persecuciones de este periodo son ampliamente tratadas bajo MÁRTIR. Ver
también MÁRTIRES, ACTA DE LOS, y los artículos acerca de los mártires
individuales o grupos de mártires (MÁRTIRES, LOS DIEZ MIL; CUARENTA MÁRTIRES;
AGAUNUM, por la Legión Tebana).
Bajo Juliano el Apóstata (361-63)
El edicto de tolerancia de Constantino había acelerado el triunfo final de la
cristiandad. Pero las medidas extremas aprobadas contra la antigua religión del
imperio, especialmente por Constantino, y aún a pesar de que no fueron
estrictamente cumplidas, levantaron considerable oposición. Y cuando Juliano el
Apóstata (361-63) llegó al trono, apoyó a los defensores del paganismo, aunque
se esforzó por fortalecer la vieja religión recomendando trabajos de caridad y
un sacerdocio de vida moral Estricta el cual, algo sin precedentes, debería
predicar e instruir. La protección del Estado fue retirada de la cristiandad y
ninguna sección de la Iglesia se favorecía más que otra, de tal manera que los
donatistas y los arrianos pudieron regresar.
Todos los privilegios concedidos anteriormente a los clérigos fueron revocados;
se les retiró la jurisdicción civil a los obispos y los subsidios a las viudas y
a las vírgenes se cancelaron. También se les arrebató a los cristianos la
educación superior al prohibir a cualquiera que no fuese pagano enseñar
literatura clásica. Y finalmente, las tumbas de los mártires fueron destruidas.
El emperador temía proceder a una persecución directa, pero fomentó la discordia
entre los cristianos, y no sólo toleraba sino que alentaba las persecuciones
originadas por las comunidades y los gobernadores paganos, especialmente en
Alejandría, Heliópolis, Maioima, el puerto de Gaza, Antioquia, Aretusa, y
Cesárea en Capadocia (cf. Grergory of Nazianzus, Orat. IV, 86-95; P. G., XXXV,
613-28). Muchos, en lugares diferentes, sufrieron y aún murieron por la Fe,
aunque se encontraron otros pretextos para su muerte, al menos por el emperador.
De los mártires de este periodo se debe mencionar a Juan y Pablo (q. v.),
quienes sufrieron en Roma; los soldados Juventinus y Maximian (cf. El sermón de
San Juan Crisóstomo sobre ellos en P. G., L, 571-77); Macedonio, Titán y
Teodulio de Meros en Frigia (Sócrates, III, 15; Sozomen, V, 11); Basilio, un
sacerdote de Ancyra (Sozomen, V, 11). El mismo Juliano parece haber ordenado las
ejecuciones de Juan y Pablo, el ayudante y el secretario respectivamente de
Constancia, la hija de Constantino. Sin embargo, reinó sólo por dos años y su
persecución fue, según las palabras de san Atanasio: “sólo una nube pasajera”.
En Persia Cuando el gobierno romano abandonó la persecución de la cristiandad,
esta fue tomada por un enemigo tradicional de Roma, los persas, aunque
formalmente ellos habían sido más o menos tolerantes de la nueva religión. Al
estallido de la guerra entre los dos imperios, Sapor II (310-80), bajo la
instigación de los sacerdotes persas, inició una persecución severa de los
cristianos en 339 o 340. Esta comprendía la destrucción o confiscación de las
iglesias y una masacre general, especialmente de obispos y sacerdotes. El número
de víctimas, de acuerdo con Sozomen (Hist. Eccl., II, 9-14), no fue menor a 16
mil, entre ellos estaba Simeón, Obispo de Seleucia; hubo un respiro de la
persecución general, pero fue reiniciada y aún con mayor violencia por Bahram V
(420.38), quien persiguió de manera salvaje por un año y no se le pudo impedir
que causara numerosos martirios individuales a pesar del tratado que hizo (422)
con Teodosio II, garantizando la libertad de conciencia de los cristianos.
