Esperar: creatividad enraizada, frente a "nihilismo fatigado"


José A. PAGOLA
Vicario General de la diócesis
San Sebastián 


La esperanza es algo constitutivo en el ser humano. Para el hombre, 
vivir es caminar hacia un futuro. Su vida es siempre búsqueda de algo 
mejor. El hombre "no sólo tiene esperanza, sino que vive en la medida 
en que está abierto a la esperanza y es movido por ella''1. Por eso, 
cuando en una sociedad se pierde la esperanza, la vitalidad decae, la 
marcha se paraliza y la vida misma corre el riesgo de degradarse. 


1. Una sociedad necesitada de esperanza

Son muchos los rasgos sombríos que caracterizan el momento 
actual, pero, probablemente, la constatación más grave es 
precisamente la crisis de esperanza. Alguien ha podido decir que "el 
siglo XX ha resultado ser un inmenso cementerio de esperanzas"2. 
Desmitificación del progreso

PROGRESO/FRUSTRACION: La historia de estos últimos años se 
ha encargado de desmitificar el mito del progreso, piedra angular en la 
construcción de la civilización moderna. Las grandes guerras de este 
siglo, Auschwitz, Hiroshima, el deterioro ecológico, el hambre en el 
mundo, la grave crisis económica, la propagación del Sida y otras 
adversidades han provocado, primero el declive, y después "el 
desmoronamiento de las utopias de raíz ilustrada"3. 

No se han cumplido las grandes promesas que se nos hicieron 
desde la Ilustración. El mundo moderno sigue plagado de crueldades, 
injusticias e inseguridad. "La nuestra es, definitivamente, la época del 
malestar y la incertidumbre, del desengaño y el desánimo ante las 
grandes palabras prometidas"4. 

Fin de la historia

HT/FIN-DE-LA: Si el progreso ha resultado ser "un espejismo", ¿no 
habrá que decir que la historia se ha evaporado? Éste es el sentir de 
no pocos pensadores postmodernos. Para G. Vattimo, estamos ya en 
"el eterno retorno de lo igual"; "el fin de la época de la superación"5. 
Según J. Baudrillard, "la historia ha dejado de ser real"6. Es una ilusión 
pensar que estamos "haciendo historia". Los hechos y acontecimientos 
que estamos viviendo no llevan a ninguna parte. 

La caída de los sistemas socialistas del Este ha venido, por otra 
parte, a reforzar la sensación de que todo está ya decidido. Cualquier 
modelo de sociedad parece derivar, tarde o temprano, hacia el sistema 
neocapitalista liberal. No hay más. Ahí termina la historial. 

Pérdida de horizonte

Llegados al final de la historia, la sociedad moderna se ha quedado 
sin horizonte, sin orientación, sin metas ni puntos de referencia. Según 
G. Vattimo, "la filosofía no puede ni debe enseñar a dónde nos 
dirigimos, sino a vivir en la condición de quien no se dirige a ninguna 
parte"8. La humanidad parece estar llegando a su vejez. Los 
acontecimientos se atropellan unos a otros, pero no conducen a nada 
nuevo. "El progreso se convierte en rutina" (A. Gehlen). La cultura del 
consumismo produce novedad de productos, pero sólo para mantener 
el sistema en el más absoluto inmovilismo. Como dice J. M. Mardones, 
"no esperar nada de la historia conduce a esperar resignados que se 
sucedan ininterrumpidas las irracionalidades del sistema"9. 

La consecuencia inevitable es el cansancio. "Occidente está 
profundamente cansado. Cansado de sí mismo. Y nosotros, los 
europeos, los occidentales, estamos cansados de ese Occidente que, 
por lo demás, constituye nuestro espacio vital, nuestro humus histórico 
y cultural''10. El nihilismo que se extiende hoy en las sociedades 
hastiadas del Primer Mundo no es el nihilismo activo y luchador 
proclamado por F. Nietzsche, sino un "nihilismo fatigado", hecho de 
indiferencia, pasividad y frustración. El hombre moderno es 
fundamentalmente "espectador". Un ser pasivo que participa en un 
engranaje que no está promovido por él ni cuyo horizonte llega a 
alcanzar. 

Disfrute de lo inmediato

CONSUMO/DISFRUTE: Cuando no se espera nada del futuro, lo 
mejor es vivir al día y disfrutar al máximo del momento presente. Es la 
hora de buscar las "salidas de escape" que la cultura del hedonismo y 
el pragmatismo nos pueden ofrecer ahora mismo. 

"Si el hombre moderno estaba obsesionado por la producción, el 
postmoderno lo está por el consumo''11l. No predomina la ambición, el 
afán de superación, el espiritu de empresa y aventura. Una vez que 
uno se ha instalado con cierta seguridad, lo importante es retirarse al 
"santuario de la vida privada" y disfrutar de todo placer ahora mismo 
("just now"). La vida es placer y, si no, no es nada. 

