Altar (en la Liturgia)
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En la Nueva Ley, el altar es la mesa en que se ofrece el Sacrificio Eucarístico.
La Misa puede celebrarse a veces fuera de un lugar sagrado, pero nunca sin un
altar, o al menos una piedra que sirva de altar. En la historia eclesiástica
encontramos sólo dos excepciones: San Luciano (312) se dice que celebró la Misa
sobre su pecho, aunque fue en la prisión, y Teodoro, obispo de Tiro, en las
manos de sus diáconos (Mabillon, Praef. in 3 saec., n. 79). Según Radulfo de
Oxford (Prop. 25), San Sixto II (257-259) fue el primero en prescribir que la
Misa debía celebrarse en un altar y la rúbrica del misal (XX) es meramente una
nueva promulgación de la ley. Es signo, según Amalario (De Eccles. Officiis, I,
XXIV) de la Mesa del Señor (Mensa Domini), refiriéndose a la Última Cena o a la
Cruz (San Bernardo, De Coena Domini), o de Cristo (San Ambrosio, IV, De Sacram.
XII; Abad Ruperto, V, XXX). Este último significado explica el honor que se le
da incensándolo y las cinco cruces grabadas en él significan Sus cinco llagas.
La situación
En las antiguas basílicas, el sacerdote, cuando estaba de pie ante el altar, lo
hacia de frente a las personas. Las basílicas del Imperio Romano eran, como
norma, cortes de justicia o lugares de reunión. Eran generalmente espaciosas y
el área interior estaba separada por dos, o, incluso cuatro, filas de columnas,
formando una nave central y pasillos laterales. La parte opuesta a la entrada
tenía una forma semicircular, llamada ábside, y en esta parte, que se elevaba
sobre el nivel del suelo, se sentaban el juez y sus asesores, mientras a su
derecha se situaba un altar sobre el que se realizaba el sacrificio que se
ofrecía antes de tratar asuntos públicos importantes.
Cuando estos edificios públicos se adaptaron para las asambleas cristianas, se
hicieron ligeras modificaciones. El ábside fue reservado para el obispo y su
clero; los creyentes ocuparon el centro y los pasillos laterales, en tanto que
el altar se situaba entre el clero y el pueblo. Después en los templos el altar
fue situado contra el ábside, o al menos cerca de la pared, para que el
sacerdote cuando celebrara mirara al este, y detrás de él se situó el pueblo. En
los primeros tiempos había solo un altar en cada iglesia. San Ignacio Mártir,
Cipriano, Ireneo y Jerónimo hablan de sólo un altar (Benedicto XIV, De Sacr.
Misssae, no. 1, XVII). Algunos piensan que existió más de un altar en la
catedral de Milán en tiempos de San Ambrosio, porque a veces usa la palabra
altaria, aunque otros son de la opinión de que altaria significa aquí un altar.
Hacia el fin del siglo sexto encontramos evidencias de una pluralidad de
altares, San Gregorio Magno envió reliquias para cuatro altares a Paladio,
obispo de Saintes, Francia, que había colocado en un templo trece altares,
cuatro de ellos estaban sin consagrar por falta de reliquias. Aunque había sólo
un altar en cada templo, se erigieron altares menores en capillas laterales que
eran edificios distintos (como es costumbre en Grecia y algunas Iglesias
Orientales, incluso en el presente) en los que solo podía celebrarse una Misa
por día (Benedicto XIV, Ibídem). El hecho que en las edades tempranas de la
Cristiandad sólo el obispo celebrara la Misa, ayudado por su clero que recibía
la Sagrada comunión de las manos del obispo, es la razón por la cual se erigió
un solo altar en cada iglesia, pero después de la introducción de las Misas
privadas, surgió la necesidad de varios altares en cada templo.
El material de los altares
Aunque no existen documentos que indiquen el material con que los altares
estaban construidos en los primeros siglos de la Cristiandad, es probable que
fueran hechos de madera, como el usado por Cristo en la Última Cena. En Roma
todavía se conserva una mesa de madera en la Basílica de Letrán y fragmentos de
otra mesa se conservan en la iglesia de Santa Pudenciana, en la que se dice que
San Pedro celebró la Misa. Durante las persecuciones, cuando los cristianos
fueron obligados a moverse de un lugar a otro y la Misa era celebrada en
criptas, casas privadas, el aire libre y catacumbas, excepto cuando se usaban
los arcosolios (vea debajo, CLASES DE ALTAR), es natural suponer que estaban
hechos de madera, probablemente cofres de madera que los obispos llevaban con
ellos y sobre cuya tapa se celebraba el Sacrificio Eucarístico. San Optato de
Mileve (De Schismate Donatistarum) reprueba a los Donatistas por romper y usar
para leña los altares de las iglesias católicas y San Agustín (Epist. CLXXXV)
relata que el obispo Maximiano fue apaleado con la madera del altar bajo el que
se había refugiado. Tenemos razones para suponer que, en los lugares en que las
persecuciones no fueron feroces, se usaban también altares de piedra. San
Gregorio Taumaturgo, en el siglo tercero, construyó una vasta basílica en Neo-Cesarea
en la que es probable que fueran levantados altares más sólidos. San Gregorio de
Nisa habla de la consagración de un altar hecho de piedra (De Christi Baptismate).