Yazdgard II (438-57), su sucesor, comenzó una fiera persecución en 445 0 446,
rastros de la cual se pueden encontrar poco antes de 450. La persecución de
Cosroes I desde 541 hasta 545 fue dirigida principalmente contra los obispos y
el clero. Él también destruyó iglesias y monasterios y encarceló nobles persas
que se habían convertido al cristianismo. La última persecución de los reyes
persas fue la de Cosroes II (590-628), quien le hizo la guerra a todos los
cristianos sin distinción durante 627 y 628. Hablando en general, la época más
peligrosa para la Iglesia en Persia fue cuando los reyes estaban en guerra con
el Imperio Romano.
Entre los Godos
La cristiandad fue introducida entre los godos cerca de la mitad del siglo
tercero, y "Theophilus Episcopus Gothiæ" fue presentada en el Concilio de Nicea
(325). Pero, debido a los esfuerzos del Obispo Ulfilas (340, muerto en 383), un
arriano, el arrianismo fue profesado por la gran mayoría de los visigodos de
Dacia (Transilvania y Hungría del Oeste), convertidos del paganismo; y pasó con
ellos al interior de la Baja Mesia a través del Danubio, cuando un jefe godo,
después de una cruel persecución, saco de sus tierras a Ulfilas y sus conversos,
probablemente en 349. Y en consecuencia, cuando en 370 los visigodos,
presionados por los hunos, cruzaron el Danubio y entraron en el Imperio Romano,
el arrianismo era la religión practicada por el emperador Valentiniano. Este
hecho, junto con el carácter nacional dado al arrianismo por Ulfilas (q. v.),
moldearon la forma de cristianismo adoptado también por los ostrogodos, de
quienes se expandió a los burgundianos, los suevos, los vándalos y los
lombardos.
La primera persecución de la que tenemos noticia, fue dirigida por el rey
visigodo pagano Atanarico. Comenzó cerca del 372 y duró dos, tal vez seis, años
después de su guerra con Valentiniano. San Sabas fue ahogado en el 372, otros
fueron quemados, algunas veces en masa dentro de las tiendas que eran utilizadas
como iglesias. Cuando, en los siglos quinto y sexto, los visigodos invadieron
Italia, Galia y España, las iglesias fueron destruidas y los obispos católicos y
el clero fueron asesinados; pero la actitud normal era de tolerancia, Eurico
(483), el rey visigodo de Toulouse, es mencionado especialmente por Sidonio
Apolinar (Ep. Vii, 6) como aborrecedor del catolicismo y perseguidor de los
católicos, aunque no es claro que los persiguiera a muerte. En España hubo
persecuciones al menos de vez en cuando, durante el periodo desde 476 a 586,
comenzando con el mencionado Eurico, quien ocupó Cataluña en 476. Hemos oído de
persecuciones por Agila (549-554) y finalmente por Leovigildo (573-86). Los
obispos fueron exiliados y los bienes de la iglesia incautados. Su hijo,
Hermenegildo, un converso a la Fe católica, es descrito en el siglo séptimo (por
ejemplo, por san Gregorio Magno) como un mártir. Un cronista contemporáneo, Juan
de Biclaro, quien había sufrido él mismo por la Fe, dice que el príncipe fue
asesinado en prisión por un arriano, Sisberto; pero no dice que Leovigildo
aprobó el asesinato (ver HERMENEGILDO; y Hodkin, “Italia y sus Invasores”, V,
255). Con el asenso de Recaredo, quien se había convertido al catolicismo, el
arrianismo dejó de ser el credo de los visigodos españoles.
En cuanto a los ostrogodos, ellos parecen haber sido bastante tolerantes,
después de los primeros actos violentos de la invasión. Una excepción notable
fue la persecución de Teodorico (524-26). Fue impulsada por las medidas
represivas que Justino I había promulgado contra los arrianos del Imperio del
Este, entre los que se incluían, por supuesto, los godos. Una de las víctimas de
la persecución fue el papa Juan I, quien murió en prisión.
Entre los Lombardos
San Gregorio Magno, en apartes de sus “Diálogos”, describe los sufrimientos que
los católicos tenían que soportar en la época de la invasión lombarda bajo el
mando de Alboíno (568) y después. Pero en conjunto, después de la muerte de
Autaris (590) los lombardos no causaron problemas, excepto tal vez en los
Ducados de Benevento y Espoleto. La reina de Autaris, Teudelinda, una princesa
católica de Baviera, pudo utilizar su influencia con su segundo marido, Agiluf,
el sucesor de Autaris, de tal manera que él, aunque probablemente todavía
permanecía como arriano, fue amistoso con la Iglesia y le permitió a su hijo ser
bautizado como católico (ver LOMBARDÍA).