Vacío de quehacer utópico

CSO/EGOISMO EGOISMO/CSO
La convivencia social se ve despojada así de "quehacer utópico". 
Son pocos los que se comprometen a fondo para que las cosas sean 
diferentes. Asistimos más bien a una creciente indiferencia hacia las 
cuestiones colectivas. Cada uno se preocupa de si mismo. Se extiende 
por todas partes una cultura narcisista: el cuidado del propio cuerpo, la 
búsqueda de paz interior, el equilibrio psíquico, las terapias grupales... 


DEMOCRACIA/AOATIA: Mientras tanto, crecen la "apatía 
democrática", el desprestigio de las instituciones políticas y el 
empobrecimiento de la vida pública. La democracia no genera ilusión ni 
concita los esfuerzos de las gentes para crear un futuro mejor. "Los 
políticos se han convertido en administradores, más o menos eficaces, 
de maquinarias obsoletas, y los ciudadanos-votantes en individuos que 
se acercan cada tanto a las urnas sin ninguna ilusión con respecto al 
significado de su voto"12. 

Las consecuencias de "la guerra económica"

Esta crisis generalizada de esperanza es vivida de manera diferente 
en los diversos puntos del planeta, como consecuencia de "la guerra 
económica" que se produce en el interior de la comunidad 
internacional. Mientras los pueblos privilegiados (EE.UU, Japón, 
Europa) compiten entre si para consolidar su poderío económico, los 
paises subdesarrollados (continente latino-americano, paises 
orientales y del Este) ven cada vez más amenazado su precario futuro, 
y el continente africano queda prácticamente excluido. 

Al mismo tiempo, en Europa se va configurando una sociedad cada 
vez más segmentada. El sector integrado, que tiene asegurado su 
trabajo y nivel de vida, disfruta del bienestar, aislándose en su propio 
mundo de manera cada vez más individualista e insolidaria. El sector 
amenazado, que ve en peligro su estabilidad laboral y social, lucha por 
no quedar descolgado (contratos temporales, trabajos precarios...), al 
tiempo que crece su desconfianza en la sociedad y su miedo a caer en 
la pendiente irreversible hacia la pobreza. Los sectores excluidos 
saben que Europa no es para ellos. Sin trabajo y sin posibilidades, han 
caído ya en la desesperanza. No creen en los políticos. No sienten en 
ninguna parte la "solidaridad de clase". El futuro se les cierra. 


2. Cristo, "nuestra esperanza"

Es en medio de esta sociedad donde los cristianos hemos de "dar 
razón de nuestra esperanza" (1 Pe 3,15) a nosotros mismos y a los 
hombres y mujeres con los que compartimos el final azaroso de este 
siglo. Una esperanza que no es una utopía más, tal vez mejor 
construida y más resistente, ni una reacción desesperada frente a las 
crisis e incertidumbres del momento, sino que se enraiza en Jesucristo, 
crucificado por los hombres, pero resucitado por Dios. 

La Resurrección de Cristo, fundamento de nuestra esperanza

Nuestra esperanza tiene un nombre: Jesucristo. Se funda en un 
hecho: su resurrección. Todo lo que se encierra en la esperanza del 
cristiano, capaz de "esperar contra toda esperanza", nace del 
crucificado que ha sido resucitado por Dios. El "principio-esperanza" 
del cristiano tiene su fundamento, su principium, en ese acontecimiento 
y en la historia de esperanza abierta por él. Sólo desde Cristo 
resucitado se nos revela el futuro último que podemos esperar para la 
humanidad, el camino que puede llevar al hombre a su verdadera 
plenitud y la garantia última ante el fracaso, la injusticia y la muerte. 

La Resurrección abre para toda la humanidad un futuro de vida 
plena. Cristo resucitado por el Padre sólo es "el primero que ha 
resucitado de entre los muertos" (Col 1,18). El se nos ha anticipado a 
todos para recibir del Padre una vida definitiva que nos está también 
reservada a nosotros. Su resurrección es fundamento y garantía de la 
nuestra. "Dios, que resucitó al Señor, también nos resucitará a 
nosotros por su fuerza" (/1Co/06/14). La muerte no tiene, pues, la 
última palabra. El hambre, las guerras, los genocidios, las "limpiezas 
étnicas"... no constituyen el horizonte último de la historia. El Sida, la 
metralleta, el cáncer... no terminan con el hombre. El ser humano 
puede esperar algo más que lo que brota de las posibilidades mismas 
del hombre y del mundo. A una vida "crucificada", pero vivida con el 
Espiritu de Cristo, le espera resurrección. 

La Resurrección genera, al mismo tiempo, esperanza en una justicia 
última. Dios no está dispuesto a que "el verdugo triunfe sobre sus 
víctimas" (M. Horkheimer). La Resurrección de Cristo nos descubre 
que Dios está de parte del crucificado y frente a sus crucificadores. Él 
pone su justicia última donde los hombres ponen injusticia y violación. 
La Resurrección es la última palabra de Dios sobre el destino final de 
los maltratados. La miseria, el paro, la humillación, la explotación... no 
son la realidad definitiva de sus vidas. Dios resucitó al crucificado: 
"Esta es la gran esperanza del mundo de la marginación'1l3. Quien, 
movido por el Espíritu de Jesús, trabaja por ser justo y humano, incluso 
en medio de abusos e injusticias, un día conocerá la justicia. Quien, 
siguiendo a Jesús, lucha por un mundo más justo y solidario, un día lo 
conocerá. 

