EL COLEGIO
CATOLICO,
CAMINO DE LIBERTAD
por Claudine Lalonguiére,
en "Educar en los valores para las sociedades del año 2000",
Madrid 1983
Si la libertad es un valor, y casi el valor supremo de la mente de
algunos hombres, para otros, es un valor relativo: el espacio para vivir
unos valores y el medio para comunicarlos y ponerlos en práctica.
Con el fin de captar la situación de la escuela católica, su sentido
como expresión de libertad, con el fin de delimitar debidamente su
fuerza y su debilidad, convendría analizar cierto número de conceptos
sobre los que se funda la escuela católica: el concepto de la escuela
católica, el concepto de las libertades, el de los adolescentes y de sus
educadores, el de las familias y de los grupos; por último, el concepto
de la función del Estado.
Concepto de la escuela
1. Lugar de enseñanza
ESCUELA/CONCEPTO: Puede concebirse la escuela como el lugar
en el que unos adultos enseñan a los niños, es decir, les transmiten
un saber. Tal es el concepto francés republicano de la escuela, que
no es compartido ni por todos los franceses, ni por todos los países.
Muchos tienen de la función de la institución escolar un concepto
menos estrictamente limitado. Señalemos, no obstante, que esa
definición de la escuela proviene de una idea muy alta de la
instrucción, de una valoración explícita del saber y de la cultura, en
cuanto la instrucción, el saber y la cultura forman y forjan el juicio
crítico.
El principio establece que la libertad de los educandos es (a la vez)
el objetivo (y el medio privilegiado) de su educación, y que el fin de la
enseñanza es capacitar al individuo para juzgar a la sociedad que se
la transmite.
Este concepto optimista de la enseñanza y de la cultura que él
confiere, no es totalmente utópico. Prueba de ello es el hecho de que
la mayoría de los hombres que han luchado por la liberación de su
país del yugo colonial, se formaron en escuelas que transmiten el
concepto de la enseñanza liberadora. Añado, además, que, en
general, son escuelas cristianas y misioneras. Si estas escuelas,
indebidamente, han arrancado a los jóvenes de su propia cultura, con
frecuencia les han permitido criticar ese mismo arranque y les han
proporcionado los instrumentos intelectuales con que reivindican la
libre expresión de su tradición. La enseñanza es la parte de la
educación que forma la inteligencia. Dar y recibir una enseñanza no
son, ni pueden serlo, acciones neutras. Por muy sutiles y
apasionados que sean los discursos sobre la neutralidad de la
enseñanza, nunca serán ni más verdaderos ni más convincentes que
la frase de Jaurés: "La maniobra más pérfida de los enemigos de la
escuela laica es relacionarla con lo que ellos llaman la neutralidad y
así condenarla a no tener ni doctrina, ni ideario, ni eficacia intelectual
y moral. De hecho, sólo la nada es neutral".
En la misma actividad de la enseñanza es imposible separar los
conocimientos de los valores que los fundamentan o los transmiten. El
Concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium et Spes reafirma la
legítima autonomía de la cultura, y en particular, de las ciencias en
relación con la fe. Afirma así: "Las artes y las disciplinas humanas
gozan de sus propios principios y de sus propios métodos, cada una
en su propio campo" (L.G. 59.3). La voluntad de conocer las causas,
la investigación de los hechos y de las pruebas, la aceptación e
incluso la búsqueda de objeciones, la honradez intelectual- ¿acaso no
son valores, y valores morales requeridos por toda actividad
intelectual propiamente dicha? ... ¿Acaso es necesario evocar el
sentido del esfuerzo, la necesidad de optar y de proseguir... exigidos
por el alumno o por el estudiante?
Algunas breves reflexiones pondrán en evidencia que la escuela,
concebida como lugar de enseñanza, del despertar al saber, de
transmisión y de descubrimiento de conocimientos y de agudeza
mental, es un lugar en el que se expresan unos valores, un lugar de
imposible neutralidad: es bueno saberlo, prudente y sabio decirlo.
2. Lugar de educación
La Iglesia hace suyo el concepto de la enseñanza que educa la
inteligencia para conseguir la aprobación autónoma del saber y el
libre ejercicio del juicio. "La verdad os hará libres", dice con la
Escritura. Pero su concepto de la escuela no lo limita a la andadura
liberadora hacia el conocimiento. La Iglesia no puede ocuparse sólo
de una parte, la parte racional de sus hijos. "Mater Ecclesia" y no
"Alma Mater", la Iglesia no concibe disociar la educación de la
inteligencia de la del hombre en su unidad: afectividad, voluntad,
actitud espiritual. La escuela católica es concebida como un lugar de
educación global. En Francia, durante el siglo XIX, los
establecimientos de enseñanza se llamaban "casas de educación". La
Iglesia -no es la única en concebir así la escuela. También los países
de tradición anglosajona lo comparten generalmente.
