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ESPERANZA - COMPROMISO 

La esperanza cristiana encierra necesariamente en sí la esperanza 
en el más acá y la obligación de construir en ese mismo mas acá el 
futuro.
Podemos probar esta tesis basándonos en la Sagrada Escritura, 
donde, con multitud de variaciones, aparece repetida y renovadamente 
que la esperanza no se refiere tan sólo a una realidad ultima, sino que 
supone la obligación, aquí y ahora, de dar una serie de pasos. Y esto 
puede afirmarse ya del Antiguo Testamento.
Uno de los grandes temas de la historia veterotestamentaria de la 
salvación lo constituyen las promesas de Dios al hombre. Dichas 
promesas guardan relación directa con determinadas y fundamentales 
esperanzas humanas; se refieren a la plenitud de vida, a la tierra, a los 
descendientes, a la estabilidad de las relaciones sociales, a la paz, a la 
libertad; en suma: es la promesa del shalom, la salvación en sentido 
amplio. Hay que observar que, por una parte, no puede uno forzar por 
sí mismo el cumplimiento de estas promesas; pero, por otra, tampoco 
puede obtenerlo sin realizar un esfuerzo propio. Evidentemente, Dios 
elige a los hombres con absoluta libertad y les otorga el don de una 
vida feliz y dichosa en la comunión consigo (el Pacto); pero este don 
es siempre, además, un deber. De hecho, la elección y la promesa van 
siempre vinculadas a la exigencia de un compromiso que se mueve en 
el sentido de la salvación prometida y al que el hombre debe en 
ocasiones responder y prestar su aportación aquí y ahora. Sólo 
cuando el hombre cumple su propia obligación, se cumple también el 
don.
Por citar tan solo uno de los muchos ejemplos: Es verdad que Dios 
libera a su pueblo de Egipto. La libertad es un don suyo. Y sin 
embargo, para llegar a la tierra de la libertad, Israel debe emprender el 
penoso camino del desierto. El don de la libertad resulta ser, de este 
modo, una tarea para el hombre, el cual tiene ante sí un futuro a cuya 
verificación debe contribuir. Y puesto que el don encierra en sí un 
mandato, es siempre al mismo tiempo una promesa; el presente 
constituye la garantía de un futuro de mayores dimensiones.
El hombre del Antiguo Testamento, por consiguiente, no recibe el 
futuro tan sólo como un don, sino que lo obtiene también como algo 
que de algún modo es fruto de su obrar. Lo característico de la 
esperanza no es únicamente la pasiva espera del futuro prometido, 
sino también el esforzarse dinámicamente por alcanzar un fin que el 
compromiso humano debe contribuir a hacer realidad. Si bien esta 
meta prometida por Dios -como se ve de un modo especialmente 
evidente en los escritos más tardíos del Antiguo Testamento- excede 
las dimensiones y las posibilidades del mundo y, en este sentido, está 
puesta en el "más allá", no por ello toma de sorpresa al hombre, sino 
que estimula su obrar.
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Esperanza significa -como ya hemos dicho- no resignarse a las 
cosas tal como se presentan, es decir, a lo oscuro, a lo carente de 
sentido, a lo sin esperanza, a lo mortal; la esperanza es precisamente 
la fuerza que hace fluida, pone en movimiento y mantiene abierta toda 
realidad. Por lo tanto, quien realmente espera en un futuro absoluto en 
Dios, en un futuro en el que quede superado todo lo que es oscuro y 
carente de sentido, no puede quedarse con los brazos cruzados, 
limitarse a decir "sursum corda", dirigir la mirada hacia lo alto y dejar 
en manos de los no creyentes la responsabilidad del mundo. Quien 
espera no se conforma con que las cosas sean como son; quien 
espera tiene la energía necesaria para mantenerlo todo en 
movimiento; posee la inventiva y la confianza precisas para descubrir y 
recorrer los caminos que conducen a la superación del mal y de todo 
cuanto parece carecer de perspectiva.
Pero esto mismo ocurre en la experiencia cotidiana: cuando 
esperamos que se produzca un feliz acontecimiento o a una persona 
que posee gran importancia y valor para nosotros, no nos limitamos a 
aguardar pasivamente a que se produzca el acontecimiento o se 
presente la persona, sino que vamos a su encuentro, nos ponemos en 
movimiento, abrimos la puerta, lo preparamos todo. La espera de lo 
que está por venir desencadena una serie de procesos por los que se 
trata de encontrar lo que se espera. Lo mismo puede decirse, con 
mayor razón, de la espera por parte del creyente de un "futuro último" 
que ha de venir: en la esperanza activa de los creyentes determinada 
por el Espíritu de Dios, el futuro de Dios pretende ya desde ahora ser 
operante y conducir la historia hacia sí. De manera que quien espere 
en un sentido absoluto, en la plena justicia, en la paz y en la felicidad 
en Dios, se afanará con todas sus fuerzas, bajo la acción del Espíritu, 
por instaurar en el presente un anticipo de lo que ha de venir. Sólo así 
puede realizarse y justificarse también la fe en Jesucristo como Señor y 
Salvador de toda la realidad. Sería una perversión de la fe cristiana 
afirmar que Jesucristo sólo y exclusivamente al final habrá de revelarse 
como consumación salvífica de la vida personal y de la historia de la 
humanidad. Más propias de la fe cristiana son la experiencia y la 
confesión de que Cristo, como sentido último de toda la realidad, es ya 
al presente norma operante y forma de sentido para la vida feliz y 
plenamente realizada.
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El Concilio Vaticano II expreso esta idea con toda claridad. En la 
Constitución sobre la Iglesia afirma que los cristianos tienen la 
obligación de «expresar en las estructuras de la vida del mundo» su 
esperanza. En la historia debe «anticiparse de un modo real la 
renovación del mundo». Por eso la historia es, bien el «escenario» 
sobre el que, por medio de nosotros y con nosotros, debe realizarse 
«una representación a grandes rasgos del mundo futuro», bien el 
«material» que el hombre debe disponer para ponerlo al abrigo en el 
reino celeste del más allá (Constitución pastoral). En virtud de la 
esperanza activa de los cristianos es preciso, pues, reflejar en este 
mundo una imagen de lo que ha de venir. Su realidad «penúltima» 
debe ser conformada orientándola en el sentido de la realidad 
«última», que ciertamente no puede construir el hombre, sino que tan 
sólo le puede ser dada por Dios. 

GISBERT-GRESHAKE
MAS FUERTE QUE LA MUERTE
LECTURA ESPERANZADA DE LOS "NOVISIMOS"
Sal Terrae Col. ALCANCE 21
Santander-1981. Págs. 60-67