LA EDUCACIÓN DE LA CARIDAD
G. Courtois
"El arte de educar a los niños de hoy"
Salamanca 1982
No se trata de hacer de nuestros niños, niños buenos y tranquilos
como estatuas. Un niño no está destinado a ser una estatua, sitio
para obrar, para llevar un día pesadas responsabilidades; por eso
tiene necesidad de que se le prepare.
Por amor ha sido el niño creado. En el amor ha sido concebido.
Para amar a Dios y, al hombre está sobre la tierra. Amando a Dios es
como cumplirá más perfectamente su misión. Son la delicadeza de su
corazón y la intensidad de su caridad las determinantes de la calidad
de su alma y de la fecundidad profunda de su vida.
Los padres cristianos deben proponerse la educación de la caridad
en sus hijos como uno de los elementos esenciales de su misión.
Desgraciadamente, hay muy pocos padres que piensen en esto. ¿Es
o no el primer mandamiento el del amor?
La caridad es la virtud cristiana por excelencia, la que resume, toda
ley, aquella sin la cual las otras virtudes no son nada. Leamos de
cuando en cuando en familia el capítulo 13 de la primera carta a los
Corintios.
La caridad es el signo distintivo de los cristianos. Por esta señal
conocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros
como yo os he amado. Si hubiera caridad entre los cristianos, sería
más extensa la irradiación de su fe.
El amor al prójimo, con todo lo que supone de espíritu de sacrificio
en su favor, es la mejor prueba de amor a Dios.
Cuando la caridad domina, la humanidad se engrandece. Cuando el
egoísmo reina, la humanidad se rebaja.
Nuestros niños, en virtud de la gracia de su bautismo y de su
confirmación, están llamados a ser apóstoles en el medio en que
tengan que vivir. No tendrán actuación positiva si no se ha
desarrollado en ellos en la edad en que se forman los hábitos, la
costumbre de la caridad y en particular la preocupación por los
demás.
Si el niño debe ser amado por sí mismo, debe también ser formado
de tal manera que pueda llegar a ser un hombre que viva
deliberadamente para sus hermanos.
La educación de la caridad es tanto más necesaria en cuanto que
el niño es por sí mismo egocentrista. Tiende a hacerse centro del
mundo, y con gusto vería a todo el mundo a sus pies.
El «yo primero», cuando no es el «yo solo», es el grito instintivo de
este ser débil que tiene siempre miedo a desfallecer. Pero, al mismo
tiempo, hay en él posibilidades sorprendentes de generosidad cuando
se sabe despertar su «buen corazón».
¿Es acaso otra cosa el arte de la educación que orientar hacia lo
bueno aprovechando todas las energías latentes de cada niño, del
cual puede depender, en parte, que en el mundo sea más feliz y
mejor?
Para desarrollar en el niño la caridad y la bondad no hay nada
comparable al ejemplo de sus padres y educadores. Mostraos
buenos, benévolos, generosos, con los pobres, con todos los que
sufren, y, de una manera general, con los que se ha convenido en
llamar «el prójimo». Haced favores siempre que podáis, demostrando
que os complace hacerlos. Asociad en ellos a vuestros hijos en la
medida de sus fuerzas. Mostrad que os da pena no poder ayudar
tanto como desearíais a los que sufren. Que nunca en vuestra mesa
se juzgue o critique a los ausentes. Que en vuestra casa sea una de
las mayores preocupaciones la de sembrar la dicha; ese ambiente de
caridad conseguirá más que los más bellos sermones.
Haced conocer muy pronto al niño la realidad de la miseria.
Aprovechadla para enseñarle a evitar todo despilfarro y más todavía a
practicar el arte de compartir los bienes propios.
Cada vez que sea posible, comisionad a vuestros hijos para que
realicen vuestra caridad y poco a poco animadlos a dar de su propio y
pequeño haber.
Es necesario luchar contra la maldad bajo todas sus formas desde
sus primeras manifestaciones. Es ridículo, por ejemplo, para consolar
a un niño, enseñarle a mostrar el puño amenazador o golpear la mesa
o la cosa contra la cual se ha hecho daño.
Todo lo que pueda despertar o acentuar la crueldad debe ser
eliminado de los juegos de los niños. En particular, desterrar y reprimir
todo juego que suponga dureza con los animales.
No se puede saber el mal que se hace a los niños para más tarde
con los consejos o frases de egoísmo que crean un desagradable
estado de ánimo en el niño que las oye.
En el catecismo se pide a los niños uno de sus juguetes para los
niños pobres. Isabel, después de muchas vacilaciones, elige una de
sus más bellas muñecas: «¿Puedo llevarla, mamá?» «De ninguna
manera, no pienses en ello, da más bien tu viejo oso».
Una jovencita cuyos padres son comerciantes de buena posición
decide un día ofrecer un regalo a una niña pobre. Al día siguiente,
vuelve muy triste a decir a su profesora: «Mamá no quiere; ella no
conoce a esas gentes y, además, quiere que conserve todos sus
juguetes».
En el transcurso de una excursión, a mediodía, la dirigente propone
a las niñas reunir todas las comidas y hacerlas en común. Las
chiquillas aceptan con entusiasmo. Al regreso, ellas cuentan su
jornada. Una de las mamás, comerciante, que por tanto tenía
facilidades para el abastecímiento, responde: «Pues, siendo así, la
semana próxima dirás que has olvidado tu comida».