Entre los Vándalos
Los vándalos, arrianos como los visigodos y los otros, fueron los más hostiles
de todos hacia la Iglesia. Durante su periodo de dominio en España (422-29) la
Iglesia sufrió una persecución, los detalles de la cual son desconocidos. En
429, bajo el liderazgo de Genserico, los godos cruzaron sobre África, y para el
455 se habían apoderado del África romana. En el norte, los obispos fueron
expulsados de sus sedes y enviados al exilio. Cuando Cartago fue tomada en 439,
las iglesias le fueron dadas al clero arriano, y el obispo Quodvultdeus (un
amigo de san Agustín) y la mayor parte del clero católico fueron despojados de
cuanto tenían, embarcados en naves inseguras y enviados a Nápoles. La
confiscación de propiedad de la Iglesia y el exilio del clero era la regla a lo
largo de todas las provincias del norte, donde todo culto público fue prohibido
para los católicos. En las provincias del sur, sin embargo, la persecución no
fue tan severa. Algunos oficiales católicos de la corte, que habían acompañado a
Genserico desde España, fueron torturados, exiliados y, finalmente, sentenciados
a muerte debido a que se rehusaron a renunciar a su Fe. Sin embargo, a los no
católicos, de hecho, se les permitía mantener cualquier oficio.
El hijo de Genserico, Hunerico, quien lo sucedió en 477, aunque al principio se
mostró de alguna manera tolerante, arrestó y desterró bajo circunstancias de
gran crueldad a cerca de cinco mil católicos, incluyendo obispos y clérigos, y
finalmente, por un edicto del 25 de febrero de 484, abolió el culto católico,
transfirió todas las iglesias y las propiedades de la iglesia a los arrianos,
exiló a los obispos y clérigos y privó de derechos civiles a todos aquellos que
no recibieran el bautismo arriano. Grandes cantidades de personas sufrieron un
tratamiento salvaje, muchas murieron, otras fueron mutiladas o lisiadas de por
vida. Su sucesor, Guntamundo (484-96), no suavizó la persecución hasta 487. Pero
en 494 los obispos fueron llamados, aunque después tuvieron que sufrir alguna
persecución de Trasamundo (496-523). Y la completa paz llegó a la Iglesia
después del asenso del hijo de Genserico, Hilderico, con quien la invasión
vándala terminó (ver ÁFRICA).
En Arabia
La cristiandad penetró en el sur de Arabia (Yemen) en el siglo cuarto. En el
siglo sexto los cristianos fueron brutalmente perseguidos por el rey judío
Dunaan, se dice que no menos de cinco mil, incluyendo al príncipe Aretas, fueron
ejecutados en 523 después de la captura de Nagra. La Fe se salvó de su posterior
extinción en este periodo únicamente por la intervención armada del rey de
Abisinia. Y, de hecho, desapareció ante las fuerzas invasoras del Islam.
Bajo los Mahometanos
Con la expansión del mahometanismo en Siria, Egipto, Persia y el norte de
África, hubo una subyugación gradual del cristianismo. Al comienzo de la
invasión, en el siglo octavo, muchos cristianos fueron masacrados por rehusarse
a renegar de su religión; más tarde, fueron tratados como ilotas, sujetos a
impuestos especiales, y con la posibilidad de perder sus bienes o la vida misma
al capricho del califa o del pueblo. En España, el primer gobernante mahometano
que instauró la persecución violenta de los cristianos fue el virrey Abderrahmán
II (812-52). La persecución comenzó en 850, fue continuada por Mohamed (852-87)
y continuó sin interrupciones hasta el 960, cuando los cristianos eran lo
suficientemente fuertes para intimidar a sus perseguidores. El número de
mártires fue pequeño, Eulogio, Arzobispo de Toledo (11 de marzo de 859), quien
nos ha dejado un recuento de la persecución, es el más famoso de ellos (ver
MAHOMA Y EL MAHOMETANISMO).
