El sacerdote que se ha inyectado el SIDA
SIDA/PIERO:
1. Ramos, Pasión y Pascua de un sacerdote entregado hasta el fin a los enfermos
del
SIDA.
Siempre fue un cura polémico debido al gran número de jóvenes drogadictos a
los que
ayuda, pero su última decisión, inyectarse el virus del SIDA para que los
científicos
investiguen en su cuerpo una vacuna, ha paralizado a Italia entera. «Ya estaba
cansado de
celebrar funerales», dice Piero Gelmini, que ha visto cómo morían en sus
brazos muchos de
sus chicos. Ahora, después de dos inyecciones subcutáneas, espera una tercera
que le
enferme definitivamente y le lleve a ese mundo «de sufrimientos inenarrables»,
como el
sacerdote lo describe.
Un día de febrero de 1963, como san Pablo en la carretera de Damasco, don Piero
Gelmini quedó fulminado. "¡Tio cura, ayúdame!", le dijo entre
quejidos un chico,
enganchado a la droga y tumbado en las escaleras de la iglesia de Santa Inés en
la
céntrica plaza Novona, de Roma. El joven rechazó dinero. «Te llevo al
hospital, si quieres»,
ofreció el sacerdote. «Ya he estado y no me sirve de nada», respondió el
otro. ¿Qué más
podía darle? Se lo preguntó. «Llévame a tu casa, llévame contigo». Don
Pierino se llevó a
Alfredo a su casa... y así terminó, repentinamente, una prometedora carrera
del empleado
de la Curia Vaticana, secretario de un cardenal.
Allí, en su casa, empezó, también la comunidad "Encuentro". Detrás
de Alfredo, llegaron
otros, y la casa se quedó pequeña, y se fueron a otra y también se quedó
estrecha, y a
otra, y a otra. Los jueces les acosaban con la policía. Los políticos les
cortaban la luz, el
agua o el gas. Hoy, ya hay más de cien comunidades, la mayoría levantadas en
Italia; pero
las hay también en Tailandia, Oriente Medio, Canadá, Croacia, Eslovenia e
incluso en
Bolivia. En España, la primera surgió en 1988, en un edificio de los
Terciarios Capuchinos
del pueblo de Tobarra (Albacete). La última, para chicas, en Torrevieja
(Alicante). Además
existen grupos de apoyo en Madrid, Teruel, Murcia, Alicante... «Por primera
vez, veo a un
hombre que trabaja y no pide dinero a cambio», comentó un funcionario de la
Comunidad
Autónoma de Castilla-La Mancha, cuando conoció la labor de don Pierino.
Los alfredos han pasado en pocos años, de ser unos cuantos, a más de 4.500, a
los que
hay que añadir 3.500 hospedados en las casas de primera residencia, a la espera
de ser
admitidos. No hay comunidad de drogadictos en el mundo que hospede a tantos.
Como no
hay tampoco, reunidos, tantos sero- positivos y enfermos de SIDA, trescientos de
ellos en
fase terminal. «Casi todas las semanas muere uno de mis chicos por SIDA
-explica don
Pierino-, y yo estoy cansado de celebrar funerales».
Ha sido en este contexto, donde se ha producido el segundo encuentro del ex
empleado
vaticano con la vida. Para los enfermos de SIDA terminal, el dinero o el
hospital sirven de
poco. «¿Qué podía hacer por ellos?», se preguntaba don Pierino cuando los
moribundos le
gritaban: «¡No quiero morir! ¡Sálvame! ¡Ayúdame!». Se prestó como
conejillo de indias para
hallar una vacuna preventiva contra el SIDA. El día 17 de marzo de 1990,
escribió un
comunicado en el que explicaba su decisión y lo envió por fax a los 120
centros distribuidos
por Italia.
Decisión
«Muchos me dijeron que yo estaba loco, que no debía hacerlo, un cardenal
escribió
incluso un artículo diciéndome que lo pensase bien y que consultara con mi
director
espiritual -recuerda Gelmini-. Pero hay cosas que no las buscas porque te
divierten. Mi
madre decía que no cae hoja que Dios no quiera. Deseaba hacer algo concreto
-añade-,
así que no dije nada a nadie, tomé solitariamente la decisión, que es como se
toman todas
las decisiones, y luego consulté a los especialistas».
¿Miedo? «Sí, a veces sí. He descubierto que soy un bellaco, no temo a la
muerte, sino a
una agonía larga y dolorosa: he visto a chicos morir entre sufrimientos
inenarrables sin
poder hacer nada». ¿Por qué?, le pregunta la gente. «Cuando me encontré
delante de los
doce investigadores del equipo médico que me sigue, me dijeron: si antes del
año 2000 no
descubrimos un remedio para este mal, se producirá una masacre. Morirán miles
y miles de
jóvenes. Una hecatombre. ¿Queremos la salvación de nuestros hijos o su
destrucción?».
Por el momento, un equipo médico no italiano, que no ha querido revelar su
identidad, le
ha inyectado al fundador de las comunidades Encuentro, en dos etapas, el virus
por vía
subcutánea. «Por ahora estoy bien, aunque algunas veces sufro molestias que
antes no
tenía -afirma-. Ahora espero solamente la última fase, es decir, que me
inyecten
directamente el SIDA».
Don Pierino es reacio a proseguir. No le gusta, no quiere que su gesto se preste
al
sensacionalismo y por esa razón rechaza entrar en detalles. «Es algo solamente
mío»,
explica. Pero, el año pasado, estuvo dos veces a punto de morir y camufló la
hospitalización
atribuyéndola a una hernia. En varias ocasiones, ha tenido fiebres altas, dolor
de piernas,
vómitos. «Quizá no sirva de nada -dice- pero mis chicos tienen que saber que
una persona
ha vivido con ellos y para ellos. No solamente de palabra. He intentado hacer lo
que la
conciencia me ha dictado; pero, si fuera necesario, quiero morir con ellos».
La única cosa que ha pedido a sus hijos, es que no le lleven al hospital.
«Llevadme a
casa -les ha dicho- a la comunidad más grande, vestidme con los hábitos más
bellos de mi
sacerdocio y colocadme en la sala más grande: quiero morir delante de vosotros
y espero
que Dios me dé la fuerza necesaria para morir con dignidad. Tengo miedo, pero
también
mucho amor, y camino hacia delante de mi sendero».
En las palabras de don Piero no hay arrogancia, ni orgullo, ni presunción, sino
un puro
realismo religioso casi provocativo, chocante, ligeramente impúdico para una
sociedad sin
convicciones.
CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Págs. 151 ss.