Educación global no es sinónimo de educación total, en el sentido
de que no concebimos la escuela católica como el único lugar de
educación. La familia, la parroquia, las asociaciones de jóvenes, la
sociedad entera, en diferentes niveles y en grados variables, según
las épocas y las latitudes, comparten esta tarea de educación. No se
trata de hacer un totalitarismo educativo, ya sabemos lo que produce.
Por el contrario, se trata de realizar, en bien de los hombres, una
comunidad de educación.
El colegio católico está constituido por un conjunto de adultos que
prodiga al niño, que propone al adolescente, una educación, es decir
el anuncio explícito de un SENTIDO y de un lugar en el que vea ese
sentido y lo ponga a prueba.
- El anuncio explícito de un SENTIDO a la historia del universo como
a la existencia humana y una selección de valores capaces de
iluminar una vida humana. El sentido lo ha revelado Cristo y lo han
difundido los testigos de su Resurrección. La elección de los valores,
siempre fascinante y subversiva, la realiza el Evangelio.
- Un lugar también, una microsociedad, una red de relaciones, un
conjunto de estructuras que ponen al niño, y después al adolescente,
en condiciones de ver y de observar en la práctica los valores
propuestos y de ensayarlos ellos mismos como principios de sus
actos.
De un modo absoluto, toda institución escolar "debe" estar en
armonía con el proyecto educativo global que ella propone: la
organización de la escuela, sus diferentes estructuras, las relaciones
interpersonales, las opciones pedagógicas, los locales, los mismos
ritmos escolares serían concebidos a partir del proyecto educativo
explícito y global.
Ya, de un modo relativo, en la diversidad, en las medias luces y los
compromisos, característicos de las existencias y de las instituciones
humanas, se operan unas opciones en relación a los valores
evangélicos elegibles: hay insuficiencias y conflictos en las relaciones
interpersonales, sobre todo, se cometen errores y faltas en muchos
ámbitos. No por eso la escuela católica deja de ser la comunidad
original que propone a todos un proyecto educativo global, fundado
sobre los valores del sermón de la Montaña. Y sigue siendo tan
católico mientras que, consciente de sus deficiencias o de sus
traiciones, no proclame: "Oh Dios, te doy gracias porque no soy como
esa otra escuela" sino que se esfuerza por referirse y confrontarse,
con una autenticidad mayor, con las exigencias del Espíritu que
vivifica la Iglesia.
3. Misión de educación
Lugar de educación global, lo es, en efecto la escuela católica, pero
EXISTE -y es eso- porque es lo que llamo aquí un "acontecimiento"
que no es fácil delimitar con palabras, sin correr el peligro de los
escollos opuestos, la vulgaridad o el fanatismo.
Quiero decir con esto que la escuela católica existe en razón de
algo que no es, así creo yo, ni político ni sociológico, ni siquiera
doctrinal. Incluso si los Estados no la hubieran necesitado, o si ya no
lo quisieran, incluso si ningún grupo, ninguna familia lo pidiera ya para
sus hijos -y sé que con esto toco el límite de lo paradójico-, aun si de
la doctrina que transmite se hubieran hecho cargo y la transfirieran
otras instituciones (capellanías, parroquias, publicaciones, medios de
comunicación), el proyecto educativo cristiano podría nacer y renacer
de nuevo, como ha nacido a lo largo de la historia y en todas las
latitudes de la geografía de la Iglesia.
Llego con esto a lo que se llama la misión: misión de Iglesia o
misión en la Iglesia. Distinción que, aunque por otra parte tiene su
interés, importa poco para lo que aquí queremos captar. Llamada y
envío que brotan de] corazón de la Iglesia, del corazón de los santos,
de los fundadores de Ordenes y de Institutos. Ese proyecto educativo
nace hoy en el corazón de cristianos convencidos, laicos y
sacerdotes, que después de haber sido llamados, llaman ellos a su
vez.