Bajo los Iconoclastas
Los problemas traídos al seno de la Iglesia del Este por los emperadores
iconoclastas cubren un periodo de 120 años. León III (el isáurico) publicó dos
edictos contra las imágenes cerca de los años 726 y 730. La ejecución de estos
edictos resistida tajantemente. Los papas Gregorio II y Gregorio III protestaron
con un lenguaje vigoroso contra el reformista autocrático, y la gente recurrió a
la violencia abierta. Pero Constantino V (Copronymus, 741-75) continuó con la
política de su padre, convocando a un concilio en Constantinopla en 745 y luego
persiguiendo al partido ortodoxo. Los monjes formaron un objeto especial de su
ataque. Los monasterios fueron demolidos, y los mismo monjes fueron
vergonzosamente maltratados y ejecutados. Bajo Constantino IV (780-97), a través
de la influencia de su madre, la regente Irene, el Séptimo Concilio Ecuménico
fue convocado en 787, y se anularon los decretos del Concilio de Copronymus.
Pero hubo un resurgimiento de las persecuciones bajo León V (813-20), los
obispos que permanecieron firmes, al igual que los monjes, fueron los objetivos
especiales de su ataque, mientras que muchos otros fueron asesinados
directamente o murieron a consecuencia del tratamiento cruel que sufrían en las
cárceles. La persecución, que continuó bajo Miguel II (820-29), alcanzó su fase
más fiera bajo Teofilo (829-42). Un gran número de monjes fueron condenados a
muerte por este monarca; pero a su muerte (842), las persecuciones terminaron
(ver ICONOCLASIA).
III. PERIODO MODERNO
Hemos revisado las persecuciones sufridas por la Iglesia durante su primer
milenio de existencia. Durante su segundo milenio ha continuado sufriendo
persecuciones en su misión de difundir el Evangelio, y especialmente en Japón y
China (ver MÁRTIRES, JAPONESES; MÁRTIRES EN CHINA). También ha tenido que
enfrentar los ataques de sus propios hijos, que culminaron en los excesos y las
guerras religiosas de la Reforma.
En relación a las persecuciones de católicos irlandeses, ingleses y escoceses,
ver INGLATERRA; IRLANDA; ESCOCIA; LEYES PENALES; y los numerosos artículos sobre
los mártires individuales, por ejemplo, EDMUND CAMPION, BENDITOBEATO; PLUNKETT,
OLIVER, VENERABLE.
Polonia
Durante el último siglo, Polonia ha sufrido la que es tal vez la más notable de
las persecuciones recientes. El catolicismo había continuado estableciéndose
como religión del país hasta la intervención de Catalina II de Rusia (1762-96).
Por medio de intrigas políticas y hostilidad abierta, primero que todo aseguró
una posición de soberanía política sobre el país, y luego efectuó la separación
de los rutenos de la Santa Sede, y los incorporó a la Iglesia Ortodoxa de Rusia.
Nicolás I (1825-55) y Alejandro II (1855-81), reactivaron su política de
intimidación y supresión forzada. EL último monarca especialmente, se mostró a
sí mismo como un violento perseguidor de los católicos, las barbaridades que
fueron cometidas en 1863 fueron tan salvajes como para que se produjera una
protesta unida de los gobiernos de Francia, Austria y Gran Bretaña. Después de
su muerte, se le concedió a los católicos una cierta medida de tolerancia, y en
1905 Nicolás II le otorgó completa libertad de culto (ver POLONIA; RUSIA).
Para la persecución de los católicos durante el Imperio Otomano, ver TURQUÍA.
En tiempos modernos, sin embargo, un nuevo elemento ha sido añadido a las
fuerzas que se oponen a la Iglesia. De hecho ha habido recrudecimientos
ocasionales de los “reformistas”, la violencia dictada por un temor frenético al
progreso católico. Tales fueron, por ejemplo, los disturbios ocurridos en
Charleston y Filadelfia en 1834 y 1844, y el grito de “no papismo” contra el
establecimiento de la jerarquía católica en Inglaterra y Holanda en 1850 y 1853.