RS/PERDON: La Resurrección nos revela, sobre todo, que hay 
perdón para el hombre. "En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo 
consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres" (2 
Co 5,19). El saludo del resucitado es de paz y no de venganza. Por 
eso podemos mirar de frente a nuestras propias injusticias y pecados 
sin caer en ese "delirio de inocencia" (J. B. Metz) y esa 
irresponsabilidad del hombre contemporáneo que pretende siempre 
culpabilizar a otros sin confesarse él mismo pecador. Por parte de 
Dios, siempre hay oferta de perdón y liberación de la culpa. Donde 
abunda el pecado del hombre, sobre-abunda la gracia de Dios (Rm 
5,20). Todo pecador que vuelva a Él e, inspirado por el Espíritu de 
Jesús, le invoque confiadamente como Padre, no quedará defraudado. 
Tomará parte en la fiesta final de la humanidad (Lc 15,32). 

RS/ESPERANZA: De la Resurrección de Cristo nace, pues, antes 
que nada, una esperanza. Sin duda, los cristianos hemos de 
preguntarnos quién fue Jesús de Nazaret, pues sólo siguiendo sus 
pasos caminamos hacia su destino último; hemos también de 
plantearnos qué exigencias concretas tienen para nosotros hoy su 
persona y su mensaje, pues sólo en el seguimiento y la fidelidad 
comulgamos con su Espíritu; pero la pregunta decisiva es qué 
podemos esperar de él, qué posibilidades concretas se encierran en 
Cristo resucitado para la historia humana. Cristo es "nuestra 
esperanza" (/1Tm/01/01). Desde esa esperanza aprendemos los 
cristianos a creer en Dios y a desentrañar el sentido último del 
hombre14. 

EI Dios de la esperanza

Este es el verdadero nombre de Dios. Su realidad última tal como se 
nos revela en la Resurrección de Jesús. En Cristo se nos ha 
descubierto que "Dios es amor" (1 Jn 4,8), pero amor resucitador. Por 
eso, Dios es para nosotros "el Dios de la esperanza" (/Rm/15/13). No 
solo el Creador que, en los orígenes, pone en marcha la vida sino el 
Resucitador que, al final, realiza "la nueva creación". Dios está al 
comienzo y al final. Por eso, nosotros "no ponemos nuestra confianza 
en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos" (2 Cor 
1,9). 

D/FUTURO: Desde esta perspectiva, podemos decir que lo propio de 
Dios es, sobre todo, "el futuro último". Dios está presente en nuestra 
vida prometiendo, garantizando y abriendo futuro. Más que "dentro" de 
nosotros o "encima", a Díos lo tenemos "delante" de nosotros. 

Ya en la historia de Israel, Yahvéh es "el Dios del Éxodo", el que 
orienta a los hombres hacia lo que todavía no es; "el Dios de la 
Promesa", que impulsa al pueblo hacia un futuro nuevo, una "tierra 
nueva". El Dios de Jesucristo es "el Dios de la Resurrección", el que, 
desde Cristo resucitado, nos abre camino hacia nuestro "futuro último". 
En ese Dios creemos los cristianos. "El Dios que da vida a los muertos 
y llama a lo que no es para que sea" (/Rm/04/17). 

Dios no descansará hasta que la vida que nació de su amor 
insondable de Padre venza definitivamente a la muerte, y aparezca "la 
nueva creación" en todo su esplendor. No se revelará como Dios 
Salvador hasta que el hombre alcance la "humanización plena". Su 
justicia y su perdón no se manifestarán en plenitud hasta que "Dios 
sea todo en todos" (cf. 1 Cor 15,28). Mientras tanto, todo se encuentra 
en camino: la acción salvadora de Dios, la fuerza transformadora de la 
Resurrección, la construcción de la nueva humanidad... Y Dios esta 
ahí: "eterna presencia del triunfo de Cristo crucificado"15. 

El hombre tiene futuro

H/FUTURO: Con la Resurrección, Dios introduce en la historia 
humana algo que debe ser captado como nuevo. Algo que no se 
puede deducir de las leyes generales de la historia o del progreso 
humano. Un futuro nuevo que "revoluciona y transforma las pobres 
expectativas humanas"16. No se trata de una posibilidad nueva dentro 
del mundo y de la historia, algo que el hombre pueda lograr sólo con 
su esfuerzo, mediante la racionalidad científica y técnica, sino la nueva 
posibilidad que Dios ofrece al mundo y que el hombre puede acoger 
como gracia. "La resurrección de Cristo no significa un proceso posible 
en la historia del mundo, sino el proceso escatológico de esa 
historia"17. 

Las nuevas posibilidades abiertas por la Resurrección obligan a 
mirar y comprender la historia de manera nueva. En la historia 
humana, no todo son datos, medidas y fechas. El futuro del hombre no 
se reduce a proyectos, programas y extrapolaciones que, a veces, 
generan optimismo y, otras, pesimismo. El espacio para la esperanza 
cristiana desborda todo lo que puede ser proyectado y preparado por 
el hombre. Por eso, la esperanza que brota de Cristo resucitado puede 
mantenerse y crecer "contra toda esperanza" (Rm 4,18), incluso en 
momentos de crisis, incertidumbre y pesimismo. 

