Papás, ustedes también fueron adolescentes
Autor: Pedro Castañera
En
los últimos años se ha incrementado alarmantemente el número de suicidios en la
adolescencia, y también se ha incrementado notablemente el consumo de alcohol,
drogas, sexo. Y nos preguntamos, ¿qué está pasando?
Mucho se ha dicho acerca de la crisis en los adolescentes, y demasiado poco
acerca de la crisis en los padres que tienen hijos adolescentes. Y lo cierto es
que muchos de los temores, inseguridad y hasta contradicciones que manifiestan
la conducta del adolescente, obedece a la actitud que asumimos los mayores, al
no comprender lo que está sucediendo.
A veces los padres nos sentimos lastimados cuando el hijo o hija, que disfrutaba
siempre de las actividades familiares, prefiere ahora irse con sus amigos o
quedarse en casa, y nos sentimos tristes cuando notamos que se van aislando y ya
no quieren platicarnos lo que les pasa, y sentimos que sin razón, nos han
perdido la confianza.
Pero resulta curioso el hecho que nosotros los padres, habiendo pasado por todos
estos cambios en nuestra propia adolescencia, hayamos olvidado muchos temores y
motivos de inseguridad que vivimos en carne propia, y cuyo recuerdo hoy nos
sería de especial utilidad para acompañar y comprender a nuestros hijos en esta
etapa.
¿Por qué la mayoría de los adultos no conservamos recuerdos profundos de algunas
vivencias de la adolescencia? Seguramente porque ahora pretendemos juzgarlos
desde otra perspectiva adulta y tal vez nos resultan ridículas, o, habiendo sido
fuente de angustias o miedos, preferimos no recordarlas.
Cómo tratar a un adolescente
A continuación analizaremos algunos puntos para saber tratarlos y tener una
mejor relación con ellos.
a) Cambios físicos: Se le deben explicar por anticipado y con claridad, los
cambios tanto físicos como psíquicos que se producen en la pubertad, de
preferencia el padre al hijo y la madre a la hija, por razones de intimidad y
confianza. En la medida que ellos comprendan que su cuerpo será renovado con
nuevas características físicas, sexuales y psicológicas, este cambio debe de ser
para ellos un día de fiesta, de alegría en que han dejado de ser niños.
b) Conocerlos a profundidad: El padre de familia que no conoce al hijo que
educa, equivale al escultor que no conoce la piedra que esculpe. Los padres de
familia debemos conocer la estructura individual de “cada uno de nuestros hijos”
y no compararlos con nadie (amigos, primos, etc.), y mucho menos con algún
hermano; debemos recordar que todos somos únicos e irrepetibles. Para poder
llegar a conocer a nuestros hijos es importante saberlos escuchar. Normalmente
pasa que no soltamos el micrófono y nomás les echamos puros rollos, sermones,
los criticamos, los juzgamos, amenazamos, aconsejamos, pero nunca los
escuchamos. Si nosotros los escucháramos, lograríamos captar más sus
inquietudes, problemas, necesidades, etc., y los ayudaríamos a que tengan menos
miedo de expresar sus sentimientos y, por consiguiente, los conoceríamos más.
c) Darles confianza: Si damos por hecho que, “No se conoce el triunfo, si nunca
se ha fracasado”, debemos darles la confianza de que vayan realizando
actividades, trabajos con cierta independencia, que ellos mismos traten de
resolver sus problemas dando sus propias soluciones, tratarlos como si fueran
mayores de lo que son. Al principio con cierta vigilancia, y ésta debe de ir
desapareciendo gradualmente. Hay una frase de Robert Kennedy que dice: “No
apartes todas las piedras del camino de tu hijo, de lo contrario llegará a darse
en la cabeza con el muro de la vida”. Los padres tenemos la mala costumbre de
darles continuamente consejos y resolverles los problemas (inclusive hay quien
les hace la tarea). Los padres necesitamos ser solamente orientadores, y no
estarles diciendo toda la vida qué tienen que hacer y cómo comportarse. Debemos
acompañarlos en sus temores, compartir sus sentimientos de alegría, tristeza,
nostalgia, necesitamos que sientan en nosotros confianza como la siente con su
mejor amigo.
d) Demostrarles respeto: Los padres debemos evitar burlas, apodos, palabras
ofensivas, gritos y sobre todo castigos físicos. Si queremos ser respetados,
también nosotros debemos respetar. El hijo necesita estima y respeto en su
persona, en sus ideas, en sus proyectos, a veces descabellados, pero al fin
suyos; en sus sentimientos. Pero hemos de cuidar el no confundir esa necesidad
del hijo, el “sentir con”, que el “consentir”. Lo primero implica “empatía”,
sentir lo que el otro siente y acompañarlo en su sentimiento, sin aprobar o
desaprobar, pero evitando el rechazo y la sobreprotección afectiva.
