DIEZ DÍAS DE EJERCICIOS 12


El final de la experiencia

1. BALANCE E INTERCAMBIO FINAL 

¿Es éste el momento de hacer balance? Dentro de seis meses 
quizás... El árbol se conoce por sus frutos. De momento apenas si 
tiene flores. En realidad estamos como los discípulos de Emaus: ellos 
creían que todo había terminado, y en realidad todo comienza. El 
peligro, al terminar la experiencia, es pararse en el recuerdo de lo que 
se ha vivido. Es preciso no cesar en el pasar «de fe en fe» (Rm 1, 
17). 
No es bueno detenerse demasiado en los resultados obtenidos, 
pero sí puede ser bueno compartir la experiencia con los que nos han 
acompañado en ella: en una fraterna puesta en comun, que hace que 
mutuamente recibamos los unos de los otros el Espiritu. Se puede 
realizar una mesa redonda, en la que cada uno responda por ejemplo 
a la siguiente pregunta: ¿qué cambia esta experiencia de Diez Días 
en mi manera de concebir la vida humana, la vida espiritual, la vida 
fraterna? 
Simple intercambio de las luces recibidas. 


2. CONSERVACION DE LA EXPERIENCIA

Es natural que nos preocupe este problema, aunque también 
encierra de momento ciertas inquietudes malsanas. A no ser que, al 
establecer un proyecto de vida, nos cuidemos más de las estructuras 
espirituales que conservan una manera de ser, que de determinadas 
prácticas y consignas que frecuentemente no somos capaces de 
conservar. 
Entre estas estructuras, es aconsejable insistir en las siguientes: 

a. La oración
De los Ejercicios se desprende un cierto tipo de oración. Se la suele 
llamar metódica. No en el sentido de que imponga una cuadricula, 
sino más bien porque suministra puntos de partida o de ensayos que 
le enseñan a uno a disponerse a las gracias de Dios. Más bien habría 
que decir que tiende a mantener una cierta orientación del corazón, 
con el fin de que las mociones profundas se pongan a la luz y se 
sigan. 
Esta clarificación, se hace especialmente en la experiencia del amor 
y en la búsqueda de los dones espirituales que hacen sentir y gustar 
profundamente las cosas. Por eso la oración halla su aliento ordinario 
en los misterios de la vida de Cristo y en la Escritura, leída y meditada 
al ritmo de la Liturgia. 
En fin: esta oración, más afectiva que intelectual, podría también 
llamarse «práctica». En primer lugar en este sentido: que tiende a un 
cierto compromiso del ser, como los Ejercicios tienden a la elección. 
No quiere esto decir que se oriente a darnos luz sobre las acciones 
que debemos hacer, las decisiones que tomar, los esfuerzos que 
poner en juego. Contribuye mas bien a difundir en ese conjunto «la 
unción» del Espiritu. No supone una parada o un freno en la acción, 
sino que confiere a la acción la dulzura y la fuerza, la paciencia, el 
ardor, la potencia de despliegue, sobre todo la paz y la confianza 
Podemos añadir: esta oración, lejos de oponerse a la acción, la 
supone y la mejora. La acción es para la oración criterio de 
autenticidad, al mismo tiempo que la preserva de ilusiones, 
insertándola en el sentido de Dios. 

b. Las repeticiones
Existen lo que llamamos retiros. Vamos a decir a continuación una 
palabra sobre esta forma de renovación de la experiencia. 
Los dias de retiro se han hecho ya de uso corriente. Con todo, 
podemos preguntarnos si consiguen el fin que pretenden. 
Posiblemente, como retiros, se hayan convertido rápidamente en una 
institución establecida, que no responde a las necesidades. En este 
asunto, corresponde a cada uno encontrar su ritmo y su manera, 
cualquiera que sea el nombre que demos a la cosa. Lo importante es 
que el espiritu tenga vida. 

c. Perseverancia intelectual: profundización en la fe
Es ocioso repetir aquí los temas desarrollados en El Sacerdote a la 
busca de si mismo (Le Chalet, 1969). Basta, al terminar estos Diez 
Días, insistir sobre estos tres puntos. Primeramente la necesidad de 
poner la cultura religiosa al nivel de la cultura humana de cada uno. 
Una fe, que se haya quedado infantil, no puede durar mucho tiempo 
ante los desarrollos de la ciencia o de los progresos del hombre. Si 
no, queda reducida a un sector aislado, sin vinculos con la vida. De 
otra parte, en esta adquisición de cultura religiosa, cada uno debe 
atenerse a su medida. Nada hay más repelente, sobre todo en el 
campo religioso, que aquellas personas cuyas palabras, sin apoyarse 
en ninguna experiencia, repiten lo que dicen otros o lo que han visto 
en los libros. Hay más verdad en la gente sencilla, que se mantienen a 
la altura de su vida. Añadamos, finalmente—este punto de vista ha 
inspirado algunas de las advertencias de estos Diez Días—, lo 
peligroso que es, en el desarrollo de una vida espiritual, no tener en 
cuenta los elementos humanos y la experiencia del que la emprende. 
Una tal vida espiritual peligra notablemente de estar enferma de 
irrealismo. 