Desde esta esperanza cristiana, cualquier momento de la historia es 
siempre algo que no contiene todavía toda la justicia, la liberacion y la 
vida que le esperan al hombre. Nunca estamos en "el mejor de los 
mundos". Todo se puede mejorar y transformar, orientándolo hacia ese 
futuro prometido en la Resurrección. La historia no ha acabado. 
Siempre es posible el cambio, la transformación, la lucha por una 
mayor humanización. 


3. La Iglesia, comunidad de la esperanza

I/C-DE-ESPERANZA: La Iglesia tiene hoy "la responsabilidad de la 
esperanza" pues antes que nada ha recibido la misión de ser "testigo 
del futuro de Cristo"18. Antes que "lugar de culto público" o 
"sacramento santificador del mundo", y antes que "instancia moral", la 
Iglesia ha de entenderse a si misma como "comunidad de la 
esperanza". 

Por eso su primera misión es despertar la esperanza en el mundo. 
En ese "apostolado de la esperanza" encuentra ella su verdadera 
identidad, lo que la convierte en "testigo del Resucitado". Ella está en 
medio de la historia para que la humanidad no camine sin esperanza. Y 
si la Iglesia, minada ella misma por su pecado, cobardía o mediocridad, 
no tiene fuerza para generar esperanza en el mundo, en esa misma 
medida está defraudando su misión, pues "la misión hoy realiza su 
servicio tan sólo si contagia de esperanza a los hombres''19. 

EP/NO-VIRTUD-IDUL: La vitalidad de esta misión depende, como es 
obvio, de la esperanza que se viva en el interior de la comunidad 
creyente20. La esperanza que profesamos los cristianos no es una 
virtud "individual" que cada uno por su cuenta trata de alimentar con 
sentimientos de confianza en Dios y el esfuerzo de una vida fiel. Nadie 
puede esperar sólo para sí mismo el Reino de Dios. Atreverse a 
esperar la "nueva creación" quiere decir siempre esperarla también 
para los otros y, juntamente con ellos, para nosotros mismos. Vivir la 
esperanza cristiana no es buscar de manera mezquina y egoísta la 
propia salvación, sino compartir la esperanza de la Iglesia de Cristo. 
Todos los creyentes formamos "un solo Cuerpo y un solo Espiritu, 
como una es la esperanza a la que hemos sido llamados" (/Ef/04/04). 

Tal vez se impone, antes de nada, una revisión sincera de la 
esperanza que anima a la comunidad cristiana. ¿Somos nosotros hoy 
lo que decimos ser cuando proclamamos nuestra esperanza? Si la 
comunidad eclesial se vuelve insegura y se deja contagiar por el 
pesimismo, la angustia o el cansancio, ¿quién escuchará su testimonio 
de esperanza? Si los hombres la ven ocupada casi siempre en sus 
propios problemas y en su futuro, preocupada excesivamente por su 
seguridad, atormentada hasta la ansiedad por su propia conservación 
y autoabastecimiento, hemos de hacernos graves preguntas: ¿Qué es 
lo que mueve la marcha de esta Iglesia? ¿Quién moviliza su actividad? 
¿El instinto de conservación? ¿La defensa de los propios intereses? 
¿Dónde está el Espiritu del Resucitado que ha de impulsarla hacia un 
futuro más humano y humanizador? 

Todos somos, dentro de la Iglesia, responsables de la esperanza. De 
nada sirve mantenernos en ella como "espectadores" indiferentes o 
resignados de un "vaciamiento" del Espíritu. Más equivocada es aún la 
postura de quienes, justificándose a si mismos de manera mezquina, 
sólo condenan el pecado de "los otros", ahogando así el grito que nos 
llama a todos a la conversión a la esperanza. 

Por encima de divergencias, tensiones y conflictos, los creyentes 
hemos de exigirnos mutuamente "la esperanza cristiana". Si la 
perdemos, hemos perdido lo esencial. Hemos de cultivar con más 
caidado una "pedagogía de la esperanza" en la educación de la fe; 
redescubrir la Eucaristía como "misterio pascual" por el que el Señor 
se hace presente en su comunidad con fuerza vivificadora21; 
recuperar el domingo como "dia de la esperanza" en el que la Iglesia 
se pone en contacto sacramental con el acontecimiento de la 
Resurrección para regenerarse y recobrar nueva vitalidad; aprender a 
escuchar el Evangelio, no como el testamento de un Maestro ya 
muerto, sino como "palabras de vida eterna" (Jn 6,68) de Alguien que 
vive en medio de la comunidad como "líder que nos lleva a la Vida" 
(Hch 3,15). 


4. Perfil de la esperanza cristiana hoy

Sin duda, la esperanza cristiana es la misma a lo largo de los siglos, 
pero adquiere una configuración propia en cada época, en la medida 
en que es vivida en nuevas situaciones y frente a nuevas tentaciones. 
Sólo apuntaremos cuatro rasgos. 

