Sabemos que no existe una escuela formal que nos prepare a la misión de ser padres, a pesar de que ésta es una labor delicada y de gran responsabilidad. La preocupación por los hijos se ha manifestado desde antaño. Un ejemplo claro lo vimos en la película «La Pasión de Cristo». En ella observamos a la Santísima Virgen María cuidando, enseñando y acompañando a Jesús.
Generalmente, los padres preparan lo necesario para atender con amor y paciencia al hijo que vendrá y les dará la oportunidad de formar una familia. Sin embargo, es común que se cometan grandes errores en la formación de los pequeños porque, por desgracia, esta difícil tarea sólo se aprende sobre la marcha.
Comúnmente se escuchan frases como: «le daré a mi hijo lo que yo no tuve, no le faltará lo que a mí me faltó». Se le brindan entonces los mejores cuidados (pediatra, escuela, deportes, juguetes, estimulación temprana, educación artística, idiomas, etc.) y toda clase de cosas para un cuidado extraordinario, que desarrolle todas sus capacidades. Incluso las familias con menos recursos económicos se esfuerzan por darles lo mejor a sus hijos.
Hoy, los padres de familia le han dado gran importancia a la preparación académica. El índice de niños que no asisten con regularidad a la escuela ha decrecido en los últimos años. Sin embargo, con el correr del tiempo, la educación adolece cada vez más de una formación integral; mientras se le va dando un mayor espacio y prioridad a la cultura, ciencia y tecnología, se descuida casi por completo la vida espiritual.
La pedagoga María Montessori señala: «El hombre no ha de estar formado de cultura solamente. Hay algo más esencial, de importancia infinitamente mayor para la humanidad. El aspecto espiritual» (María Montessori, «El Niño». Diana p. 16).
Se debe reconocer que la mayoría de los papás y mamás no trabajan mucho en la formación espiritual de sus hijos, pues, por lo general, sólo «cumplen» con algunos sacramentos de iniciación cristiana como el Bautismo, la Confirmación y la Primera Comunión. Estos son vistos como si fueran un fin y no el principio –y el medio– de una vida profundamente cristiana.
Cuando se viven estos sacramentos en familia, se le permite actuar a la gracia de Dios. Así, los hijos admiran a sus padres –y éstos ejercen un liderazgo natural en su formación–, acompañan a sus progenitores a la celebración Eucarística dominical y aceptan con docilidad su autoridad, recomen-daciones y supervisión, sobre todo cuando hay de por medio amor, comprensión y respeto.
Sin embargo, la semilla de los valores evangélicos no germina por falta de medios que le permitan dar fruto. Si los padres dedican poco tiempo a sus hijos es muy probable que las amistades nocivas, los noviazgos a temprana edad, las corrientes ideológicas contrarias a la fe y el mal ejemplo de diversos personajes ganen su atención y los envuelvan con facilidad. Si a esto sumamos el hecho de que muchos padres no tienen recursos espirituales sólidos, tendremos como resultado hijos desorientados y padres desesperados que no saben cómo cumplir su misión.
No hay que quedarse con los brazos cruzados. Es necesario aprender a escuchar a los hijos con atención, estableciendo empatía con ellos, para que sean capaces de conocerse a sí mismos, crezca su autoestima y aprendan a tomar decisiones correctas.
Recordemos que «el amor de Dios para con
nosotros es el amor de un Padre que no tiene límites» (Czos. I, 14) y sobre
esta base podemos emprender un camino de innovación educativa, que se
caracterice por la plena confianza en el Señor. Hoy más que nunca los padres
necesitan:
1. Dar un testimonio de vida cristiana en el interior de su hogar y fuera de
él, con el fin de que sus miembros vivan en la transparencia y sin caretas. Es
conveniente reflexionar que: «Se destruye con el mal ejemplo, lo que se
construye con la palabra» (Czos. I, 589)
2. Aprender a orar, a sintonizar con Dios. La oración se convierte en el medio indispensable para alentar cada paso de la vida («Sólo las oraciones de mi madre me sostuvieron para no perder del todo la fe.» Inquietud Nueva No. 112, sección Testimonios, p. 61). Dios sabe el momento, el camino y lo que le otorga a cada persona en su súplica, pues «Si yo pongo mi confianza en Dios, Él me habla» (Czos. I, 1104).
3. Cuidar constantemente el tipo de música, películas, amistades, el uso de Internet, programas televisivos, eventos, lectura y diversiones de los hijos, sin hostigarles o interrogarlos al estilo policiaco, sino como padres–amigos que desean el bien. Esto para evitar que sus hijos sean arrastrados por caminos equivocados.
4. Asistir constantemente a la celebración Eucarística dominical junto con los hijos, reflexionar en pareja y en familia la Sagrada Escritura, acudir a retiros periódicamente, acercarse a un asesor espiritual.
Sin duda todo esto tiene su dificultad, no obstante, pensemos que es más costoso tratar de sacar a un hijo de la cárcel, de las drogas, de una enfermedad incurable, o a una hija de la prostitución, de un embarazo no deseado, etc. La paciencia es un ingrediente elemental en la formación de los hijos, pues: «La paciencia exige que busquemos nuevos caminos para realizar la tarea que Dios nos ha confiado» (Czos. 1I, 127).
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Acción Católica Mexicana Diócesis de Querétaro