3. LA VIDA DE DISCERNIMIENTO:
EL EXAMEN

El examen es el gran medio, que san Ignacio antepone a la 
oración, para conservar la experiencia hecha a través de los 
Ejercicios. Esto ciertamente puede considerarse como una 
recomendación bastante corriente: es un procedimiento de corregir 
los defectos o de adquirir determinados hábitos. Desde este punto de 
vista tiene una cierta utilidad, pero no pasa de ser lo natural en todo 
hombre que desea ser aceptable en el contorno en que vive, o tener 
éxito en una empresa. 
Los Ejercicios nos hacen mirar el examen de otra manera: como 
una vuelta de todo el ser al sentido de la elección para dar mayor 
vigencia a la acción del Espiritu tras las inevitables deficiencias. 
Situado así en las perspectivas de la purificación del corazón en 
orden a conseguir una mayor docilidad al Espiritu Santo en la acción, 
forma parte de la gran corriente espiritual que arranca de san Pablo y, 
pasando por la tradición oriental y san Francisco Javier, llega hasta 
santa Teresa del Niño Jesús. 
San Pablo (2 Cor 12, 7-9) pide a Dios que le libre del aguijón que 
lleva en su carne. Dios le responde: «Te basta mi gracia; mi poder se 
realiza en la debilidad». Poco importa el sentido que haya que dar al 
aguijón de la carne. Lo importante es hacer del obstáculo un medio de 
hacer que brille en mi el poder de Dios: despliega en los humildes la 
fuerza de su brazo (Magníficat). 
En el mismo sentido, pero con mayor precisión, la tradición oriental 
aconseja la cotidiana advertencia y contraste de los pensamientos 
con el recuerdo frecuente del Señor Jesús. Bajando más a lo 
profundo de nuestra conciencia, entre todas las imágenes que allí se 
producen o nosotros advertimos, hemos de dejar que, cada vez más, 
predomine la del Señor que vive en nuestros corazones. 
San Francisco Javier, en su larga carta escrita desde Japón sobre 
«la ciencia de esperar en Dios», aconseja a los que sueñan en 
realizar grandes cosas que se preparen para eso, esforzándose en 
conservar la confianza en Dios, en medio de las cosas pequeñas. 
Estas casillas son para nosotros no ya las ocasiones de asegurarnos 
ciertos méritos, sino muy al contrario los medios de comprobar la 
debilidad de nuestra carne y la necesidad cada vez mayor que 
tenemos de entregarnos a Dios. 
Dentro de la misma tradición podríamos citar a Lallement, Surin, De 
Caussade... 
Santa Teresa del Niño Jesús, en su idioma peculiar, viene a decir lo 
mismo: «Cuanto se es más débil y miserable se esta más dispuesto a 
las actividades de este amor que consume y transforma»... «Aceptar 
el permanecer siempre pobre y sin fuerza, eso es lo difícil». 
Cada uno expresa a su manera la actitud que en todos es 
fundamentalmente la misma: hacer de todo una ocasión para volverse 
a Dios, seguros de que hasta las dificultades, si son vividas en Cristo, 
se convierten en camino. En ellas encontramos la actitud de 
intercambio de amor de que hemos hablado a propósito de la 
penitencia y cuya expresión es el acudir al sacramento. Desde este 
punto de vista, el examen nos va disponiendo a diario para 
confesarnos mejor. 
La más viva expresión de esta actitud puede que sea la de san 
Alonso Rodríguez. Encierra en una fórmula sencilla todos los 
elementos antes descritos: «Cuando experimento una 
amargura—escribe—, pongo esta amargura entre Dios y yo, hasta 
que él la cambia en dulzura». Una amargura es un hecho. Querer 
hacer sobre él, como sobre cualquier sentimiento que desapruebo, un 
esfuerzo para vencerlo, corre el peligro de aumentar la dificultad. 
Viene a ser como si uno tuviese tanto miedo a caerse que se cayera. 
Pero no puedo por menos de tomar parte en lo que ocurre en mi, en 
esta división interior de que habla san Pablo en Rom 7. Entonces 
convierto el obstáculo reconocido en un medio: presento al Señor 
este estado de mi ser, para que él lo cambie. Y vuelvo a comenzar de 
nuevo desde el principio. Es hacer entrar al Señor en el corazón 
mismo del desorden en que yo me encuentro. Nos encontramos aquí 
en pleno juego de la libertad y la gracia. Me sirvo del poco de libertad 
que encuentro en mi, para ofrecerme totalmente a la gracia, y, 
transformado por ella, con una libertad acrecentada, ofrecerme aún 
más. 
Tal como lo estamos presentando, el examen nos hace aptos para 
encontrar a Dios en todas las cosas y para discernir su obra en 
nosotros. Más que una presencia de Dios, es un medio de cooperar a 
la acción de Dios sobre mi y sobre el mundo. Por diversas razones 
puede faltarme tiempo para hacer oración. Pero nunca estaré 
dispensado de hacer examen, lo mismo que no estoy dispensado de 
vivir. 