e) Tener cierta tolerancia y paciencia: Muchas veces ante la menor falta o error
del hijo, recurrimos al rechazo y a la amenaza, sin darle oportunidad de hablar,
explicar su punto de vista o explicar tal vez sus razones. Debemos escuchar,
comprender y luego aceptar en lugar de criticar, tolerar ciertas conductas
negativas de poca importancia ya que irán desapareciendo progresivamente.
f) Reforzar sus aciertos: En varias ocasiones nos fijamos más en los errores que
comete el hijo, que en los aciertos que tiene, debemos jugar el papel de padre
positivo. A todos los seres humanos nos gusta que los demás reconozcan nuestros
aciertos y nos estimulen. El decirle a un hijo “eres un caso perdido”, hace que
pierda la confianza, baja su autoestima y con toda seguridad lo será; en cambio,
si se le dice “cada día te veo más obediente” o “estás mejorando”, lo estimulará
a seguir haciéndolo.
g) Armonía familiar: La mente del hijo es sumamente plástica, graba todo cuanto
ve, oye y siente y las escenas conflictivas le provocan angustia e inseguridad.
Además, los padres deben respetarse y respaldarse mutuamente en el cumplimiento
de la órdenes. El hijo debe ver en su familia un ambiente de armonía, respeto y
amor. Los desacuerdos conyugales deben ventilarse en la intimidad, nunca frente
a los hijos.
h) Facilitar toda clase de actividades: En esta etapa es muy importante que
tengan todo su tiempo ocupado en actividades escolares, y extraescolares
(deporte, música, canto, manualidades, etc.), pues, aparte de aprender cosas
nuevas, crea en ellos una disciplina, los tendrá ocupados física y mentalmente,
y facilitará a tener menos fantasías. Hay que recordar que la ociosidad es la
madre de todos los vicios, y más en esa edad, en la que tienen toda la energía y
vitalidad.
i) Inculcar valores religiosos y humanos: Estamos iniciando el siglo XXI, hemos
visto prodigiosos inventos y progresos en todos los ramos: medicina,
comunicación, computación, etc., pero en contraparte somos testigos de dolorosas
contradicciones y que son la pérdida de valores; nos encontramos con
drogadicción, pornografía, miseria, desintegración familiar, violencia,
corrupción, etc., y nos preguntamos: ¿qué estamos haciendo para contrarrestar
esa pérdida de valores?, o, ¿cómo hacerlo? En primer lugar, debe de haber una
buena relación entre padres e hijos significada por el amor, respeto, empatía, y
en segundo lugar, como ya lo hemos mencionado, con el ejemplo; para esto debemos
ser congruentes con el decir y el hacer, porque no le podemos decir a nuestros
hijos: “No fumes” y nosotros fumar; “Respeta a tu novia o amigos” y nosotros les
gritamos a la esposa, hijos, trabajadores, etc., o “avisa en dónde andas o a qué
hora vas a llegar” y nosotros nunca lo hacemos, o “mira mi hijo, deberías
acercarte más a Dios”, y nosotros ni siquiera vamos a misa, y, si vamos, estamos
distraídos o platicando con el de al lado. Por supuesto que para dar buen
ejemplo, debemos empezar por nosotros mismos, reconociendo en qué andamos mal o
necesitamos mejorar y para esto requerimos de sacrificio y esfuerzos
adicionales, para cambiar nuestras actitudes o conductas, y que no es fácil,
pero bien vale la pena.
j) Tiempo: Hemos hablado de la importancia de la comunicación con nuestros
hijos, de conocerlos a profundidad, de educarlos y transmitirles valores y
virtudes, de inculcarles la religión etc. Y ¿cómo se logra todo eso?
Dedicándoles tiempo. También sabemos que la mayoría de los adolescentes son
reservados, y por lo mismo debemos aprovechar los momentos en que el hijo quiere
comunicarse o desea preguntar algo; nunca se le debe decir: “no tengo tiempo” o
“luego platicamos” y no se hace. Debemos buscar convivir más con ellos (hacer
deporte juntos, ir a espectáculos, ir a comer o cenar solos, participar en
actividades del colegio, convivencias , etc.). En una palabra, hacerlos sentir
que son lo más importante para con nosotros.
Es innegable que lo más importante en nuestra vida, aparte de salvarnos, es
nuestra familia. Sin embargo, pareciera que no es así, ya que nos preocupamos y
dedicamos más tiempo a los negocios y a la sociedad, que a la familia, y sobre
todo a nuestros propios hijos. Y lo que es peor, cuando llega una crisis
económica nos deja tambaleando o nos enfermamos, y ya no se diga infartos o
hasta suicidios, y es porque nuestra vida está soportada por frágiles hilos
materiales. Por eso invitamos a todos a cambiar o mejorar nuestra relación con
nuestros hijos y lograr en ellos lo que siempre hemos soñado.
Conoce lo que a tu hijo le gustaría escuchar de tí, no solo regaños de su manera
de vestir, lo tarde que llega o lo mucho que habla por telefono.
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Acción Católica Mexicana Diócesis de Querétaro