Enraizada en Cristo

La esperanza, hoy como siempre, no es virtud de un instante. Es la 
postura permanente y el estilo de vida de quienes se enfrentan a la 
existencia "enraizados y edificados" en Jesucristo (Col 2,6). La 
esperanza se construye día a día "enraizando" nuestra vida en el 
Señor. Ahí está su verdadero secreto también hoy. Todo puede ir 
peor; pero "aunque nuestro exterior se vaya desmoronando, nuestro 
interior se renueva de día en dia" (/2Co/04/16). No hay que buscar 
otros cimientos. La cohesión en la ortodoxia, el atrincheramiento en el 
propio grupo, las medidas disciplinarias... pueden generar seguridad. 
La esperanza sólo brota del Señor. "Mire cada cual cómo construye. 
Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1 
Cor 3,10-11). 

Esperanza arriesgada

EP/ARRIESGADA: La esperanza ha de ser arriesgada. "La realidad 
se nos presenta hoy demasiado desproporcionada para ser 
transformada, incluso por Dios"22. Nos parece que el hombre actual es 
incapaz de seguir la llamada de Dios y responder a la "virtus" 
transformadora introducida por la Resurrección de Cristo en la historia. 
La misma Iglesia puede sentir la tentación de sentir como Moisés: "No 
me creerán", "no sé hablar" (Ex 4). Nos parece que no estaremos 
nunca a la altura de nuestra esperanza. Pues bien, el creyente se 
aferra también hoy al nombre de Dios, oscurecido, despreciado y 
negado por tantos, pero adorado y venerado en la fe: el "Dios de la 
esperanza" (Rm 15,13). Desde El nos llega también hoy la promesa: 
"Mirad, yo os traigo aliento de vida, para que viváis" (Ez 37,5). 

Esperanza crucificada

EP/CRUCIFICADA: La esperanza no es virtud propia de los 
momentos fáciles. Al contrario, la esperanza cristiana crece, se purifica 
y se enriquece en el mal y frente al mal. Es una "esperanza 
crucificada". Son precisamente los momentos de crisis y de prueba los 
que mejores posibilidades nos ofrecen para vivir la esperanza con 
realismo. "A vosotros se os ha concedido el privilegio de estar del lado 
de Cristo, no sólo creyendo en él, sino sufriendo por él" (Flp 1,30). 
Incluso los fracasos pueden ser acicate. El fracaso lo sufre quien se 
compromete. Por eso puede ser aguijón que nos mueva a reaccionar, 
corregir equivocaciones y pecados y seguir caminando confiados en el 
Señor, como Pablo. "Por este motivo (anuncio del evangelio) estoy 
soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, porque yo sé 
bien en quién tengo puesta mi fe" (1 Tm 1,12). 

Paciencia en el sufrir

SFT/PACIENCIA PACIENCIA/SFT: La esperanza cristiana se traduce 
en "paciencia en el sufrir" (1 Ts 1,3). Esa virtud tan necesaria hoy del 
aguante, la entereza, la perseverancia inquebrantable, el saber 
"plantar cara" a la adversidad (hypomone). "La dificultad produce 
entereza; la entereza, calidad; la calidad, esperanza; y esa esperanza 
no defrauda, porque el amor que Dios nos tiene inunda nuestros 
corazones por el Espíritu Santo que nos ha dado" (Rm 5,3-5). La 
llamada a la paciencia se orienta en una doble dirección: en primer 
lugar, ha de ser escuchada por "los impacientes": los que se angustian 
ante un mundo tan alejado de Dios; los que no entienden la paciencia 
del Padre, que, respetuoso de la libertad del hombre, deja que la 
historia se desarrolle incluso contra sus planes; los que juzgan, en 
lugar de anunciar; los que apremian, en lugar de orar; los que 
condenan, en lugar de ofrecer "el ministerio de la reconciliación" (2 Cor 
5,18). En segundo lugar, han de escucharlo "los resignados": los que 
están cansados y abatidos por las decepciones, la inutilidad de los 
esfuerzos, la "marcha atrás", la impermeabilidad del hombre moderno 
al Evangelio23... 


5. Algunas tareas de la esperanza en la sociedad actual

EP/ALIENACION: Los cristianos hemos sido acusados de haber 
puesto nuestros ojos en la otra vida y haber olvidado ésta. Sin duda, 
es cierto que una esperanza mal entendida puede conducir a 
abandonar la construcción de la tierra. Sin embargo, la esperanza en 
la "nueva creación" consiste precisamente en buscar y esperar la 
plenitud y realización total de esta tierra. Ser fiel al "futuro último" 
querido por Dios es ser fiel a este mundo hasta el final, sin desesperar 
de ningún anhelo y sin defraudar ninguna aspiración verdaderamente 
humana. Desde esta perspectiva, indicamos algunas tareas de la 
esperanza hoy. 