4. LA CONTEMPLACION PARA
ALCANZAR AMOR [230-237]

Más que un ejercicio distinto, esta contemplación presentada al 
terminar describe una manera de ser en medio del mundo y es una 
manera de orar en todas las cosas. Puede hacerse durante los 
Ejercicios, pero sobre todo es aconsejable a los que salen de ellos y 
desean conservar su espiritu. 
Todo en ella está centrado en el amor, porque el amor es la 
realidad fundamental y final: Dios es amor y se manifiesta en obra de 
amor: la creación, el don de su Hijo y del Espíritu, la divinización del 
hombre. Mientras vivo en el mundo, sin cerrar los ojos, me es posible 
tratar de saber reconocer por todas partes la acción de Dios, a fin de 
amarle y servirle en todo. La liberacion comenzada en los Ejercicios, 
conservada mediante el examen, como acabamos de presentarlo, 
hace que esta pretensión sea posible por nuestra parte. Tratando de 
desposeernos de todo, estamos en condiciones de abrirnos al amor. 
El amor no brota de nosotros. No tomamos nosotros la iniciativa en 
amar, lo que deseamos es recibirlo. Porque él es el Espíritu que ha 
sido derramado en nuestros corazones. De este amor o de su 
presencia en nosotros existen dos criterios objetivos, los que propone 
san Juan en su carta: uno es las obras; otro, el intercambio 
comunicativo. Nuestro amor no es sólo palabras, «sino obras y 
verdad» (1 Jn 3, 18). Poco importa la obra que sea, podría ser la 
misma del fariseo que se deja ver y ya ha recibido su recompensa, 
pero ha de ser tal que establezca entre los que se aman una igualdad 
y comunicación. La cruz es la manifestación de este amor, en la 
medida que conduce a la Trinidad y obran en ella las fuentes de la 
vida. El discípulo de Jesús, que ha recibido su EspIritu, vive en su vida 
ordinaria este trasiego incesante de la obra de intercambio mutuo y 
aprende quién es Dios, conviviendo con él 
Para dejarse arrastrar por este amor, suplica, sirviéndose de ciertos 
puntos de partida. Pero su plegaria, como la de Jesús, conduce cada 
vez más a la entrega de si: «Tomad, Señor, y recibid». El contenido 
de este don es yo mismo y todo lo que me constituye: sobre todo mi 
libertad y todo lo que yo tengo y deseo. Nada se excluye del don, 
porque todo se ha recibido de Dios en el intercambio que da entrada 
en el amor. El hombre se convierte en colaborador de Dios, como el 
Hijo que todo lo recibe del Padre y se lo devuelve en la comunicación 
del Espiritu. Es un movimiento continuo mediante el cual se cumple la 
voluntad de Dios. Para que cada vez me lleve más allá, no le pido más 
que una cosa: Amor y Gracia. 
D/PRESENCIA/COSAS: Esta manera de orar se llama 
«contemplación», pero es tal que partiendo del impulso de salir de sí 
producido por los Ejercicios, tiende a suprimir la distancia que separa 
la idea y el acto, el corazón y la obra, el yo y los otros. A esto—que es 
mucho más que un simple quehacer—es a lo que tiende toda la 
formación dada en los Ejercicios. Había llegado a ser «contemplativo 
en la acción», escribe Nadal refiriéndose a san Ignacio, es decir, que 
no encontraba menos a Dios en la acción, en el trabajo, en el estudio, 
en las relaciones mutuas, que en la oración. Todo él se había 
transformado en Dios. Por eso, dondequiera que estuviese, se 
encontraba a gusto, y se le notaba en el brillo del rostro, en la paz 
que irradiaba de él. Como para él Dios estaba en todo, cada cosa le 
resultaba importante. Ahí esta el secreto de la atención intensa que 
puede tener en todo lo que hace el que vive de este espIritu. No tiene 
necesidad de guardar la presencia de Dios con esfuerzos distintos de 
la obra que hace. Vive a Dios en todas las cosas. 
Los cuatro puntos que san Ignacio propone para mantener esta 
manera de ser están ligados entre si con la unidad del impulso del 
amor, pero no es necesario meditarlos juntos. En cada uno están 
contenidos todos los demás. Basta haber comprendido lo que se 
pretende y escoger uno u otro, según la necesidad que de Él 
tengamos. 
El primer punto es una meditación de recuerdos y condensa en si 
todos los otros puntos un poco a la manera del fundamento que 
contiene en germen todo lo que sigue. Todos los bienes del universo, 
toda la historia humana puede entrar en esta meditación. Lo esencial 
es «ponderar con mucho amor», para dejarme embargar con amor en 
«la destinación divina». La inteligencia de las cosas nunca está 
separada del amor que las hace existir. 
El segundo punto recoge de nuevo el movimiento de las cosas para 
profundizar en su sentido. La inmensa evolución del universo, desde 
la vida vegetal hasta el espiritu, a través de estadios sucesivos, tiende 
hacia una presencia de Dios cada vez mas íntima en la criatura. Todo 
el universo tiende hacia la transfiguración; en el límite, «haciendo 
templo de mi, seyendo creado a la similitud y imagen de su divina 
majestad». 
No es Dios exterior a los dones que me hace: trabaja en el interior 
de sus dones para conducir a su criatura a su fin. Este es el contenido 
del tercer punto: va dirigido al corazón, para invitarnos a considerar 
los trabajos de Dios por el hombre en medio del universo en 
Jesucristo. 
Finalmente, el cuarto punto me sitúa en el corazón de la Divinidad, 
de donde yo veo cómo brotan las cosas, como del sol descienden los 
rayos, de la fuente las aguas. Movimiento continuo de descenso y 
nuevo ascenso. Dios es el océano sin riberas. Ninguna fórmula es 
capaz de encerrarlo. Todo proviene de él y él está más alláa de todo. 
En él hallamos la unidad, pero no nos detenemos ahí. La vida eterna 
es este mismo brotar ininterrumpidamente. 
Después de cada punto, el «Tomad, Señor» es la oración habitual. 
En el Espiritu que el Padre me comunica en el corazon de la Trinidad, 
«torno» a Dios todos los dones que me ha dado. Restitución que no 
es la simple devolución de los talentos que me ha dado: la creación 
ha fructificado en las manos del hombre, y es precisamente para 
hacer que todas entren en el único Amor. El mundo ya no queda 
encerrado en si mismo. 