He vivido treinta años en tierras del Islam y me asombraba al ver
que nadie puede ser musulmán si no aprende a leer. Religión del
libro, del Dios que habla y del profeta que transcribe la palabra, el
Islam es por eso la civilización de la escuela coránica. ¡Y los chinos
musulmanes aprenden el árabe para leer la palabra de Allah! En este
apacible país Tai que nos recibe, los colegios están dentro del recinto
de los monasterios, por una razón que me hubiera gustado
profundizar.
He titubeado antes de deciros que la idea y el deseo de educar a
los hijos de los hombres tienen su fundamento en la fe, la esperanza y
el amor infundido en nuestros corazones por el Espíritu, que nos ha
sido dado. No he podido decidirme por ninguna de mis frases porque
sé que hay entre vosotros teólogos más capacitados que yo para
estas formulaciones, porque temo que haya entre vosotros santos a
los que las palabras les parezcan huecas, porque los santos no
necesitan frases -ni siquiera teológicas- para justificar lo que hacen.
Pero también, quizás sobre todo, he tenido miedo a absolutizar la
escuela católica: sé muy bien que no tiene las promesas de la vida
eterna. Pero sé también que la Iglesia, que ha recibido esas
promesas, es madre y educadora de los hijos de Dios. Por esta razón
no podemos extrañarnos de que proponga un proyecto educativo e
invite al festín común de la cultura y de la fe. Porque ella invita,
propone y formula. Es interesante -y hoy importa en muchos países-
limitar con precisión este punto. En rigor, la escuela católica no está
para responder a las peticiones de las familias que le dirían lo que
ellas quieren para sus hijos. Comprendéis bien el límite de lo que
pretendo decir: es verdad que si ninguna familia llevara su hijo a la
puerta de la escuela, esta escuela no podría existir concretamente, y
sabemos al precio de cuántos sacrificios las familias cristianas la han
hecho existir. Pero, no obstante, la escuela católica no dejaría por ello
de tener razones para existir y, por tanto, para renacer. Además, si la
escuela estuviera hecha sólo para responder a las peticiones de las
familias, sería una empresa a la merced de los clientes, obligada a
procurarles el producto que desean- y ese producto podría no
responder ya al objeto de su misión. Esa escuela sería efectivamente
"privada", pero no sería necesariamente católica por quedar sometida
a los azares y riesgos de la fe o de las tendencias de su clientela.
Por tanto, la escuela católica está constituida por una comunidad,
que propone a todos un proyecto educativo global, fundado en el
Evangelio. Forman parte de esta comunidad, en primer lugar, el
Director, los educadores, los profesores, los representantes de los
padres y de los alumnos mayores. A su libre propuesta responde la
libre elección de las familias, claramente informadas del sentido y del
contenido del proyecto, ya en marcha. El Director de una escuela
católica es responsable de la claridad de la exposición del proyecto y
de la fidelidad al espíritu del proyecto. No es responsable de las
motivaciones de los padres que le confían sus hijos; sobre todo, no
puede investigar esos motivos.
El carácter católico de la escuela no depende del hecho de no
tener sino profesores católicos o alumnos católicos. Una escuela así
formada, a veces necesaria en países de minoría católica, podría
convertirse en un ghetto. De hecho, que la comunidad responsable
del proyecto comunitario sea o no numerosa depende de las
condiciones sociopolíticas y del grado de fe del país. El número
importa poco, con tal de que haya un umbral mínimo. Pero importa de
un modo decisivo la convicción comunicativa y operante del equipo.
Este tiene que dar su carácter al establecimiento y ser la levadura en
la masa.
Es católica una escuela animada por una comunidad viva, que
propone a todos la educación según Cristo, lo mismo que la Iglesia
propone a todos el mensaje de Cristo.
La libertad de los alumnos
Nada de lo que acabamos de decir responde totalmente u las
preguntas que se nos hacen o que nosotros mismos nos planteamos
a veces:
-¿Por qué escoger la escuela, lugar de enseñanza, para hacer de
él el lugar de la propuesta de la Fe?
-¿No hay, en este proceso, coacción o abuso respecto a la libertad
de los alumnos?
Aventuro aquí las respuestas que me inspira la experiencia y que,
sin duda, corregirán y completarán las jornadas que vamos a vivir.
- La primera respuesta se sitúa a nivel psicopedagógico. Atreverse
a educar es atreverse a proponer unos valores. La experiencia
prueba que los adolescentes a los que nunca se les ha presentado
una doctrina, respetando su libertad, se convierten, con frecuencia,
en adultos sin estructuras: poco capaces de elección, de
convicciones, de propia afirmación, e incluso, a veces, del gusto por
la vida.
