Elías

 

(Hebreo.'Eliahu, "Yahveh es Dios"; también llamado Elijah).

 

Es el profeta más grande y maravilloso del Antiguo Testamento. Lo que conocemos de su vida pública está esbozado en algunas narrativas populares, especialmente, en el Primer Libro de Reyes. Estas narrativas que llevan el sello de una edad casi contemporánea, tomaron forma, muy probablemente, en el norte de Israel, y están llenas de detalles muy gráficos e interesantes. Cada momento de la vida del profeta allí narrado, expresa la descripción del escritor de Eclesiástico: "Después surgió el profeta Elías como fuego, su palabra abrasaba como antorcha" (48, 1). Esos momentos requerían semejante profeta. Acab, bajo la perniciosa influencia de Jezabel, su esposa cananea, quizás no pensando abandonar totalmente el culto a Yahveh, había erigido en Samaria, no obstante, un templo al cananeo Baal (I Reyes 16, 32) e introdujo una multitud de sacerdotes extranjeros (18, 19); indudablemente él había ofrecido sacrificios de vez en cuando a la deidad pagana, y, además, consagró una persecución sangrienta contra los profetas de Yahveh. querer abandonar, completamente, el culto a Yahveh, había erigido en Samaria, no obstante, un templo al cananeo dios Baal (1 Reyes, xvi, 32) e introdujo una multitud de sacerdotes extranjeros (xviii 19); indudablemente, él había ofrecido sacrificios de vez en cuando a la deidad pagana, pero además, consagró una persecución sangrienta contra los profetas de Yahveh.

Sobre el origen de Elías se conoce poco, sólo que era de Tisbe; de Tisbe de Neftalí (Tob 1, 2) o de Tisbon de Galaad, aunque nuestros textos lo tengan, no es completamente cierto, la mayoría de los estudiosos, basados en la autoridad de la Septuaginta y de Josefo, prefieren la última opinión. Algunas leyendas judías, haciéndose eco de escritos cristianos, afirman que Elías era de origen sacerdotal; pero no hay ninguna otra justificación, para tal afirmación, que el hecho de haber ofrecido sacrificios. Todo su estilo de vida, se parece un poco al de los Nazareos, una clamorosa protesta contra la corrupción de su época. Su manto de pelo y faja de piel ceñida a su cintura (II Reyes 1, 8), su pie veloz (I Reyes 18, 46), su hábito de morar en grietas de arroyos (17, 3-6) o en cuevas de montañas (19, 9), o dormir debajo de precarios refugios (19, 5), descubre al verdadero hijo del desierto. Aparece abruptamente en la escena de la historia para anunciar, a Acab, que Yahveh había determinado vengar la apostasía de Israel y su rey, trayendo una larga sequía en la tierra. Después que entregó su mensaje, el profeta desapareció tan de repente, como apareció. Guiado por el espíritu de Yahveh, se dirigió al arroyo Querit, al este de Jordania, y los "cuervos (algunos críticos traducirían, improbablemente: árabes o comerciantes) le llevaban pan por la mañana y carne por la tarde, y bebía del torrente" (17, 6).