Pulqueria, hermana de Teodosio II, regaló un altar de oro a la Basílica de
Constantinopla; Santa Helena donó altares dorados, ornamentados con piedras
preciosas, a la iglesia que se erigió en el lugar dónde la Cruz había estado
oculta durante trescientos años; los papas San Sixto III (432-440) y San.
Hilario (461-468) regalaron varios altares de plata a las iglesias de Roma.
Siendo que la madera está sujeta a la corrupción, los metales bajos a la
corrosión y los metales más preciosos eran demasiado caros, la piedra se
convirtió con el paso del tiempo en el material usual para el altar. Además, la
piedra perdura y, según San Pablo (I Cor. 10, 4), simboliza a Cristo --" Y la
piedra era Cristo."--- El Breviario romano (9 de noviembre) afirma que San
Silvestre (314-335) fue el primero en decretar que el altar debía ser de piedra.
Pero de tal decreto no hay ninguna evidencia documental y no se menciona en las
leyes canónicas en las que se insertan otros muchos decretos de este Papa. Es
cierto que después de esta fecha se erigieron altares de madera y o metal. El
decreto más temprano de un concilio que prescribió que un altar debe ser de
piedra para ser consagrado, es del concilio provincial de Epeaune (Pamiers),
Francia, en 517 (Labbe, Concil. tom. V, col. 771). La disciplina presente de la
Iglesia requiere que, para su consagración, el altar debe ser de piedra.
Clases de Altar
En los tiempos primitivos había dos tipos de altares:
El arcosolio o monumentum arcuatum que se formaban tallando, en la pared de toba
de los espacios más anchos en las catacumbas, un nicho sobre una tumba o
sarcófago. Éstos últimos contenían los restos de uno o varios mártires y se
elevaba unos tres pies sobre el suelo. Sobre él se colocaba una piedra
horizontal de mármol, llamada mensa, sobre la que se celebraba la Misa.
El altar separado de la pared en la cubicula o capilla sepulcral, rodeada de
loculi y arcosolios, usado como lugar de culto en las catacumbas o en las
iglesias erigidas sobre tierra después del tiempo de Constantino. Este segundo
tipo de altar consistía en un bloque cuadrado o rectangular de piedra o mármol
que descansaba sobre columnas, en número de una a seis, o en una estructura de
obra en que se introducían reliquias de mártires. A veces se colocaban dos o
cuatro losas de piedra verticalmente bajo la mesa, formando un arca de piedra.
En los oratorios privados la mesa a veces estaba hecha de madera y descansaba en
un soporte de madera. Dentro de este apoyo se ponían reliquias de mártires y,
para poder exponerlas para ser contempladas, se colocaban puertas plegables en
el frontal.
El Liber Pontificalis establece que San Félix I decretó que la Misa debía
celebrarse sobre las tumbas de los mártires. Esto, sin duda, provoco dos cosas:
un cambio de forma, de una simple mesa a un arca o tumba, y la norma de que cada
altar debía contener reliquias de mártires. Normalmente el altar se levantaba
sobre escalones desde los que el obispo predicaba en ocasiones (vea
ALTAR-ESCALONES). Originalmente estaba hecho en forma de mesa ordinaria, pero
gradualmente se introdujo un escalón debajo y se levantó ligeramente sobre él
(ver ALTAR-ANAQUEL). Cuando fue introducido el tabernáculo, el número de estos
escalones fue aumentado. El altar se cubre, al menos en las basílicas y también
en las iglesias grandes, por una canopia apoyada en columnas, llamada ciborio
(ver ALTAR - CANOPIA) en que se colocaban o se suspendían jarrones, coronas,
cestas de plata, como decoración. En el medio del mencionado ciborio se
suspendía una paloma de oro o de plata para servir como píxide en la que se
reservaba el Santísimo Sacramento. Se colocaban velos o cortinas a las columnas
que soportaban el ciborio (Ver ALTAR-CORTINA) El altar se rodeaba a menudo por
barandas de madera, o metal, llamada cancelas, o por paredes bajas de mármol
jaspeado, llamadas tranennae. Según la disciplina presente de la Iglesia, hay
dos tipos de altares, el fijo y el portátil. Ambas denominaciones tienen un
doble significado, es decir un altar puede ser fijo o portátil o en un sentido
amplio o en sentido litúrgico. Un altar fijo, en un sentido amplio, es uno que
está sujeto a una pared, el suelo o a una columna, esté consagrado o no; en
sentido litúrgico, es una estructura de piedra, permanente, que consiste en una
mesa consagrada y un soporte que debe construirse con cimientos sólidos. Un
altar portátil en sentido amplio es uno que puede llevarse de un lugar a otro;
en sentido litúrgico es un ara consagrada, suficientemente grande para contener
la Sagrada Hostia y la parte mayor de la base del cáliz. Se inserta sobre un
altar que no es un altar consagrado fijo.