Es cierto que los que han sido adoctrinados sin tacto ni medida se
convierten en rebeldes o en doctrinarios, y no podemos estimar ni
propugnar una educación que produce tales resultados. Pero si esos
muchachos están mal formados, al menos interiormente están
estructurados. Los otros son nuestros niños "inadaptados". Ver hoy
tantos jóvenes sin estructura interna, sin deseos para buscar un
sentido, sin fuerza para elegirlo, nos lleva a temer más los efectos de
un liberalismo educativo absoluto, que el resultado de una educaci6n
fundada en una doctrina explícitamente propuesta como auténtica y
verdadera.
Sea. Pero ¿por qué proponer esta verdad en el colegio y no sólo
en la familia? Por varias razones.
La primera es que las ideas, los valores, son captados primero por
la inteligencia, si han de convertirse después en principios de acción;
y que indudablemente la escuela está encargada de la formación de
la inteligencia. La segunda razón es que las disciplinas profanas
implican unos valores que se presentan también como verdades y
requieren ser integradas y criticadas a la luz de una verdad que las
contiene, para nosotros la de la Revelación.
Si la actitud que consiste en no comunicar al niño ninguna doctrina
de referencia y de preferencia, hace de él, generalmente, un adulto
sin estructuras, la que deja presentar al niño, y después al
adolescente, unas doctrinas contradictorias, antes de haberle dado
los medios de la crítica y de una opción personal, forma en él, para su
edad madura, un escéptico o un ser dividido. Un adolescente se
defiende mejor, se construye con mayor seguridad, ayudado por una
doctrina coherente incluso si lo hace contra ella que si se estructura
en la incoherencia o en la contradicción de los valores presentados.
A nivel teológico, nuestra justificación en la propuesta de la fe en
Cristo, proviene de que sabemos que el mismo Dios es, en nosotros
mismos, el creador de nuestra propia libertad, que Jesucristo es el
libertador por excelencia del hombre y que la entrada en su misterio
es liberación para toda la persona. Cuando la Iglesia se encarga de la
enseñanza, no sólo muestra que no teme el desarrollo del
pensamiento para la fe; pero incluso puede hacer con esto -excepto
cuando la institución se desvía- la prueba de que la fe se dirige a
unos hombres en el camino de la libertad, que la llamada de Dios
suscita la libre adhesión de su inteligencia y de su voluntad. Cada vez
que la escuela católica hace a un hombre apto para la libertad en su
pensamiento y en su decisión, ya ha alcanzado su fin. Si, por
añadidura, ese hombre percibe el Don de Dios, que le es propuesto, y
lo acoge, ha cumplido su misión, como un servidor inútil.
Pero también, a nivel educativo y pastoral, nos corresponde ser
educadores y no sólo adoctrinadores. Nos corresponde proponer la fe
como fe, y como nuestra fe. Lo que nos está prohibido es presentarla
ya sea como una evidencia para la razón, ya como un sistema
filosófico, o lo que es peor, político, ya como simple instrumento de
promoción social. Lo que nos está prohibido -imposible, así lo espero-
es imponerla con nuestros reglamentos, con nuestras actitudes, con
todo lo que fuera una represión del pensamiento, de la búsqueda
personal de la verdad, en nuestros alumnos, porque en esta
represión consiste el adoctrinamiento.
Pero no se nos pide, porque es fe, porque es nuestra fe,
proponerla, más aún que por nuestras palabras, por toda nuestra
conducta.
Enseñar es hacer al niño progresivamente apto para la libertad de
la inteligencia, que consiste, según la expresión de Kant, en
"atreverse a saber" y a juzgar. Educar es llevar al adolescente a
responsabilizarse de su vida y de su persona, que consiste en ser
capaz de opción y de compromiso.
Educar, para nosotros cristianos, es ante todo, procurar a los
adolescentes los medios de ejercer esas libertades del hombre. Es
también mostrarles que si el hombre puede atreverse a saber y a
escoger, puede incluso atreverse a creer, es mostrar, por las mismas
relaciones que tenemos con ellos, y bajo su mirada, con la ciudad,
con nuestros hermanos y con Dios. Atreverse a creer y a encontrar
en la relación personal con Cristo la fuente misma de su libertad, la
fuente y el placer de defender la libertad, la suya y la de los otros, la
libertad de la persona humana, que debe ser el bien común de todas
nuestras sociedades del año 2000.
·Lalonguiére-Claudine