Lavabo
EnciCato
(del latín lavaré)
La primera palabra del fragmento del Salmo 25 que reza el celebrante de la Misa
mientras se lava las manos después del ofertorio, de esta lleva su nombre toda
la ceremonia.
El principio del lavado de las manos antes de celebrar la Santa Liturgia, es
primeramente una obvia precaución práctica de limpieza también interpretada
simbólicamente, sucede naturalmente en todos los ritos. En los ritos orientales
esto se hace al principio como parte de la vestidura; generalmente acompañada
por el mismo fragmento del Salmo 25, versos 6-12, que se reza en el occidente
posterior al ofertorio. En la Constitución Apostólica, VIII, 11, las manos del
celebrante se lavan justo antes de la despedida de los catecúmenos (Brightman,
13), en los ritos siríaco y copto se lavan después del Credo (ib. , 82 y 162).
Cirilo de Jerusalén también menciona un lavado que se hace en presencia de las
personas (Cat. Myst., v). También, en el rito romano el celebrante se lava las
manos antes de la vestidura, pero con otra oración (“Da Domine, viertutem,
etc.”, en el Misal entre las “Orationes ante Misam”). En Roma, durante la Misa,
la razón del segundo lavado sin lugar a dudas fue su necesidad especial debido a
la larga ceremonia recibiendo hogazas y recipientes de vinos de parte de la
gente durante el ofertorio (todo esto ausente en los ritos Orientales). Las
primeras ordenes romanas describen un lavado general de las manos por el
celebrante y diáconos inmediatamente después que han recibido y llevado las
ofrendas al altar (“Ordo Rom. I, 14; Orden de San Amando, en Duquense, “Origenes
du Culte”, 443, etc.; en el “St Amand Ordo” el Pontífice se lava las manos antes
y después del ofertorio). Aún no hay mención de recitación de salmo u oración
alguna. En el rito gálico las ofrendas se preparaban antes de la Misa, como en
Oriente; por ende no había ofertorio ni oportunidad para el posterior lavabo. En
Milán hay un ofertorio tomado de Roma, pero no hay lavado de manos en este
momento, la liturgia mozárabe también tiene un ofertorio romanizante y un lavado
pero sin oraciones (“Missale Mixtum”, P.L., LXXXV, 538). En la Edad Media el
rito romano tenía dos lavados de manos en el ofertorio. Uno antes, mientras el
diácono esparcía los corporales en el altar y otro inmediatamente después de la
incensación después del ofertorio (“Durandus Rationale”, IV, 28; Benedicto XIV,
“De SS. Missæ Sacrif.”, II, 11). El primero de ambos ha desaparecido. El segundo
se acompañaba con los versos 6-12 del Salmo 25. Este salmo es inicialmente
mencionado por los comentaristas medievales (e.g. Durandus, loc. Cit.). No hay
duda que fue recitado desde muy temprano como una devoción según la ocasión.
Hemos notado que este acompaña el lavado previo a la Liturgia en el rito
bizantino. Benedicto XIV apunta que tan tarde como en su tiempo, siglo XVIII,
“en algunas Iglesias solo se recitan algunos versos” (loc. Cit.), aunque el
Misal requiere que todos los versos (es decir del verso 6 hasta el fin) sean
recitados. Cirilo de Jerusalén (loc. Cit.), ya explica el lavarse como un
símbolo de pureza del alma; todos los escritores medievales (Durandus, loc. cit.;
Santo Tomas de Aquino, “Suma Theol.”, III, Q. lxxxiii, art. 5, ad lum; etc.),
insisten en esta idea.
La regla actual es la siguiente: en una Misa mayor (o cantada), luego del
ofertorio, tan pronto como el celebrante haya hecho la incensación del altar y
de sí mismo en el epistolario, permanece hasta que sus manos hayan sido lavadas
por los acólitos que deben de estar esperando en la mesa de credencia. El primer
acólito echa agua del contenedor sobre los dedos del celebrante hacia el pequeño
plato, el segundo le provee un paño para secarse los dedos. Mientras tanto, el
celebrante recita: “Lavabo inter inocentes”, etc., hasta el fin del salmo, con
un “Gloria al Padre” y “Sicut erat”. El Gloria no se utiliza en las misas para
los difuntos y en misas de tempore desde el Domingo de Ramos hasta el Sábado de
Gloria exclusivamente (“Ritus celebrandi”, VII, 6, en el Misal). Un Obispo en
una Misa mayor utiliza la “preciosa” mitra (mitra pretiosa) durante su
incensación y lava sus manos (Cærim. Episc., II, 8, 64): en este caso unas
vasijas de plata más grandes son normalmente utilizadas, pero el “Cærimoniale
Episcoporum” no lo menciona. En misas menores, ya que no hay incienso, el
celebrante va al lado del epistolario y se lava las manos de la misma manera
inmediatamente después de la oración “Veni sanctificator”. Para su conveniencia
el ambón (tipo de atril fijo), contiene las oraciones recitadas cuando se
bendice el agua antes de añadirse al cáliz (“Deus qui humanæ substantiæ”) y los
versos “Lavabo”, etc.
GIHR, "Das heilige Messopfer" (Freiburg im Br., 1897), 502-05; BENEDICT XIV, "De
SS. Missæ Sacrificio", II, 11 (ed. SCHNEIDER, Mainz, 1879, pp. 146-48); DURANDUS,
"Rationale divinorum officiorum", IV, 28, DE HERDT, "S. Liturgiæ praxis", I (9th
ed., Louvain, 1894), 307-08; 464-64; DUCHESNE, "Origines du Culte chretien"
(Paris, 1898), 167, 443.
ADRIAN FORTESCUE
Transcrito por Tony de Melo
Traducido por Anónimo de Borinquen