5. PARA ESTA CONTEMPLACION

COMPLA/ACCION: Toda la Escritura alimenta esta contemplación, 
siempre y cuando sea leída con el espíritu de reconocimiento y acción 
de gracias que es debido. También toda la vida humana, en sus 
detalles como en sus grandes lineas, dan ocasión para ella. Bastarán 
algunas indicaciones. A cada uno toca encontrar la manera de ser 
«contemplativo en la acción». 
Muy valioso es el rezo de los salmos, sobre todo si sabemos retener 
de ellos tal o cual versículo que, repetido a lo largo del dia, permita 
sostener nuestra atención a la realidad. Merecen citarse los salmos 
de alabanza, también los que narran los beneficios de Dios en la 
historia de Israel. ¿Por qué no volver de nuevo en este momento al 
Salmo 139-138 meditado ya al principio? Al final de la experiencia 
adquiere un sentido nuevo y da la medida del camino recorrido. 
Además el renovar la memoria del camino recorrido durante los 
Ejercicios puede servir de hilo conductor de la oración. En un rápido 
resumen, facilita la conservación de sus frutos. Constituye una 
excelente manera de hacer el examen de conciencia tal como lo 
hemos presentado: ponerse de nuevo en presencia de la acción de 
Dios, precisamente este dia, para cooperar en ella de la mejor 
manera. 
Más que ninguna otra, puede ser que la meditación asidua de la 
primera carta de san Juan constituya la mejor versión escrituristica de 
la contemplación para el amor. En ella Dios se hace conocer por los 
efectos de su acción: luz (1-2) y amor (3-4). La participación de sus 
dones sigue en nosotros el mismo ritmo: va desde el conocimiento y 
confesión del pecado, hasta la transformación en Dios, pasando por 
la fidelidad al mandamiento del amor. Esta acción es la obra de Dios. 
Le conocemos en definitiva por el amor que nos tenemos unos a 
otros. Presencia actuante de Dios en nuestra fe que es «victoria 
sobre el mundo». 
De un modo excepcional, esta oración tiene su centro en la 
Eucaristía, acción de gracias por excelencia, en que se condensan 
todas las maravillas de Dios y que da sentido al correr de nuestros 
dias. Algunos de los textos eucarísticos pueden ayudar a esta 
oración. 
Ya no estamos dentro de los Ejercicios. Y no obstante la acción del 
Espiritu, prosigue en nosotros su obra. La oración nos conserva en su 
presencia. 