Abrir horizonte

La esperanza cristiana está llamada a "abrir horizonte" al hombre 
contemporáneo. La Vida es mucho más que esta vida; la realidad es 
más compleja y profunda de lo que nos quiere hacer creer el realismo; 
las fronteras de lo posible no están determinadas por los límites del 
presente. En medio de esta historia nuestra, a veces tan mediocre y 
absurda, se está gestando el verdadero futuro del ser humano. 

Frente a una "visión plana" de la historia, sin meta ni sentido alguno, 
la esperanza cristiana toma en serio todas las posibilidades latentes en 
la realidad presente. Precisamente porque quiere ser realista y lúcido, 
el cristiano se acerca a la realidad como algo inacabado y "en marcha"; 
no acepta las cosas "tal como son", sino "tal como deberán ser". Es el 
hombre escéptico de la postmodernidad el que cae en el irrealismo 
cuando se aferra a la realidad actual excluyendo sus posibilidades y su 
futuro. 

Por otra parte, si todo lo reducimos a las "pequeñas esperanzas" 
internas de la historia, "¿qué clase de esperanza en el más acá puede 
haber, aquí y ahora, para quienes sufren, para los débiles, los 
vencidos, los viejos, para todos cuantos no forman parte de la 
élite...?"24. ¿Qué esperanza puede haber para los que han muerto ya 
en el pasado; para todos aquellos que, a lo largo de los siglos, han 
sido vencidos, humillados, oprimidos, y hoy están ya olvidados? ¿Qué 
esperanza podemos tener nosotros mismos, que no tardaremos en 
formar parte del número de quienes no han visto cumplidos sus 
anhelos, esperanzas y aspiraciones? ¿Qué sentido puede tener una 
vida eternamente inacabada y sin posibilidad alguna de realización 
definitiva? 

Criticar la absolutización del presente

PRESENTE/CONTESTARLO: Quien ama y espera el futuro de Cristo 
no puede "conformarse" con la realidad tal como es hoy. El mundo se 
le hace inaguantable a quien espera "los nuevos cielos y la nueva 
tierra en los que habitará la justicia" (/2P/03/13). La esperanza no 
tranquiliza, inquieta; introduce "contradicción" con la realidad; genera 
protesta; nos despierta de la aparta y de la indiferencia propias del 
hombre contemporáneo; nos desinstala. Cuando se espera y se ama la 
liberación, "empiezan a doler las cadenas" (J. Moltmann). No estamos 
en el mejor de los mundos. La esperanza cristiana destruye los 
"gérmenes de resignación" de la sociedad moderna y combate la 
"atrofia espiritual" de los satisfechos. "Esta esperanza transforma a la 
comunidad cristiana en una constante inquietud dentro de aquellas 
sociedades humanas que quisteran estabilizarse, convirtiéndose en la 
'ciudad permanente'. Transforma a la comunidad cristiana en fuente de 
impulsos nuevos que incitan a realizar aquí el derecho, la libertad y la 
humanidad, a la luz del futuro anunciado que debe venir"25. 

Esta critica de la esperanza a una "absolutización de la vida vivida 
aquí y ahora"26 ha de orientarse hoy, de manera particular, en una 
doble dirección. En primer lugar, frente a ese grito consumista que se 
escucha en nuestra sociedad: "lo queremos todo, y lo queremos 
ahora", frente a ese afán hedonista de estrujar la vida y reducirla al 
disfrute del presente, la esperanza cristiana denuncia que el 
hedonismo no es principio de un "proceso viviente", que el hombre 
hedonista "no es espiritualmente una fuerza motriz"27. En segundo 
lugar, frente al sufrimiento de los excluidos, la esperanza cristiana es 
una negativa a pactar con la realidad que trata de imponer el sistema. 
La pobreza, el paro, la humillación, el hambre, la muerte en medio del 
abandono, no son hechos irremediables cuya existencia venga 
impuesta inexorablemente por la necesidad del destino. Siempre es 
posible transformar la realidad en algo más parecido a lo que será la 
"nueva humanidad". 

Introducir sentido humano en el progreso

El sufrimiento que provoca la esperanza no es un sufrimiento 
morboso y estéril. Tampoco es un "no" de mera resistencia en medio 
de la cobardia general de los "esclavos satisfechos". Es un "no" 
constructivo; un sufrimiento que niega el presente para construir una 
realidad distinta y mejor. El cristiano se siente urgido por su esperanza 
a trabajar incansablemente por crear ya ahora, en lo posible y lo mejor 
posible, eso que sabemos se encuentra encerrado ya en la historia 
humana como posibilidad prometida por Dios: una sociedad realizada 
en el amor, la justicia y el perdón. 

Por eso, la esperanza cristiana no es sólo "interpretación" del mundo 
y de la condición humana. Es esfuerzo de transformación. Introduce en 
la sociedad sed de justicia para todos y compromiso de humanización. 
¿Qué significan las grandes palabras de la modernidad —"libertad", 
"emancipación", "democracia", "solidaridad"...—si todo queda reducido 
a planificación económica que sacrifica a los débiles y a hedonismo 
ilimitado que atrofia a los privilegiados? 