Pero este no era más que el fantasma de la Reforma. Para la posición de las
repúblicas Suramericanas durante el siglo IXX, ver los artículos de esos países.
Liberalismo
Un nuevo espíritu de oposición aparece en el llamado “liberalismo” y el Libre
Pensamiento, cuya influencia ha caído sobre los países católicos al igual que
sobre los protestantes. Su origen se puede buscar en la filosofía infiel del
siglo XVIII. A finales de ese siglo había crecido tan fuertemente que podía
amenazar a la Iglesia con violencia armada. En Francia, seiscientos
eclesiásticos fueron asesinados por Jourdan, “el Decapitador”, en 1791, y el año
siguiente trescientos eclesiásticos, incluyendo un arzobispo y dos obispos,
fueron cruelmente masacrados en la cárcel de París. El Reino del Terror terminó
en 1795. Pero el espíritu de infidelidad que triunfó entonces, siempre ha visto
y encontrado oportunidades para la persecución. Y ha sido asistido por los
empeños de los llamados gobiernos católicos para subordinar la Iglesia al
Estado, o para separar los dos poderes. En Suiza, los católicos tan
encolerizados por los ataques del partido liberal sobre su libertad religiosa
que ellos resolvieron apelar a las armas. Su Sonderbund (q. v.) o “Liga
Separada” triunfó al principio en la guerra de 1843, y a pesar de su derrota
final por las fuerzas de la Dieta en 1847, el resultado fue asegurar la libertad
religiosa a lo largo de Suiza. Desde entonces, la excitación causada por el
decreto sobre Infalibilidad Papal encontró nuevo aliento en otro periodo de
legislación hostil; pero los católicos han sido lo suficientemente fuertes para
mantener y reforzar su posición en el país.
En los otros países el liberalismo no se ha encaminado en una guerra tan directa
contra la Iglesia; aunque los defensores de la Iglesia se han puesto con
frecuencia en contra de los revolucionarios que estaban atacando el altar junto
con el trono. Pero la historia del siglo 19 revela una constante oposición
contra la Iglesia. Su influencia se ha visto reducida por legislaciones
adversas, las órdenes monásticas han sido expulsadas y su propiedad confiscada,
y, lo que es tal vez más característico de las persecuciones modernas, la
religión ha sido excluida de las escuelas y las universidades. El principio
subyacente ha sido siempre el mismo, aunque la forma que asume y la oportunidad
para su desarrollo son peculiares a las diferentes épocas y lugares. El
Galicanismo en Francia, el Josefismo en Austria, y las Leyes de Mayo del Imperio
Alemán tienen el mismo principio de subordinar la Iglesia al Gobierno, o separar
los dos poderes por medio de un divorcio secular y antinatural. Pero la
solidaridad de los católicos y las protestas enérgicas de la Santa Sede con
frecuencia triunfan al establecer Concordatos para salvaguardar los derechos
independientes de la Iglesia. Los términos de estas concesiones no siempre se
han observado por los gobiernos absolutistas o liberales. Sin embargo, han
salvado a la Iglesia en tiempos de peligro. Y la separación obligatoria de la
Iglesia del Estado, la cual siguió a la renuncia de los Concordatos ha enseñado
a los católicos en los países Latinos los peligro del secularismo (q. v.) y cómo
ellos deben defender sus derechos como miembros de una Iglesia que trasciende
los límites de los estados y naciones, y reconocen una autoridad más allá del
alcance de la legislación política. En los países teutones, por otro lado, la
Iglesia no se perfila como blanco de los misiles de sus enemigos. Largos años de
persecución han hecho su trabajo, y dejaron a los católicos con un necesidad muy
grande y un sentido aún mayor de solidaridad. Hay menos riesgo de confundir al
amigo y al enemigo, y el progreso de la Iglesia se hace más evidente.