Por el contrario, ¡cuál no será la satisfacción, para los padres
mismos, de haber sabido ayudar a sus hijos a ser hombres o mujeres
de corazón!
«Sí -dice una mamá-, Mari es verdaderamente una buena niña. En
casa lo comprendernos y todo el mundo la quiere. Pero... mirad, yo no
la educo para mí. Estamos muy contentos mi marido y yo de verla
afanarse por las más jóvenes y la animamos a ello. Eso la encanta.
¡Hubiéramos estado tan tristes si tuviéramos una niña egoísta y
replegada sobre sí misma»
«Había hablado un día a las pequeñas -refiere un sacerdote- de la
necesidad de hacer buenas obras. Les había pedido que las hicieran
con personas de mucha edad, haciéndoles comprender y sentir las
penas de los viejos. Pues bien: una niña me comprendió. En la calle
encontró a un anciano, y en seguida, amablemente, le dijo: Parece
que está usted muy fatigado, abuelo. Su paquete es muy pesado.
¿Quiere que se lo lleve hasta el fin de la calle? El hombre admirado,
se lo entregó. Antes de dejarlo, la niña le hizo esta reflexión: Voy a
entrar en la iglesia y rezaré por usted. Al hombre se le llenaron de
lágrimas los ojos. Por fin, la niña, volviéndose de nuevo a él, añadió: y
usted como abuelo, ¿no reza también?. El pobre anciano se echó a
llorar».
Es bueno enseñar a los niños a ponerse en el lugar de otros. Un
joven glotón no tenía nunca valor para dar ni una golosina de las que
le Pertenecieran. Un día que él tenía un paquete de bombones que
guardaba celosamente para sí, se hizo pasar ante sus ojos un dulce
apetitoso sin ofrecerle ni una miga, y cuando reclamó su parte, sus
padres le objetaron: «¿Por qué quieres que se haga contigo lo que tú
no has hecho con los demás?»
Hagamos observar a los niños el daño que puede producir la
maldad o la antipatía. Hay en la tierra demasiadas causas y ocasiones
de sufrimientos para que compliquemos más todavía la vida del
prójimo. Por otra parte, ¿no es verdad que el que siembra vientos
recoge tempestades ?
Debemos glorificar ante el espíritu de los niños a los héroes
cristianos de la caridad. Demostrarles, además, que la caridad no es
virtud pequeña, propia de gentes débiles, sino que supone valentía,
porque es preciso a menudo el sacrificio propio cuando uno se
consagra a los demás; es, por otra parte, la caridad más fuerte
Pue la violencia, ya que ella triunfa donde la luerza fracasa.
Habituar a los niños a descubrir lo que hay de bueno en los que los
rodean, a reemplazar ínmediatamente por un acto positivo de caridad
cualquier sentimiento de malevolencia que nazca en su corazón.
Hacerles adquirir el hábito de dirigir mentalmente cada mañana, en el
momento de su oración, un pensamiento benévolo a todas las
personas que puedan encontrar en la jornada.
Una oración para recitarla con frecuencia: Señor Jesús, haced que
pensemos siempre en los demás antes de pensar en nosotros».
Son muy escasos los padres que se ocupan del esfuerzo necesario
para adquirir la bondad; es, sin embargo, la base elemental en la
formación del sentimiento social, el cual no es inrato en el hombre.
Crear hábitos morales de bondad, de generosidad, es muy difícil, y el
esfuerzo en este sentido, muy meritorio para el niño, porque, aunque
es sensible, es egocéntrico, nace propietario y es educado para ser
terriblemente propietario. No nos admiremos de que en nuestro siglo
lo sea. De cada diez, nueve padres han dado a sus hijos alma de
propietario, de acaparador, que quiere todo para sí, sin preocuparse
de los demás y hasta ignorando que los demás existen.
Hay esfuerzo donde hay sacrificio y desprendimiento. El niño que
coge una moneda del bolso de su mamá para darla a un pobre no
realiza esfuerzo alguno; lo hará si toma la moneda de su hucha, si
elige para el árbol de navidad un juguete en buen uso y que le gusta.
Pero en este orden de ideas, sugirámosle sin imponernos.
Indiquémosle porque, o bien puede hacer el niño un esfuerzo de
generosidad demasiado grande, que lamentará en seguida, o bien no
quiere hacer ninguno. Pero si el esfuerzo hacia la bondad debe ser
inspirado, ayudado, dirigido, debe ser también libre, jamás impuesto.
Si tarda en producirse, preciso es esperar; en educación no debe
haber precipitación ni prisa; todo llega a tiempo be esperar
pacientemente. Sepamos que si este esfuerzo no se hace a base de
amor, perderá su sentido y hasta habrá peligro de producir un
resultado contrario al que buscamos.
Es necesario colocar al niño de siete años frente a la miseria, las
privaciones y los sufrimientos de otros, para que su corazón, tan rico
en posibilidades, no se cierre ni se reseque. Si el esfuerzo para
conseguir la bondad y el amor no se orienta y educa muy pronto,
¿será posible alguna vez?
G. Courtois