La esperanza cristiana ha de contradecir hoy, de manera particular, 
esa utilización pragmática de la técnica que sólo atiende a la eficacia y 
al rendimiento, descartando cualquier otro planteamiento sobre la 
dignidad humana como irrelevante y carente de interés. Se puede 
programar el futuro de otra manera; se le puede dar un "rostro más 
humano" al progreso. El cristiano ha de comprometerse en destruir dos 
presupuestos erróneos que funcionan hoy en el sistema: que "los 
hechos" vienen dados objetivamente, sin remedio, y que la 
programación ha de hacerse exclusivamente sobre los datos, sin 
atender a su sentido humano y sin incorporar valores. 


6. Creatividad de la esperanza

El que vive con esperanza se siente impulsado a hacer lo que 
espera. El futuro que espera se convierte en proyecto de acción y 
compromiso. Y este compromiso es precisamente el que genera 
esperanza en el mundo. ¿Cómo desencadenar hoy esta esperanza en 
la sociedad actual? 

Frente a un "nihilismo fatigado", fe en Dios

El "cansancio de Occidente" tiene su raíz más profunda en la falta de 
fe en nosotros mismos y en nuestro progreso, falta de confianza en la 
vida. Eliminado Dios, el hombre se ha ido convirtiendo en una pregunta 
sin respuesta, un proyecto imposible, un caminar hacia ninguna parte. 
Este hombre está necesitado del "Dios de la esperanza". Al final de 
todos los caminos, en el fondo de todos nuestros anhelos, en el interior 
de nuestros interrogantes, ¿no estará Dios como único posible 
Salvador? Ese Dios del que muchos dudan, al que bastantes han 
abandonado y por el que tantos siguen preguntando, es para los 
creyentes "el fundamento último en el que poder apoyar nuestra 
confianza radical en la vida"28. Desde ese "Dios de la esperanza", los 
cristianos hemos de contagiar hoy confianza en el hombre, a pesar de 
todos los fracasos y desilusiones. Desde ese Dios, el hombre puede 
explicarse a si mismo como "un ser capaz de proyecto y de futuro"29. 

Frente al pragmatismo científico-técnico, defensa de la persona

El desarrollo científico y técnico sólo es humano si está al servicio de 
la persona. Los planes económicos son humanos si están al servicio 
de una sociedad más justa y solidaria. Pero, cuando un determinado 
"progreso" se convierte en dogma indiscutible y criterio único de 
medidas que marginan y hunden en la miseria a los pueblos y sectores 
más débiles, ese llamado progreso se convierte en factor de opresión 
que mata las esperanzas de los pobres. El cristiano reacciona 
defendiendo siempre a la persona como valor primero, que no debe 
ser sacrificado a nada ni a nadie; y no teme ir contra ese "progreso", 
en la medida en que éste aniquile la esperanza de los excluidos y los 
despoje de futuro. Esta defensa de las personas "despojadas de 
futuro" se traduce en compromiso por transformar modelos de vida, 
introducir objetivos más humanos en la producción, dar una orientación 
nueva a los intereses colectivos en favor de los desfavorecidos, 
promover formas sociales de autolimitación (ascesis colectiva)... 

Frente al individualismo, solidaridad

SOLIDARIDAD/IDMO INDIVIDUALISMO/SD: La crisis económica 
está provocando individualismo e insolidaridad: "No importa que todo 
siga igual, con tal de que a mi me vaya bien". Cada sector reivindica 
los derechos del propio grupo; a nadie preocupa la situación de los 
demás. Crecen el corporativismo insolidario y el egoísmo organizado. 
Los grandes valores del amor, la justicia o la igualdad son sustituidos 
por los intereses de cada uno. Poco a poco, la esperanza de los 
derrotados muere. Sólo la solidaridad puede despertarla, primero en 
los pobres, después en los que se convierten de su egoísmo. "Una 
comunidad eclesial que viva en el seguimiento de Jesús puede 
permitirse el lujo de hacerse despreciar por los poderosos y sabios; 
pero, si quiere mantenerse en ese seguimiento, no puede permitirse el 
hacerse despreciar por los pobres y los pequeños que 'no tienen a 
nadie' (cf. Jn 5,7)"30. Estos son los privilegiados de la "comunidad de 
la esperanza". 

Frente a la insensibilidad, misericordia

MDA/INSENSIBILIDAD: La misericordia ha quedado proscrita. La 
"sociedad progresista" ha decretado que está prohibido pensar en el 
sufrimiento de las victimas. El bienestar exige un precio: el sacrificio de 
los más débiles. Eso es todo. Por otra parte, la organización eficaz de 
la sociedad y el funcionamiento eficiente de las cosas van reprimiendo 
la "cultura del corazón". La ternura, la acogida cálida a cada persona, 
el cariño... van siendo barridos de la sociedad. No hay lugar para el 
corazón. Pero donde no hay corazón no crece la esperanza. El 
cristiano se esfuerza por despertarla desde una actitud de misericordia 
y compasión comprometida. Sólo así puede nacer de nuevo la 
esperanza en esas personas tan privadas de afecto, cariño y amor: 
ancianos solos, niños sin verdadero hogar, drogadictos sin apoyo, 
mujeres maltratadas, esposas abandonadas, gentes "sin salida", que 
caminan solas por la vida o se encierran en su propia destrucción. 