GENERAL: SYDNEY SMITH, The Pope and the Spanish Inquisition in The Month, LXXIV
(1802), 375-99; cf. Dublin Review, LXI (1867), 177-78; KOHLER, Reform und
Ketzerprocess (Tübingen, 1901); CAMUT, La Tolérance protestante (Paris, 1903);
RUSSELL, Maryland; The Land of Sanctuary (Baltimore, 1907); PAULUS, Zu Luthers
These über die Ketzerverbrennung in Hist. Polit. Blätter, CXL (1908), 357-67;
MOULARD, Le Catholique et le pouvoir coercitif de l'Eglise in Revue pratique de
l'Apologétique, VI (1908), 721-36; KEATING, Intolerance, Persecution, and
Proselytism in The Month, CXIII (1909), 512-22; DE CAUZOUS, Histoire de
l'Inquisition en France, I (Paris, 1909).
ROMAN MARTYRS: An exhaustive and reliable work is Allard, "Les Persécutions" (5
vols., Paris, 1885); also his "Ten Lectures on the Martyrs" (New York, 1907);
and for an exhaustive literature see Healy, "The Valerian Persecution" (Boston).
JULIAN THE APOSTATE: SOZOMEN, Hist. Eccl., V, 11; SOCRATES, III, 15; AMMIANUS
MARCELLINUS, XXI-XXV; TILLEMONT, Mémoires, VII, 322-43; 717-45; LECLERCQ, Les
Martyrs, III (Paris, 1904); ALLARD, Le Christianisme et l'empire romain de Néron
à Théodore (Paris, 1897), 224-31; IDEM, Julien l'Apostat, III, 52-102; 152-158
(Paris, 1903); DUCHESNE, Histoire ancienne de l'Eglise, II (Paris, 1907),
328-35.
PERSIA: SOZOMEN, op. cit., 9-14; Acta Sanctorum Martyrum, ed. ASSEMANI, I (Rome,
1748), Syriac text with Lat. tr.; Acta Martyrum et Sanctorum, II, III, IV, ed.
BEDJAN (Leipzig, 1890-95), Syriac text (for discussion of these two authorities
See DUVAL, Littérature syriaque (Paris, 1899), 130-43). A list of martyrs who
suffered under Sapor II was first published by WRIGHT and reproduced in the
Martyrologium Hieronymianum by DE ROSSI AND DUCHESNE in Acta SS., Nov., II, part
I, lxiii (Brussels, 1894); HOFFMANN, Auszüge aus syrischen Akten persischer
Martyrer, text, tr., and notes (Leipzig. 1886); LECLERCQ, op. cit., III; DUVAL,
Littérature syriaque (Paris, 1897), 129-47; LABOURT, Le Christianisme dans
l'empire perse (Paris, 1904); DUCHESNE, op. cit. (Paris, 1910), 553-64.
GOTHS: KAUFFMAN, Aus der Schule des Wulfila: Auxentii Dorostorensis Epistola de
fide, vita et obitu Wulfila (Strasburg, 1899). AUXENTIUS'S account is also found
in WAlTZ, Ueber das leben und die lehre des Ulfila (Hanover, 1840); HODGKIN,
Italy and her Invaders, I (Oxford, 1892). 80-93; DUCHESNE, op. cit., II (Paris,
1908); SCOTT, Ulfilas, Apostle of the Goths (Cambridge, 1885). For general
account of Goths and Catholicism, See UHLHORN, Kampfe und Siege des Christentums
in der germanischen Welt (Stuttgart, 1898).
FOR VISIGOTHS: SOCRATES, op. cit., IV, 33; Contemporary letter on St. Sabas,
Acta SS., 12 April; see also later document on St. Nicetas, ibid., 15 Sept., and
HODGKIN, op. cit., I, 1, 175; DAHN, Urgeschichte der germanischen und
romanischen Volker, I (Berlin, 1881), 426 sq., for Athanaric's persecution;
SIDONIUS APOLLINARIS, ep. vii, 6 in Mon. Germ. Hist.: Auct. Antiq., VIII,
HODGKIN, op. cit., II, 484, for Euric; JOHN OF BICLARO in Mon. Germ, Hist,: Auct.
Antiq., XI, 211; GORRES, Kirche und Staat im Westgotenreich von Eurich bis
Leovigild in Theol, Stud. u. Krit. (Gotha, 1893), 708-34; GAMS,
Kirchengeschichte Spaniens, I, II (Augsburg, 1862), 4; LECLERCQ, L'Espagne
chrétienne (Paris, 1906); ASCHBACH, Gesch. der Westgoten (Frankfort, 1827).
