Eucaristía
EnciCato
(Gr. eucharistia, thanksgiving).(Del griego eucharistia, acción de gracias)
Es el nombre que se da al Santo Sacramento del Altar, que recoge su doble
aspecto de sacramento y sacrificio de la misa, y en el cual Jesucristo está
realmente presente bajo apariencia de pan y vino. Se emplean otros títulos, como
"Cena del Señor" (Caena Domini), "Mesa del Señor" (Mensa Domini), "Cuerpo del
Señor"(Corpus Domini) y "Santísimo" (Sanctissimum), a los cuales se puede añadir
las siguientes expresiones con su significado original algo alterado: "Agape"
(fiesta del amor), "Eulogia" (bendición), "fracción del pan", "Synaxis"
(asamblea), etc.; pero el antiguo título de "Eucaristía", que aparece en autores
tan tempranos como Ignacio, Justino e Ireneo, ha tomado precedencia en la
terminología de la Iglesia y sus teólogos. La expresión "Santo Sacrificio del
Altar", introducida por Agustín, se encuentra hoy en día reducida al ámbito
popular y catequético. Esta extensa nomenclatura, que describe este gran
misterio desde tantos puntos de vista diferentes es, en sí misma, prueba
suficiente de la posición central de la Eucaristía desde las primeras épocas,
tanto en el culto divino y los servicios de la Iglesia como en la vida de fe y
devoción de sus miembros.
La Iglesia honra a la Eucarisía como uno de sus más elevados misterios, ya que
por su majestad e incomprensibilidad acompaña a los misterios de la Trinidad y
la Encarnación. Estos tres misterios constituyen una triada maravillosa, que
hace lucir a la característica esencial del cristianismo como religión de
misterios que trascienden con mucho las capacidades de la razón, con todo su
esplendor, y eleva al catolicismo, el más fiel guardián y custodio de nuestra
herencia cristiana, muy por encima de todas las religiones paganas y no
cristianas.
La conexión orgánica de esta triada misteriosa se aprecia claramente, si
consideramos la divina gracia bajo su aspecto de comunicación personal de Dios.
Así, en el seno de la Trinidad beatísima, Dios Padre, por virtud de la
generación eterna, comunica su naturaleza divina a Dios Hijo, "el único Hijo que
está en el seno del Padre" (Juan i, 18),mientras que el Hijo de Dios, en virtud
de la unión hipostática, comunica a su vez la naturaleza divina recibida del
Padre a su naturaleza humana formada en el vientre de la Virgen María (Juan i,
18), para que así, como Dios y Hombre, escondido en las especies eucarísticas,
pueda entregarse a su Iglesia, quien, como tierna madre, cuida místicamente en
su seno este su mayor tesoro, y a diario lo expone a sus hijos como alimento
espiritual para sus almas. Así, Trinidad, Encarnación y Eucaristía están unidas
como una cadena preciosa, que de manera prodigiosa une el cielo y la tierra, a
Dios con el hombre, ligándoles de la manera más íntima, y manteniendo esa unión.
Por el hecho de que el misterio eucarístico trasciende toda razón, ningún
teólogo católico puede aventurar una explicación racional, basada en hipótesis
meramente naturales, ni tratar de abarcar una de las más sublimes verdades de la
religión cristiana como la conclusión espontánea de un proceso lógico.
La ciencia moderna de las religiones comparadas intenta descubrir, en la medida
de lo posible, "paralelismos histórico-religiosos" en las religiones paganas,
que se correspondan con los elementos teoréticos y prácticos del cristianismo, y
así dar una explicación natural a éste por medio de las primeras. Incluso cuando
se pueda apreciar una analogía entre el banquete eucarístico y el nectar y la
ambrosía de los dioses de la antigua Grecia, o el haoma de los iraníes, o el
soma de los hindúes, hay que ser muy cuidadososo de no tratar una mera analogía
como un paralelismo estrictamente dicho, ya que la Eucaristía cristiana nada
tiene en común con esas comidas paganas, cuyos orígenes hay que buscalos en el
culto idólatra y a la naturaleza. Lo que descubrimos particularmente es una
nueva demostración de la razonabilidad de la religión católica, a partir de la
circunstancia de que Jesucristo, de modo prodigiosamente condescendiente,
responde al apetito natural del corazón humano con un alimento que alimenta para
la inmortalidad, un apetito expresado en muchas religiones paganas, entregando
su humanidad, su propia carne y sangre. El cristianismo ha adoptado todo lo que
es bello, todo lo que es verdadero de las religiones naturales, y como un espejo
cóncavo ha reunido los resquicios de verdad dispersos y con frecuencia no
distorsionados en su foco común, para reflejarlos de nuevo ya resplandecientes
en un rayos de luz perfecta.
Sólo la Iglesia, pilar y fundamento de la verdad, penetrada y dirigida por el
Espíritu santo, garantiza a sus hijos a través de su magisterio infalible la
divina revelación plena e inalterada. En consecuencia, la primera obligación de
los católicos es afirmar lo que la Iglesia propone como la "norma próxima de fe"
(regula fidei proxima), que, en referencia a la Eucaristía, se trató de manera
particularmente clara y detallada en las sesiones XIII, XXI y XXII del Concilio
de Trento. La quintaesencia de estas decisiones doctrinales reside en que en la
Eucaristía el cuerpo y la sangre del Dios hecho hombre están verdadera, real y
sustancialmente presentes para alimento de nuestras almas, en virtud de la
transubstanciación del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y en
este cambio de sustancias también se contiente el Sacrificio incruento de la
Nueva Alianza.
J. POHLE
Transcrito por Charles Sweeney, SJ
Traducido por Javier Olabe