Frente a la violencia, diálogo y reconciliación

La violencia destruye de muchas maneras la esperanza. Matar por 
unos objetivos determinados es utilizar la vida humana como 
instrumento; reducir a la persona a puro medio; ignorar, en su misma 
raíz, la dignidad humana. Pero, además, la violencia genera odio y 
resentimiento, ahonda las divisiones y acrecienta los deseos de 
venganza; no es posible construir juntos el futuro. La violencia genera 
una "espiral diabólica" que impide mirar al futuro con esperanza. Ésta 
sólo puede nacer de nuevo si la violencia cesa y el diálogo sustituye a 
la confrontación destructora. Pero construir la paz exige, además, 
promover la reconciliación y el perdón. El perdón rompe una dinámica 
de enfrentamiento deshumanizador, libera de las injusticias del pasado, 
ennoblece a quien perdona y a quien es perdonado, aúna fuerzas, 
genera nuevas energías para construir juntos el futuro. La capacidad 
de pedir perdón y perdonar pone en marcha una dinámica más 
liberadora y regeneradora que el "ojo por ojo y diente por diente" 
aplicado de forma implacable. El perdón es un gesto de confianza en el 
ser humano. Engendra esperanza31.

J. A. PAGOLA
SAL-TERRAE/93/04 págs. 263-279

........................
1. H. MOTTU, "Esperanza y lucidez", en Iniciación a la práctica de la teología 
(Madrid, 1985) IV, p. 301.
2. L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, "Ideas y creencias del hombre postmoderno" en 
Razón y Fe (marzo de 1992) p. 259. 264
3. R. ARGULLOL/E. TRIAS El cansancio de Occidente (Barcelona, 1992) p. 43. 

4. J. L. COELHO PIRES, Nuestro tiempo y su esperanza (Madrid, 1992) p. 92. 

5. G. VATTIMO, El fin de la modernidad (Barcelona, 1986) p. 146. 
6. J. BAUDRILLARD, Las estrategias fatales (Barcelona, 1984) p. 12. 
7. F. FUKUYAMA, El fin de la Historia y el último hombre (Barcelona, 1992). 
Recordar su artículo "The End of History?" en The National Interest 16 (1989) 
pp. 3-18. 
8. G. VATTIMO, Más allá del sujeto (Barcelona, 1989) p. 11. Citado por L. 
GONZÁLEZ-CARVAJAL en a. c. p. 260. 
9. J. M. MARDONES, Postmodernidad y cristianismo (Santander, 1988) p. 66. 

10. R. ARGULLOL/E. TRIAS, o. c., p. ll. 
11. L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, a. c. p. 260.
12. R. ARGULLOL/E. TRÍAS o. c., p. 35. 
13 M. FRAIJÓ, Jesús y los marginados. Utopia y esperanza cristiana (Madrid, 
1985) p. 85.
14. Para la fundamentación cristológica de la esperanza ver la obra fundamental 
de J. MOLTMANN, Teología de la esperanza (Salamanca, 1969), 
especialmente el capítulo "Resurrección y futuro de Jesucristo", pp. 181-298.
15. J. MOLTMANN, Esperanza y planificación del futuro (Salamanca, 1971) p. 
98.
16. M. FRAIJÓ, o. c., p. 209.
17. J. MOLTMANN, Teología de la esperanza (Salamanca, 1969) pp. 235-236.
18. Ibid., p. 28.
19. J. D. HOEKENDIJK, Mission-heute, 1954,12. Citado por J. MOLTMANN, en 
Teología de la espe- ranza, p. 423. 
20. Las siguientes reflexiones están, en parte, inspiradas en el documento 
preparado por J. B. METZ para el Sínodo de la República Federal de Alemania 
(1971-1975): Unsere Hoffnung. Ein Bekenntnis zum Glauben in dieser Zeit. 
Traducción italiana: Un credo per l'uomo d'oggi. La nostra speranza (Brescia, 
1976).
21. Ver el excelente estudio de F. X. DURRWELL, la Eucaristía, sacramento 
pascual (Salamanca, 1982). 
22. H. MOTTU, o. c., p. 309.
23. U. FALKENROTH, Artículo "Paciencia", en el Diccionario teológico del Nuevo 
Testamento, vol. IIl (Salamanca, 1986). 
24. G. GRESHAKE, Más fuertes que la muerte. Lectura esperanzada de los 
Novísimos (Santander 1981) pp. 47-48. 
25. J. MOLTMANN, Teología de la esperanza (Salamanca, 1969) pp. 27-28.
26. H. KUNG, ¿Vida eterna? (Madrid, 1983) p. 309. 
27. T. VEBLEN, Why is Economics not an Evolutionary Sciencie?, citado por E. 
FROMM en La revo- lución de la esperanza (México, 1968) p. 49. 
28. J. L. COELHO PIRES, o. c., p. 142. 
29. Ibídem. 278
30. J. B. METZ, o. c., p. 54. 
31. J. A. PAGOLA, Presupuestos y actitudes para la paz en Euskal Herria. 
Aportación de los religio- sos (Vitoria, 1992) pp. 17-18.