FOR OSTROGOTHS: Vita S. Severini in Mon. Germ, Hist.: Auct. Antiq., 1;
PAPENCORDT, Gesch, der stadt Rom. (Paderborn, 1857), 62 sq.; PFEILSCHRIFTER, Der
Ostrogotenkönig Theodoric der Grosse und die Katholische Kirche in
Kirchengeschichtliche Studien, III (Münster, 1896), 1, 2; GRISAR, Geschichte
Roms und der Papste im Mittelalter, I (Freiburg im Br., 1901), 86, 481.
AMONG THE LOMBARDS: ST. GREGORY THE GREAT, Dialogues, III, 27, 28, 37, 39; iv,
21-23, see HODGKIN, op. cit., VI, 97, 104; PAUL THE DEACON, Historia
Langobardorum, I-IV in Mon. Germ. Hist.: Script. Langob. et Ital. (Hanover,
1878), 45 Sq., see HODGKIN, op. cit., V. 68-80; DAHN, op. cit.; GRISAR, op. cit.
AMONG THE VANDALS: IDATIUS in Mon. Germ, Hist.: Auct. Antiq., XI, 13-36; MIGNE,
P. L., LI; VICTOR VITENSIS, Historia persecutionis Africanœ provinciœ, ed, HALM
in Mon. Germ. Hist., loc. cit., III; PETSCHENIG, Corpus Script. eccles. lat.,
VII (Vienna, 1881); MIGNE, P. L., LVII; PROSPER, Chronicon in Mon. Germ. Hist.,
loc. cit.. IX; MIGNE, P. L., LI; RUINART, Hist. persec. Vand. in P. L., LVIII;
PAPENCORDT, Gesch. der Vandalischen Herrschaft in Afrika (Berlin, 1837); DAHN,
op. cit.; HODGKIN, op. cit., II, 229-30, 269-82; LECLERCQ, L'Afrique chrétienne,
II (Paris, 1904); IDEM, Les Martyrs, III (Paris, 1904); DUCHESNE, op. cit., III,
626-45.
IN ARABIA: FELL, Die Christenverfolgung in Südarabien in Zeitsch. der deutschen
morgent. Gesellechaft (1881), XXV. (See ARABIA.)
UNDER THE MOHAMMEDANS: PARGOIRE, L'Eglise byzantine, (Paris, 1905), 153-6,
275-9; LECLERCQ, L'Afrique chrétienne, II (Paris, 1904); IDEM, Les Martyrs, IV
(Paris, 1905). For Spain: See EULOGIUS and Bibliography; Vita S. Eulogii, by
ALVARUS in P. L., CXV, 705 sq.; EULOGIUS, Memoriale Sanctorum seu libri III de
martyribus cordubensibus; MIGNE, P. L., CXV, 731; Dozy, Histoire des Mussulmans
d'Espagne, II (Leyden, 1861); GAMS, Kirchengesch. Spaniens, II (Ratisbon, 1864);
HAINES, Christianity and Islam in Spain, 756-1031 (London, 1889); LECLERCQ,
L'Espagne chrétienne (Paris, 1906).
ICONOCLASTS: Theodori Studitœ Epistola, P. G., XCIX; TOUGARD, La Persécution
iconoclaste d'après la correspondance de S. Théodore Studite in Revue des
Questions historiques, L (1891), 80, 118; HERGENROTHER, Photius, I, 226 sqq. (Ratisbon,
1867); LOMBARD, Constantin V, Empereur des Romains (Paris, 1902); PARGOIRE,
L'Eglise byzantine de 527-847 (Paris, 1905), contains abundant references to
lives and acts of martyrs.
MODERN PERIOD: BRÜCK-KISSLING, Gesch. der kath. Kirche im neunzehnten Jahrh. (5
vols., Mainz and Münster, 1908); MACCAFFREY, History of the Catholic Church in
the Nineteenth Century (2 vols., Dublin, 1909); GOYAU, L'Allemagne religieuse (3
vols., Paris, 1906).
JAMES BRIDGE
Transcrito por Douglas J. Potter
Dedicado al Sagrado Corazón de Jesucristo
Traducción: Mauricio Acosta Rojas