Después que el arroyo se hubo secado, Elías, bajo la Divina dirección, atravesó Sarepta, dentro del dominio cananeo. Allí fue recibido hospitalariamente por una viuda pobre a quien el hambre había reducido a su última comida (17, 9); él recompensó su caridad aumentando su provisión de comida y aceite durante todo el tiempo que duró la sequía y reinó la hambruna, después, también restituyó la vida, al hijo de ella. (17, 17-24). Durante tres años, no cayó lluvia o rocío alguno sobre Israel, y la tierra estuvo absolutamente seca. Entretanto, Acab había hecho infructuosos esfuerzos recorriendo el país en busca de Elías. Desde lejos, el último resolvió confrontar una vez más con el rey, y apareciendo de repente ante Abdías, lo mandó que convocara a su amo (18, 7, ss.). Cuando se encontraron, Acab reprendió agriamente al profeta como causante del infortunio de Israel, pero el profeta invirtió la carga: "No soy yo el azote de Israel, sino tú y la casa de tu padre, por haber abandonado a Yahveh y haber seguido a los Baales" (18, 18). Aprovechando el silencio y vergüenza del rey, Elías le ofreció convocar a los profetas de Baal al Monte Carmelo, para una confrontación decisiva entre su dios y Yahveh. La prueba tuvo lugar frente a una gran concurrencia del pueblo (ver MONTE CARMELO) a quien Elías, en términos muy duros, indujo a elegir: "¿Hasta cuándo vais a estar cojeando con los dos pies? Si Yahveh es Dios, seguidle; si Baal, seguid a éste." (18, 21). Entonces ordenó a los profetas paganos que invocaran a su deidad; él invocaría el nombre de su Señor; y Dios contestaría a través de fuego, "Y el dios que responda por el fuego, ese es Dios" (24). Un altar había sido levantado por los adoradores de Baal donde la víctima fue colocada; pero sus gritos, bailes salvajes y locas automutilaciones, a lo largo del día, no dieron resultados: "No se oyó ninguna voz, ninguna respuesta, ninguna atención a sus oraciones" (29). Elías reparó el altar en ruinas de Yahveh, que se levantaba allí, y preparó su sacrificio; cuando llegó el tiempo de ofrecer la oblación de la tarde, mientras estaba orando seriamente, "el fuego del Señor cayó, y consumió el holocausto, la madera, las piedras, el polvo y lamió el agua que había en la zanja" (38). La consecuencia fue que luchó y venció. El pueblo, enloquecido por el triunfo y bajo las órdenes de Elías, cayó sobre los profetas paganos matándolos en el arroyo Cisón. Esa misma tarde la sequía cesó y en medio de un fuerte aguacero, el extraño profeta corrió ante Acab a la entrada de Jezreel.

El triunfo de Elías no duró mucho. La ira de Jezabel, que había jurado quitarle la vida (19, 2), lo compelió a huir de inmediato, y buscar refugio más allá del desierto de Judá, en el santuario del Monte Horeb. Allí, en la soledad de la sagrada montaña, con espíritu quebrantado, vertió su queja ante el Señor que lo fortaleció con una revelación y restauró su fe. Tres mandatos le fueron impuestos: ungir a Hazael como Rey de Siria, a Jehú, como Rey de Israel, y a Eliseo como su propio sucesor. Rápidamente, Elías parte para ejecutar estos nuevos encargos. Rumbo a Damasco se encuentra con Eliseo en el arado, y echándole su manto encima, convierte, en fiel discípulo e inseparable compañero, a quien confiará el cumplimiento de su propia tarea. El traicionero asesinato de Nabot fue ocasión para una nueva reaparición de Elías en Jezreel, como campeón de los derechos del pueblo y del orden social y para anunciar a Acab su sentencia inminente: la casa de Acab caerá. En el lugar donde los perros lamieron la sangre de Nabot, los perros también lamerán la sangre del rey; ellos comerán a Jezabel en Jezreel; su posteridad entera perecerá y sus cuerpos serán dados a las aves del aire (21, 20-26). Herido en su conciencia, Acab se acobardó ante el hombre de Dios, y en vista de su penitencia la amenaza sobre la ruina de su casa, se demoró. La siguiente vez que oímos hablar de Elías, es en conexión con Ocozías, el hijo y sucesor de Acab. Habiendo recibido lesiones severas por una caída, este príncipe envió mensajeros al altar de Baalzebub, dios de Ecrón, para inquirir si se iba a recuperar, pero fueron interceptados por el profeta ,que los envió de regreso a su amo con la notificación que sus lesiones evidentemente, serían fatales. Varias bandas de hombres, enviadas por el rey para capturar a Elías, fueron heridas con fuego del cielo; finalmente el hombre de Dios se presentó ante Ocozías para confirmar su amenazante mensaje. Otro episodio registrado por el cronista (II Crónicas 21, 12) relata cómo Joram, el Rey de Judá que había consentido cultos a Baal recibió de Elías una carta donde advierte que todos los de su casa serían castigados por una calamidad, y él condenado a una muerte prematura.