La renovación de la experiencia

Si los Ejercicios son realmente una experiencia de la vida del 
Espiritu, nunca pueden parecerse a otros anteriores. Porque entre 
unos y otros la vida ha seguido y nosotros hemos cambiado. Por eso 
es inútil tratar de reproducir la experiencia pasada. Solamente 
podemos conservar su recuerdo, para seguir adelante. 
El itinerario recorrido y la manera de actuar han dejado en nosotros 
unas ciertas estructuras que permiten a la vez la fidelidad y la 
invención. Sabemos cómo empezar y cómo dedicarnos a ellos, pero 
no debemos encerrarnos en una fórmula. La formulación recibida 
permite entregarse a los nuevos Ejercicios con libertad de espiritu. 
¿Cómo ha de hacerse? ¿Cuándo se ha de renovar la experiencia? 
A estas preguntas es tan dificil responder como a estas otras: 
¿cuándo conviene recibir los sacramentos? ¿Cómo conviene 
prepararse? Evidentemente algunas reglas sencillas pueden 
ayudarnos a emprender esto cuando no tenemos experiencia ninguna 
de ellos. Pero a medida que uno avanza se va avezando cada vez 
más a seguir su propio camino. Ama y haz lo que quieras. Si tu 
manera de actuar procede del amor, no hay peligro de que degeneres 
en fantasías ni incurras en extravagancias. 
Al terminar esta experiencia, sobre todo si se ha renovado varias 
veces durante diez o treinta dias, nos sentimos inclinados a insistir 
más en la libertad que en la exactitud. Hay muchos que, por no 
atreverse nunca a volar con sus propias alas, no han tenido en la 
Iglesia la influencia y la fecundidad que prometían los dones de que 
estaban enriquecidos. Se quedaron en fieles servidores, cuando 
estaban llamados a la amistad y a la creatividad.
No hay más que hacer la experiencia. Después de algunos años, 
en los que hayáis permanecido fieles a la formación recibida en 
Ejercicios, id a pasar ocho dias en soledad a un monasterio o a otro 
lugar tranquilo. Llevaos pocas cosas—la Biblia debería bastar—y vivid 
con Dios. Cuando Nadal en el comentario a las Constituciones de san 
Ignacio presenta el ideal de la oración del Jesuita que se llama 
formado (¿llega a serlo alguna vez?), sinant suo spiritu duci: «que no 
se les imponga nada —dice—, que se les deje guiarse por el espiritu 
que en ellos hay». Semejante regla, si se da prematuramente, 
conduce al desastre —la inconsistencia de la persona a quien se 
diera, no le permitiria vivir en esa libertad—¡pero, en el momento 
oportuno, es norma liberadora y necesaria a quienes abrigan en el 
corazón el deseo de servir a Dios con todo su ser. Es muy cierto que 
los consejos siguen siendo necesarios. Cuanto mas avanza la vida, 
más difícil es encontrar personas de las que tendríamos necesidad 
para caminar sin temor en el sentido de esta libertad de crecientes 
exigencias. Pero las personas tienen sensibilidad para descubrir a las 
personas. Basta una entrevista ocasional con el Padre 
espiritual—¿padre, amigo, maestro, hermano?, aquí las palabras no 
tienen la acepción habitual—y volver a verle de cuando en cuando, 
para continuar la conversación hace un año interrumpida, como si nos 
hubiésemos visto ayer. A través de él sabemos que la luz brilla y nos 
confirmamos en el camino que con el—y con otros muchos a los que 
aún no conocemos—seguimos haciendo. 

JEAN LAPLACE
DIEZ DÍAS DE EJERCICIOS
Guía para una experiencia de la vida en el Espíritu
Sal Terrae, Santander 1987. Págs. 163-172