Los componentes de un altar fijo, en sentido litúrgico, son la mesa (mensa), el
soporte (stipes) y el sepulcro. (Ver ALTAR-CAVIDAD.) La mesa debe ser una sola
losa de piedra unida firmemente con cemento al soporte, para que la mesa y el
soporte formen una sola pieza. La superficie de esta mesa debe ser perfectamente
plana y pulida. Se graban cinco cruces griegas en su superficie, una en cada una
de las cuatro esquinas, aproximadamente seis pulgadas de los bordes, pero
directamente sobre el soporte, y una en el centro. El soporte puede ser una
pieza sólida o puede consistir en cuatro o más columnas. Éstas deben ser de
piedra natural, firmemente unida a la mesa. No se precisan infraestructuras, sin
embargo, pueden consistir en una pieza, en todo caso construida solidamente para
hacer la estructura permanente. El apoyo puede tener cualquiera de las formas
siguientes:
En cada esquina una columna de piedra natural y los espacios entre las columnas
pueden rellenarse con cualquier tipo de piedra, ladrillo, o cemento;
el espacio entre las dos columnas delanteras puede dejarse abierto, para poner
bajo la mesa (expuesto) un relicario que contiene el cuerpo (o una parte del
cuerpo) de un santo;
además de las cuatro columnas, uno en cada esquina, una quinta columna puede
ponerse al frente en el centro. En este caso la parte de atrás y, si también se
desea, los lados, puede rellenarse de piedra, ladrillo, o cemento;
si la mesa es pequeña (debe ser en todo cada más grande que el ara de un altar
portátil), se le ponen cuatro columnas bajo, una en cada esquina y, para
conseguir el tamaño requerido, pueden agregarse marcos de piedra u otro material
a cada lado, estas partes agregadas no se consagran, y pueden construirse
después de la ceremonia de consagración;
si la mesa es deficiente en anchura, se le ponen cuatro columnas debajo, una en
cada esquina, y se agrega un marco de piedra u otro material a la parte de
atrás. Esta parte no se consagra y puede construirse después de la consagración
del altar.
En los dos últimos casos pueden rellenarse los espacios entre las columnas con
ladrillo o cemento o pueden dejarse abiertos. En todo caso, la infraestructura
pueden ser una masa sólida,o el interior puede estar hueco, pero esta cavidad no
puede usarse como armario por guardar artículos de cualquier tipo, incluso si
pertenecen al altar. Ni en las rubricas ni la Sagrada Congregación de Ritos
prescriben ninguna dimensión para el altar. Ha de ser, sin embargo,
suficientemente grande para permitir a un sacerdote celebrar convenientemente el
Santo Sacrificio en él, de tal una manera que todas las ceremonias pueden ser
observadas dignamente. Así, los altares en los que se celebran servicios
solemnes exigen ser de dimensiones mayores que otros altares. De las palabras
del Pontifical inferimos que el altar mayor debe estar libre por todos los lados
(Pontifex circuito septies tabulam altaris), pero la parte de atrás parte de los
altares menores puede construirse contra la pared.
(n.d.t: Las actuales reformas litúrgicas, tras el Concilio Vaticano II, han
cambiado algunas normas, Es destacable la que recupera que el celebrante se
sitúe mirando a la asamblea y, por consiguiente, obliga a que el altar quede
separado de la pared.)
A.J. SCHULTE
Transcrito por Michael C. Tinkler
Imagen digitalizada por Wm Stuart French, Jr.
Traducido por Quique Sancho