Según II Reyes 3, la carrera de Elías concluyó antes de la muerte de Josafat. Esta afirmación es dudosa - pero no imposible - para armonizar con la narrativa precedente. No obstante que esto puede ser, Elías desapareció, todavía, más misteriosamente, que como apareció. Tal como Enoch, él fue "transpuesto", por que no debía probar muerte. Cuando él estaba conversando con Eliseo, su hijo espiritual, en las colinas de Moab, "un carro de fuego con caballos de fuego se interpuso entre ellos; y Elías subió al cielo en el torbellino" (II Reyes 2, 11), y todos los esfuerzos que hicieron los escépticos hijos de los profetas por encontrarlo, descreyendo el relato de Eliseo, fueron inútiles. La memoria de Elías se ha mantenido siempre viva en las mentes, tanto de judíos como de cristianos. Según Malaquías, Dios conservó al profeta vivo para confiarle, al final de los tiempos, una misión gloriosa, (4, 5-6); en el período del Nuevo Testamento, esta misión, se creyó, que precedería inmediatamente al Adviento Mesiánico (Mt 17, 10.12; Mc 9, 11); según algunos comentaristas cristianos, consistiría en convertir a los judíos (St. Jer., en Malaquías 4, 5-6); los rabinos, finalmente, afirman que su objeto será dar las explicaciones y respuestas observadas por ellos, hasta ahora. I Mac 2, 58, exalta el celo de Elías por la Ley, y Ben Sira entrelaza, en una bonita página, la narración de sus acciones y la descripción de su misión futura (Eccles 48, 1-11). Elías todavía es en el Nuevo Testamento, la personificación del siervo de Dios (Mateo 16, 14; Lucas, 1, 17; 9, 8; Juan, 1, 21). No sorpresa, por consiguiente, que él haya aparecido con Moisés al lado de Jesús en el día de la Transfiguración.

Tampoco nosotros encontramos, solamente, en la sagrada literatura y los comentarios, las evidencias del eminente lugar que Elías ganó para sí, en la memoria, de todos los tiempos. Hasta el momento, el nombre de Jebel Mar Elyas, normalmente dado por los árabes modernos al Monte Carmelo, perpetúa la memoria del hombre de Dios. Varios lugares en la montaña: La Gruta de Elías; El-Khadr, la supuesta escuela de los profetas; El-Muhraka, el sitio tradicional del sacrificio de Elías; nombrado el-Kassis, o Montículo de los Sacerdotes -donde se dice que él ha matado a los sacerdotes de Baal- todavía es grandemente venerado, tanto por los cristianos de todas las denominaciones como por los musulmanes. Todos los años, los cercanos al Líbano ( se congregan en El-Muhraka para desarrollar una conmemoración y ofrecer un sacrificio en honor de Elías. Todos los musulmanes tienen al profeta en gran reverencia; ninguno cercano al Líbano, en particular, se atrevería a romper una promesa hecha en el nombre de Elías. No sólo entre ellos, sino también entre judíos y cristianos, una cantidad de cuentos legendarios son asociados con el recuerdo del profeta. Los monjes Carmelitas alimentaron la creencia que su orden podría remontarse hacia atrás en sucesión intacta hasta Elías al cual ellos aclamaron como su fundador durante mucho tiempo. Opuestos los bolandistas, especialmente por Papenbroeck, la demanda sostenida por los Carmelitas de Flanders, no fue menos vigorosa, hasta que el Papa Inocencio XII, en 1698, estimó prudente imponer silencio a ambas facciones contendientes. Elías es honrado por las Iglesias griegas y las latinas, el 20 julio.

Las viejas listas del stichometrical y las escrituras eclesiásticas antiguas (Const. Apost., VI, 16,; Origen, Comm. en Mateo., 27, 9,; Euthalius; Epiphan., Haer., xliii) mencionan un apócrifo "el Apocalipsis de Elías", citas de las cuales se ha dicho, se encuentran en I Cor 2, 9; y Ef 5, 14. Perdido de vista desde los primeros siglos cristianos, este trabajo se recuperó en parte de una traducción cóptica encontrada (1893) por Máspero en un monasterio del Alto Egipto. Otros trozos, igualmente en cóptico, también se ha descubierto subsecuentemente. Lo que nosotros poseemos ahora de este Apocalipsis -y parece que tenemos, por lejos, la mayor parte de él -se publicó en 1899 por G. Steindorff; los pasajes mencionados en I Cor 2, 9; y Ef 5, 14; no aparecen allí; el Apocalipsis por otro lado, tiene una analogía llamativa con el "Sepher Elia" judío.

 

CHARLES L. SOUVAY
Transcrito por Paul T. Crowley
Dedicado a Nuestra Señora del Monte Carmelo y al Monasterio Carmelo de Santa Fe, NM,
Traducido por José Luis Anastasio